Cap. 17.- Nora
— La verdad —hago una pausa cuando una pareja pasa a mi lado y les regalo un saludo de forma gentil—. Yo creo que puedo hacerlo —comento y le doy un mordisco a mi barra de cereal.
— ¿Te crees bastante capaz de enamorarla otra vez? —Su voz suena algo lejana a través de la bocina del celular y me encojo de hombros aunque sé que no puede verme.
— Quiero intentarlo, ¿qué puede salir mal, Alana?
— Ah... ¿todo? , pero yo respeto tu decisión —sonrío un poco por lo que dice aunque su tono la delata: no está convencida ni satisfecha con mi decisión.
— Te aseguro que me voy a cuidar a mí y a mi corazón.
— ¿Qué hay de Nora? —Comenta y niego.
— ¿Qué tiene que ver?
— Estuve muy poco tiempo allá, pero el suficiente para saber por medio de Amita y de mi hermano que ella te quiere muchísimo, ustedes tuvieron una relación, ¿no? —Suspiro al escucharla y niego.
— Ni al caso, fueron como tres días, quizá cinco. Al final decidimos por ambos no continuar con eso y ha sido buena elección, somos grandes amigos. Puedes estar tranquila, no representa un problema.
— ¿No estás interesado en volver con ella?
— ¿Por qué lo estaría?
— No sé. ¿Sabes? Olvídalo, no soy la mejor para dar consejos de amor justo ahora.
— ¿Te sientes bien? —Doy vuelta a la esquina y continúo mi camino.
Escucho un gran silencio y me permito desconcentrarme de la llamada. Oh, te cuento que estoy yendo a casa de Nora. Convencí a Augusto, con ayuda de Charles, para que me dejase venir solo y tuve tiempo de comprarme una barra de cereal antes de que Alana me llamase. Claro, me obligó a contarle todo lo que ha sucedido. Supongo que mamá ya le contó y Amy también, cada una su versión.
— ¿Alana? —Pregunto y la escucho suspirar— ¿Ha sucedido algo? —No responde y eso me preocupa más.
— Tuve problemas acá con alguien, nada fuerte, no te preocupes.
— Deberías venir.
— Ya discutimos porque fui una vez, ¿crees que podré ir otra?
— Amiga —exclamo antes de reír— A ti nadie te gobierna, eres tremenda mujer independiente, ¿no? Eres Alana Friedman. Quien sea esa persona, te necesita más de lo que tú le necesitas. Ven, hagamos algo, que le den.
— Ivana y tú opinan igual. Al final tienen razón. Bajaré para tu cumpleaños, espérame —hago una mueca y paso la mano por mi cabello mientras detengo mi caminar.
— ¿Cuándo cumplía años yo? —Cuestiono y la escucho suspirar a través de la línea.
— El once de enero, Williams.
— Oh, sí, pero estamos creo que —separo el celular de mi rostro y la pantalla se enciende de forma automática, bajo la barra de notificaciones y leo en voz alta la fecha— diecisiete de diciembre. Mierda, falta poco para navidad.
— Sí, ya falta menos para tu cumpleaños.
No respondo nada mientras me acerco a mi destino. En la entrada logro divisar una pequeña silueta sentada, durante un segundo pienso que es la hermana de Nora, pero no. Es ella. Alza la mirada cuando me ve frente a ella y puedo ver en sus ojos que estaba llorando. Se me encoge el corazón al ver esa imagen.
— ¿Y con quién pasarás año nuevo? —escucho que pregunta Alana en mi oído.
Niego para tratar de volver a la realidad y desconectarme un segundo de esos ojos marrones que tanto sufren frente a mí.
— Nora —es lo único que logro susurrar y ella se pone de pie.
— ¿Cómo? —Un tono de emoción se escucha en la voz de Alana y no me siento capaz de transmitirle lo contrario.
— Ta llamo después —cuelgo sin esperar respuesta alguna.
Guardo mi celular como me es posible y extiendo los brazos justo en el momento exacto para que Nora se resguarde en ellos. Cuando su rostro toca mi pecho ella se rompe a llorar y solo puedo escuchar el sonido de mi cereal al caer, porque de un minuto al otro me encuentro abrazándola con toda la fuerza que me permito para no lastimarla.
Pasó unos veinte minutos y la llevé a su habitación. La senté en la cama y le pasé un vaso de agua. Ella se calmó y yo me senté a su lado sin hacer mucho ruido.
— ¿Deseas contarme qué pasó o salgo a buscar helado? —Pregunto.
No responde nada, solo niega y se acerca a mí. Se inclina en mi dirección y abrazo su cuerpo nuevamente. El ambiente es muy íntimo, muy callado, muy nuestro. Cierro los ojos y beso su cabello. Ella suspira y acaricio su brazo.
