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Capítulo VII. Estrategias

Dentro de la habitación de un hotel, en el centro de la ciudad, Iván estaba sentado en el borde de la cama. Tenía los codos apoyados en las rodillas y se frotaba las manos para elucubrar nuevos planes. Había quedado sin pistas.

Antonio estaba en algún rincón del planeta, escondido de Lobato. Quizás herido, o tal vez muerto. El cuerpo de Raúl fue ocultado por los hombres del mafioso y no creía que fueran tan imbéciles de no revisarlo antes de enterrarlo, o al menos, mientras lo tenían secuestrado. Por tanto, la opción de que pudiera tener la carta encima quedaba descartada. El documento seguía desaparecido y según la obsesión de Lobato, la única que podía hallarlo era Elena.

Era hora de sentarse a conversar con ella. Por supuesto, no utilizaría los mismos métodos que había aplicado con sus anteriores víctimas, pero no podía dilatar más esa tarea.

Una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro mientras caía abatido en la cama, tenía muy buenas ideas de torturas que podía aplicarle a su ángel para sacarle información. Sería un tormento agradable, dónde ambos disfrutarían del proceso.

Agobiado, se frotó el rostro con las manos para eliminar los pensamientos libidinosos y se levantó de la cama con intención de concentrarse en el trabajo. Elena tomaba una ducha y por más que Iván intentara enfocarse en otros asuntos, el cuerpo desnudo y húmedo de la chica se apoderaba de su cabeza. Ansiaba entrar al baño y enjabonarle la espalda, o atrapar las gotas que le corrían por la piel con la lengua.

Sacudió la cabeza para removerse las apetencias lujuriosas que lo atormentaban. No tenía nada qué hacer y esa falta de actividad lo ponía en una situación delicada. Si no hallaba pronto una distracción entraría al baño.

Tomó el arma y el teléfono, dispuesto a salir de allí cuanto antes, o cometería un error gravísimo. Necesitaba con urgencia una cerveza bien fría.

Antes, debía avisarle a Elena. No se alejaría mucho para no perderla de vista, pero no deseaba angustiarla al dejarla sola. Al dirigirse a la puerta del baño, recordó la mirada temerosa que le dedicó después de haber interrogado a los asesinos de Lobato. Él podía soportar cualquier situación, menos que su ángel le temiera. Ese recuerdo le estrujaba el corazón.

Suspiró hondo, con la mano apoyada en la madera que lo separaba de la hermosa mujer que poco a poco se robaba su alma. Ansiaba que ella olvidara esa imagen de animal rabioso que se le había marcado en la mente, quería que lo viera como antes, como el imbécil irresponsable y ocurrente que la salvó un par de veces de la muerte y la provocaba con descaro para enfurecerla.

Una sonrisa pícara se le trazó en el rostro al idear un buen método para recuperar su confianza; abrió la puerta del baño de un portazo y tocó el vidrio semitransparente de la ducha para llamar su atención.

—Muñecaaaaa...

No pudo evitar sonreír al ver como Elena se sobresaltaba y golpeaba con un pie el suelo encharcado.

—¡Iván!

—Aquí estoy, bombón.

Elena emitió un bramido de furia.

—¿Todo está bien, ricura? —preguntó con fingida preocupación, al tiempo que simulaba abrir la puerta de la ducha.

—¡NO!

Con rapidez Elena le bloqueó el paso. Iván no pudo soportar más su travesura y estalló de la risa.

—¡¿Qué quieres?! —le dijo furiosa.

—Solo quería avisarte que saldré a comprar comida, no tardaré —le informó mientras hacía un gran esfuerzo por serenar su diversión.

Elena asomó su húmeda cabeza por una rendija. Los ojos le destilaban ira y el rostro lo tenía tan tenso que parecía que se le romperían los dientes por la presión.

—¿Y para eso tenías que entrar así, invadir mi privacidad y asustarme?

—¿Privacidad? Es nuestra habitación, por tanto, este es nuestro baño, puedo entrar cuando quiera.

Sus palabras mordaces la hicieron rabiar aún más. Satisfecho, le dedicó una última sonrisa antes de marcharse, casi podía ver el humo que le salía a la mujer por las orejas.

—Mejor me voy, antes de que hiervas el agua y calientes mi baño. Después me toca a mí.

Con una expresión de alegría en el rostro salió y cerró la puerta, sin prestar atención a sus quejas.

Eso liberaría su estrés y alejaría los recuerdos tristes y traumáticos. Por lo menos, ya no le tendría miedo. Su odio lo podía manejar sin problemas, pero no su temor. Aunque la estrategia lo afectó más que al principio. Ahora, no podía arrancarse de la cabeza el recuerdo de la silueta del cuerpo desnudo de Elena dibujado en la puerta del baño, ni olvidar cómo sus azabaches cabellos chorreaban agua. Necesitaba no una, sino varias cervezas. Y un buen golpe en la cabeza, que le alejara los idílicos recuerdos de la mente y aplacara su ardiente deseo.

A pocos metros del hotel estaba ubicado un local de comida china, que se presentaba como el lugar perfecto para comprar la cena mientras vigilaba la entrada. Iván aprovechó la soledad para comunicarse con Alfredo y aclarar algunas dudas. Eso lo ayudaría a tomar nuevas decisiones.

—Iván, por fin recibo noticias tuyas —le respondió su amigo al atender la llamada, sin perder tiempo en saludos innecesarios.

—Estaba ocupado. ¿Tienes alguna información adicional?

—No, aquí la situación está igual. Los clientes están satisfechos porque el trabajo continúa, pero se levantan demasiadas conjeturas por la desaparición de mi hermano. Si no tenemos noticias pronto, el problema se me irá de las manos. ¿A ti cómo te ha ido?

