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CAPÍTULO 3

Después de morir, me encontré con un espacio negro, vació, sin fin, en el que me vi obligado a estar por un buen tiempo. Hasta que por fin acepté mi muerte, fue que las cosas se aclararon un poco, y pude ver un camino maltrecho hecho de un material cristalino, que me llevó hasta una casa en algún lugar que no había visto antes. En esta casa, me encontré a mí mismo, a otro intruso. Alguien que tenía mi cuerpo, mi cara, mis expresiones. Ese alguien, ese intruso, estaba parado esperándome.

―Eres un idiota ―me dijo.

―¿Ahora piensas reemplazarme a mí? ¿De qué se trata todo esto? ―Él, a como yo hubiera hecho, no contestó. Solo guardó un poco de silencio y enseguida supe que tal vez, ese de ahí, sí fuera yo. Me sentía conectado a él de alguna forma que no lograba comprender― ¿Entonces, me dirás? ―insistí.

―Obviamente moriste. O bueno, algo así. Resumiendo: no puedes regresar a tu antiguo mundo.

―¿Y qué se supone que haga ahora?

―Nada, ya no puedes hacer nada.

Al escuchar su respuesta, mi perspectiva de las cosas cambió. Mi forma de ver el mundo se vio distorsionada, y como si yo fuera un simple espectador, me vi inmerso en mi mundo de antes, viendo cómo pasaba la vida, sin mí ahí.

Erika estaba en su habitación. Escribiendo un diario, del que no se podían ver bien las palabras. Ella tenía una expresión un tanto triste, nostálgica. Tampoco se podía ver bien el porqué. Lo importante es que esta Erika, era la original, la que siempre había recordado. Desde lo alto vi cómo me iba alejando para después el escenario cambiar al de la habitación de la banda, donde Tomás y Daniel llevaban la nevera con las cervezas. Afinaban los instrumentos, y se sentaban a esperar a que llegaran los demás.

Pasando unos minutos llegó Erika, con algunas hojas sueltas, en las que probablemente traería la nueva canción. Se sentía en el ambiente como una especie de nudo invisible, que desde mi lado podía sentir, pero sin saber si para ellos también estaba presente.

―¿Empezamos? ―dijo Erika.

―Sí, supongo que ya ―contestó Tomás.

Daniel estaba con su bajo, tocando algunas notas al azar. Algunas cosas que no tenían mucho sentido y que no parecía ser ninguna canción en concreto, ni mucho menos una buena improvisación. Fuera de parecer haber perdido "el toque", parecía no estar en sí. O por lo menos, estar algo perturbado.

―Erika, Tomás, deberíamos conseguir un guitarrista. No vamos a sonar bien así.

Tomás se quedó pensando mientras le daba vueltas a sus baquetas, y Erika parecía no querer conseguir guitarrista, pues solo se limitó a tomar una de las cervezas.

―Sí, deberíamos. ¿Pero quién? De los que conozco la mayoría tocan muy mal, y los que tocan bien no son de nuestro estilo ―contestó Tomás.

―Bueno, ya buscaré a alguien yo.

―Ya Daniel, empecemos de una vez. Sonamos bien así. Aparte, ya tengo una guitarra y he estado practicando. Pronto no necesitaremos a otro miembro ―protestó Erika.

Daniel y Tomás asintieron.

El ensayo duró unas dos horas, y el resto fue películas de terror, y seguir bebiendo con algunas botanas. Los papás de Tomás llegaron de noche, como de costumbre a la misma hora. Llevaron para los invitados algunas hamburguesas y refrescos. Y regañaron un poco a su hijo por llevar tanto alcohol a la casa. Pues solo había dicho que sería "unas cuantas". Pero en realidad los papás no estaban molestos. Siempre habían sido muy comprensivos, y todo un ejemplo de una buena familia, muy distinto a lo que Carlos, o sea yo, estaba acostumbrado. De hecho, ellos siempre me habían caído bien. También estaba muy cómodo con mis amigos, y sin embargo, así cometí las atrocidades de antes. Esas, que por algún motivo se habían borrado junto a mi existencia.

Erika al llegar a su casa, como a las 11 de la noche, se encerró en su cuarto, y sacó una guitarra de su funda, una idéntica a la mía, o más bien, la mía. Que por algún motivo ella se había quedado. Era la acústica que había dejado en su casa y que después me habría llevado el día de mi cumpleaños. Pero en ese escenario, al parecer, esos eventos no habían tenido lugar.

