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XVI

Dormí con calma esa noche. La copa de vino sirvió como freno para mis pensamientos.

A medida que avanzaban los días, seguía sin sentirme con derecho de abarcar espacio dentro de esta desconocida mansión.
Al bajar a desayunar, a diario veía a una que otra mujer pasearse de forma altanera y despreocupada por el alrededor. A veces llevaban bata, otras veces ropa muy corta y desbarajustada.

Esa mañana me crucé con una de ellas que observó con envidia mi conjunto Chanel.
Caminé hacia la cocina con toda la seguridad que me podía brindar esa ruta habitual, y de súbito me encontré con un adormilado Jungkook comiendo tostadas junto a la barra.

Su camisa y cabello estaban desordenados. Dos escoltas estaban de pie junto a los ventanales, mirando hacia afuera. Uno de ellos era Hobi.

—Buenos días —saludé con cortesía y tomé asiento en mi lugar habitual en la mesa.

—Buen día, Nora —respondió solo Jungkook.

Sentía su mirada ardiendo en mi costado, pero lo ignoré.

—Otra vez con la misma ropa —comentó en mi dirección—. Te dije, Hobi, que la llevaras de compras, ¿o no?

—Sí lo hizo —contesté—. Fui yo la que no quiso traer más.

—¿Y eso por qué?

—No quería abusar, señor, yo no tengo dinero —respondí formal debido a los presentes.

—¿Qué acaso yo tampoco tengo? —inquirió, vanagloriándose vulgarmente.

Le clavé dagas con los ojos debido a mi hambre y mi mal humor, pero a él solo pareció divertirle.

El cocinero dejó un grotesco plato de panqueques frente a mí. Le agradecí con un gesto, pero no pude ocultar mi desagrado.
Jungkook entonces soltó una carcajada ruidosa que llamó la atención de todo el mundo, menos la mía.

—¿No te gusta la comida?

—No he dicho nada, señor —repliqué hastiada, metiéndome de mala gana un trozo a la boca.

—No, claro que no —convino irónicamente.

Se acercó a mí y tomó asiento a mi lado con seguridad, desenvuelto.

—Me gustó mucho tu clase de ayer —comentó y vi a Hobi darse la vuelta para mirarme. Sin embargo, yo ahora no podía apartar la vista de los ojos de Jungkook.

—No fue una clase, fue solo un consejo.

—Pues me gustó. Quiero verte esta noche otra vez —sentenció, robándome una fresa caída desde la montaña de panqueques—. Y quiero verte más por la casa también, no solo te encierres en tu habitación.

—De acuerdo.

—Quiero que ya empieces a ocupar mis cosas. Que ocupes la piscina, el jacuzzi si quieres. Sal de compras con el Cadillac nuevo que tengo afuera. Da órdenes a los sirvientes —enumeró despreocupado, pero fue enfático—. Vas a ser mi mujer y quiero que comiences a comportarte como tal.

—Yo no... —repliqué alarmada, pero luego me detuve al recordar las palabras de Hobi—. Sí, señor. Con permiso.

Inhibido mi apetito, tragué a la fuerza el último bocado que pude, limpié mis comisuras y le hice una breve reverencia antes de incorporarme para volver a subir.

—Tercera vez que te olvidas —reprendió—. No habrá cuarta.

Regresé sobre mis pasos y dejé un beso en su mejilla, sintiendo quizás demasiado penetrante el olor de su perfume.
Le di una rápida mirada a Hobi, quien estaba ahora con la vista gacha, y volteé una vez más, controlando a mis piernas para no salir corriendo de ahí.

Luego de ducharme largamente para retirar la histeria de mi cuerpo, efectivamente pasé la tarde de compras metida en ese boulevard que ya había conocido.

Mis prendas variaron un poco. Compré jeans bonitos, porque ya comenzaría a hacer frío. También ballerinas a juego y unas deportivas, por si en algún momento me permitían hacer ejercicio en ese encierro.

Jungkook no pudo haber sido más claro respecto a sus intenciones esa mañana conmigo, y no quise detenerme mucho en ellas, pues era ridículo.

Sentí lástima de que tuviera que recurrir a la compra para formar lo que él quiere que sea un lazo afectivo. Eso me hizo pensar muy por encima sobre sus carencias y dificultades, pero luego deseché toda lástima que me pudo ocasionar recordando que solo se interesaba por mi apellido.

