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XV

Tomé asiento en uno de los sillones cuando ya hubo pasado demasiado tiempo.
No entendí cuál era la idea de tener luces en movimiento dentro de tu propio cuarto. Dieron las doce y estas comenzaron a moverse tanto que me estaba mareando.

Todo el entorno parecía más bien un antro, o una vulgar habitación de motel si miraba la cama.

El ambiente y la espera me estaban sofocando, así que tuve que salir a la terraza. Abracé mi propio cuerpo para darme calor y sentí vértigo al mirar abajo por la altura a la que me encontraba.
Una enorme y cristalina piscina reflejaba a la luna sobre su agua y cientos de árboles protegían a esta mansión como paredes de un fuerte.

Sentí miedo por lo que me esperaba. Su reacción había sido la más esperable frente a mi desesperada declaración. Sin embargo, a solas, temía todo lo que podría hacerme, ahora que él manejaba esta información.

Y como si mis pensamientos lo hubieran llamado, oí pasos acercarse presurosos y firmes a través del pasillo hacia el cuarto.
Me giré y me congelé como en una pesadilla cuando tratas de correr.

Así como se abrieron, las puertas se cerraron bruscamente de par en par y Jungkook de reojo vio que yo estaba en el balcón. Negó con la cabeza y se quitó la chaqueta suspirando. Pude ver en su cadera una negra pistola enfundada.

—Ven aquí —ordenó sin mirarme, y a pasos cortos y vacilantes obedecí, sin descruzar mis brazos.

Su camisa blanca brillaba cual flúor bajo las azuladas luces. Me senté en el sofá de antes sintiendo tibia la tela. Jungkook presionó un botón en la pared y las luces cesaron, siendo reemplazadas por un tenue dorado desde dos lámparas junto a su cama.

Caminó en silencio por el cuarto frotando de vez en cuando su entrecejo y no pude hacer nada más que mirarlo.

—Eres la hija de Muscatello —sentenció cuando estuvo frente a mí y me obligué a dejar de temblar para asentir—. ¿Crees que soy estúpido? —inquirió y se acercó tan rápido a mí que tuve que levantarme—. Sí, claro que lo crees... Pensaste que nunca me daría cuenta.

—Pues no te diste cuenta —repliqué con todo el valor que pude—. Tu compañero lo hizo, ¿y qué más da? No cambia nada.

—No cambia nada —bufó y se alejó hacia el bar—. Solo eres la hija de Muscatello, un detalle.

—Mi padre está preso —dije con la voz temblando.

—Sí, y por eso estoy seguro de que te estás infiltrando —respondió sirviéndose un licor transparente.

—¡NO! —clamé colapsada de tener que explicarme.

Vi los hombros de Jungkook dar un respingo y enseguida se giró.

—No, a mí no me gritas —espetó con dureza—, a no ser que a tu trasero le guste mi cinturón.

—¿Para qué voy a infiltrarme? —pregunté, viendo necesario aclarar esa sospecha para no morir—. Lo he perdido todo... incluso mi libertad.

—Quizás buscas que intervenga por él a su favor.

—¿Y que tu mismo te expongas a la Interpol? Hablas como si no me estuvieran persiguiendo a mí también. —Bufé y llevé una mano a mi pecho para enfatizar—: A mí ustedes me secuestraron... y me golpearon. Yo no pedí nada de esto.

Hizo una pausa para analizarme.

—Pero te gusta, ¿no es así? —increpó con cierta diversión y dejé que mis lágrimas se desbordaran sin más—. Esto es a lo que estás acostumbrada. A este tipo de ropa, a este tipo de casa.

—La mía era cien veces mejor que esta.

Mi rabia brotó por mi boca y articuló por mí. Jungkook solo esbozó media sonrisa, alzó su mano y yo me encogí, pensando que iba a abofetearme.
Sin embargo, pasó un pulgar por mi húmeda mejilla, luego lo observó durante un instante, hasta que se lo llevó a los labios.

Lamió mi lágrima y pareció disfrutarlo.

—Pero igual te tengo aquí, conmigo. Tu ascendencia explica muchas cosas de tu aspecto y tus modales. Todo cuadra, no puedo negarlo —dijo riendo—. Los chicos me dijeron que te matara y te hiciera desaparecer.

Nuevamente temblé ante sus palabras y tuve que retroceder por su repentina cercanía. Mis piernas toparon con el sofá y caí sentada.

—Pero no lo haré. Este pirata encontró un tesoro —agregó, acariciando ahora mi mentón—. Quiero que te olvides de tu padre y te hagas la idea de que ahora eres solo para mí, ¿entendiste?

Asentí para que me dejara en paz de una vez.

—No escucho.

—Sí, señor.

