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Cap. 18.- Las flores celosas

La verdad, me tomó más que una charla el poder aceptar lo que, yo sabía, sentía aún por Nora. Más que aceptarlo, porque, como dije, lo sabía, solo se lo conté a alguien más. Precisamente a Alana. Digamos que lo acepté en voz alta. Con Alana y Gonzalo. 

Cuando la conocí solo quise una amistad, yo no quería sentir lo que me hizo sentir, yo no quería que ella se volviera un lugar seguro, yo no quería que mis decisiones y actitudes dependieran de verla orgullosa y mucho menos quería que, ahora, su simple roce lograse crear un seísmo en mí y moviera incluso al niño que a veces albergaba en el interior y, según yo, dormía plácidamente.

Yo no quería enamorarme de Nora. 

Me gustaba, pero entre gustar y amar hay gran diferencia, ¿conoces la diferencia?

No me acuerdo quién, pero recuerdo haber leído que alguien escribió una vez: «si "quieres" a una flor, la arrancas para tenerla contigo, y si "amas" a una flor, la riegas todos los días y la cuidas»

Yo ya tenía una flor, un girasol al cual cuidar, al cual amar el resto de mi vida, pero justo ahora llegaba un lirio, una flor de loto, una rosa roja, que llegaba y me mostraba que había más colores allá del amarillo y café.

La cuestión era que ninguna de las dos merecía que alguien las arrancara, menos si ese alguien era yo.

— Quizá te ahogas en un vaso de agua —mencionó Gonzalo y me encogí de hombros.

— Paola suele decir que nos ahogamos en tapitas de yogurt con agua.

— Y tiene razón. Ves mares donde hay, a lo mucho, una laguna.

— Quizá tu laguna es mi océano tempestuoso.

— Entonces aprende a nadar o ya sal de ahí —menciona, quizá con hastío.

— Quizá soy más de hundirme que de nadar.

— Húndete con estilo —mi mirar recae en él y lo veo comerse un chocolate con todo el placer del mundo.

— ¿Crees que lo tuyo con David va para largo? —Cuestiono.

El silencio se hace presente mientras él parece pensar. Desvío la mirada y observo a través de los vidrios que me muestran la parte externa de la dulcería. Suspiro y mi atención se posa en una chica castaña de ojos azules la cual termina de anotar algunas cosas y guardarlas en una bolsa.

— No sé —se digna en responder y agarra un cupcake. Que tragón—. No me importa. Nos concentramos en el presente, es todo. Lo que pase más adelante ya no depende de nosotros, pero el amarnos y cuidarnos ahora que podemos, sí. ¿No eres tú quien dice que pensar a futuro no trae nada bueno?

— Pues sí, pero ahora soy yo el que duda a futuro —me cruzo de brazos no muy convencido.

La mirada de la castaña se muestra fija en nosotros y avanzamos a través del mostrador. Lisbeth sonríe y me ofrece unas gomitas con forma de sandía. La acepto con total gusto porque... es sandía.

— Tienes cara de que no te han dado citas últimamente —menciona cuando termino de comer la gomita.

— No es por eso que estamos aquí —interrumpe Gonzalo.

— ¿Entonces qué hacen aquí? Porque visitarme, lo dudo.

— Mi amigo —señala el moreno mientras cruza su brazo sobre mis hombros—. Él. Jandry. Volvió a ver a Amanda, quiere reconquistarla, pero también se quiere besar a Nora y conoció a una chica llamada Darla que le agrada mucho, tiene una cita con una rubia, modelo de Amy, y... —hace una pausa y parece pensar—. ¡Ah, sí! El maldito también quiere besarse a mi hermana y si pudiera se cogería a su chofer.

La expresión de sorpresa en el rostro de Mitchell vale todo el revuelo en el que me metí. Antes que todo, aunque es poco fundamental, Lisbeth fue un antiguo flechazo de niñez. Es mejor amiga de mi hermana y cuando yo tenía siete fui a su fiesta de cinco años, nos obligaron a bailar juntos y me di cuenta de que me agradaba, pero fue una ilusión y la superé en menos de un año. Posterior a eso crecimos y ella comenzó una relación con Dennis, un chico que me cae mal, así que nos dejamos de hablar. Pero sigue siendo mejor amiga de mi hermana y no tengo opción, siempre estará en mi círculo social, de alguna manera.

