Capítulo 29: Cenizas
Capítulo 29: Cenizas
No sé cuánto tiempo estuve en el suelo. Cuando reaccioné, las lágrimas se me habían secado y estaba muerta de frío. El dolor se había ido, porque pertenecían a otra vida, aunque estuviese en el mismo cuerpo.
Sin embargo, mis músculos no tenían fuerza alguna y lo único que pude hacer fue girarme hacia arriba. Miré el techo de la cabaña con una pena en el alma que creía que no se me quitaría jamás. Pensé que esa sería mi tumba porque jamás podría levantarme de ahí. Volví a llorar, cuando recordé todas las veces que creí eso cuando Gunter estuvo sobre mí, siendo Daria.
Me tapé la cara con las manos y ahogué un gemido entre los dedos. Es lugar había sido mi nido de amor. Ahí Daniel y yo habíamos tenido nuestras mejores experiencias, nuestras primeras declaraciones de afecto íntimo. De pronto estaba cubierto con mi sangre y todo mi llanto.
Me horrorizaba seguir ahí dentro, pero moverme, encontrar mi fuerza de voluntad para no hundirme más en la tierra, me costó una eternidad. Logré arrastrarme fuera, mientras lágrimas silenciosas regaban el suelo.
Ya había hecho eso antes, tratando de huir. Había hecho cada cosa que hice en ese momento y podía recordarlo todo.
No podía distinguir ya entre Daria y Brisa como si fuésemos dos personas separadas, incluso cuando creí siempre que las dos éramos completamente distintas. No era así. Nuestro carácter, nuestro temperamento, nuestras ganas de pelear y luchar siempre por lo que pensábamos estaba ahí. Era yo, simplemente yo.
Las circunstancias habían determinado el resto. Como Daria, sentí tanto pavor, tanta angustia y desesperación que mi decisión fue la única que pude contemplar. Incluso en ese momento, mientras intentaba huir de ese pasado, me dije que realmente fue la única solución válida, porque al final había logrado renacer en una familia cariñosa, segura y sana.
Llegué hasta una piedra de la colina y me apoyé sobre ella. Tomé aire un centenar de veces, pero seguí sintiendo que no me llegaba el suficiente a los pulmones. Apoyé la cabeza en la roca dura y congelada, repitiéndome que tenía que salir de ese lugar y no volver jamás. Ya no quería acordarme más nada de esa cabaña y no sabía cómo haría para borrarla completamente de mi memoria cuando viese a Daniel otra vez. Aunque nuestros recuerdos eran hermosos, apenas pensara en ellos, tendría en mente lo que ese lugar significaba para mí.
Pensé cómo llevaría a cabo el resto de mi vida de vuelta en esa realidad, cuando tanto intenté huir de ella. Me sentí atrapada de nuevo, porque parecía que estaba destinada a ser Daria y a enfrentarme a Gunter una y otra vez.
—¿Por qué? —susurré, al universo. No me parecía justo tener que volver al cuerpo que había dejado, en primer lugar, para enamorarme de un chico al que me costaba tanto salvar.
Sentí muchísima bronca, entonces. Parecía un círculo vicioso y hasta un castigo por haberme quitado la vida. En la fe que me habían criado, dicen que los suicidas se van al infierno. Pero también dicen que la reencarnación no es posible y ahí estaba yo. Pero, para mí, sin duda esa era una clase de infierno retorcido y creado especialmente para torturarme.
Un grito ronco salió de mi boca. No pude controlarlo. Era la única forma que tenía de expresar la rabia y el odio que sentía en ese momento por todo lo que me había pasado. Ya no era solo con Gunter, ya no era solo miedo y desprecio lo que sentía por él. Lo sentía por el mundo entero y no pare de gritar hasta que la garganta me quedó ronca.
Tampoco paré de preguntarme el porqué. ¿Cuál había sido el sentido de todo eso? Si había logrado reencarnar para tener una mejor vida, si como Brisa en 2017 no había muerto en primer lugar durante la crecida, ¿por qué había vuelto a ocupar mi cuerpo 73 años antes?
