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V

Para mí fortuna, Jimin estaba trabajando en un local de comida rápida en el centro de la ciudad y me lo contó al anochecer. Agradecí que no hubiera oído nada. Y si sus padres se lo comentaron... él conmigo no lo mencionó.

Hablamos largo rato esa noche a través de papelitos, y sabiendo que mi padre al día siguiente debía salir a como dé lugar, acepté su invitación de ir al parque Naru, relativamente cerca de nuestra casa.

Esa tarde no hizo tanto calor y la adrenalina que me provocaba su presencia lograba acallar ese estruendo que no dejaba de repetirse en mi cabeza. La bondad de su sonrisa y la esperanzada inocencia de sus ojos supusieron una brisa fresca para mí, que pudo ventilar mis tormentos.

Frente a sus gestos, sentí una atracción instantánea. Él no era como la gente de este lugar, se notaba. Sus modales eran siempre adecuados y notaba cómo ansiaba contacto humano... decente. Interacción anhelada por él y por mí.

Quería saber más, necesitaba averiguar cómo era su vida antes de caer en el hoyo que es este lugar.

—No sabía que quedaran sitios como este —comenté, maravillada por el vasto verdor que se extendía ante mí.

—No mucha gente viene —dijo, saltando ágilmente de una roca a otra para evitar un caudal de agua—, ya no tienen tiempo para esto.

Los árboles eran enormes, de troncos gruesos y antiguos. El sonido del pequeño río era muy relajante, y bajo cada colina se extendía un lugar mejor. Me quité la chaqueta y la dejé sobre el césped para no arruinar mi vestido al sentarme.

—Ya no recuerdo la última vez que hice esto —dije en voz baja—. Era más de ir a la playa y al centro comercial.

Jimin dejó salir una breve risa y negó con la cabeza. Se sentó a mi lado y respiró hondo bajo la sombra.

—Ya sé que eres una princesa y yo un granjero. Serías muy amable si dejaras de recordármelo.

—Estás diciendo tonterías —repliqué y reí.

—Sí, pero hablando en serio... Me imagino, digo, puedo verlo... —titubeó—, que eras... rica o algo así, ¿quién es tu familia?

Qué extraño se sentía ese término ahora, luego de todo el caos que nos ha envuelto este tiempo. No me di cuenta de cuánto tiempo estuve callada, pero Jimin agregó:

—O si prefieres no hablar de eso está...

—Mi padre es dueño de... muchas cadenas de casinos —dije solo eso para no intimidarlo—. Él y yo... no hace mucho que nos encontramos.

—¿En serio? —inquirió, asombrado por ambas cosas—. ¿No vivías con él?

Hurgando en el pasado, sentí mi pecho apretarse por lo que estaba a punto de decir. La mirada de Jimin pudo entregarme la fuerza necesaria. No entraría en detalles, solo necesitaba compartirlo con alguien que no fuera solo mi mente un momento.

—Mi madre lo dejó cuando quedó embarazada. Tuvieron malentendidos respecto a las propiedades de mi padre y ella se fue —expliqué sintiéndome abstraída—. Viví hasta los diecisiete años en una casa muy bonita, no muy lejos de Corleone. Mi padre se hizo cargo de todos mis gastos, pero mi madre no me permitía verlo. Siempre peleábamos mucho por eso.

Le di un sorbo al jugo que Jimin me extendió y pude aclarar mi voz para seguir:

—No tuve siquiera una foto de él durante todo ese tiempo. Y él tampoco de mí. Solo podía imaginármelo. Lo comparaba con la bruja de mi madre y no se me hizo difícil entender por qué no estaban juntos... Pero el día de mi graduación, cuando regresé a casa, había un tipo en la entrada...

Me quedé callada y dejé que mis ojos se perdieran durante un instante en mi memoria.
Recuerdo mirarlo tan profundamente como él a mí. Sus ojos azules, su traje y corbata. Lo extrañé todo el tiempo, aunque no lo conociera, y esa sensación aún persiste en mí.

—No fue hasta que mi mamá se dirigió a él que supe que se trataba de mi padre —continué—, y parecía que él tampoco sabía que era yo. Ella y él discutieron horrible frente a mí.

—Qué duro debió haber sido... —musitó.

—Se me hizo guapo antes de entender —confesé—, eso sí que fue incómodo.

Solo cuando Jimin dejó de reír, continué:

—Abrazarlo fue lo más fácil del mundo. Lo difícil vino después, cuando cumplí dieciocho y dije que quería vivir con él —dije sonriendo—. Mi madre se puso furiosa, celosa de todas las anécdotas que llegaba contando. Hasta que un día se fue.

—No me jodas.

—Te lo juro. Se fue... como es su costumbre, y no supe más de ella. Vivo con mi padre hace... ya casi dos años.

—Por eso se llevan tan bien...

—No hay tiempo que perder —respondí contenta.

—Es una buena historia después de todo —afirmó—, con un final feliz.

—Sí.

—Supongo que solo están viviendo una mala racha en el negocio —añadió distraído—, por eso es que están aquí.

Afirmé con un sonido.

—Entonces eventualmente te irás —convino con una sonrisa—, volverás a Italia.

—Eso creo —hice un ademán de cabeza y me acerqué un poco más a él—. Pero ahora cuéntame de ti. Estás hablando inglés mejor que yo.

Dejó salir una suave risa y respiró largamente antes de comenzar a hablar.

—Yo era bailarín —declaró y mis ojos se abrieron demasiado—. Estaba aventurándome en muchos estilos para perseguir la carrera en el Bellas Artes de Busan. Tienes que hablar inglés para entrar ahí.

—¡¿Bailarín?! —repetí emocionada.

—¿Qué? —dijo riendo—, ¿muy difícil de creer?

—Claro que no, es genial.

—Mis padres estaban de acuerdo y me apoyaban, hasta que ocurrió el atentado. —Tronó la boca—. La inflación nos pegó como un palo y tuve que ponerme a trabajar. Mi padre era ministro, así que perdió su empleo.

Mi estómago se apretaba mientras avanzaba su historia cada vez con más naturalidad.

—Comenzamos a endeudarnos y tuvimos que vender la antigua casa para mudarnos aquí. Es muy barato. Mi padre sigue sin empleo y a mi mamá no le gusta eso.

Arrojó una pequeña roca al riachuelo y su sonido se perdió.

—¿Es por eso que discuten? —indagué con cautela.

—No, siempre se han llevado mal. Sé que están juntos por mí, y a veces me gustaría que no fuera así.

—Las peleas son horribles —convine en voz baja—, pero piensa que siempre puede haber un nuevo comienzo...

—Ni siquiera busques qué hacer aquí —sentenció interrumpiéndome—. Si tienes pasta para irte, hazlo, Nora. Tengo veintiséis y trabajo en un McDonald's casi a tiempo completo, con el mínimo.

—Peor sería no tener nada —le recordé con suavidad.

—Sí, ya sé... Pero igual... estoy atrapado... en algo que nunca quise hacer.

Me incorporé del pasto tan rápido que se sobresaltó. Le extendí mi mano para que se levantara y le sonreí.

—Descuida, cuando todo mejore te llevaré conmigo —sentencié divertida y con aire desinteresado.

—¿Y más billetes azules? —indagó—. No, gracias, sé conseguirlos por mi cuenta.

Sostuve su mirada cuando esta quedó muy cerca de la mía.

—Qué rico un cuarto de libra —imaginé entrecerrando los ojos—, invítame a almorzar.

—¿En mi día libre? —profirió riendo—. Olvídalo.

—Entonces enséñame a bailar —presioné juguetona.

La emoción y el genuino entusiasmo en mi voz hicieron visible un destello sobre sus ojos. Yo sentía la confianza de demandar cosas porque veía cómo me estaba mirando.

Se acercó a mí lentamente y tomó uno de mis brazos. Yo, pensando que iba a comenzar a moverse, simplemente me dejé llevar. Hasta que de un breve tirón logró desestabilizarme. Ubicó una pierna detrás de las mías y grité cuando estuve a punto de darme de bruces contra el suelo.

Su mano me detuvo por la cintura junto antes de caer al césped y dejó salir la carcajada que estaba conteniendo.

—Te enseñaré artes marciales mejor —dijo soltándome con cuidado sobre el pasto—. Demasiado indefensa.

—Sí puedo cuidarme sola —reclamé sin levantarme, pues el contacto con la tierra se sentía muy agradable.

