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Cap. 5.- Papel en blanco 1/2

Pasada la emoción inicial, hice lo que cualquier persona cuerda haría. Me eché a llorar.

¿Por qué?, seguro te preguntas. No sé, es mi respuesta.

Ella vuelve después de meses, que sentí como años, sin saber de la existencia del otro. Tiempo durante el que no me sentí precisamente mal, aunque presumir de haber estado bien es algo que tampoco puedo hacer. Tiempo en el que medité y me preparé casi al 100% para volverla a ver. Pero verla con alguien más no es uno de los escenarios que más se haya repetido en mi cabeza. 

Soy bueno para imaginar, es algo de lo que siempre he pecado. Imaginar historias completas con todo y desenlace, aun sabiendo que el final que llevo a cuestas es otro, pues en la vida el final de tu historia no lo escoges tú. Lo escogen por ti. Puede parecer que tienes todo bajo control, pero no es así. Nada de lo que sucede en tu vida está bajo tu control por mucho que sientas que sí. Felicidades si algo hoy te ha salido bien. Lamento si no todo fue de maravilla. 

Más, al final del día, todo lo sucedido tenía que suceder y de ti no ha dependido ni siquiera el pie con el que diste tu primer paso esta mañana. ¿Quién controla todo eso, entonces? Es información que sigo buscando, pero no te quemes la cabeza y relájate, ya te he dicho que no has sido tú quien, de alguna forma, arruinó algo hoy.

Solo seguiste un plan que ya estaba ahí para ti y no podías cambiarlo.

Bueno, esto es lo que me escribieron a mí. Estoy llorando por mi ex. No precisamente mi ex. Estoy llorando porque mi ex está con alguien más. Alguien que la trata de mi amor. Alguien que la besa. Alguien que..., joder, ¿la habrá tocado ya? ¿Soñarán un futuro juntos también? ¿Será que él ya sabe de ella todo lo que yo sé? ¿Será que sabe qué chocolates o gomitas prefiere comer en esos días que llegan una vez al mes? ¿Su comida favorita? ¿Su color favorito? ¿Libro favorito? ¿Canción favorita y por qué?

Bien, actúo como loco.

 Volviendo. 

Estoy llorando por mi ex. Le lloro a ese recuerdo que tengo de ella, de la chica despeinada que me sonreía mientras hacía una mueca, de la que me tildó de gay desde el primer día que me vio, de la que me llamó adorable, la que conoció todo aquello que me gusta y se hizo amiga de mis hermanos. 

Le lloro a la chica que un día amé y sigue ahí, pero con alguien más. Le lloro a un recuerdo que pensé que era mío y ahora descubro que podría ser un recuerdo compartido.

Va, es idiota que me sienta mal. Tengo a Nora, pero no es lo mismo. Nora es mi amiga. ¿Ellos serán amigos?

«Mi amor». Bien, amigos nada. Pero podría estar sacado de contexto. Podría ser solo... solo... No, ya, ya la perdí. Estoy sobrepensando y la perdí. ¿Qué perdí? No era mía ya y...

Las lágrimas siguen cayendo. Son una tras otra, tras otra y tras otra. Los párpados ya me pesan, la cabeza me duele. Todo me duele, siendo honesto. Hace mucho no sentía nuevamente esta opresión en el pecho, ese cosquilleo en la columna, esas ganas de gritar. Ese picor en los ojos. Ese dolor pavoroso en la garganta. 

Siento el cuerpo caliente, pero tengo frío.

Creo que me dañé. 

Sudo. Tiemblo. El cuerpo me hormiguea por completo y solo puedo pensar en eso. Ella. Él. Sus labios. Cierro los ojos con fuerza y me abrazo a mí mismo con mucha más fuerza, tratando de callar las voces que no dejan de hacerse presente en mi cabeza. La garganta se me cierra. El pecho me sube y baja con fuerza. No puedo respirar. Me estoy ahogando.

Joder.

Estoy en crisis.

— Jan —. Siento unos brazos rodeándome, no me atrevo a abrir los ojos. Niego. Niego con fuerza esperando me suelte, esperando me dejen solo.

No, no tengo idea de qué sucede. ¿Lo has sentido? Ese no saber qué te pasa o cómo explicarlo, solo ser consciente de querer salir corriendo, despegarte de tu cuerpo y huir. Huir de ese sentimiento, de esa angustia, de esa opresión, del dolor. Huir de ti, del momento, de los pensamientos. Huir de todo aquello que en ese momento te cierra y te hunde, te ahoga y te sacude con tanta ímpetu que parece a punto de desarmarte. 

Quizá en el fondo todos somos muñecos de lego, quizá todos nos desarmamos por algo o alguien. Al menos una vez en la vida. Bueno, esta iba siendo mi tercera o cuarta vez desarmándome por ella.

— Jandry, abre los ojos —escucho decir a una voz femenina que me resulta conocida, pero yo solo me aferro más a mí.

A veces solo nos tenemos a nosotros mismos.

— ¡Williams! —Tras una fuerte y sorpresiva sacudida, abro los ojos fijándome en las cinco personas que me observan fijamente. Puedo observar la lástima en sus ojos, el miedo, la preocupación.

— Don't listen to the voice inside your head —dice el moreno frente a mí citando la frase de una canción que me gusta. — No sé qué te está diciendo ahora, pero no le prestes atención.

— La vi.

— Lo sabemos.

— Tiene a alguien más.

— También lo sabemos.

— Se besaron —. Y otra vez estaba llorando.

— Lo sé —. Me abrazó, solo me abrazó— Lamento mucho eso.

