Capítulo 23: Verdades en la cara
Capítulo 23: Verdades en la cara
Klaus regresó a la habitación como una hora después. Estaba cabizbajo y se negaba a mirarme a la cara. Yo tampoco quería mirarlo y pasar tiempo con él, pero sentí que solamente lo hacía porque tenía vergüenza de que su hija hubiese sido abusada y eso me hizo enojar como nunca.
—¿Qué? —le espeté—. ¿Te da asco que me hayan sacado las ganas de vivir?
Él solamente exhaló con brusquedad y siguió hasta la ventana, sin ganas de lidiar conmigo.
—Daria —se quejó—. No se puede hablar con vos.
—No, al contrario. No se puede hablar con vos —repliqué, alcanzando con dificultad el vaso con agua que apenas me habían dejado en la mesa auxiliar. Se habían apiadado de mí y me lo habían dejado con la condición de que tomara solo un sorbo y si no volvía a vomitar. Estaba tan desesperada que acepté, pero era difícil resistirse con toda la garganta seca y raspada como la tenía—. ¿O crees que, si hubieses sido un padre comprensivo, yo no te hubiese pedido ayuda?
Él arrugó la nariz. Pude verlo desde donde estaba.
—¡Tendrías que habérmelo dicho igual! ¿Y ahora yo soy el culpable?
—¡Yo obviamente no soy la culpable! ¿O es que creés que me regalé, que dejé a propósito que este tipo me tocara? ¡No, papá! —Dejé el vaso en la mesa y traté de no pensar mucho al respecto, porque iba a volver a vomitar—. Peleé con todas mis fuerzas... pero nunca paró. ¡Por eso salté al río ese día, quería morirme de una vez para no tener que cargar con la vergüenza, porque seguro tenía miedo de estar embarazada de ese hijo de puta y porque vos me querías obligar a casarme con un desconocido!
Se giró hecho una furia hacia mí, pero no se atrevió a acercarse a la cama. Me vio recostarme con dificultad y se debatió, en su lugar.
—¿Saltaste al río?
Apenas si lo miré.
—Sí. Quise matarme.
Él inspiró ruidosamente por la nariz, como si así intentase contener la furia que sentía. Pero continuó trabado ahí, junto a la ventana.
—¿Recuperaste la memoria? ¿O fue un truco?
Arqueé las cejas en su dirección antes de dejar caer la cabeza en la almohada y dedicarme a observar el techo.
—No me acuerdo todo. Solo eso. El golpe debió haberlo detonado. O quizás el hecho de que Gunter fue el último que vi antes de caerme y me dijo cosas muy extrañas que no pude entender. Cuando... me dormí y vi solo oscuridad, me acordé de eso.
Me quedé lánguida sobre la cama, tratando de controlar mis reacciones, tratando de recordar que no eran mías, que eran de Daria. La única forma que tenía para soportarlas era considerarlas externas, como correspondía, como era en verdad.
Entonces escuché los pasos de Klaus acercarse a la cama. Se detuvieron a un metro de distancia.
—¿Él fue el último que viste? ¿Qué pasó?
Supe que estaba pensando lo mismo que yo había llegado a maquinar en algún momento. Suspiré, pero no me moví.
—Me encaró cuando salí de la casa de Daniel, cuando iba a buscar mis cosas a casa para fugarnos —dije, con tranquilidad, ignorando con cambio su respiración al mencionar esa situación—. Me tuteó, me exigió explicaciones como si nos conociéramos y se notaba que despreciaba mucho a Daniel. Lo odiaba... Lo odia. Me pareció raro, me asustó la forma en la que decía que cómo me había atrevido a estar embarazada de él. Así que me fui rápido. Estaba bajando las escaleras cuando de repente empecé a volar.
Nos quedamos los dos en silencio por largos minutos. No nos miramos tampoco, hasta que Klaus agarró el sillón que estaba en la sala y lo acercó a mi cama. Se sentó ahí y carraspeó, para llamar mi atención. No se la dí.
—¿Crees que él pudo haberte empujado? —me preguntó, con tanta suavidad que logró que moviera la cabeza hacia él, sorprendida por su tacto. Tenía un codo en el apoyabrazos y la mano le cubría el rostro.
—Sí —respondí—. Creo que fue él.
Se masajeó la frente, agobiado.
—¿Cuánto tiempo pasó esto, Daria?
Miré el techo otra vez. De nuevo, no tenía respuesta para eso, pero sí sabía que había sido desde antes de conocer a Daniel. Por alguna razón que desconocía, eso lo tenía clarísimo.
—No me acuerdo bien. No puedo asegurarte que haya pasado antes o después de conocer a Daniel. Tampoco si fueron una vez o muchas, no al menos por ahora. Pero sí sé que él me estuvo probando, estuvo viendo si me había olvidado también de eso. Todas las veces que me lo crucé, actuó como un pobre inocente... No... no se asemeja nada el cómo actúa siempre a como... —Me callé y cerré los ojos con fuerza para mitigar los recuerdos. No quería pensar más.
