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VI

Pasmado, igualmente enseguida aceptó. Abrí más la puerta para él y dejé que pasara. Todo estaba en orden. No había dejado ninguna maleta abierta antes de irme, ni las armas de mi padre se hallaban a la vista.

—Wow —profirió en voz baja—, esto es cien veces mejor que mi casa.

Solté una risa nerviosa sin saber en realidad qué decir al respecto.

—Ahora vuelvo —le avisé, llevando a cuestas mis bolsas a mi cuarto.

Las dejé en el suelo junto a mi mesita de noche, me eché un rápido vistazo en el espejo, y volví a salir.

Jimin estaba haciendo un escaneo visual al televisor aún más grande que mi padre insistió en comprar, y yo enternecida me dirigí a la cocina.

—¿Te ofrezco algo de beber? —pregunté abriendo el refrigerador—. ¿Ron?, ¿whisky?, ¿jugo?... ¿agua mineral?

—Pues solo agua estaría bien —se burló y me hizo reír—. Esos tragos son demasiado finos solo para mí.

—No hay nada tan fino para ti —adulé solo porque no me pude contener, y sentí su mirada ardiendo en mi espalda.

Saqué dos botellas de agua y las dejé sobre la mesa de café, antes de tomar asiento a su lado.

—Mañana es fin de semana —comentó mirando a la ventana—, cuando no hace mucho calor, como ahora, es perfecto para ir a la playa.

Rogué que no me invitara para no declinar. Sin embargo, volteó a mirarme y lo hizo de todos modos con una pregunta que no fue necesario formular.

—Tendría que clonarme —respondí y él sonrió, negando con la cabeza.

—Te supervisa justo en mis días libres... —comentó y suspiró—. No lo culpo para nada. Debe ser difícil para él cuidar de una princesa, aquí.

—¿Difícil? —inquirí—. Yo me porto bien.

—Si yo estuviera en su lugar creo que perdería la cabeza —añadió ensimismado—. Por eso puedo hablarle. Si sabe que lo entiendo...

—Me gusta ese apodo —interrumpí aún atrapada en la frase anterior, deslizándome muy sutilmente más cerca de él en el sofá—, me gusta cómo lo dices tú.

—¿Princesa?

—Sí.

Respondí y desvié la mirada, sintiendo mi ropa interior de pronto húmeda por el tono de su voz, bajo una ansiedad que Jimin por supuesto notó.

—¿Es sobreprotector porque eras rebelde antes? —indagó para hacerme reír—, ¿o porque sabe que nunca has tenido novio?

—¡Ay! —reclamé, avergonzada.

—¿Qué?, no tiene nada de malo. De hecho es... A mí me parece genial.

—Solo te has estado riendo —repliqué divertida.

—No es así. Es... Bueno, deben lloverte los italianos.

—Pues mi papá tiende a... asustar a cualquier chico que se me acerque. —hice una pausa y controlé el sonrojo de mis mejillas—. Y por mí, que... no he, bueno, nadie aún ha cautivado mi atención.

—¿Pero te gustaría? —preguntó y me tensé lo suficiente para voltearlo a ver—, ¿tener novio?

La privacidad que nos brindaban las paredes parecía estar dominándome, y a él también. Su brazo me estaba rodeando sin tocarme en el sofá y no me había dado ni cuenta. Su rostro se hallaba solo a centímetros del mío, y en sus ojos primaba el fuego.

—Solo si tiene una mirada bonita —musité—, y quiere llevarme a la playa a escondidas.

Su risa fue hermosa y tuve que ponerme una imaginaria soga el cuello para no lanzarme a besarlo. Incluso los montes de mis senos imploraban ser rozados por su cuerpo.

—Puedo con eso —susurró, acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Puedo guardar el secreto, pero no mucho tiempo.

—Un caballero no debería tener memoria —repliqué en voz baja.

—Yo ahora no soy ningún caballero —sentenció y mis mariposas volaron cuando conectó sus labios con los míos de forma voraz y definitiva.

Sus gruesos labios se sintieron como un sueño sobre los míos. Muy pronto mis manos se desesperaron en la profundidad de su cabello castaño y no dejé de acariciarlo.

Como si hubiera tenido mucha sed, mi saliva parecía calmarlo. Su lengua buscaba la mía sin parar y perseguía la humedad de mi boca. Gemí en cuanto una de sus manos empuñó mi pelo y profundizó este frenético punto de no retorno.

