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Cap. 10.- El café

El camarero llegó con unas tazas, dentro habían expresos, café recién hecho. El olor me llegó y quise salir corriendo en ese instante. Comenzó a dolerme el estómago y me dieron ganas de vomitar.

Con el café nunca nos llevamos bien.

Con nada yo me llevaba bien.

Me removí algo incómodo en mi asiento. Observaba a las personas en las mesas cercanas, ellas disfrutaban sus cafés. Yo parecía el único amargado ahí. Ya me quería ir.

Cuando estaba a punto de quejarme, la mano de Nora sujetó la mía la cual poco antes descansaba sobre la mesa con tranquilidad. La observé y ella me sonrío. Le devolví el gesto y con un asentimiento ella llamó la atención del mesero.

— Tráenos una botella de agua, ¿sí?

— Enseguida, señorita.

Le sonreí, esta vez de verdad. Apreté su mano despacio y le agradecí mentalmente por aquello que estaba haciendo. Me pidió agua. Bueno, mínimo. Solo a ella se le ocurre reunirnos en un café sabiendo que odio el café.

Escucho que alguien carraspea y vuelvo a la realidad. Frente a nosotros están Nicholas y Amanda. Ambos nos observaban como si fuéramos la cosa más interesante del lugar.

— Hacen muy linda pareja, ¿cuánto tiempo llevan juntos? —Pregunta él y yo regreso mi mirada a Nora.

— Un mes —respondo antes de que ella pueda decir algo, pues conociéndonos diremos algo que nos contradiga. Lo he visto en las películas.

— Un mes —repite Nora con una seguridad que me asombra—. ¿Ustedes?

— ¡Vaya! Hace poco. Nosotros vamos a cumplir tres meses el 28 —. Sujeta la mano de Amanda y ambos se sonríen. Duele, sí.

— Felicidades, tres meses es mucho. ¿Algún consejo? —Pregunto como si en verdad me interesara la mitad de su relación.

— Es cuestión de entenderse, cuando hay amor se siente, ¿saben?

Mi mirada se centra en la pelinegra, sonríe, pero no parece estar ahí en el momento. Puedo jurar que por su mente pasan miles de cosas y ninguna relacionada con el presente. Ella era así hasta donde yo lo recuerdo, siempre tenía el pasado y el futuro en su cabeza, pero pocas veces el presente. 

Pensaba más en un evento que tenía dentro de dos semanas o la escena vergonzosa que tuvo hace ocho días, que en el sabor exacto de las gomitas o las mandarinas que solía engullir cada que le daba ansiedad.

Observo a Nora, ella parece hacerme una señal, pero no la entiendo bien. Alza las cejas y ladea la cabeza en dirección de la pareja, observa a Amanda y vuelve la mirada a mí. No entiendo, ¿debo hacer algo? No, lo último que me recomendaría Nora es volver a tener contacto con ella.

— Eh... yo... —veo a la pelinegra ponerse de pie, parpadea despacio y parece buscar palabras donde no las hay. Nos sonríe con amabilidad y acaricia la mano de su novio como si buscase disculparse—. Debo salir un segundo, vuelvo enseguida. Continúen con su charla.

— Claro, ve —es todo lo que él dice, ella suelta su mano y se retira de forma lenta. Una parte de mí comienza a apostar todo a que ella anda en modo automático y no sabe lo que hace.

Nicholas sigue hablando de váyase a saber qué. Habla de sus planes a futuro, lo que quiere estudiar, lo que le llama la atención. Cómo conoció a Amanda y cómo lo cautivó desde el primer día esa forma tan linda que tenía ella de ser, ese gran corazón y esas ganas que tenía de ayudar a todo el mundo. La niña valiente que había en ella. 

Bien, admito que me quedé un rato solo para ver si él mencionaba ese miedo irracional que ella le tenía a los gatos o el miedo a la oscuridad, esa necesidad que tenía de llorar solo cuando no podía aguantar más o a veces llorar hasta por lo más mínimo, de sus chistes malos o la increíble capacidad de conocer cada chisme antes de cualquier otra persona, lo feo que solía dormir, los calambres matutinos, los cambios de humor y las quejas que nunca podían faltar, las comparaciones que se hacía todos los días al espejo o esa sonrisa que ensayaba mientras se observaba a la cámara.

Pero no, él no mencionó ninguno de esos detalles. 

Mencionó a la chica dulce, la de gran corazón, la que era capaz de cambiar a todos para bien. La que era fuerte y no lloraba. La que estaba ahí para todos. La mentira que yo nunca conocí porque desde el primer día ella me dejó conocer hasta el último ataque bipolar. 

Y yo amé eso, todo aquello que él no sabía.

— Debo salir —menciono de la nada mientras me pongo de pie, no sé qué hago, pero sé que ella no está bien y si él no lo nota, yo sí.

Ni siquiera espero al reproche en la mirada de Nora o la duda que seguro dejé en la mirada de Nicholas. Solo puedo pensar en ella, en ella y que no está bien.

Salgo del café. Veo el coche estacionado en la acera, a través de los vidrios puedo ver a Augusto y Charles, el primero me observa y el segundo solo tiene ojos para la dona que se está comiendo.

Alzo las cejas como si estuviera pidiendo ayuda y Augusto me responde ladeando la cabeza hacia un lado. Sigo la dirección en que me señala y la veo ahí. Frente al café, en una mesa del restaurante que está cruzando la calle.

Parece que en sus manos lleva... una mandarina. Sonreí en cada paso. Sonreí mientras cruzaba la calle. Sonreí cuando me acerqué. Sonreí cuando capté su atención. Y sonreí al sentarme a su lado y pedir un vaso de agua.

— ¿Por qué tan sola? —Pregunto con una sonrisa, tratando de que no note lo que su presencia suele causar en mí: los nervios, las manos sudadas y las risas nerviosas.

— Solo quería respirar —suspiro—. ¿Y tú? ¿Por qué saliste?

— Quería respirar.

— No te creo nada, Williams —responde con una sonrisa.

— Yo tampoco a ti, lo sabes —. Y se crea un silencio, es cómodo, pero sé que no está bien, que ella se quede callada no suele ser buena señal—, ¿por qué huiste, Cenicienta?

— No hui, solo me relajo.

— ¿Con mandarinas?

— Con mandarinas.

Y nos quedamos callados, ¿recuerdas que dije que estoy listo para todo? No estoy listo para todo, no estaba listo para verla ahí, callada y muriendo de ansiedad mientras trataba de ahogarse con mandarinas, para tenerla tan cerca y sentirla tan lejos, para no poder darle un abrazo y besarla como lo hubiera hecho en cualquier otro momento.

— ¿Te parece si salimos mañana, solo tú y yo? —Me atrevo a preguntar y logro captar su atención.

— Claro, aunque no sé si sea correcto.

— No quiero que tengamos sexo salvaje y alocado, Reyes, solo quiero una salida —suelta una risa y su rostro se torna rojo, abre los ojos un poco y puedo jurar que se tragó alguna semilla.

— Sigues siendo igual de directo —menciona y yo sonrío.

— Así te enamoraste de mí.

— Así me enamoré de ti.

Ambos soltamos un suspiro cuando nuestras miradas logran conectarse. Quiero hacerle muchas preguntas, decirle muchas cosas. Quiero que sepa que nunca la olvidé.

Que sí, cerré la puerta de mi corazón para ella, pero hay una ventana a medio cerrar que aún la espera y en caso no encuentre la ventana ella debe saber que sigue teniendo la llave para abrir ese cerrojo. Que para ella jamás habrá algo totalmente cerrado. 

No es necesidad, solo es elección. Solo es ella.

Nos quedamos un rato así, siendo solo nosotros, observándonos como si jamás lo fuésemos a hacer nuevamente. Grabo en mi mente cada una de sus facciones, cada uno de sus lunares, la forma en que cierra los ojos con cada sonrisa, sus labios, sus cejas, el largo de sus pestañas, la caída de su cabello sobre los hombros. Trato de recordar cada cosita de ella. Creo que lo consigo justo antes de que su celular suene.

Desvío la mirada en ese mismo instante y tomo del agua que en algún momento, no sé cuál, llevó el mesero hasta nuestra mesa.

— ¿Joaquín, todo en orden? —Al escuchar su nombre mi mirada vuelve a ella. Es Joaquín. Su hermano menor—. Estoy fuera de casa, pero estaré ahí en media hora. Bien, nos vemos allá. —cuelga.

— ¿Pasó algo? —Pregunto para llamar su atención, algo que consigo sin mucho problema.

— Se preocupa demasiado, es todo.

— Ya deberíamos volver, seguro nos esperan.

— Sí. Vamos.

Nos ponemos de pie y dejamos cada uno unos billetes en la mesa, es más como propina que como paga porque ella no pidió nada y mi vaso de agua lo pasan a una cuenta donde tranquilamente después mi tío hará alguna transferencia.

Ella avanza delante de mí, la sigo sin mediar palabra alguna y como si fuéramos dos desconocidos que tratan de ganar confianza, caminamos con al menos una distancia de un metro entre nosotros, ¿cómo es posible que dos personas que antes se contaban todo ahora no puedan ni rozar sus brazos al caminar?, no nos vemos, ni parece que respiramos el mismo aire. 

Escondo las manos en los bolsillos de mi jean y veo cómo se abraza a si misma mientras cruza los brazos sobre su pecho. Cruzamos la calle y enfoco la mirada en Augusto y Charles. Ambos me sonríen, no creen que sea buena idea que hablemos con Angélica, pero me apoyan ciegamente. Les devuelvo el gesto, y continuamos, pero antes de llegar a la puerta del café veo al pelinegro salir corriendo a su encuentro. La abraza y con un beso corto, le sonríe.

Detrás veo a Nora, me le acerco y hago una mueca que ella parece entender, ríe.

La escenita romántica de ellos me dio asco, sí, pero admito que si yo hubiera protagonizado la escena, no me hubiera dado nada de asco.

— Bueno, nos vamos —doy la vuelta sobre mi eje para quedar frente a la pareja.

Asiento.

— Un gusto hablar con ustedes —doy un paso hacia adelante y extiendo la mano en dirección de él.

— Lo mismo digo —sujeta mi mano con total confianza y ya no sé qué expresión tiene mi rostro, pero sin duda es alguna que grita: felón.

Claro, no hice nada malo y no fui desleal contra él, pero me siento así. Un canalla maldito. Un fementido de mierda. No lo soy, pero me siento así. Tan ácido como un limón. No debí ir tras ella viendo que tiene pareja, ni debí pedirle que nos veamos solo ella y yo. 

No. No debí, pero no me arrepiento.

Tras soltar su mano, me dirijo con Nora hasta el coche, no decimos nada. 

Ella solo me sonríe, pero no me dice nada. No menciona una sola objeción mientras Augusto enciende el auto, ni cuando avanzamos por las calles, mucho menos al frenar frente a su casa. Es que ni se despide, solo me sonríe. 

Ella lo sabe, yo lo sé. 

Tomé una decisión al ir tras Reyes.

Una decisión que de alguna manera, sé, cambiará mi relación con Nora porque al final... elegí a alguien más.

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