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Capítulo VI. Atando cabos

Jacinto descansaba en la terraza de su mansión, recostado en una silla de extensión cerca de un frondoso árbol. Sabía que debía prepararse para las malas noticias que Zambrano, su jefe de seguridad, venía a informarle. Una extraña sensación lo embargaba y lo hacía sospechar que algo no marchaba bien.

—Señor Castañeda, disculpe que lo interrumpa.

Con ojos adormilados Jacinto lo miró y apreció la tensión en su rostro, a pesar de que tenía parte de la cara oculta tras una barba finamente recortada.

—¿Qué noticias me traes?

—No son muy buenas, señor.

Jacinto suspiró y se incorporó en la silla, para quedar sentado frente al hombre.

—Los hombres de Lobato perdieron por segunda vez a la joven, sigue en manos del inspector. Tres ejecutores quedaron mal heridos en un terreno privado, la policía los tiene bajo su resguardo en el hospital. Los residentes alegan que eran narcotraficantes que iban a esconder drogas en la zona y por supuesto, encontraron varios kilos en la cajuela del auto. Pero no han dicho nada de Peralta ni de Elena Norato.

Jacinto no pudo evitar sorprenderse por lo que escuchaba.

—Ese inspector resultó ser más interesante de lo que creía, no debí dejarlo ir tan rápido. Ayer dejó fuera de juego a dos de los mejores hombres de Lobato y hoy, se quita de encima a tres. Además, sé que fue él quien entró en la fábrica y asustó a los chicos que robaban. Por lo que veo, Antonio Matos está muy interesado en esa carta y envió a su mejor brazo ejecutor por ella.

—¿Qué haremos? —preguntó Zambrano.

—Por ahora, nada. Dejemos que Lobato se coma las uñas con ese inspector. ¿Sabes si el regalito que le envié le llegó?

—Aún no, quizás la joven Ariana se arrepintió.

—No creo. Tenias que haberla visto cuando vino a mí y lloró por venganza. Estaba furiosa y una mujer furiosa es capaz de todo.

Una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro, aunque la angustia le carcomía la paciencia. El atrevimiento de aquel inspector ponía en jaque sus intereses y sacaba a flote errores que ansiaba enterrar junto con su hermano.

Pero, por otro lado, le mostraba una realidad que desconocía y podía ser beneficiosa: Elena resultaba ser tan importante para Lobato como la propia carta, incluso, para Antonio Matos. Ambos invertían una gran cantidad de recursos y esfuerzos para tenerla. Si lograba alcanzarla, tendría la posibilidad de quitarse de encima la presión que Lobato ejercía sobre él, para cobrarse la deuda y la traición de Leandro.

El problema, era cómo apartar al misterioso inspector. Si el hombre podía manejar solo a los hombres del mafioso, a los suyos los espantaría con una simple mirada. La única opción que le quedaba, era esperar a que los asesinos recuperaran a Elena y la llevaran a la fábrica de bolsas plásticas que tuvo que entregarles para hacerla su centro de control. Al tenerla allí, encontraría la manera de llevársela a otro lugar.

—Zambrano, indaga más sobre ese inspector, quizás podamos encontrarle un punto débil y negociar con él. Y averigua sobre esa fijación de Lobato por Elena. No creo que la persiga solo por la carta.

—¿Qué hago con las mujeres Norato?

—Entrégale a Carmela el resto del dinero que necesita para saldar su deuda y oblígala a irse del país si le da la gana. Y con Ariana, tenemos que esperar. Ella sola irá hasta Lobato y actuará según sus instintos. Sé que sus acciones nos beneficiaran.

Zambrano se retiró de la terraza para dejar a su jefe sumido en sus pensamientos. Al regresar a la soledad, Jacinto volvió a recostarse en la silla. Rumiaba su cerebro en busca de una buena idea. Necesitaba apartar los inconvenientes que le había dejado el inepto de su hermano y retomar cuanto antes, el control de sus intereses financieros.

***

Elena inspeccionaba su casa con Iván pegado a su espalda. Todo estaba en orden, sin rastros de violencia, secuestros o algo similar. Ni su prima, ni su tía se encontraban; ni sus teléfonos, ni sus monederos, ni el auto de Carmela. Parecía que simplemente habían salido a dar una vuelta.

—Creo que no ha sucedido nada —le dijo a Iván para tranquilizarlo. Notaba la inquietud que lo embargaba y eso le preocupaba.

—No te confíes, muñeca, no debemos bajar la guardia. Toma algo de ropa que nos vamos de aquí.

—¿A dónde?

—A cualquier sitio. Este lugar es inseguro para ti.

Incómoda y molesta, Elena se dirigió a su habitación, tomó uno de sus bolsos y escarbó en los cajones para seleccionar las prendas que se llevaría.

—¿A qué se refería el hombre del sombrero con eso de que yo era tu mujer y mi ex marido entendería el mensaje?

Mientras observaba algunas fotos familiares de Elena, Iván sonrió al recordar el enfrentamiento en el terreno y los folklóricos personajes que lo apoyaron.

—Una táctica que tuve que emplear para que los habitantes de la zona confiaran en mí y me ayudaran.

—¿Una táctica?

Iván se encogió de hombros y levantó una fotografía dónde aparecía Elena junto a un joven alto, de piel blanca, cabellos castaños y ojos cafés.

—¿Tu hermano? —le preguntó. Ella miró la fotografía con melancolía.

—Sí, tenía cuatro años más que yo.

—No se parece a ti —le confesó.

—Soy adoptada.

Sorprendido, Iván dejó la foto en la mesita y comenzó a hurgar entre la pila de CD y películas.

—Estoy lista. ¿Puedo dejar una nota? Solo para que sepan que estaré bien.

—Sí, pero no les des muchos detalles, no les hables de mí, ni de lo que hemos enfrentado hasta ahora.

Elena asintió y se dirigió con Iván pegado a su espalda, a la habitación que ocupaban Carmela y su prima. Ariana tenía cierta afición por la pintura y realizaba algunos bocetos en un cuaderno de dibujo. Elena tomó uno de sus lápices y arrancó una hoja de su block para escribirles una nota: Con urgencia tendré que hacer un viaje fuera de la ciudad, estaré bien, cuando pueda me comunico. No se preocupen. Elena.

Dejó la nota sobre una mesita de noche de forma que pudieran verla cuando entraran y se giró hacia Iván, quien revisaba entretenido el block de Ariana, detenido en la imagen de un hombre que aparecía varias veces dibujado.

—Son buenos, ¿quién los hizo?

—Mi prima, tiene talento con el dibujo y la pintura, pero se lo guarda para ella sola.

—Y tiene cierto interés en éste personaje. Lo ha dibujado varias veces.

—Es Leandro Castañeda.

Iván apartó la vista del cuaderno para observar confundido a Elena, que no podía evitar mostrar una sonrisa de pesar.

—Mi prima y Leandro tuvieron una especie de... romance —le confesó.

—Pero, ¿no era tu novio?

—Sí.

Sin decir más palabras Elena tomó su bolso y salió de la casa. Iván mantuvo el mismo silencio y la siguió de cerca, sin alejarse ni un segundo. Ya llegaría el momento en el que podrían conversar y conocerse con profundidad.

Lo único que esperaba era no equivocarse. La soledad le pasaba factura, quizás el hecho de sentirse tan atado a una mujer desconocida era consecuencia de esa imperiosa necesidad de compañía que le ahogaba el alma.

Elena había despertado en él sentimientos enterrados hacía millones de años. Su trabajo ahora consistía en desempolvarlos, engrasarlos y ejercitarlos, para evaluar cuál tenía posibilidades de salvarse y cuál no ameritaba ni el más mínimo esfuerzo.

***

Fuera de la zona de peligro y sentados en la última mesa de un restaurante, Iván y Elena disfrutaban de su primera comida caliente.

Ella aún se sentía aturdida por todos los hechos que le habían sucedido en apenas dos días: la confirmación de la muerte de su hermano, la huída de los asesinos que la acechaban, la traición de Jacinto, el ataque de tres matones que pretendían secuestrarla, y por supuesto, la cercanía perturbadora de Iván.

Su cuerpo le comenzaba a exigir una pausa y su mente, una sana distracción, pero no podía dejar de pensar en sus conflictos y analizar las pocas pistas que poseía para llegar a su meta.

Mientras comía con poco ánimo ñoquis de papa con salsa de crema, intentaba idear la forma más rápida de alcanzar su objetivo, pero una duda la atormentaba: ¿qué sucedería cuando tuviera la carta en las manos? Roberto la quería, Antonio también y ella la necesitaba para salvar a su madre. Iván estaba dispuesto a encontrarla y la protegía con esa única intención, entonces ¿quién se quedaría al final con ella?

Miraba como él acababa su segundo plato de ñoquis con tanto gusto y placer. No conversaba mientras comía, se concentraba en sus alimentos. Para un hombre que invertía tanta energía física y mental en sus actividades diarias, esa manera de comer era indispensable. Su cuerpo y mente necesitaban nutrientes y si él no se los aportaba con la seriedad que correspondía, podía fallar.

Y una falla de él, podía significar la muerte... para ambos.

—¿No tienes hambre? Esta mañana solo comiste unas galletas y un jugo de naranja. —Iván, aunque estaba centrado en su comida, no dejaba de estar atento a cada movimiento de Elena.

—Claro que tengo hambre, pero no puedo comer cómo lo haces tú.

—¿A qué te refieres? Lo que hago es concentrarme en mi comida. Cuando estoy en la mesa, solo somos ella y yo, sin nadie más a nuestro alrededor. Deberías dejar de pensar por un rato, aún nos queda camino por delante y si no comes bien, podrías ser una amenaza para los dos.

Elena sonrió con pesar, aunque le fastidiaba la idea debía darle la razón, dejar de lado sus pensamientos y terminar de comer sus ñoquis.

Iván llamó al mesonero para pedirle un postre. Ella no pudo evitar sorprenderse por la solicitud.

—¿Postre? ¿Cómo haces para consumir tanta comida?

Con seriedad, él apoyó los brazos en el borde de la mesa y entrelazó las manos. Se acercó a su rostro para hablarle en tono confidencial.

—El truco consiste en inclinarte hacia los lados a medida que comes, de esa manera, la comida se asienta en tu estómago para dar espacio a más alimentos.

Iván la observaba con formalidad, como si fuera un médico que te explicaba el mal que te afectaría por el resto de tu existencia. Ella le retribuyó la mirada por una algo desconforme, hasta que no pudo soportar más y estalló de la risa.

—Estás completamente loco. ¿Lo sabías?

El rostro de Iván se transformó. Cada vez quedaba más fascinado con aquella mujer.

—Claro que estoy loco, pero esa risa me hizo perder la poca inteligencia que me quedaba en la cabeza.

Elena perdió la gracia de forma instantánea y se quedó inmóvil frente a él. El momento fue interrumpido por el mesonero que se acercaba para entregarle el postre a Iván. Ella aprovechó la interrupción para esquivar su mirada y concentrarse en la comida, con las mejillas coloradas por la emoción que reprimía.

No volvieron a conversar hasta que regresaron al auto, dispuestos a continuar con la travesía.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella con curiosidad.

—A la fábrica de bolsas plásticas. Han intentado llevarte a ese sitio en dos oportunidades. Algo debe moverse por allá.

Elena hizo una mueca de desagrado sin que Iván lo notara, ese era el último lugar en la faz de la tierra donde quería estar. Allí ocurrieron las desgracias que le cambiaron la vida, pero no tenía una idea mejor. Si quería pistas, debía acudir al sitio que podía aportárselas.

Al llegar al sector donde estaba ubicada la fábrica, Iván estacionó el auto a dos cuadras de distancia del terreno baldío situado en la parte trasera de la instalación y se dirigió a pie con Elena hasta la puerta de hierro que daba acceso al estacionamiento.

—Debimos haber pasado por el frente de la fábrica, para ver si alguien estaba adentro —dijo Elena. No podía ocultar su inquietud.

—Ayer estuve aquí y deje una sorpresita para la policía, no puedo arriesgarme a que vean de nuevo mi auto por la zona.

Ella lo miró desconcertada, sin atreverse a preguntarle por la sorpresita que había dejado para la policía.

Con pericia, Iván logró burlar la cerradura y abrió la puerta. Esquivó el camión cava para evaluar el estacionamiento. Todo estaba tranquilo y en silencio, el portón que daba acceso a la empresa se encontraba cerrado. Desenfundó el arma y continuó sigiloso, al tiempo que cubría a Elena con su cuerpo hasta acercarse al ventanal del galpón. Se asomó con cuidado, pero solo observó desolación. A pesar de la calma, decidió inspeccionar los alrededores y asegurarse de que la instalación se hallaba deshabitada.

Le hizo señas a Elena para que esperara en ese sitio mientras él se asomaba al callejón lateral. Ella no podía evitar sentirse intranquila, ese lugar le traía malos recuerdos. La última vez que estuvo allí no la había pasado bien. Sus manos comenzaron a temblar y los recuerdos a correr por su mente.

A los pocos minutos Iván regresó a su lado, ansioso por comenzar la acción.

—¿Viste algo? —le preguntó ella.

—Sí, creo que hay alguien adentro, deben estar en el área de las oficinas.

—¿Cómo sabes?

—Porque hay una camioneta Silverado color rojo detenida en la calle lateral, cerca del portón.

Como una violenta descarga eléctrica el terror invadió el cuerpo de Elena. Por instinto, se cubrió la boca con las dos manos y miró a Iván con amarga sorpresa. Recordó que aquel fue el vehículo que huyó de la fábrica el día en que asesinó a Leandro.

Iván notó la palidez de su rostro y el miedo que la embargaba.

—¿Qué te pasa?

Elena quedó paralizada. Adentro debían estar los hombres que fueron testigos del homicidio que había cometido.

—¿Elena? —le insistió Iván con el ceño fruncido.

—En esa camioneta secuestraron a mi hermano o a Antonio —le confesó de forma imprevista.

El rostro de Iván se transfiguró, la violencia se reflejaba a través del brillo de sus ojos.

—¿Cómo lo sabes?

Los recuerdos comenzaron a invadir la mente de Elena, sus nervios estaban a punto de estallar.

—Te prometo que luego te lo explicare... ahora solo confía en mí. Son ellos, te lo aseguro.

Iván notó el tormento en su rostro, la ira estaba a punto de vencerlo. Quería sacudirla para que le revelara todo, pero estaba más ansioso por escuchar sobre el dolor que la doblegaba que por los secuestradores de su amigo.

—Intentaré abrir el portón para entrar.

—Mejor te espero aquí afuera mientras tú revisas adentro.

—Entras conmigo, Elena. No te voy a dejar sola con asesinos cerca —le dijo autoritario.

Iván se dirigió al portón de la fábrica y la dejó recostada contra la pared, cerca del ventanal. Elena sentía como su corazón incrementaba el ritmo de sus pulsaciones y las rodillas le temblaban como gelatina. Su mente comenzó a divagar en el pasado. Revivía la mirada lasciva de Leandro y la risa lujuriosa que la atormentaba cada noche.

No solo volvieron los recuerdos, sino las amargas sensaciones. De nuevo, podía sentir la presión que él ejercía sobre su rostro y le dificultaban la respiración, el dolor insoportable por el desgarro de su cuerpo, la sangre tibia que bajaba por sus muslos y las desconsoladas lágrimas que le empañaban la vista... todo, todo regresó, para abrumarla y humillarla.

Cerró con fuerza los ojos y se tapó los oídos para no escuchar sus bestiales gemidos de satisfacción. De pronto, una mano le apretó el brazo y otra le sostuvo la mandíbula para levantarle el rostro. El calor de esa piel la sacaba de sus opresores recuerdos.

—Muñeca, ¿estás bien?

No se había percatado de que estaba casi ovillada contra la pared y lloraba desconsolada. Suplicaba en silencio olvidarse de todo. Tampoco había notado que Iván había logrado abrir el portón e iba por ella para entrar en la fábrica.

—Dime qué te sucede —le pidió.

Elena lo observó por unos segundos con los ojos aterrados y llenos de lágrimas, la presencia de Iván calmaba su ansiedad y la trasladaba al presente. Se aferró a su cuello como si fuera la fuerte rama de un árbol, que evitaría fuera absorbida por la indetenible corriente de un río.

Iván la abrazó y captó su miedo, su dolor y su rabia. Deseaba atraer esos pesares para sí mismo y dejarle el alma purificada. Al sentir cómo temblaba dentro de sus brazos, pudo percibir el calibre del maltrato físico y psicológico del que había sido víctima.

—Sea lo que sea te juro que no se repetirá. No permitiré que vuelvan a lastimarte.

Ella se enganchó más a él y ocultó el rostro en su cuello, sin dejar de llorar su pena. Él la abrazaba con ternura, le acariciaba la espalda y los cabellos; tenía el rostro tenso y la mirada furiosa clavada con saña en la pared.

