Capítulo 5: La cena de planificación
Capítulo 5: La cena de planificación
Al día siguiente no tuve tanta suerte y no pude hacer lo que quisiera ni relajarme un segundo. Klaus había regresado y tenía ganas de hablar de las ganancias del hotel. Tuve que desayunar con él y quedarme callada escuchando todo. Empezó a contarme de una familia que no conocía como si no le importara en absoluto el hecho de no tener memoria.
—Su hija es toda una señorita —dijo, en referencia a los desconocidos—. Te convendría tener su amistad una vez estés casada. Ya que no queres estar en el mismo salón que la señora Paine...
Traté de no hacer ningún gesto. De por sí, era un milagro que siguiera hablándome en castellano. No dije nada, porque suponía que era lo mejor y simplemente seguí comiendo, hasta que se limpió el bigote con una servilleta y me preguntó por el día anterior, sobre qué había hecho. Primero dije que nada, pero luego él solito sacó el tema de que había salido por mi cuenta. Bonnie le había contado.
—¿Te cruzaste con alguien? —Inquirió, con tono calmo y los ojos clavados en unos papeles de su trabajo. Algo me decía que esa expectación era una advertencia. Tenía que pensar bien qué iba a decir para no soltar lo equivocado, lo que podría enojarlo.
—Con mucha gente —intenté, tratando de parecer segura de mí misma.
—¿Hablaste con alguien?
Giré lentamente la cabeza hacia él. No levantó la mirada y rechiné los dientes mientras me preguntaba por qué de verdad no dejaba que Daria hablara con hombres. Eso era lo que él quería averiguar y, en resumen, yo también, así que decidí, a último segundo, que no sería cuidadosa.
—¿Hombre o mujer? —pregunté. Klaus arrugó la nariz y apenas si levantó sus ojos fríos y calculadores hacia mí.
—Alguien importante —dijo, como para disimular la situación. Pero él entendía totalmente a dónde iba yo.
—Vi a una mujer rubia con sombrilla —contesté, tocando con la punta de los dedos el plato a medio comer—. No me acuerdo de nadie, así que no sé ni quién era ella ni el resto de los que me crucé —seguí, para recordárselo, de atrevida.
El padre de Daria volvió a la carga un segundo después.
—¿Y hombres?
—Un señor me preguntó por vos, pero nada más. Después vino Daniel.
Se relajó visiblemente apenas dije que apareció Daniel, como si él pudiese controlarme o algo.
—¿Vendrá por vos hoy? Lo que pasó tuvo que haber sido fortuna del destino, ya hemos esperado demasiado tiempo para la boda.
Me enderecé en la silla al oírlo. La idea de este tipo aprovechándose de la dolencia de su hija para entregarla al mejor postor me parecía asquerosa. Y es que al final, seguramente, la familia de Daniel había sido la mejor postora.
—No quiero casarme todavía —repliqué, sin mirarlo.
El señor Klaus volvió a dirigirme una mirada poco paciente.
—Hace tres meses que conoces a Daniel. Si no acercaste a él hasta ahora es tu problema. Lo voy a invitar a cenar para que acordemos una fecha para la boda. Sus padres ya me dijeron que no tienen problema —terció, marcando más que nunca su acento alemán.
Cerré la boca porque me imaginé que no era mejor decir nada. Lo más que podría lograr sería hacerlo enojar y ganarme un boleto a mi cuarto, encerrada hasta el casamiento. Al hombre le gustó que me quedara callada y así lo hice, hasta que se bebió lo que quedaba de su café y se predispuso a levantarse.
—Arréglate bien.
Debía ser costumbre que las damas se arreglaran para recibir a sus prometidos, pero si él esperaba que me pusiera moñitos y ricitos y que me la pasara haciéndole caritas lindas a Daniel... iba a decepcionarse.
Sin embargo, como no lo vi el resto del día, terminé esperando la noche con ansiedad. Allí no había mucho que hacer. Ni la radio se oía bien y era un desastre bordando. Bonnie trató de indicarme cosas básicas, diciendo que el año pasado había bordado una sábana entera.