Mantendría mi actitud, no obstante, y le permitiría en parte llevarse bien conmigo.
Podría sacar algo bueno de ello; quizás un paseo, quizás la libertad que ansío.

Insistí al estar en mi cuarto el resto de la tarde, no sintiéndome cómoda para hacer lo que me plazca en un lugar en el que no quiero estar.

Paseé la vista por la pequeña estantería de libros que estaba de adorno, pues contenía pura porquería, y extraje uno de ellos sin mayor interés.

De pronto, una idea surgió en mí.
Al pensar tanto rato en los designios de Jungkook, no pude evitar recordar a Jimin. Rápido, rompí la última página del libro, busqué un lápiz que funcionara en el escritorio adherido y comencé a escribir.

Fue una desesperada y amorosa carta que me dolió hacer tan breve.
Tenía la idea de que podría funcionar, de que al hacérsela llegar podría mantenerme a flote, que podría resguardar mi sanidad mental.

—Señorita, ¿no quiere bajar? —sugirió la voz de Hobi justo cuando terminaba—. Estos son los últimos días de calor. Podría ocupar la piscina como le dijo el señor.

Negué con la cabeza, anotando de memoria en una esquina la dirección de aquel departamento en el que era libre y feliz.

—Señorita —insistió, entrando a la habitación.

—¿Tienes novia, Hobi? —le pregunté de pronto.

Él se quedó callado tanto rato que tuve que voltear a verlo. Asintió luego, muy serio.

—Sí, señorita. El año pasado me casé con la madre de mi hija.

—Y... ¿Jungkook te da algún día libre a la semana?

—Claro, pero solo los domingos —hizo una pausa—... ¿por qué?

—Mañana es domingo —afirmé en voz baja—. ¿Harías algo por mí? —indagué con timidez y él solo esperó—: Quiero hacerle llegar esta carta a... bueno, a mi novio.

Le extendí la hoja del libro que ahora había doblado, y él hizo una mueca.

—Ay, mona, usted sabe que no...

—Por favor —supliqué, acercándome para tomar sus manos—. Solo quiero que sepa que estoy viva, quiero recordarle que debe volver a ser feliz. Solo eso.

Examinó mis ojos con detención y pronto sacudió la cabeza. Me quitó el papel de las manos y lo guardó rápidamente dentro de su chaqueta.

—Prométame que en esta carta no le dice dónde está —dijo, apuntándome con un dedo—. Prométamelo.

—Ni siquiera sé dónde estoy, Hobi. Puedes leerla si quieres. No me importa.

—No lo haré, voy a confiar en usted.

Asentí y no pude evitar darle un abrazo breve de agradecimiento que él tímidamente correspondió.
Ocupé el resto de esa tarde en prepararme física y mentalmente para reunirme con Jungkook.

Me apeteció cambiar un poco el orden de las cosas, así que bajé en cuanto estuve lista con una de mis nuevas tenidas, siguiendo a mi memoria para hacerlo en aquel laberinto de vivienda, y lo esperé en lo que él llamaba su oficina.

Estaba segura de que esto no era más que una fachada que ocupaba para cerrar tratos, beber urdiendo estafas y reposar sobre el ardiente nimbo de su ego.
No debía hacer mucho más... y es que qué más hace un mafioso en realidad. Mi padre es igual.

Vi el mazo de cartas brillar sobre la caoba del escritorio. Me senté en su silla y giré para observar la vista del ventanal. Recargué mi espalda en el acolchado cuero, sintiendo un poco menos de miedo.

Un jardinero trabajaba aún. Trataba de darle una forma semicircular a un arbusto; quizás quería imitar a la luna.
Todos los guardias del perímetro le daban la espalda para vigilar. Y de pronto, llegaron más. Se bajaron de una camioneta negra como si hubieran estado largo rato dentro de ella. Estiraron las piernas y se saludaron con los demás amistosamente.

—Que baje Nora, ahora.

Oí su voz entrando a la oficina y traté con todas mis fuerzas de que no me hiciera gracia.
Giré sobre mi eje con la silla y le dediqué una mirada apacible.

