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I

Soy el fuego que arde en tu piel,
Soy el agua que mata tu sed.
El castillo, la torre yo soy,
La espada que guarda el caudal.
Tú el aire que respiro yo
Y la luz de la luna en el mar.
La garganta que ansío mojar,
que temo ahogar
de amor.
¿Y cuáles deseos me vas a dar?, dices tú,
Mi tesoro, basta con mirarlo
Oh
Y tuyo será,
Y tuyo será.

-Rodrigo Amarante

Estoy perfectamente consciente de que es ilegal, pero la enorme piscina de mi terraza nunca dejará de ser mi parte favorita en todo el mundo.

Me hace sentir que aunque me duela, la vida a veces tampoco es tan mala. Como cuando la arena te quema y te da igual porque corres hacia el mar.

Bajo el agua permanezco unos segundos, pues mi interior hace días que me atormenta con extraños temores y casi siento que este es el único lugar donde estoy a salvo.

Seguí el atrapante movimiento de mi cabello bajo el agua, y aunque ya me estaba faltando el aire, decidí aguantar un poco más.

El frescor se estaba sintiendo muy bien en mi piel bajo este ardiente atardecer, así que solo cuando ya tuve suficiente, di pataditas para subir a la superficie.

El impulso amenazó con desprenderme el bikini, pero no fue así. En la superficie había más calma que al interior. Cuán vacío y lleno se sentía mi corazón al mismo tiempo.

Aclaré mis sentidos entonces y oí a mi padre hablarme con cierta diversión en su voz.

—Te estoy llamando hace rato, ayer hiciste lo mismo. —Enseguida volteé y despejé mi rostro del desorden de mi cabello—, ¿por qué?

Sabía que se refería al hundirme demasiado tiempo, pero ahora mismo no encontraría las palabras para explicarme.

—¿Hacer qué?

Mi padre bufó y con un gesto de cabeza me indicó que saliera del agua.

—Tu tío Massimo está por llegar y viene con todos los chicos. ¿Qué te apetece cenar?

Miré un segundo las tenues estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo intenso, saboreando el mar en mi boca mientras pensaba.

—Salmón o... caviar también puede ser, cualquiera de las dos cosas está bien —respondí mientras comenzaba a flotar de espaldas—, si va a ser salmón que las verduras estén al dente, por favor, la última vez parecía puré.

Mi papá soltó una carcajada y asintió, consultando su brillante reloj.

—Bien, ahora sal del agua antes de que te enfermes.

Dicho esto, se retiró arremangando su camisa al interior de la casa a través de mi habitación.

Sintiendo ya la fría brisa sobre mi rostro y mis hombros, nadé con cuidado hacia la orilla.
Al llegar, apreté mi cabello para que estilara, acomodé mi traje de baño y me envolví en la toalla que dejé colgando sobre el rugoso tronco de una palmera.

Entré en mi cuarto una vez estuve más o menos seca y caminé directamente a la ducha.

—Hola, Tina —saludé con una sonrisa a la mucama que me esperaba en la puerta de mi habitación—. Prepara uno de mis vestidos negros para esta noche, de satín por favor, el cloro deja mi piel sensible.

—Su papá dijo que el viento estará muy frío después —comentó con cautela.

—Entonces ocuparé también un cárdigan blanco.

—Sí, señorita.

—Y unas ballerinas que combinen; no estoy de ánimo para tacones —añadí antes de cerrar la puerta del baño—. ¡Gracias, Tina!

La cerámica inteligente comenzó a calentarse al contacto con mis pies y pude relajarme solo hasta cierto punto.

Hoy sería una más de las tantas noches anteriores, repleta de conversaciones altaneras de las cuales ya no me puedo librar.

Bajo la tibia regadera recordé que mi padre toda la semana me dijo que ya podía hacer mía una buena parte de 'nuestra responsabilidad', como gusta llamarle a su riqueza, y temía que hoy fuera el día en que lo mencionara en público.

Adquirir algo así continúa causándome vértigo, muy a pesar de que solo se traten de dominios limpios comprados con dinero lavado.

Como siempre, tardé muchísimo en vestirme y arreglarme. Me gusta llegar cuando todos ya han bebido algo, pues así evito hablar en serio con muchos de ellos.

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Pasada la medianoche estuve lista y decidí unirme a las estruendosas risotadas únicamente masculinas del primer piso. Bajé las escaleras con cuidado y ocho pares de ojos me recibieron con un gentil y suave vitoreo de alegría.

Camisas a medio abotonar, zapatos inmaculados y  habanos encendidos y acompañados de un rectangular anillo de oro blanco en el meñique de cada mano.

El aire ya estaba pesado y una que otra mirada más vidriosa que la anterior.

