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Prólogo ✡

Ruidos de pelea se escuchan en la planta de arriba, el pequeño chico castaño se aferra aún más a mi cuerpo, si es que eso es posible.

Lagrimas caen por mis mejillas, pero las limpio enseguida. Debo ser fuerte por él, se lo prometí a mamá.

Gracias a mi desarrollada audición puedo escuchar todo lo que sucede, agradezco que él no pueda hacerlo o estaría mucho más asustado.

Su pequeño cuerpo tiembla junto al mío, lo abrazo con todas las fuerzas que tiene una pequeña niña de solo cinco años.

—Se la llevaran sobre mi maldito cadáver —mamá se escucha furiosa.

—Tarde o temprano la encontraremos, Keyla —responde una voz desconocida—. Tú sabes que su destino ya está escrito.

Él nunca, nunca obtendrá el poder de mi hija —espeta mi padre.

—Eso ya lo veremos, Vicent Deveraux...

De un minuto otro los ruidos de pelea terminan, suelto un suspiro. Me relajo un poco, aunque no bajo la guardia.

Desde hace unos años sé que no soy igual a otros niños, y que nunca lo seré. En mi mundo nunca debes bajar la guardia. Mis padres me enseñaron que si debo defenderme lo haga sin importar la vida del enemigo, porque a ellos no les importará herirme o incluso matarme con tal de obtener lo que quieren.

El pequeño castaño sigue abrazándome, sin embargo ya no está temblado. No se escucha ningún ruido, pero las instrucciones de mi padre fueron claras.

—Hija, no salgas, no importa lo que pase, no salgas de aquí y cuida a Seth —su tono de voz es serio—. Nosotros vendremos a buscarlos luego, cuando todo termine. ¿Entendido?

Sí, papá —asiento—. Lo cuídate con mi vida, no te preocupes.

Te amamos, Kelly —mi madre me sonríe—. Nunca lo olvides.

Eres la luz de mis ojos y siempre lo serás, pequeña y dulce Kelly —musita papá.

—Yo también los amo —les doy un gran abrazo—. Y mucho.

Mamá se agacha a la altura de Seth y revuelve su cabello.

También te amamos mucho a ti, Seth —besa su mejilla—. Eres un gran chico.

Cuida a esta loca curiosa mientras tanto —bromea papá—. Volveremos, lo prometo.

Sin decir nada más desaparecen por la puerta del sótano.

Olor a humo llega a mis fosas nasales. Al principio es tan leve que no se distinguía, pero con los minutos comienza a aumentar, al igual que mi preocupación.

Intento buscar una salida que no sea la puerta, no hay nada, estamos en un sótano sin salida.

Hago lo único que encuentro conveniente. Cierro los ojos e imagino que hay un campo magnético que protege al pequeño y a mí del fuego. Ocupo toda mi concentración, siento una energía recorrer mi columna vertebral y me estremezco levemente.

Al abrirlos veo que funciono y me lleno de felicidad, era un hechizo difícil que venía practicando con la mejor amiga de mi madre desde hace una semanas, nunca dio resultados hasta ahora.

Recuerdo sus sabias palabras: "Muchas cosas alimentan el poder de una bruja, el miedo es una de esas cosas, Kelly".

El miedo a que le pasara algo malo a Seth me ayudo. Mis padres estarán muy orgulloso cuando se los cuente.

El pequeño curioso pone su mano en la pared invisible antes los ojos humanos y sonríe, una sonrisa que me contagia.

El humo es cada vez más y me preocupa el no saber si mis padres están bien. Me dijeron que no tardarían tanto, y este tiempo se me ha hecho eterno.

«Debes ser fuerte, Kelly, todo estará bien», me repito.

El olor a humo me está comenzando a marear ya que la barrera solo nos protege del fuego y no del olor. Aún no tengo tanto poder para lograr eso.

El chico a mi lado no tiene problemas con eso ya que mis padres le entregaron una mascarilla. A mí no, esto no me matará solo me llevara a la inconsciencia.

Mis parpados se sienten débiles, pero lucho por mantenerlos abiertos con dificultad. Tengo que estar despierta por él. Sus pequeñas manos se entrelazan con las mías en forma de consuelo, pero ya no hay mucho que hacer, comienzo a ver borroso.

La puerta se abre de golpe y lo último que veo antes de caer en la oscuridad es una figura masculina de cabello rubio con expresión triste y preocupada.

                            ✡ ✡ ✡

Me abrazo a mí misma mientras observo a las personas en la pequeña sala de interrogatorios. Hace ya un par de horas me sacaron de la casa y me dijeron la fatal noticia.

—Señorita... Deveraux —dice el oficial a cargo con sutileza—. ¿Podría relatar lo ocurrido en la mansión?