— ¿Cómo sabes que estoy haciendo planes con Charles? —Cuestiono con tono burlón y ambos ríen.

— Williams tú no cambias más, ¿verdad?

— No me pidas tanto.

La de ojos azules solo niega tras mi última respuesta. Suspira y sé que ahí viene su más fría y realista respuesta.

— Jandry debes parar. No sé lo que sientes ahora, pero ¿Nora? ¿Amanda, otra vez? ¿Una rubia? ¿Darla? Ya estás grandecito, ¿no?

— No vine a que me dieras una lección de vida —respondo—. Vine por gomitas ácidas.

— ¡Y yo por chocolates! Con mi hermoso novio cumplimos un año y diez meses este sábado —el tono de alegría que hay en la voz de Gonzalo me hace consciente de que él es muy feliz con David. Pudo encontrar algo bonito y sano. Como Amanda con Nicholas.

— Rápido Mitchell que nos vamos.

— Eres un amargado e idiota —añade y asiento.

— Pregúntate si me importa.

— No. Sé que no.

— Entonces deja de gastar saliva porque no es inteligente, solo logras dar pena, niña tonta y despreciable.

— Lo mismo va para ti, niño egocéntrico y resentido.

— Estúpida.

— Imbécil.

— Maldita enana.

— Narcisista poco elocuente.

— ¡Mentirosa!

— ¡Tienes cabello feo!

— Con mi cabello no —me quejo y volteo a ver a Gonzalo. Él parece aguantar la risa—. Dile algo, se metió con mi cabello.

— Lisbeth, con el niño no —suelta entre risas.

— ¡Ya oíste, estulta!

— ¡Insulta en español!

— Vete muy a la mierda —arrastro cada palabra y ella sonríe.

— Como en el arca de Noé, los animales primero, Williams.

Yo doy vuelta y camino a la salida. Jugamos así, pero soy la clase de persona que finge enojarse hasta que se enoja. Tras unos minutos más, Gonzalo sale del local con bolsas en las manos. Me encuentro recargado sobre el capó del carro, porque sí, volví a sacar el auto de papá.

— Mitchell manda una disculpa.

— Igual.

— Ya se lo dije —asiento—. Fue entretenido verlos discutir después de tanto. Podré agregar a Lisbeth a tu lista de futuros líos amorosos.

— Ya cállate, Gutierrez.

— Me sorprende cómo es que eres tan sociable con ese humor que te cargas.

— A las personas les gusta el rojo y yo sé dibujar corazones.

— Idiota.

Le sonrío. Él me acerca la, que supongo es, la bolsa donde se encuentran las gomitas que planeo darle a Amanda, porque en el email que me envío quedamos en vernos y quiero darle algo, su dulce favorito después del chocolate.

Todas las flores merecen ser consentidas y mimadas un poco, ¿no crees?

Cuando ambos nos disponemos a ingresar en el vehículo, la presencia de alguien llama mi atención. Como siempre, no la veo, pero la siento ahí, es como un imán que me hala a ella, es como una cuerda invisible que nos une y me obliga a alzar la mirada cada que la siento cerca solo para ver que efectivamente es ella. Como cuando sientes que alguien te ve, pero con la diferencia de que no necesito que ella me vea. 

Volteo a ver la dulcería y veo el inconfundible cabello de Farquaad que tiene Amanda. Voltea poco después de mí y nos quedamos viendo. 

¿Será que ella también siente que estoy ahí antes de verme o solo siente que la veo?

Me saluda con un movimiento de su mano, sonrío y le devuelvo el gesto. Y cuando vuelvo a girar dispuesto a irme, noto otra silueta. Cabello ondulado y largo. Castaña. Ojos marrones. Nora.

— Mierda —susurro al ver que comienza a acercarse a mí y Amanda no ha ingresado aún al local.

— Dos mujeres, un caminooo... —molesta Gonzalo antes de recargarse contra el coche.

Nora detiene su caminar cuando se encuentra frente a mí. No me cargo la mejor de las suertes, ¿no crees?

— ¿Cómo así estás en una dulcería? —Cuestiona y antes de que pueda responder su mirar se fija en la pelinegra que, sé, sigue ahí, sin entrar.

— Vine a ver a una vieja amiga. Trabaja aquí a medio tiempo.

— ¿Seguro que solo por eso? —No me ve, pero noto cierto tono de tristeza en su voz.

— ¡Claro! Nora —sostengo de sus hombros y gano parte de su atención—. Ella acaba de llegar —siento que se remueve algo incómoda. Se aleja.

— Bien, tranquilo, no debes darme explicaciones. Además, sabes que apoyo cada una de tus decisiones. Incluida esta —desvía la mirada hasta Gonzalo y le sonríe—. ¡Hola!

— Hola, Nora. ¿Qué tal todo?

Ella se encoge de hombros como única respuesta y sé que es mala señal, pero no me atrevo a decir nada.

— Bueno. Me voy —se acerca y besa mi mejilla—. Te amo —exclama en voz alta, casi que gritando, reacciono con una mueca al no entender lo que hace.

Sujeta mis brazos y los acaricia. Me observa de forma fija y le sonrío sin entender lo que hace. Veo su rostro acercarse al mío y nuevamente mi piel quema, siento mis mejillas arder y un cosquilleo ya conocido en el estómago. No logro captar lo que sucede hasta el momento en que un portazo me interrumpe cada pensamiento. 

Observo de forma inmediata a la zona de la que proviene el sonido y ya no veo a Amanda. Entonces Nora se aparta.

— Eres malísimo como actor —menciona.

— No entiendo.

— Se supone que somos novios, idiota.

— ¡Ah sí! —Exclamo y escucho hasta a Gonzalo suspirar.

— Ahora convéncela de que tu amor por mí nunca será más grande que tu amor por ella, que ocupa un lugar especial y que eres capaz de dejar a cualquier persona por ella. Incluyéndome. Que la quieres más que a mí. Deja que vea lo mucho que la elijes y cuando lo hagas... avísame.

Me sonríe, pero no es una sonrisa segura, es triste. Como la sonrisa que pones justo en la escena de la película donde te encuentras a nada de llorar. Asiento.

— Ahora llévame a casa. No encontré lo que salí a comprar.

— ¿Qué saliste a comprar? —Pregunto y niega.

— Es un secreto.

Los tres subimos al carro. Nora como copiloto. Escoge la música. Cantamos y reímos, también damos miles de vueltas porque no sé ubicarme y al final nos perdemos. 

La pasamos bien, aunque comienzo a tener la sensación de que Nora no fue con felicidad que me pidió avisarle cuando escoja a Reyes. Sobretodo porque Gonzalo lo menciona poco después de dejarla en su casa.

— ¿Viste que hoy pusiste celosas a dos chicas y una de ellas sacó su lado más víbora al acercarse a ti y demostrar que, se supone, tiene el control? Aunque luego salió mal porque notó que todo eso solo ocurre en su cabeza. Pobre Nora.

— ¿De qué hablas?

— De las chicas. Amanda y Nora. Por favor, Nora moría de celos al saber que fuiste a una dulcería y casualmente estaba ahí tu ex a la que quieres reconquistar. Y Amanda se molestó al ver que ustedes se aman. Bueno, eso hacen ver —sonrío.

— Estás loco, girasol es insegura, pero en el fondo sabe que nada que ver y ¿Nora? Es la chica más segura de sí misma que existe, sabe que es importante para mí y no le mentiría. Además, no deseo ponerlas inseguras a ninguna de las dos.

— Yo solo digo.

— Pues ya cállate.

Él se calla, pero mi cabeza no, de pronto me encuentro pensando demasiado en esa situación.

 ¿Mis flores... celosas la una de la otra? No. 

Nora no sería capaz de hacer sentir mal a Amanda de forma intencional. 

Y Amanda tiene novio, no gana nada poniéndose celosa. Aunque saber que le dan celos... significa que esa puerta que da a su corazón no está del todo cerrada y, en el fondo, quizá ella también nos imagina juntos aún. Puede que tenga una pequeña oportunidad. Solo debo demostrarle que, como dijo Nora, la elijo. Que entre llenar mi prado de girasoles y llenarlo de lirios, a mí me encantaría ver girasoles cada que volteo. 

Que la escojo a ella. A mi flor con adicción a las mandarinas.

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