Fruncí el ceño. Claro, debía ser fácil si lo hacías desde nenita. Pero nunca había tocado ni una aguja. Tuve que excusarme con un dolor de cabeza. Y de verdad, de verdad, no me quedó otra que elegir vestidos y preguntarme qué tono de rojo era el más lindo.
Tuve que llamar a Bonnie, entonces, y ella me indicó cuál era el más elegante para una cena con mi prometido, especialmente una cena tan importante y decisiva como esa. Antes de irse, me recordó los ruleros y me dirigió una sonrisa encantadora. Ella estaba igual de feliz que Klaus por el inminente casamiento. Yo solo sabía que Daniel podía gustarme y agradarme, pero no lo suficiente como para hacerlo mi esposo.
Los ruleros no eran algo sencillo de usar. No pude ponérmelos bien y cuando llegó la noche, no tenía ni por casualidad el aspecto que habría tenido al usar una rizadora eléctrica. Me vestí, me maquillé y traté de disimular el peinado. Solo un mechón izquierdo había quedado un poco curvo, así que traté de resaltarlo y echarme el resto atrás.
Bajé cuando se hicieron las ocho. No tenía idea de qué hora sería la cena, por lo que preferí no irritar a mi padre y me senté junto a él en la sala.
—Esta vez no te hiciste desear —murmuró, ojeando un diario del día anterior.
—¿Me hago desear siempre? —pregunté, tratando de mostrarme tranquila.
Klaus levantó los ojos de las páginas para mirarme con impaciencia.
—Voy a volver a llamar al doctor, no podes seguir con esa amnesia.
Arqueé las cejas, sin poder controlarme.
—Hoy a la mañana dijiste que era obra del destino.
—Daria —me gruñó, por mi tono insolente.
—Solo te recuerdo lo que vos mismo dijiste.
—No me faltes el respeto, Daria —continuó, bajando el diario de golpe—. Por supuesto que me parece una maravilla que estés mansa, pero temo que me hagas pasar vergüenza con esa falta de memoria tuya —despotricó.
Fruncí el ceño y me lo quedé mirando con disgusto. No sabía ni qué contestarle a semejante planteo, porque se superaba cada vez más y más con eso de considerar a su hija un objeto.
Klaus me sostuvo la mirada por unos segundos más y luego soltó algo parecido a un bufido.
—Sí, esa cara se parece más a la de mi hija —espetó, logrando que arrugara aún más la frente, porque esta vez lo había dicho con algo que sonaba más al orgullo.
Pero no, yo tenía que estar loca.
—No es mi culpa casi morir ahogada. Es un milagro que esté viva. Hay muchas cosas que me sorprenden al no acordarme nada, pero lo que más me sorprende es que lo único que te preocupe es que puedas manipularme —contesté, con claras intensiones de provocarlo. Bueno, sí, el tipo me daba miedo, pero también me sacaba de mis casillas—. ¿Tan difícil soy de controlar?
Él se giró lentamente hacia mí.
—¿Te sorprende, hija mía? Significa que no te di el escarmiento necesario cuando eras chica. Creo que todavía lo necesitas. Porque esa boca no se va a coser sola, ni siquiera en estas circunstancias, veo —Apreté los labios, mientras él sonreía y aumentaba el cinismo en su voz. Se inclinó ligeramente hacia mí y arrugó el diario con las manos, haciendo un rollo. Sentí que me golpearía con eso. Quizás había golpeado a Daria con eso en su infancia—. Ojo con cómo te comportas con Daniel, Daria. Porque te vas a casar con él lo quieras o no. Sin memoria o no. Ya hablamos de esto miles de veces y no me importa si no te lo recuerdas. Ahora, hace un esfuerzo por recordar las normas básicas en la mesa.
Me crucé de brazos y me mordí la lengua, porque no quería salir herida. No podía dudar que Klaus era un tipo más que duro, sino hasta violento, y evidentemente ahí había encontrado mi límite de contestación. Por ahora.
Pasamos un momento en silencio mientras él estiraba el diario y fingía leerlo. Yo me quedé mirando el suelo, hasta que levantó el tono de voz.
—¿No recordaste nada? ¿Ni un poco?
Lo miré de reojo, con disgusto.
—Ni un poco.
—¿Y qué eran esas cosas que decís que te sorprendían?
