✺ Capítulo 14 ✺
"Quizá NO podré salir vivo de esta"
Heartbreak Girl - 5 seconds of summer.
Jasper:
No era para nada un fanático de las películas de romance.
En realidad, no me gustaba en lo absoluto nada que tuviera que ver con el amor. Y no porque no creyera en él, para nada era el caso, simplemente sentía que la manera en la que lo retrataban en las películas, series o libros —como los que le fascinaba leer a Mallory—, eran demasiado irreales.
Ficticios, rosas, inalcanzables.
No crecí con la imagen de un matrimonio perfecto; pero si me eduqué con una abuela amorosa que no hacía nada más que hablarme de su historia con el abuelo. Y con mi padre, quien, a pesar de haber sido casi destruido por la persona que creyó era el amor de su vida, no se amargó ni se volvió un gilipollas. Parte de la razón por la que no le guardaba rencor a mi madre por lo que nos había hecho, era por la forma en la que mi padre me enseñó a ver el mundo.
Todo ese amor lo canalizó en educarme lo mejor que pudo y en demostrarme que el amor viene de diferentes direcciones y con distinta fuerza. Y a veces, el amor no precisamente es indoloro.
Antes estaba seguro de que cuando estuviese listo, cuando realmente me sintiera completamente preparado para querer a alguien, entonces lo haría. Porque entregarle tu corazón a una persona y aceptar su amor, no es algo que se deba tomar a la ligera.
Y todas esas películas malas que tanto me disgustaban y que Mallory siempre discutía porque mirase con ella, tendrían sentido.
Justo como en una comedia romántica barata de mala calidad y con más clichés de los que podía contar con una mano, la realidad me golpeó en la cara.
No vi fuegos artificiales ni mucho menos, tampoco se me apareció cupido enfrente para estrecharme la mano, y desde luego que no me salieron putos corazones en los ojos. Fue más una sensación de estar cayendo, olvidándome por completo del impacto que tendría al llegar al suelo. El pecho se me contrajo y de pronto todo tuvo sentido.
Me sentí como un anciano de ochenta años con arritmia cardiaca.
Y tuvo tanto sentido que estaba seguro de que me había vuelto loco, porque esto no me podía estar pasando, no ahora, no en este momento de mi vida, y mucho menos con ella.
No. Con. Ella.
Estaba perdiendo la puta cabeza.
O, mejor dicho, ya la había perdido, no me quedaba nada de cordura, ni un pequeño gramo de ella. Estaba hecho añicos, pulverizado, destruido, arruinado.
¡Maldita sea! ¿Cómo carajo se me ocurrió que hacer eso sería buena idea?
En retrospectiva, no creí que me alteraría tanto verle la espalda desnuda. Era una maldita espalda común y corriente, conformada por músculos, una espina dorsal y piel.
NADA. MAS. QUE. JODIDOS. ESO.
Me dije a mi mismo que no sería gran cosa, que no pasaría nada malo. Que tenía que ser el mejor de los amigos en el mundo de los mejores amigos por ella, porque me necesitaba —aunque se negase a pedir ayuda en voz alta como era su maldita costumbre—, no era gran cosa, no lo era.
El problema es que, sí lo fue.
Pude haberme quedado sin aliento durante todo el tiempo en el que estuve metido en su habitación —que sentía se encogía a cada exhalación que ambos dábamos—, fue como si a los pulmones se les hubiese olvidado por completo que si no trabajaban como era debido, podían mandarme al maldito cementerio en un abrir y cerrar de ojos.
Lo que no pensé, por supuesto, es que, si de mi muerte se trataba, ver a Mallory en ese estado fue el último trozo de madera que le faltaba a mi tumba para enterrarme vivo.
¡Oh no, no! Me había metido en un lio enorme, gigantesco, monstruoso.
Esto no podía estarme pasando, no podía.
¡No estaba permitido!
Había dejado de ver a Mallory como mi mejor amiga, y sospechaba que llevaba días sin recordar el verdadero termino de lo que era nuestra relación, si es que en algún momento lo tuve claro.
¡Que me jodieran! Esa chica me había aplastado la cabeza y ni siquiera se había dado cuenta.
¡Ni siquiera yo me había dado cuenta a tiempo! Seguro que, si hubiese prestado más atención, no estaría zambullido hasta el fondo en este predicamento. Hubiera podido eliminar cualquier tipo de sentimiento extraño que cruzara la línea de la amistad, y todo estaría normal.
