Cap. 8.- Williams
— La verdad, te entiendo, no te juzgo en lo más mínimo porque tranquilamente podría ser yo —señala mientras come otro bocadillo, sí, le conté a Nora, ¿qué iba a hacer yo? Es la persona en la que más confío—. Que rico está esto —sonrío por inercia al escucharla y veo cómo se relame los labios antes de chuparse los dedos.
— Deja de pensar con el estómago, tengo un problema serio.
— Claro que sí, muchos, desde que te conozco —sonríe y... agarra otro bocadillo, invitarla a comer no fue buena idea—. Como dije, no puedo juzgarte, si Mateo viene y me dice que volvamos yo le digo que sí sin pensarlo, pero no es lo mismo.
— ¿Por qué no?
— Porque, Williams, nosotros terminamos porque no funcionó, no porque tuvimos problemas. A nosotros no nos fue tan mal, mi ex es mejor ex que tu ex. O sea, nos fue mal, pero no tan mal —suelta una pequeña risa y le lanzo la servilleta de tela en la cabeza.
Suelta una risa aún más alto, casi grita. Por alguna razón me le uno y terminamos riendo hasta que nos duele el estómago, reímos durante mucho tiempo, el suficiente para que las parejas de otras mesas nos vean mal y algunos niños se nos unan.
Era muy raro cómo con ella podría reírme de todo, el resto de la vida, como si los problemas no fuesen tan grandes, todo era más sencillo a su lado.
La observo hasta que ella corta su risa y me sonríe. Nos quedamos viendo unos minutos, aunque lo siento como horas, como si llevase toda una vida viendo a sus ojos y sintiéndome bien con ello.
— Deja de verme así —agacha la cabeza y logro divisar un pequeño rubor en sus mejillas.
No puedo ni explicar lo bien que me hace sentir verla así, saber que aquello se lo provoco yo.
— ¿Así cómo? —apoyo los codos sobre la mesa y recargo mi peso sobre ellos, uniendo mis manos bajo mi barbilla como soporte. La sigo observando.
— Así como idiota —alza la mano en un acto reflejo tan rápido que solo puedo reaccionar cuando siento el trozo de bocadillo resbalando por mi rostro.
Me-lanzó-bocadillo-a-la-cara.
— Estás muerta —suelto como última advertencia antes de agarrar todo lo que estuviese a mi alcance y lanzárselo. Ella se esconde bajo la mesa, pero eso no la frena a hacer lo mismo.
Así jugamos un rato, cuando me doy cuenta le he tirado encima toda la sal que teníamos junto a la ensalada y ella me regresó los ataques con parte de las flores que adornaban la mesa minutos antes.
Creo que hasta que no cae un plato y se rompe, no paramos. No, no paramos hasta que un señor grande y musculoso nos sujeta a ambos de la camisa y nos cuelga como muñecos, ambos lo observamos y le sonreímos con inocencia.
— Agus —le digo con un tono tierno. Él, es Augusto, mi guardia de seguridad y chofer. Y que esté dentro del restaurante significa que estoy en problemas.
— Señor Williams.
— Lo puedo explicar.
— ¿Seguro?
Veo hacia los costados, me encuentro con que la mayor parte de las cosas que lanzamos terminaron tiradas por doquier, que el dueño del restaurante me observa con cólera desde una esquina y algunos meseros parecen sorprendidos de aquella escena que armé.
También hay un tipo en una esquina grabando el escándalo, pero ni bien lo ve, Charles, el copiloto y ayudante de Augusto, le quita el celular y le da dinero en efectivo, para que se compre otro. Bien, ellos hacen lo que sea para que no dañe la imagen de la familia. Hasta parecer auténticos criminales. Suspiro y agacho la cabeza.
— No le digas a mamá.
Nos suelta. Sujeto la mano de Nora y con la mirada en el suelo ambos salimos de allí mientras Charles se encarga de pagar cualquier daño mayor. Solo es comida, no murió nadie. Dejamos a Nora en su casa, antes de bajar nos damos un abrazo.
— Perdón, llámame —susurra a mi oído.
— No es tu culpa.
— Igual llámame.
Tras asentir una última vez, nos separamos del abrazo. Más, antes de que podamos hacerlo de forma completa, sujeto su rostro. El mundo se detiene en el mismo instante en que me acerco y veo cómo separa con cuidado los labios. Suelto un suspiro al sentirme aún más cerca y ser consciente de que el calor que emana su cuerpo ya se mezcla con el mío.