—Uy, sí, de una araña quizás.

Se recostó a mi lado y de reojo vi la sombra de las hojas de los árboles deslizarse en su semblante.

—Qué aburrido eres, yo quería bailar contigo —musité, pero él continuó mirando el cielo.

—No en este lugar —sentenció con seriedad.

Me erguí para mirar su rostro, pero él desviaba la mirada. Ubicó las manos detrás de su cabeza para disimular su evidente nerviosismo.

—Oye, aquí no está nada mal —comenté y desplacé un poco mi cuerpo para quedar más cerca de él—. Pero sé a qué te refieres.

Con nuestra pequeña confianza adquirida, ubiqué mi cabeza en el espacio de su pecho. Su piel olía a jabón, y su ropa a tierra mojada.

—¿Qué hace que un lugar horrible se vuelva lo más bonito del mundo? —indagué retóricamente—. Las personas. Tú haces de este parque el mejor lugar en el que yo podría estar en este momento.

—Qué tierna —dijo luego de soltar una risa que me hizo cosquillas.

—A veces esa casa se siente como una jaula —dije en voz baja—, sobre todo cuando estoy sola.

Ocupó su mano para responder, atreviéndose a tocar mi cabello con suavidad.

La historia que ya había comentado abrió un baúl sellado dentro de mi cabeza. El recuerdo de mi padre hace un par de años atrás me hizo estremecer, y Jimin me rodeó con su brazo al pensar que tenía frío.

La memoria de sus ojos azules, su impecable aspecto y su irrisorio tamaño siempre hacían que me sintiera de una forma particular. Grueso favor nos había hecho mi madre al apartarnos por tanto tiempo.

—Será mejor que vuelva —comenté en voz baja, viendo el cielo comenzar a tomar tonos anaranjados—, se me hace tarde.

—Vamos.

Se levantó junto a mí y tomamos rumbo a mi casa. Al doblar la esquina peligrosa, un par de chicos fumando no nos quitaron los ojos de encima, y nosotros tampoco a ellos. Me incluyo porque la actitud de Jimin me empoderaba.

—¿Mañana tienes que trabajar? —indagué.

—Sí, de lunes a viernes estoy en ese lugar, hasta las siete.

—Ya veo, ánimo entonces. Que llegue rápido el fin de semana.

Jimin asintió con una sonrisa y guardó un enigmático silencio durante el resto del trayecto. Tomamos los caminos más despejados posibles hasta estar frente a nuestras puertas.

—Estuvo precioso ese parque —le sonreí—. Que tengas un buen día mañana.

Con la llave abrí la entrada y me volteé a verlo por última vez. Sus manos estaban en los bolsillos y restregaba su zapato contra la tierra.

—El centro comercial en el que trabajo no está tan mal... podrías, ya sabes —sugirió—, acompañarme mañana.

Le dediqué una pequeña mueca antes de negar con la cabeza. Él sonrió simplemente y agachó la mirada.

—Es mi papá —observé en voz baja—. Es... muy sobreprotector, y no sé si mañana saldrá otra vez o no.

—Oh —entrecerró los ojos y levantó la cabeza para mirarme—, quizás pueda hablar con él, ¿no?

Abrí tanto los ojos que creí que se me saldrían. Contuve una carcajada y él lo notó.

—¿Qué? —indagó divertido.

—Es muy peligroso —dije enseguida—, preferiría que no.

—¿Peligroso o te da vergüenza?

—Bueno, también. Nunca he tenido... —comencé y me detuve.

Sonrojándome me di una bofetada mental por lo que estaba a punto de confesarle porque sí. Jimin sonrió de medio lado y asintió.

—Entiendo —convino con suavidad—, todo bien.

Me miró largamente a los ojos y yo mantuve aquel contacto, aguantando las ganas que me embargaron de estar más cerca. Su rostro era hermoso, a su lado me sentía a salvo.

—Nos vemos, Jimin.

Volteó un poco su rostro y tocó su mejilla dos veces con su dedo índice. Solté la aguda risita que estaba conteniendo y enseguida me paré de puntillas. Dejé un beso en su mejilla y sentí que sonreía.

—Hasta luego, preciosa —dijo en cuanto me aparté.

Entré a la casa con ganas de gritar contra una almohada de la emoción. Y de hecho lo hice.

Después durante largo rato hurgué entre mis breves pertenencias una tenida bonita, extrañando mis zapatos Chanel más que nada en este mundo. Maldije en voz alta al tener tan poca variedad.

—Esa boca, Nora —reprendió mi padre, entrando a mi cuarto.

En mi esmero no había notado que la noche ya había caído y avanzado tanto que mi papá llegó. Gruñí desde el armario y caminé a él para saludarlo. Lo abracé y dejó un besito en mi cabeza.

—¿Qué haces? —indagó divertido.

—No tengo ropa —me quejé mirando todas mis prendas extendidas sobre la cama y parte del suelo—, esto es horrible.

—Yo estoy viendo mucha.

—Pero casi no puedo formar outfits. Y zapatos ni hablar. No tengo nada que ponerme.

—Bueno, dime qué qui... —se interrumpió y levantó la vista—. ¿Nada que ponerte para qué?

Escondí muy bien el espanto en mi expresión y me encogí de hombros.

—Para verme linda... aquí en casa.

Asintió, metió las manos a los bolsillos de su traje y salió del cuarto, diciendo:

—Siempre te ves linda, Nora.

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Estuve sola desde temprano al día siguiente.

Recuerdo entresueños que mi papá se despidió de mi a eso de las nueve. Y luego de comer y bañarme, decidí escribirle a Jimin. Aún con el cabello estilando deslicé el papelito por el agujero de la pared y le dije que me debía un McCombo.

La no respuesta solo me dijo que su turno había empezado. Con esmero hice memoria para recuperar la información que me había dado respecto al centro comercial.
Me había dicho que era el más grande de la ciudad y que no estaba tan mal.

Con eso en mente, y con las vagas imágenes que tenía grabadas en el trayecto desde el jet hasta aquí, me calcé un vestido negro no muy llamativo para estar a salvo, abrí la mirada encrespando mis pestañas y ocupé un labial transparente. Tomé mi pequeño bolso junto a mi billetera y me eché un último vistazo en el espejo.

Vuelta un manojo de nervios, cerré la casa y me aventuré a las calles rumbo hacia donde yo creía que era.

Caminé rápido, cruzando la acera cada vez que veía un grupo de hombres acercarse peligrosamente. Salir de ese temible barrio no fue difícil... solo tenía que seguir a la luz.

A medida que me alejaba, la calidad de las viviendas mejoraba, y eso me hacía sentir mejor.

Me aventuré a preguntar indicaciones a cada persona que tenía aspecto de saber hablar inglés, pero solo al tercer intento me funcionó. Estaba caminando en la dirección equivocada al centro comercial, pero no estaba lejos.

Cuando llegué, confirmé lo enorme que era. Estaba un poco a mal traer, pero ya debía dejar de comparar todo con Italia.

Subí las escaleras mecánicas hasta el patio de comidas y sentí que las mariposas en mi estómago iban a salir por mi boca.

McDonald's era el local más grande de todos, y enseguida pude advertir a Jimin.
Sonreí al verlo tan concentrado tomando pedidos y cobrando en la caja. Rápidamente hice la fila con la vista baja en todo momento para que no me reconociera, y cuando fue mi turno, levanté la mirada y le sonreí.

—Buenas tardes, señor... —arrugué los ojos para ver su placa—: Jimin. Quisiera McAlmorzar con usted, por favor.

Jimin abrió los ojos demasiado y no supo escoger su expresión. Primero se alegró, luego pareció asustado, después un tanto molesto.

—¿Viniste sola hasta acá? —reclamó en voz baja, a pesar de que yo era la última en la fila.

—Te dije que podía cuidarme —le recordé—. ¿A qué hora sales a almorzar? Yo invito.

—Nora eso es... demasiado —hizo una pausa y rodeó el mesón para tomar mi brazo y alejarme de ahí junto a él—, demasiado peligroso. No vuelvas a salir sin mí, ¿me oyes? No vuelvas a hacerlo.

Mi sonrisa se desvaneció a pesar de que tenía razón. No obstante, lo tenía muy cerca de nuevo, y bajo estos ojos nada me parece mal.

—Está bien, es que... quería verte —confesé y una lenta sonrisa regresó a mi rostro—. Quería ver dónde trabajabas... Supongo que si estás... —me detuve por los nervios y me alejé un poco de él—, entonces debería regresar...