Quizá tuve que haberme puesto a pensar en eso, cuando entré con los chicos a hurtadillas en el colegio la noche del viernes de la semana pasada, en busca del archivo de Mallory para dar con su fecha de cumpleaños. No se me había ocurrido que romper la ley por saber algo de ella, pudo ser el detonante para que me diera cuenta de que esa mujer me gustaba más de lo que quería llegar a admitir.
—Uno no pasa la barrera de la ilegalidad y la obsesión por cualquiera.
Eso me había dicho Griffin, y que razón tenía el maldito, sabía lo que hacía al abrir la boca.
¿Se supone que eso nos tiene que hacer sentir mejor?
Tu cállate.
Mallory me gustaba, y no, para mi desgracia no lo hacía como una simple amiga. Me gustaba en serio, como chica, como persona, como humano. Todo en ella me parecía fenomenal e hipnotizante. No creía que existiese alguien igual en el mundo.
¿En qué carajo estaba pensando? Definitivamente no lo estaba haciendo.
Tuve que hacer un esfuerzo monumental para dejar mis pensamientos a un lado y ayudarla a colocarse esa infernal pomada. Eso me pasaba por intentar ser una buena persona. Por eso existían tantos gilipollas en el mundo.
Hasta hacia poco yo pertenecía a esa parte de la población catalogada como gilipollas ¿En qué momento me cambié de bando?
Estaba paseando de un lado al otro como un loco por el salón, cuando recordé que minutos atrás me había desnudado —mejor dicho, seguía sin camiseta—, y le había mostrado la parte que más me jodía de mí mismo.
Nunca había querido enseñarle a alguien las quemaduras tanto como lo quise hacer con ella. Quizá si alguien llegase a verlo desde otra perspectiva, pensaría que lo hice para coaccionarla, pero no fue para nada el caso.
Es que simplemente verla tan aterrada, confesándome que las consecuencias que la ansiedad le habían provocado la volvieron insegura, me partió en dos. Sentí como el pecho se me rasgaba cuando visualicé las lágrimas sobre sus preciosas mejillas, fue como si me enterraran mil agujas en las rodillas.
¿Acabas de decir la palabra "preciosa"?
No, no lo he hecho.
Ya lo creo que sí.
¡Por supuesto que no! Menuda estupidez, yo no era esa clase de persona.
Ni de coña.
—¿Jasper? —Di un respingo en cuanto escuché su voz cantarina y dulce viniendo del pasillo y entré en pánico. Tomé rápidamente la camiseta y me la pasé por la cabeza intentando dejar de pensar.
¡Que me jodieran! Me había descompuesto, era una persona partida a la mitad.
Quizá necesitaba uno de esos golpes fuertes, como en las películas, para volver a funcionar como un humano decente y dejara de actuar como un jodido chihuahua nervioso a punto de orinarse.
—Creí que te habías ido.
—¿Cómo por qué me iría? —pregunté arqueando la ceja, intentando disimular que nada de lo que había pasado me importaba.
Vaya mentiroso estaba hecho. Pinocho se quedaría imbécil a mi lado.
—No lo sé, saliste huyendo de la habitación —soltó sonriente, ¡Oh esa jodida sonrisa pícara! La odiaba, la detestaba, no quería volver a verla jamás en su rostro.
Ella sabía lo que estaba haciendo, lo sabía a la perfección, pero no le daría el gusto, suficiente ya me había humillado. Solté un suspiro disimulado y entrecerré los ojos fingiendo confusión.
—No salí huyendo Rockstar ¿De dónde sacas tantas tonterías? —pregunté negando con la cabeza—. La pomada te afectó el cerebro.
—A mí me pareció que fue así. —dijo alzando los hombros con desinterés, pero sin borrar la maldita sonrisa que estaba a dos segundos de enviarme al infierno.
No recordaba en qué película se le advertía al protagonista sobre los ojos coquetos, pero definitivamente quien lo dijo, no se había estrellado de lleno con las sonrisas brillantes.
Es de Hércules, inculto.
—Pues te pareció mal —contesté lanzándome al sillón, necesitaba algo con lo que distraerme si no quería volverme loco allí mismo, entonces recordé a que había venido en primer lugar.
Bien, el tema era quizá igual de difícil que el anterior, pero sin duda menos incomodo. Saqué el móvil del bolsillo del pantalón para verificar la hora, las nueve y media, bien, íbamos con tiempo.