Relamo mis labios en un acto reflejo, los humedezco y cuando ella entrecierra los ojos, mi mirada se desvía hasta el espejo central del coche, ahí hago contacto visual con Charles y uno de los ojos que posee Augusto. Ambos asienten. Otro suspiro abandona mi cuerpo y con todo el dolor del mundo logro detener mi camino hacia sus labios, elevo la cabeza y beso su frente.
Solo ahí, ella se baja.
Augusto arranca nuevamente y yo me quejo, reclinado sobre el asiento, hago berrinche como si de un niño pequeño se tratase.
— ¿Por qué no lo hizo? —Indaga Charles y solo logro responder encogiendo los hombros.
— Por ella —responde Augusto sin despegar la mirada del camino.
— ¿Quién es ella? —Pregunta.
Primero, Charles es muy chismoso.
Segundo, como habrás notado ya, más que trabajadores son mis amigos, como padres, de mí y de mis hermanos. Augusto me conoce desde que cumplí los once y aunque a Charles lo trajeron el año pasado, se ha vuelto rápidamente parte de la familia.
— La señorita Amanda, ¿cierto? —No me atrevo a verle, pero sé que él me mira. Asiento—. Lo sabía. A su madre... a nadie, le gustará saber eso.
— ¡No le pueden decir a mi mamá que he visto de nuevo a Reyes! ¡¡A nadie!! —No estoy tan alterado como parece, solo... digamos que a mi familia, conocidos y allegados, no les agrada ella.
— No diré nada, sabe que puede confiar en mí, bueno, nosotros. Pero no debería volver ahí —suspiro—. Niño Williams, los mayores ya estamos viejos por algo y ese algo no es en vano. Un buen consejo, aunque no se siga, debe guardarse y siempre tenerse al pendiente, nunca se sabe cuándo se puede necesitar.
— De acuerdo, gracias.
Me cruzo de brazos. Suspiro. Pienso. No sé en qué, pero pienso. Un buen consejo no siempre es lo que quieres escuchar ni de la forma en que lo quieres escuchar, pero no por eso es menos valioso que aquellos consejos donde te dan la razón.
— Ya, pero, ¿quién es Amanda? —Pregunta Charles con un tono tan de niño curioso al que dejaron sin chisme que, por alguna razón, me hace reír.
Y ríen conmigo. Todos reímos.
— De verdad, ¿quién es? —Niego.
— Nadie importante. Agus —menciono para llamar su atención, lo cual logro de forma inmediata— ¿Por qué mamá te mandó por mí?
— No fue su madre, fue su tío —aquel simple comentario me hiela la piel. Mi tío—. El señor Johnson, niño Williams, quiere hablar con usted sobre la compañía de su padre y sus abuelos, además de la forma en que será administrada.
Y con eso nadie vuelve a hablar. Ni siquiera Charles.
Quince minutos después, llenos de impaciencia y botellas de agua, llegamos. El coche frena en seco justo a un lado de aquel lugar que he estado evitando los últimos siete años de mi vida.
Charles se baja y abre mi puerta cuando ya se da por decidido que no quiero bajar. Observo a Augusto en busca de ayuda, pero él lleva puesta ya sus gafas de sol, trata de evitarme, pues conoce bien los motivos por los que me limito a entrar en las oficinas. Aún contra mi voluntad, logro bajar del automóvil y con algo de inseguridad me dirijo hacia las puertas.
Allí hay un hombre de traje que de forma amable me abre la puerta.
— Bienvenido, señor Williams.
— Jandry está bien, gracias.
Y avanzo. Tras los primeros cinco pasos en planta baja todo se vuelve tan natural que me resulta incómodo. Aún está el mismo color beige en las paredes que un día él exigió pintar por su propia mano. Recuerdo que me trajo y pasamos días enteros pintando cada extremo, estuvo toda la familia. Hasta los abuelos estuvieron.
Avanzo un poco más y en el ascensor aún me encuentro con las puertas plateadas que tiene líneas negras, porque él quería que parecieran cebras. Siento que me inunda la nostalgia cuando llego a recepción y me reciben algunas secretarias.
— Señor Williams, un placer tenerlo aquí y poder conocerlo al fin.
Señor Williams. Señor Williams. Señor Williams.
Me llaman aquí, me llaman allá. Lo llaman a él. Así que corro. No de forma literal. Apresuro el paso, agacho la cabeza y me muevo entre los pasillos como si fuese un desconocido o si me estuviesen buscando policías. No sé cómo logro entrar en su oficina, pero ahí me encuentro.