Siento una de sus manos en mi estómago y de pronto mi cuerpo arde. Mierda. No es el momento. ¿Te cuento lo raro? Era la primera vez que me sentía así con ella.
— Solo quédate —responde tras diez minutos de silencio. Asiento.
No volvemos a hablar. Me conformo con acariciar la piel desnuda de su brazo y jugar con su cabello. Ella no se mueve ni un segundo y yo puedo sentir mi corazón latiendo con toda la velocidad que se permite. Sufriré un infarto. Yo sé.
Los nervios me consumen, las manos me sudan, el pecho me va a explotar, me dan unas ganas inhumanas de reírme. Y lo hago. Me río. Carajo.
Ella se separa y sonríe un poco mientras me observa.
— ¿Por qué te ríes? —Niego.
— Me puse nervioso, perdón.
— ¿Por qué te pusiste nervioso?
— Porque me pones nervioso y lo sabes.
— Me gusta mucho ponerte nervioso.
— Me pone nervioso lo mucho que me gustas.
La veo sonrojarse y me gana la risa realmente idiota. Estallo en carcajadas y ella se me une. Me siento jodidamente nervioso. ¿Cómo se me ocurrió decirle que me gustaba? Dios, si existes, ya mátame, ¿no?
— Mis profesores estarían orgullosos de lo bueno que eres cambiando frases —me alude, quizá para quitar la incomodidad de mis anteriores palabras.
— Ya ves, soy un diez, al menos en los estudios —continúo la nueva conversación.
— Serías el preferido de a la que le caigo mal.
— ¿Cómo es posible que le caigas mal a alguien? Eres una niña brillante.
La veo sonreír y eso me hace sentir mejor, saber que he logrado hacerla reír y sonreír. Hasta sonrojarse.
— ¿Podemos olvidar lo que pasó hoy?
— ¿Qué parte?
— En la que lloré. No quiero que lo recordemos.
— ¿Recordar qué? No recuerdo nada —contesto mientras finjo haber perdido la memoria. Me abraza.
— Gracias, idiota.
— No es nada. Sabes que te amo —digo con tanta naturalidad que ninguno se sorprende—. Como amigos, claro —aclaro y puedo escucharla sonreír. Sí, las sonrisas se escuchan.
— También te amo —siento un cosquilleo en el estómago al escucharla—. Como amigos, claro —repite mi oración anterior y sonrío.
Acaricio su espalda, pero de pronto siento mis manos temblar, el calor en mi cuerpo se intensifica y no sé si lo nota, pero su tacto y su cercanía logran alterarme y no debería ser así.
Me gusta Reyes. Me gusta Reyes. Me gusta Reyes.
Nora es mi amiga. Nora es mi amiga. Nora es mi amiga.
Bien, necesito hacer planas de eso o tatuármelo, quizá así pueda recordarlo por siempre.
— ¿Te sientes bien? —Se separa nuevamente del abrazo y me permito respirar otra vez.
— Genial —respondo en un chillido y ríe.
— ¿Seguro?
— Es por el calor.
— Williams, un día de estos comienza a nevar. ¿Cómo que tienes calor? —Pregunta y me encojo de hombros.
— ¡No sé regular mi temperatura corporal! Soy un recién nacido, no me culpes.
— Estás loco —responde y asiento.
— Y así me amas.
— No lo niego.
No, no me lo estaba poniendo sencillo.
— Ya deberías irte. Quiero estar sola —dijo con una calma que en parte me hizo sentir mal.
¿Cómo podía estar ella calmada si yo moría por besarla? ¿Qué? No. No. NO.
Pero mi mirada fue a sus labios y cuando volví a sus ojos, descubrí que ella también miraba mis labios. Me acerqué. Claro que me acerqué.
— Me... —comencé a decir. No tenía idea de qué decir, pero tenía que decir algo—. Nora, tú me... —pero mi celular sonó.
Nos separamos y hasta ese instante noté que el clima en realidad sí era frío, pero teniendo su rostro frente al mío, todo resultaba tan cálido. Observé la pantalla y la notificación del correo me hizo consciente de que ahí afuera había alguien más. Alguien que esperaba que yo luchara por ella.
Negué y me puse de pie, apagando el celular.
— Nora, tú me vas a esperar aquí —cambié la frase.
Besé su frente y me acerqué a la puerta para salir de su habitación.
— Hablamos pronto —respondió y asentí.
— Avísame cualquier cosa.
Salí de ahí casi que corriendo, sentí que me perseguían.
Ni bien me encontré nuevamente en la acera, saqué mi celular, lo encendí y marqué al contacto reciente. Al cuarto timbre respondió y antes de que pudiera decir algo, me adelanté.
— Creo que sí me gusta un poco Nora.
— ¿Un poco? —Respondió Alana con tono burlesco.
— Un poco bastante. Cállate —ella rió.
Maldita mierda.
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