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Capítulo 7: Amigos en el río


Capítulo 7: Amigos en el río

Pasé varios días sin ver a Daniel. Primero, porque él tenía trabajo que hacer con una cantidad de cuentas que le había enviado su padre. Segundo, porque yo tenía miedo de salir.

Nadie vino expresamente a decirme que no habían encontrado el cuerpo del hombre que había saltado por el risco, pero yo ya no lo necesitaba. Aceptaba que la forma en la que lo había visto caer no era precisamente normal. Debería haberlo intuido, pero como cuando había visto a Daniel por primera vez... tampoco me había dado cuenta de que era un fantasma.

No quería ver ninguno más, por eso no quería salir. Dentro de la casa me sentía más segura.

Mantuve la guitarra en mi habitación y tocaba cada vez que veía que Klaus se marchaba. Solía visitar nuestros campos y revisar el trabajo, por lo que yo me quedaba sola con Bonnie por horas y horas. Esos eran los momentos de alivio en los que ambas sentíamos que la casa estaba mucho más ligera.

Una mañana, después del desayuno, vi por la ventana como Klaus fue abordado por un hombre, antes de subir a su auto, que fue despedido casi con asco. Cuando él se marchó, reconocí al hombre como aquel señor delgado y enfermizo que había encontrado en la cuenca del Río Medio. Se quedó unos momentos allí, luego miró la puerta de la casa y entonces se marchó. Sentí lástima por él. Hacía tiempo que quería hablar con Klaus y no lo conseguía.

Pensé en preguntarle a Bonnie si sabía siquiera qué era lo que el señor quería, pero ese día en particular nuestra empleada se marchó a hacer sus deberes, super atareada y a mí no me quedó otra que volver a mi habitación y agarrar mi guitarra.

Esa se convirtió en mi rutina diaria. Tocaba sin parar, tratando de retener en mi memoria todas las canciones que alguna vez había aprendido, y terminé inventado otras cuando me aburrí de las primeras. Me perdí tanto en eso, incluso anotando los acordes en un papel, que uno de esos días no fui consciente de que el padre de Daria había vuelto. Me di cuenta cuando entró a mi cuarto, enfurecido.

—¿Quieres parar con eso, Daria? —me gruñó, con tanta violencia que solté la guitarra de inmediato.

Asentí, asustada por su actitud. No me dijo más nada y salió de la habitación. Podía ser que hubiera problemas... O podía ser nada más que el sol le había freído la cabeza. O tal vez nada. Desde entonces, procuré tocar sentada frente a la ventana, espiando la entrada para asegurarme de que no entrara así de improviso.

Al final del fatídico y terrible quinto día, vi a Daniel atravesar el jardín. Solté el instrumento y corrí a ponerme algo más decente. Me calcé los tacos —lo único que tenía— y corrí escalera abajo, emocionada por verlo, aunque sin saber si era por él o por estar tan desesperada de aburrimiento.

Daniel me recibió en el vestíbulo.

—Hola, ¿por qué estás corriendo? —me dijo, muy encantador y animado.

Un poco agitada por mi carrera hacia abajo, le sonreí.

—Te vi entrar. ¿Cómo te fue con el trabajo?

Deseaba hablar muchísimas cosas con él, pero, para mi desgracia, Klaus volvió temprano y nos interrumpió. En seguida, acaparó toda la atención y digirió todas las conversaciones de la tarde. Daniel tomó el té en nuestra casa y no pudimos cruzar ni una sola palabra.

Yo ansiaba poder contar con él, tratarlo como un amigo y conocerlo más, pues si terminábamos casados de verdad sería un dilema. Pero me tuve que aguantar y convencerme de que, si en tres meses no encontraba una solución para volver a casa, al menos conseguiría aprender a entenderme con él.

«Al menos, aunque no es la prioridad», me dije. «No te convenzas de quedarte acá».

Sí, ya, era muy fácil decir que no iba a quedarme, sobre todo cuando no sabía cómo volver. Me mordí el labio inferior hasta que Daniel se marchó y prometió verme al día siguiente, que tendríamos un sábado para nosotros.