Y ahí, con Gonzalo abrazándome y las otras cuatro personas solo observando, volví a romperme.

No mentiré, me tomó dos horas y tres vasos de agua el recuperarme. Al menos lo suficiente para poder hablar. En la habitación estaba Oswaldo, Gonzalo, David, el cual es novio de Gonzalo, Rachel, ella ni recuerdo si era mi amiga, y Alana. Oh, Alana. 

Te cuento. Alana Friedman, hermana mayor de Oswaldo Friedman, uno de mis amigos. Mi psicóloga personal y mi crush de cuando tenía doce. No tuvimos nada porque ella no quiso, dizque porque ella tenía quince y yo era un niño. No la había visto en mucho tiempo, pero que pena da reencontrar a alguien después de mucho y que en ese reencuentro esa persona te vea llorando. Humillante. Ella me sonríe desde el otro lado de la habitación. Tiene un cabello afro que le queda hermoso.

¿Has visto a Tiana de la princesa y el sapo? Físicamente esa es Alana, solo que con el cabello muy rizado y más bonito. Tiene unos dientes hermosos y unos labios que lucen carnosos a simple vista. Una sonrisa preciosa, unas curvas que enamoran y te obligan a perderte un segundo en ellas. Su tez morena. Sus ojos marrones. Ella te mira y tú quedas bendecido, agradecido y enamorado. A eso súmale que es buena escuchando y carismática. Joder. ¿Ves que rápido a mí me cambia el humor? 

Eso lo sabía Amanda muy bien y... oh, lloraré otra vez.

— Deja de ver a mi hermana así —habla mi amigo y casi cuñado. Le sonrío.

— Es hermosa.

— Y tú un idiota.

— Y ti in idiiti, tonto... ¿Y Nora?

— Tuvo que irse, dijo que antes de que llegásemos llevabas ya una hora llorando, no pudo calmarte, pero salió a comprar algunas cosas. Helado y frituras. Eso dijo. —interviene Gonzalo.

Y por eso se necesitan mejores amigas como Nora. Que linda, ¿no?

— Cuéntanos todo —pide u ordena Oswaldo, no sabría diferenciar cuando se trata de él.

— ¿Qué les puedo contar? Al parecer ya todo lo saben. ¿Les soy honesto? Me siento mejor, ella y yo no tendremos que volver a hablar, seguro ya eliminó mi número, incluso puede que haya cambiado el suyo; además, no tiene forma de contactarme y no se arriesgará a venir de forma personal a entregar una invitación cordial —hago una pausa para observar rápidamente a todos—. No se necesita tener un IQ como el de Einstein para saber que ustedes no la quieren. Entonces, todo bien.

Me gustaría decir que me creyeron cada palabra, pero creo que han convivido conmigo mucho tiempo ya.

— Tus «todo bien» son un «no estoy nada bien, me dio ansiedad y quiero hundirme en helado», pero más bonito. Lo sabes, ¿no?

— Jodete, Oswaldito —. Menciono con ese tono que él odia. Ese que según sus palabras: me hacen sonar como un niño mimado de cuatro años al que no le quieren dar su estrellita de oro y se puso a discutir con la profesora.

— Me preocupo por ti, como todos aquí —comienza a alzar el tono de su voz y sé que eso significa peligro, pero un peligro escrito en mayúscula, resaltado y en negrilla. PELIGRO, así—. Bueno, no todos. ¿Sabes quién no se preocupa por ti?

— No lo digas —. Pido.

— ¡Exacto!

— ¡Oswaldo! —reprende Gonzalo, pero el susodicho solo sonríe, me observa, mientras de forma lenta y directa, lo suficiente para sonar cruel, arrastra cada letra de su siguiente oración.

— Amanda Reyes —dice, pero siento que lo escupe. Lo escupe como la víbora que es.

— ¡Se acabó! —Me pongo de pie en el instante en que concluye con su... lo que sea que esté haciendo.

No se mueve cuando doy un paso hacia él y avanzo en su dirección sin nada que me frene. Quiero darle un golpe. Un solo puño en su cara de idiota. Tiene razón, lo sé, pero eso no le quita lo idiota. Ella fue una gran novia, eso no se lo pienso reprochar, jamás lo haría. Fue mejor persona que yo en todo aspecto. El mejor ser humano que conozco. Una jodida persona llena de magia y alegría por repartir.

— Sí, se acabó, pero para ustedes. No harán esto. Ya no —veo el inconfundible cabello rizado entrometerse entre ambos, detrás de ella logro divisar la melena roja de Rachel halando de Oswaldo y Gonzalo hasta sacarlos de la habitación.

— ¿Por qué te metes, carajo?

— ¡No te dejaré arruinarlo así otra vez! No es la forma. Perder a tus amigos no te hará sentir mejor.

Vuelvo a la cama y me tiro sobre ella, gateo hasta una esquina y voy tirando sábanas y almohadas que encuentro a mi paso. Las lanzo a donde caigan así que probablemente cuando lo vea mamá me regañe por el desorden. ¿Me importa? No. Cuando alcanzo la esquina y me acomodo, solo logro cubrirme el rostro con las manos y ahogar un grito. Un grito que me exige hacer algo.

Si solo pudiera decirme qué tengo que hacer con la misma fuerza con la que me dice que haga algo, nos estaríamos entendiendo.

— Hablemos.

Se sienta al borde contrario de mi cama. Hasta ese instante me hago consciente del peluche de perezoso que trae en manos. Alana es una persona comprensiva y llena de amor, sí, pero me jode. Es como un Flanders. Cuando estoy de mal humor, su buena vibra me estresa.

— Bien. Hablemos.

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