Sorbí mi nariz suavemente y traté de mirar hacia otro lado, calmando mis piernas inquietas.

—Te ves aún más bonita cuando lloras —dijo y se alejó.

Desde su cadera deslizó fuera la pistola enfundada y me sentí desvanecer de terror.
Sin embargo, solo la dejó descansar sobre la barra.

—Pero cuando estés conmigo quiero verte bien, así que vete.

De inmediato me levanté, reverencié apenas y me aproximé a la puerta. No obstante, carraspeó antes de que pudiera tocar la manilla.

—Te falta algo.

Cerré los ojos y antes de girarme los volví a abrir. Jungkook tocó dos veces su mejilla, sentado en el taburete junto al bar, y yo me acerqué.
Dejé un beso de despedida sobre su piel, pero cuando me quise alejar, él tomó mi mano.

Me hizo mirarlo sin decirme nada, durante varios segundos. Acarició mi barbilla y parpadeó lentamente frente a mis lágrimas que no dejaban de brotar. Vi el piercing de su labio destellar.
Luego, me hizo un gesto de cabeza indicando la puerta, y una vez fuera, consideré un milagro el haber salido ilesa.

Me perdí varias veces en el trayecto de vuelta a lo que ahora era mi habitación.
La mansión estaba plagada de sirvientes nerviosos y chicas demasiado arregladas y fisgonas que parecían estar esperando a que yo saliera.

Me encerré cuando encontré mi cuarto.

Había comprendido que algo más poderoso que el dinero que había gastado en mí era su ego, su nueva altanería por mi nombre, y gracias a él nunca podría salir de aquí.

Me embargó la desesperanza y estuve así hasta la una de la mañana. Traté de ahogar mi impotente llanto en la almohada, y sin embargo, aun así fui escuchada.

Dos golpes en la puerta me sacaron de mis tormentos como si una mano bajo el agua evitara que siguiera sumergida.

—¿Señorita?

La voz de Hobi me hizo sentir un poco mejor. Sollozando igual que un bebé me acerqué a la puerta y la abrí para luego regresar a la cama, tumbarme boca abajo y seguir lamentándome.

Oí que Hobi se tardó en entrar, pero finalmente lo hizo muy sigilosamente y cerró la puerta tras de sí.

—Señorita, ¿le hizo algo el señor?

—No —musité—, pero en cualquier momento lo hará. Nunca podré salir de aquí, Hobi, nunca, jamás.

—Pero...

—Y si lo hago estaré muerta —exclamé bajo mi llanto—. ¡Muerta me van a sacar de aquí!

—¡Shh!, señorita Nora, por favor —urgió Hobi, caminando hasta ubicarse de cuclillas a un lado de la cama para cubrirme la boca un segundo y luego soltarme—. Chilla como un mono.

Abruptamente me detuve y levanté la cabeza para mirarlo. Su gesto estaba conteniendo una carcajada y me sentí divertida y ofendida a partes iguales.

—Oye —me quejé en voz más baja y le aventé débilmente un cojín que él no esquivó.

—Está bien... una monita —corrigió—, una monita muy bonita.

Me dedicó una suave sonrisa y permaneció en la misma posición junto a la cama. Recargó su codo tímidamente en la colcha para estar más cómodo y yo devolví como pude su sonrisa.

—Estaba preocupado, no la escuché salir de la habitación del señor —explicó—. Vine a preparar su cuarto y encontré la puerta cerrada y a usted llorando.

—Extraño demasiado a mi papá —confesé en la oscuridad, amparada bajo la tenue luz de las estrellas tras la ventana—, me arrepiento de todas las decisiones que me trajeron hasta acá.

—No es su culpa.

Guardé silencio simplemente y me tomé un momento para mirar su gesto y su rígida postura junto a mí.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo, Hobi? —susurré.

—Tengo una hija —explicó—, tiene 5 años.

Sentí mis ojos brillar de ternura y me erguí un poco en la cama para mirarlo mejor.

—En este trabajo me pagan muy bien y la consiento en todo lo que puedo —continuó—. Siento que será como usted cuando crezca, y me moriría si le pasara algo como esto.

Mi tenue sonrisa se fue disipando al caer en la cuenta de la real desgracia de mi situación.

—Ya veo.

—Haré lo que esté en mi mano para que usted esté a salvo, señorita —insistió con certeza—. Solo le pido que siga mis consejos y nunca le discuta, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —repetí, ahora un poco más calmada.

—Ahora me iré antes de que me descubran —susurró, irguiéndose—. Si lo hacen, el muerto seré yo.

—Ya basta —me quejé, girándome para verlo alejarse por la puerta—. Buenas noches.