Junto a mi tío Massimo, el mejor amigo de mi padre, distinguí a una cara desconocida y casi tan joven como yo. Era un chico no muy alto y bien parecido, y me dedicó una mirada hambrienta que no hizo sino incomodarme.

Carissima —musitó mi tío Alessandro en cuanto giró para verme—, hermosa como la luna.

Me alcé en mis puntillas para saludarlo de dos besos y le sonreí.

—Hola, buenas noches —me dirigí a los demás cordialmente—, buenas noches a todos.

—Nora, pequeña, ya me extrañaba que no vinieras —dijo esta vez mi tío Massimo, mientras se acercaba a abrazarme con cariño.

Yo ocupé una sonrisa como toda respuesta. Ignoré a la desconocida presencia con cortesía y caminé hacia la cabecera de la mesa de comedor, donde se encontraba mi padre. Dejé un beso en su mejilla para saludarlo y tomé su vaso vacío para rellenarlo.

Parecía muy concentrado hablando de aperturas extranjeras con otro de mis tíos, Tito Verro, pues encendió otro cigarro inmediatamente después de apagar el anterior.

Del pequeño bar a su costado llené hasta la mitad su vaso con whisky y se lo regresé.

Grazie, principessa.

Me mantuve a su lado en un silencio prudente hasta que sentí mi estómago rugir. Caminé entre todos sintiéndome muy pequeña sin mis habituales tacones y me abrí paso hasta el banquete servido en la siguiente habitación.

Con solo una rápida mirada, las verduras no me parecieron tan brillantes como las había visualizado en mi mente, así que solo decidí llevarme una fresa a la boca para que mi estómago dejara de sonar.

Luego me dirigí, en cambio, hacia la barra y pedí abrir un espumante para mí.

A la espera estaba de mi copa, cuando escuché mi nombre pronunciado por una desconocida voz.

—Señorita Eleonora Muscatello.

Volteé por inercia y me topé con aquel chico otra vez. Ahora estaba sonriendo frente a mí.
No olvidaba la vulgaridad de su mirada, así que rodé los ojos sutilmente cuando me extendió su mano y tuve que dejar la mía sobre la de él.

Se inclinó y besó mi dorso brevemente.
Era el típico italiano que cree que el estar desarreglado le da un aspecto 'relajado y atractivo'.

—Es usted muy hermosa. Mi nombre es Alessio Leggio, encantado.

—Alessio —repetí, apartando mi mano—, ¿eres hijo de Alessandro?

—Así es. Él insiste en que comience a acompañarlo a estas reuniones.

—Ya veo.

Sus azulados ojos titilaron como dos estrellas cuando examiné su rostro un momento.

—Todavía más bonita en persona —insistió, recibiendo la copa de espumante por mí y acercándomela—. Me he enterado de que está disfrutando de un año sabático este tiempo —comentó, dándole una calada a su cigarro—, debe ser muy agradable.

—Lo es, gracias.

—Ahora que comenzó el verano yo también he pensado en...

—¡Nora! —me llamó la voz de mi padre desde el comedor—, ¡ven aquí!

Sintiéndome salvada por su grito, feliz me acerqué a él. Sus oscuros ojos parecían querer leer mis gestos y su ceño fruncido me reprendió.
Tomé asiento a su lado cuando él así me lo indicó, y los demás continuaron cotilleando entre ellos.

Todos estaban jugando una rápida partida de póker.

—¿No vas a comer nada? —inquirió al verme beber de mi copa.

Solo negué con la cabeza.

—¿No te gustaron las verduras?

—No mucho la verdad, no tenían buen aspecto, pero no te preocupes porque me acostaré temprano.

Mi papá solamente asintió y me enseñó su jugada por debajo de la mesa. No emití ningún gesto, aún sabiendo que cualquier cosa que tuvieran los demás los haría perder.

—Apuesta con nosotros en la próxima, Nora —sugirió mi tío Massimo con una sonrisa junto a mí.

—No puedo robarle a mi propia familia —respondí, divertida.

All-in por las viejas glorias, Carlo —sentenció al otro lado con alegría mi tío Alessandro, empujando todas sus fichas al centro de la mesa y alzando su copa hacia mi padre.

Sin embargo, él solamente efectuó un gesto de cabeza y no correspondió al ademán.
Dejó sus cartas boca arriba sobre la mesa y ni siquiera se molestó en reclamar las fichas.

—Esas glorias son viejas por algo —se limitó a decir.

Refiriéndose a su apuesta total, soltó una carcajada, y junto a él yo también.

Justo entonces llegó el chef, repuso la tabla vacía de quesos y frutos secos a nuestro costado, e hizo una reverencia antes de comenzar a retirarse.