Siempre existió una conexión, eso podía entenderlo. Las crecidas, el agua y los golpes fuertes parecían ser mi karma. Pero simplemente no podía entender el punto de todo ese entuerto. Sentía que solo había vuelto a ser Daria para que Gunter continuara arruinando mi existencia y haciéndome sufrir.
Pero, entonces, caí en la cuenta que detrás de todo mi dolor estaba Daniel. A él también lo habían obligado a casarse conmigo, lo habían obligado a formar parte de mi vida y había caído en la mirada de Gunter solo por esa imposición. Él había muerto justamente por eso y yo regresé la segunda vez, por voluntad propia, para salvarlo a él y para vengarme a mi misma sin siquiera saberlo.
También por eso me parecía injusto y retorcido. Seguía poniéndome en el radar de mi abusador, siendo completamente ignorante de la realidad. Me parecía de repente que al final estaba obligada a enfrentarme a él y a no escapar, así como a amar a un hombre que no pude siquiera mirar la primera vez, por estar sufriendo una tragedia.
Era una obra del destino, quizás. Otra vez volvía a Daniel, de nuevo volvía a estar frente a él tratando de salvarlo de Gunter. Como Daria, intenté alejarme de él por las amenazas de Gunter. Como Brisa, intenté alejarlo de La cumbrecita para que Gunter no se desquitara con él.
Por eso mismo, no pude evitar preguntarme si tendría suerte alguna vez salvando su vida, si el círculo se terminaría y cómo. Si no, ¿para qué someterme a eso? Si el punto era acabar con Gunter y salvar a Daniel, ¿lo lograría? Esa era mi tercera vez siendo Daria y no había logrado mucho hasta ahora.
¿Y qué tal si esa era mi última oportunidad? Si algo fallaba, volvería a ser Brisa y quizás no pudiera volver a 1944. Quizás perdería a Daniel para siempre.
Me erguí, entendiendo que nunca había escapado de la trampa. Simplemente jamás había salido de ella. Las cosas pendientes que había dejado tras mi suicidio me obligaban a volver, por muy injusto que sintiera que fuese. Quizás no había querido tener más oportunidades cuando salté al río, pero crecer como Brisa y amar finalmente a Daniel me habían hecho tomar decisiones diferentes ahora.
Cerré los ojos por un momento y volví a repetirme que todo eso lo estaba haciendo por Daniel. Porque, en ese mismo instante, ya no quería hacerlo por mí misma. Ya incluso no sabía qué hubiese preferido, si seguir muerta como Daria y viviendo como Brisa sin tener nada más que ver, o haber vuelto para conocer al amor de mi vida. Sabía que era un pensamiento egoísta, porque la vida de Dan también estaba en juego, pero después de todo lo que tuve que soportar, creí que me merecía un segundo de pensar en mí y solo en mí.
Pero ya estaba ahí y amaba a Daniel profundamente. De verdad él era mi única razón para seguir ahí y ponerme en pie. Aunque estaba cansada de correr entre tiempos y vidas, si ahora dejaba de hacerlo perdería a mi esposo y no era capaz de volver a 2017 sabiendo que lo dejé morir.
Me llevé una mano al abdomen y recordé que tenía otro motivo para pelear. Cada día que pasaba esta más segura de estar embarazada y mi hijo significaba mucho para mí. Era producto del cariño y de los sueños que compartía con Dan. Por eso supe que, si no podía seguir adelante por mí, lo haría por ellos.
Al final, había vuelto por ellos.
Sujetándome de la piedra, pude ponerme de pie. Miré a mi alrededor todavía con muchas dudas sobre cómo lograría lidiar con todo eso, sobre todo estando ahí, tan lejos de Dan, cuando más lo necesitaba. Si hubiese estado conmigo en ese momento, estaba segura de que me habría abrazado y sujetado para que no me cayera. Estar sola era la parte más difícil, porque sabía que si hubiese tenido su apoyo incluso cuando fui Daria, si hubiese tenido siquiera una oportunidad de pedirle ayuda, no hubiese saltado al río.
Otra vez estaba afrontando cosas totalmente sola y no quería hacerlo más.
—Ya estoy cansada —musité, todavía con la voz rota—. Estoy cansada de estar sola.
—No estás sola.
