Capítulo V. Paso firme
—Es un gran placer recibirte en mi oficina, Ariana.
La chica se levantó con petulancia apenas escuchó el saludo de Jacinto, quien la recibió con un refinado beso en los nudillos y una seductora sonrisa.
—Hola, también estoy encantada de volver a verte —le dijo y le dedicó una mirada desafiante.
—Me siento dichoso. Todas las mujeres Norato han venido a visitarme. Ayer fue tu madre y Elena, y hoy recibo tu maravillosa presencia.
Con una sonrisa fingida Ariana disimuló la punzada de celos que se le agolpó en el pecho a causa de la visita de Elena a los Castañeda.
—Sé que mi madre vino porque la invitaste a cenar, pero ¿a qué vino Elena?
—Averigua sobre la desaparición de su hermano. Deberían aconsejarle que se olvide del asunto e intente reiniciar su vida.
—Elena es muy terca y siempre hace lo que le place, no lo más sensato. Anoche ni siquiera fue a dormir a la casa, pero si ella quiere malgastar su vida en eso, entonces, déjala. Algún día cambiará de opinión.
Jacinto la invitó a sentarse en el sillón y le dio la espalda para dirigirse a su escritorio. Se reservó una sonrisa de satisfacción para no inmiscuirla en sus asuntos. Sabía que si Elena no había pasado la noche en su casa, era porque Roberto Lobato había logrado utilizarla como carnada para atrapar al fulano inspector.
—Pero, dime, ¿qué te trae por aquí? —le preguntó sin interés.
—Quiero hablar contigo sobre Leandro, hay un tema que me quedó inconcluso tras su muerte y no puedo arrancármelo de la cabeza.
El hombre perdió todo rastro de alegría. Era insoportable tener que desenterrar recuerdos inquietantes de su hermano cada vez que a alguien se le antojara. Su familia había invertido dinero para cancelar la investigación de su asesinato y esconderla dentro de su propia tumba, no iba a permitir que un manojo de imbéciles sacara a la luz su porquería.
—¿Qué sucede? —preguntó mal humorado.
—Tú sabías sobre la relación amorosa que mantenía con tu hermano. ¿Cierto?
—Tenía alguna información al respecto.
—Nuestra relación fue bastante seria y profunda, pero no podíamos hacerla pública por un asunto que debía resolver con un mafioso.
Jacinto se recostó en la butaca e intentó mantener un rostro inexpresivo. ¿Qué tanto le había confiado el inepto de su hermano a su amante antes de morir?
—Continúa —le exigió.
—Sé que tenía una deuda muy grande con un mafioso, pero había logrado un acuerdo razonable con él. El estafador le exigió entregar su bien más preciado para olvidarse del compromiso y Leandro, tenía una excelente idea para resolver la situación, pero murió antes de lograrlo.
El hombre se retorció en la butaca para sofocar una expresión de burla. No comprendía si la inocencia de Ariana era producto de su dulce personalidad o su falta de inteligencia. Por lo menos, sabía muy bien que esa chica de dulce no tenía ni la sonrisa.
—No sé qué motivó a tu padre suspender las investigaciones del asesinato y a todos ustedes superar con tanta rapidez su muerte, pero yo no olvido igual y aún mantengo ciertos rencores en mi corazón, que espero, sean expiados. Por eso, no puedo evitar sentir repulsión al ver cómo pisoteas la memoria de Leandro y utilizas a sus enemigos para superar las deudas que él pudo dejar en vida —le espetó.
La furia y la sorpresa se peleaban un lugar de honor en el rostro de Jacinto. No esperaba aquel arranque de soberbia de la mujer. Algo que no soportaba, ni estaba dispuesto a permitir, era la crítica de una niña mimada y estúpida.
—¿A qué te refieres? —le preguntó con rudeza.
—Ayer leí el informe que enviaste a un tal Roberto Lobato con mi madre. Por lo visto, le pasas información sobre los pasos de Elena para conseguir una carta que cancelaría la deuda de Leandro. También pude observar el video de ese inspector, que según tú criterio, está interesado en mi prima.
Jacinto se levantó enfurecido y la miró con desafío, arrepentido por haber confiado en la inepta de Carmela. Quería liberar a sus hombres de visitar la casa del mafioso para que no lo relacionaran con él. No podía utilizar la tecnología para pasar la información, porque sospechaba que la policía aún lo tenía bajo vigilancia por lo sucedido con Leandro. Pero haber enviado a esa mujer idiota y traicionera, fue un grave error.
Ariana intentó no flaquear ante su actitud intimidante, estaba decidida a llegar a dónde fuera, a cambio de lograr su venganza.
—Leer correspondencia ajena es un delito, querida mía, y puede acarrear serias consecuencias.