Presioné mi pecho contra el suyo y él recorrió mis curvas con suavidad, como si yo fuera de cristal.

Me instó a sentarme sobre él, y a través de su expresión de ojos cerrados, percibía todas las emociones respirar como si hubieran estado ahogadas.

Mis manos fueron libres en su cuerpo, y ahora había comenzado a juguetear con el cuello de su camiseta, fantaseando con quitársela.

—Si te digo que voy a hacerte mía —indagó y mis piernas se apretaron sobre las de él—, ¿te gustaría?

Dije que sí casi sin aire y me puse nerviosa. Mis ojos me delataron.

—Dime, preciosa, ¿te gustaría? —insistió entre jadeos.

—Me muero porque seas tú —declaré con el ímpetu aletargado de placer—, ya no puedo esperar más.

Dicho esto, Jimin deslizó fuera su propia chaqueta de mis hombros, y se levantó conmigo para caminar por el pasillo. Detectó enseguida mi cuarto y me dejó sobre mi cama. Con cuidado se ubicó en el espacio entre mis piernas y comenzó a devorar mi cuello con ahínco. Yo nunca había sentido tanto alivio. Fue como estar ardiendo y que su cuerpo fuera una cascada.

—¿Estás mojada? —jadeó. Empuñé su camiseta y tiré más de él hacia mí.

Me sonrojé y asentí, sin poder dejar de mirar su boca.

—¿Puedo sentir?

Afirmé con un sonido y su mano comenzó a subir desde mi rodilla por debajo de mi vestido, y hacer a un lado suavemente mi ropa interior.
Introdujo dos dedos en mi resbalosa cavidad y buscó mis ojos para cerciorarse de mi bienestar.
Yo me tensé al sentir dolor, pero luego respondí con un suave y anhelante:

—Ah.

Él entonces movió su mano lentamente y acarició mi interior.

—¿Te gusta? —indagó.

—S-sí.

—Así se va a sentir, pero más grande, preciosa, ¿está bien?

Retiró un poco sus dedos antes de que yo pudiera asentir, y los volvió a empujar hacia mi interior, respirando con fuerza sobre mí. Verlo moverse mientras me miraba, me sacó otro gemido.

—No puedo dejar de tocarte —confesó, deslizando sus dedos para acariciar mis pliegues empapados y luego volver a mi interior—. ¿Te gustaría así?, ¿lento?

Atrapó mis labios sin siquiera dejarme contestar. Oscilé mis caderas bajo su mano y él apretó la mandíbula.

En un camino de saliva, su boca viajó desde mi comisura hacia mi cuello, sin dejar de bombear con sus dedos el punto correcto.

—Quiero que me tengas así —le indiqué de pronto dándome la vuelta y alzando mi colita todo lo que podía contra su pantalón—, quiero saber qué se siente, ¿me mostrarás?

En los videos que veía a escondidas, siempre lograba encenderme mucho esta posición. Jimin entonces respiró entre dientes y levantó mi vestido con una mano para darme una firme nalgada que me sacó un gritito.

La prominente presión de su buzo no dejó casi nada a mi imaginación. Pude sentir la forma de su miembro a través del pantalón cuando simuló embestirme una vez.

—Sí —contestó, y con un movimiento me giró para volver a ubicarme debajo de él—. Pero primero así, ¿de acuerdo?, no quiero que te duela nada.

Volvió a curiosear con su diestra en mi entrepierna, todavía más mojada que antes, y sus jadeos se volvieron pesados cuando mis manos se aventuraron bajo su camiseta.

Retiró sus dedos de mi interior con una larga caricia, y su pelvis comenzó a presionarse suavemente contra mí.

Su pantalón había resbalado con tanta fricción, y ya solo nos separaba la tela de su ropa interior. Busqué su boca otra vez, y al encuentro de nuestras lenguas, la desesperación aumentó.

Su codo a un costado de mi cabeza le permitía empuñar mi cabello. Con la otra había envuelto mi cuello y mandíbula, instándola a abrirse un poco más cada vez.

Se separó pronto en busca de aire y yo supliqué:

—Quiero sentirte. —Llevé mis manos hacia su espalda baja y suavemente clavé mis uñas en su piel—, por favor.

—¿Sí?, ¿esto quieres? —indagó, bajando una vez más su mano derecha hacia mi anegada feminidad, recorriéndola por completo, desde afuera hacia adentro.

