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CAPITULO III

La mañana ha llegado y a pesar de haber dormido por horas, siento como si no hubiese podido descansar durante toda la noche. Preocupada por humedecer mi cabello y quitar el exceso de acondicionador, coloco mi cabeza bajo la regadera, rememorando aquel incómodo encuentro con David, en el que logró burlarse nuevamente de mí. No comprendo sus intenciones ¿Por qué burlarse así de mí si no lo ha hecho con nadie más? ¿Cuál es la diferencia de mí con las demás?

Me siento molesta, intenté seducirlo, pero es imposible, no puedo lograr mi cometido si es el quién siempre lleva la delantera. Corto el agua con fuerza y me coloco la toalla, camino hasta los camarines y rebusco entre mis cosas la ropa interior de encaje que me pondré, para luego humectar mi cuerpo. Lista para untar la crema sobre mis tatuajes, los observo con detenimiento frente al espejo, dejando al descubierto la flecha entre mis pechos, la media luna de flores en mi nalga derecha y un escrito del que no recuerdo su significado en mi costilla.

—¿Y esos de cuando son? —se me acerca Jenny con rapidez —¡Maldita perra! —me sonríe —te tatuaste y ni siquiera me dijiste, nos hubiéramos hecho algo juntas.

—No me preguntaste —respondo entregándole la crema —además estos me los hice cuando estabas fuera del país —recogiendo mi cabello para dejar mayor visión a mi zona trasera —vamos, mejor ayúdame a hidratarme mientras me cuentas como te fue con las chicas de la lista.

—¿Qué significan las letras chinas en tu columna? —me interroga como si recordara el porqué me las hice, aunque en realidad estaba muy ebria para saberlo —bueno, si no quieres responder no lo hagas, mejor te cuento lo que dijeron las chicas.

Sin intentar esconder su entusiasmo, Jenny me relata la buena disposición de quienes serán nuestras compañeras de equipo, las que al contarles que pretendemos integrarlas, no dudaron en aceptar, llegando al acuerdo de reunirnos dentro de dos horas. Al ver que todo está saliendo como lo planee, le muestro una foto guardada en mi celular, donde aparece el diseño de nuestros uniformes, los que terminan por volverla loca.

—¿Es una puta broma? —la veo alterarse al mismo tiempo que deja a un lado la crema —¡Dios! Jessica, están hermosos ¿Cuándo llegan?

—Dentro un rato debería estar aquí —respondo sacando el maquillaje de mi bolso, para comenzarme a acicalar —por suerte en el listado también aparecían las medidas, si no no llegarían tan deprisa.

Al sentir que varias chicas abren la puerta con tal de ingresar, me quedo callada por unos cuantos segundos, dándoles el chance a más de una de saludarme. Puedo ver una chica de cabellera oscura pararse frente a mí, la que con una resplandeciente sonrisa se presenta integrando a dos de sus amigas a la charla. No sé si su amabilidad es verídica, pero no estoy en posición de cuestionarla, al menos no, mientras no me gane a la gran mayoría de mis compañeros, por lo que con un amigable tono respondo a sus preguntas, hasta percatarme de que no quitan la mirada de mis tatuajes. «¿Y qué carajo miran malditas entrometidas?», pienso irritada.

—¡Guau! ¿No te dolieron? Son realmente hermosos —le oigo decir a Rose, la misma chica que se acercó a mí en primer lugar —aunque tú eres aún más hermosa, ¿eres modelo?

—Qué amable eres —respondo sonriente —pero la verdad es que me da nervios que me saquen fotos —toco mi cabello con nerviosismo —además, con maquillaje cualquiera puede verse así, ¿no?

—¡Ah! Que envidia, de verdad eres muy hermosa y agradable, de seguro le gustas mucho a los chicos —interviene Brenda, la chica de cabello rubio y puntas moradas que parece fingir ser amistosa, con tal de aparentar frente a los demás.

«Es como si estuviera viendo una mala copia de mí» pienso, intentando disimular mi disgusto del que estoy segura de que Jenny ya se ha dado cuenta.

Desesperada por terminar la charla, les agradezco sus elogios mientras me coloco el uniforme escolar, el que como ya es costumbre dejo un poco abierto en la zona del busto para poder salir hasta el pasillo. La corbata va desarmada, pero no me importa, necesito contestar uno que otro mensaje de WhatsApp, lo que logra por hacerme enfocar los ojos en el celular, ignorando por completo el camino, lo que me hace chocar con alguien.