—Esto es más complicado de lo que pensábamos. Hay gente poderosa interviniendo.

—Iván, sé perfectamente que puedes manejar la situación, pero pensaba que Felipe y yo podíamos ir para ayudarte. Me comuniqué con él, si esto empeora y los cuatro nos vemos afectados, él podrá tomar sus previsiones. —La impaciencia se evidenciaba en la voz de Alfredo.

—Puedo manejar la situación. Necesito es que me ayudes a buscar información sobre algunos personajes.

—Dame los nombres.

—Leandro Castañeda, el hijo del dueño de la fábrica dónde desapareció Antonio. Está muerto, pero ellos mantenían un negocio que tenía que ver con drogas. Ese sujeto debió estar relacionado también con Lobato, porque su hermano, Jacinto, ahora trabaja para él y le facilita recursos para ubicar la carta.

—Castañeda... ya lo anoté.

—Averigua también sobre Raúl Norato, era la mano derecha de Leandro y quien mantenía el contacto con Antonio. Está muerto, pero era quién tenía la carta en su poder. Lobato dice que se la robó a Antonio, sin embargo, Antonio vino a Maracay a buscarla. De alguna manera debió llegar al documento antes que ellos.

—¿Has tenido noticias de mi hermano?

—Lobato lo había secuestrado, pero escapó hace dos semanas. Buscaré pistas para ubicarlo, así como a la carta. Aunque creo tener la fuente de la información en mis manos.

—¿Qué fuente?

—Elena Norato, la hermana de Raúl. Lobato la busca con desesperación.

—¿Elena?¿Y ella sabe dónde está la carta?

—Dice que no, pero Lobato la obliga bajo amenaza para que la ubique. Tiene una extraña fijación con esa mujer. La utilizó como un cebo para atraparme y como se la quité de las manos, mueve cielo y tierra para recuperarla.

—Iván... dime que es una mujer horrorosa, de ochenta años, con voz gruesa, que ronca en las noches y escupe a cada minuto. —La preocupación de su amigo era sincera. Conocía a Iván, sus gustos y manías.

—Bueno, aún no te puedo asegurar si ronca en las noches, pero lo demás es falso.

—Oh, Iván.

—¿Qué?

—Te conozco, amigo. Tú al lado de una mujer hermosa y vulnerable es como acercar fuego a gasolina. El estallido es inminente.

Iván sonrió por la comparación. Si Alfredo supiera el sacrificio que hacía para no estallar, se moriría de la risa.

—Ey, amigo. Ten más confianza en mí.

—Confío en ti, pero no en tus genitales.

—Todo por la causa.

—Nunca se te olvide.

—Te mantendré informado de cada avance y si puedes investigar algo sobre Elena te estaría muy agradecido.

Después de terminar la conversación Iván se dirigió a la habitación del hotel aún tenso. Pensaba en las maneras en que podía apaciguar su fuego interior antes de acercarse a Elena, una mujer tan inflamable como la gasolina.

***

Elena peinaba sus largos cabellos sentada en el borde de la cama, con una sonrisa dibujada en el rostro, producto del recuerdo de los besos de Iván. Debía reconocer que sentía una fuerte atracción hacia el hombre, un encanto que tenía que aprender a manejar. Si se dejaba llevar por sus hormonas caería irremediablemente en sus brazos y estaba segura que de allí jamás podría escapar.

Cansada de confrontarse con sus pensamientos, se dejó llevar por las ardientes divagaciones. El cuerpo se le avivaba con solo recordar su hipnótica mirada, su sonrisa pícara, el calor de su piel y sus deliciosos besos. A medida que la imagen del chico rebelde se le delineaba en la memoria el corazón le vibraba, los pezones se le endurecían y una enardecida necesidad le estallaba en el vientre, hasta sensibilizarle sus partes íntimas.

Al escuchar que la puerta de la habitación se abría, pegó un respingo. El deseo se le aglomeró en el pecho para transformarse en temor. La figura imponente de Iván apareció y se adueñó del espacio. El dominio que emanaba su presencia era intimidante.

—Llegue, muñeca. ¿Está todo bien?

Elena respiró hondo para recuperar parte de la cordura perdida. La próxima vez, debía tener más cuidado con lo que deseaba. Así fuera un juego, nunca se sabía cuando los sueños podían sorprenderla y hacerse realidad.

Iván entró con una enorme sonrisa en los labios. Había notado su sobresalto y al ver sus mejillas sonrojadas pudo deducir que había interrumpido un pensamiento pecaminoso. Aquello le alborotó las hormonas. Rogaba ser el protagonista de sus dulces fantasías, aunque cumplirlas, sería un sueño aún más gratificante.

Bajó el interruptor de su muy creativa imaginación y le entregó una bolsa con alimentos.

—¿Qué es? —expresó con dificultad, el deseo lo tenía apretado en la garganta.

—Tú cena. Espero te guste.

Elena aprovechó la revisión del paquete para ocultar su vergüenza. Nunca había sentido una urgencia tan apremiante por un hombre, mucho menos, por uno como Iván, tan arrollador.

Procuró dejar de lado sus angustias y se ocupó en la evaluación de la comida. Dentro del paquete encontró un envase con arroz chino, pollo asado y jugos enlatados. Sacó el arroz y lo abrió con cuidado, se lo acercó al rostro para llenarse de su aroma y hundió en él una cuchara de plástico con la intención de probar su sabor. Estuvo a punto de llevarse la porción a la boca cuando notó que Iván se quitaba la camisa frente a ella y le mostraba una excelente imagen de su musculoso torso.

Quedó petrificada y con la boca aún abierta. El tatuaje que le cubría el brazo derecho resultó ser parte del diseño de un dragón, cuyo rostro estaba tallado del lado derecho del pecho y exponía unos ojos lujuriosos que la embrujaban tanto como los de su portador. El animal expulsaba llamaradas de fuego y poseía una cresta espinosa que le bajaba por el hombro al brazo hasta terminar cerca de la muñeca.

