Capítulo 3: La mejor opción
Capítulo 3: La mejor opción
Me escabullí de la casa en cuanto bajé hasta el primer rellano de las escaleras y escuché que el señor Klaus no estaba: Había salido y no regresaría por la tarde. Bonnie se lo contaba a un hombrecito en la puerta principal de la casa. El hombre se marchó, ella también, al interior de la cocina, y conté hasta treinta antes de bajar los escalones que me quedaban y salir por la puerta.
Había elegido los zapatos más bajos y me resultó mucho más fácil que el día anterior atravesar el jardín y las escaleritas de roca y losa hasta la calle. Pensaba buscar a Daniel en la casa donde había visto su fantasma.
De allí, me moví camino arriba, clavando los talones en las piedras y en la tierra, hasta la escalera tallada la misma roca por la que Hani se había escapado en el futuro. Miré hacia arriba y noté que no había árboles ni ramas estorbando el acceso, así que puse un pie, decididamente, en el primer escalón.
—¿Qué está haciendo, Daria? —me sorprendió su voz. Daniel no estaba arriba, como había intuido, sino que estaba mucho más allá en el camino. Tenía unas bolsas de tela tejida en las manos.
—¡Hooola! —lo saludé, quizás con demasiado entusiasmo. Por suerte, me acordé a tiempo que no debería saber que había una casa ahí arriba—. Te estaba buscando.
Daniel arqueó una ceja y caminó hasta mí.
—¿Para qué? —preguntó, desconfiado—. Debería estar en cama.
—Quería preguntarte algo —le dije, sonriendo lo más linda que podía. Esperaba no asustarlo.
—¿Cómo sabe que vivo ahí? —dijo él, en cambio, dejando las bolsas en las escaleras por un segundo.
—Le pregunté a Bonnie.
Dudaba que él fuera alguna vez a corroborar la historia.
—Ajá —contestó, esquivándome—. ¿Qué iba a preguntar?
Me giré para seguirlo y empecé a subir las escaleras detrás de él.
—Te quería preguntar si podías ayudarme.
Se detuvo de un golpe y casi me como una de las bolsas de tela. Daniel se dio la vuelta, con una expresión muy rara en la cara.
—¿Ayuda? ¿Usted todavía me está gastando una broma, no?
Levanté la mirada.
—No, lo digo en serio.
—¿Qué quiere, Daria?
—Quería preguntarte un par de cositas. No me acuerdo de nada de verdad —insistí—. No tengo ni idea de cómo se hacen las cosas en... en sociedad... O en la sociedad que pueda a haber en este pedazo de tierra en construcción —comenté—. Por eso se me ocurrió que vos podrías ayudarme. Y como dice mi papá, con eso de que ahora estoy mansa como un perrito y no tengo ganas de enojarme con vos, que pudiéramos ser amigos. Ya sabes, como teóricamente vamos a casarnos, pensé que sería buena idea que nos lleváramos mejor. Para que el matrimonio no sea un desastre, ¿no?
Su cara fue épica. Traté de descifrarla de miles de maneras antes de que él levantara una mano, cansado y con pocas ganas de seguir escuchando mi discurso.
—Mire, me pasé mucho tiempo tratando de ser bueno y amable y de hacer lo que se supone que debería hacer para el matrimonio no sea un desastre —contestó—. Yo no decidí este matrimonio tampoco y se lo dije muchas veces. No puedo decir que no, igual que usted. Y, sin embargo, se la pasa tratándome mal. No tengo ganas de fingir que ahora somos los mejores amigos.
Volvió a subir por la escalera, como si hubiese terminado el asunto. Tomé aire y lo seguí.
—Ya sé. Sé que parece que te trato mal.
Se rio.
—¿Parece?
—Estoy siendo sincera —dije, siguiéndolo al jardín que daba a la parte trasera de su casa, teniendo en cuenta que la última vez que había estado ahí lo había visto muerto. ¡Y él había parecido muy animado! Me pregunté si su fantasma me habría reconocido, si habría pensado que yo era Daria o solo una chica que se le parecía bastante—. No me acuerdo por qué no nos llevamos bien o nos caemos tan mal, pero obviamente no soy tan tonta como para odiarte porque sí ahora.
—No es que no nos llevamos bien, usted no se lleva bien conmigo —replicó, mientras llegábamos arriba. La casa estaba impecable, nueva.