Hizo una reverencia breve sin poder ocultar su risueño rostro pese a la oscuridad. Salió tan silencioso como entró, y el halo de paz que dejó su compañía fue lo único que me permitió dormir.

• ────── ✾ ────── •

Jimin

Me duelen los nudillos, las muñecas. Y no solo eso, la presión se extiende hasta mis antebrazos, sube por mis hombros y alcanza a atacar mi cabeza.
Sin embargo, continúo golpeando el saco sin parar.

El salado sudor que resbala por mi cabello hace que me ardan los ojos, pero enjugo mi frente para apartarlo y sigo, imaginando que es la cara de ese infeliz.

Luego de que la señora Hyori me dijera que los Bangtan siguen residiendo en Busan, me inscribí en esta academia de defensa personal.
Si bien ya contaba con cierto dominio corporal, necesitaba con vehemencia ser más grande si me proponía vencer a gente como ellos.

—¡En cinco se termina el calentamiento y comenzamos! —exclamó el instructor.

No quise mudarme por si Nora trataba de comunicarse conmigo. Aquel departamento ahora era lo único que me unía a ella, además de esa sucia montaña de dinero.

No era un barrio muy decente, pero al menos no mataban gente. Tampoco me convenía residir en un sitio de alcurnia si mi objetivo ahora era reunir cierta clase de personas.

—Cálmate, amigo, es tu primer día —comentó un chico a mi lado que estaba elongando—. No hemos empezado y ya estás goteando. Vas a lesionarte.

Lo ignoré, pero tenía razón.
Deslicé la camiseta negra fuera de mi cuerpo y me sequé la cara con ella. Éramos cinco hombres además del maestro. Todos parecían tomárselo como un pasatiempo, excepto yo.

Regresé a mi sitio, advirtiendo el inicio de la clase. Frente al espejo del recinto podía ver contenido todo mi pesar. De mi mente no podía sacar sus ojos, de mi boca tampoco podía alejar su sabor.

—En parejas —ordenó el instructor de pronto—. Lo mismo de la semana pasada, derríbense ateniéndose a las reglas. Tú, el nuevo —me señaló—, ven conmigo.

Caminé hacia él y vio mis nudillos desnudos para evaluarlos rápidamente.

—Uno y dos —dijo señalando mi puño derecho e izquierdo respectivamente, mientras se ponía unos guantes esponjosos y rectangulares—, ¿entiendes?

Asentí y empuñé mis manos a la altura de mi cara. Respiré en profundidad y esperé atento la primera orden.

—Golpea aquí, uno —mostró su guante y así lo hice—. De nuevo. Un, dos, un, un, dos. Más fuerte. Dos, un, dos.

Tras tomar el ritmo de su indicación, comencé a hacerlo sin esperar ninguna numeración.
Golpeé sus guantes tan fuerte, y al azar, que lo obligué a retroceder.

Sin embargo, él sin hablar, predijo todos mis movimientos y los recibió con gracia con sus guantes. Me dejé llevar, hasta que no medí la potencia en uno de mis golpes y un sonido seco emergió del impacto.

El instructor entonces regresó una defensa que sí pude evitar, observé sus ojos oscurecidos y en vano cubrí mi mandíbula de la bofetada fría del guante.
Me desestabilicé y atacó esta vez mi abdomen. Me encorvé por el dolor y mi nuca fue víctima del impacto final.

Caí al suelo, pero todos continuaron entrenando como si nada.

—Estás enojado —resolvió el instructor y troné mi adolorido cuello al levantarme—, tienes una rabia interna muy grande, amigo.

Asentí simplemente, sorbí mi nariz y me preparé para continuar.

—Debes pelear con la mente clara —agregó, volviendo a acomodar su guante—. No debes atacar para golpear, sino para ganar. El dolor más fuerte siempre es la derrota.

Así me sentía yo y no pude estar más de acuerdo. Me sentía derrotado por la vida. Derrotado por quienes me quitaron a Nora.

—No sé lo que te pasa, pero te sobra ímpetu.

—La extraño mucho.

Tuve que escupir un poco de sangre que se me había acumulado y atesté dos golpes a sus guantes cuando así me lo indicó. Él solo guardó silencio.

—Se la llevaron —continué, sin aliento.

Lo que le había pasado a Nora era demasiado común en esta zona. El tipo pareció entenderme tras un breve asentimiento de pésame, pero siguió sin decir nada.

—Si quieres ganar tú, ayúdame a encontrarla.

No parecía estar acostumbrado a tal tipo de propuesta tan poco disimulada, así que no respondió. Yo tampoco insistí.

Me detuve para tomar agua cuando ya mis brazos comenzaron a temblar. Me agaché para tomar la botella y cuando me erguí toda mi espalda tronó.