—No me importan los acuerdos que tengas con Lobato, no quiero que Elena ayude a resolver ningún conflicto que tenga que ver con Leandro.
—Hay cosas en esta vida que no se pueden evitar.
—Ella asesinó a Leandro, lo hizo sufrir y me arrancó todos mis sueños y alegrías. ¡Yo lo amaba, aún lo amo! No quiero que mancille su recuerdo, ni mucho menos que alguien se interese en ella. ¡Quiero que muera, pero que sufra de la misma manera en que sufrió él! —dijo con lágrimas en los ojos.
—Esa es una acusación muy seria y sin pruebas puedes meterte en un gran lío.
—No necesito pruebas para saber la verdad. Allá tú si no la crees y permites que tus enemigos se burlen de ti.
Las intensas lágrimas de Ariana impactaron a Jacinto. No existía en el mundo ningún aliado más temerario que una mujer herida, ella era capaz de hacer lo que fuera con tal de ver su dolor sosegado.
La actitud de la joven lo hizo repensar sus estrategias. Tenía que hacerle pagar a Ariana su atrevimiento, pero podía aprovecharse de la ocasión y ganar algunos puntos adicionales con Lobato, al enviarle un obsequio de amistad.
Respiró hondo y se acercó para abrazarla con fingida ternura.
—Tranquila, todo es parte de un plan con intención de hacer justicia. Debemos ser pacientes.
Ariana lo observó, entre confundida y esperanzada.
—¿Qué dices?
—La investigación sobre la muerte de Leandro fue suspendida para evitar que se descubrieran los negocios ilegales que pudieran empañar su memoria, pero eso no quiere decir que nunca supimos la verdad y no hacemos algo para vengar su muerte y cancelar sus deudas.
—Entonces, ¿utilizas a Elena? ¿Vas a hacerla sufrir? —expresó, con una amplia sonrisa en los labios.
—Ella sufrirá, pero podrías colaborar en nuestra causa. ¿Te parece?
—Claro, dime qué puedo hacer.
Jacinto sonrió con perversidad. Estaba seguro de que esa mujer sería una aliada perfecta, que lo ayudaría a solventar sus compromisos con Lobato a cambio de nada. De esa manera, se quitaría el acoso del mafioso de encima.
Ariana esperó atenta las instrucciones de Jacinto. Desde la muerte de Leandro se juró a sí misma no descansar hasta vengarlo, pero no encontraba las maneras de hacer justicia por su propia mano. Ese hombre le ofrecía una buena oportunidad, que ella no iba a desperdiciar.
***
Dentro del Camaro, Iván y Elena se dirigían a la dirección que Jacinto les había entregado, en busca del contador. Él sospechaba que aquello era una trampa para sacarlo del camino, pero no podía ignorar el desafío. Estaba ansioso por encontrar una sorpresa interesante. Buscaba un poco de diversión.
Elena miraba impresionada la cantidad de basura que había en la parte trasera del vehículo. Por más que intentó evitarlo, no podía dejar pasar el comentario.
—¿Nunca limpias el auto?
—Claro que sí, una vez al año o cuando recibo visitas. Pero como no se ha vencido el plazo de la última limpieza y tú llegaste sin previo aviso, no tuve tiempo de limpiar.
A pesar de las graciosas ocurrencias del inspector no podía ignorar el nerviosismo que sentía por la peligrosa aventura en la que se embarcaba. Pensaba que no era necesario actuar con tanta zozobra, que lo mejor era intentar contactarse con Lobato y resolver cualquier malentendido para continuar la búsqueda sin temor a un ataque repentino.
—Inspector Peralta...
—Iván —le interrumpió. Si iba a comenzar un trabajo junto a ella, lo mejor era aclarar ciertos temas.
—¿Iván?
—Mi verdadero nombre es Iván.
—¿Gustavo Peralta, es falso?
—Es parte de mi disfraz —le dijo, con una sonrisa traviesa en los labios.
—Oh... claro —le respondió Elena, sorprendida por el talento que poseían algunas personas para mentir, mantener sus mentiras y hacerlas creer. Ella no contaba con ese don, aunque sabía muy bien ocultar un secreto.
—¿Ibas a decirme algo?
—Sí, tengo un problema y su posible solución. Quizás no sea buena idea, pero... como dijiste que somos un equipo, me parece correcto comentártela.
—Eso me gusta, veo que sigues las reglas.
—Bueno, es que, además... necesito tu ayuda —le dijo un poco insegura.
—¿Qué problema tienes?
—No sé por qué Lobato envió a sus hombres a que me atacaran. Pienso que lo mejor es tratar de comunicarme con él y evitar otra situación como la de ayer.
—¿Y qué piensas hacer?