—Además de lo que ya dije... —susurré; lo vi apretar el papel con los puños otra vez—. Me sorprende que Daniel me cayera tan mal. También me sorprende las cosas que dicen de mí, como que soy caprichosa, irritante y desagradable, pero es evidente que es mi única forma de sobrevivir.
El hombre agitó el bigote y empezó a ignorarme después de que dije lo último. Recorrí la estancia con la mirada, porque no tenía otra cosa que hacer y de pronto caí en la idea de que las fotos que había eran todas de Klaus y Daria, en varias etapas de sus vidas, pero no había visto ninguna que pudiese ser de su madre.
—¿Cómo era mi madre?
Él, que había vuelto a mirar el diario, lo bajó con molestia.
—¿Y por qué preguntas eso ahora?
Me encogí de hombros, resuelta, como si su tono irritado no me hubiese asustado ni un poco.
—Porque no hay fotos de ella acá. M preguntó como sería, si me parecería a ella. Ni siquiera sé cómo se llama.
—Murió hace mucho tiempo —masculló, agitando el diario, estirándolo una vez más—. Es mejor no recordar personas que no volverán.
Durante un momento, me pareció encontrar algo de humanidad en su voz. El diario le tapó la cara y no pude ver su expresión. Me quedé callada, pensando en cómo esas masculinidades duras, frías, abusivas e incapaces de pedir perdón eran la cuota diaria en muchísimos hogares del mundo.
Me pregunté también si él amaría a su hija y a su esposa y esa era la única forma que sabía expresar su amor. Pero luego me dije que nadie podía amar de esa manera. Obligar a tu hija a casarse, sabiendo que la haces infeliz... ¿Cómo podía ser eso amor?
Mi abuela, que aún vivía en el 2017 y que para ese año ella debía tener unos 14 años, me había dicho que su tío era así con sus hijos, producto de una educación militar. Que solo de viejito empezó a ablandarse, como si estuviese cansado de mantener esa fachada de patriarca por tanto tiempo. Por suerte, mi bisabuela no tuvo esa conducta con ella y sus hermanos, y mi bisabuelo había sido un dulce.
Quizás Klaus se ablandara con el tiempo. Quizás fuese el mismo sorete el resto de su vida. Pero estaba segura de que, si yo fuese Daria, no se lo perdonaría nunca.
Apoyé la nuca en el sillón y de pronto fue consciente del tiempo, de todo lo que era loco y extraño. Mi abuela era apenas una niña. En ese momento, yo era mayor que ella. Pasarían más de veinte años antes de que mis padres nacieran.
Yo no pertenecía ahí.
Entonces, Klaus interrumpió mis pensamientos sobre mi familia y sustentó más la idea que tenía de que la pobre Daria era un bien de cambio.
—Por favor, no hagas comentarios ridículos como estos mientras cenamos con tu prometido. Planificaremos la boda sin retrasos ni interrupciones, Daria. ¿Comprendés? Así que mantené la boca cerrada.
Y no, el tipo era un desconocido. Se refería a mis comentarios sobre la madre de Daria y parecía que quería evitar los sentimentalismos. Sin embargo, o me agarré de otro punto de su frase.
—¿Es decir que no puedo opinar sobre mi propio casamiento?
Volvió a bajar el diario. Ese diario ya iba a salir volando de tanto que lo agitó durante la tarde.
—Si vas a crear atrasos y excusas...
—¿Excusas? —lo interrumpí. Y creí que me iba a cortar la mano que inconscientemente estiré hacia él por la mirada que me dirigió. Me la llevé de nuevo a mi regazo, sana—. Quería decir si no puedo hablar en la cena. Hablar con Daniel, hablar sobre el lugar del casamiento. Como vos dijiste, es mi casamiento. Si no puedo evitar casarme, al menos debería tener el único derecho de decir qué quiero usar, dónde, cuándo y cómo. —Y me quedé callada por un segundo, porque no entendía más de casamientos que eso, muy básico lo mío—. Ya que el novio no está en discusión.
Pareció quedarse conforme con eso, para mi sorpresa, y por lo menos no me sentí tan florero, lo cual hacia más patética mi situación. Acababa de luchar y ganar solo por poder decidir qué mierda me iba a poner en mi casamiento arreglado. Hermoso.