—Está bien, ya entiendo —dije, correteando detrás de él por el caminito que llevaba a las escalinatas—. A lo que voy es a que no te odio ahora.
Me miró; por lo menos ya no parecía tan enojado.
—¿En serio? Estoy salvado.
—Hablo en serio, Daniel —continué, llegando a las escaleritas—. Y lo digo porque me pareció buena idea empezar otra vez. No sé por qué te trataba mal, ¿sí? Llegué a pensar que quizás es porque eras un tremendo boludo, pero no puedo confirmarlo. Nadie va a decírmelo, ¿sabes?
Se detuvo antes de abrir la puerta de la casa, empujándola solo con la mano.
—¿Y entonces, si soy un posible boludo, para qué me viene a buscar?
Me llevé las manos a la cadera.
—Porque sos la única persona que conozco que capaz que me banca un poco más. Digo, es obvio que a mi papá no le importo, Bonnie no debe tener idea de nadie y al médico no puedo pedirle que me diga quién soy o qué hago o qué debería hacer. Y, además, vos me salvaste la vida y cuando lo hiciste me trataste bien a pesar de que yo sí te traté mal otras veces.
—¿Qué pensaba que iba a hacer? ¿Dejar que se ahogara y después aplaudir y decir "Excelente, me libré de casarme con esta insoportable"? —terció, casi poniendo los ojos en blanco. Algo que contrastaba mucho con todo su lenguaje formal.
Esta vez, la que arqueó las cejas fui yo.
—Ya me quedó re claro. Y de verdad te agradezco lo que hiciste. Por eso me gustaría empezar de nuevo. ¿No te parece mejor?
—Hasta que recupere la memoria —dijo, sosteniendo la puerta.
—¿Y qué? ¿Hay algo malo que tenga que recordar? —tanteé, por las dudas, aunque sabía que si así era, no me lo diría. Sin embargo, alguna reacción de su parte podría obtener como pista.
—No lo digo por eso —contestó, sin inmutarse, moviéndose e invitándome a entrar con el gesto. Me apresuré a pasar, era la oportunidad justa—. Lo digo porque su padre tiene razón, está mansita como un gatito, perrito, lo que sea. Cuando recupere la memoria, va a volver a actuar como realmente es.
Me quedé parada en el recibidor. Había una alfombra mullida y muy bonita bajo mis zapatos y me apresuré a sacarlos de ahí, por miedo a arruinarla. Además de él, parecía que no había nadie ahí.
—¿Y cómo soy, eh? —pregunté, recorriendo la estancia con la mirada—. ¿Vivís solo?
—No, mis padres están en Buenos Aires. Lamentablemente, el ama de llaves está lesionada y su marido salió a buscar unas diligencias a Alta Gracia.
—Ay, pobre, ¿qué le pasó?
—Se cayó y se rompió una pierna. Por eso fui a buscar yo los quesos que le encargó a la señora García —comentó, levantando las bolsas.
—Qué rico —contesté, avanzando detrás de él por el saloncito—. Los quesos de acá son muy buenos.
No me contestó y marchó a la cocina. de llaves se estaba arrastrando con silla y todo por el lugar, tratando de hacerse cargo de cosas que no debería.
—Marta —murmuró Daniel. La mujer lo miró con pena, deteniéndose de golpe al verse descubierta—. Le dije que no hiciera nada.
—¿Pero qué va a comer, si no?
—Yo me encargo —aseguró Daniel, pero la mujer arrugó la frente.
—Usted no puede cocinar ni un churrasquito —se quejó la señora, sin ánimos de ofenderlo. Me empecé a reír y la mujer se fijó esta vez realmente en mí—. ¿Señorita Daria?
—Hola, ¿qué tal? —saludé, tragándome la risa. Daniel me miró con poco humor—. ¿Y si yo la ayudo?
—¿Usted? —dijo la señora, incrédula, casi como había acusado a Daniel de no saber cocinar. Tal vez pensaba que Daria tampoco sabía, o quizás pensaba que Daria nunca se metería en una cocina.
—Sí, ¿por qué no? A ver si Daniel ve que de verdad quiero ser su amiga —dije, codeándolo, para su sorpresa—. ¿Qué es lo que quiere cocinar?
La señora Marta siguió mirándome como tonta, como si no lo pudiera creer.
