III
Las casas pareadas son viviendas que dividen un solo hogar en dos para ahorrar espacio, y por supuesto, economizar gastos. En una morada pueden vivir dos familias, y eso ya era un lujo para este lugar.
Nuestros vecinos eran silenciosos, y a veces no tanto. Generalmente por las noches una pareja se ponía a discutir, y a veces con mi papá nos reíamos por el acento tan extraño y golpeado del idioma.
De agua caliente ni hablar. Ni siquiera pude traer mi celular por instrucción de mi padre, y extraño a mi mejor amiga más que a nada en este mundo.
Extraño también mi cama, mi auto, mi piscina de agua tibia y mi libertad.
En poco tiempo entendí que al dinero aquí se le dice 'won', y estábamos gastando una buena cantidad en comida debido a la inflación dejada por la guerra, y a la vez pagando el silencio del propietario de este lugar.
Mi padre se sirvió del contacto de ese peón que nos trajo para que le diera todos los datos más oscuros y clandestinos del sector, y así, comenzó a encargarse de nuestro problema tomando el único camino que conocía: Las apuestas.
—Debo hacerlo a la vieja escuela —se quejó la noche en que lo decidió, confiando en el origen de nuestra riqueza.
Le dio una calada a su cigarro y vi el tatuaje expuesto en su antebrazo gracias a las mangas subidas de su camisa. Aún gastado con los años, se seguía leyendo claramente La Cosa Nostra en su piel.
—No vas a poder cambiar las cartas —le recordé en voz baja—, ni cargar los dados.
—Eso es hacerlo a la vieja escuela —repitió con ofuscada obviedad—, pero así empecé... voy a estar bien.
Bebió de golpe el vaso del whisky que se trajo y sus ojos titilaron. Menos mal que para el póker no es necesario hablar, porque si yo no entiendo ni mierdas en este lugar, menos lo hace él.
—Necesito hacer grandes cantidades en poco tiempo —comentó luego.
—Pero sí tenemos, en mi billetera tengo tarjetas que...
—No puedes mover ese dinero, ni yo tampoco, los Federales ten por seguro que ya intervinieron esas cuentas, igual que nuestros celulares.
No me di cuenta de que me estaba clavando mis propias uñas en mi mano apretada.
—¿Y qué pasa si pierdes? —indagué y cuando volteó a mirarme me encogí de hombros—, puede pasar si no arreglas el juego.
—No me digas eso, Nora. —Se sirvió más whisky y lo apuró por su garganta—. Voy a duplicar lo que tenemos, ya verás.
Asentí confiando en su palabra, y me levanté para sacar hielo de la nevera y así suavizar un poco su trago. Dejé caer los cubos en su vaso y él tomó mi mano para besarla con cuidado.
—Grazie, principessa.
—È stato un piacere, papà.
Comencé a quedarme mucho tiempo sola en esa casa. Nerviosa, me devanaba los sesos todos los días por la seguridad de mi papá.
Trataba de hacer ejercicio en mis tiempos muertos para que avanzara más rápido la hora. También sintonizaba los canales que podía en la televisión, pero solo había noticias en coreano que mostraban asaltos, secuestros y más delitos.
De mala gana, y porque no sabía cuánto tiempo más nos quedaba en este lugar, le pedí a mi papá que me comprara material para estudiar coreano, al menos lo básico. Y así lo hizo. Llegó un día con unos cuantos libros que fueron muy útiles y me hicieron sentir más sujeta en esta tierra.
• ────── ✾ ────── •
• ────── ✾ ────── •
Me desperté temprano a la mañana siguiente porque se me olvidó cerrar las cortinas y el sol me dio de lleno en el rostro apenas se alzó. Me incorporé sobre el duro colchón y sentí que me iba a caer de esta diminuta cama.
Solo por eso me levanté de inmediato y fui a la cocina. Había dormido toda la noche, pues no oí gritar a los vecinos y eso era al menos un factor positivo para comenzar el día.
—Hola, princesa.
Mi padre estaba ajustando los suspensores en su cadera y había dispuesto todas las armas que trajo sobre la mesa de comedor.
Preparé en silencio un café para él y serví agua para mí. Le extendí la taza humeante cuando estuvo lista y él la recibió.
—¿Vas a salir ahora? —inquirí un tanto molesta al ver que enfundaba su revólver en la parte trasera de su pantalón.
Pasó una mano por su rubio y húmedo cabello y asintió.
—Voy a quedarme aquí otra vez —pregunté y afirmé al mismo tiempo.
Su voraz ausencia por las tardes ya me parecía demasiado, y que esta se extendiera ahora hacia la mañana, se me haría imposible de soportar.
—Sí, mi niña, estoy aumentando las ganancias —me explicó con suavidad—. He apostado montos pequeños aquí y allá, y estoy invicto.
—¿Vas a varios lugares?
—Por supuesto, Nora —carcajeó—, ¿por quién me tomas?
—Ya deja de hablarme así —espeté irritada y él me observó pasmado—. Me quedo todo el día mirando el techo, estudiando símbolos y desempolvando esta porquería, ¿y tú te ríes de mí?
—Oye, no me estaba...
—Ya vete de una vez —susurré con ganas de llorar, y caminé de vuelta hacia la cocina.
Apreté con una mano mis ojos para obligarme a no soltar más lágrimas frente a esta perra situación y comencé a lavar trastos para distraerme.
—Oye, sé que ha sido muy difícil para ti —dijo mi padre, poniendo sus manos en mis hombros—, lo sé, pero te prometo que muy pronto estaremos de vuelta, solo necesito que me tengas paciencia y me des tiempo de...
—Dijiste que me mantendrías a salvo —volteé a mirarlo con los ojos aguados—, y estoy sola todo el tiempo.
—El dinero es lo que te mantiene a salvo, Nora —urgió—, i soldi. Mientras estés en esta casa nada va a pasarte, nada, te lo juro.
—Pero yo quiero estar contigo —presioné, sintiendo una lágrima rodar—, quiero... —suspiré y sequé bruscamente mi cara—, bueno, eso da igual últimamente.
Cerré la llave del agua y esquivé su enorme cuerpo para volver al salón.
—Claro que no da igual, dime lo que quieres.
No contesté y tomé el libro de ejercicios coreanos. Me dejé caer sobre el derruido sofá y lo abrí en silencio.
—No me hagas esto —suplicó, ubicándose en cuclillas frente a mí—, dime qué es lo que quieres.
—Me gustaría poder ayudarte para que al menos un día estés conmigo.
Soltó una risa melancólica y negó con la cabeza, posando cariñosamente sus manos en las mías.
—Quieres hacer dinero, eso es lo que estás diciendo —afirmó—. Mi niña, el que te quedes aquí sola ya es mucho más de lo que puedo pedirte.
—Está bien —respondí para dejar de hablar—. Ve, no te demoro más, nos vemos en la noche.
—Quédate aquí —advirtió, leyendo mi mente—, te quedas aquí y no te mueves.
—Eso haré.
Incrédulo observó mi semblante por un prolongado momento hasta que su ceño se frunció.
—Si me toca ponerle llave a esa puerta lo voy a hacer, Nora.
—Adelante, hazlo —proferí fríamente—, así estaría más a salvo.
Notó la ironía en mi voz y solo se limitó a negar con la cabeza.
Abandonó la casa a eso de las diez de la mañana, y yo me precipité a la ducha enseguida para calmar la ardiente rabia interna que me había embargado. El agua fría me caló hasta los huesos, apretó los músculos de mi cuerpo y no hizo sino avivar mis disgustos.
Una de las cosas que más odiaba en el mundo era usar ropa repetida, y había tenido que hacerlo todo el tiempo durante estas dos semanas. De mala gana me calcé un vestido en honor al evidente calor que haría hoy.
Almorcé junto al arsenal de armas sobre la mesa cuando me dio hambre y me recosté en la habitación de mi padre después. Su cama siempre me parecería más cómoda que la mía, aunque de una roca se tratara. Enterré mi cabeza en su almohada y sentí su olor para calmarme. Su mismo perfume amaderado estaba impregnado, y no pude evitar sonreír.
En serio deseaba hacer algo por él, pero en este sitio simplemente no sabía por dónde empezar.
Además de verme cautiva, ahora me sentía inútil.
Sin detenerme a pensar demasiado al respecto, solo deslicé unas zapatillas en mis pies y con cautela abrí la puerta de entrada de la casa. Puse llave al salir y verifiqué que todas las ventanas estuvieran cerradas.
Un poco de aire fresco no iba a hacerme mal, e incluso podía colaborar orientándome mejor en esta zona. Amarré mi cabello en una cola bien alta cuando el calor se me hizo insoportable al exterior.
Primero recorrí toda la cuadra circundante a la casa; en completo silencio y sin detenerme mucho tiempo en ningún lugar. En casi todas las esquinas podían verse reunidas pandillas; todos fumaban como chimeneas y me dedicaban miradas que preferí no interpretar.
Descubrí un almacén también, en donde asumí que mi padre hacía la compra. Era grande, pero tenía el aspecto de ser constantemente saqueado. En la entrada había dos enormes guardias y estaba enrejada.
Me estremecí por ello y avancé más.
Doblé en la bifurcación de esa misma calle, pues un sutil y agradable olor a tierra mojada llamó mi atención.
Caminé evitando todas las piedras del camino, y pronto se extendió ante mí un vasto campo, repleto de personas inclinadas trabajando la tierra.
Cada una contaba con un breve rectángulo para sembrar o cosechar. Un amplio cultivo de trigo se alzaba detrás de ese sector y me pareció la primera cosa hermosa que veía aquí.
Madres con sus pequeños hijos parecían volver de esto una actividad entretenida. Ver sus rostros felices al encontrar una bonita zanahoria bajo la tierra, pudo sacarme una sonrisa. Había también hombres y ancianos haciéndolo por sí solos.