Miro a mi hermano mayor adoptivo el cual asiente. Aún estoy en shock, respirar se me hace difícil y no estoy segura de sí mi corazón late. Intento responder, pero mi cerebro esta en blanco. Mis manos tiemblan, mis ojos están hinchados y rojos de tanto llorar.

Debo decir una mentira sobre lo que ocurrió y no puedo pensar en nada más que no sea la muerte de mis padres a manos de esos vampiros.

«Vamos, Kelly. Piensa».

—Ve-velas —balbuceo, él me mira con el ceño fruncido—. A mi mamá le encantan, encantaban —me corrijo, un nudo se instala en mi garganta.

Los oficiales se dan una mirada entre ellos, deben creer que estoy loca, pero es lo único que se me ocurrió decir. Les daría un infarto si les explico lo que sucedió en realidad, o me enviarían al psiquiátrico.

—¿Un incendio con velas? —cuestiona otro oficial, incrédulo.

Envuelvo mis pequeños brazos alrededor de mis piernas, y clavo mis uñas en estas. Por primera vez me siento diminuta ante tantas miradas, solo quiero que esto acabe o que me digan que es una pesadilla.

Estoy rota en mil pedazos...

Me aclaro la garganta antes de volver a mentir.

—Estábamos comiendo en la cocina, de repente comenzó a salir olor a humo —lagrimas caen por mis mejillas—. Mamá fue a revisar y dijo que se había caído una vela al lado de la cortina... y ahí comenzó todo.

Me tienden un vaso con agua, me lo tomo al seco con manos temblorosas. Tengo que hacer que esto sea creíble, es lo que me repetían los hermanos Patterson cuando veníamos de camino.

Pero, ¿cómo pensar en otra cosa cuando sabes que tus padres murieron hace un par de horas?

La estúpida luz de la habitación me molesta al igual que sus penetrantes miradas. El oficial frente a mi anota todo lo que sale de mi boca en su bloc de notas.

—Ningún cuerpo fue encontrado en la escena –explica con suavidad—. ¿Vio a alguna otra persona ahí?

—¿O usted los movió? —cuestiona otro.

Frunzo el ceño. Puedo tener cinco años, pero no soy idiota, sé que este último oficial no cree mi versión.

—¡Por favor! —exclama Aiden con impaciencia—. Es una niña, ¿cómo diablos movería dos cuerpos en menos de una hora?

Los oficiales murmuran una disculpa y asiento con la vista fija en el suelo, me siento... vacía.

—Aun así es importante que nos diga todo lo que recuerda, todo sirve —habla el oficial a cargo—. Solo encontramos restos de sangre y cenizas por todo el lugar, ¿recuerda otra cosa?

—No... —susurro—. Mi padre me encerró en el sótano diciendo que todo estaría bien, ¿puede que estén vivos? —la esperanza tiñe mi voz.

Se miran entre sí y niegan apenados. Un sollozo se escapa de mis labios sin que pueda retenerlo, unos brazos me aprietan con fuerza y por su olor sé que es Aiden.

—Creo que ya es suficiente por hoy —dice con firmeza—. Es mucho para procesar a su corta edad. Además usted lo dijo, el lugar quedo hecho cenizas.

—Si recuerda cualquier cosa, saben dónde estamos —musita el oficial—. Mi más sentido pésame, señorita Deveraux.

Una semana más tarde:

El cementerio es un horrible para un niño, y más cuando vas a visitar la tumba de tus padres. Unas tumbas vacías ya que no encontraron sus cuerpos, solo cenizas.

Esa noche murieron por protegerme de un grupo de vampiros locos que querían secuestrarme. Todo lo que paso fue mi culpa y es algo con lo que cargare el resto de mi vida.

Dejo una rosa en cada una de las tumbas y salgo de allí de la mano de Aiden, mi hermano mayor adoptivo y tutor. Él ha hecho hasta lo imposible para no hacerme sentir culpable.

Hay solo una responsable de sus muertes, y esa soy yo. Ellos murieron para darme una vida.

Y también sé que los que me buscan no descasaran hasta tenerme, y yo creceré con una sola idea.

Sed de venganza. Vengaré a mis padres cueste lo cueste. Me esforzare al máximo y haré que todo el mundo tiemble al escuchar mi nombre.

Se arrepentirán de haberse metido con mi familia.

En mi corazón de niña pequeña solo hay espacio para el rencor, la ira y el dolor.

Solo sé que esto es algo por lo que ningún niño debería pasar, y lamentablemente me tocó a mí.

Nos subimos al auto rumbo al aeropuerto a empezar de cero en otro país. Aquí se perdió todo gracias a las llamas.

Desde ese día, nuestras vidas se volvieron un infierno andante.

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