—¿Va a cocinar? ¿De verdad? —dijo, cuando me vio buscando un delantal. En esas épocas seguro que todos usaban delantal, o eso suponía
—Obvio —respondí, encontrando uno y buscando la heladera. No la veía por ningún lado. Si iba a cocinar, por lo menos necesitaba alguna materia prima con la que trabajar. No era ninguna experta, pero sabía que con quesos de cabra no era suficiente para preparar un plato—. ¿Y la heladera?
—Adelante suyo —señaló Daniel, que se había apoyado en la mesa de la cocina y estaba expectante, al igual que la señora Marta, que tenía los ojos como plato, como en los dibujitos animados.
Miré el mueble que me señalaba con la cabeza y pensé que me jodía. Era una especie de cómoda de roble lustrado y labrado y ni por casualidad parecía una heladera, pero sí que lo era. Abrí la puerta tratando de retener la sorpresa, pero no pude. Por dentro era muchísimo más pequeña de lo que imaginaba y parecía de juguete. Un tenue frío se escapaba de su interior.
—Qué loco, es súper cutie —comenté, sin pensar, concentrada en lo tierna que me parecía. Sin embargo, me di cuenta enseguida de que había supermetido la pata. Seguro nadie hablaba así en 1944.
No me di la vuelta para ver qué pensaban de mí. Ya me había mandado la cagada, así que empecé a hurgar entre los víveres como si no hubiese dicho nada. Había un poco de carne cortada, leche, huevos, unos tomates... Decidí que seguir fingiendo era mi mejor opción y revolví de más lo que estaba adentro. Primero, lo hice pensando en dónde estaba el motor que la mantenía fría. Después, me quedé pensando qué podía cocinar.
—Bueno, basta —dijo Daniel, apareciendo detrás de mí cuando alcancé unos huevos y me dispuse a romperlos en un bol. Me sacó las cosas de las manos y me corrió suavemente hacia atrás—. Si su papá se entera de que se puso a cocinar en mi casa... me va a matar.
Lo miré y traté de recuperar las cosas.
—¿Por qué? ¿No se supone que tendría que saber cómo cocinar y limpiar y atender a mi "marido"? ¿No hacen eso las mujeres en estos tiempos?
Daniel hizo una mueca.
—Una mujer, sí. Una como usted, no. Usted tiene cocineras, amas de llaves, gente que la atiende; nunca va a necesitar cocinar.
—Igual, hay que saber hacer las cosas. Vos también deberías aprender —le dije—. Si yo no estuviera acá ahora, con la señora Marta sin poder cocinar, ¿qué harías?
—Comer queso —contestó él con simpleza, mirándome impávido.
Puse los ojos en blanco y agité una mano en el aire.
—Bueno, la próxima, entonces te enseño algo. Al menos un churrasquito, como te dice Marta.
No me fijé qué cara ponía porque prefería no enfrentarme a sus dudas. No recogí nada más y me quedé quieta y sin hacer nada. Se me ocurrió que, al fin y al cabo, Daniel podía ir a almorzar a mi casa, pero eso significaba que la pobre mujer se quedaría sola.
Ambos continuaron mirándome, hasta que Marta se inclinó hacia mí, incapaz de contenerse.
—¿Entonces es verdad que se golpeó la cabeza?
Daniel hizo una mueca.
—Martita, no es buen tema —le dijo, pero tardé en darme cuenta de que en realidad Marta había preguntado algo que no debía decirle a una persona de la posición de Daria.
—Un poquito —contesté. Mierda, debían pensar que me había dado tan duro...—. Pero sabía cocinar antes, ¿eh?
Él negó con la cabeza, como resignado. Me tomó del brazo y empezó a sacarme de la cocina. Saludé a Marta con la mano antes de volver al salón y esperar que me dijera algo más. Cuando me soltó, con su suavidad de siempre, volví a insistir.
—¿Hice mal, no? No debería cocinar.
—Es una señorita de clase alta —respondió Daniel, pasándose una mano por el pelo perfectamente peinado, bien frustrado por mi actitud. Claro que él también era un joven de buena y rica familia seguro—. Su padre es dueño de uno de los grandes campos de los alrededores y es exportador de productos agrícolas. También es dueño de un hotel importantísimo en Carlos Paz. No debería ni pensar en cocinar.