—Paolo no te molestes en venir mañana, a Nora de nuevo no le gustó la comida —le indicó mi padre con ligereza—. Gracias, buenas noches.

Aquel hombre calvo y vestido de blanco solo empalideció. No fue capaz de abrir la boca para nada más que pedir disculpas, y se retiró cabizbajo.

—Ale, háblame un poco más de tu hijo —continuó mi papá, dándole un sorbo a su whisky—, poco he sabido de él desde que volvió de Francia.

—Así es, mi campeón ya se graduó con honores de Contabilidad —señaló orgulloso, sacudiendo el hombro de Alessio—. Regresó el mes pasado después de años con la nariz metida en un libro. Ahora es momento de que comience a vivir.

—Y con eso pretendes que él comience algo con mi hija —soltó de pronto—. Hace rato que lo veo mirándola con ojos que no me gustan, en mi propia casa.

Me tensé a su lado, pero él le dio una palmadita a mi espalda.

—Oh, no, señor —se precipitó el joven a responder, nervioso—, más bien ansiaba conocerlo a usted en persona.

—Sí, bueno... Le pregunté a tu padre, no te pregunté a ti.

Entonces hubo un silencio de mil males en la mesa y tuve que suprimir con fuerza mis ganas de reír.

—No, hombre —contestó Alessandro, sonriendo para bajarle el perfil—, solo estoy intentando que se familiarice de a poco con el negocio, eso es todo. No me creas tan estúpido.

Mi padre asintió una sola vez y la densidad de sus ojos pareció intensificarse.

Animé a los demás a jugar una partida de póker más para alivianar el ambiente, y mi tío Flavio y Massimo accedieron; también eran los más ebrios.
Ocupé ahora la silla junto a mis tíos y presté astuta atención a todos los movimientos de los demás.

Avanzó el juego entre risotadas y una nueva copa de espumante para mí.
Mi padre continuó hablando de trabajo de una forma un poco más severa que a la que estoy acostumbrada, y a veces mi atención se desviaba.

Peor todavía cuando de pronto, mi tío Massimo en su turno de la jugada pegó un salto como si hubiera recordado algo importante.

—Mira, Carlo, casi lo olvido —exclamó—, la compré ayer.

De la parte trasera de su pantalón, y aún debajo de su terno, extrajo una pistola negra y brillante y la deslizó sobre la mesa hasta él.

—Es una Beretta 92, ¿hermosa, no? Me costó un dineral.

—¿Por qué la sacas frente a la niña?

—Nora ya ha visto armas, no exageres, mira... siéntela.

Mi padre la tomó en su mano derecha, después rápidamente la balanceó hacia la izquierda y luego chasqueó la lengua, dejándola sobre la mesa.

—Muy pesada, incómoda.

—Pero no está registrada.

—Sí, eso es bueno.

Aclaré mi garganta y dejé boca arriba el trío de ases que tenía en mi poder.

—Lo siento, caballeros —anuncié en un tono divertido al ver sus caras—, no era mi intención. Es hora de que me retire.

—Vamos, cara, no te enojes... —dijo mi tío Massimo—, ahora la guardo.

—No me enojo, estuve nadando todo el día, muero de sueño. —Me puse de pie y les sonreí un momento a todos—. Fue bueno verlos, buenas noches.

—Buenas noches, Nora.

Hace un par de años mi instinto siempre me dice que es mejor retirarme cuando los amigos de mi padre comienzan a vanagloriarse de sus armas en medio de licores. Sé de sobra que no siempre las traen como protección, y eso me pone de los nervios.

Subí las escaleras y entré en mi cuarto más exhausta de lo que creí. Ahogué las risotadas restantes cerrando la puerta, y tras lavarme los dientes y ponerme el pijama, caí rendida sobre mi cama.

Encendí la televisión solo para que esta acunara un rato mi sueño, y el repentino silencio de la estancia me indicó que al parecer ya todos se habían retirado.e

Pronto, llamaron con dos golpes a mi puerta.

—Adelante —indiqué adormilada.

Mi padre apareció, y apenas distinguía su silueta entre mi cansancio y la oscuridad.

—¿Ya vas a dormirte? —preguntó en voz baja.

—Estoy agotada y mareada —respondí riendo un poco contra la almohada.

—No cenaste nada, por eso.

—Mañana desayunaré bien.

—¿Te enfadaste? —indagó.

—Bueno... no me gusta cuando sacan pistolas.

—Ya lo sé.

—Así es.

Sentí sus pasos aproximarse un poco más a mi cama, y guardó ese silencio que siempre emplea cada vez que lo invade la culpa.

—¿No quieres ver nuestras ganancias? —preguntó de súbito divertido, y una vanidosa sonrisa se dibujó en mi rostro.

—No, gracias, quiero dormir.

—¿Segura?

Entonces comencé a escuchar ese deleitante sonido que ocurre cuando dobla las cartas de póker casi hasta la mitad y luego las hace volar por el aire.
Pero este era mucho más sutil, casi imperceptible, y la sensación de suaves algodones sobre mis brazos descubiertos me hicieron girar.

Carcajeé sin poder parar al ver una lluvia de billetes caer sobre mí y el edredón de mi cama.
El fajo parecía no terminar en su mano y tuve que cubrirme el cuello cuando algunos de ellos me hicieron cosquillas al deslizarse.

—¡¿Segura?! —insistió—, porque hicimos una buena cantidad tú y yo.

—¡Ya para! —exclamé sin decirlo demasiado en serio—, ¡papi ya basta, me hace cosquillas!

El aroma del dinero llegó a mi nariz y me hizo carcajear todavía más, sintiéndome ligeramente sofocada. Una vez el fajo se acabó, mi papá soltó una risa de puro orgullo, se inclinó a dejar un besito en mi frente y ordenó un poco mi cabello.

—Buenas noches, princesa.

Ahogada todavía en mi propia risa, ni siquiera pude responderle antes de que se retirara y cerrara la puerta tras de sí.

Me erguí luego de calmarme, y esparcido el dinero parecía ser todavía más cantidad que en el aire.
Había por lo menos mil o mil quinientos euros a mi alrededor.

Con mi pierna fuera de la sábana solo hice a un lado unos tantos para poder estirarme cómodamente, y sobre mi súbito y enternecido fin, quedarme dormida.

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Olvidé quitarme mi collar de diamantes anoche y amaneció roto, esparcido sobre mis sábanas al igual que el dinero.

Dejé que Tina se encargara de todo realmente. Desperté más tarde de lo previsto y ahora solo necesitaba bajar al gimnasio y desayunar.

—Buenos días, ¿y mi papá? —le pregunté a mi mucama.

—Salió muy temprano, señorita Nora. ¿Qué desea para comer?

—Oh —asentí, extrañada—, piña y mango con coco rallado, por favor.

—Enseguida.

—Gracias, Tina —dije antes de que ella se retirara.

No tiendo a salir de casa sino es para acompañar en viajes a mi papá, o para ir al centro comercial.

En este país las personas tienden a respetarme demasiado como para lograr crear amistades genuinas y despreocupadas.
Incluso eso me ocurrió en la escuela.

Así pues, mis mejores relaciones siempre han estado en el extranjero. En Mónaco a decir verdad, donde vive mi mejor amiga Diana Provenzano, hija de mi tío Flavio. También un capo.

Ella sí logra entenderme, pensé mientras sentía temblar mis piernas sobre mi esfuerzo en la trotadora. Vi mi reflejo en el espejo frente a mí, y advertí gotas de sudor deslizándose hacia abajo por mi cuello.

Hacer ejercicio viene siendo mi principal hobby desde que me gradué, pues me he tomado mi tiempo para decidir qué hacer.
Mi padre no me presiona, así que me siento todavía más relajada al respecto.

Me pregunté de nuevo por qué no lo vi en la mañana. No es propio de él levantarse tarde, pero tampoco salir así de temprano y sin avisarme.

Me di un largo baño de tina al terminar de correr, sin poder sacarme aquella extraña aprensión de la cabeza. Quizás debería volver a nadar esta tarde, pensé, para sacudírmelo de encima.

Ocupé un ligero vestido el resto del día y me la pasé hablando por teléfono con Diana, planeando extasiada el viajar a verla el próximo fin de semana en el jet que me regaló mi tío Alessandro para mi cumpleaños.

Colgué solamente cuando oí a lo lejos a mi padre entrar a la casa. Me levanté de la cama y bajé las escaleras.

—¡Papi! —exclamé feliz al verlo—. ¿Qué estuviste haciendo? ¡Te extrañé mucho!

Me lancé a sus brazos en automático y no reparé en su severo silencio hasta después de unos segundos. Me separé de él y observé la más oscura sombra sobre su semblante. Sus ojos se movían muy rápido por la estancia, nerviosos, y sus manos se tensaron en mi espalda.

—¿Qué pasa? —inquirí, asustada bajo su rostro.

—Tenemos que irnos de Italia.

Presa de un pánico sin nombre, sentí un fuego ascender desde el piso hasta mi cabeza.
Entreabrí mi boca, pero no pude decir nada.

—Tenemos que irnos, princesa, ahora ya —urgió con voz golpeada, subiendo las escaleras tomado de mi mano, a pasos agigantados.

—¿Q-qué?

—Me han traicionado —declaró con la voz más firme que pudo conseguir bajo su propia desesperación—, vienen por mí, Nora.

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