Iván la miró con desafío. Elena suspiró, tenía la certeza de que él sospechaba lo que quería proponer y estaba segura de que no aceptaría la idea por el peligro que representaba, sin embargo, debía intentarlo.
—En mi teléfono tenía los contactos de algunos de los hombres de Lobato, pero no funciona. Por eso... en caso de que nos volvamos a tropezar con alguno de ellos, yo podría...
—Olvídalo —le dijo tajante.
—Pero...
—Ni lo pienses, no te vas a acercar a esos hombres bajo ninguna circunstancia.
—Pero...
—Dije que no. Si quieres enviarle un mensaje a Lobato déjamelo a mí, ese es mi trabajo. Tú no te acercas a ellos y punto.
—¿Por qué no? —le preguntó molesta.
—Porque lo que busca es atraparme, debe saber quién soy y que tú eres una de mis mejores piezas. Si permito que te acerques a sus hombres le daría en bandeja de plata mis avances y eso está fuera de discusión.
Elena, enfurecida, se hundió en el asiento con los brazos cruzados en el pecho y el ceño fruncido. Quería evitar un nuevo enfrentamiento, no obstante, le parecía que los asesinos que la habían atacado no esperarían que ella se explicara, ni estarían dispuestos a servir de mensajeros. Tenían instrucciones precisas y las cumplirían al pie de la letra.
—No puedo ser tan importante para Lobato, esto puede poner en peligro a mi madre.
—Si no fueras importante no perdería tiempo ni recursos en amenazas. Mucha gente trabaja para él, con la que podría ubicar a tu hermano y la carta. Te retiene por alguna razón. Y si mis sospechas son ciertas, entonces yo me acabo de meter en el lío más grande de mi vida al tenerte conmigo y romper cualquier tipo de comunicación entre ustedes.
—Si hubiera otra razón me la hubiera dicho. Esa carta es muy importante para él y no sé por qué piensa que soy la única que puede encontrarla. Si no le doy señales de vida, será capaz de asesinar a mi madre.
—Si quisiera matar a tu madre ya lo habría hecho. Un hombre como él no necesita excusas para eliminar a alguien. Y si está convencido en que eres la única que puede llegar a la carta, entonces, debe ser así.
Elena se quedó en silencio, con la mirada fija en el camino. Iván la observó por algunos minutos, quería apreciar en sus facciones la verdad que escondía. Su instinto comenzó a agitarse, se daba cuenta de que ese trabajo no iba a ser tan fácil como pensaba. Fue a Maracay con la sencilla tarea de ubicar a su amigo desaparecido y la carta que los incriminaba en un delito, pero se topó con un maravilloso ángel que, además de invadirle el alma, le complicaba la existencia.
Sin embargo, no podía negar que aquel trabajo comenzaba a agradarle. Esa mujer con su sola presencia, lo transformaba de pies a cabeza.
—¿Crees que sea posible que los hombres que me persiguieron anoche, al ver que desaparecí, me busquen en mi casa? —le preguntó preocupada.
—Es posible.
Verificar la peligrosidad de la situación la perturbó. Su tía y su prima aún permanecían en su casa, si ella no estaba las torturarían para sacarles información. Por su culpa, alguien más podría morir.
—Debo ir con urgencia a mi casa —expresó inquieta.
—¿Qué?
—Allá está mi prima y mi tía, ellas no saben nada sobre esta situación. Pueden sufrir algún inconveniente por mi culpa. Detén el auto, yo iré mientras tú buscas al contador.
—Oh no, preciosa, tú no te separarás de mí hasta que todo esté resuelto —le aseguró.
—¿Acaso estoy secuestrada?
—Míralo como quieras, pero de ahora en adelante tú y yo ocuparemos el mismo espacio y respiraremos el mismo aire, por lo menos, hasta que logre cuadrar todas las cuentas.
—¡Debo ir a verificar si mi prima y mi tía estén bien! —Elena casi le rogó. No podía vivir con más culpas en el alma.
—I-RE-MOS. Tú y yo, pero cuando terminemos con el tema del contador. ¿Entendido?
El iremos Iván se encargó de recalcarlo con firmeza. Elena tenía que entender que ese ya no era un asunto solo suyo, no estaba sola y debía agradecer que fuera así. Hizo una teatral mueca de fastidio y se hundió de nuevo en el asiento con los brazos cruzados. Iván sonrió divertido al ver su reacción, pero prefería verla molesta que en peligro. Además, para él sus pucheros eran tan sensuales que le encantaría disfrutar de ellos por el resto del día.
Al llegar a la casa del contador estacionó el auto a una distancia prudencial. Así podía evaluar el sector.
—¿Qué hacemos? —preguntó Elena, después de algunos minutos de silencio sepulcral.
—Esperar.
—¿Qué esperamos?
—Algún movimiento.