—Vaya —dijo, extendiendo media sonrisa—. Así me gusta.

Cerró la puerta de su oficina y se quitó la chaqueta de su traje en cuanto encendió la calefacción.

—Parece que te tomaste en serio eso de ocupar mis cosas —comentó divertido.

—¿Querías verme?

—Claro, siempre quiero verte.

Rodé un poco los ojos, pero procuré que no lo notara. Tomó asiento en la silla del otro lado del escritorio y la acercó hasta recargar sus codos en la madera, y así observarme fijamente.

—Tu padre te enseñó mucho de todo, ¿no es así? —indagó sin rodeos.

—No mucho, la verdad —respondí con sinceridad—. Aprendí bastante solo mirando.

—Muscatello era el mejor en lo que hacía —articuló con claridad—. Es un honor tener a su hija frente a...

—Te ruego que no hables en pasado de él —interrumpí—. Y lo sé, gracias.

Parpadeó con lentitud y me dedicó una sonrisa que no pude corresponder.

—Tu alcurnia y conocimiento es lo que a mí me hace falta.

—Desde luego.

—Y tú aquí no tienes poder —espetó, ahora más serio—. Podemos obtener mucho del otro.

—Si quieres que te enseñe, lo haré —sentencié, sin retirar la vista de sus ojos—. Pero tengo una condición.

Jungkook se recargó hacia atrás en la silla y soltó una risa. Guardó silencio para sacar una cajetilla de cigarros de su bolsillo, llevarse uno de ellos a la boca y luego decir:

—A ver, cuál es.

Respiré hondo aquel penetrante humo que no hacía más que revolver mi cabeza de recuerdos, pues es la misma marca que fuma en este país mi padre.
Tuve que esforzarme para formular correctamente lo que quería decir.

—Yo pude morir el día en que me compraron...

—Claro que no. Desde que te vi supe que serías para mí.

—... Tomo esta experiencia como una segunda vida —continué, ignorándolo—, y no quiero repetir el patrón que me hizo tan infeliz en su momento.

Jungkook le dio una calada más a su cigarro, esperando.

—Francamente no tengo interés en nada, menos en ese poder que mencionas —mentí y capturé toda su atención—. Nada de lo que haré por ti será por interés. Sé que tu no puedes decir lo mismo y esa es mi condición —hice una pausa—: Que trates de cambiarlo.

No contestó e internamente lo agradecí. Prefería eso a que me mintiera.

—Y en todo orden —continué—. Actos desinteresados en tu posición te traerán grandes cosas.

—Ese es tu primer consejo —preguntó y afirmó al mismo tiempo.

—Sí.

—Bien, acepto tu condición —dijo y se irguió un poco para botar la ceniza en el cenicero del escritorio—. Será un poco difícil olvidarme de quién eres, si eso es a lo que te refieres.

—Ay, por favor —bufé y me levanté de la silla para caminar—. Me compraste por mi aspecto, no por mi nombre. No te costará, solo rebobina un poco.

No contestó al verme caminar hacia el bar.
Le preparé un whisky a modo de tregua para cerrar el tema.

—Sabes lo hermosa que eres —articuló en voz baja—. Ese interés en mí siempre estará.

Le sonreí con la intención de aturdirlo y un poco sí lo conseguí. Dejé su vaso de whisky en su lado de la mesa y me volví a sentar en su silla frente a él.

—Bien, juega conmigo ahora —insté, tomando el mazo de cartas con una mano.

—¿Sí? —indagó y advertí su doble sentido. Tuve que morderme las mejillas para obligarme a no sonreír—. ¿Puedo?

—Claro, puedes —respondí—, pero nunca mejor que yo.

Barajé las cartas rápidamente. Lo noté demasiado pendiente de mis manos y decidí continuar aconsejándolo.

—Cuando mezcles siempre habla —dije y conseguí de nuevo la atención de sus ojos sobre los míos—, mucho. Tus manos igual deben ser perfectas, pero reducirás la probabilidad de que te descubran. Hay varios trucos para robar. Hay mazos que están arreglados, pero ahora lo haremos con uno tradicional.

Deslicé veloz una carta bajo mi manga y su cara de intriga sobre mi rostro me dijo que no se había dado cuenta.