—Yo quería traerte —se quejó con un marcado acento coreano que me hizo reír—. Hoy salgo temprano y podía... ya sabes.

Elevé las cejas para que siguiera hablando y se sonrojó.

—Pasar tiempo contigo —dijo y mi estómago hormigueó.

Acortó la distancia que yo había impuesto entre nosotros, y se atrevió a tomar mi mano. Con seguridad la entrelazó con la de él y miró mis labios.

—Me encanta que estés aquí —agregó luego en voz baja.

—¡Después la novia Jimin! —se quejó uno de sus compañeros, sobresaltándolo—. Debemos cerrar el mes, ven aquí.

—Dame una hora y estoy listo —musitó, feliz y regresó a su puesto, ignorando las burlas de su amigo.

Mientras lo esperaba, di un par de inofensivas vueltas por las tiendas del mall, entusiasmada y libre.
Me compré un par de ballerinas que vaya que me estaban haciendo falta, y un pequeño vestido de terciopelo negro, pues nunca está demás.

Una tiara de oro blanco capturó mi atención en Tiffany's. Era la más linda que había visto, aún recordando la breve colección que tenía de ellas en Italia.

Mi padre me regaló una para mi decimo octavo cumpleaños, y luego siguió haciéndolo cuatro meses después porque sí, amando mi reacción.

El dinero que traía ya no me alcanzaba, y de todas maneras, hubiera sido imprudente adquirirla, así que solo pasé de ella y regresé con calma a donde estaba Jimin.

Tomé asiento cuando vi que aún no terminaba, y clavé mi vista en la ventana, junto al verdoso panorama. Aquel día estaba nublado, llegaba a hacer un poco de frío, así que fue una buena idea haber ocupado mi cárdigan negro y discreto.

Me asusté cuando frente a mí, de pronto, apareció una apetitosa hamburguesa junto a un gran vaso de bebida con hielo. Unos brazos enseguida envolvieron mis hombros por detrás y sentí mucho calor.

—Gracias por esperarme —dijo Jimin y se sentó a mi lado.

Alimentos ultra procesados que resultaron ser lo más delicioso del mundo junto a él. Hizo, incluso, que nos cambiáramos de mesa a una al exterior solo para no estar rodeados de tanta gente, y así poder juguetear con mi mano libremente.

No me había dado cuenta de lo conservadores que eran en este lugar hasta que se tomó esa molestia.

Lo que antes consideraba ordinario, junto a él se tornaba atractivo. Lo que antes no me daba risa, ahora me sacaba carcajadas. Y lo que no esperaba sentir, ahora no lo controlaba.

Una ráfaga entonces nos azotó e interrumpió el hilo de la conversación. Había comenzado a hacer mucho frío.

Pasó su chaqueta por mis hombros y yo la acepté tímidamente. Me quedaba gigante y él se rio de mí por eso. Tomó mis bolsas, puso la misma cara seria que siempre adopta cuando va conmigo y nos aventuramos a las calles, buscando refugio del viento.

Maldije las prendas que había comprado que ahora no me permitían tomar su mano.

—¿Por qué pones cara de gruñón? —le pregunté riendo cuando ya no nos faltaba mucho para llegar, habiendo sido un viaje casi por completo en silencio.

—Para que nadie piense que estoy distraído, Nora, que puedo quebrar a cualquiera que se nos acerque. —Sonó como mi padre y guardé silencio—. Además... tampoco me encanta esta parte.

Subí el escaloncito hacia mi puerta y me giré hacia él.

—¿Qué parte?

—La de despedirse. Sé que tenemos whatsapp —dijo y no pude evitar reír—, pero... no lo sé, solo...

Esperé pacientemente a que terminara de hablar, pero su timidez pudo más. Supe en sus ojos que se debatía todo en realidad. Desde el poco tiempo que nos conocíamos, hasta habernos conocido aquí en primer lugar.

Los demonios que yo enfrentaba eran similares, menos transparentes, pero igual de voraces.
Jimin levantó la mirada, rendido ante lo que quiso decir, y solo me sonrió. Y entonces, embriagada por las ganas de estar junto a él un poco más, aclaré mi voz y le dije:

—Mi papá no está..., ¿quieres pasar?

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