Media hora después ella comenzó a inquietarse. No hacían otra cosa que estar sentados con la mirada fija en la casa del contador, ubicada a varios metros de distancia, y en la orilla contraria de la calle.
—¿No estamos un poco alejados? Desde aquí no veo bien.
—Debemos mantenernos a esta distancia. Si hay asesinos al acecho no podrán vernos.
—¿Cuánto tiempo se supone que debemos esperar?
—Todo el día si es necesario.
—¿Todo el día? —le preguntó desconcertada.
—Estas muy impaciente, muñeca. —Iván la miró con falsa sorpresa. Disfrutaba de la compañía de Elena, pero no podía bajar la guardia. Él conocía bien los desafíos que se presentarían si eran sorprendidos por sus enemigos.
—¿Impaciente? ¿Y por qué debería estarlo? Solo llevamos casi una hora aquí sentados mientras vemos cómo el resto del planeta vive —respondió ella en tono mordaz.
—¿Tienes alguna otra idea?
Elena le torció los ojos y volvió su mirada a la calle. No sabía qué movimientos sospechosos debía apreciar. El lugar era una típica zona de clase media, con casas comunes, gente que entraba y salía de sus viviendas, mascotas que merodeaban el lugar con indiferencia y autos que rodaban por la calle o estaban aparcados a la orilla de la acera. Nada estaba fuera de los parámetros normales y eso la enervaba.
—¿Crees que Jacinto nos mintió y nos dio una dirección falsa? —le dijo. Iván la observó confuso.
—¿Nos mintió?
—Él te envió a esta dirección y me la dio para que te siguiera.
—¿Ibas a seguirme? —quedó intrigado por esa confesión. Al salir del club, estuvo planificando cómo la abordaría para secuestrarla, sin levantar tantos aspavientos, pero no esperaba enterarse de que ella había tenido la intención de seguirlo.
—Sí, me dijo que seguramente tú trabajabas para Antonio Matos y podías darme más información sobre el paradero de mi hermano. Por eso, te seguí. Quería interrogarte.
—¿Y qué pretendías hacer: acecharme, pegarme en la cabeza con una sartén y torturarme con una lima de uñas hasta que te diera toda la información que necesitas?
Elena lo miró furiosa, tendría que demostrarle a ese hombre que ella era capaz de hacer mucho más que simples proezas femeninas.
—No... tengo mis propios métodos.
Iván quedó aguijoneado por esa provocación, que casi se olvidaba del trabajo que debía hacer para seguirle el juego a la mujer; pero prefirió morderse la lengua y tragarse las ganas de preguntarle por sus métodos, ansiaba que sus labios, lengua y manos tuvieran mucho que ver en sus torturas. Sin embargo, no estaba en un buen lugar para hacer volar su imaginación. Eso lo haría perder el norte y quedar como un blanco perfecto para sus enemigos.
Era urgente cambiar el tema de conversación.
—¿Fuiste al club para saber de tu hermano? —le preguntó.
—No. Necesitaba hablar con Jacinto sobre Antonio Matos.
—¿Qué necesitas saber de él?
—Solo quiero ubicarlo, no sabía que también estaba desaparecido. Creo que es el único que puede decirme dónde está Raúl.
—¿Y al encontrar a Antonio pensabas enfrentarte a él para sacarle información? —A Elena le molestó el tono burlón que utilizaba Iván. Se había esforzado por conseguir la poca información que manejaba. No estaba dispuesta a que opacaran sus logros.
—Sí, de alguna manera lograría que me la diera.
—Claro, con tus métodos.
Él no pudo evitar que el ardor de los celos lo atormentara, al imaginar que su amigo podría disfrutar de los métodos de persuasión de su ángel. Definitivamente, eso era algo que nunca iba a permitir que sucediera.
—Lo único que quería es que me dijera dónde está Raúl. Estoy segura que mi hermano llevaba la carta encima cuando desapareció —le confesó con melancolía.
—¿Por qué supones eso?
—He revisado mi casa hasta en el último rincón y no está allá, tampoco está en la fábrica, la policía se encargó de registrarla tras la muerte de Leandro. El único lugar que me queda por revisar es en la ropa de Raúl.
—¿Y si la escondió en algún otro sitio?
—Él no tenía otros lugares dónde ocultar un documento tan importante.
—¿Sabes cómo encontró esa carta?
Iván necesitaba llegar a la causa del problema. Era importante conocer los medios que utilizó Raúl para obtener el documento. De esa manera, alcanzaría la fuente de los hechos y evitaría futuros inconvenientes.
—Según Lobato, mi hermano se la robó a Antonio.
—¿Qué información te dio Jacinto?
—Ninguna, me dijo que no conocía a Antonio. Aunque, creo que miente.
—¿Por qué?