—Vístete —ordené─, te llevaré a un sitio hoy y no puedes ir con pijama. —frunció el ceño confundida, sentándose a mi lado y recostando la cabeza en mi pecho.
¡Carajo! Necesitaba apartarla antes de que cruzara la maldita línea y botara a la basura nuestra amistad para tomarla de la mandíbula y arrancarle un beso.
¿Me alejaría si lo hiciera? ¿Ella seguiría el beso o me miraría con terror? Todo podía pasar.
Con tu suerte, seguro que te noquea.
—¿A dónde iremos? —preguntó alzando la cabeza para mirarme.
—Tu solo ponte algo cómodo, saldremos de la ciudad.
—¿En serio? —tragué saliva pesadamente, la cercanía me estaba rompiendo las pelotas, a este paso las tendría azules en menos de diez minutos, asentí—. ¿Puedes darme más información?
—Ya te dije todo lo que necesitas saber.
—No, me refiero a un poco de detalles sobre el lugar, para saber qué atuendo es el adecuado, ya sabes, vestido, falda, jeans.
Arqueé una ceja por su creciente curiosidad, ¡Oh mi pequeña niña ansiosa! Detestaba tener muy poca información, pero en este caso no podía ceder ante sus peticiones, mientras menos supiese, mejor.
—Algo cómodo.
—No me estás dando demasiada información Jasper —contestó pellizcándome las mejillas—. Solo dame una pista.
—Ropa. Cómoda.
—Eres insoportable —soltó poniéndose de pie—, ahora vuelvo.
Y desapareció por el pasillo mientras yo me desinflaba en el sillón y contaba hasta mil para recuperar la compostura. Necesitaba controlarme. Inventarme quizá un mantra que me sirviese durante todo el día para no cagarla.
No podía actuar así frente a ella, no solo porque no tardaría en darse cuenta de que algo estaba pasándome —esto asumiendo que no lo había notado aun—, sino porque tampoco quería incomodarla, o que creyera que me había afectado lo del masaje.
No comprendía su inseguridad hasta que la vi. No es sencillo mostrarle a una persona importante una parte de ti mismo que te disguste o te cause tantas pesadillas. De hecho, me atrevía a decir que era mucho más jodido hablar de lo que te afectaba con alguien cercano a con un desconocido.
Su espalda estaba llena de pequeñas protuberancias de distintas formas y tamaños, salpicando su piel cremosa sin un orden fijo. Y tenía cicatrices de viejas ampollas por todos lados. Darme cuenta de que compartíamos la misma parte del cuerpo como inseguridad me desconectó por completo.
Por lo poco que había leído de la dermatitis atópica en mi espera de cinco minutos en la farmacia, supe que era una consecuencia directa del estrés y la ansiedad —situaciones que Mallory vivía de la mano—, producen ronchas por varias partes del cuerpo, y si no se tratan se pueden convertir en ampollas que, al reventar, causan lesiones.
Asocie las cicatrices a las ampollas. Quizá Mallory en algún momento no se atendió a tiempo la dermatitis y por ello tenía varias marcas por los brazos, la espalda, e incluso la parte trasera de las piernas —me había dado cuenta de ello la segunda vez que salimos—, eran tan reveladoras... No me atreví a preguntarle si le dolían, picaban o ardían, no solo porque no deseaba ponerla nerviosa, sino porque cuando intenté hablar, la lengua parecía no querer obedecerme.
—¡Yaz, ven aquí! —fruncí el ceño, en mi vida solo dos personas me habían llamado Yaz, Rockstar no solía decirle motes a las personas que tenía en su vida.
Caminé hacia la habitación con la confusión nadándome en los ojos, esperaba que el diminutivo significase algo bueno, y no que directamente me estuviese enterrando en la zona de amigos.
—¿Qué pasa? —pregunté al otro lado de la puerta semiabierta.
—Entra, necesito tu opinión. —Abrí la puerta decidido a no desmayarme por si tuviese que verla en ropa interior, pero no, gracias a cristo estaba vestida, aunque no sabía por qué cantaba victoria, las mayas deportivas que llevaba puestas pudieron ser inventadas como un instrumento de tortura—. ¿Qué opinas?