Dispuesta a fingir preocupación mientras me disculpo, alzo la vista con tal de ver a los ojos a mi próxima vista, pero me sorprendo al percatarme de que los verdosos ojos en frente de mí y ese fornido físico que en algún momento me volvió loca, ya lo conozco. Sé bien que él es el motivo por el que decidí venir a esta escuela en primer lugar, pero el verlo de frente tan rápido logra hacer que el nerviosismo me juegue en contra. Molesta con mis sentimientos, intento controlar mi respiración, quitar el ruborizado de mis mejillas y decir algo lo suficientemente maduro como para no parecer una idiota frente a él.

—¡Ah! Creí que eras alguien más, pero solo eres tú.

¿Pero qué mierda acabo de decir? Jessica Raynolds ¿no se te ocurrió nada mejor?

No tengo cara para mirarlo a los ojos, no soy capaz de soportar, cruzar nuevamente miradas con él a pesar de haber creído que lo era, es por eso que antes de dejarle contestar doy media vuelta y me voy hasta mi habitación, en donde corriendo me paro frente al espejo, para ordenar mi cabello y corroborar que me veo mejor a la última vez que estuvimos juntos. Aunque, eso es seguro, después de todo he bajado más de treinta kilos desde ese entonces.

Al estar en silencio, puedo sentir que me mandan un mensaje al celular, lo que me confirma que el repartidor ya está aquí. Apresurada por ir a recibir mi pedido, camino hasta la entrada principal, en donde el guardia se encuentra reteniendo al joven junto a él, quien a pesar de ser atractivo no es lo suficiente como para hacerme fijar en él.

—¿E-es usted Jessica Raynolds? —me pregunta con un notorio nerviosismo, de seguro ya se enamoró de mí ¿Es que no hay ninguno que no caiga?

—Soy yo —finjo amabilidad a través de una sonrisa, mientras miro la enorme caja entre sus brazos —debes de ser muy fuerte, esa caja parece pesada ¡Rayos! No creo poder llevarla hasta mi habitación.

Seamos sinceros, se ve que es débil y con suerte logra cargar la caja a diferencia de mí, que con el entrenamiento que tuve durante todo un año me la podría llevar sin problemas, pero a nadie le gustan las chicas más fuertes que uno, por un extraño motivo la debilidad femenina es atractiva para los hombres y a pesar de no tenerla, pretendo fingirla si logro cumplir mis objetivos.

Cercana a su rostro y con una de mis manos sobre su hombro le pido si puede ayudarme a llevarla hasta mi habitación, a lo que acepta casi de inmediato. Encantado por mi coqueteo, el chico de nombre, el cual no me interesa conocer, traslada la caja sonriente, hasta llegar a nuestro destino, en donde encontrándome apoyada en los bordes de la puerta, le doy un beso en la mejilla «¡Mierda! Tendré que lavarme los dientes otra vez» para luego agradecerle su labor, entregándole además una pequeña propina. ¡Soy narcisista, no tacaña!

Encantado ante mi presencia, saca una pequeña libreta de su bolsillo y anota su número telefónico en ella, ofreciéndome sus servicios para cuando los necesite ¡Ja! Como si fuese a volver a llamarlo. Sin negarme con tal de no parecer engreída, le recibo el papel y me despido amablemente asegurándome de que ya se encuentre cerca de mí.

Nuevamente a solas, mi rostro vuelve a estar tan amargado como desearía estar por toda la eternidad, hasta que siento como alguien se acerca por mi espalda, obligándome a tener que volver a colocar esa cara de amabilidad que tanto odio. Molesta, doy media vuelta con tal de saber quién es, quedando frente a frente con Bastian, el chico de antes.

¡Mierda! ¿Por qué me lo hace cada vez más difícil? Tan apegada a él puedo sentir su olor, el que hace que se estremezca cada parte de mi cuerpo, creí haberlo superado, pero ¿por qué me siento así de pronto? No sé qué decir, ni sé qué hacer, la puerta está abierta, pero aun así se me está apegando como si fuese a darme un beso.

—Veo que no has cambiado en nada —le oigo decir mientras me coge de la cintura, dejándome los bellos de punta —sigues siendo la misma de hace un año, coqueteas con todos a tu paso con tal de tener lo que deseas.

—En eso te equivocas, ya no soy la misma de hace un año —quito sus manos de encima — pero tú, en cambio, continuas, igual, coqueteando conmigo aun cuando tu novia nos mira desde el pasillo —sonrío burlesca mientras veo a la morena, quien nos observa desde la lejanía—eres tú quien sigue siendo el mismo chico que no puede estar solo, mientras que yo coqueteo con quien se me da la gana porque no tengo a nadie a quien jurarle fidelidad.

—Sabes bien que entre tú y yo no hay diferencia —intenta excusarse molesto.

—No —me acerco nuevamente a él, dejando mis labios casi rozando con los suyos —hay algo que nos diferencia y es que yo jamás me preocuparía por con quien coquetea mi exnovio, mucho menos si se trata de alguien tan despreciable como tú.

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