—Decía que no conocía a Antonio, pero hablaba de él como si tuviera la seguridad de que era un mafioso. Él oculta algo.
Iván observó los autos estacionados en los costados de la calle con mayor detenimiento. Si Jacinto sospechaba que él trabajaba para Antonio Matos y tenía alguna información sobre la carta, debió suponer que seguiría a Elena. Así, sería un blanco fácil para Lobato.
Eso le confirmaba que la mujer no era más que un cebo y que Jacinto trabajaba para el mafioso. Al destrozar sus planes lo buscarían en cada rincón del planeta para recuperar a la mujer. Sabían que él tenía esa dirección y que en algún momento se llegaría hasta allí para confirmar la información. Ese lugar era un sitio idóneo para acorralarlo.
—¿Qué instrucciones te dio Lobato cuando te envió por la carta?
—Que al encontrarla se la entregara solo a él y en persona, no a través de ningún emisario. Y que no hablara con nadie sobre este asunto.
Iván quedó más confundido, no entendía cuál era el verdadero interés de Lobato en Elena. Si lo que quería era la carta, daba igual quién se la entregara. No era necesario que se la diera ella en persona.
—Por lo que cuentas, el soplón de Lobato es Jacinto. De seguro, cuando saliste del club se comunicó con él para notificarle tus averiguaciones y las mías.
—¿Por qué haría eso?
—No sé, esas serán más intrigas qué debemos aclarar. La carta de ninguna manera amenaza a Lobato, sino a Antonio. Él quiere utilizarla para destruirlo y si aún está tan interesado, es porque tanto Antonio como tu hermano podrían estar vivos. Pero eso sigue sin explicar por qué eres tan importante para él. Tiene miles de formas de encontrar la carta, no necesita amenazarte para que la busques ni obligarte a entregarla en persona.
—Estupendo. Ahora resulta que soy una pieza de gran interés para un mafioso —expuso con resignación.
—No, muñeca, de ahora en adelante eres mía y solamente mía, de nadie más.
Elena lo observó con desconcierto y sintió una extraña emoción en el estómago que la asustó. Ese hombre era muy atractivo y atrayente, pero no podía olvidar que era un delincuente, tal vez, de la misma calaña que Lobato y Matos. Involucrarse con él significaría envolverse en una vida oscura y difícil.
Iván se irritó al notar que de nuevo, había perdido la cordura frente a esa mujer. Sin embargo, esperaba que sus palabras produjeran gritos, golpes o furia incontrolable, pero nada de eso llegó. Su silencio fue un mensaje para él, una pequeña posibilidad de que podía existir atracción mutua. Esa idea le esfumó la rabia y le alborotó los sentidos. Lo hizo experimentar emociones desconocidas.
Para su tranquilidad, la llegada de un sospechoso Malibú negro de vidrios polarizados lo sacó de sus divagaciones. El auto se detuvo frente a la casa del contador, pero sus tripulantes se quedaron adentro y mantuvieron los vidrios cerrados. Su instinto enseguida se disparó y se puso en alerta.
Fijó la mirada en el vehículo. Minutos después, un sujeto vestido de saco y corbata, con lentes oscuros y de cabellos rubios, salió y se apoyó en el auto para otear los alrededores. Iván tenía tiempo sumergido en la delincuencia, sabía identificar cuando estaba frente a un ciudadano común o a un pervertido recién salido de prisión.
Sacó una de las armas que escondía bajo el asiento y la cargó entre las piernas, al tiempo que el rubio divisaba el Camaro.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Elena al ver lo que hacía.
—Pasa al asiento de atrás.
—¿Por qué?
—¡Haz lo que te digo!
Sus palabras fueron duras, acompañadas de una mirada amenazante y una postura arrogante. Elena no tuvo más opciones que obedecer. Si se desataba una guerra, ella sería el mejor blanco para los enemigos.
Iván encendió el auto y lo aceleró sin moverlo del sitio, el rubio entró enseguida al Malibú al captar su advertencia.
—Elena quiero que te ocultes entre los asientos y no salgas de ahí hasta que te lo permita —le ordenó.
—¿Qué vas a hacer?
—Ponerte a salvo, muñeca... y llevarme una sorpresita de la piñata.
Iván volvió a acelerar el Camaro y el Malibú le respondió de la misma manera. Sus contrincantes aceptaban su invitación.
Con una perversa sonrisa dibujada en el rostro, y con el arma y el volante sostenidos con firmeza entre las manos, comenzó la fiesta. Esos eran los momentos que más adoraba de su trabajo, cuando la acción estaba a punto de comenzar.
—Elena, haz lo que te dije. ¡Ocúltate!
Ella obedeció. Se acostó entre los asientos y sobre la basura olvidada.