Esa noche, más tranquila, me tomé el trabajo de intentar ponerme nuevamente unos ruleros. Sin embargo, a la hora de apoyar la cabeza en la almohada resolví que era un disparate y me los arranqué todos.

Me senté en la cama y observé mi reflejo en la oscuridad. Si terminaba por quedarme ahí, si no había otra opción, todo el mundo tendría que acostumbrarse a verme sin rulos. Todo el mundo, al final tendría que acostumbrarse a Brisa. 

Daniel vino por mí después del almuerzo. Caminamos por el pueblo, sin alejarnos, porque esa había sido la condición de mi padre. Nos cruzamos con gente que ya había visto otra vez y otras personas nuevas. Todos fueron bastante amables. Algunos me hablaron directamente en alemán y tuve el instinto de contestar Niet, Niet, aunque no estaba segura de lo que significaba.

Sin embargo, lo lindo del paseo acabó pronto, cuando nos cruzamos con la señora Paine y su esposo.

—Escuchamos que ya pusieron fecha para el casamiento —dijo el hombre, que parecía ostentar mucho a su esposa, que hoy en día no llevaba ninguna sombrilla.

—¿En dónde lo van a hacer, Daria? —preguntó ella, entre dientes. No se había olvidado de la última vez.

Le sonreí. Yo tampoco.

—No me acuerdo el nombre del lugar, la verdad.

—En el Palacio Borgoña —contestó Daniel—. Estaríamos encantados si...

—De contarles más cuando sepamos —me adelanté. No pensaba dejar que esa loca entrara en mi casamiento para funarmelo. Me apresuré entonces a terminar esa desagradable conversación antes de que empezara y cuando nos alejamos Daniel puso mala cara.

—No me digas que no querés invitarlos.

—Ni mamada —contesté—. ¿Se burló de mí en mi cara y pretendes que quiera verla el día en que me case?

En seguida, él giró la cabeza hacia mí.

—¿En qué sentido se burló?

—Intentó hacerme unos comentarios pelotudos sobre mi pelo. Con sinceridad, no me ofendió para nada. Pero es obvio que no le caigo bien —añadí, cuando llegamos al río y pudimos bajar hasta la orilla—. Che, ¿la gente no se baña acá?

Aunque él seguía pensando en los señores Paine, pasó a responder mi pregunta. Me saqué los zapatos y metí los pies en el agua helada. Era una buena idea con todo el calor que hacía y sin aire acondicionado.

—Sí, generalmente alguien acompaña a los niños —contestó—. Creo que nunca te vi hacerlo.

—Y bueno, es que seguro antes no era verano —me reí, estirando los dedos y chapoteando. Lo observé, preguntándome por qué él no hacía lo mismo y si eso de guardar las distancias también era una regla. Suspiré y me planté delante. Por unos momentos, Daniel me miró a los ojos y hubo algo más entre nosotros que dudas y planteos—. Si en este momento te arrastrara dentro del agua y empezara a mojarte, ¿quedaría mal? ¿Sería como lo que mi papá define como habladurías tontas sobre su hija?

Daniel sonrió y negó con la cabeza.

—Tampoco es para tanto... Mientras no te toque —se carcajeó.

Me crucé de brazos.

—Bueno, en realidad, se supone que me tocaste cuando me hiciste respiración boca a boca. Por salvar mi vida, digo.

Él puso mala cara otra vez. No parecía cómodo con ese tema y sin duda no había necesidad de sacarlo a colación. Pero yo, que ya había besado chicos y que para esa época seguramente hubiera sido una promiscua sin vergüenza para Klaus, no lo tomaba tan a pecho. A decir verdad, incluso me hubiera gustado estar un poco más consciente en el momento del salvataje para disfrutarlo, como en las novelas.

—Nadie tiene que saber eso —contestó.

—Entonces —retrocedí y me agaché, juntando agua en la palma de las manos—, no seas de madera.

Le lancé el agua a la cara. O eso intenté. Mojé la mitad de sus pantalones y sus zapatos lindos. Daniel frunció el ceño y se miró, incrédulo.

—Lo hiciste de verdad.

—Obvio que sí —exclamé, muerta de risa por su reacción—. ¿Pensabas que mentía?

—No es justo, para devolvértelo tengo que sacarme los zapatos, las medias, arremangarme el pantalón que doña Martita planchó para mí... —Levantó los ojos azules hacia mí—. Sos mala, querés que su trabajo quede hecho pelota.

Puse los ojos en blanco.

—Dale, trabajaste mucho estos días. ¿No querés jugar un poco?

Un destello divertido desfiló por su mirada.

—Puedo ser muy peligroso, eh. Casi ahogo a mi hermano cuando tenía doce.

Cuando se agachó para quitarse los zapatos, me erguí, curiosa.

—¿Tenés hermanos?

—Uno solo, lo que fue peor, porque cuando yo tenía doce, él tenía dos. Era una persona peor que vos, eh.

Me reí. No podía imaginarme a Daniel tan terrible como para querer matar a su hermano menor. Pero, sabiendo cómo había sido Laura conmigo cuando éramos chiquitas, podía entender una parte. Hubo épocas donde las dos realmente nos llevábamos muy mal. Lau había intentado venderme en la puerta de casa fingiendo que hacía una venta de garaje, imitando la televisión y las series yanquis.

Yo... había sido más buena con Luna. Mal retribuido, igual, porque Luna tenía la manía de pelearme por muchas cosas.

—La verdad es que sí —contesté, volviendo a concentrarme en Daniel y apartando la angustia que me generaba no estar con mi familia—. Por eso soy hija única.

Seguramente era hija única porque la mamá de Daria se había muerto muy pronto.

—Bueno —dijo Daniel, arremangándose los pantalones—, nunca creí que me desafiarías a una pelea en un río. Lo digo de verdad, eh. Lo máximo que pensé que haríamos en los próximos tres meses sería pelear y odiarnos, pero de verdad. Digo yo, de esas peleas en las que nos revoleamos floreros.

—¿Odiarnos por el resto de nuestras vidas? ¿Yo, revolear floreros? —dije, agachándome de vuelta. Apenas estuvo cerca, lo bombardeé. Durante un momento, él no supo hacer bien nada y tardó un poco más en devolverme el ataque. Cuando se dio cuenta de que iba a en serio, se olvidó que era una dama, como decía Klaus

Terminamos empapados de arriba abajo y no podíamos parar de reírnos. Lo miré, mientras caminábamos por el río para buscar zonas más profundas para recoger más agua con las manos. Por suerte, no había demasiada gente viéndonos, si no, le llegarían noticias a Klaus.

Cuando me patiné con el musgo de una piedra y Daniel me atajó, paramos un poco. Exhalé lentamente y me solté de su agarre. Chorreando, los dos evitamos mirarnos.

—Si alguien nos ve, ¿va a decir que estamos mal?

—La gente de campo es un poco reservada —contestó, sin moverse. Sus manos estaban en mi cintura y ahí fui consciente de que estando tan mojada la tela parecía desaparecer. Me entró un cosquilleo en el abdomen y miré hacia otro lado, pero sin alejarlo—. En Buenos Aires me parece que hay un poco más de liberalismo.

Se me atoró una risa. Estábamos en los cuarenta, ¿qué liberalismo podía haber?

—Bueno, vayamos pensando una excusa, eh. Porque lo mínimo que van a decir es que estábamos revolcándonos antes del casamiento —contesté, totalmente tentada.

Daniel, en cambio, puso cara de espanto. Seguí riéndome sola mientras intentaba mantenerme derecha con los pies en la arena del río.

—Che, eso no es gracioso —me dijo, pero cuando yo seguí riéndome, casi que vi que una sonrisa tiraba de sus labios.

—Y por eso te digo que hay que buscar una excusa lógica.

—¿Qué tal que se te cayó un arito? —preguntó, alejándose de mí por fin. Me soltó cuando notó que estaba segura y me pude relajar un poquito más. Sin embargo, el hormigueo que sentí en la panza tardó en desaparecer. Tenerlo cerca me estaba poniendo un poco en jaque, y sabía lo que él pensaba de mí ahora. A que Daria ya le caía bien.

—No me puse aros hoy —le dije, yendo hacia la orilla. Me senté en una piedra y empecé a escurrirme el vestido. Daniel me sonrió desde su lugar.

—Exactamente, ¿no es una idea buenísima?

Asentí, todavía pensando demasiado en él. O en nosotros. Y luego en el casamiento. ¿Tendríamos que actuar como esposos de verdad?

Sacudí la cabeza, tratando de apartar esa idea.

—Daniel —dije, cuando se acercó también—. ¿Tres meses no es poco tiempo para un casamiento? ¿No se organizan con mucho pero mucho más...?

—Sí.

—Ni siquiera tengo un vestido —insistí, como los otros días—. ¿No es mejor decirle a Klaus que lo postergue? No sé, seis meses como mínimo.

Me miró por un momento. Sopesó sus palabras por un buen rato, hasta que se paró delante de mí.

—No querés casarte y lo entiendo. Pero ya lo hicimos, ya pactamos todo. Tendríamos que haber hablado de esto antes.

—¿Hablar qué? —murmuré—. Klaus nunca me da espacio para decir algo. Y como vos me dijiste varias veces, en realidad no tenemos poder de decisión, ¿no?

—No, pero podríamos haber convencido a tu padre para estirarlo un poco más. O podríamos haber pedido una fecha más tarde en el registro, el salón y la iglesia con la excusa de que estaban ocupados. No sé, salvo que tu padre lo revisara no se habría enterado...

Arrugué la nariz y dejé caer los hombros.

—¿Por qué no se te ocurrió esto antes?

Él apretó los labios.

—No sé. Estaba muy nervioso ese día, si te digo la verdad —me confesó—. También es mi casamiento. Significa que voy a estar con vos toda mi vida. Me asusta un poco. ¿Y a vos? ¿No te da miedo todo esto?

Se sentó en una piedra cercana y continuó mirándome. Yo preferí bajar la cabeza.

—Me da miedo, sí. Al final, siento que apenas te conozco. Y creo que si recuperara la memoria también podría decir lo mismo. Porque no nos conocemos de mucho en realidad. No sé cómo va a ser nuestra vida y, aunque nos llevemos bien, es muy diferente a ser marido y mujer. Se supone que hay cosas que deberíamos hacer sí o sí.

—No estamos obligados a nada una vez casados —contestó él, sonriendo de pronto, como si eso lo pusiera feliz. Después de lo que yo había experimentado al sentir sus manos en mi cintura, como si fuese realmente una puritana virgen de los años cuarenta, casi que quise indignarme. Pensé algo como: «¿Este no quiere darme o qué?».

Sin embargo, después me di cuenta de que él me lo decía porque obvio yo le estaba indicando qué me asustaba de nuestro futuro. Tener relaciones con alguien que no amas, porque debes hacerlo, es muy fuerte.

Agarré una piedrita del lecho y jugué con ella por varios segundos.

—Si... si no tenemos hijos, ¿la gente va a hablar de eso? —pregunté, porque al fin y al cabo parecía que en esa época eso era lo único que importaba. Para todo, básicamente.

Daniel apretó los labios.

—La gente siempre habla.

—Perdón, es que... no me acuerdo de estas cosas básicas —respondí, lanzando la piedrita lejos—. Intento adaptarme lo mejor posible, no quiero hacer desastres. Si actúo mal, mi papá va a decir que estoy loca y no quiero que crean que soy una loca. No sé si me entendés. No acordarme de nada ya es jodido. Así que... Es un poco difícil para mí aceptar que una persona que no conozco me diga que tengo casarme con alguien porque sí, porque se le canta. Para mí, Klaus no es mi papá, no tiene poder de decisión sobre mi vida. Pero evidentemente lo es y evidentemente en este mundo se supone que le tengo que hacer caso. Porque soy mujer, en resumen —añadí, chistando—. Es un poco groso encontrarme en esta situación. También me cuesta creer que todo va a estar bien solo porque nos caemos bastante bien ahora. Como que caerse bien no alcanza para llevar un matrimonio.

Él suspiró cuando lo miré, esperando una respuesta.

—A veces me olvido que no te acordás nada... En cuanto a normas básicas para sobrevivir en la sociedad argentina, me refiero. Y es raro —me confesó—, porque la otra Daria no tiene nada que ver con vos. Eso debería mantenerme alerta todo el tiempo. Pero, en cambio, se me pasa volando el tiempo cada vez que empezás a proponer peleas en el río.

Empecé a reírme y agradecí que él fuera así. Era muy fácil expresarse y sentirse a gusto en su presencia. Me gustaba hablar con él incluso arriesgándome a quedar como una loca. Parecía que él siempre iba a mirarme de esa manera, a sonreír y a asentir con la cabeza.

Pero luego, después de que se me pasó la risa, me di cuenta de que él no me había dicho si me entendía o no. Simplemente había desviado el punto de la conversación.

—Entonces... ¿entendés lo que te digo? —insistí, agarrando otra piedra del río.

Daniel me miró de reojo y luego asintió con la cabeza. Me di cuenta de que había desviado la conversación a propósito.

—Podría decirte que sí. Pero no perdí la memoria como vos y... no soy mujer. Supongo que si me pasara igual y viniera mi papá y me dijera lo que tengo que hacer, tampoco querría hacerle caso. ¿Pero qué otra opción tenes?

Ladeé la cabeza.

—Como hombre, podés salir de tu casa, irte y hacer tu vida y sobrevivir. Como mujer, no sería tan fácil. Estar sola, sin la ayuda de nadie...

Él soltó algo parecido a un quejido.

—Con padres poderosos como los nuestros, huir de ellos sería imposible. ¿Crees que no lo pensé, cuando me dijeron que vos eras mi futura esposa y pensé que ibas a empujarme por uno de los precipicios apenas pudieras? —me dijo, ocultando una sonrisa.

Le sonreí también, a pesar de que no estaba segura de que hubiese entendido realmente mi punto. Comprendí que, si seguía insistiendo en mis desventajas como mujer ante él, podríamos entrar en un debate que podría arruinar la relación que intentábamos construir. Tenía que explicárselo de a poco.

—Mirá, si te hubiese querido matar, seguro estarías tirado a los pies del barranco ya una semana después de conocernos —solté, haciéndome la mala—. Y seguís vivo, así que no necesitas huir taaaan rápido.

Se rio de mí otra vez y me permití concentrarme en el tono de su voz. Hasta en eso se veía atractivo el hijo de su mami. Daria debía en serio estar muy estresada con el casamiento en sí como para ignorar que Daniel estaba más bueno que comer pollo con las manos.

—Quizás todavía tenga tiempo. Por ahí todo esto de la pérdida de memoria es una trampa, viste. Y capaz que después del casamiento me sacrificas para quedarte con todo, no sé.

Le pateé algo de agua en su dirección y él corrió las piernas, como si temiese mojarse, cuando ya estaba todo mojado.

—Ey, tampoco es que seas el tipo más rico de Argentina, discúlpame. Para esas cosas hay que apuntar más alto.

Le tiré la piedrita que tenía en la mano, pero apunté mucho más arriba de su cabeza, para enfatizar mi idea, a lo que él me respondió también pateándome agua, mucho más fuerte, que me mojó toda la cabeza.

Nos empezamos a reír tan fuerte que casi nos ahogamos y yo casi me caigo de la piedra cuando intenté contraatacar. Entonces, me pregunté qué sería de mí si no tuviera su compañía. Hasta ahora, en casi dos semanas, había llorado una sola vez y creía que, si no fuese por la distracción que Daniel me proporcionaba, habría creado mi propia versión del lago San Roque.

Me quedé callada de golpe y miré mis manos y el agua del Río Medio. Esa misma agua me había traído ahí. Y reírme un rato con Daniel no cambiaba que estaba atrapada en otro cuerpo en 1944.

—¿Te sentís bien? —me preguntó, notando mi cambio de actitud.

—A veces me siento un poco mal —confesé. No físicamente, pero él no lo sabía y no era en realidad una mentira.