—Que... ¿Qué opino de qué? —frunció el ceño confundida, después dio una vuelta en su sitio, llevaba un top de manga larga color lila, y las jodidas mayas del mismo color, pero en una tonalidad mucho más oscura.
—¿Esto está bien? No tengo mucha ropa limpia, no he tenido tiempo de poner una lavadora.
¿Qué si estaba bien? La chica podría ponerse la tela de una toalla vieja encima y se le vería espectacular, todo lo que se llegaba a poner parecía hecho a su medida. Recordé su uniforme de porristas, la cosa diminuta que se le acentuaba en cada curva y le lucia como un guante.
Mal rumbo, tenía que borrar la imagen de ella en su uniforme cuanto antes, no era para nada respetuoso estar teniendo pensamientos guarros de la que se supone era mi mejor amiga.
—Está... sí, se ve bien, vas bien.
—¿Solo bien? —preguntó, y entonces reaccioné, estaba nerviosa, se jugaba las manos como si estuviese en una especie de frenesí, solté un suspiro—. Es que no me has...
—Está super Rockstar, te ves genial, te lo juro.
—¿Pinky? —preguntó alzando el meñique en el aire, se me escapó una sonrisa de pronto, haciéndola sonreír también, me acerqué a ella con rapidez y entrelacé su meñique con el mío, para que después los dos besáramos nuestros pulgares.
—Pinky —contesté, asintió y se dio la vuelta, metiéndose los dedos por el cabello, para que sus ondas naturales se acomodaran un poco—. ¿Lista?
—Lista cap.
¡Oh cristo! Iba a ser un día largo.
Tomé el casco que había dejado sobre el sofá y salimos de su apartamento. Al llegar a la moto, abrí el asiento para sacar el casco que había comprado desde que Rockstar había llegado a mi vida, era rojo y en la parte posterior derecha tenía tres estrellas, la más grande era color amarillo, de ahí seguía la mediana y la pequeña que eran plateadas, sonrió en cuanto se lo di y subimos a la moto sin decir una palabra.
El camino hasta mi antigua ciudad —que honestamente era más un pueblo que una ciudad—, era de dos horas y media, así que el viaje sería un poco largo para soportarse encima de una motocicleta con el aire golpeándonos el cuerpo.
Al salir, divisamos el letrero enorme que daba la bienvenida al lado Norte de Weston, rodeé los ojos, era un estupidez que dividiesen la ciudad, pero desgraciadamente ningún habitante podía hacer nada para que la barrera se eliminara. Y tampoco creía que la gente pija del lado norte tuviera deseos de hacerlo.
Las personas que vivían en el Norte eran felices moviéndose dentro de su burbuja de perfección.
Mallory me jaló la manga de la playera cuando ya llevábamos una hora y media de trayecto, reduje la velocidad, estábamos ya en carretera, así que más me valía tener cuidado si quería evitar un accidente. Su delgado y musculoso brazo señalaba un claro en el que se veía un campo precioso, solté de a poco el acelerador y aparqué.
—Pero que... ¿Por qué te detuviste?
—Para estirar las piernas y que puedas ver mejor la vista.
—¿Estás seguro? —preguntó, tenía la ventanilla del casco abajo, así que estiré el brazo para abrirla y que sus ojos dorados salieran de su escondite—, aun no me dices a donde vamos.
—Ni te diré, anda, baja —Me quité el casco y lo colgué en el volante, me acerqué a los barrotes de aluminio que dividían la carretera de los claros y me recargué allí.
La vista era preciosa, el sol todavía no llegaba a su punto máximo, pero la mañana era fresca y el cielo estaba pintado de colores cálidos. A lo lejos alcancé a ver una parvada de pájaros volando sobre los postes de luz. Giré la cabeza solo para darme cuenta de que Mallory estaba recargada en la moto.
Tenía el casco alzado sosteniéndose en su frente y una sonrisa de oreja a oreja en su rostro, admiraba la vista como si nunca hubiese observado el cielo así de claro y libre de contaminación.
Y yo estaba haciendo exactamente lo mismo. Apreciaba la vista, la mejor postal que nadie había fotografiado aún pero que por alguna extraña razón, yo tenía la fortuna de vivir.
La admiraba a ella. Y el claro, el cielo, el campo y los árboles, pareció que se desvanecía. Era como si Mallory fuese el centro de la tierra, y todos los demás elementos que la conformaban, bailaran a su alrededor, porque no había belleza que se le igualara.