Iván necesitaba verles las caras a sus enemigos y saber con cuántos se enfrentaba. Puso en marcha el auto y al pasar por el lado del Malibú, frenó y apuntó el arma hacia conductor.
Sin mediar palabras detonó un disparo, para reventar las ventanas delanteras del vehículo. De esa manera, pudo apreciar a tres contrariados hombres que comenzaron a hurgar entre sus ropas en busca de sus armas.
Aceleró el auto y se alejó del lugar. El Malibú giró en U hasta obligar a una de las ruedas subir sobre la acera para completar el giro e iniciar la persecución.
—¿Qué sucede? —Elena estaba asustada. Aquello comenzaba a ser aterrador.
—¡No te levantes, quédate dónde estás!
Iván intentó mantenerse alejado del auto negro sin que lo perdieran de vista, necesitaba llevarlos a un lugar apartado para encargarse de la situación. Sin inocentes ni policías que estropearan sus estrategias.
Se aventuró por un terreno dividido en parcelas y sembrado de rústicas viviendas armadas con láminas de zinc. El Malibú no estaba cerca, pero sabía que lo seguirían hasta el fin del mundo.
Se detuvo al final del camino y apagó el vehículo frente a un cercado de alambre, que separaba las parcelas de un terreno baldío.
—Elena, pásate al asiento del conductor.
Salió del auto y enfundó el arma en la parte trasera de sus pantalones. Esperó a que Elena ocupara el asiento, luego le tomó el rostro entre las manos y se acercó para hablarle con tranquilidad.
—Escúchame, ángel, sé que no hemos tenido tiempo para conocernos, pero debes confiar ciegamente en mí. Quédate aquí, cuando ellos vengan querrán sacarte del auto para llevarte, no permitiré que te hagan daño, te juro que te protegeré.
—Pero, Iván...
—Tranquila, confía en mí.
Por unos segundos, se miraron a los ojos, con las respiraciones aceleradas. Iván acarició las frías mejillas de Elena con los pulgares y la besó en los labios.
Fue un beso corto pero profundo, que logró embriagarlos con su dulce sabor. Para Iván, aquellos deliciosos labios se convirtieron inmediatamente en su único interés en la vida. Una posible soga que le permitiría salir del hoyo de miseria y violencia donde se hallaba desde hacía veinte años.
Cerró la puerta del vehículo y se dirigió en dirección a la vivienda más cercana, con la mirada fija en los brillantes ojos de Elena.
—Confía en mí —le susurró.
Ella asintió, sin dejar de observar cómo se perdía entre la débil armadura de zinc. Al salir de su campo de visión, se acomodó en el asiento y tomó con fuerza el volante. Saboreó sus labios y recordó el beso más intenso y fascinante que le habían dado en toda su vida. Olvidó por un breve momento la eminente amenaza que se acercaba.
Un auto frenó con brusquedad cerca de ella. Elena se sobresaltó, pero mantuvo la calma. Escuchó unas firmes pisadas aproximarse y el martilleo de varias armas que cargaban sus cartuchos. El cañón de una pistola se posó en su sien al tiempo que una voz ronca le hablaba con ferocidad.
—¿Dónde está?
***
Iván se ocultó en la construcción con el arma sostenida entre las manos y el corazón aprisionado en el pecho. Odiaba dejarla a merced de los imbéciles asesinos, pero debía obtener algún tipo de ventaja para atacarlos.
Vio cómo el Malibú se estacionaba cerca del Camaro y se bajaban tres hombres armados. Dos de ellos se acercaron con cautela a Elena mientras rodeaban su vehículo y el tercero, el rubio, se quedaba cerca del auto, atento a las viviendas de la zona.
Le preocupaba el hecho de que el lugar se encontrara desolado. Era frecuente que aquellas parcelas estuvieran habitadas por ciudadanos que cuidaban los terrenos para evitar invasiones, hasta que el gobierno les construyera las casas. La soledad era asfixiante, pero al escuchar unos sigilosos pasos que se acercaban y sentir el cañón de un arma posarse en su espalda, se dio cuenta de que las viviendas no estaban tan deshabitadas como aparentaban.
—¿Cómo se atreve a entrar en mi propiedad? —Una voz añeja le habló con severidad. Iván se quedó inmóvil y maldijo en silencio su falta de concentración.
—No quiero invadir, amigo, solo protejo lo que es mío.
—¿En mi casa?
—Me escondo para atacar por sorpresa a los agresores de mi novia. Pensé que la vivienda estaba abandonada.
Era experto en inventar excusas para librarse de algún problema y esa ocasión, no iba a ser una excepción.
—Pues no lo está... y esa chica, la que sacan de ese auto. ¿Es su novia? —le preguntó el hombre con curiosidad. Iván miró con furia a través de una pequeña separación entre las láminas de zinc, cómo uno de los hombres sacaba a Elena a empujones del auto y la presionada contra la carrocería para apuntarle el arma en el pecho, mientras el otro revisaba el Camaro.