—Me duele —gemí, sintiendo un hormigueo ascender por mis piernas—, por favor.

—No sabes todo lo que voy a hacerte —susurró en mi oído y luego gruñó.

Sus abultados labios no me permitían dejar de besarlo, y su ceño fruncido de placer comenzó a hacerme desvariar. Advertí los movimientos que había comenzado a hacer para deshacerse de su prenda inferior, y no recuerdo otra vez en mi vida en que haya estado más impaciente por algo.

No obstante, no contaba con que apareciera un tintineo de llaves en mi campo auditivo a esa hora del día. Jimin también lo percibió y se quedó completamente quieto. Sin decir nada, ambos rezábamos porque fueran solo ruidos de otra casa, pero cuando la puerta de entrada chirrió al abrirse, sentí todo mi sudor enfriarse.

—Mierda —gemí asustada—, es mi papá.

—¿Qué? —dijo alterado, volviendo a ponerse la camiseta rápidamente—, ¿q-qué hago?

—¿Nora? —llamó mi padre desde el comedor.

—Vete —murmuré, histérica—, solo vete, por favor, ahora.

Abrí la ventana mientras acomodaba el escote de mi vestido de cualquier manera. Jimin comenzó a pasar una pierna a través del marco, pero cuando oímos pasos veloces aproximarse por el pasillo, se retractó y en un ágil movimiento se deslizó bajo mi cama.

—Nora —insistió mi padre antes de dar dos toques a mi puerta y abrirla.

Me senté rápidamente sobre mi edredón para desviar su atención y corregí un poco el largo de mi vestido. Lo vi con su usual camisa arremangada, barriendo el cuarto con la vista. Finalmente la detuvo sobre mí y deslizó las manos a sus bolsillos.

—Hola —le dije, controlando mi respiración—, llegaste temprano.

Podía ver mi reflejo en el espejo del tocador, y mi aspecto gritaba un anhelo que no podía disimular. Sabía que mi padre pensaba que me estaba complaciendo a mí misma, y no tenía intención de cambiar su idea. Por supuesto que eso era mejor a que Jimin muriera. Partes de mi rubio cabello estaban oscurecidas por el sudor que se derramaba hasta mi pecho.

—¿Por qué no me contestaste cuando llegué?

—Oh, estaba durmiendo —titubeé—, no te oí.

Empuñé mi vestido sobre mi regazo para soportar los nervios y encubrir el temblor de mis manos. Mi papá me observó de pies a cabeza un momento y contuve la respiración. Luego, agachó la mirada, sacudió la cabeza y cerró la puerta tras de sí.

Jimin y yo esperamos un cerrado minuto antes de comenzar a movernos. En silencio, terminé de abrir la ventana para que pasara sin dificultad y él emergió entonces desde la oscuridad de mi cama. Su respiración seguía agitada e hizo ademán de acercarse a mí para abrazarme.

—Ya, Jimin, por favor —supliqué en un susurro, empujándolo hacia la ventana—. Eso estuvo demasiado cerca.

—Bésame —pidió cuando ya tenía medio cuerpo fuera —, el último y me iré.

Agarré con ambas manos su nuca y apuré un beso que pareció no tener final. Envolvió mi cintura con un brazo, movió sus labios en silencio y me mordió con suave impaciencia. Miré sus rasgados ojos y acaricié un momento su rostro.

—Quiero hablar con él —musitó aún con los ojos cerrados, juntando su frente con la mía.

—Adiós, Jimin —susurré y lo empujé suavemente para que terminara de salir. Oí sus zapatillas aterrizar en la hierba y luego alejarse velozmente hacia su casa.

Tras cerrar la ventana, respiré hondo por primera vez en un buen rato y merodeé por mi cuarto otro par de minutos antes de abrir la puerta y meterme al baño.

Ni siquiera una larga ducha fría logró quitarme las ganas que llevaba encima. Aparentemente al anochecer sí debería complacerme a mí misma después de todo, y ya no podía esperar. Salí del baño con el cabello mojado y un pequeño vestido floreado.

Ahora, a solas con mi padre, me embargaba una vergüenza mortal. No sabía qué decirle, así que optaría por no hablar mucho.

La televisión sonaba en la sala emitiendo un partido de fútbol. Eso a mi padre siempre lo ponía de buen humor, así que, confiada y tratando de parecer lo más normal posible, caminé.