Era tan malditamente hermosa que dolía y quemaba.
Sonreí por inercia, inmerso en la admiración que mi pequeña Rockstar merecía. Estaba jodidísimo, pero no importaba, no podría interesarme menos, porque en el caso en el que ella me rechazara y me rompiera el corazón, estaría terrible y vergonzosamente agradecido de haberla tenido en mi vida.
Me acerqué con sigilo colocándome el casco en el proceso, y cuando ya me tuvo de frente, abrió los ojos por la sorpresa y el casco le cayó de lleno cubriéndole la cara, me agaché rápidamente para tomarla de las piernas y alzarla.
—¡Jasper, bájame! —gritó, pero la risa amortiguó su petición—. ¡Bájame, enfermo, me vas a tirar!
—¡Esa no es forma de hablarle a tu mejor amigo, Hindsley! —contesté mientras le daba vueltas, dejó de forcejear y estiró los brazos en cada lado, disfrutando de las vueltas que le daba—. Grita Lory, aquí nadie te escucha.
—¿De qué hablas? —preguntó alegre, agachó la cabeza y nuestros cascos se golpearon. Me sentí como en la escena de Wall-E, en donde Eva pega su pequeña cabecita a la de él, y una carga de energía los traspasa formando uno de los besos más tiernos que tenía Disney—. Jasper, ¿De qué hablas?
—Que grites, saca todo lo que no te permites soltar en la ciudad.
—Estás loco.
—Pero eso no es novedad. —contesté, su pecho vibró por la risa, y deseaba poder tener otros dos brazos para quitarle el casco y ver sus preciosos ojos expresivos en este momento—. Lo que digo es que puedes sacar toda la frustración con un grito.
—¿Eso no se supone que se hace en la playa?
—Bueno, discúlpame por no poder ponerte un mar enfrente —respondí, ella negó con la cabeza—, entonces a la cuenta de tres Rockstar ¿Lista? —pregunté, ella asintió y el agarre detrás de mi cuello comenzó a aflojarse, pero no para soltarse, empezó a jugar con los mechones de cabello que me sobresalían del casco, haciéndome sonreír por el repentino contacto físico—. Uno, dos...
Y entonces gritamos. Gritamos hasta que nos cansamos y nos tiramos al suelo partiéndonos de la risa, porque solo a mí se me ocurría hacerla gritar a mitad de carretera.
Parecíamos dos locos revolcándonos en el asfalto. Ella provocaba eso en mí. Nunca me cansaba de sonreír o reír a su lado, porque incluso la cosa más cotidiana del mundo podía causarme alegría. Era feliz, muy feliz, y esperaba hacerla sentir igual.
Esperaba poder demostrarle todas las cosas buenas y pequeñas que estaba aprendiendo a disfrutar por ella, porque a su lado, incluso una visita al doctor me parecía fenomenal.
Al entrar a la ciudad, un nudo se me plantó en el estómago. No había regresado a ese endemoniado pueblo desde que entré a la preparatoria, pero ya era tiempo de afrontar la realidad.
Por más que me trajera recuerdos horribles, era el lugar en el que mi padre y abuela vivían, y no era justo para ellos tener que viajar siempre, solo porque yo no quería poner un pie en el sitio.
Me aterraba la idea de que Mallory se enterara de lleno sobre la persona que era en Moiten, lo que significaba mi apellido en el sitio. No tuve que voltear para sentir su sorpresa cuando cruzamos la primera tienda Henderson.
Mi padre había estudiado ingeniería automotriz en la universidad, y después de que mi madre nos dejara, él pudo por fin renunciar al trabajo de contador que tanto odiaba y que tuvo que aceptar a petición de Yania. Porque para ella, las carreras que no tenían que ver con los números o el derecho, eran basura.
Fundó su primer taller de motos cuando yo tenía siete años, y para cuando cumplí los diez, ya poseía más de cinco establecimientos que no solo se dedicaban al reparo de motocicletas, sino también al servicio de autos de carrera. No es que a mi padre le llamara mucho la atención el mundo de la Formula 1, pero su mejor amigo —el tío Fabrizzio—, era director técnico de Bellini, y con sus conexiones, lograron catapultar a mi padre como uno de los mejores en la rama de las reparaciones y diseños de motores.