—Siempre rápido —añadí, repartiendo—. Antes de dejar cartas para ti mismo siempre bebe un poco —dije y le di un pequeño sorbo a su vaso—. Eso distraerá a los demás que ya van a haber comenzado a ver su jugada.

Le entregué sus cartas y observé atentamente su expresión. Sus párpados se abrieron ligeramente más de lo normal y troné la boca.

—Tienes una buena mano, quizás reyes —dije de inmediato y él elevó la cabeza.

—¿Cómo supiste?

—Tienes que trabajar en tu poker face, Jungkook —añadí con cierta diversión—. Nadie puede adivinar lo que tienes con solo mirarte.

Apenas levanté mis cartas de la mesa, mantuve mi rostro estoico. Le enseñé la jugada segundos después, saltándome la apuesta, y me sonrió cautivado cuando deslicé el as robado bajo mi manga y lo dejé frente a él.

—Parece un truco de magia —dijo y mantuvo su boca entreabierta.

—Lo es.

Cuando fue su turno de barajar, se aventuró a robar en mitad de su maniobra, y se me escapó una carcajada cuando la carta salió volando hacia una esquina por la palanca que hizo con su pulgar.

Él se quejó riendo, vi la línea que formaban ahora sus ojos rasgados, y sentí cosquillas en el estómago.

—Vamos, tú puedes —le dije—, de nuevo.

────── ──────

Jimin

Las armas nunca me habían llamado la atención, pero adquirir un arsenal de ellas al precio de un chicle sí logró sacarme una sonrisa.
Cuando realmente las necesitas, se siente como si fueran tus mejores amigas.

El desabastecimiento estaba haciendo de ese mercado un lujo no tan grande, y la cantidad que ahora yo poseo, me permitió comprar al menos tres de cada tipo con centenares de municiones.
Por dos millones de wones obtuve todo lo necesario para abastecerme a mí mismo y a todas las personas que pensaba reclutar.

Me inscribí, al mismo tiempo, en clases de tiroteo los fines de semana por quinientos mil.
Que llegara mi encargo sin saber disparar sería algo más que vergonzoso para mí mismo.

También, con la única enseñanza útil que me dejó mi padre, compré acciones en siete millones para generar ganancias altas en un tiempo corto. Declarando ingresos como ahorros y ayudado por un corredor al cual logré sobornar por un barato millón.

Lo coordiné todo desde la primera laptop delgada que he tenido. Desde la comodidad de mi cama, en mi suave y nuevo colchón.

La tranquilidad que me había dado Nora con esta suma era tal, que si la movía de forma inteligente, podría despreocuparme del dinero por el resto de mis días.
Pero sin ella a mi lado no significaría nada.
A expensas de su vida no voy a vivir, por eso la traeré de vuelta a mí.

Sonó mi espalda cuando me levanté.
Sentía ya los estragos del duro entrenamiento en el dolor de mi abdomen y el de mis brazos.

Dispuesto a prepararme un batido de creatina esa lenta tarde de domingo, al aproximarme a la cocina distinguí un papel marrón doblado en el suelo de la puerta de entrada.
Me lancé hacia él como si me hubiera tropezado y lo abrí con desesperación. Me bastó con sentirlo para saber que se trataba de ella.

Jimin:
Te he pensado a diario, en todo momento. Tengo miedo, pero estoy bien. Espero que tú también lo estés, y que hayas encontrado la conformidad que siempre quise entregarte.
No sé si esta carta llegará a ti. No sé si quieres seguir sabiendo de mí o dejarme atrás como debería ser. Quizás vuelvo a ser cruel con estas palabras, pero no logro contenerme.
Se me acaba el espacio. Te extraño.
Nora

Me golpeé la cabeza haciendo un puño con el papel por haber estropeado el recuerdo que albergaba su tinta con mis lágrimas.
Me ha escrito desde el mero dorso de un libro; temí en qué condiciones la pudieran tener.

Estaba viva y podía recordar, al menos.
Eso fue suficiente para soplar el fuego interno que sentía y darle aún más claridad a la dirección de mi propósito.

Sorbí mi nariz y no me permití seguir llorando igual que los débiles. Agradecí a Dios su mensaje, tratando de aplacar las ganas de responderle, de gritar a los cuatro vientos que la rescataría, y de que todos los días lo recuerde.

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