En su fibroso abdomen se hallaba una cicatriz de unos veinte centímetros de largo, que le pasaba inclinada por debajo del ombligo. Unos vigorosos brazos hacían juego con su deslumbrante anatomía, y su piel, levemente bronceada, parecía miel pura que invitaba a ser probada.

Elena quedó inmóvil en la cama, con la cuchara repleta de arroz frente a la boca, los ojos abiertos de par en par y las mejillas tan rojas como un tomate maduro. Si no reaccionaba en los próximos segundos, Iván se daría cuenta de su estado y la trastornaría con su sarcasmo por siempre.

—¡¿Qué haces?! —le gritó.

Él la miró con fingida sorpresa, sus ojos brillaban por la diversión. Elena se dio cuenta de que el muy miserable lo hacía a propósito, para provocarla.

—Voy a bañarme. Ahora me toca a mí.

—Yo no me desvestí frente a ti, deberías tener la misma consideración.

—La única desconsiderada aquí eres tú que no me hiciste partícipe de tu baño. Si quieres puedes volver a entrar conmigo, yo no soy tan egoísta.

Ella lo miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. El resto del cuerpo lo tenía inmóvil y la cucharada de arroz aún permanecía frente a su boca.

—Ten cuidado, muñeca, comer arroz enfadada puede ser una amenaza para tu vida.

—Tú eres una amenaza para mi vida —le dijo furiosa. Iván se colocó una mano en el corazón e hizo un gesto teatral de dolor.

—No tienes idea de cómo hieres mis sentimientos.

Con un bufido rabioso Elena dio fin a la discusión, dejó el arroz sobre la mesita de noche y cruzó los brazos en el pecho. Si Iván pretendía fastidiarla para provocar su rabia, ella también podía hacerlo. Entraría dispuesta al perverso juego.

Iván escondió la sonrisa y se dio media vuelta para quitarse la correa del pantalón y los zapatos, así pudo revelarle su perfecta espalda.

En el centro de los omoplatos tenía tatuada una S cubierta de ramas espinosas.

—¿No pensaras quitarte los pantalones delante de mí? —le preguntó alarmada.

—Si lo deseas, lo haré.

Iván se giró hacia ella, se llevó las manos al botón del pantalón y lo abrió, para luego comenzar a bajar la cremallera.

—¡No! —con un grito Elena lo detuvo, pero la ruidosa carcajada de Iván la hizo enfurecer aún más. Se levantó de la cama encendida en cólera y le dirigió una mirada cargada de odio.

Él mantuvo una sonrisa de triunfo mientras tomaba el bolso y entraba al baño.

Ella se sintió frustrada, no quería ser el centro de sus burlas y provocaciones, si él podía pincharle la paciencia, ella también podía hacerlo y pondría todo su esfuerzo para que sufriera el doble de lo que ella sufría.

Aunque ignoraba que jugar con fuego con un hombre tan ardiente como Iván podía desatar un desastroso estallido, que acabaría, incluso, con toda la ciudad.

***

En su departamento, Betsaida terminaba de preparar un consomé de carne. Sirvió un poco de caldo en un plato y lo dejó sobre la mesa para que perdiera calor. Sacó del estante de medicinas unos calmantes y los llevó consigo hacia su habitación.

Al entrar, el fresco olor a azahares le invadió los sentidos. Preparó una infusión con las flores del naranjo para inspirar la relajación y la calma, tan necesarias en esos momentos.

Se acercó a la cama y extendió los calmantes al hombre recostado en ella, luego le sirvió un poco de agua en un vaso para que pudiera consumirlos sin inconvenientes. Finalmente, se sentó a su lado, cuidando de no lastimar las heridas que poco a poco se curaban.

—¿Has tenido noticias de Elena? —preguntó él preocupado.

—Aún no. La he llamado, pero no responde el teléfono.

—Podría comunicarme con Raimundo para saber si es alguno de mis hombres quién la tiene.

—No, Antonio, eso podría ser riesgoso. Si Lobato logra ubicarte, no descansará hasta verte muerto.

Antonio Matos se revolvió en la cama sin prestar atención a las quejas de su cuerpo. Odiaba sentirse acorralado, pero para poder ser efectivo en alguna batalla debía primero sanar sus heridas.

—Tenemos que ubicarlos, fue un error dejarla ir con los Castañeda.

—Descansa, los golpes que recibiste y los disparos en la pierna no se curan tan fácilmente. Llevas solo dos semanas en recuperación, si no hubieras podido escapar de ese cautiverio, esos hombres te habrían matado.

—Soy resistente, amor, se necesitan más que un cuarteto de idiotas para acabar conmigo, pero tengo que encontrar a esa muchacha y la carta, y terminar con todo esto.

Betsaida acarició los negros cabellos del hombre para calmarlo. Le angustiaba que su inquietud empeorara su recuperación. Si Antonio quería enfrentar el infierno que se le avecinaba, primero debía estar completamente recuperado.

—¿Y si no es ninguno de tus hombres quién la tiene? —le preguntó para desviarle los pensamientos.

—Por lo menos sé que no es un asesino de Lobato o un idiota enviado por Castañeda. Tiene que ser de los míos. El interés que tuvo al interrogar a los hombres de la fábrica fue por Raúl y por mí. Existen únicamente tres hombres en el mundo tan efectivos como ese inspector, pero solo uno aplica esas estrategias tan extremas.

—Entonces, ¿tienes alguna idea de quién pueda ser?

—Creo que sí... y si es quien pienso, tengo plena certeza de que esa chica estará segura y pronto tendré la carta en mis manos.