—No haré nada con un enclenque como tú —declaró de pronto el instructor y atestó un inesperado golpe en mi mejilla que no pude evitar—. Derríbame y luego hablamos.

Comprendí sus motivos, obstinado en seguir practicando, a ver si más impactos logran quitarme de la mente toda la mierda que tengo acumulada.

—De nuevo, uno —ordenó y así lo hice—. Un, dos. Bien. Un, un, dos.

• ────── ✾ ────── •

Nora

No sé qué tanto me convenga demostrar mi miedo. No es muy inteligente de mi parte no prestar atención a lo que habló Jungkook acerca de mí con el resto de los Bangtan.
Los motivos de su compra... lo que él esperaba.

Bangtan quiere decir a prueba de balas, y quizás había llegado la hora de comportarme de forma tan calculadora como ellos esperaban, y mimetizarme con aquel nombre que se adjudican con soberbia de manera literal.

Las palabras de Hobi me hicieron ruido durante toda la mañana. También 'el camino fácil' que había mencionado junto a la señora Hyori antes de venir aquí.

Jungkook estuvo en reuniones todo el día, y la soledad me hizo comprender que si ya no podía escapar de esta situación, debía transformarla. Recordando un burdo, pero esencial consejo de mi padre.

—Si no tienes buenas cartas, solo cámbialas.

Lo decía como si fuera lo más sencillo del mundo. Como si no fuera un arte que ni con los años se llega a dominar por completo.
Estuve pensando todo el tiempo en eso. Proponiéndome un enfoque diario y no más allá. Cosechando la idea implantada anoche sobre volverme una adquisición que luego para mi beneficio pueda voltear.

Almorcé con Hobi porque él tampoco tenía mucho más que hacer.

—Siempre hay tiempos tranquilos antes de que algo grande vaya a suceder —comentó con la boca llena, pero no me desesperé.

Anocheció de prisa luego de que me aventuré a dormir una siesta.
Al despertar me puse el mismo vestido negro que usé el día en que me compraron (y que ahora usaba como pijama), y salí otra vez del cuarto a las nueve de la noche, sin dejar de sentirme un tanto extraña en esta enorme casa.

Bajé las escaleras con la sola intención de pedir una botella de agua antes de volver a subir.

No esperé ver a Jungkook sentado en su escritorio tras la puerta abierta de su oficina.
Quería barajar cartas de póker. Trataba solo de hacer eso rápidamente, ni siquiera robaba algo, aun cuando yo atisbaba que esa era su intención final.

Intentó subir la velocidad al mezclarlas una vez, pero todas saltaron sobre la mesa, desparramadas, y torpemente gruñó cuando se le seguían resbalando al intentar recogerlas.
Casi derrama la copa de vino que lo acompañaba en el proceso.

Me embargaron nuevamente destellos de mi padre gracias a su aspecto, suspiré y decidí hacer el primer movimiento en honor a mis recuerdos.

Entré con holgada confianza a su oficina y capturé su mirada. Mi vestido era corto, no lo culpaba.
No me dijo nada mientras me veía servir un vaso de whisky, y lo hice solo como yo sé hacerlo.

—Buenas noches, señor —le dije al acercarme y aclaré mi garganta tras su pasmado silencio—: El vino es para el Dudo —comencé con cortés suavidad—, risa fácil, confusión. Se les subirá a la cabeza y no sabrán mentir.

Hice una pausa y reemplacé su copa por el vaso. Al tiempo, recogí velozmente las cartas esparcidas.

—Bebe whisky para el póker, te aclarará la mente. Te verás confiado junto a un trago fuerte y querrán copiarte. Tú bebe lento, solo un vaso, mucho hielo. Deja que los demás se emborrachen. Tú siempre atento.

Al terminar de unir la baraja, separé dos mitades en mis manos y me acerqué un poco más a la mesa. Barajé con suave agilidad, manteniendo firme mis dedos. Le entregué cuatro cartas y luego me di cuatro a mi misma.
Seguí sus ojos para ver si se perdía.

—Tienes que apegar los codos al cuerpo —indiqué, haciéndolo una vez más para que lo comprendiera bien.

Luego, le entregué las cartas ordenadas y aguardé con cautela a que lo hiciera él.
Enseguida, Jungkook repitió mis movimientos sin decir nada, de forma correcta.

—No dobles tanto las muñecas —le dije como única cosa que le faltaba para alcanzar la perfección.

Me hizo caso, y al hacerlo otra vez, entreabrió su boca como si no lo pudiera creer.

—Ya lo tienes. —Tomé su copa de vino como reemplazo al agua que quería antes de dormir y le hice una ligera reverencia—. Buenas noches.

Me alejé con calma y sin prisa, sintiendo su mirada clavada en mi espalda, y envuelta en una nueva sensación de valía.

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