—¿Hay siquiera algo que te acuerdes? ¿Lo más mínimo? —me dijo entonces, arrastrando los pies por la arena del río.

No podía decirle la verdad, por muy segura que yo estuviera de ella y por muy dulce que él fuera. Tenía que asegurar mi supervivencia como sea y no pensaba terminar en un manicomio.

—No me acuerdo de nada. A veces entiendo algunas cosas, como datos históricos, pero, por ejemplo, no tengo idea de la plata y cómo se usa —expliqué. No había tocado plata desde que era Daria. Mi única experiencia la tuve a través de él cuando pagó en el restaurante en Córdoba y pude ver que, aunque el dinero se llamaba peso, no tenía nada que ver con los pesos que yo conocía—. Menos mal que nadie me mandó a hacer las compras —bromeé, pero él se quedó callado—. No entiendo nada de la sociedad, si te soy sincera. Por eso me gusta pasar tiempo con vos —añadí, sonriendo—, me ayuda a relajarme. Me siento más tranquila por un rato.

Él se levantó. Me dio la mano y la tomé sin dudarlo. En el fondo, y ni tanto, quería tocarlo de vuelta. Me ayudó a ponerme de pie.

—Me alegra mucho. Sobre todo, porque me hace creer que esta Daria estaba escondida por ahí y no me da tanto miedo casarme con vos ahora. —Me dedicó una amplia sonrisa y sentí que tenía calor otra vez, a pesar de que estaba toda mojada. Mucho calor y de vuelta ese hormigueo.

—De igual modo —contesté, sin soltarle la mano hasta que no me quedó otra que disimular y alejarme. Vi que se mordía el labio inferior y ocultaba una risita al notar que no quería soltarlo. Eso lo hizo verse aún más lindo.

Caminamos de vuelta al pueblo, para que nadie dijera cosas peores de nosotros por estar apartados, y hablamos menos, un poco cohibidos después de lo último que pasó en el agua y las pocas ganas de soltarnos. Desesperada por terminar con eso, porque sentía un peso enorme sobre los hombros, me animé a preguntarle por lo del hombre que se había suicidado, aunque sabía que había sido una alucinación.

—¿Qué dice la policía de mí?

Quise parecer relajada y desentendida, pero me tropecé con una piedra y casi me voy al suelo de boca. Daniel me sostuvo a tiempo y aprovechó para enredar mi brazo en el suyo, por fin con una excusa para tocarnos. Caminar del brazo estaba bien para una pareja de prometidos.

—No dicen nada. Creen que es normal para haber casi muerto. ¿No te vio el médico todavía?

Negué, apartando los ojos de nuestros puntos en contacto. Al final, Klaus ni había llamado al doctor. Ni le interesaba y ni siquiera habíamos hablado al respecto. Daniel se dio cuenta de ello y me guio hacia otra calle, con un gesto contrariado.

—¿Y si vamos nosotros a verlo? Podrías preguntarle y él te sugeriría ir a un hospital, de ser necesario.

Tomé aire. Ver médicos me asustaba porque no tenía ninguna herida física real que pudiese justificar mi amnesia. Pero si me negaba, no sabía qué podía suceder. Quizás Daniel si pensaría que estaba fingiendo, al igual que mi padre.

Al fin de cuentas, una chica sin memoria y con alucinaciones podía poner loco a todo el pueblo. Lo mejor quizás era que creyeran que estaba en tratamiento y en recuperación. Al menos, si es que esto empeoraba o seguía viendo fantasmas sin darme cuenta tendría una excusa.

Acepté y nos encaminamos hasta allí. Al llegar a la casita, mucho más pequeña que la mía, me fijé en el jardín. Estaba un poco descuidado y supuse que el doctor vivía solo. Entonces, sentí como alguien tiraba de mi mano libre y una voz infantil suplicaba que fuésemos al río.

Me giré, pero no había nada allí, como era esperarse. Daniel se detuvo al ver mi reacción y con mucho miedo, fingí que no pasaba nada. Hice un gesto con esa misma mano como sacudiéndola, para disimular ante él, pero no supe si funcionó.

Insegura, me enfrenté al médico y me enfrenté también a los fantasmas. 

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