—Sí, es mi novia. Abandonó a su marido hace una semana y se vino a vivir conmigo. El hombre es un millonario con una gran mansión en las afueras de la ciudad y no acepta haber perdido a su mujer por un imbécil desempleado y sin hogar como yo.
El silencio reinó por unos minutos.
—¿Alguno de esos tipos, es el novio?
—No, el muy cobarde no me da la cara. Manda a sus matones para eliminarme y llevársela de vuelta a su mansión.
—Malditos ricachones miserables —dijo el hombre mientras escupía en el suelo y bajaba el arma.
Iván se giró hacia él y vio como el residente sacaba un teléfono móvil, tan grueso como un ladrillo, y marcaba un grupo de números. Era bajito y obeso, y portaba un desgastado sombrero vaquero en la cabeza.
—Tranquilo, hermano, entre pobres nos defendemos, si no, ¿quién nos defenderá? A mí también me quitaron a mi mujer mientras cuidaba la parcela en la que le construiría una casa.
Iván escuchó cómo el hombre daba instrucciones por teléfono a los vecinos, ocultos en las demás viviendas. Al parecer, todos estaban armados.
—Necesito, por lo menos, a uno vivo para interrogarlo y que mi novia no sufra ningún daño —le pidió.
—No te preocupes, hermano. Somos expertos.
Una grotesca sonrisa se dibujó en el rostro del hombre. Iván regresó la mirada hacia Elena, la habían trasladado al Malibú y pretendían meterla dentro del auto, pero ella era tan testaruda que se negaba a entrar y luchaba contra sus agresores para zafarse de su agarre.
No pudo evitar sonreír orgulloso. Esa mujer era terca y sagaz, justo el tipo de mujer que le encantaba.
***
—Estás equivocado si piensas que entraré de forma voluntaria en ese auto —dijo Elena. Estaba aterrada, pero el miedo la enfadaba aún más.
—Mira, amorcito, te lo advierto, no me hagas perder la paciencia. Si no entras por las buenas y me dices dónde carajo está el idiota con el que andabas, te haré tragar toda tu rabieta.
—Haz lo que quieras, pero no voy a entrar y no te voy a decir nada.
Elena se enfrentó con valentía a sus verdugos, decidida a luchar hasta el final. El hombre la miraba con furia, era unos buenos centímetros más alto que ella y más fuerte, pero eso no amilanaba su gallardía. Al contrario, le hacía hervir más la sangre.
—O me sueltas o serás tú quien tendrá que atenerse a las consecuencias —lo amenazó.
—Métela rápido en el auto y larguémonos de esta pocilga, el olor a orine me aturde —dijo el rubio, que no se apartaba del Malibú.
El hombre recorría con la mirada el lugar, inquieto por la tensa calma. El que revisaba el Camaro estaba impresionado por la cantidad de desperdicios que sacaba del auto. Lanzaba botellas, latas vacías de cerveza y envoltorios de alimentos en el terreno.
—Este auto es un asco, mejor dejamos los desperdicios en esta cochinera y lo llevamos también para inspeccionarlo en la fábrica.
Varias láminas de zinc cayeron al suelo en la vivienda ubicada al otro extremo de la calle. El ruido ensordecedor sobresaltó a los tres asesinos y a Elena. Dos hombres toscos y corpulentos salieron con sus escopetas apuntadas hacia ellos. Lo mismo ocurrió en cinco residencias más, incluso, en el rancho dónde se encontraba Iván.
A Elena el corazón le saltó de alegría, pero se quedó muy quieta viendo la escena.
—¿Con qué están afectados por el olor de estas pocilgas y pretenden dejar su basura en nuestra cochinera? —dijo con burla el hombre del sombrero. Sus otros siete compañeros le apoyaron el chiste y rieron con sonoridad.
Elena se mantuvo inmóvil, esperaba alguna indicación de Iván para volver a respirar. Enseguida, el asesino que la tenía apresada la colocó frente a él y le apretó el cuello con un brazo mientras le apoyaba el arma en la sien.
—Si se acercan, la mato.
Iván clavó una mirada mortal en el hombre, perdió interés por el resto de la humanidad. Lo único que su mente procesaba era al idiota que se atrevía amenazar a su ángel.
—¿Qué hacemos, hermano? —le preguntó el hombre del sombrero.
—Encárguense de los otros, que yo me ocupo de ese cobarde.
Iván se acercó a ellos. El asesino se inquietó.
—Quédate donde estas Peralta o pierdes el premio. Lo mejor para ti, es que escuches nuestras exigencias.