Tuve que pasar por delante de la pantalla para llegar a la cocina. Sentí sus ojos enseguida sobre mí, pero no fui capaz de mirarlo. Todo me ardía, cualquier pequeña cosa que me tocase parecía tener un efecto afrodisíaco en mis sentidos al verme estimulada por esa avalancha de emociones.

—¿De verdad estabas dormida? —me preguntó de pronto.

—No —respondí sin pensar, abriendo el refrigerador.

Traté de que mi tono se mantuviera normal y que no hiciera falta explicar nada más. Mi padre sabe leer muy bien a las personas, por lo mismo es el mejor en lo que hace, y sentía que ahora con fuerza trataba de leerme a mí.

Y yo no podía parar de pensar en lo que había pasado, las sensaciones que me estaban inundando. Ya estaba húmeda de nuevo, aún abriendo un envase de yogurt y lamiendo su base. Traté de alcanzar las almendras y me empiné para ello. No obstante, apareció mi papá detrás de mí, y con tan solo alzar la mano, me las entregó.

Pronto fue de madrugada, tan tarde que el alba no tardaría en aparecer. Desperté con una presión en mi vientre y tuve que levantarme a orinar con urgencia. Manía que cargo luego de tener varios orgasmos en poco tiempo. Entresueños también sentía sed, así que caminé a la cocina a oscuras.

Me sobresalté muy fuerte cuando vi a mi padre sentado en el sofá. Daba señales de no haberse levantado aún cuando terminamos de ver el partido y yo fui a dormir.

—Papá —me quejé—, qué susto.

Él solo carcajeó brevemente en la oscuridad y ya pude verlo mejor en mis ojos acostumbrados. Se hallaba sentado en una posición tan cómoda que tuve que acercarme para que me abrazara. Me recosté junto a él y en breve me envolvió con sus brazos.

—¿Por qué estás aquí todavía? —indagué.

—Necesitaba pensar.

En su regazo sentía resguardo, una seguridad que tenía inicio pero no final. Desde que lo conozco, mi padre siempre me ha abrazado de una manera particular, y creo que yo también a él. Es un secreto que compartimos sin hablar, y que ahora no distingo bien.

Me erguí suavemente y observé sus azules ojos. No por mucho tiempo, solo lo suficiente para averiguar que había estado bebiendo. Sin embargo, sin duda ahora no era el momento de decirle algo al respecto.

La constante sensación de haber perdido todo estaba acabando con él. Solo trataba de mantenerse estoico por mí, y podía verlo, así como él puede leer todos mis temores ahora, justo aquí.

Volví a acurrucarme entre sus brazos, vencida por el trémulo cansancio y así estuve por al menos un par de minutos. Eso, hasta que inevitablemente comencé a sentirme inquieta junto a su calor, la mezcla entre perfume, dinero y alcohol me hizo dejar salir un sonido de satisfacción.

Lamentaba, en momentos como este, el haber pasado tanto tiempo sin él por un factor que nunca pude controlar. Entreabrí los ojos y él inclinó un poco su cabeza para verme directamente.

No deseo decir lo que comenzó a ocurrir en mi interior, porque sé que yo soy la única que lo comprende. Observé su boca un segundo y luego volví a sus ojos. Sentí su fino aliento a whisky sobre mi piel y la intensa niebla de su aura. Escondí mis labios, apretándolos para reprender las impías ganas y desvié la mirada.

Y sin embargo, él la buscó. Sostuve todo lo que pude sus ojos color mar y mi mirada pronto cayó a sus labios de nuevo. Miles de sensaciones de antaño siempre desembocaban en este instante, y no pude dominar el ritmo de mi respiración.

—¿Quieres un beso? —indagó con voz grave, tan imperceptible que no quise responder en voz alta por temor a haberlo imaginado.

Me presioné un poco más contra él y asentí, casi sin mover la cabeza, pero entregada por completo a la oscuridad. Él entonces bajó una mano por mi espalda y suavemente tiró de mí para que me irguiera.

—Ve a tu cuarto —ordenó e hizo una pausa para aclarar su garganta y sacudir la cabeza—. A tu cuarto, Nora.

Confundida y deprimida por aquel súbito cambio de actitud, me levanté. No protesté y regresé a mi habitación en silencio. No es primera vez que sucede algo como esto, y siempre termina regañándome, aun cuando es él quien no se aparta de mí.

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