Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 2

Pasaron varios días. Me encerré en mi casa.

El teléfono lo dejé descargarse. Mis padres entraban y salían a como era costumbre. Ni siquiera me preguntaron por qué no iba a la escuela, o a los ensayos. Varias veces escuché cómo tocaban la puerta con insistencia, pero el miedo pudo más que mi voluntad. Y ni siquiera me acerqué a ver quién era. No salí de casa hasta que la comida se hizo escasa.

De la recamara de mis padres saqué unos cuantos billetes para salir y comprar comida instantánea. Sabía que, aunque se dieran cuenta, no me regañarían. Pues igual era culpa de ellos que no dejaran suficiente alimento.

Tomé el dinero y me puse una sudadera. Acababa de llover y estaba bastante fresco el exterior. Al llegar al súper que estaba a unas cuadras, me encontré con una chava, extraña.

―¿Dónde demonios has estado?

―Disculpa, ¿Quién eres? ―le pregunté.

―¡Soy Erika! ¡Quién más! No te hagas el gracioso. Que estaba preocupada por ti. Estamos, preocupados. Todos.

La piel se me heló. Y vino a mis recuerdos esa escena sangrienta, que por tantos días intenté borrar. Esa donde ella, Erika, y los demás habían sido asesinados por mí.

―No sé de qué me hablas. Tú no eres Erika.

Me fui, casi corriendo. Pensaba que era imposible que ella fuera mi verdadera amiga. Pues estaba muerta, todos lo estaban. De hecho, era raro también que la policía no me hubiera interrogado ya. Aunque durante mis días de encierro pensé que esas llamadas a la puerta, eran de la policía. Pero si eso hubiera sido verdad, se hubieran contactado con mis padres para hablar conmigo. O hubieran entrado con una orden. Muchas cosas no tenían sentido. Y ahora, con el encuentro de esa mujer que se hacía llama Erika, las cosas se ponían mucho peor.

Llegué a una tienda que estaba un poco más lejos. Compré un par de sopas más, algunas galletas, café, unos cigarros, y cerveza. El dinero me dio exacto. No había tomado mucho pues porque mi intención no era dejar sin dinero a mis padres. La verdad es que ellos tampoco es que me trataran mal. Simplemente eran muy problemáticos entre ellos, y descuidados conmigo.

De regreso me detuve en el parque que quedaba de camino. Empezó a lloviznar, me cubrí con el gorro de mi sudadera, saqué un paquete de galletas, y las comí sentado en unas de esas bancas, tratando de encontrarle sentido a los eventos de los últimos días. Los flashbacks repentinos habían cesado, justo después de matar a la bestia. La bestia, «¿Qué era esa cosa?» antes de que eso pasara, estaba convencido de que mis amigos habían sido devorados. Pero ahora mi mente me indicaba que yo los había matado. Había regresado después de que Erika me hubiera seguido hasta mi casa, con un cuchillo de mi cocina, y con toda mi ira, entré a donde ellos estaban, sin saludarles. Solo les apuñalé uno a uno hasta matarlos. Erika había sido la primera, la más fácil. Con un corte profundo en la garganta su vida se le había ido. Daniel el segundo. Justo en el pecho. Trató de luchar, pero siendo tan delgado no pudo hacer nada. Y, Tomás, el más difícil. Intentó huir, pero al momento de entrar me aseguré de cerrar la puerta de la habitación y atravesar una de las sillas que estaban cerca. Eso lo alentó y evitó que llegase más lejos. Lo alcancé hasta el pasillo. Acabé con él rápidamente y lo llevé a la habitación con los demás. Ahí, me aseguré de que ninguno estuviera vivo. Pero recordé: que no había que dejar testigos. Esa fue la razón de que esperara una media hora a que llegaran los padres de Tomás, y armado con un machete que encontré en el garaje, los agarré desprevenidos llegando a la cocina. Todo había salido en exceso bien. Me fui a mi casa, y me quedé dormido aconchado en la puerta. Y al despertar había olvidado los asesinatos. Pero, ¿Por qué no estaba manchado de sangre al despertar? El haberme cambiado de ropa no lo recordaba.

―Te encontré ―dijo una voz hacia mí.

Era la que se hacía llamar Erika. Había llegado al parque y no me había dado cuenta, por lo distraído que estaba tratando de atar cabos.

―Ya te dije que no sé quién eres.

―Me conoces desde hace mucho tiempo. Tenemos una banda, somos amigos, y... Hasta hemos sido más que eso. No me jodas diciéndome que no me conoces. ¿Qué significa esto?

―Significa que ni tu rostro reconozco ―le contesté.

―Eres, un tremendo idiota. ¡Un estúpido! ¿Y la banda qué? ¡Tuvimos que cancelar la tocada! ¿Y tu celular? ¿Por qué no lo cargas? ¿Por qué no nos haces caso cuando te llamamos a la puerta por horas? ¡DIOS!

La que se hacía llamar Erika, hablaba con el mismo tono de voz que la Erika que conocí. Pero su apariencia era muy distinta. La anterior era bajita, de cabello rizado negro, con ojos cafés. Esta, en cierta forma era parecida; estatura similar, tal vez un poco más alta, pero con cabello ondulado rojizo, con pecas y ojos verdes. Esa loca, no sabía lo que decía al hablar de la verdadera Erika y mis difuntos amigos.

―Mira, lárgate ―le dije, molesto.

Ella me miró con rencor, y se fue maldiciendo en todo el camino hasta que desapareció en una de las calles.

A pesar de que estaba seguro de lo que había pasado ese día, una brecha de duda se abrió ante mí. Había cabos que por más que le buscaba, no me era posible atarlos. Así que fui a la casa de Tomás, para cerciorarme de la situación. Sí, a como dicen: el culpable siempre regresa a la escena del crimen.

La escena del crimen estaba demasiado normal al momento de llegar. Y la sorpresa no se hizo esperar cuando un joven salió de la casa hablándome. Era de la misma estatura de Tomás. Alto, pero con ligeras diferencias físicas. Como que el verdadero era moreno, y este, de piel un poco más clara y cabello lacio.

―¿Hasta ahora te vienes a aparecer? En serio amigo, ¿Qué te ha pasado? ―dijo ese joven.

―¿Me conoces? Dime tú, ¿Qué haces en esta casa?

―¡Pues es mi casa!

―No, esta es casa de Tomás ―contesté.

―Amigo, ¿Estás borracho? Soy Tomás ―Con esa respuesta mis oídos dejaron de escuchar lo que seguía diciendo. Pensaba que me estaban jugando una broma, una de muy, muy, pero muy mal gusto. Hacerse pasar por mis amigos muertos, profanar la casa de Tomás, y hasta imitar su voz. ¿Quién era capaz de algo así? No me cabía en la mente―... Hey, ¿Me estás escuchando? Daniel está aquí también. Tenemos un poco de bebida. Pasa y hablemos adentro. Le llamaré a Erika. Estará contenta. Bueno... También furiosa, pero en el fondo contenta ―decía el reemplazo de Tomás.

―¿Tus padres, están bien? ¿Están en casa? ―pregunté.

―Claro que sí amigo. Deben llegar en la noche como siempre.

Los pensamientos se me empezaban a nublar con todo lo que me decía ese reemplazo. ¿Por qué hacía lo que hacía? Sentía dolor en el estómago, como si las galletas que me había comido hace un rato hubieran estado caducadas. Pero aun así, decidí aceptar y entrar.

Ahí estaba Daniel, diferente a como lo recordaba también. Ahora, en lugar de delgado, era un poco gordo, y con un rostro poco familiar. Se veía hasta de cara inocente. Estaba con el bajo del verdadero Daniel. Quizá lo único en lo que eran idénticos una versión y la otra, era en la forma de tocar. Si solo hubiera escuchado su bajo, en lugar de verle, quizá, me hubieran convencido de que era el auténtico. Pero no, no le creía a ninguno de los impostores.

―No preguntaré tus motivos. Solo espero que no vuelvas a abandonarnos ―dijo el falso Daniel.

Los tres, a pesar de verse diferentes, hablaban y se comportaban de la misma manera. Después de ver cómo se expresaban me quedaba claro. Tal como si hubieran reencarnado o algo así.

―Llamaré a Erika ―dijo el falso Tomás.

Me quedé callado, esperé a que hiciera su llamada, y esperé un tanto más a que llegara la falsa Erika, que era en efecto, la pelirroja que había visto en el súper y el parque. Tuve que aguantar algunas preguntas del faso Tomás y regaños de falsa Erika. Quien no me dio problema, fue el falso Daniel, haciendo honor a su original, quien hubiera hecho lo mismo. Las palabras y cosas que pasaron en las horas siguientes no les presté importancia. No me interesaba convivir con gente que jugaba bromas demasiado largas, y de pésimo gusto. De verdad que no me importaba.

Entre tanto ruido proveniente de sus pláticas absurdas, de que si la banda esto, la banda aquello, de qué haríamos el fin de semana. La fiesta del fin de mes. De si nos volveríamos famosos, etc. Me harté. ¿Qué decían ellos? ¿De verdad pretendían fingir para toda la vida? ¿En serio querían sustituir la vida de mis amigos? ¿De mis verdaderos amigos? Aquellos que maté a sangre fría y sin tener claro el motivo. «¿Por qué a ellos sí y a estos no?» Fue la última pregunta que me hice antes de tomar la decisión.

Antes de arrepentirme (si es que podía), me pasé a la cocina, dejé funcionando los hornillos, para que pasara el gas. Busqué desesperadamente algo de gasolina, encendedores, lo que fuera para quemar la casa junto a los intrusos. Y mientras lo hacía, ellos se encontraban en la habitación de ensayos distraídos. Me acordé del encendedor que tenía en mi bolsillo, «¿Cómo había podido olvidarlo?», lo probé. Y todo lo que pasó después, es de imaginarse. Una total desgracia, una estupidez. Yo, junto a mi desesperación, cometimos un error. O más bien, demasiados.

Logré incendiar la casa con lo poco que había hecho, matando a la gente en su interior, y a mí también. Ardí en mis penas, mi dolor, y mi desconcierto. Ardí hasta morir. Morí por moverme por impulso, sin pensar bien en lo que estaba haciendo.

Y lo peor de todo no es haber muerto. Lo peor, es haberme dado cuenta de las cosas ahora que ya no podía hacer nada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro