Capítulo 25: Telegramas
Capítulo 25: Telegramas
Cuando Elizabeth regresó a la suite, los dos estábamos recostados en la cama, vestidos y peinados. Daniel fingía leer el diario y yo comía algo de fruta que había dejado el servicio de la comida.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó ella, asomándose por la puerta
—Hablábamos —replicó Daniel, con tranquilidad, como si nada. Apenas si levantó los ojos del diario y me sorprendí de que fuese capaz de disimular. Nunca había sido bueno para eso.
—¿Estás...peinado diferente, hijo? —inquirió Elizabeth, apuntándolo con un dedo y ahí sí que él perdió el eje. Mi novio se puso rojo y bajó el diario justo antes de empezar a boquear como pez, sin palabras.
—Estaba probando como le quedaba la raya para el otro lado —intervine yo, sin inmutarme, antes de meterme otro pedazo de manzana en la boca. Daniel asintió rápidamente, secundándome y su madre enarcó una ceja.
Sin embargo, aunque ella parecía dudar, decidió que había otras cosas en las que concentrarse, por lo que ingresó a la habitación para conversar.
—Pasé por el registro civil, pedí una nueva fecha —dijo—. Como el domicilio de Daria está acá en Córdoba, lo mejor va a ser que se casen acá ahora. Tu papá ya señó la casa —añadió, esta vez dirigiéndose a Daniel— y apenas lleguemos a Buenos Aires, vamos a firmar al escribano para que quede a nombre de ustedes.
Los dos asentimos con rapidez y yo me dejé emocionar, por un instante, por la idea de casarnos pronto.
—¿Cuándo? —pregunté, sin poder contenerme.
—El próximo miércoles. Tuve que poner mucha plata —nos confesó, pero como Daniel no se inmutó, yo no dije nada—. Mientras tanto, voy a ir a buscarte algo elegante para el civil. Con respecto a la celebración, creo que podemos dejarla para otro momento...
Ella se giró y salió de la habitación. Entró al baño y Daniel y yo guardamos silencio por unos minutos.
—¿Estás de acuerdo con eso? —me preguntó, doblando el diario y dejándolo sobre la mesa de luz—. Con no tener fiesta.
Mastiqué la manzana, tragué y me volteé a verlo con una expresión calmada.
—Creo que es lo mejor en estas condiciones —murmuré—. No llamar la atención me parece una buena opción. Gunter puede... estar más pendiente de mí de lo que pensamos. Si hacemos una fiesta, empezamos a mandar invitaciones estando tan cerca de él... Uf, no, se va a enterar super rápido. Prefiero irme rápido a Buenos Aires y que Klaus siga fingiendo que me estoy muriendo en La cumbrecita. Porque si Gunter llega a querer comprarlo...
Daniel se sentó bien en la cama y, con el ceño fruncido, se estiró para agarrarme la mano antes de que me metiera otro pedazo de manzana en la boca.
—¿Por qué crees que él estaría tan obsesionado como para venir a comprobarlo? ¿Por qué estás tan segura de que querría buscarte después de que lo denunciemos por intento de asesinato?
Levanté la mirada y suspiré.
—Daniel, tu mamá misma cree que la plata y el poder que tenemos no va a ser suficiente si lo denunciamos. Es decir que va a estar libre. Y esto me da por las pelotas —aclaré—. Pero Gunter me parece una persona sumamente peligrosa. No es alguien normal. No sé cómo, pero estoy segura de eso.
Él me apretó la mano y su rostro se cargó de culpa y dolor otra vez. Abrí la boca para decirle que nada de eso era su responsabilidad, pero él me ganó:
—¿Recordaste algo más?
Negué. Mi único recuerdo de Daria en realidad era algo tormentoso, pero escaso en información certera. Más bien, estaba guiándome por intuiciones y eso no nos servía demasiado.
—A veces no sé si es mejor que me acuerde más cosas —confesé—. Me da miedo.
Daniel se arrimó más a mí. Paso su brazo por detrás de mi espalda y me atrajo a él para contenerme antes de que sintiera la angustia. Sin embargo, me pareció que el que estaba más angustiado y mortificado con todo eso, en ese instante, era él.
—No te preocupes, yo... voy a estar acá con vos. Como tendría que haber sido desde que te conocí.
Esta vez, fui yo la que la agarró la mano a él. La llevé a mis labios y se la besé.
—No, Dan. Esto no tiene que ver con vos, ¿sabes?
—No pude protegerte.
—No tenías qué —retruqué, pero su pecho se agitó.
—Sí tenía, ¡soy tu prometido! Era tu prometido en ese momento. Mi deber era cuidarte. No me esforcé lo suficiente para llegar a vos y saber qué estabas pasando. Me necesitabas.
Me separé lentamente de su pecho, todavía sujetándole mano. Evitó mi mirada y pude notar que tenía la mandíbula tan dura que era evidente que estaba apretando los dientes.
Lo observé, preguntándome cómo habíamos llegado a que él llevase la culpa sobre los hombros. No supe qué decir en un principio, pero al repasar sus palabras entendí que su lugar en la sociedad implicaba ser el que protegía y defendía.
Desde que nos conocimos me quedó claro que Dan no entraba en esa clasificación de hombre macho y bien preparado. Había rechazado muchísimos mandatos porque su personalidad lo llevaba por otros caminos. Ya lo había calificado su papá como débil por no haber querido debutar y la vergüenza había mellado en él cuando lo hicimos por primera vez.
Ahora que se le hacía evidente que tampoco había podido ser el hombre que se esperaba, ese que protegía a su mujer a base de guerra y golpes, también se sentía avergonzado de sí mismo. Y es que detrás de esa era que sentía, para mi estaba claro que estaba lleno de vergüenza. No poder cumplir con los mandatos y supuestos sociales debía calarle hondo.
Le tomé el mentón con las manos y le levanté la cabeza para guiar sus ojos hacia mi rostro, dispuesta a dejarle claras las cosas otra vez, aunque no sabía si lo mejor para él era dejarlo tomar la posición de hombre y yo la de damisela. Por un instante me pregunté si mis ideas no eran demasiado modernas y si no estaría complicándolo todavía más.
—Dan... Esto fue antes de que te conociera. No tenías forma de saber lo que me pasaba y... creo que no todas las mujeres quieren que esto se sepa, por miedo y por vergüenza. Yo preferí intentar quitarme la vida antes que decirlo... así que seguro no quería que lo supieras. No te conocía lo suficiente. No me extrañaría tampoco que te percibiera como una amenaza también y por eso te tratara tan mal.
Él se mordió el labio inferior con tanta fuerza que creí que se lastimaría.
—Es que por eso ahora todo tiene sentido —me dijo, con la voz temblando—. Siempre huías de mí, siempre me evadías. Incluso me dijiste una vez que todos los hombres eran pura mierda y que no pensabas comprarme el cuento. ¡Más vale que ahora todo tiene sentido! Estabas viviendo un infierno. Y yo me sentía tan frustrado con vos por cómo actuabas...
Bueno, realmente no era justo. Pero ni yo había tenido forma de saberlo. Había juzgado a Daria varias veces, incapaz de comprender su accionar. Ninguno de los dos, ni siquiera Klaus, podía asumir la culpa por lo que había ocurrido con la pobre chica. La culpa siempre sería de Gunter.
—La culpa es de él —le recordé—. Siempre la va a tener él, porque es un monstruo. Y lo único que podemos hacer ahora es estar juntos —Me estiré para darle un beso corto en los labios—. No lo sabías en ese momento —susurré, contra su boca—, pero lo sabes ahora y estás conmigo. Y eso es todo lo que yo necesito.
Mi traje para el casamiento civil era muy bonito. Bueno, para la época era lo correcto y lo esperado. La gente en los civiles no acostumbraba a llevar blanco, así que Elizabeth eligió para mí un conjunto de color rosa sobrio. Tenía detalles en cintas negras que me hicieron acordar al vestido de compromiso de mi abuela, de los años cincuenta, que yo me había puesto para jugar durante toda mi infancia. Sentí que, de alguna manera, así llevaba una parte de ella conmigo, un símbolo de la Brisa Rinaldi que todavía no había nacido.
No me moví mientras la modista me lo ajustaba al cuerpo. Lo habíamos comprado el viernes en la tarde en un local, pero necesitaba sí o sí arreglos. Elizabeth guio todo el proceso y pidió que me ciñeran más el saco a la cintura, porque eso me haría ver más fina.
Yo no me quejé, porque estaba de acuerdo, pero en ese momento entró Daniel a la suite y la modista, como si le molestase que un hombre nos viese en esa situación, se apresuró a tomar las medidas faltantes y a guardar sus cosas.
—Vuelvo mañana con todo listo —nos dijo, antes de pedirme que me lo sacara en el cuarto y retirarse con el traje.
Miré a Elizabeth mientras me ajustaba mi bata, llena de incógnitas por su actitud, pero ni Dan ni ella parecieron alarmarse.
—Tengo una nota de Klaus —nos dijo él, sentándose en la mesa—. Y esta es mi papá. Dice que la casa ya está. Pregunta si necesita que compremos muebles.
Le dio a su madre el telegrama de su papá y la otra, la de Klaus, me la dio a mí.
—No lo abrí.
Agradecí y rompí el papel, mientras Elizabeth decía que viviríamos con ellos las primeras semanas, así que lo de los muebles era algo que haríamos personalmente. Me di cuenta tarde de que la carta realmente estaba dirigida a Daniel y no a mí. Era un mensaje que él debería haber leído primero y no entendí por qué me la había cedido.
Sin embargo, no cuestioné y desdoblé la nota. Apenas la leí, la solté como si esta me quemara. Me puse pálida y empecé a temblar.
—¿Qué? —dijo Elizabeth, pero Daniel se puso de pie de un salto y corrió a agarrar la nota antes que su madre.
—Gunter no está en La Cumbrecita —musité.
—¿Cómo? —casi chilló mi suegra, mientras Dan miraba la hoja del telegrama con una expresión pasmada.
—Se fue... —contesté.
No entendía cómo había sucedido ni porqué Klaus no había avisado antes. Él se había marchado el viernes, estábamos a lunes. Lo único que podía suponer era que Gunter había pasado todo el fin de semana en el pueblo y recién ahora se había ido.
Las palabras del padre de Daria no eran excesivamente claras. Al ser un mensaje corto, la información era escasa: Gunter no está, Gunter se fue, váyanse de Córdoba. Más o menos así.
A mi alrededor entraron en pánico, pero yo me quedé inmóvil. Sabía que él era peligroso, pero no pensé que estuviese tan desquiciado como para venir a averiguar mi estado. Si habían jugado bien la mentira, todo el pueblo tenía que estar pensando que yo me moría, pero ya. Algo no había salido bien y seguro por eso Gunter había tomado la determinación de averiguarlo por sí mismo. Él estaba sospechando.
—No es seguro que él venga para acá, ¿no? ¡Y además Córdoba es enorme! No tiene manera de encontrarnos, ¿no? —chillaba Elizabeth, corriendo por toda la sala como loca.
Daniel levantó las manos y trató de atrapar a su mamá, pero le fue imposible.
—No sabemos, no sabemos nada. Capaz Klaus está exagerando. ¡Pero en realidad por qué otra razón Gunter desaparecería justo ahora! —dijo él. Me mojé los labios, asentí y carraspeé, justo cuando Dan se daba cuenta de que yo no me había movido por minutos. Llegó hasta mí y me agarró la mano—. Daria...
Lo miré a los ojos, tratando de mostrarme tranquila, aunque por dentro el miedo me carcomiera. Miedo por él, por su vida, más que por mí misma. Hasta ese momento incluso, no podía sentirme tan amenazada de forma directa porque yo no era Daria.
—Tuvo que haber sospechado de algo. Capaz el hecho de que Klaus estuvo demasiados días en el pueblo sin ir a ver a su pobre hija —dije, casi pensando en voz alta—. Todo el mundo sabe que Klaus no tiene mucha devoción por mí —añadí, poniéndome más en el lugar real de Daria que en el de una persona externa, porque los dos me miraron un poco raro—, pero cuando estuve en el hospital, él se desapareció totalmente del pueblo por cuidarme. Pudo haber sacado dos conclusiones: O que lo mío si es un caso perdido y que por eso él ya no me presta atención. O que estoy bien en realidad y que por eso está tan relajado. Y ante la duda...
Elizabeth se llevó una mano a la boca y estaba tan nerviosa que casi que la vi morderse las uñas. Se quedó callada y Daniel me puso ambas manos en los hombros.
—¿Qué hacemos entonces? ¿Nos vamos ya a Buenos Aires? ¿Le hacemos caso a Klaus?
No supe qué contestar. Irnos a Buenos Aires implicaba no casarnos en dos días, el miércoles. Significaba que tendríamos que sacar un turno en Capital Federal para otro registro y que quizás la plata ahí no valiera lo mismo que en Córdoba, donde éramos una familia más importante. Si estaba embarazada, podía terminar casada con panza, y para ambas familias, para la sociedad en la que querían encajar, eso era terrible.
Sopesé qué valía más, entonces, si lo que la gente dijera de mí, de Daria, o nuestras vidas. Y, sin duda alguna, llegué a la obvia conclusión de que me importaba un carajo lo que opinara la gente rica de Capital Federal que ni conocía. Había vuelto para salvarnos, en primer lugar, y por eso atrapar a Gunter pasaba a segundo plano si sobrevivíamos.
—Vayamos a Buenos Aires —dije, exhalando de golpe—. Ya subestimamos a Gunter demasiado. Es pobre, no tiene recursos, sí, eso lo sabemos. Pero capaz nos encuentra igual y prefiero que estemos lo más lejos posible.
—¿Y la denuncia? —soltó Elizabeth de pronto—. Tenemos que poner la denuncia acá... ¡Y sacar otro turno en el civil...!
—Mamá —dijo Daniel, sin soltarme, girándose hacia ella, para callarla—. Eso es lo de menos.
—No podemos arriesgarnos. Tengo la sensación de que Gunter está loco, obsesionado, conmigo. Podría hacernos cualquier cosa.
Daniel se inclinó hacia mí, me dio un beso en la frente que duró una eternidad y, cuando me soltó, sus manos habían alcanzado mis muñecas.
—Está bien, pero... ahora calmémonos y organicémonos bien.
—Estamos en un hotel muy seguro, de mucho prestigio —soltó Elizabeth, de pronto—. Voy a pedir seguridad extra y a pedir el coche para Buenos Aires para mañana a primera hora.
Salió de la suite casi corriendo y los dos nos quedamos solos, observándonos y hablándonos sin decir ni una sola palabra.
Entonces, me di cuenta de que estaba sumamente tensa. Relajé los hombros y asentí, más para mí misma que para Daniel. También me di cuenta de que él no me soltaba y que seguramente era porque estaba preocupado por mí.
—Estoy bien —le dije, dándole un beso en la mejilla—. Lo importante es estar pasos por delante de él.
Él trató de sonreírme, pero no le salió bien y terminó haciendo una mueca incómoda.
—Voy a... contestarle el telegrama a tu papá apenas vuelva mi mamá. Le voy a decir que nos vamos mañana.
—No te preocupes por mí, andá ahora. Mientras más rápido mi papá sepa qué vamos a hacer, mejor.
—No quiero dejarte sola.
—Voy a estar acá sentada —le prometí, soltándome de sus manos y sentándome en el sillón de la sala. Traté de mostrarme serena y superada, porque creía que, si actuaba así, Daniel también iba a ser fuerte por mí.
Esta vez, la sonrisa le salió un poco mejor. Agarró el papel del telegrama de Klaus y se acercó a la puerta. Estuvo a punto de salir, pero se detuvo antes de agarrar el picaporte.
—¿Estás segura? —me dijo, sobresaltándome. Se volteó a verme y yo fruncí el ceño—. Sobre irte de acá sin casarnos, sabiendo que podemos tardar mucho más. Sin hacer la denuncia...Capaz podemos hasta el viernes. Son dos días, Daria. Gunter no nos va a encontrar tan rápido. Podemos viajar el mismo día.
No dije nada al principio. Si pensábamos con calma, era poco probable que Gunter nos hallara tan pronto. Y aunque para mí era mejor no exponernos, entendía por qué volvía a preguntármelo. Sabíamos los dos que nos estábamos exponiendo a las críticas de la sociedad por criar un hijo prematrimonial y que quizás podría arrepentirme en un futuro.
Bueno, una chica de 1944 quizás. Yo, no.
—Creo que es lo mejor —le contesté.
—Querías meter a Gunter preso —me recordó.
—Aunque lo denuncie mañana mismo, si él no vuelve a La cumbrecita, ¿dónde lo van a agarrar? La justicia no es rápida, ni siquiera en el 2000 va a ser rápida, creéme —añadí, con una risa de ultratumba.
Daniel frunció el ceño.
—Sí, bueno, necesita la orden del fiscal o del juez, no sé bien cómo es.
—Y eso podría tardarse mucho más y no voy a esperarlo acá. Prefiero irme a Buenos Aires y volver a Córdoba a hacer la denuncia. Mientras más distraigamos a Gunter, mejor. Pero mientras no sepamos dónde está, el juego cambia completamente —razoné.
La mantuve la mirada hasta que él bajó la suya y aceptó mis palabras. Asintió y ahora sí abrió la puerta de la suite.
—Enseguida vuelvo —prometió antes de irse.
Me quedé sola, repasando todas las posibilidades de ahora en más. Justamente, una cosa era denunciar a Gunter siendo él un objetivo ubicable y otra así, en la que no teníamos idea de dónde estaba ni en qué estaba pensando.
Maquiné entonces mi nuevo plan y me pareció que una vez en Buenos Aires, iba a tener que esforzarme por pasar desapercibida hasta que nos casáramos. Obviamente, vivir en la casa de los futuros suegros no estaba bien visto, pero si no salía de la casa hasta el cambio de domicilio y el casamiento, la gente no hablaría sobre mí. Y si la gente no hablaba sobre mí, Gunter no tendría posibilidades de escuchar rumores.
Lo otro, era que no sabía qué tan conocida era la familia Hess en Buenos Aires. Si mucha gente sabía cuál era la casa en la que vivían, no sería difícil para él encontrarme ahí. Mi ubicación, mi vida y mis planes tenían que ser más secretos que nunca.
—Okey —dije, poniéndome de pie. Corrí a una mesa auxiliar que tenía unos blocks de notas y agarré una pluma que estaba en un cajón. Me puse a anotar mi lista de ideas.
En primer lugar, obvio irme. En segundo, casarme con Daniel e irnos a nuestra nueva y menos conocida casita. Tercero, volver a Córdoba Capital a hacer la denuncia según la información que tuviésemos de Gunter, yo sola.
Además, así garantizaría que Daniel no tuviera que volver a La cumbrecita, porque ahí se terminaba su vida. Si sacábamos todos los elementos que dictaminó María, como las escaleras, y las que yo conocía, el pueblo en sí y Gunter, para mí era seguro que evitaría su muerte a toda costa.
—Las cosas van a salir bien —me dije.
Pero en ese momento, Elizabeth volvió a la habitación agitada y enojada.
—¡No tienen el auto para mañana! —estalló y yo solté de golpe la pluma.
—¿Qué?
—No —dijo ella, derrumbándose en el sillón. Se tapó la cara con las manos y ahogó un gemido—. Nuestro chofer dice que el auto necesita un arreglo antes de salir a la ruta tantos kilómetros. ¡Y desde el hotel no pueden ofrecerme nada hasta el miércoles!
Doblé mi papelito con la lista de cosas por hacer de forma discreta y me lo guardé abajo de mis piernas, entre el sillón y yo. No supe qué decirle porque si el auto no estaba hasta el miércoles, realmente más valía calmarnos y pensar que quizás estábamos exagerando. Si el auto no iba a estar hasta el día del turno en el civil, más nos valía casarnos y huir apenas tuviésemos la libreta.
Tomé aire.
—Está bien, pensemos con calma —le dije a mi suegra.
—No sé qué hacer —me respondió ella.
—Si no hay auto, es que nos resulta mejor casarnos rápido e irnos ese mismo día, ¿no?
Se irguió en el sillón lentamente y suspiró antes de verme a la cara.
—¿Y Gunter?
—No sé —respondí, apretando los labios—. Me asusta que pueda encontrarnos. Capaz si no salimos del hotel en estos días, si él estuviese deambulando por estas zonas para ver algo, no se enteraría de que estamos acá.
Ella me miró en silencio durante un momento.
—Tendría que ponerse en la puerta de muchos hoteles caros —dijo, con tono calmo.
—Y sanatorios. Si piensa que estoy moribunda, va a ir primero.
—Sí, eso nos da tiempo hasta el miércoles. Es una opción. Voy a salir entonces a pedirlo para la tarde —Se puso de pie justo cuando Daniel entraba a la suite. Él captó la expresión preocupada de su madre y la detuvo antes de que ella huyera sin dar explicaciones—. No tienen coches para mañana. Recién para el miércoles, así que lo voy a programar para después del civil.
—¿Recién? —repitió Daniel, arrugando la frente—. Le acabo de mandar el telegrama a Klaus que dice que nos vamos mañana.
—No importa lo que sepa Klaus o no —me metí yo, antes de que Elizabeth dijese algo. Los dos se giraron hacia mí, de nuevo con gestos contrariados por la forma en la que yo me refería a mi propio supuesto padre. Pero esta vez los ignoré—. De por sí, él tendría que haber vuelto antes. No se tomó las cosas con la seriedad necesaria, como siempre. Si hubiese vuelto el sábado o el domingo, incluso, habría sido más creíble para todo el mundo y para Gunter que yo estaba en mi lecho de muerte. Pero no, ¡se relajó en su silloncito y no hizo nada!
Dan se quedó callado, apretó los labios y miró el suelo, sin intenciones de contradecirme y comprendí que lo había estado pensando desde hacía rato. Elizabeth, en cambio, se acercó a mí con intenciones de calmarme y dejarme una mejor impresión del padre de Daria.
—Daria, linda, quizás Gunter podría haber sospechado y haber venido a comprobarlo se fuese Klaus de La cumbrecita antes o no.
Me puso una mano en el hombro, pero yo no cambié de parecer. Claro que Gunter era un loco y claro que podría haber hecho cualquier cosa. Incluso yo se lo había dicho a Daniel. Pero teníamos que dejar de sacarle responsabilidades a Klaus cuando se mandaba cagadas por ser un soberbio orgulloso.
—Si él le hubiese puesto un poco más de empeño, quizás lo podría haber evitado. Tenía un solo trabajo y lo hizo mal —le contesté, tratando de mantener un tono educado con ella, porque mi enojo siempre era con el padre de Daria, no con mi suegra.
Le di unas palmaditas en la mano y fingí que me agarraba el vestido antes de levantarme del sillón, para agarrar mis notas que todavía estaban ocultas bajo mis piernas.
—Má —dijo Daniel, entonces—. Andá a arreglar lo del auto, ¿sí?
—Voy a recostarme un poco —dije, haciendo un bollo las notas detrás de mi espalda—. Creo que necesito tranquilizarme.
Marché hasta mi habitación y escuché claramente como Elizabeth salía de nuevo de la suite para arreglar todo. Junté la puerta y aproveché ese lapso de tiempo en el que no me veían para deshacer el bollo de papel y esconderlo en el cajón del ropero donde había puesto ropa interior.
Ninguno podía verlo, bajo ninguna circunstancia. Si lo hacían, los dos se preguntarían qué tenía que ver Daniel, las escaleras, Gunter y el pueblo. Y no tenía explicación para eso.
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