Puso su mano en la posición de Do sostenido menor, y con dificultad salió el sonido que debía ser. Algunas lágrimas se escurrieron sobre sus mejillas cayendo sobre la guitarra y el suelo.

―¿Por qué me siento tan triste sin razón aparente? ―dijo en su habitación solitaria.

Continúo llorando esta vez acostada en su cama, con la guitarra a su lado. Así estuvo, hasta quedarse dormida.

En otro lugar. En una casa un poco más grande, de clase mayor, estaba Daniel llegando, con su bajo en la espalda. Su nana abrió la puerta y le dio las buenas noches. Daniel, a diferencia de Erika se encontraba un poco más ebrio y se notaba un tanto en su caminar.

―¡Daniel! No deberías llegar así. Es peligroso andar tan tarde tomado.

―No se preocupe nana, estoy bien ―le contestó.

Él se sentó en la sala, en un mueble de piel negra, mientras esperaba que su nana le llevara agua para tomar. La nana llegó en poco tiempo y le dejó el vaso en la mesa de centro de cristal que estaba en frente.

―Hijo, tus padres aún no llegan. Al parecer estarán un día más fuera del país. Pero ya mañana espero que sí los veas.

―Está bien... Lo bueno es que estás tú aquí ―Le sonrió―. Me iré a mi cuarto.

Daniel subió las escaleras hasta su habitación y la nana se quedó ahí. Llegando sacó su bajo de la funda, y lo dejó junto a los otros 2 que tenía ahí. Se acostó y quedó dormido al instante.

En la casa de Tomás, casi en el mismo momento que ocurrieron los eventos de Erika y Daniel, Tomás se encontraba todavía en la habitación de ensayos limpiando un poco el desorden. Y bebiendo la última que quedaba. Al dar un sorbo a la lata, dio un pequeño brinco, como sintiendo alguna amenaza, pero desde la perspectiva alta, no se podía ver nada más allá, ni se sentía otra presencia que las humanas que ya estaban ahí.

―¿Hay alguien aquí? ―dijo sin obtener respuesta.

Sacudió la cabeza, y terminó de meter la lata que quedaba en la bolsa negra. La amarró y la llevó afuera. Al volver entrar a su casa se quedó observando la ventana, esperando a que algo pasase. Pero como era obvio, nada pasó. Porque a como dije, desde la otra perspectiva, no se veía nada.

Ahora en mi antigua casa, la misma de siempre, se apreciaba un abandono total. Un cartel de "en venta" estaba justo en la puerta principal. La cochera estaba vacía, y el jardín no tan grande que antes había ahí, ya no estaba. En ese momento supe que yo ya no existía ahí. Y no porque me hubiera muerto y mis amigos hubieran sobrevivido en ese incendio, o en los primeros asesinatos. Sino porque de verdad nunca llegué a existir en ese mundo. ¿Y mis padres? ¿Dónde estaban ahora?

Al intentar buscarlos con lo que ahora llamaba "la vista de espectador" no pude encontrar nada. Y después de varios intentos fue que me di cuenta de mis limitantes. Y era que de esa ciudad no podía ver más allá. Solo y exclusivamente ahí. Ni tampoco podía regresar al vacío negro que había visto antes, ni reencontrarme con esa otra persona idéntica a mí con la que había conversado.

Deseé que mis padres tuvieran paz en donde fuera que estuviesen.

Observé la vida de mi banda, de mis amigos, desde otro punto de vista, vi sus días sin mi presencia. Y repasando las cosas que tuvieron lugar en esa tragedia, y lo mucho que me había contaminado la oscuridad, las cosas no habían salido tan mal después de todo. Porque había podido corregir mis errores, pagando con mi existencia. Los había podido salvar.

Estando desde este otro lado he podido comprender una que otra cosa, como que mis delirios fueron y no fueron reales. Que esa bestia sin ojos, no era del todo parte de mi imaginación. Y que, de hecho, tuve suerte de no acabar de una peor forma. La oscuridad domina el mundo más de lo que nos imaginamos, está en partes en donde no le podemos ver, en donde nos puede acechar. A diario pasan cosas que no se explican, o que se explican de forma errónea. Nuestras pesadillas, no son tan malas conociendo otras realidades. 

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