Así que si, la fortuna de mi padre creció hasta el punto en el que éramos la familia con más dinero de Moiten para cuando entré a secundaria, y por supuesto que a los hijos de los viejos ricos del lugar no les gustó para nada, que el niño brillante sin mamá, tuviese más "dinero" que ellos.
Gracias al cielo, Moiten no era un pueblo religioso, pero parecía con lo mucho que les gustaba a las personas juzgar y señalar a los demás.
Las puertas de la entrada se abrieron, y el suspiro de sorpresa que soltó Mallory me hizo reír, las rejas se cerraron detrás de nosotros, pasé la fuente que la abuela había obligado a mi padre a poner cuando comenzaron a construir la casa, y di la vuelta a la entrada para meter la moto al garaje. Cuando la compuerta comenzó a subir, me di cuenta de lo mal que estuvo no advertirle a Mallory nada de lo que se avecinaba.
Aparqué la moto a lado del Bellini que mi padre me había regalado cuando cumplí quince años, me quité el casco, pero no tuve la fuerza para bajar y mucho menos de voltear a verla.
Deseaba con todas mis fuerzas, que la percepción que Rockstar tuviese de mí, no cambiara después de este viaje.
—De haber sabido que eras rico, me habría aprovechado de ti desde que te conocí —La carcajada me salió sin previo aviso, entonces me giré para mirarla, ella sonreía, pero no estaba mirando los múltiplos deportivos, o la fila de cinco motos que mi papá tenía al fondo—, te obligaré a alimentarme por lo que dure nuestra amistad Henderson, que lo sepas.
—Me parece un trato justo. —Bajé de la moto y le ofrecí una mano para ayudarla, pero algo detrás me hizo soltarla repentinamente por la presión que sentí en el pecho dejándome sin aire.
¡Mierda! Los abrazos de mi abuela seguían igual de mortales.
—¡Abuela, respiración! —pedí sin aliento, pero por supuesto que Lorena Henderson era lo suficientemente necia como para dejarme respirar—. Abuela, suélteme...
—¡Ay mijo! Creí que siendo deportista aguantarías mi fuerza.
—Tita, no hay persona en la tierra que soporte sus abrazos asfixiantes.
—Te hace falta comer, eso es lo que te hace falta —dijo negando con la cabeza, entonces su atención se desvió a la pelinegra que nos observaba con una sonrisa tierna—. Y tú debes ser Molly.
—Sí, yo soy ella, mucho gusto señora Henderson. —Mi abuela, como era de esperarse, rechazó la mano extendida de Mallory y la atrajo hacia ella, fundiéndola en un abrazo igual de intenso del que me había dado a mí.
—No sabes las ganas que tenía de conocerte cariño, Eduardo y Yaz me han hablado mucho de ti.
—Espero que cosas buenas —bromeó ella.
—¿Por qué clase de persona me tomas Mallory? —pregunté lanzándome un mano al pecho—. Nunca me atrevería a decir que te encanta ir descalza por la vida ensuciando tus calcetines como si no te gustara usar zapatos.
La mirada que me lanzó fue de rencor, pero el golpe en el cuello que mi abuela me dio evaporó cualquier pizca de burla que me quedara en el cuerpo.
¡Dios! Esos malditos golpes en el cuello ya se me habían olvidado. No los extrañaba para nada.
—No seas grosero Jaspercito, esa no es forma de tratar a tu mejor amiga.
—Sí Jaspercito, no seas grosero. —repitió Mallory enseñándome la lengua, aprovechando que la abuela estaba de espaldas.
Rodeé los ojos con resignación. Estaba seguro incluso antes de plantearme la idea de traer a Mallory a casa, de que haría una dupla torturante con mi abuela, y mis sospechas se aclararon cuando la vi entrelazarle el brazo y jalarla hacia la puerta que daba al salón.
Iba a ser un día muy largo.
—Por cierto, cariño —dijo la abuela llamando mi atención, que se encontraba fija en el trasero de Rockstar, alcé la cara bruscamente—. Ronnie vendrá a desayunar, no puede quedarse todo el día, pero dijo que no se perdería por nada del mundo a la primera chica que traes a casa. —Su sonrisa era de maldad pura.
Una cosa era apaciguar las aguas con ella y controlar su interrogatorio, pero si mi prima se aparecía en casa, era inevitable. Ni siquiera yo podía negarme a la boca imparable que Roberta tenía.
Estaba comenzando a arrepentirme de traer a Mallory, y sospechaba que era solo el inicio de mi tortura.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro