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Capítulo 24: La manera inesperada

Capítulo 24: La manera inesperada

No sé cómo hizo Klaus para sacarme de ese sanatorio, pero al anochecer estaba en una silla de ruedas, marchando hacia el auto del padre de Daria, con rumbo a otra clínica.

Daniel se sentó a mi lado y me tomó la mano todo el camino. No dijo mucho, pero se notaba en su rostro que, al igual que su madre, no estaba de acuerdo con esa decisión. Yo, por mi parte, sí, porque no me gustaban esos médicos y la forma en la que me sentía en ese lugar, así que prefería intentar resolver las dudas en un lugar nuevo, sin condicionamientos.

En la otra clínica no había tanto lujo. Era privada, pero de un menor poder adquisitivo y aunque eso no le agradaba a Klaus, permitió que me ingresaran de inmediato para hacer las primeras revisiones.

Con la radiografía que nos llevamos por la fuerza del anterior centro médico, los nuevos doctores sugirieron que, si semejante fractura existía en mi cráneo, yo no debería estar tan capacitada para moverme y hablar con naturalidad y lógica. Debería estar inconsciente y con grave daño cerebral.

Por eso mismo, me revisaron la cabeza un centenar de veces, buscando en mi cuero cabelludo cualquier evidencia. Me hicieron pruebas de estabilidad de equilibrio y finalmente, cuando sugirieron una radiografía para descartar cualquier otro problema, les expliqué con calma sobre la posibilidad de mi embarazo.

Atentos a eso, debatieron sobre el costo beneficio y como seguí firme en mi decisión de no realizar el estudio, convinieron que me dejarían algunos días internada para evaluarme.

Enseguida, acondicionaron la habitación por mi cuando Klaus se ofreció a pagar un extra por todas mis comodidades. Armaron una cama para Daniel junto a la mía y me trajeron algo de cenar, lo cuál me puso feliz como nunca, porque lo último que había comido había sido esa medialuna pasada a la fuerza en 2017.

Entonces, después de ese día difícil y lleno de angustias y discusiones, me relajé en la cama y dejé caer la cabeza hacia atrás. Estaba tan agotada que no podía sostener mis párpados ni ya continuar hablando, ni siquiera con Daniel.

Él no me hizo más preguntas por esa noche. Solamente me acarició el brazo hasta que caí inconsciente sobre las almohadas, abrigada por su presencia.

Pasé cuatro días en el sanatorio, donde el neurólogo siguió atentamente mis avances hasta determinar, sin la necesidad de una radiografía, que era evidente que habían confundido el estudio con el de otro paciente. Sin embargo, teniendo en cuenta que me había caído de unas escaleras y que pasé dos días inconsciente, no descartaban heridas internas.

Teniendo a Daniel a mi lado, yo me había sentido de maravillas y había estado caminando por mi cuarto sin siquiera tener dolor en la pierna, por lo que en realidad llegué a pensar que mi caída no había sido tan grave, sino más bien superficial.

Los días que pasé inconscientes se debían, para mí, pura y exclusivamente a que yo no estaba aún en el cuerpo de Daria. Me había tardado en llegar a ella como me tardé en regresar a mi cuerpo, lo cuál me dio una pauta de que quizás el hecho de que pasara casi cuatro meses en coma en 2017, la misma cantidad de tiempo que pasé en 1944 hasta esa caída, podría haber sido solo anecdótico.

Eso no podía decírselo a los médicos, pero sí pude decirles que había perdido la memoria meses antes y que, con esa caída, antes de despertar, recordé porque salté al río en medio de una crecida. Les expliqué que había sido abusada y que lo había olvidado y que la última persona que vi antes de caer fue justamente a quien identificaba ahora como mi violador.

Con eso, lo doctores determinaron que mis días de inconsciencia podrían haber sido un efecto de mi subconsciente para protegerme. Sumado a todas las evaluaciones neurológicas positivas que tenían sobre mí, más mis mejorías físicas que me empujaron a pedirle a Daniel que me llevara a recorrer el hospital, optaron por darme el alta con la condición de que hiciera controles semanales, en un principio, y luego mensuales para descartar cualquier otro síntoma posterior.

Con eso, al fin dejé el hospital y Daniel y Elizabeth me llevaron a un hotel de renombre en Córdoba Capital. No tardé en reconocerlo como el hotel donde íbamos a realizar nuestro casamiento y eso me hizo agarrar su mano apenas bajamos del auto.

—Nos vamos a quedar acá unos días —me explicó Elizabeth, agarrándome del brazo para ayudarme a pasar por las puertas, mientras Dan se adelantaba al mostrador de la gerencia—. Tu papá acaba de volver a La cumbrecita. No le dijo a nadie que estás viva, todavía.

No agregó más nada cuando Daniel volvió a nosotras con la llave de nuestra suite y tomó el lugar de su madre para llevarme al ascensor. Subimos los dos solos, porque los tres no cabíamos, y durante esos minutos hasta los pisos de arriba me dí cuenta de que él estaba muy callado y que no habíamos cruzado muchas palabras desde que le expliqué a los médicos que había sido violada.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Él levantó la mirada del suelo, sorprendido por mi pregunta.

—¿Yo? Sí. ¿Vos? ¿Estás cansada?

—Estoy bien —contesté, un poco incómoda. Se formó un extraño silencio a nuestro alrededor y me pregunté si él estaba molesto por todo eso. No habíamos tocado el tema ni una sola vez desde que fuimos al segundo sanatorio y ahora me preocupaba que la falta de comunicación afectara nuestra relación—. Solamente tengo hambre.

Daniel asintió y no dijo nada, pero me ayudó a salir del ascensor y le llevó a la suite, que constaba de dos habitaciones y una sala de estar. Elizabeth arribó apenas unos minutos después, agitada por haber usado las escaleras y nos comentó que ya había mandado a pedir el almuerzo.

Ambos se pusieron a hablar de banalidades y todavía sintiéndome incómoda, me retiré a uno de los cuartos y empecé a quitarme la ropa. Ahí, mi suegra ya había dejado camisones nuevos y pantuflas para que me vistiera después de bañarme, pero me los puse en ese mismo instante y me quedé sentada en la cama, sola, hasta que me llamaron para comer.

Me senté en la mesa de la sala de estar con ellos y no dije nada durante todo el almuerzo. No miré a ninguno a la cara hasta que terminamos y Elizabeth carraspeó, llamando nuestra atención.

—Tenemos mucho que discutir —empezó, pero Daniel suspiró y negó.

—No es el momento, mamá, ella está cansada. Puede ser otro día.

Me erguí y ahí sí que los miré a ambos, confundida. Me dio la sensación de que sabían algo y me lo estaban ocultando como las otras veces.

—No, puedo discutir ahora —dije, en voz baja—. ¿Qué es lo que quieren hablar?

Daniel se giró hacia mí. Trataba de parecer tranquilo, pero se notaba que estaba luchando con mucha angustia debajo de esa máscara impávida.

—No tiene que ser ahora, Dari.

Intercalé miradas con él y con Elizabeth y me di cuenta de que ambos creían que eso podía herirme, así que me senté lo más recta posible e intenté mostrarme fuerte y segura de mí misma.

—Estoy bien. ¿Qué tenemos que discutir?

Los dos se quedaron callados por unos segundos, pero Elizabeth tomó la delantera apenas pudo.

—Como ya te adelantó tu papá, denunciar a ese monstruo por violación solo podría afectarte de forma negativa. La gente diría que lo usas para justificar que hayas mantenido relaciones íntimas antes de tu casamiento, por ejemplo, pero pueden decir muchas cosas más y no solo la sociedad, sino también la justicia. Aunque seas una víctima, van a fijarse qué es lo que vos pudiste hacer mal.

Me mantuve inmóvil, sin reacciones. Eso pasaba incluso en mi época, por increíble que fuera, pero me parecía difícil creer que siendo yo una señorita de alta clase y Gunter un pobretón enclenque, no pudiera ganarle.

—Tenemos mucha plata, ¿no podemos manejarlo a nuestro favor? —dije.

—No conozco a este hombre, pero por lo que Daniel me contó, todo el mundo lo cree tonto, inútil e inofensivo —contestó Elizabeth.

—Es una actuación —repliqué—. Tiene muchísima fuerza. Es... lo que más me acuerdo, la fuerza que tenía. No podía pelear contra él —Me estremecí y noté, por el rabillo el ojo, que Daniel cerraba la mano en un puño.

—Sí —aceptó Elizabeth, agarrando la servilleta y jugando con ella, como si no supiera cómo decir las cosas—. Por lo cuál va a ser más difícil que crean que él podría haberte forzado. Van a creer que es una mentira, que él es un pobre loco e inservible que una joven rica usa para justificarse y ser... valga la redundancia, una víctima.

Me dio tal asco la suposición y me tapé la boca con las manos y recé para no devolver nada del almuerzo delante de ellos. Obviamente, no era una idea de Elizabeth, eran conjeturas sobre lo que podía pasar en ese mundo de mierda en el que nos tocaba vivir.

Inspiré profundamente y controlé mis ganas de vomitar a tiempo. Llegué a ver que Daniel apretaba con fuerza el puño y cerré los ojos durante un segundo antes de volver a hablar.

—¿Y entonces? ¿Lo vamos a dejar libre? Él piensa que estoy muerta o a punto de morirme ahora, ¿pero cuánto va a durar eso? Este tipo nos odia, a los dos. Me odia por no haberle hecho caso y odia a Daniel porque sí lo quiero.

Elizabeth se mantuvo serena.

—Nuestra única opción es acusarlo de que te empujó. De intento de homicidio. No mencionaremos nada sobre tu violación, solamente vamos a decir que él te cruzó y se dio cuenta de que ibas a desobedecer a tu papá. Halaste con él, te fuiste y vas a decir que lo viste de reojo atrás tuyo y que él te empujó.

Fruncí el ceño, dudando un poco de esa coartada, porque los motivos de Gunter estaban lejos de tener que ver con el padre de Daria. Pero antes de que pudiese decir algo, Daniel se me adelantó.

—Cualquier persona en el pueblo podría decir que Gunter se moría de ganas de trabajar para Klaus. Eso fue lo que también yo pensé al principio, hasta que tu papá me dijo que no era una persona muy normal y que si te buscaba para llegar a él, mejor te alejáramos, porque no era bueno para tu imagen, para nuestro compromiso y porque además el tipo era un pesado. Nuestro argumento tiene que ser ese. Que este tipo estaba obsesionado por quedar bien ante Klaus y evitar que te fugaras y te empujó para detenerte. Todo el mundo en La cumbrecita creía eso, así que... —Se detuvo y apretó el puño otra vez, hasta que los nudillos se le pusieron blanco—. Yo pensé... que de verdad quería llegar a vos para eso. Yo...

La voz le tembló. Se levantó de la mesa de un golpe, nos pidió disculpas y corrió a encerrarse en el baño.

Elizabeth y yo volteamos a tiempo solo para ver como la puerta se cerraba. Nos quedamos las dos en silencio, sin saber qué decir, mientras yo me preguntaba qué demonios tenía que sentir con eso o cómo debía reaccionar.

—Si... si él cuando sea detenido alega que fue por otra cosa, que fue porque él te consideraba de su propiedad... podemos asegurar que eso nunca pasó, podríamos negarlo. Si él menciona algo de tu memoria, de que no lo recordás, eso también nos dejaría bien parados a nosotros, porque no teníamos ni idea y sería un agravante si él lo cuenta primero —murmuró Elizabeth. Yo seguí mirando la puerta del baño, con el corazón hecho un nudo, a punto de hacerse trizas. Ella, que había estado observándome también, estiró la mano por encima de la mesa para tomar la mía—. No me dijo nada, pero conozco a mi hijo. Está dolido por no haber podido protegerte. No está enojado con vos, está enojado consigo mismo.

Sus palabras no me tranquilizaron. Por un lado, sí suponía un alivio saber que él no estaba incómodo por estar con una mujer abusada, pero la idea de que se sintiese culpable por algo que no había hecho ni tenía responsabilidad me enfermaba por igual.

Eso era algo que teníamos que charlar largamente, pero cuando Daniel salió del baño, nos pidió disculpas otra vez y salió de la suite explicando que necesitaba tomar un poco de aire. No llegué a decirle que deseaba conversar y, en cambio, su mamá me sugirió que fuese a bañarme y también intentara relajarme, que tendríamos tiempo para tratar nuestros sentimientos.

Me metí en la bañera y juro que traté, pero mi cerebro estaba a mil por hora, repasando todas mis posibilidades y, sobre todo, los alcances de Gunter. Sabía que era capaz de violencia extrema, pero no tenía ni idea de si era capaz de rastrearnos fuera de La cumbrecita o qué haría él si se enteraba que seguía con vida y que sabía lo que me había hecho.

¿Intentaría callarme o intentaría vengarse? Si me casaba con Daniel, ¿seguiría teniéndolo de punto? ¿O con solo alejarnos, estar fuera de su radar, alcanzaría para que nos olvidara?

Yo había vuelto con la idea de hacerlo pagar, pero, en esas circunstancias, me preocupaba más salvar a Daniel, salvarnos a ambos y ya. Mientras él pensara que estaba muerta, estábamos a salvo, pero en cuanto lo denunciara, entendería que no y estaríamos en la mira. Si por alguna razón no lográbamos que quedara detenido, estaríamos en graves problemas.

Sin embargo, no podía suponer mucho más. No sabía realmente nada de ese hombre. Los recuerdos de Daria eran agónicos y nada superficiales, pero eran cortos, la información era escasa. Apenas podía darme a entender que el ataque debió haber sucedido antes o apenas conociendo a Daniel y eso se basaba puramente en una sensación. No era una verdad absoluta.

Si estaba en lo cierto, eso significaba que habían pasado meses desde el abuso hasta que Daria tomó la decisión de quitarse la vida, lo cuál me daba la pauta de que habían existido más ocasiones de terror para ella.

Suspiré, devanándome los sesos, pero sin encontrar ningún plan que fuese perfecto, que me diera seguridad. No me quedaba otra que esperar a que Klaus volviera de La cumbrecita con alguna novedad, así como rezaba que fuese cauteloso y regara el pueblo con el rumor de que yo estaba casi de muerta de la forma correcta.

Salí de la bañera, me sequé y me envolví en la bata, sin tener en cuenta la cantidad de tiempo que había pasado ahí dentro. Dejé el baño e ingresé a la sala de estar solo para encontrarme a Daniel tendido en uno de los sillones, con una almohada en la cara, como si estuviese ahogando penas.

—¿Dan? —pregunté, acercándome a él.

Por un momento, pensé que estaba dormido, pero Daniel se quitó la almohada de la cara y se sentó de un sopetón.

—Mi mamá acaba de salir —me dijo.

Fruncí el ceño, preocupada por sus reacciones y su estado de ánimo, así que me senté a su lado.

—¿Me estás avisando que estamos solos, por primera vez, en toda una semana? —le dije, pegándome a su costado.

Daniel volteó a verme, con los ojos como platos, sin poder disimular su atención dirigida al escote de mi bata.

—No tenés nada abajo, ¿no?

—No —dije, con tono neutro, para que no se notara tan fácil que la idea en realidad me fascinaba. La verdad, había extrañado hacer el amor con él y me parecía una excelente manera de purgar ansiedades, miedos y angustias que no deberían pertenecernos—. ¿Cuánto va a tardar tu mamá?

—Fue a mandar un telegrama a mi papá, a Buenos Aires, para que compre la casa que tenían en vista para nosotros —contestó, tan rápido que me costó entenderle.

—¿Entonces... crees que tenemos tiempo? —susurré, abrazándome a su brazo y aplastándolo, apropósito, contra mis senos.

Para mi sorpresa, Daniel se liberó de mi y se puso de pie, alterado.

—¿Creés que es buena idea? Acabas de salir del hospital, necesitas recuperarte y... están pasando tantas cosas y... Además... ¿No te da...? ¿No te molesta...?

Parpadeé varias veces hasta entender de qué me estaba hablando. Cuando lo comprendí, comprendí también que parte de la culpa que él sentía por no haber protegido a Daria estaba ligada al hecho de poder herirme o aterrarme ahora que lo "recordaba".

Era normal que muchas mujeres no quisiesen saber nada del sexo después de haber sido abusadas. A mi también me daba escalofríos pensar en eso, pero como Daria lo había vivido, y no yo, para mi pensar en Daniel era puro amor y placer. No había NADA ligado al sexo con él que se relacionara con el dolor y el miedo.

Me paré y le agarré la mano, con ternura. La llevé a mi mejilla y él adaptó sus dedos a mi piel, aceptando acariciarme. Sentirlo, después de tantos meses de duelo, para mi era como tocar el cielo con las manos.

—Esperé mucho para volver a verte —le dije, desde el fondo de mi corazón. Él no iba a entender bien a qué me refería, pero serle sincera como Brisa para mí era importante—. Pensé que jamás iba a volver a verte, pensé que iba a tener que acostumbrarme a eso. Y ahora te tengo de vuelta conmigo —Me llevé su mano a los labios y la sostuve ahí—. Y te amo. Lo que más quiero en este mundo es estar con vos.

Me arrimé lentamente a él, hasta abrazarlo. Apoyé la mejilla en su pecho y Daniel me cubrió con los brazos, lentamente, como con miedo de lastimarme.

—Si no... hubieses venido después de que él. Si yo no supiese que estuviste conmigo, para limpiarme de todo lo que me lastimó... No sé que haría con mi vida —musité—. Seguro por eso quise terminar con ella —Me tembló la voz. Fue inevitable que me imaginara una vez más lo que Daria debió de haber sentido, incapaz de escapar del dolor y del miedo en su propia piel—. Vos sos... lo único que me salva, Daniel.

Eso último no era real de la forma en la que se lo quería hacer ver. Para Daria, superar su violación y mantener relaciones con otro hombre tendría que ser terriblemente difícil. Pero para mí, Daniel si era lo único que me salvaba porque era la única razón por la que estaba ahí de vuelta. Estar con él era todo lo que necesitaba para seguir luchándola y eso implicaba todo tipo de amor, incluido el sexual.

Me estiré hacia arriba, alcanzando su mentón. Le planté un suave beso bajo los labios, de pronto reflexionando que quizás, mas que decirle lo que me pasaba, lo que él significaba para mí, estaba intentando manipularlo y no era justo. Él tenía derecho a sentirse como se sentía y yo debía respetar sus tiempos.

Pero, en ese instante, Daniel me abrazó más firmé, pasando los brazos por mi cintura. Me estrechó contra él y su boca encontró la mía.

Me besó suave, apenas tocándome, temiendo romperme y no hice nada para acelerar las cosas. Era evidente que todo el mundo esperaba verme destruida, siendo la victima que Daria era. Él más que nadie y empecé a debatirme sobre el papel que debía jugar.

—Daniel —susurré, cuando pasamos un minuto así, con un toque tan lento y sutil de nuestros labios que pujó constantemente por desatarme—. No... tiene que ser ahora. Es que...

No sabía cómo plantearle que para mi amarlo era amarlo de todas las maneras, que el sexo no era algo superficial, sino una muestra de afecto genuina. Y, mucho menos, sabía cómo planteárselo si tenía que actuar como una persona abusada lo haría según el prejuicio, como la mujer que se la pasa encerrada temiendo el contacto de cualquier hombre. Si eso era lo que esperaban de mí, no creía tener las herramientas para explicarles que no todas las victimas de violación reaccionaban de la misma manera y que a la vez mi relato fuese creíble en el tiempo.

—Te amo —me dijo, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos y las cavilaciones que jamás llegué a decir. Todavía tenía su boca contra la mía—. Quiero hacerte feliz y ayudarte a olvidar.

Profundizó el beso aceptando mi petición y, aunque me entró un calor que me recorrió desde la cara hasta la punta de los pies, aunque me derretí en sus brazos y suspiré de placer, me sentí culpable por haber usado ese discurso para llevármelo a la cama.

Me costó ponerle las manos en el pecho y separarme. Me dolió muchísimo más de lo que a él le jodió, porque por supuesto estaba atento a cualquier cosa que pudiese molestarme.

—No quiero... no quiero que sea porque necesito que me cures. Por olvidar —susurré, sin poder verlo a los ojos. Esto de fingir ser Daria y tratar de intercalar verdades de Brisa se complicaba en algunos momentos y en ese era uno. Los discursos estaban superpuestos, pisados y no se correspondían. En esos instantes, tenía que darme cuenta de que no podía ser ambas—. Quiero que sea porque te amo, porque te extraño.

Elegí ser Brisa, como cada momento en el que estaba con él, demostrándole mis sentimientos. Yo era la que había viajado en el tiempo a consciencia para verlo de nuevo, para salvarlo. Todavía no estaba nada dicho y podía perderlo. Siempre podía ser la última vez que lo viera y quería aferrarme a él todo lo que pudiera.

Le pasé las manos por la nuca, esta vez manteniendo una actitud diferente: la que esperaba su respuesta. No bajé la cabeza, no evité su mirada, pero esperé.

Los ojos de Daniel se humedecieron por un momento y creí que iba a llorar. Me acarició el mentón antes de acercarme a él y volver a besarme con delicadeza. Fue otra vez medido, pero desbordaba de cariño y devoción. Cerré los ojos, embelesada. Esa era la forma en la que Daniel expresaba lo importante que era para él y, por eso, seguí esperando.

Entonces, me levantó en el aire y me llevó por la sala como si no pesara nada. No se separó un instante de mi y mantuve los ojos cerrados hasta que se detuvo. Mis pies tocaron el suelo de madera y mis pantorrillas dieron con el borde de la cama.

Solo en ese momento, me besó con más que solo ternura. Me besó hambriento, intenso. Pude sentir como cada vello de mi piel se erizaba cuando desató el nudo de mi bata y sus pulgares encontraron la piel de mi cadera.

Daniel deslizó sus manos por mi abdomen, rozó mis pechos, provocándome, y llegó a mis hombros para tironear de la tela y dejarla caer. Hice un esfuerzo sobrehumano para mantenerme de piel, pero sin que tuviera que decir nada, me sujetó y me estrechó contra él.

Me agarré del cuello de su camisa, desesperada por obtener más. Intenté desabrocharle los botones, atrayéndolo más hacia mi cuerpo. Quería sentir cada parte de su cuerpo contra el mío y la ropa me estorbaba como nunca antes. Percibí su dureza bajo los pantalones y refregué mi pelvis contra él.

Gruñó entre mis labios, completamente excitado. Soltó mi espalda solo para enterrar los dedos en mi trasero. Le arranqué dos botones y lo único que hice fue hacerlo perder el equilibrio. Cayó sobre mí y apenas atinó a sostenerse con un brazo, para no aplastarme. A pesar del deseo atroz que nos carcomía, él insistía en cuidarme.

Se trepó sobre mi y mis piernas quedaron atrapadas entre las suyas. No perdí el tiempo y alcé despacio mi rodilla para seguir estimulándolo, mientras desabrochaba el resto de los botones de la camisa de forma más controlada.

Daniel jadeó en mi oído y recorrió mi cuello con un rastro caliente de saliva. Susurró el nombre de Daria y me suplicó que no parara. Su ansiedad me puso otra vez los vellos de punta y aumenté el ritmo de mis caricias hasta que alcancé el botón de su pantalón. Casi que lo arranqué y él siguió suplicando cuando finalmente me deshice de su camisa.

Su mirada se llenó de expectación en cuanto bajé sus pantalones y sus calzoncillos. Todo de una. No necesitó pedirlo para que yo volviera a rozarlo lenta y cuidadosamente con la rodilla. Tampoco necesité pedirle que continuara besándome, porque esta vez se dejó caer del todo sobre mi cuerpo desnudo y pude sentir su piel tibia contra la mía.

Los pantalones cayeron al suelo y gateó sobre mí para que quedar a la misma altura, comiéndome la boca sin parar, tan profundo e intenso que se me fue el aire. Pero realmente dejé de respirar cuando me soltó y su lengua bajó por mi cuello.

Le dedicó especial atención a mis pechos y la electricidad que partió desde allí me obligó a cerrar las piernas, conteniendo el placer que también se me anidaba entre ellas. Ese movimiento, en conjunto con sus caricias cada vez más expertas, me arrancaron gemidos que esperé que ningún huésped del hotel escuchara.

Esta vez, yo le supliqué a él cuando siguió bajando y sus manos me abrieron sin esfuerzo. Lo miré, embobada, hasta que su boca comenzó una tortura que no fui capaz de soportar. Dejé caer la cabeza contra la cama y lloré de placer.

Daniel nunca me había hecho eso. No me había atrevido a pedírselo ni tampoco había intentado hacer lo mismo con él, porque siempre temía parecer saber demasiado para ser una supuesta joven virgen y educada en la castidad. Pero ahora que lo obtenía, como si me hubiese leído la mente, como si supiese que era lo que me gustaba, me daba cuenta de que no iba a poder vivir sin eso y que nunca, nunca, iba a dejarlo ir.

—Por favor, te necesito —logré decir. La voz me salió aguda y extasiada.

Él susurró algo que no pude oír. O, quizás estaba tan sumergida en ese placer, que no pude entenderlo. Solo volví a verlo cuando me soltó y mi mente se quejó, haciendo ecos de frustración.

Sin embargo, Daniel solo se había erguido y se estaba acomodando para darme todo de él. No tardó en hundirse en mí, suave y tierno, cuidadoso como siempre. Se arrimó a mí y llegó hasta el fondo, ahí, en el borde de la cama.

En seguida, nuestro ritmo pasó de calmado a desenfrenado y agradecí que así fuera. Agradecí que dejara salir su lado salvaje y sensual y recé para que luego no se sintiera culpable por lo que deberíamos o no hacer en una situación así.

Yo no era Daria y quería amarlo a mi manera: la del fuego y lo intenso, la de lo peligroso y lo inesperado. Y si Daniel también me amaba, tenía que hacerlo de la misma forma en la que yo lo hacía.

Cuando aumentó el ritmo, aplastándome sobre la cama, con su boca contra la mía, a punto de terminar, entre gemidos y suspiros, me dije que él lo había aceptado hacia rato. 

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