Volvió a prestarle atención a las páginas del diario hasta que Daniel golpeó la puerta de la casa y tuvo que levantarse para recibirlo. También me levanté y esperé a una distancia prudente, ya que no tenía idea de qué era lo correcto. Estaba segura, a pesar de todo, que Klaus no esperaba que fuese corriendo y abrazara a Daniel o lo besara en la mejilla. No iba a hacerlo, tampoco.
Me quedé junto a los sillones hasta que Daniel pasó, me saludó tomándome la mano y me dedicó algo parecido a una sonrisa. Podía ser que Klaus no lo hubiera notado, pero yo lo vi bastante nervioso.
Me preguntó por mi golpe en la cabeza, más por compromiso que otra cosa, y después de ahí pasamos al comedor.
—Daria se esmeró en su aspecto hoy —dijo el hombre, mientras yo me moría de vergüenza por ese comentario. Me había esmerado, sí, en parecer una chica de ese año, pero no había logrado ser una elegante belleza, como había dicho Bonnie que siempre me veía.
Caminé con ellos, con la cabeza baja, hasta la mesa. No quería saber qué iba a decir Daniel al respecto.
—Sí, se ve muy bonita hoy —comentó Daniel, sonriéndome un poco más, sorprendiéndome y asustándome un poco. Klaus pareció satisfecho, en cambio.
Nos sentamos y él empezó a hablar sobre lo amable que había sido al aceptar la invitación y que yo estaba dispuesta a aceptar cualquier fecha que decidamos. Que incluso estaba emocionada por el vestido.
Retuve los impulsos de poner los ojos en blanco hasta que mi padre se volteó para llamar a Bonnie; allí, dejé mi cuerpo reaccionar y finalmente lo hice. Daniel me miró, divertido, hasta que prestó atención nuevamente a su futuro suegro.
Bonnie trajo la cena, algo que yo no sabía que era y que tenía un aspecto raro, y empezamos a comer con conversación casual de por medio. Klaus le preguntó a Daniel por los negocios de su padre y por los proyectos que él estaba manejando en su empresa. Traté de no mostrarme sorprendida por el trabajo que Daniel hacia a distancia para su papá y fingí que lo que me metía a la boca estaba buenísimo.
Finalmente, cuando llegamos al postre, algo con crema y que disfruté solo porque era dulce, salió el tema del casamiento.
—Ustedes dos ya llevan bastante tiempo comprometidos y hablé con tu padre al respecto.
—Lo sé —dijo Daniel, sin mirarme.
—Creo que en tres meses podríamos tener el casamiento listo, organizarlo bien con ese tiempo.
Según lo poco que sabía sobre casamientos, todos eran planificados con mucho más tiempo. Lo obvio era lo urgente que mi papá querido quería echarme de allí. O ganarse el dinero de Daniel.
—¿En tres meses podrían tener listo un vestido? —pregunté, tratando de que solo se notara mi ansiedad por la ropa y no se notara como un comentario que quisiera "atrasar" todo.
Mi padre apenas me miró.
—Te dije que estaba emocionada, Daniel.
Daniel me espió a través de las pestañas, mientras juntaba las manos y apoyaba los codos en la mesa, pero le volvió a contestar a Klaus y no a mí. Yo no formaba parte de esa conversación y me recliné en mi silla, inhalando profundamente para retener la molestia que sentía.
—Mi madre conoce buenas modistas, se podría arreglar.
—Claro que sí —dijo Klaus—. Elizabeth tiene un gusto impecable. Por eso la elegí como suegra para mi hija. Una buena familia la tuya, Daniel. De sociedad, con educación, contactos...
«Y plata», pensé, porque Klaus no era del tipo que solo entregaba paquetes de Daria por caridad o buena imagen.
—Le agradezco... —empezó a decir Daniel, inclinando la cabeza, bien lame botas como el día en que lo conocí, pero el hombre lo interrumpió.
—Tendrás el vestido que quieras, Daria. No te preocupes.
Asentí con la cabeza, fingiendo otra vez que estaba aliviada. En realidad, estaba sorprendida de que ahora me dirigiera la palabra, así que aproveché para meter un bocado, por tonto que fuera.
