Cap. 14.- El monstruo sin corazón.
No, no tengo idea de cómo terminó esa mujer en mi carro, pero ahí estaba, sonriéndome y observando todo de forma fija como si temiera el haberlo olvidado. ¿Y yo? Yo solo había alcanzado a pedirle la dirección y pasársela a Charles, el cual iba guiando a Augusto por las calles. Ya de por sí es mucha suerte el haberla encontrado en el mismo café, ahora, encima, la tenía en mi carro e iba hacia su casa.
¿Era el final de una cita y yo no sabía? No sé.
Quise saber.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunto y ella niega.
— ¿Tu novia sabe que estabas en el café?
— Reyes, ¿qué haces aquí?
— No lo sabe, ¿verdad?
— ¿Cómo y por qué estás aquí?
— ¿Quién es ella? —Me sonríe como si no le estuviera hablando a ella.
— Augusto —reprocho al rubio ya canoso que hace de mi chofer.
— Yo no hice nada —. Responde con calma.
— Charles —recrimino y veo cómo esquiva la mirada a través del espejo, de pronto sus iris azules no están fijos en mí y me extraña porque por lo general siempre están al pendiente.
— No es culpa de ellos —. La voz de ella se hace presente y suspiro.
— ¿Los amenazaste?
— ¡No! ¿De verdad me crees capaz de hacer eso?
— ¿Cómo subiste?
Nos quedamos viendo y ninguno dice nada. Suspiro. No estoy molesto, me encanta verla, pero justo ahora me siento mal y quiero estar solo. Aunque no sé por qué me siento mal. Creí que sabía, pero no, solo... quizá es la sensación de que algo falta.
— Ya casi llegamos —avisa Charles tras dar vuelta a una esquina.
Me cruzo de brazos y me recargo contra la ventana. ¿Y si le pregunto ahora? ¿Y si le digo lo mucho que la extrañé...? ¿Y sí...?
— Me alegra tenerte aquí —menciono mientras enfoco la mirada en el vidrio. No veo hacia fuera, simplemente analizo el cristal.
¿Lo has hecho?
— A mí me alegra estar aquí —hace una pausa y pienso en si decir algo más, pero ella se me adelanta—. Y agradezco que no me hayas insultado y bajado, creí que lo harías.
— ¿Siempre hablas de mí como si fuera un monstruo sin corazón? —Siento mi garganta arder tras formular la pregunta porque yo he hablado con rencor, sí, pero no tanto.
Quizá soy muy mala persona y lo fui aún más durante nuestra relación.
— No dije que seas un monstruo...
— Pero lo pensaste.
— No, Williams.
— ¿Entonces?
— Solo... ah, perdón, me expresé mal —hago más presión sobre mis brazos, me abrazo a mí mismo con mucha fuerza y suspiro. Por alguna razón siento mucho frío.
— No, perdóname a mí, tomo todo muy personal y no debería.
— Dry... —el tono de súplica que muestra su voz logra encogerme el corazón.
— Olvidémoslo, mejor cuéntame qué tal va todo con Nicholas.
— Mi vi... —corta la frase de golpe y carraspea—. Bien. Con Nicholas todo bien.
— Me alegra que hayas encontrado algo sano y mutuo —el auto frena y solo ahí me atrevo a verla.
— Yo también.
Charles baja para abrirle la puerta porque parece que ella no quiere bajar, a lo mejor espera que le pida que se quede y yo solo espero que ella elija quedarse. Siempre fue así.
Ella esperaba que yo le pidiera lo que quería y yo deseaba saber si ella lo quería tanto como yo.
Cuando ninguno de los dos dice nada, ella, de forma decidida, comienza a descender. ¿Te digo algo? Esa es la parte de la película donde ambos se alejan y no vuelven a hablar.
Pero esto no es una película.
Cuando bajó, bajé tras ella y antes de que cualquiera de los tres pudiese sorprenderse por mi repentina actitud, la abracé. La abracé y otra vez dejé que su alma y la mía se fundieran, justo cuando estaban comenzando a separarse, las uní, como el mundo, a fuerzas. Suspiré y pronto una calma ingente me invadió. Era inexplicable lo bien que me sentía en ese instante.
Ella acarició mi espalda y yo escondí el rostro en su cuello, bajo su cabello y sobre sus hombros, como única respuesta. Cerré los ojos y ahí, en ese momento de reencuentro entre dos cuerpos, dos mentes y dos almas que ya se conocen de memoria y aun así se desconocen tras cada paso, logré sentirme completo.
— Te he extrañado mucho —me animé a decirle al oído.
— Y yo a ti.
Nos separamos, la despedí con un golpecito en la cabeza y subí al auto. Augusto condujo hasta casa sin perder un solo segundo la sonrisa que adornaba su rostro. Bruno me esperaba preocupado en la puerta. Su cabello negro se movió un poco cuando corrió hasta mí apenas puse un pie en la acera.
— Por todos los mares, Williams, ¿por qué tardaste tanto? —Me abrazó y su aroma me llenó de nostalgia.
Olía a algo silvestre, justo como él, a muchas plantas de distintos colores. Cerrabas los ojos y solo podías pensar en lavanda, en rosas, en hierbas, en frutas, en todo aquello que viene como consiguiente.
— Te preocupas demasiado, tranquilo —le sonreí y lo hice a un lado a la vez que me separaba de él—. Dime, ¿cómo va ese sencillo? —Pregunto para relajarlo un poco.
— Tengo la pista, pero siento que algo le falta a la letra... tú... ¿deseas escucharlo?
— Cuando la hayas concluido, búscame.
— ¿De verdad? —Y juro que vi un brillo extraño en sus ojos.
— Claro, no soy un monstruo sin corazón, Bruno.
— Y si lo fueras, sin duda, serías el monstruo sin corazón con más amor por repartir que ha existido jamás —sonreí.
— Ya cállate o serás Bruno el zalamero.
— ¡Ese es mi hermano! —Soltó entre risas y negué.
Para él era su magnífico hermano mayor y él a mí me caía mal, pero mi hermano era muy agradable.
Él no entendía mi locura ni la aceptaba, como Nora; ni la seguía a lo desquiciado, como Amy; pero le encantaba mi actitud y verme ser yo mismo. Y todo eso, al mismo tiempo, lo era Amanda.
Entramos a casa y ahí nos espera mamá, ella lleva en sus manos un gran recipiente cuyo borde muestra el canguil. Maximiliano, su novio, por otro lado, lleva en sus manos un charol con cuatro vasos. Sonrío y me les uno al convivir familiar.
Hasta los monstruos sin corazón necesitamos un poco de tiempo en familia.
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