Cap. 24.- El idiota enamorado
— Un poco más arriba —ordena y comienzo a ponerme de puntillas—. Bien, a la izquierda, está algo chueco.
— ¿Y si mejor lo haces tú? —Reprocho cuando los brazos comienzan a dolerme.
— Amy te mandó a ti —me recuerda Nora y suspiro.
— Cállate. Ven, te ayudo —le paso la estrella que va en la punta del árbol y me sonríe.
Sí, mamá también llamó a Nora. Estamos encargados del árbol porque los demás ayudan a mamá con la sala y la cocina. Max salió a comprar una nueva vajilla junto a Bruno y Amy trata de quitar el polvo de algunas zonas. Augusto y Charles fueron enviados a conseguir algunos ingredientes que faltaron. Todos ayudamos.
— ¿El plan es cuál? —Indaga y me encojo de hombros.
— Te hacemos de niña pequeña y te cargo, colocas la estrella y te jodes porque será tu culpa si queda mal acomodado.
— ¡No! No asumiré tu responsabilidad —advierte.
— Solo me estás ayudando —respondo con una sonrisa.
Antes de que pueda seguir quejándose, sujeto de su cintura y, tratando de no soltarla o que se resbale, la alzo. Una suerte que tengo a favor es que Nora apenas pesa, por lo que se me vuelve un trabajo demasiado hacedero.
Ella ríe cuando sus pies dejan de tocar el suelo y se sujeta de mis brazos, no puedo ver su rostro, solo su espalda ocupa mi campo de visión. Tras unos segundos, suelta mis brazos y se inclina con suavidad hacia adelante, parece dejar la estrella y batalla un poco para ubicarla como a ella le parece favorable.
— Listo —indica dándome pequeños golpecitos en los antebrazos.
La bajo y ella da la vuelta por inercia. No la suelto. Finalmente, mis brazos la rodean una vez que está en el suelo, me mira fijamente y su cercanía aún consigue crearme un ligero cosquilleo, pero ese sentir se mezcla con la culpabilidad que mi cabeza me manda.
¿Y si... si Nora sí me ama? ¿Y si yo la amo? No. Yo estuve con Amanda porque todavía siento algo por ella. No puedo corresponderle a Nora.
— Tenemos que hablar tú y yo —añado, bajando el tono de mi voz.
— No —se separa de mí y niega—. Hoy hay una fiesta, tengo que ir a casa y arreglarme. Deberías darte un baño.
Sin decir nada más, la veo dar la vuelta e irse. Paso las manos por mi cabello cuando me siento inquieto. Debo decirle. Admitir que ya elegí, que lo que sea que tengamos... ya no existe.
Aun así, le hago caso y me doy un baño. Me pongo traje de corbata, pero al final deshago la opción y me lo saco; me pongo unos vaqueros, me los saco; me pongo otro traje, me lo saco. Me desespero, ya no voy a la cena. Sencillo, ¿no? No. La verdad, mamá llega con un traje nuevo y me lo da. Es azul.
— Era de tu padre, lo compró cuando tenías dos años y para no aceptar que fue una mala inversión dijo que sería tuyo —sonríe—. Espero te quede, sino, pues fue una mala compra.
— Gracias —respondo entre risas.
El traje azul me quedó, me sentí pingüino, pero me quedó. Me sentía elegantísimo, la camisa blanca hacía contraste conmigo. Unos ojos azules me vendrían de maravilla.
¿Imaginas cómo sería la vida si de pronto pudieras cambiar el color de tus ojos o cabello cada que lo necesites? Creo que ahí ya pocas personas tendrían inseguridades, aunque nunca se sabe.
Como, espero, supones, invité a Farquaad. Llegó con un vestido naranja. Alguien en el universo sabía de la escala cromática. ¿Tú lo sabes? El azul y el naranja son colores complementarios, cada uno se encuentra en el lado contrario del circulo cromático, pero por eso es que combinan tan bien, un color cálido y uno frío que al ser fusionados funcionan de maravilla.
En este playlist que tenemos por vida, algunas cosas ya están definidas. El morado no va con el café, por ejemplo, aunque yo creo que sí. Nora fue con un pantalón amarillo y una blusa blanca, uno de los diseños de Amy. No soy el mejor definiendo ropa, solo te diré que la blusa tenía dos tiras que cruzaban tras su cuello, un escote no muy pronunciado que era adornado con pequeñas perlitas y tenía un corte que dejaba el abdomen a la vista. A eso, el pantalón era medio baggy, medio bombacho. Se veía bien, es todo lo que sé.