La oficina de papá donde justo ahora se encuentra mi tío de espaldas, viendo por el gran ventanal que papá tanto amaba. Da la vuelta apenas nota mi presencia y me sonríe. Lamentablemente la sonrisa le dura poco, porque ni bien se toma un segundo para analizarme, se abalanza sobre mí y me sujeta, quizá en el momento exacto ya que cuando siento su brazo alrededor mío mis piernas deciden que ya no tienen vida útil. Y caigo de rodillas.
Y rompo en llanto.
Media hora después me siento mejor, veo por el gran ventanal, mi tío Noé solo me mira mientras me da un poco de aire con su mano.
— Gracias.
— Ni que lo digas. Lamento haber hecho que te trajeran aquí. Creí que tras siete años... no lo pensé bien, perdón —. Suspiro.
— Papá amaba este lugar, más que a su vida..., solo no estoy acostumbrado al trato que recibí hoy. De verdad, no te preocupes. Son solo recuerdos.
— No. Son dolores. Son daños. Son cicatrices.
— ¿Hay diferencia?
— Los recuerdos no te dañan. Te generan nostalgia, no melancolía. Te hacen extrañar el pasado, sin que te duela el presente—Observa también por el vidrio que da al exterior—. Las cicatrices que nos deja el tiempo en el corazón nos causan el mismo daño ahora que nos causaron antes—. Sonríe— No nos ayudan a abrazar un sentimiento anterior, sino a aferrarnos a él, pero, en el fondo, no es lo mismo sostener que no saber soltar.
— ¿A dónde planeas llegar? —Aparto la mirada de él durante un minuto, sí, trato de lucir serio.
— Eres el primogénito. Aun así sabes que todos te apoyamos si el hacerte cargo no es lo que deseas, eres libre de hacer y deshacer en tu vida, Jandry. Es tu vida y solo tú puedes elegir lo que crees mejor para ella.
— Pero —lo incito a continuar.
— Alana habló con tu madre y conoces a esa mujer. Se ha puesto loca con todo lo mencionado. Ella y tu tía creen que no es buena idea que se hayan visto la chica esa y tú. Yo puedo hablar con Sara, mi esposa es sencilla, pero Laura... tu madre no quiere eso para ti y lo sabes.
— Y tratas de convencerme de que ignore el haberla visto.
— No, trato de que pienses qué es ella para ti. Si un recuerdo que aún abrazas y deseas tener otra vez. O una simple herida a la que te estás aferrando y te niegas a soltar, sobre todo ahora que volvió.
— ¿Para eso era necesario traerme aquí?
— No, solo estabas muy lejos y no quise ir yo, me dio pereza —. Sonreí.
— Diles que me convenciste. Yo me encargo de lo demás.
Doy vuelta sin decir una sola palabra más. Me preparo mentalmente para volver a caminar por esos pasillos y sentir la mirada de todos en mí. Necesito más tiempo antes de volver y tomar mi lugar en la empresa familiar. Oh, de la empresa te hablaré después, aunque no hay mucho que aclarar.
Es una empresa que viene de generaciones, comenzó vendiendo telas, botones y accesorios para la creación de prendas. Después el abuelo hizo que la producción de telas creciera, comenzó a vender maquinaria y generó contratos con grandes empresas textiles. Papá le puso a fuerzas la creación de ropa, claro, todo era como copias de mejor calidad, con telas propias y el logo de la compañía que fabricó la idea. Cinco años tras la muerte de papá, mi hermana Amy desarrolló un talento innato para la confección y diseño. Se volvió diseñadora de la marca con solo trece años y así la compañía comenzó a crear sus propios diseños con su propia tela, su propio logo, la historia que mi padre traía de por medio, la fama de que el linaje Williams poseía muy bellos y elocuentes descendientes, todo en uno.
Actualmente la prensa anda emocionada pues se sabe que cumplo pronto la edad que mi padre una vez prometió yo debía tener para asumir un cargo y todos desean ver en lo que me convertí. No, no he dado la cara a las cámaras en siete años, ha sido sencillo, he tenido el perfil más bajo posible y lo que tiene de mí la prensa son fotos donde no se ve mucho más que mi cabello, no soy fácil de tomar fotos y la gente se cansó de intentar, pero eso no les quita el anhelo de querer verme. Soy una persona normal con problemas normales, ¿de acuerdo?
— Estrellita —dice mi tío para llamar mi atención. Volteo a verlo—. La próxima vez que vayas con tus amigos a romper platos y tirar comida en un restaurante, fíjate primero que no sea donde conocidos de la familia. Eres sticker en un grupo de Whatsapp.
— Mátame.
Reímos una última vez y salgo. ¿Qué aprendí hoy? No sé, pero es mi vida y tengo a mi tío apoyándome. La vida ya me puede sorprender, después de todo soy un Williams.
Estoy listo para todo.
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