Y sobre las cabezas de ellos se paseaba una robusta anciana de cabello blanco, quien con los brazos en su espalda, monitoreaba innecesariamente el comportamiento de todos.
Supuse que ella sería la dueña de todo esto, o la persona encargada de establecer el orden.
Como fuese... irradiaba potestad.
Me crucé de brazos para contener mis nervios y me acerqué a ella.
—Hola, buenos días —saludé en coreano, como pude.
Ella se volteó y no dio tregua a la dureza de su expresión al verme. Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza y siguió caminando sin contestarme.
—Disculpe —insistí suavemente, siguiéndola—, quisiera saber si usted es la encargada de este lugar...
Siguió con la vista clavada en las personas y no respondió. No me quedó otra opción que comenzar a hablar en inglés.
—Me gustaría tener un pedazo de tierra y poder trabajarla. Supongo que es con usted con quien tengo que hablar —indagué ya sin mucha esperanza.
Su rostro entonces se volvió para mirarme y las arrugas en su entrecejo parecieron acentuarse.
—Claro que conmigo tienes que hablar —espetó con una dureza tal que me sentí pequeña. Su inglés resultó ser impecable—, ¿qué crees?, ¿que esto es caridad?
—No, señora.
—¡Estas son mis tierras! —exclamó—, ¡todos aquí trabajan mis tierras! ¡Esta es la tierra que está alimentando a Busan!
A esta señora se le zafó un tornillo, resolví en ese momento. Asentí como toda respuesta y me propuse seguirle el juego.
—Y muy bien que lo está haciendo. Dígame, ¿habrá algún espacio para mí?, no es necesario que sea muy grande.
—¡Já! Espacio, ¡todos quieren un espacio que luego dejan tirado! Estas tierras son sagradas, muchachita, debes tener respeto.
—Es lo que tendré, señora.
Me echó otro despectivo vistazo que me hizo bajar la mirada y rendirme.
—A los malditos extranjeros yo no les v...
De la nada, un chico de cabello castaño apareció a nuestro costado y extendió una amigable sonrisa que capturó mi atención.
—¡Wow, wow! Señora Hyori, no nos pongamos así, no es necesario.
Sus ojos eran tan rasgados como profundos, de ellos emanaba una vívida luz. Su presencia entonces supuso una especie de bálsamo para la situación.
—Aquí la señorita dice que quiere solo un poco de tierra, ¿no es así? —se dirigió en inglés cortésmente a mí y yo asentí—, no va a negarle eso teniendo terreno disponible. Vea, desde el huerto de la familia Lee hacia allá está libre.
En su mano izquierda cargaba una pequeña pala y su anaranjada camiseta estaba empolvada.
Al voltear su rostro pude ver la definida línea de su mandíbula y tuve que desviar la mirada.
—No voy a vender mi terreno a extranjeros —esto la señora lo dijo en coreano y fingí no entender.
—Si lo está pidiendo es porque vive aquí, ya no es extranjera —le contestó el chico.
La anciana entonces se irguió y proclamó con suficiencia:
—Si tan solidario estás, entonces compártele tu tierra.
Se aseguró de que eso yo lo entendiera y comenzó a alejarse. Le dediqué una sonrisa de agradecimiento al chico de todas formas, y comencé a caminar para irme yo también.
—Está bien —profirió él, súbitamente—, le comparto mi tierra.
—Oh, no, por favor —le dije, conmovida por su amabilidad—, no hace falta. Ya entendí que es... complicado, te lo agradezco.
—No es complicado —insistió con una sonrisa—. A lo mejor tú tienes más suerte que yo sembrando esas cosas.
Su mirada sobre mí logró ponerme nerviosa. Traté de disimularlo dejando salir una risa con su comentario, y no me di cuenta cuando la señora ya había vuelto a estar a mi lado. Su mano ahora se hallaba estirada frente a mí.
—Oh, cierto, debo pagarle.
—Por supuesto que debes pagarme, qué crees qu...
—¿Con esto es suficiente? —le pregunté, extendiendo solo tres billetes que saqué del bolso de mi padre. Quise reír por la cara que puso, pero no lo hice—. Puedo traerle más si no me alcanza.
—¿Quién eres tú, niña? —inquirió la señora, pasmada.
En mis labios se deslizó una sonrisa, y me propuse olvidar su trato hacia mí.
—Soy Nora —respondí—. Vivo aquí cerca, en la calle Dong-gu, llegué hace dos semanas.
La señora arrancó los billetes de mi mano y se alejó con los ojos muy abiertos.
Alcé las cejas y ahogué una breve risa por su falta de modales.
Muy pronto mi estómago comenzó a apretarse al caer en la cuenta de que me había quedado sola con aquel chico.
—Ignórala, con los años solo se vuelve peor —comentó.
—Qué miedo —respondí, riendo—. Pues muchas gracias...
—Oh, Jimin —dijo extendiendo su mano frente a mí—, soy Park Jimin.
—Jimin —repetí estrechándola, y él asintió sin dejar de mirarme.
• ────── ✾ ────── •
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro