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✺ Prólogo ✺


Las conexiones existen, el destino se encarga de dártelas cuando las necesitas y a quienes realmente las merecen; no todos tienen la fortuna de experimentarlas.

Julio.

—¡Cuidado!

No me dio tiempo de reaccionar porque cuando me di cuenta, ya me había estampado en seco con el suelo; y de no ser por los instintos adquiridos en los entrenamientos y las múltiples caídas que había tenido a lo largo de mi vida, probablemente me hubiese roto la nariz.

—¡Carajo! —protesté entre dientes mientras trataba de ponerme de pie.

Me sentía pesada, adolorida y comenzaba a faltarme el aire.

No recordaba que una caída se sintiese como si un edificio te hubiera caído encima. Fruncí el ceño, algo estaba mal. Quizá me había roto una costilla que terminó incrustándose en un pulmón, perforándomelo y no tardaba en comenzar a escupir sangre; o algo mucho peor, me había roto una pierna.

Escuché un gruñido y en mi periferia alcancé a ver una melena castaña clara removiéndose, y de repente el peso ya no estaba.

Una mano apareció frente a mi.

Podría matarme. Podría secuestrarme. O quizá simplemente me estaba ofreciendo ayuda, parpadeé rápidamente tratando de enfocar la vista.

—Puedes tomarla, no acostumbro a morder sin que me lo pidan —Mantuve el ceño fruncido pero hice lo que dijo—, la desconfianza no siempre es buena.

—Lo siento, no vi por donde caminaba, aunque... —Arqueé una ceja tratando de pensar en qué pasaría si lo pateaba en las piernas y me echaba a correr si resultaba que era un loco.

Era el doble de alto que yo y tenía brazos lo suficientemente gruesos y largos como para solo tener que estirarlos y jalarme del top para detenerme, vale, golpearlo no era una opción.

—¿Por qué si me tropecé estabas encima de mí?

El chico se sacudió los shorts desasiéndose de la tierra que probablemente yo también llevaba encima. Eran color amarillo que ahora parecía más bien café, unas piernas largas y contorneadas aparecieron después de la tela en cuanto bajé un poco más la mirada y un par de Air Force One blancos me daban la vista perfecta del nieto de pie grande.

—¿Lo siento? —preguntó haciéndome subir la mirada instantáneamente, me atrapó viendo su parte baja—, no sé si es costumbre mirar la entrepierna de las personas para ti, pero adelante, que yo no soy tímido.

—¡No, no, no! —contesté ruborizada—. Estaba viendo las manchas de tierra ¡Dios! ¿Te has lastimado?

—Tu cuerpo amortiguó mi caída, la verdad, pero gracias por preguntar, deberías fijarte por donde caminas.

—¿Disculpa? —Tenía unos ojos muy bonitos, grandes y redondos, de un color azul munsell y unas cejas pobladas enormes que enmarcaban su rostro rectangular descansaban encima de sus párpados.

Labios carnosos rosados y pómulos definidos, a, y por supuesto, un ceño muy, muy fruncido, como si fuese normal para él caminar por la calle con mala cara.

Era atractivo.

—Estabas a punto de ser arrollada por una bicicleta, por poco y terminas con huellas de llantas en la espalda ¿Los semáforos te parecen inútiles? —La pregunta fue ruda y en cuanto terminó de decirla, se dio cuenta de lo mal que se escuchó—, lo siento, yo... no quería sonar así.

—No importa, estaba distraída y no me di cuenta, pero gracias.

—Cuando quieras.

Un silencio incómodo se creó mientras las miradas de las personas a nuestro alrededor nos juzgaban.

Hay una peculiaridad con los cotillas de las calles, como yo los llamo, son excelentes para juzgar, murmurar y mirar mal a la persona que capte su atención, pero cuando es el momento de ayudar, se quedan quietos en su sitio, cómo si la mera idea de estirar la mano o preguntar, fuera mucho para sus límites.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—No le doy esa información a extraños. —murmuré mirando a ambos lados, tomando una decisión rápida que probablemente harían que mi madre me golpeara en la cabeza con una zanahoria y me gritara que pensara antes de actuar.

—Vale, entonces me presento, soy... ¡¿Qué haces?!

Sí, decisiones rápidas.

La atención alrededor comenzó a causarme picor en las manos e hice lo único que sabía hacer, escabullirme, empujándolo conmigo, porque ¿Cómo no? Esa gente me miraba por una sola razón, ya me habían reconocido.

Y si alguien hacía mención de ello, terminaría golpeando a dicha persona y eso no terminaría nada bien para ningún involucrado.

—Lo siento, lo siento, yo...

—Te disculpas mucho ¿Te lo han dicho?

—Más de lo que deberían, es solo que, no me gusta la atención y comenzaba a incomodarme que todos me miraran.

—Nadie estaba mirando. —respondió.

—Esa es una mentira.

—Todo en este mundo es una mentira, pequeña Rockstar. ¿No eres de por aquí?

—Sí, de hecho, lo soy, me mudé a Weston antes de que hicieran la ciclovía, quizá por eso no caí en cuenta que debía tener más cuidado.

Y ahora le estaba dando información a un completo desconocido, bueno...

—Siempre se debe tener cuidado cuando se cruza la calle —afirmó—, y ya que eres de aquí, ¿Te molestaría decirme un lugar en el que se pueda beber un trago sin que se necesite identificación?

—¿No vives aquí? —negó con la cabeza arqueando una ceja—, sí, conozco un sitio, voy hacia allá de hecho, puedes, no sé, seguirme, aunque si tienes auto puedo proporcionarte la dirección y sólo dices que vas de mi parte.

—¡Oh! Una chica importante entonces —Ahora fue mi turno de negar tratando de reprimir una sonrisa—, no tengo auto, así que, si no te importa, me gustaría acompañarte Rockstar.

—¿Rockstar? —pregunté con curiosidad.

Rockstar.

—Mejor no hago más preguntas, luego las respuestas pierden el encanto del enigma.

El trayecto era corto, estábamos a menos de dos cuadras de distancia y el camino fue extrañamente silencioso.

Aunque hubiese querido hacer conversación como estaba acostumbrada, el móvil me explotaba con mensajes sobre algo que había dicho la entrenadora. Fruncí el ceño leyendo rápidamente toda la información, cuidando de no pasar nada de largo.

—¿Acostumbras a pensar en voz alta? —Alcé la mirada bruscamente encontrándolo riéndose de mí—, acabas de repetir tontos por cuarta vez.

—¿Te gusta espiar a las chicas mientras conversan con sus citas para follar? —Abrió los ojos y yo no pude reprimir la carcajada—. ¡Dios! Tendrías que ver tu cara.

Imité el gesto abriendo más los ojos y la boca para que él frunciera el ceño y negara con la cabeza.

—Las mujeres no tienen sentido del humor.

—Y los hombres no tienen sentido de la diversión.

—No estaba espiando, pero balbuceabas y decías improperios que muy probablemente espantarían a Dios en voz baja, yo también quería divertirme.

—Es un grupo de WhatsApp, se están volviendo locos por no sé qué razón y no me agrada mucho tener que convivir, pero tengo que hacerlo.

—Yo estoy con más de trece hombres en uno, el grupo se llama "Grandes bolas" y ya te vas haciendo una idea de lo que puede haber en la carpeta de imágenes.

Iugh demasiada información innecesaria. —Di vuelta en el callejón, para después sacudirme los pies en el tapete viejo color negro y abrir la puerta.

La campanita que anunciaba un nuevo cliente sonó sobre nosotros y Penny me recibió con un gigante abrazo que me hizo volar en el aire.

—¡Miren a mi pequeña H! Eres toda una señorita ahora.

—Hola Penny, necesito una mesa para... —volteé la cabeza encontrándome con el desconocido que alzó dos dedos en el aire, asentí—, para dos si es que tienes espacio.

—¿La mesa de siempre?

—Sólo si está desocupada. —Penny nos guio hasta el rincón contiguo a las mesas de billar, dejándonos las cartas cubiertas de plástico viejo sobre la pequeña mesa.

El bar de Penny parecía que se hubiera quedado atrapado en el tiempo.

Lucía más bien como una taberna antigua, pero la estética funcionaba y era de los pocos lugares en Clever que les vendía alcohol a los jóvenes. Una lista muy corta de ellos en donde gracias a la amistad entrañable que tenía mi padre con Penn, me convertía en miembro.

—Penny nos da privilegio, elige lo que quieras de la carta, pero te recomiendo que no pidas Ron, sabe a viejo.

—Soy chico de vodka la verdad, cualquier cosa que no entre en ese rango no lo acepto.

—¿Vodka? ¿Qué tipo de persona es la responsable de que te quieras tan poco?

—Probablemente mi mejor amigo intolerante al tequila.

—¿Intolerante al tequila? ¡Oh hombre! Eso está muy, muy mal, de las cinco peores cosas que te pueden suceder en el mundo, seguramente. —contesté negando con la cabeza.

—¿Conoces al dueño? Dime por favor que no es tu padre y piensa que estamos en una cita, para que cada matón de este lugar quiera apuñalarme cuando me vaya.

Carcajeé llamando la atención de Penn al otro lado de la barra, quien me regaló una ceja arqueada. Detrás estaba Boris, su hijo, quien hizo exactamente el mismo gesto.

—Es amigo de la infancia de mi padre, vengo a trabajar por las noches para mantenerme ocupada.

—No te preocupes, si necesitas trabajar, aquí me las arreglo solo.

—Vale, avísame si necesitas algo más, en unos minutos te toman la orden —Di media vuelta pero no terminé de dar un paso cuando sentí el brazo atrapado—. Lo necesito para trabajar, tienes afición por los brazos por lo que veo ¿Los coleccionas?

—Por supuesto, mi habitación huele a muerto por ello, pero mis compañeros de piso están acostumbrados.

—¿Esa es una confesión?

—No estaba bajo arresto, llámalo charla hipotética —negué con la cabeza sonriendo—. Si necesito compañía ¿Lo harías? sé que es raro, pero me voy a sentir mal si bebo solo y necesito despejarme la mente.

Escanee rápidamente el lugar, estaba medio vacío, así que no necesitaban manos extras. Y yo también necesitaba despejarme.

¿Buena o mala idea? Lo sabría al terminar la noche.

—Vale, pero si esto se llena, tendrás que ayudarme ¿Tenemos un trato? —extendí la mano y él la estrechó asintiendo—, vale pie grande ¿Cuál es tu historia?

—No entiendo el punto de no decir los nombres, me parece que lo sacaste de alguna comedia romántica barata muy mala. —confesó arrugando la nariz.

—No hay comedia romántica mala, solo tienes que encontrar el estilo que más te guste para no aburrirte.

—Es una comedia romántica, todas son malas.

—Esta será una discusión que claramente perderás, pero lo dejaré pasar para responder tu otra pregunta.

—Tira.

—Así es más interesante, le añadimos un poco de misterio a las cosas. Es como cuando éramos niños y nos acercábamos lentamente a un extraño en el parque, y así, sin saber nada más, comenzaba el juego —dije llevándome la pajita de la piña colada sin alcohol que había pedido, a la boca—, además, ya de por si es aburrido todo el tema de las presentaciones a nuestra edad.

—Te manejas de maneras extrañas.

—A veces me lo dicen.

—Vale, me toca deducir. Eres atleta, los músculos de tus brazos y la fuerza de tus piernas me dan esa ventaja como punto —Asentí recargando el rostro en las palmas de las manos—, vale, patinadora está descartado, no tienes mucho equilibrio que digamos.

—¡Oye! Eso es falso.

—Lo que digas —contestó ondeando la mano haciéndome reír—, puedo decir que natación o voleibol, se necesita ocupar todos los músculos del cuerpo para tanta definición y no pareces del tipo que jugaría tenis o algo frívolo.

—Voy a Weston, recuerda.

—Y supongo que Norte, porque en el Sur jamás te he visto.

—Supones bien, me toca —Me recargué en el asiento fingiendo que lo escaneaba—, o es futbol americano o soccer.

—¡Dios! No me insultes de esa manera.

—¡Bueno! Un Sur que odia el americano, mi error —negó con la cabeza terminándose su segundo vaso de wiski en las rocas y arrimándolo a la esquina en señal de ya no querer otro—, si no es voleibol también, probablemente Baloncesto.

—Supongo que no te gusta mucho el alcohol, llevas más de tres piñas coladas vírgenes, eso es un subidón de azúcar y lactosa. —aclaró, como si fuera muy normal traer a colación la lactosa en una plática.

—No le encuentro el atractivo, en algunas ocasiones lo hago, pero siempre y cuando sea para celebrar o que alguien más se vaya a quedar sobrio.

—No bebés, eres atleta, trabajas para no aburrirte, te tiñes el cabello de negro porque te gusta creer que así te ves más grande —dijo y me miró rápidamente el cabello—, las uñas siempre las traes pintadas de color azul rey y te encantan las palomitas de mantequilla porque las acarameladas son una aberración de la humanidad.

—Acabas de describirme a la perfección, sí.

Ni siquiera me di cuenta cuando el lugar se infestó de adultos, pero al parecer estaban transmitiendo la final de un partido importante de soccer y ahora no nos dábamos abasto. El veintiocho —como nos hizo llamarlo el nieto de pie grande—, se movía de una manera impresionante, llenaba la charola de tarros y tarros de cerveza sin siquiera derramar una sola gota.

Era como ver un trompo en una pista.

—Si no te quedas con él, lo voy a contratar —susurró Penny regresándome a la realidad—, me gusta, es amable, a tu padre le agradaría.

—Mi padre lo espantaría.

—Por supuesto, pero de una manera amable.

Negué con la cabeza para comenzar a servir de nuevo los tarros que Boris y Veintiocho me traían cada tanto.

Fue un milagro que no se amontonaran los borrachos en la barra, pero gracias al cielo logramos terminar el día sin incidentes y con muy buenas propinas.

Quizá era la ventaja de ser un lugar tranquilo lleno de personas conocidas, el frasco estaba a rebosar de billetes y monedas, y cuando nos tocó repartir entre los tres, veintiocho dijo que no importaba, solo tomó un centavo aplastado y deformado que llamó su atención y dijo que con ello era suficiente, así que Boris terminó encantado aún más con él.

—¿Les molestaría que yo la acompañara de regreso a casa? —Penny y Boris abrieron los ojos sorprendidos para gritar un "si" instantáneo y dejarme sola como si no estuviera yendo a mi bella morada con un extraño—, creo que, si quisiera secuestrarte, no eligiera tu propia ciudad para eso.

—A veces el modus operandi de los crimínales es fuera de su zona, así nadie sospecha de ellos.

—¿Sabes mucho de eso? —preguntó curioso.

—Un poco, mi padre es jefe del departamento de policías aquí, así que tengo adiestramiento y mi madre es abogada, por lo que también conozco mis derechos.

—Un policía y una abogada, tus padres parecen pareja de película.

—Lo son, o al menos eso me han contado.

—Vale, hagamos algo, intercambiemos números, si quieres ponemos de condición no preguntar por nosotros llegando a Weston, así seguimos con el misterio.

—Eh... no lo sé.

—Solo hay dos opciones aquí, o terminamos siendo muy molestos, o nos hacemos muy amigos —Entrecerré los ojos analizando si lo que decía era verdad—, pero te aseguro que será la segunda.

—Vale, pero si te bloqueo antes de saber mi nombre, no debes buscarme ni mucho menos investigar.

—Es un trato.

Después de agregarnos con nuestros ya establecidos apodos, nos despedimos con un beso en la mejilla, se fue por su lado y yo me sumergí en la soledad de mi casa.

No hubo una noche de julio en la que no habláramos, al igual que los seis meses que le siguieron; la realidad estaba a punto de pegarnos en la cara y no nos dimos cuenta.

Era como si nuestra mente estuviera siempre en el juego, uno que establecimos desde el principio y que ninguno quería perder.

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