Pegué un brinco porque estaba segura de que no había nadie conmigo. Sin embargo, reconocí la voz y me giré para buscarla. María estaba a unos metros de mí, bajo la sombra de los árboles. Su espectro se veía casi vivo, como Dan en el 2017. Había dejado de ser un ente parlante por completo. Sus ojos tenían casi vida.
—María... —susurré, de nuevo con un nudo en la garganta. Conocía en carne propia el horror que la llevó a la muerte, el terror que debió sentir y cuánto habría deseado que alguien la salvara—. Dios mío, María...
—Si te lo decía, hubieras sufrido —me contestó, sin acercarse a mí. Sus ojitos oscuros mostraban una pena profunda.
Trastabillé hacia ella, estirando una mano hacia su imagen, queriendo alcanzarla. Tenía ganas de abrazarle y de quitarle yo el sufrimiento, porque era una nena, porque todavía necesitaba que alguien la protegiera.
—Siempre sufrí —le contesté, deteniéndome a un metro. María no tangible, no podría jamás llenar el vacío de su alma porque estaba muerta y al final la razón por la que estaba ahí debía ser eso mismo. Los fantasmas no pasaban a la luz porque tenían cosas que lo ataban a la tierra.
Con esa idea en mente, bajé la mano. Si los fantasmas estaban atados a la tierra por cuestiones pendientes o muertes muy fuertes y trágicas, ¿cuál era la diferencia conmigo? Si yo había reencarnado en Brisa, para volver a ser Daria y resolver pendientes, ¿cómo había sucedido exactamente? ¿Cuál era la diferencia entre nosotras, más cuándo nos había violado y arrancado la vida de múltiples maneras el mismo tipo?
—Pensaba que eras alguien más —me confesó, con seriedad—. Intenté protegerte de él, porque él perseguía a Daria. Pensé que Brisa tenía una oportunidad para huir.
Se me escaparon más lágrimas, pero esta vez por ella. Pensando en lo que debería haber pasado en esos catorce años, deambulando por ahí, viendo a Gunter moverse impune para luego asechar a alguien más, sin poder hacer absolutamente nada. También era triste que siendo tan chica, tuviese que actuar tan adulta y ella intentase protegerme a mí.
Asentí lentamente y me toqué el cuello mientras trataba de tragar el nudo que persistía ahí. María no tenía porqué excusarse conmigo, ni mucho menos. Sobre todo, cuando había sido ella quien había evitado que Gunter entrara en mi cuarto ese día, cuando era una ignorante y confundida Brisa.
—Llevás tanto tiempo acá... y si no hubiese sido por vos... me hubiese vuelto a tocar —le dije, bajando la cabeza—. Evitaste que me volviera a lastimar, María. No te das una idea de cuánto te debo por eso.
—Quise evitarlo antes —contestó, bajando también la mirada—. Pero en ese momento, Daria no podía verme ni escucharme. Yo siempre lo vi todo.
Retuve el llanto todo lo que pude, pero las piernas me flaquearon y terminé de rodillas delante de ella.
—No es justo que lo vieras —gemí—. No es justo que tuvieses que soportar todo esto siendo tan chica. ¡Y encima ver lo que me hizo a mí!
—No es justo que estemos muertas y él vivo —contestó María, arrugando la frente—. Nadie dudó nunca de él. Y las dos nos morimos.
—Yo tomé una decisión —repliqué—. Él me empujó a eso, sí. Pero yo tomé esa decisión, yo decidí escapar cuando pude. Vos no pudiste decidir nada, él no te dejó.
María ladeó la cabeza.
—Él no me quería a mi —murmuró—. Me costó entenderlo, porque a vos no te mataba.
Escucharla fue como recibir una puñalada en el corazón. Sí, sabía a lo que se refería. Gunter me había dicho mil veces que yo era suya. Él tenía una obsesión conmigo que iba más allá de su instinto depredador. Por eso no me había matado en primer lugar, porque tenía una fantasía. María era una nena nada más, él no proyectó con ella las cosas que había delirado con mi imagen. Por eso solo había intentado matarme después de notar que había perdido la memoria, después de comprender que ya no me acordaba de sus amenazas y que, al final de cuentas, no sería de él y por lo tanto no podía ser de nadie.
—Yo hubiese deseado morirme más rápido —le contesté—. Hubiese deseado no volver acá.