Le di una palmadita en el brazo, calmándolo. Pensé que podría hacerlo entrar en un colapso. Pero al tocarlo lo único que hice fue alterarlo más.
Daniel dio un respingo y se alejó de mi contacto, al menos dos pasos.
—De eso es de lo que hablaba. ¿Ves? ¿Me contas más? —pedí, moviéndome hacia los silloncitos que estaban más allá, tratando de darle su espacio. Podía apuntar que tocarlo tan directamente no era buena idea—. ¿Cuándo nací? ¿Y mi mamá?
Daniel me siguió, pero no se sentó conmigo.
—Supongo que nació hace veinte años —contestó él—. Nunca pudimos hablar demasiado sobre nuestras cosas. Tenemos la misma edad, pero no sé en qué fecha nació usted. Su mamá murió hace años. No la conocí. No hace mucho que vivo acá. —Deambuló por el cuarto, pasando los dedos por las encimeras y por la chimenea—. Puedo decirle más de mí de lo que sé de usted.
Evalué sus movimientos. Parecía evitar concentrarse en mí y continuó con esa caminata hasta que volví a hablar.
—Entonces, ¿hace cuánto que nos conocemos? ¿Nos comprometimos en ese momento o después?
Finalmente, se sentó en uno de los sillones frente a mí.
—Mis padres compraron un terreno, construyeron una casa, adquirieron otro campo cerca de aquí, más bien cerca de Los Reartes y se mudaron temporalmente. Van y vienen por la cantidad de negocios que tiene mi papá. Mi mamá hace muchas visitas a posibles clientes también. Viví en Buenos Aires hasta hace unos meses. Me pidieron que viniera y cuando llegué me encontré con que tenía una prometida que era bastante irritable. La conozco desde entonces y no nos acercamos mucho. Tampoco sé qué le gusta hacer y qué no.
Nos quedamos en silencio. Casi que me sentí apenada por él, porque le creía que él no tenía realmente intensiones de forzar a Daria a nada. Los dos eran víctimas de las circunstancias, solo que había elegido formas diferentes de lucharla. Daniel se resignó, Daria enseñó los dientes.
Creí entonces que Daniel me daba un poco más de pena porque ella se desquitaba con él cuando ni siquiera tenía la culpa. Sin embargo, eso implicaba que me costaría más ganarme su confianza. Y con eso y todo, él seguía siendo mi mejor opción para avanzar en esa época.
—Y... ¿Me porto como una señorita de alta sociedad siempre? —tantee, para terminar con el silencio entre ambos. Él se había quedado mirándose las manos y por suerte, no se mostró nada molesto conmigo por seguir de preguntona.
—Siempre, sin falta —contestó, levantando la cabeza y sonriéndome otra vez de esa manera amable y buena.
Traté de ignorar que cuando él bajaba la guardia y se comportaba bueno, era increíblemente lindo. Pero también había sido muy lindo conmigo cuando era un fantasma y esa situación había sido bastante creepy. Me aferré a ella para concentrarme y no divagar.
—¡Qué problema! —murmuré, apretando los labios—. Porque no tengo idea de cómo se hace. Ya sé qué cocinar no. ¿Qué más podés decirme para no quedar como una loca?
Ladeó la cabeza en mi dirección. Hubo un cambio en su tono de voz más que evidente, además de tutearme de la nada.
—De verdad que a veces pienso que estás fingiendo. ¿El motivo? No lo sé. —Abrí la boca para contradecirlo, pero él solo levantó las manos en el aire—. Entonces, después, veo tu expresión, tus ojos, y me doy cuenta de que realmente no estás mintiendo. De verdad no te acordás de nada.
—Pensé que lo había dejado claro. —Me puse de pie, levemente ofuscada porque mi mejor opción no me estaba ayudando para nada. Entendía su posición, pero no tenía ganas de que todo el tiempo estuvieran dudando de mí. Daria y yo no nos parecíamos en nada y ni siquiera mis intenciones de buscar un aliado servían—. Ya me voy a casa. Se supone que tengo que estar confinada; por suerte, el papá de Daria no va a estar por ahí mirándome enojado por haber casi muerto. O no haber muerto, qué sé yo.
Le hice un gesto con la mano y salí de la casa. Llegué al jardín y al caminito para escuchar cómo me perseguía.
—Eh, espera —me pidió. No me detuve y resolví que lo mejor sí era volver. Los zapatos ya me estaban cansando y tampoco estaba bueno abusar del pobre chico. Si de pronto quería ser su mejor amiga, iba a volverse loco—. Quiero decir... No lo decía para molestarla —dijo, agarrándome de la muñeca con suavidad. Me soltó apenas me detuve y dio un paso hacia atrás, un poco mortificado. A él le encantaba ser un muchacho todo lindo y buenito y yo me ablandé en un segundo—. ¿Por qué habla así de usted misma?
—¿Así cómo?
Daniel apretó los labios.
—En tercera persona. Da un poco de miedo.
Ni me había dado cuenta de eso. Hice como si no fuese la gran cosa y me encogí de hombros. Daniel me prestó mucha atención, esperando mi respuesta.
—Bueno, es que como no me acuerdo de nada y pasa que soy bastante diferente de cómo todos saben que es Daria, a veces la siento como si fuese otra persona. Como si yo no fuese ella. —A medida que hablaba, su cara se iba poniendo más pálida—. Para, no te pongas así —le advertí, alzando las manos como si parara el tránsito—. Sé que soy ella, ¿sí? Me refiero a que no me acuerdo cómo yo era antes y por eso se me escapa ese uso de la palabra. No pienses que estoy loca. Es que estoy un poco confundida todavía.
—Eso se nota —musitó, todavía pálido. Lo estaba aterrando en serio.
—De verdad, Daniel. No termino de entender por qué te odio; me pareces un chico bastante copado. Me imagino unas cuántas posibilidades, pero no lo sé. Vos tampoco querés decirme mucho sobre eso, así que imagino que no te dije nunca por qué no te quiero. —Bajé las manos y miré hacia atrás, hacia las escaleras—. Por ahí estoy mal al pedirte que me ayudes después de que te dije cosas feas, si las dije. Pero tiene sentido que te sientas así porque, aunque no me acuerde, las hice. Por eso... perdóname. No voy a volver a molestarte, ¿está bien?
Daniel no dejó que me fuera.
—No me está molestando, Daria. Está todo perdonado. Yo también entiendo de alguna manera por qué no me quiere —admitió y me quedé de buena gana. Quería escucharlo. Lo miré con curiosidad y él evitó volver a tocarme—. Soy una imposición... Y además usted bastante altanera muchas veces. Así que...
—Así que, aunque me dijiste que no era tu culpa, seguí culpándote igual —me reí—. Está bien, soy una tarada, entiendo eso. Juro que voy a tomar esto como una nueva chance. Voy a ser más buena con vos. No te voy a culpar tampoco.
Su cara mezclaba diversión con incredulidad. No dijo nada por unos cuantos segundos. Le sonreí todavía, tratando de hacerle entender que lo decía en serio, hasta que al final me devolvió la sonrisa.
—Bueno, entonces mejor vaya para su casa. Lo correcto es que yo vaya a verla, no que usted me persiga.
—¡Gracias! —exclamé, agarrándolo por los hombros—. Te prometo que voy a ser un pan de Dios. Mientras puedas ayudarme a que mi papá no me mande a un manicomio, te juro que voy a ser re dulce.
Se rio esta vez y me quitó las manos con otro gesto amable. Lo saludé con un beso en la mejilla y bajé las escaleras, ignorando adrede el último sobresalto que dio por mi gesto.
Era lo mejor que podría haber logrado y la verdad es que no lograba entender a Daria. Daniel era bastante amistoso y además... en cierta manera me gustaba cuando las cosas entre nosotros parecían quedar claras. Si él no estaba a la defensiva, era muy, muy agradable y en parte debía deberse a la actitud de Daria... o de mí, claro.
Pero, cuando volví a la casa y de allí a mi habitación, me pregunté si no había nada más detrás de eso. Daria no tenía que tener exactamente mis mismos gustos, pero eso no era motivo para estar tan resentida con él. Quizás ella si era una altanera caprichosa, pero quizás Daniel también mentía y yo estaba haciendo mal al juzgarla sin comprender realmente lo que pasaba al estar en su lugar.
Me senté en la cama y supe que no podía confiarsolo en eso. Daria podía tener otras razones para no quererlo cerca. Sinembargo, no sabía cómo encontrar la verdad ni si tendría que ver, o no, con lafutura muerte de su prometido.
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