Antonio Matos se quedó por algunos segundos pensativo mientras acariciaba los rizos castaños de Betsaida, su amiga, confidente y amante. Pero prefirió hundirse en la dulce mirada de su amada antes que torturar más a su paciencia con desdichas. La tomó por la nuca para acercarla a él y degustarse con sus exquisitos labios.

Un tierno beso los unió en la cama y aplacó sus ansiedades. Ambos querían terminar pronto con aquella situación y amarse sin preocupaciones.

Por ahora, no les quedaba otra opción que esperar, la única que podía llegar hasta la carta era Elena y sin el documento, era imposible detener los caprichos de Lobato.

***

Elena estaba furiosa por la actitud de Iván, tenía que encontrar alguna manera de escarmentarlo y demostrarle que ella no era tan débil como él pensaba. Se cambió de ropa por una más sexy y cómoda, dispuesta a seguirle el juego y provocarlo también.

Se enfundó unos cortos pantalones de dormir que mostraban sus firmes piernas y una blusa ajustada sin mangas que le hacía resaltar la redondez y prominencia de los senos. Se dejó sueltos los cabellos y los despeinó un poco, aprovechando que aún estaban húmedos por el baño. Finalmente se acostó boca abajo en la cama y se apoyó en los codos, para leer la guía de programación que dejaron sobre el televisor.

Intentaba parecer despreocupada, pero en realidad, esperaba ansiosa a que Iván terminara de bañarse, entrara en la habitación y mirara su pose descarada. De seguro, le saldría con alguna frase mordaz y ella estaba preparada para responderle con la misma astucia, sin dejarse vencer.

Debía aplicar toda su fortaleza para soportar sus burlas, hasta tener la última palabra y ganarle la batalla.

Al pensar en él, una sonrisa se le dibujó en el rostro. No podía negar que se sentía dichosa por habérselo encontrado. Él era muy eficiente a la hora de resolver un conflicto, poseedor de una fuerza impresionante y una gran agudeza mental que lo hacía capaz de detectar los inconvenientes, y hallar al mismo tiempo las vías para salir bien librado del aprieto. Pero cuando no manejaba como un loco su auto para huir de asesinos, repartir puñetazos, disparar o torturar a sus víctimas, solía ser un hombre divertido, despreocupado y hasta cariñoso. Y sobre todo, muy, muy, muy atractivo.

Elena frunció el ceño al analizar mejor la situación. Lo que sentía por él quizás no era correcto. No podía olvidar que Iván era un hombre peligroso, un mafioso con un objetivo definido, capaz de pasar por encima de quien fuera para alcanzarlo. Un asesino sin remordimientos y un perfecto mentiroso que inventaba cualquier tipo de excusa para lograr su meta.

¿Y ella pretendía seducirlo para vengarse de las burlas que él le gastaba? ¿Quién era en realidad la seducida allí?

No podía tomar esa actitud, no saldría nada bueno de aquella situación, pero antes de que pudiera mover un solo músculo para levantarse y cambiarse de ropa, Iván salió del baño. Y por todos los Santos... estaba desnudo, con una pequeña toalla blanca enrollada en las caderas.

Elena clavó los ojos en la guía de televisión y los movía como una endemoniada poseída. Fingía leer. Sintió el rostro arder de vergüenza y un cosquilleo de ansiedad que le recorría todo el cuerpo. Maldijo en silencio al hombre y sus costumbres, que siempre la hacían quedar en medio de una situación descabellada. Estaba desesperada por girarse y mirarlo, pero no podía ceder, no se dejaría llevar por sus impulsos.

Un minuto después de que Iván saliera del baño —el minuto más largo de su existencia—, Elena se percató de que él no se movía. Estaba parado junto a la cama y el peso de su mirada lo sentía sobre la espalda... no sobre la espalda, sobre las nalgas.

Eso le dio fortaleza para cerrar la boca, que sin darse cuenta la tenía abierta y tan seca como un limón marchito, y se giró hacia él, hasta quedar recostada en la cama, de lado, con una de las manos apoyada en el vientre.

Su primera reacción fue de miedo. Él estaba inmóvil y la miraba con unos ojos negros cargados de deseo. Su cuerpo semidesnudo se encontraba tenso, dispuesto a lanzarse sobre ella en cualquier momento. Y la toalla... levantada como una carpa de circo.

Para alejar la mirada de la toalla se centró en sus hipnóticos ojos... esa tampoco fue una buena idea. El miedo se le disipó y le dio paso a un deseo irrefrenable.

—¿Iván?

Su voz se liberó en un tono tan sensual como su postura. Eso activó la mecha dentro de él y lo hizo reaccionar. Estiró una mano hacia ella para atraerla, invitación que Elena no pudo rechazar. Si no quería caer en sus redes lo ideal hubiera sido no provocarlo. Ahora, estaba perdida, ella lo sabía. Su mano se movió con vida propia hacia la de él, se incorporó y se dejó llevar hasta quedar arrodillada frente a Iván, sobre la cama.

Con la mano que le quedaba libre, él la tomó por la cintura y la acercó más hacia su cuerpo. Al sentir el contacto de su pecho ardiente y húmedo contra el suyo, y el fogoso miembro que le presionaba el vientre, se le propulsó el corazón.

Iván soltó su mano y le acarició con sutileza el brazo con el dorso de los dedos, hasta llegar a su hombro. Continuó la caricia a través del borde del escote y rozó con sutileza su piel. Elena cerró los ojos. Aquello era una tortura, pero no quería que parase por ningún motivo.

Con delicadeza, introdujo el dedo índice y medio por dentro de la blusa hasta llegar a uno de sus duros pezones. Frotó los dedos en él y luego lo cubrió con los nudillos para pellizcarlo con suavidad. Ella gimió de placer y sintió que se humedecían sus partes íntimas. Nunca había sentido nada igual. Nunca la habían tocado de aquella manera.

Iván aumentó su sufrimiento al retirar los dedos y frotar el sensible pezón. Elena sintió rabia, deseaba y necesitaba de sus caricias. Los mimos continuaron por su pecho hasta a llegar al cuello y la nuca. Enredó los dedos en los cabellos para sostenerle la cabeza y evitar que escapara. Se acercó a su boca y le lamió los labios con la punta de la lengua para estimularlos a que se abrieran para él. Ella fue obediente y respondió a su petición. Le otorgó plena libertad para que se apoderara de cada rincón de su boca. Y de su alma.

Elena estaba a punto de enloquecer con aquel beso, con esa lengua hambrienta y ansiosa, con el cuerpo ardiente y la intensa pasión que invadía a Iván. Sus propias manos, con timidez, se movieron hacia el rostro de él para acariciarlo con ternura. Pero cuanto más daba ella, más exigía él.

Iván no se contenía, sabía lo que ella sentía y como un hombre acostumbrado a obtener todo lo que deseaba, la tomó sin delicadeza, envolviéndola por completo.

El frenesí aumentaba, tanto como el miedo. Mientras Iván más oprimía su agarre y apasionaba el beso Elena se sentía más perturbada, la respiración se le entrecortaba y en la mente le bullían angustiantes recuerdos. La urgencia de él la dejaba sin libertad de movimientos y la acorralaba con una fuerza descomunal.

Trató de alejarse, pero él no estaba dispuesto a soltar sus jugosos labios. El cuerpo se le estremecía y los gemidos se transformaban en ruegos y gritos ahogados de terror. La escena dejó de ser provocativa para convertirse en una lucha por la sobrevivencia. Sentía que de nuevo, era obligada a entregarse sin reservas.

Iván, a pesar de su éxtasis, sintió a tiempo su recelo y recordó el momento de dolor en la fábrica. El recuerdo lo obligó a detenerse de inmediato.

Al mirarla notó la angustia y el miedo reflejados en sus ojos. Aquello le golpeó el corazón y le apagó el deseo.

—Elena, no te haré daño —le juró.

Ella quedó inmóvil, lo único que pudo hacer fue bajar la mirada. Estaba envenenada por la rabia y la vergüenza, deseaba llorar y gritar con fuerza su frustración. Odiaba a Leandro por haberle hecho tanto daño y se odiaba a si misma por no saber cómo curar sus heridas.

Con evidente tristeza, él le permitió que se alejara y se sentara en el borde contrario de la cama, de espaldas a él. Elena apretó los puños en las sábanas y bajó el rostro para esconder su pena.

Iván se sentía el hombre más miserable de la tierra. Separarse de ella fue lo más doloroso que había tenido que hacer en la vida. Era como si le hubieran arrancado la piel en carne viva y con lentitud. No sabía qué hacer ni qué decir. Estaba loco de deseo por aquella mujer, la necesitaba, ansiaba con desgarradora pasión su cuerpo, pero no quería hacerle daño. El corazón se le volvió polvo al verla sufrir.

No podía perderla. No permitiría que un tormento del pasado se la arrancara de los brazos.

Se acercó a su lado y se arrodilló frente a ella, para levantarle con delicadeza el rostro. Elena apretaba con rudeza los ojos para impedir el paso de las lágrimas.

—Muñeca, por favor, mírame —le rogó.

Cuando ella abrió con los ojos y le mostró la intensidad de su dolor comenzó a sentir odio hacia todo. Odió a Leandro, al sospechar que había sido él quien la había maltratado; a Raúl, por inmiscuirla en un conflicto con mafiosos; a Antonio, por no haber detenido aquella situación a tiempo; a Lobato, por atreverse a amenazarla y acosarla; pero, sobre todo, a él mismo, por no saber cómo aliviarle la pena.

—Preciosa, escúchame. Sé que te hicieron un gran daño y aunque ha sido poco el tiempo que llevo a tu lado, créeme que me gustas mucho. No quiero que pienses que soy capaz de lastimarte. Te deseo, Elena, te deseo con locura, pero no te haré nada a menos que tú quieras.

Ella le mostró una sonrisa tímida que logró iluminarle el rostro y le hinchó el corazón de dicha. Nunca había reaccionado de esa manera ante la sonrisa temerosa de una mujer. Y eso le gustó.

—Disculpa mi reacción, yo...

—No te preocupes, no tienes que explicarme nada ahora, lo hablaremos cuando estés dispuesta.

Al evidenciar que el cuerpo de Elena perdía tensión se sintió aliviado. No quería verla afligida. Mucho menos, por su culpa.

—Gracias... eres bastante rudo, pero también sueles ser muy cariñoso y comprensivo.

—Solo contigo, belleza, solo contigo.

Iván sonrió y pasó una mano por su cabeza para sacudirse el aturdimiento. Elena lo enloquecía con su cuerpo, con sus palabras y su dulzura. Era una mujer encantadora y él no se merecía a alguien como ella. Pero estaba dispuesto a ganársela como fuera, así tuviera que cambiarse el nombre para conquistarla.

El rostro de Elena dejó de mostrar el dolor que la invadía. Con dulzura, pasó una mano por la cabeza rapada de él, sintiendo como la pinchaban los cortos cabellos. A Iván le encantó la caricia, pero lo conmovía aún más su mirada vulnerable.

Elena lo abrazó y se apretó a su cuello. Junto a él se sentía segura y protegida. Iván la comprendía, respetaba sus decisiones y la alentaba a actuar, no a ser una simple espectadora. Pero, sobre todo, la hacía sentirse feliz, algo que en muy pocas ocasiones había sentido. Y eso le gustó.

—Elena.

—¿Qué?

—Aún estoy desnudo.

—Oh... disculpa.

Con una amplia sonrisa en el rostro ella se alejó de Iván. Ésta vez, él no se sentía miserable, frustrado quizás, pero no miserable.

Entró en el baño para vestirse y mantuvo la sonrisa por un buen rato. Era la primera vez que se sentía bien consigo mismo, que había dejado de lado sus necesidades para hacer algo positivo por otra persona. Aunque no por cualquier persona, su sacrificio había sido por su ángel.

***

Unas horas después, en la habitación, Iván se encontraba menos inquieto y ansioso. La calma de la noche se había encargado de mantener las emociones a un nivel aceptable, pero le preocupaba tener poca información que lo llevara a nuevas pistas.

Eran casi las diez de la noche. Sentado en el sillón revisaba un mapa de la ciudad. Maracay no tenía muchas vías alternas, aquella urbe solo contaba con algunas avenidas principales y un manojo de calles y callejones, que en raras ocasiones, estaban despejados de tráfico. Necesitaba conocer más a fondo las rutas y sus atajos, para no fallar en caso de fugas repentinas. Sin embargo, a esa hora, comenzaba a sentirse exhausto. Todo el trabajo de investigación, las huidas, los enfrentamientos y la frustración por no poder descargar el apremiante deseo que sentía por Elena, lo transformaban en una verdadera bomba humana. Si no se relajaba, podía explotar de un momento a otro. Y eso no era bueno.

Dejó el mapa en el sillón y se dirigió a la cama, donde Elena reposaba con tranquilidad, miraba cualquier cosa en la televisión.

Ambos estaban vestidos y decididos a quedarse así toda la noche, para no dar alguna oportunidad a la pasión reprimida.

—¿Puedo acostarme a tu lado?

Elena lo miró con evidente preocupación, gesto que lo divirtió.

—Tranquila, prometo no tocarte. Estoy realmente cansado y necesito recostarme. Es todo.

Elena se apartó un poco para darle más espacio en la cama. Iván cayó en el colchón como un saco de papas y gimió de placer al relajar la espalda en una superficie blanda. Ella se tensó al mirar su magnífico cuerpo reposando a escasos centímetros del suyo.

—¿Te sientes mal?—le preguntó inquieta.

—Solo estoy un poco cansado.

Iván tenía los ojos cerrados, parecía dormir. Elena lo miraba de soslayo y pensaba: ¿acaso dormirían juntos esa noche?

Él no aceptó alquilar dos habitaciones en el hotel para tenerla cerca y protegerla. Ella también lo prefería así. Junto a él se sentía segura, pero también tentada a caer en las garras del deseo.

La noche anterior ella había dormido en la cama por las molestias del accidente que había tenido y él, en el sillón. Preocupada, miró la silla ubicada a un lateral, era muy incómoda para pasar la noche. Luego observó el suelo y estudió la posibilidad de estirarse sobre una sábana y dormir en un rincón, apartada de ese provocativo hombre, pero con el simple hecho de pensarlo los músculos y huesos de la espalda le crujieron en desaprobación.

Sabía que no tenía más opciones, él le había dado la noche anterior comodidad para que se recuperara y la había mantenido segura todas esas horas. Era justo que ella hiciera algo por él.

Esa reflexión la hizo comprender que su destino estaba en el frío y duro suelo, así su espalda se quejara por varios días. Con un suspiro, se incorporó para bajarse de la cama, llevando consigo una almohada.

—Ni lo pienses, muñeca.

Se sorprendió al percatarse que Iván, a pesar de tener los ojos cerrados, estaba atento a cada uno de sus movimientos.

—¿Qué no voy a pensar?

—Bajarte de la cama para dormir en otro lugar.

Elena quedó boquiabierta.

—¿Cómo sabes...?

—Sé que le temes a tu falta de control.

Ella se enfureció. ¿Acaso Iván pensaba que era incapaz de controlar sus impulsos si pasaba una noche a su lado?

—¿Te crees tan irresistible?

—Me lo han dicho tanto que estoy seguro que es así.

El rostro se le crispó por la rabia, tenía ganas de golpearlo y torcerle la desagradable sonrisa, pero apretó con fuerzas los puños en la almohada para que no salieran descontrolados y magullaran todo a su paso.

—Tengo más control que tú —le dijo molesta. Él sonrió sin abrir los ojos, eso la incomodó aún más.

—No creo que puedas controlarte la próxima vez.

—¿La próxima vez? Ni sueñes con una próxima vez —le juró.

Llena de cólera se dispuso a levantarse de la cama con la almohada. No dormiría a su lado. Si tenía que salir y pasar la noche en el auto lo haría. Lo que sea con tal de estar lejos de él.

Iván rápidamente se incorporó y la tomó del brazo, para impedirle que se alejara. Ella se giró para enfrentarlo, pero la mirada arrepentida que él le dedicó le ablandó el corazón.

—Por favor, Elena, discúlpame. Quédate en la cama, necesito descansar y no podré hacerlo si no te tengo a mi lado.

Ella trató de mantener una postura altiva, sin embargo, con Iván aquello resultaba difícil. Él la desarmaba por completo.

—Está bien, vuelve a acostarte. Me quedaré —dijo resignada.

—Acuéstate tú primero.

—¿Desconfías de mí? —preguntó furiosa.

—Vamos, preciosa. Haz lo que te pido.

Sus ojos se mostraban cansados, eso la doblegó. A regañadientes se acostó en la cama mientras Iván la observaba refunfuñar. Luego, él se acomodó a su lado, se sentía abatido por el cansancio.

Elena intentó mantenerse indiferente, distrayéndose con una vieja película de vaqueros que trasmitían por la televisión. Iván observó por unos minutos su perfil. Esa mujer lo enloquecía, pero era desconocida para él y a su pesar, estaba inmiscuida en una intriga que él debía aclarar.

No podía olvidar su propósito de encontrar a Antonio y la carta que lo incriminaba, junto a los únicos amigos que tenía, en un delito cometido veinte años atrás. Ese maldito papel pondría en riesgo la vida de cada uno de ellos y desempolvaría centenares de errores que se habían encargado de ocultar. Sus amigos perderían lo que habían alcanzado hasta ahora y él, sus aspiraciones por conquistar a la hermosa mujer que tenía a su lado.

—¿Cómo era la relación entre tu hermano y Leandro?

Elena se sobresaltó por la pregunta. Hablar de Leandro no era una buena conversación para mantener en la cama. Junto al hombre que deseaba más que a nada en el mundo.

—Una típica relación entre un jefe irritable y un empleado resignado a soportarlo.

—¿Leandro era irritable?

—Era un imbécil. Vivía desesperado por hacer dinero sin esfuerzo.

—¿Cuál era la responsabilidad de tu hermano en la empresa?

Ella, después de hacer una mueca de fastidio, apagó el televisor y dejó el control sobre la mesita de noche, dispuesta a responderle sin mirarlo a los ojos. Mantenía la atención fija en sus propios pies, que con inquietud, se agitaban sobre la cama.

—Raúl era quien manejaba la fábrica mientras Leandro disfrutaba de la vida.

—Hablas de él como si no lo hubieras soportado.

El rostro de Elena se tensó y las cejas se le juntaron en un duro ceño. Iván notó su cambio y sintió crecer el picor de la curiosidad. Sabía que él la había maltratado, todas las reacciones lo demostraban, pero necesitaba saber hasta dónde pudo llegar esa relación y cuál fue la magnitud del daño que Leandro le hizo.

—Pareces que lo odiabas, si es así ¿cómo fuiste capaz de mantener una relación con él?

—Me obligó.

Sin apoyarse en las manos, Iván se sentó en la cama. Parecía un cadáver que se levantaba de la tumba, pero en vez de estar pálido por la muerte, su rostro estaba rojo por la ira.

—¿A qué te obligó?

Elena lo miró sorprendida y ordenó con rapidez las excusas en su cabeza.

—A que aparentáramos una relación. —La voz le tembló. No quería confesarle a Iván el desagradable encuentro que tuvo con Leandro y la llevó a asesinarlo, pero sabía que él necesitaba información y no la dejaría en paz hasta conseguirla. Había sido testigo de sus insistentes maniobras y de lo que era capaz para obtener respuestas—. Su padre desconfiaba de sus capacidades financieras y él sentía a Jacinto cada vez más entrometido en su vida. Debía casarse para manejar su herencia y al conocer mis necesidades se atrevió a proponerme un matrimonio fugaz, a cambio de dinero. Por supuesto, yo no acepte, prefería morirme de hambre antes que tener algún tipo de relación con él, pero Raúl se metió en problemas y para liberarlo, debía aceptar su propuesta.

—¿Qué problemas? —Iván estaba más calmado, pero no apartaba su mirada inquisidora de ella.

—Leandro utilizaba la fábrica para distribuir de forma ilícita unas cápsulas estimulantes y había realizado negocios con un laboratorio clandestino. Era Raúl quien mantenía los contactos, el negocio se desboco de alguna manera y mi hermano era quien pagaría por ese error. Leandro me prometió que lo sacaría del problema si aceptaba su propuesta. Yo estaba sola, necesitaba a mi hermano conmigo, por eso accedí.

—¿Ese era el negocio que él mantenía con Antonio?

—Quizás. Lobato me dijo que Leandro le compraba drogas a Antonio y Raúl había cometido un error que generó una gran deuda, por eso, quería negociar la carta. Ambas historias son muy parecidas, pero como ves, no tengo maneras de aclarar ninguna.

—Pero ¿no entiendo? ¿Por qué a ti?... Es decir... eres maravillosa, preciosa, increíble, no culpo a Leandro si te deseaba, pero si la condición para manejar su dinero era casarse podía hacerlo con cualquier otra mujer. Me dijiste que tu prima tenía una relación con él y por sus dibujos, me parece que ella le correspondía. ¿Por qué tuvo que amenazarte a ti? El problema con Raúl podía resolverlo de otra manera.

Elena sintió un calor arder dentro de ella cuando Iván la describió con tanta vehemencia, pero admitir el desconocimiento de los caprichos de Leandro la irritaba.

—No sé. Si hubiera podido anticipar cada estúpida idea que pasaba por la mente de Leandro no le hubiera permitido que me hiciera nada.

—¿Qué es lo que no le hubieras permitido?

Elena se tensó. Había ciertos temas que le costaba expresar, que le infringía un gran dolor sacarlos de su alma.

Nerviosa, comenzó a tartamudear.

—Bueno... eso... este... lo de obligarme a mantener... una relación con él.

Iván la miró con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Había algo más, su instinto se lo advertía y él tomaba muy enserio sus sugerencias.

—¿Qué sucedió entre ustedes?

Los ojos de Elena brillaban por las lágrimas contenidas. Por casi un minuto, permaneció callada. Iván quería agarrarla por los hombros y sacudirla para que sacara todo el sufrimiento que tenía atorado en la garganta. La rabia lo consumía.

—Nada... él era muy desagradable, discutíamos mucho.

—Tú y yo discutimos mucho.

—No es igual.

—¿Por qué?

—Porque... porque... él era un imbécil.

Elena se acostó en la cama y le dio la espalda. Las venas de Iván eran un hervidero de rabia y frustración. Sabía que Leandro le había hecho un daño irreparable, todo se lo confirmaba: el colapso en la fábrica, el terror ante sus íntimas caricias, el evidente odio hacia ese hombre y esa negativa casi infantil a hablar del asunto.