No, el azul no complementa al amarillo, pero combinan muy bien ¿no? Igual, están destinados a opacarse el uno al otro dependiendo la luz que le llegue a cada uno. Va. Estaba definiendo mi vida romántica según los colores de la ropa, me había pirado. Algo en mí ya no valía, alguna neurona se había rendido y dejado de funcionar.
La cena fue de lo más tranquila y acogedora. Farquaad se sentó frente a mí y no pude quitarle la mirada de encima ni un segundo, algo que, quizá, todos en la mesa vieron. Ella sonreía, quizá ya incómoda de mi mirada, y yo reía en respuesta al verla sonrojarse. Pasamos así como dos horas, porque comimos y de pronto comenzaron a contar anécdotas, comenzó de todo un poco, desde chistes hasta momentos al azar de cada uno.
Conté cuando nos corrieron del restaurante y cuando compré mi pony.
Nora contó cuando Mateo llegó a su casa con flores y cuando otro chico comenzó a cortejarla. Obviamente me molesté porque esas cosas no me las había contado a mí primero.
Mamá habló de cómo a Max se le habían quebrado dos copas una noche mientras recogía la mesa.
Amy habló de cuando me tuvo posando con los vestidos hasta que mi tío le dijo que parase.
Bruno habló de una chica de su salón que lo molestaba y de su nueva canción, romántica cabe aclarar.
Alana, que también había ido, habló de cuando conoció a Darla y una salida que tuvieron juntas a la pista de patinaje donde ambas cayeron sobre el hielo y ahora tenían pequeñas marcas moradas. Entre risas y comentarios, el tiempo pasó muy rápido.
— ¿Bailecito navideño? —Pidió mamá y accedimos.
Éramos pocos porque el tío Noé estaba con su familia, al igual que Charles y Augusto. Nora también debía estar con su familia, pero su madre entendía y supongo que Reyes huyó de su casa para poder estar ahí en ese instante, algo que valoraba muchísimo. Tras los primeros villancicos, la música pasó a ser alegre y movida, era un ambiente muy lindo. Nora sacó a bailar a Bruno. Jacob llegó poco después y pasó un rato con Amy. No tuve opción, aunque tampoco quería más opciones. Me fui con Amanda. Sujeté su mano, la saqué entre el gentío de las parejas y me acerqué a ella lo que más se me hizo posible.
La música no nos dejaba oírnos entre nosotros, por ello, tras unos minutos tratando se seguirle el ritmo a los demás (aclaremos que no sé bailar) decidimos salir. En el patio principal todo era blanco, la nieve lo había cubierto todo, pero los adornos navideños hacían un contraste hermoso con la pureza que daba esa escena.
— Estás hermosa —admití cuando, ante el blanco de fondo, toda ella resaltaba más.
— Tú también. Estás guapísimo.
Las manos me sudaban, así que sujeté las de ella para tratar de ignorar mis nervios.
— Hablé con Nicholas —admití.
— Dry...
— Espera —la corté—. Hablé con Nicholas, quería disculparme porque les jodí la relación.
— Jandry —dice con un tono dulce y niego.
— Déjame terminar, Reyes —vuelvo a intervenir y ambos reímos. Asiente—. Dijo que está bien, pero igual no piensa volver —suspira—. Lamento mucho lo que hice porque lo hice mal, pero, mi amor, quiero intentarlo otra vez.
¿Qué estaba haciendo? No tengo idea, ¿abriendo mi corazón? Quizá.
— ¿Lo dices en serio? —Veo un brillo en sus ojos que me emociona.
— Claro que sí, mi niña. Yo te amo, no he dejado de hacerlo y sé que tenemos muchas cosas de las que ya no debemos hablar, pero ya he pasado mucho tiempo lejos de ti. Sé que elegí mal antes, pero no quiero a nadie que no seas tú. ¿Me dejas intentar enamorarte una vez más? Te prometo que si no logro que me perdones y me ames como yo a ti... —acaricio el dorso de sus manos—. Te dejo ser feliz.
— Pero, mi niño, yo ya te amo —respondió entre risas y sentí mi rostro arder.
— Joder, Reyes, déjame fingir que no —me quejé antes de soltar una sonora carcajada.
— Te amo —añadió.
— Yo a ti, loquita.
Nos abrazamos unos minutos, el frío que hay fuera casi no se siente a su lado, bueno, no me hagas caso, está nevando, hablo como el loco enamorado que soy. La verdad es que hace mucho frío, por eso entramos casi de inmediato. Las personas no parecen ponernos gran atención. Acaricio los dedos, algo fríos, de Reyes. Halo despacio de ella y nos perdemos entre los pasillos hasta llegar a mi habitación.
No, no hacemos nada pues hay adultos fuera, simplemente nos recostamos sobre el colchón como lo hacíamos antaño.
— ¿Ahora qué? —Suelto de la nada y la escucho reír.
— No sé, ¿nos besamos? —Niego entre risas.
— Quiero, pero primero deberíamos hablarlo bien —añado, la veo sentarse y repito su acción.
— Si te soy honesta —agacha la cabeza y comienza a jugar con sus dedos—. ¿Qué pasará con Nora? A ella le gustas y no me digas que no es cierto porque sabes que sí.
— Bien, no te diré eso —respondo—. No sé qué pasará con ella. Lo hablaremos, sé que sabrá entenderlo, ante todo me quiere ver feliz y sabe que me hace muy feliz.
— Dry —aún no me ve y eso me preocupa—. Sinceramente, ¿ella te gusta?
A mi mente vienen los recuerdos de la última vez que tuvimos esa misma charla. Mi error en esas fechas fue responder «No me gusta, me atrae». Puedo recordar que por esos motivos discutimos y nos separamos, debía elegir bien mis palabras.
— No. Nora se ha vuelto mi amiga, pero solo eso.
— Ya —hago un esfuerzo para respirar—. Bien —sonríe.
— Dime lo que sucede.
— No, no sucede nada. Estoy bien.
— Reyes —me quejo—. Ya no hagamos lo que hicimos antes, por favor, dime.
— ¿Tú...? —suspira— ¿Tú a tus amigas les dices "Te amo"?
Tú a tus amigos siempre les dijiste así mientras tú y yo éramos pareja, no me vengas de hipócrita justo ahora, joder. Dije, en mi cabeza.
— Dejaré de hacerlo, perdón —respondí.
— No es la solución.
— Mierda, Reyes. No hagamos esto.
— ¿Qué cosa?
— Esto. Lo de siempre, tocar temas anteriores solo para tratar de abrir las cicatrices. Joder, ya deja cerrar las heridas de una vez. Vetemos ese tema. Nora no debería ser un problema —suspiro con fastidio.
— Pero lo es porque te gusta —responde.
Paso las manos por mi cabello con cansancio, ¿de verdad quiero esto el resto de mi vida? Sí. Amanda solo tiene problemas de confianza, son cositas, son detalles, a todos nos puede pasar.
— Ven —le digo mientras extiendo los brazos en su dirección—. Lo vamos a solucionar, lo prometo.
Nos abrazamos cuando ella se acerca a mí. Suspiramos al mismo tiempo. A veces ser un idiota enamorado no basta. A veces querer algo no basta, prometerlo tampoco, a veces, a veces nos ahogamos en tapitas de yogurt con agua y nos gusta estar ahí. A veces queremos aprender a nadar a fuerzas. A veces...
— Mírame —pido y ella acata mi orden—. No sé cómo, pero estaremos bien, ¿sí? —Asiente.
Yo iba a intentarlo, sé que lo haríamos juntos. Confiaba en ambos.
La noche terminó. Cuando todos se cansaron, al fin, cada quien se fue a su casa. A algunas personas las llevé yo, a otras las llevó Max y algunas se fueron por su cuenta. Más precisamente: Max llevó a Nora, yo a Amanda y Alana se fue por su cuenta. Le mandé un email a Farquaad.
Ella me envió su número y hablamos toda la noche, como lo hacíamos antes, reímos, nos callamos, discutimos un poco e incluso le añadimos algo de... calor a la situación. Salieron unos videos hermosos de esas charlas. Como antaño. Tenerla ahí otra vez era sentir que nunca se había ido, que nunca hubieron problemas, que el llanto no existió porque todo era conocido y al mismo tiempo nuevo.
Nos tenía más fe que nunca.
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