—Uf, menos mal, si mi vestido resulta ser más feo que el de la rubia constipada esa iba a llorar el resto de mi vida —dije, con tono irónico, pero el único que se dio cuenta fue Daniel, que me arqueó una ceja cuando Klaus se giró a verme.
—¿Te refieres a la señora Paine?
—Debe ser ella —dijo Daniel.
—¿Te acordás cómo era el vestido? —Klaus contuvo el aire
Negué.
—¿Fui a su casamiento? —dije, incrédula.
—Por supuesto que fuiste. Somos la familia más acaudalada de este pueblucho y una de las más importantes de la provincia, Daria. Los Paine deben estar agradecidos de que fuéramos a su fiesta.
Alcé las cejas y miré fijamente la mesa antes de responder lo primero que me había preguntado.
—No, no me acuerdo ni de su vestido ni de ella ni de la fiestucha —repliqué—. Pero me imagino que por su actitud ella debe querer demostrar que es mejor que yo y obviamente no se lo voy a dejar pasar. Mi vestido tiene que ser mejor que el de esa constipada.
Cerré la boca de pronto al darme cuenta de que la estaba insultando y que quizás estaba haciendo quedar mal a Klaus delante de Daniel. Sin embargo, él me miró impávido, como si no tuviera interés en saber lo que pensaba de esa mujer mientras no lo dijera delante de ella.
—Somos muchísimo más ricos —zanjó.
Si, ya me había dado cuenta de que era un poco rica.
Después de eso, no me quedó mucho que opinar al respecto. Debatieron sobre el salón y solo hablé cuando Daniel me preguntó si quería ir a ver el lugar con él en las próximas semanas. Si no me gustaba, podíamos elegir otro.
—¿En dónde va a ser? —inquirí.
—En Córdoba —me dijo—. Podemos programar una visita. Quizás el lunes. Mis padres van a pasar más tiempo en Buenos Aires por asuntos de la empresa y después de la próxima semana voy a tener que centrarme en algunas cosas que quedaron pendientes de Córdoba Capital.
—Y después a seguir ocupándote del campo, ¿no? —dijo Klaus.
—Sí —respondió él.
Antes de que la conversación se fuera por las ramas, acepté. Eso me parecía una excursión divertida más que la programación de mi casamiento. Definitivamente todavía creía que no estaría allí para el momento. Pensaba que quizás podía encontrar una solución antes.
—Decidido, entonces. Vayan a ver el salón, resérvenlo y pasen a sacar fecha al registro civil. Diaria tiene el domicilio en Córdoba, así que no debería haber problema —sentenció Klaus.
—Si no, haré el cambio de domicilio —añadió Daniel.
Como yo no sabía si las cosas funcionaban igual, ahí sí que no dije más nada. Después del postre pasamos al salón y Klaus permitió que Daniel se sentara a mi lado.
Nos sirvieron café, mientras ignoraba si eso era costumbre alemana o lo hacía solo por mi prometido, que parecía más argentino que nosotros, que aceptó la taza sin problemas. Por demás, me aburrí como un hongo. Empezaron a hablar de negocios, de los campos y ni me di cuenta de que mi padre intentaba evaluar la capacidad de Daniel sobre la dirección de los campos hasta que el muchacho hizo referencia a una táctica que había aprendido de su abuelo.
—Sí, conocí a tu abuelo. Era muy diestro en cuestiones de negocios agrícolas.
Con eso, pareció satisfecho y no pasó mucho tiempo más hasta que fuera la hora de despedirse.
—Vendré mañana a hablar con Daria para arreglar las cosas del lunes —dijo Daniel—, si cuento con su permiso.
—Claro que sí. Quizás mañana también deberían salir a caminar. Daria está dispuesta a conocerte más.
Era encantador que hablara por mí, pero me di cuenta, como siempre, que decir algo o replicar no daría buenos resultados. Cuando él se fue, mi padre empezó a hablar solo de lo bien que había salido todo y me despedí para irme a la cama, sin ánimos de discutirle más.
Una vez allí, me saqué la ropa y me arrojé a la cama, rehusando ponerme el camisón por el calor. Empezaba a preguntarme si realmente lograría volver a casa antes de ponerme a planear la boda de otra persona como si fuese la mía. Después, volví a pensar en si Daniel moriría antes... o después.
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