Pasaron unos minutos hasta que ella recuperó el control de su cuerpo. Con lentitud, se alejó para limpiarse las lágrimas, pero Iván no podía soltarla aún. Con los brazos envolvía su cintura, para brindarle protección.

—Juré que nunca me verían llorar de nuevo —le dijo, con la voz quebrada por los restos del llanto.

—Llorar te ayuda a desahogarte. Además, puedes confiar en mí, no se lo diré a nadie. Será nuestro secreto.

Sus miradas se fundieron. Elena le acarició la mejilla y los tibios labios.

—Gracias...

Esa palabra logró estremecerlo de pies a cabeza. Apoyó su frente en la de ella y se dejó embriagar por el calor de su aliento.

—Dime qué quieres irte de éste lugar y saldremos inmediatamente.

—No. Tenemos que entrar... puedo hacerlo... quiero hacerlo.

—¿Estás segura?

—Sí.

Bajó el rostro y se apoderó de sus labios, para obsequiarle un beso suave, reparador, cargado de afecto. Un beso que le expresaba que el mundo tenía más de lo que le había mostrado, que existía la ternura y el respeto, aunque viniera oculto dentro de un envase maltratado.

Elena sintió que el cuerpo se le sacudía con la delicadeza de sus labios, tan diferentes a los de Leandro. Un alivio renovador invadió cada palmo de su ser y calmó sus miedos y dolores.

Detuvieron el beso, pero mantuvieron sus frentes unidas. Para Iván, su cercanía era un exquisito elixir que lo llenaba de vida y coraje. Pero el deber llamaba. Se aclaró la voz y se irguió para mirarla a los ojos.

—Muy bien, creo que debemos continuar nuestra investigación.

Elena sonrió, se sentía más animada a continuar. Iván consideraba seriamente prohibirle sonreír, sobre todo, cuando su deseo le carcomía las entrañas. Esa sonrisa, poco a poco, se transformaba en una verdadera bomba de tiempo. La apretó contra su cuerpo para darle un caluroso abrazo y le estampó un firme beso en los labios, antes de tomarla de la mano para entrar juntos en la fábrica y así dar continuidad a la misión que tenían impuesta.

Tanto el área de producción como las oficinas estaban vacías. Iván pensó que quizás, los asesinos habían salido en un segundo auto, pero eso implicaba que más de cuatro hombres pudieran rondar la zona. Una cantidad difícil de manejar, más aún con Elena, a quien debía proteger por sobre todas las cosas.

Ella observó cada rincón de las oficinas con nerviosismo, estar en el mismo lugar dónde había sido agredida sexualmente y obligada a cometer un asesinato, era una situación difícil de enfrentar. La presencia de Iván la fortalecía.

Notó que él estaba igual de tenso y eso podía ser peligroso. Que ella tuviera la mente perturbada no era problema, pero que la tuviera él, con asesinos cerca, no era buena señal. Debía encontrar la manera de romper el hielo y relajarlo, así podría estar alerta.

Iván entró en una de las oficinas para inspeccionarla y observó las huellas dejadas por los asesinos: restos de comida, bolsas de alimentos, latas de refrescos...

—Pensé que nada superaría el asiento trasero de tu auto.

Él giró el rostro hacia ella. Sintió el corazón palpitarle de alivio al ver de nuevo una tierna sonrisa en sus labios.

—Ey, soy un hombre ocupado y mi auto es mi oficina.

—Y al parecer, también tu depósito —le dijo con mofa.

—Muy graciosa.

Ambos sonrieron, pero la diversión se perdió al escuchar que un auto se detenía frente a la fábrica.

Iván tomó del brazo a Elena y corrió hacia un pequeño almacén de papelería ubicado al final del área administrativa. La introdujo dentro del cuarto y la ubicó entre unos estantes. Luego sacó su arma y se recostó en la pared al lado de la puerta. Por una rendija podía ver quién entraba y escuchar cualquier conversación.

—Oh, demonios...

Un hombre bajo, vestido de saco y corbata y con poblados bigotes entró molesto, mientras revisaba su teléfono móvil.

—¿Qué sucede ahora?

Detrás de él un moreno alto, vestido con un traje similar, de cabeza rapada y gran musculatura lo seguía, con una bolsa cargada con envases de comida y latas de refrescos.

—Los reemplazos tardarán dos horas en llegar, nos toca hacer sobre tiempo.