—No estoy acostumbrado a escuchar exigencias de quién me amenaza y menos, a perder lo que me pertenece. Suéltala y no te atrevas a dañarla, o me veré obligado a perforarte la tapa de los sesos.
El asesino sonrió con mofa, sin soltar ni un segundo a Elena. Estaba decidido a irse de allí y sabía que ella era su único boleto de salida.
Los otros dos hombres miraban preocupados la desventaja que se les presentaba, aferrados a sus armas. Eran nueve contra tres, y aunque uno de ellos tenía a la chica, sabían que de allí no saldrían ilesos.
—No perderemos más tiempo, entraremos en el auto con la mujer y nos iremos. Si alguno intenta algo, la mataré.
—Suéltala, es la última vez que te lo advierto —lo amenazó Iván.
—Olvídalo, Peralta, lo que te interesa es la carta no la chica, mi jefe tiene cierto interés en ella. Sigue tu camino y déjanos en paz. Es lo mejor para los dos bandos.
En el preciso instante en que el asesino dio un paso para entrar en el auto, nueve armas se cargaron como reacción a su movimiento. El hombre apretó más el cuello de Elena y la hizo gemir por la falta de aire.
Iván se activó al escuchar su quejido y le dirijo a su contrincante una mirada letal.
—Te lo advertí.
Un solo disparo salió de su arma y se estrelló en la mano que sostenía la pistola del asesino. Por instinto, el hombre la dejó caer al suelo y soltó a Elena para retorcerse de dolor.
Liberada de su opresor, ella corrió hacia Iván, pero cuando el arma chocó contra el suelo se activó el gatillo y se escapó un tiro.
Bastó ese único error para que se desatara el infierno.
Un enjambre de balas comenzó a volar de un lado a otro, sin dirección específica. Los ocho residentes y los dos asesinos que quedaban armados, comenzaron a descargar sus cartuchos.
Iván tumbó a Elena en el suelo y la cubrió con su cuerpo mientras se acababan las balas de las diez armas. Cuando ya no se escuchaban más disparos levantó con precaución la cabeza para evaluar la situación. Los tres asesinos estaban heridos, con varios tiros en el cuerpo, y un coro de risas mordaces retumbaba en el ambiente.
No pudo evitar sonreír también, por el completo desgaste de recursos que se había producido solo por tres idiotas.
—No le veo la gracia.
La voz de la mujer fue como un fuerte llamado que atrajo su atención. Bajó el rostro y quedó absorto en el brillo acaramelado de sus ojos. Estaba acostada de espaldas en el suelo, acurrucada entre sus brazos.
En ese momento se percató de la delicadeza de la situación. Sentía por completo el cuerpo de Elena en su piel, a pesar de que la ropa de ambos intervenía como un cruel muro de contención. Las curvas de sus generosos pechos, sus caderas y el calor de su vientre despertaban sus instintos más salvajes. La cercanía de sus deliciosos labios, que entreabiertos hacían un esfuerzo por respirar, lograba que sus fuerzas flaquearan.
Allí se dio cuenta que la deseaba con un ardor más allá de su comprensión, hecho que se convertía en un asunto peligroso, para ambos.
—Te salvé otra vez, muñeca. Tu deuda se incrementa súbitamente.
Elena lo miró con el ceño fruncido y el rostro serio.
—De nada te servirá haberme salvado de los disparos si vas a matarme aplastada en el suelo. ¿Puedes hacer el favor de levantarte para poder respirar?
Con una amplia sonrisa, Iván se apartó y la ayudó a ponerse de pie. En la lejanía se escuchaba el sonido de sirenas de la policía que se acercaban.
El hombre del sombrero se paró a su lado, aún reía con ánimo.
—Hermano, mejor se va con su novia antes de que llegue la policía. Nosotros nos encargaremos de los heridos. El ex marido de su mujer de seguro, entenderá el mensaje.
—Gracias, amigo, sin su ayuda no lo hubiera logrado —le dijo Iván y estrechó su mano.
—Ya le dije, si no nos ayudamos entre pobres ¿quién nos ayudará? Lamento que no tengas tiempo para interrogar a uno, pero mejor se van. La policía no debe tardar en llegar.
El hombre, ayudado por un muchacho joven, abrió el cercado de alambre y le dio paso al Camaro hacia el terreno baldío.
—Sigan ese sendero y saldrán a una zona industrial, de allí, podrán tomar el camino a Maracay o hacia la autopista.
Iván les agradeció de nuevo el apoyo y se dispuso a alejarse antes de que la zona fuera tomada por la ley. Elena quedó perturbada por el enfrentamiento, pero satisfecha por haber salido ilesa de ese ataque. Si aquellos asesinos se la hubieran llevado, la torturarían para sacarle información sobre Iván y Antonio Matos. Y de esa agresión no hubiera salido viva.
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