—Pero la conexión no se puede romper.
—No —acepté—. Porque soy yo misma. Estoy atrapada. Pensé que me escapaba pero no fue así. Vuelvo una y otra vez al mismo punto y a Gunter.
No me contestó nada. No había mucho que decir sobre eso, sobre lo que me había pasado a mí. Pero quizás había cosas que yo podía decirle a ella. Yo sabía su historia; era la única, que realmente sabía todo. Y me daba mucho miedo prometer algo que en realidad no sabía si iba a poder cumplir. Ya tenía suficiente sobre mis hombros peleando por mi esposo y por mi hijo, como para también asegurarle a María que la vengaría.
No sabía si sería capaz de vengarnos. Apenas si intentaba sobrevivir.
—Yo... María, yo... —Se me enredó la lengua. No pude formar la oración y las palabras se me quedaron pegadas al paladar.
—No tenés que prometer nada. Yo ya estoy muerta, no puedo volver.
Sorbí por la nariz y me animé a mirarla a la cara.
—No, ya sé, pero... estás atrapada acá.
—Y lo voy a estar siempre. Los fantasmas no podemos dejar el lugar en el que morimos —me explicó.
—Pero tiene que haber una manera de ayudarte a pasar al otro lado —insistí—. Lo que te retiene acá tiene que solucionarse. Mereces descansar en paz.
María también me observó a la cara. Sus ojos ya oscuros se pusieron negros, su expresión se volvió sombría. Pareció una niña maldita de película de terror, lista para asesinarme, y por un milisegundo, le tuve más miedo a ella que al mundo de los vivos.
—Estoy rota —me contestó—. Él me rompió. No se puede arreglar.
—¿Ni siquiera contando lo que pasó? ¿Contando que fue él? ¿No te traería paz? —insistí, limpiándome mis lágrimas con el dorso de la mano.
Ella no relajó el gesto.
—Tengo miedo, dolor y furia. No se puede arreglar.
Era terca, pero era un fantasma. Y la entendía perfectamente porque yo también me sentí así. Me sentía así. Tuvo una muerte tan violenta que era incapaz de superarla y aunque expusiera a Gunter y su crimen, María no podría avanzar. Era triste, pero capaz estaba condenada a penar por siempre. Nada garantizaba que atraparlo y castigarlo pudiese borrarle a su espíritu tanta miseria.
—Me gustaría poder ayudarte, pero no creo que pueda —respondí, levantándome lentamente. Evité verla porque me asustaba ese brillo oscuro en su mirada, pero también sabía que iba a ser la última vez que nos íbamos a ver y había varias cosas que quería decirle. Tomé fuerzas y di un paso hacia delante, estirando mis dos brazos y abriéndolos hacia ella. Cuando finalmente vi su rostro de nuevo, esa actitud de niña maldita se había desvanecido—. Lo único que puedo hacer es abrazarte y decirte que siempre voy a pensar en vos y agradecerte todo lo que me ayudaste.
María no tuvo ninguna reacción mientras llegaba hasta ella y ponía mis brazos alrededor de su espectro, sin tocarla realmente. Era tan bajita, tan chiquita, que tenerla ahí me achicharró el corazón otra vez.
—Espero que algún día puedas sanar, mi dulce María. Yo voy a intentar sanar por ambas.
Me alejé, sin dejar de verla. María continuó observándome sin decir nada, hasta que una lágrima blanca se deslizó por su mejilla pálida. No entendí al principio porqué, pero luego ella misma se rodeó con los brazos y cerró los ojos, como si así sintiese mi cariño en carne propia.
Cuando volvió a verme, aunque seguía derrochando pena, no parecía que fuese tanta como antes.
—Adiós, Daria —musitó.
Le dediqué una sonrisa triste. María había entendido bien que esa sí sería la última vez que nos viéramos. Ella no iba a pasar a la luz y yo no iba a volver La cumbrecita. Ambas lo teníamos claro.
Me giré hacia el sendero justo cuando se desvanecía. Ya no podía verla, pero eso no significaba que me había dejado sola. Siendo Daria jamás había visto un fantasma, como Brisa, había visto y hablado con muchos. Por eso María tenía razón en lo que me dijo. No estaba sola porque ellos siempre estaban ahí y esa nena me había acompañado y seguido, tratando de cuidarme, por meses y meses.
Aunque no la viera más, ella siempre estaría en mi corazón. Y yo siempre pediría para que el cielo, Dios, o las estrellas, nos salvara a ambas.
No me sentía lista para declarar. Pensar en ir a una comisaría y tener que ahogar todo el dolor que Gunter me provocó, porque sino nadie me tomaría en serio, me daba ganas de vomitar.
Me encerré en mi habitación apenas pude. No quise salir, no quise ver a nadie. Me quedé en la cama ahogando las penas como lo hice cientos de veces cuando lograba escapar de él. Añoré a Daniel tanto que volví a llorar.
Casi ni dormí y para la madrugada solamente me arrastré fuera de la cama para ir al baño. La declaración estaba pactada para las primeras horas de la mañana, cosa de que pudiera volver a Buenos Aires directamente después, pero estaba tan cansada que ni siquiera me preparé cuando se hizo la hora en la que debería estar saliendo hacia Córdoba.
Bonnie golpeó la puerta de mi cuarto varias veces, pidiéndome que comiera y recordándome que Klaus me esperaba abajo. Y yo, mientras tanto, me pregunté si eso valía la pena. Ni siquiera sabíamos dónde estaba Gunter. Lo que yo pudiera decir, con ese cuentito de que no había visto nada, en realidad era un aporte nulo.
Lo único que quería era volver a mi casa, en Buenos Aires, a fingir de nuevo que no había ocurrido nada de eso, porque era mi única manera de resistir. En cuanto viera a Daniel y mi hijo empezara a crecer dentro de mi panza, ellos se volverían de nuevo mi mundo. De todas formas, no había nada que pudiese hacer en realidad, para frenarlo. Hasta ahí llegaba yo; ya no tenía más herramientas para luchar contra él. Me quedaba solo tomar mi vida y reconstruirla.
Abrí el armario para buscar un vestido elegante, como Klaus querría, y ahí, solo ahí, me acordé de un pequeño detalle que había enterrado en mi subconsciente.
Me agaché apurada y saqué el último cajón del ropero. Esa tarde no había tenido forma de saberlo, pero ahora que tenía todos mis recuerdos, podía buscar lo que había ocultado la última vez que fui Daria: en el hueco que se producía con el cajón y el fondo del armario, había una libreta de cuero marrón. Tenía una cinta roja y estaba atada con un elástico blanco.
Lo retiré lentamente y me embargó la pena otra vez. Era el diario en el que todos esos meses había escrito mis desgracias. No necesitaba abrirlo para saber que había narrado cada una de las veces que Gunter me sometió. Tampoco quería hacerlo.
El día que decidí terminar con mi vida lo guardé, bien oculto, pero con la esperanza ridícula de que, si rebuscaban demasiado, supieran mi realidad y porqué tomé esa decisión. Por eso no había encontrado ninguna libreta o anotador esa tarde, porque en mi último día como Daria eliminé todo.
Apreté los labios y sin más la arrojé sobre la cama. Tomé un vestido cualquiera, un sombrero, guantes y zapatos y solo la agarré cuando estuve lista para salir.
Bajé a la cocina sin cruzar una palabra con nadie y me planté delante del fuego a leña que Bonnie tenía para mi te.
—¿Señorita Daria? —me preguntó ella, deteniéndose detrás de mí.
Yo solo levanté la tapa del hogar y tiré la libreta dentro. Bonnie soltó un gritito, pero no se animó a cuestionarme.
Observé las llamas consumir el papel hasta que no quedó nada. Por extraño que sonara, sentí alivio cuando vi las cenizas. Aunque estaba borrando pruebas físicas, para mí significaba borrar también de la faz de la tierra las señales de que Gunter había tenido poder sobre mí. Ya no estaban sus marcas sobre mi cuerpo, ahora estaban las de Daniel. Ese diario solo era un recordatorio atroz de algo que necesitaba hacer desaparecer.
—Estoy lista para irme a casa —dije, echándole un último vistazo al fuego. Salí de la cocina, mintiéndome y diciéndome que estaba preparada para enfrentar esa historia por última vez.
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