Los hombres entraron en la oficina que Iván y Elena habían inspeccionado. El bajito se sentó en la butaca detrás del escritorio mientras el moreno se ubicaba en una silla frente a él y sacaba la comida para colocarla sobre la mesa.

La mitad inferior de la pared de la oficina era de formica y la superior de plástico transparente, lo que le otorgaba a Iván media visión de los hombres.

—¿Qué cambió? —le dijo el moreno al tiempo que olfateaba la aromática comida italiana.

—Fueron asignados a la búsqueda —le respondió el bajito con evidente molestia.

—Ese inspector le da muchos dolores de cabeza al jefe.

—Imbéciles. ¿Cómo es posible que no puedan agarrar a una mujer?

—Creo que no pueden eliminar es al tipo que anda con ella.

—A ese cabrón me lo cargaría en medio segundo, luego agarro a la mujer, se la llevo al jefe y le saco toda la información que él necesite en otro medio segundo.

—Cualquiera creería que eres muy efectivo —dijo el moreno con sarcasmo.

Ambos hombres interrumpieron su conversación por la comida. Iván comenzó a sentirse ansioso, necesitaba saber más. Algo sumamente importante, escondido dentro de la cabeza de Elena, era de gran valor para Lobato. Movilizaba a todos sus hombres y como sabía que él la protegía, pretendía eliminarlo.

Se acercó a Elena y le habló en susurros cerca del oído.

—Escúchame, ángel, voy a salir para sacarles más información a estos imbéciles. Quiero que no te muevas de aquí, ni hagas ningún ruido. ¿Entendido?

Elena se aferró a su camisa y lo acercó más a ella.

—Iván, no.

Sus cuerpos se rozaron. Iván casi enloqueció al sentir que el aliento de Elena le bañaba los labios. Su corazón se propulsó a mil por horas y la sangre le corrió desbocada por las venas. Estaba a punto de volverse incontrolable, pero no podía dejarse dominar por su apetito, su ángel estaba en peligro.

—Todo estará bien, confía en mí.

Le acarició el rostro y le dio un tierno beso en los labios antes de alejarse a la puerta. Los hombres estaban tranquilos, comían despreocupados en la oficina. Iván salió del cuarto agachado para no ser visto y se acercó sigiloso.

Se fijó que en la entrada del cubículo había un estante bajo, con algunos ornamentos y libros. Una vasija de barro con flores artificiales adornaba uno de los tramos, por el tipo de material debía tener algo de peso y podía ser utilizado como un proyectil.

Entró en la oficina de manera intempestiva y sorprendió a los hombres, quienes al verlo, casi se atragantan con la comida.

—Buenas tardes, caballeros.

El bajito escupió lo que masticaba y se levantó para encarar a Iván. El moreno dejó caer su vianda al suelo y comenzó a tantear en su chaqueta en busca de su arma, manteniendo la comida dentro de la boca.

Con velocidad, Iván tomó la vasija de barro, que pesaba más de lo que supuso, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia el hombre bajito. Con precisión le golpeó la cabeza y lo dejó medio inconsciente en el suelo.

Sacó el arma y apuntó al moreno en el rostro. El hombre lo miró pasmado, con los cachetes hinchados como una ardilla por la comida almacenada en ellos.

—Nunca comas cuando estés en el trabajo.

El moreno abrió la boca y dejó caer sobre sus propios zapatos la pasta a medio masticar.

—¿Tu madre no te enseñó modales? La comida no se escupe.

Con la pistola le propinó un fuerte golpe en la nariz y lo lanzó de bruces en el suelo. Luego lo levantó por el nudo de la corbata y lo estrelló con violencia contra la pared, dónde estaba ubicado el estante. El borde superior del mueble alcanzó su espalda y le lastimó la columna.

Iván aprovechó su debilidad para desarmarlo y comenzar el interrogatorio.

—Yo pregunto y tú respondes, si lo haces bien te dejo en paz, en caso contrario, sufrirás más dolor.

—¡Vete al diablo, cabrón!

Iván lo golpeó de nuevo en la nariz con el mango del arma, en el mismo orificio donde le goteaba sangre. El moreno cayó al suelo encorvado por el dolor. Con una mano agarraba su espalda y con la otra, su ensangrentada y desfigurada nariz.

Iván lo levantó del suelo y lo empujó de nuevo contra la pared.

—¿Para quién trabajas?

El hombre no hablaba, sollozaba, con la nariz cubierta por una mano.

—¡Te hice una pregunta! —gritó.

—¡Lobato!

—¿Para qué quiere a la mujer?

—Para follársela una noche entera.

Irritado, Iván volvió a golpearlo, pero ésta vez, con el puño cerrado y en el ojo derecho. El moreno quedó abrumado y cubría con ambas manos su cara.

—¡Pregunte: ¿para qué?!

—No sé, imbécil. La maldita sabe dónde está una carta que le robaron.

—Si la encuentran ¿a dónde la llevaran?

—Aquí, pidió que la encerráramos aquí.

Con rapidez Iván le quitó la corbata para atarle las manos en la espalda, finalmente lo giró y le golpeó el estómago. De esa manera, lo dejaba postrado en el suelo, sin aire. Luego se acercó al bajito que aún se encontraba medio inconsciente y le ató las manos de la misma manera. Lo golpeó con fuerzas en el mismo lugar donde había impactado la vasija, para dejarlo fuera de juego.

Volvió a dirigirse al moreno y continuar con el interrogatorio. Lo levantó del suelo y lo miró con odio.

—¿De quién es la Silverado estacionada afuera?

—¿Qué te importa?

—¡¿Quieres que vuelva a golpearte?!

El hombre lo miró con furia. Uno de los ojos lo tenía achicado por el golpe.

—¡Responde!—le exigió mientras lo estrellaba contra la pared.

—De Aparicio.

—¿Y quién demonios es Aparicio?

—Uno de los empleados de Lobato.

—¿Por qué la dejó aquí?

—Porque está asignado con otro carajo que también tiene auto y se turnan para no desgastarlos.

—¿Qué tipo de auto?

—Un Malibú negro.

Iván maldijo para sus adentros, podría ser el Malibú de los idiotas que acribillaron esa mañana.

—¿Tienen a Antonio Matos?

El hombre rió con dolor. Iván volvió a golpearlo cerca del ojo derecho, con el mango de la pistola.

—¡Maldito miserable, vas a sacarme el ojo!

—¡¿Tienen o no a Antonio Matos?!

—¡No! Escapó, imbécil. Hace dos semanas, Lobato lo busca. Pensó que tú lo sabías y trabajabas para él en busca de la carta.

—¿Y Raúl Norato?

—Ese idiota está muerto.

—¿Dónde?

—No sé, Lobato mandó a que desaparecieran el cuerpo, no sé qué hicieron con él.

Iván guardó silencio por unos segundos. Sabía que aquella noticia debió afectar a Elena.

—¿Dónde tenían a Antonio?

—En la casa de Aparicio.

—¿Y dónde queda eso?

—No sé.

Con rudeza Iván lo sacudió y le estrelló la cabeza contra la pared.

—¡Piensa, imbécil!

—¡Maldito hijo de puta, te dije que no lo sé! Estaba asignado a otro trabajo, no estuve con Antonio ni con Raúl.

—Entonces, ya no me sirves.

Furioso, tomó la silla dónde el moreno estuvo sentado minutos antes y le golpeó la cabeza, hasta dejarlo inconsciente. Miró por unos minutos la escena para recuperar el ritmo de su respiración y calmar su cólera, luego se dirigió al depósito en busca de Elena.

Al abrir, se fijó que ella estaba parada junto a la puerta, impresionada. Había presenciado su interrogatorio y ahora lo miraba aterrada, con el rostro cubierto de lágrimas.

—No me temas, muñeca, no te haré daño.

Retrocedió un paso, sin apartar los ojos de él. Iván se mantuvo inmóvil y estiró su mano hacia ella mientras una intensa punzada le laceraba el pecho. No quería que Elena le temiera. 

—Ven, preciosa, salgamos rápido de aquí antes de que lleguen los demás.

Elena dudó. Por unos segundos observó con recelo la mano que le ofrecía, pero después, la tomó temblorosa. Iván la apretó con suavidad y le acarició el dorso con su pulgar.

—Confía en mí, sabes que no te lastimaré.

Con suavidad la atrajo hacia él y a pesar de que ella se dejó llevar sin reparos su rostro reflejaba miedo.

Sin decir más palabras, la sacó de la fábrica por la puerta del estacionamiento. No hablaron mientras se alejaban, pero sus manos nunca se soltaron.

En ese momento, el silencio era la mejor cura.

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