Para Iván, Leandro debía agradecer estar muerto, sino, él se hubiera ocupado de que sufriera el más vil de los tormentos.

—Prometiste que me contarías cómo sabias que en la Silverado se habían llevado a Antonio o a tu hermano. Espero esa explicación, sabes que la necesito.

Elena se mantuvo callada por un minuto, con los ojos cerrados. El escozor de las lágrimas la atormentaba. Iván volvió a recostarse en la cama para esperar su respuesta. No le importaba que no le diera la cara, pero necesitaba que sacara lo que la afligía.

—Estaba en la fábrica cuando la Silverado salió a toda velocidad. Los tripulantes luchaban dentro de la camioneta. Después de eso, Raúl no apareció.

—¿Qué hacías en la fábrica?

Elena no podía responder, sentía un nudo atascado en la garganta, que le cerraba el paso a las palabras. Ella sabía que debía dejarlas salir, si quería dejar de sufrir.

—¿Elena? —insistió él.

—Leandro me propuso el arreglo del matrimonio una semana antes de morir. Mantuvimos una especie de romance, que iba a perdurar un par de semanas mientras él resolvía el papeleo de la boda. Un sábado, Raúl me interrogó sobre las verdaderas razones de nuestro futuro enlace. Él no estaba de acuerdo con ese matrimonio repentino y cuando le confesé sobre la propuesta de Leandro, se molestó muchísimo.

Elena se detuvo para suspirar y abrazarse a la almohada.

—Me dijo que la situación era diferente, que podía resolverla y que por nada del mundo aceptara esa propuesta, porque los planes de Leandro eran otros. Yo le dije que me alejaría de él, pero Raúl estaba hecho una fiera y salió de la casa para buscarlo.

Iván estaba muy quieto en la cama, la escuchaba con los ojos encendidos en furia.

—Pasaron las horas y no tenía noticias de Raúl, no respondía ni las llamadas ni los mensajes, por eso decidí buscarlo. Fui a la fábrica, pero estaba cerrada y cómo Raúl no respondía, llamé a Leandro. Para mi sorpresa, él estaba dentro y me pidió que entrara para hablar sobre Raúl.

Iván escuchó un leve gimoteo que evidenciaba el llanto silencioso de Elena, lo que inflamaba más su ira.

—Quise aprovechar la oportunidad para rechazar su propuesta, las oficinas estaban sin luz y Leandro se encontraba solo y drogado. Nunca lo había visto en ese estado. Sus manos temblaban y decía enloquecido que lo perseguían unos hombres para matarlo. Me puse nerviosa y decidí irme, pero él no quería quedarse solo, me tomó con fuerza del brazo y me llevó a una de las oficinas para ocultarnos... luché todo lo que pude, pero él era más fuerte que yo. Por eso pudo someterme.

El silencio de Elena lo desesperaba, pero no podía obligarla a continuar, debía darle su tiempo. Su llanto cada vez se hacía más sonoro y le astillaba el corazón.

—Me violó... —le confesó casi en susurros— con mucha rudeza... tuve tanto miedo, tanto asco, tanta vergüenza... —le decía en medio del llanto— quería hacerlo parar, quería detenerlo de alguna manera... me colocó un bozal que me dificultaba la respiración, pensé que me mataría, tuve miedo, mucho miedo.

Elena se detuvo por unos minutos para llorar. Iván no podía hacer nada, no podía decir nada, solo sufrir por la ira. Lo peor era no poder descargar su sed de venganza. Leandro ya estaba muerto, pero su maldad aún quedaba viva en el corazón de su ángel.

—Lo asesiné.

Aquella confesión le paralizó hasta la respiración. Hizo un gran esfuerzo por mantenerse callado, cualquier reacción lograría que Elena volviera a enconcharse en el caparazón de su dolor.

—Encontré una navaja en el bolsillo de su chaqueta y se lo clavé en el pecho... —confesó con ira—, lo dejé desangrarse en el suelo, suplicaba ayuda... fue en ese momento que escuché una lucha en la calle lateral de la fábrica, salí apresurada, pensaba que podía ser Raúl, pero justo en ese momento salió la Silverado del callejón y se marcharon.

Minutos después, cuando el llanto le permitió continuar con su historia, se giró hacia Iván y lo miró con una inmensa tristeza. Su cara estaba hinchada, enrojecida e inundada de lágrimas. Él tenía el cuerpo tenso y los puños cerrados. Ansiaba estrellarlos en la anatomía de alguien, preferiblemente, en la de Leandro.

—No pude ver a quién se llevaron y no tenía fuerzas para seguirlos o averiguar más.

Iván se obligó a relajarse, acercó una mano al rostro de Elena y le secó con suavidad las lágrimas que le brotaban de los ojos.

—Eso lo averiguaré yo, tú no te preocupes por nada. Descansa, ahora estás a salvo. Nada ni nadie volverá a hacerte daño. Te lo juro.

Elena tuvo dificultad de sonreír, pero cuando lo logró, le mostró la sonrisa más dulce y conmovedora del mundo. Iván sintió que todo por dentro le estallaba. Se le mezclaba la rabia y el deseo.

Ella luchó por sobrevivir, de la misma manera en que él lo había hecho durante toda su vida. Pero ellos aún seguían vivos y sus atacantes, estaban muertos. Por alguna razón la vida les otorgaba una segunda oportunidad y los unía. Sería un estúpido si se dejaba arrebatar una posible felicidad.

Con delicadeza, le tomó la mano y la acercó a sus labios, para besarle los nudillos.

Así se quedaron por mucho rato, en silencio y con las manos entrelazadas, arrullados por el sonido de sus respiraciones. Hasta quedarse dormidos.

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