Klaus se tomó unos minutos de reflexión antes de volver a hablar. Bajó la mano y se dejó caer en la butaca, agotado, al igual que yo en la cama.
—El obstetra dice que no está confirmado, pero que podrías tener entre 6 y 4 semanas de embarazo. ¿Crees que es de Daniel?
Asentí, lentamente.
—Gunter no me tocó ni una sola vez desde que me tiré al río y perdí la memoria. Y eso fue hace más de tres meses.
Otra vez nos sumimos en un silencio sepulcral. Lo único que se podía escuchar fue el creciente ajetreo de los pasillos del sanatorio. Una enfermera nos interrumpió para controlarme y preguntarme si no había vomitado y Klaus se irguió en su butaca, más continuó callado mientras me revisaban.
Apenas la enfermera se fue, carraspeó otra vez. El bigote se le puso tieso.
—Estuve hablando con Daniel —dijo. Escuchar eso hizo que me diera un vuelco el corazón. Tenía miedo de lo que podía decirme—. Yo lo juzgué mal. No están en quiebra realm...
—Basta —contesté, agitando la mano apenas escuché que hablaba de plata—. Lo único que te importa es eso, como siempre. Por favor, dejáme sola. No quiero hablar con nadie excepto con Daniel.
—Daria —replicó Klaus, con el tono de tipo malo—. No terminé de hablar.
—Yo sí de escucharte.
—Yo te escuché recién —me indicó, levantando apenas la voz—. Ahora te toca a vos escuchar lo que tengo para decir —Bufé, dispuesta a contraatacar, pero esta vez él me ganó y no pude decir nada a tiempo—. Hablé seriamente con él de todo lo que pasó. Y sigo enojado con los dos, con vos, con lo mal que te portaste. Y con él, por no haberte tenido respeto. También le dije que no cambiaba nada entre ustedes si milagrosamente te despertabas. Pero la situación es otra ahora.
Alcé el mentón y fruncí el ceño.
—¿Cuál es la situación ahora?
—Sobreviviste y fuiste ultrajada. Daniel es tu única salvación. Tu reputación depende de él. Y no está en quiebra y puede mantenerte y darte una buena vida.
Había muchísimas cosas misóginas en esas cuatro oraciones. El hecho de que Daniel fuese mi salvación para ocultar mi violación, el hecho de que pudiese mantenerme... Pero no pensaba discutir cuando justamente eso era lo que había buscado. Lo que más quería yo era a él.
—¿Vas a... permitir que nos casemos, entonces?
—Sí.
Durante un minuto más, solo me quedé viéndolo, tratando de contener los sentimientos encontrados y realmente no reprochar nada. Deseaba decirle que era un viejo descarado e interesado, pero ya le había dicho suficiente.
—¿Y qué va a pasar después? —dije, en cambio, al final.
Klaus frunció el ceño.
—¿Después?
—Después de que nos casemos. ¿Vas a seguir metiéndote en mi vida? Luché bastante por ella, por estar acá hoy, como para que tu permiso para casarnos sea un permiso parcial, en donde lo único que hagas es controlarnos.
Él arrugó la nariz y el bigote se le agitó, rabioso. Me pregunté si lo que dije no se tomaba como una queja, al fin de cuentas.
—Daria, yo soy tu padre...
—¿Y qué va a pasar con Gunter? —lo interrumpí, dispersándolo de mi posible error—. ¿Qué vamos a hacer con él? Me violó y es casi seguro que me empujó por las escaleras.
Funcionó y de pronto Klaus estaba dejándose caer contra el respaldo otra vez, conflictuado y preocupado. Se frotó la frente y se alisó el bigote por un rato, hasta que negó con la cabeza.
—No podemos denunciarlo formalmente por la violación —dijo—. Es probable que estés embarazada de Daniel, tuviste relaciones íntimas antes del matrimonio y eso... No es bueno para tu imagen.
Sentí como si me hubiesen dado una bofetada. Lo único que pude hacer fue boquear como un pez.
—¿Estás diciéndome que por haber tenido sexo mi denuncia de violación no sería creíble? —dije, con la voz contenida. Me sentí indignada e incrédula, porque había pensado que, con denunciarlo, con el poder que yo tenía como hija de un hombre acaudalado, cuando Gunter no era nadie, sería suficiente. Pero por la expresión del padre de Daria, parecía no ser así.
Klaus guardó silencio y se levantó de la butaca. Dio vueltas por la habitación y no me animé a decir nada mientras él meditaba seriamente y comprometido con la situación de su hija por primera vez en su vida.
—Voy a sacarte de este lugar lo más pronto posible —dijo él, de la nada, sorprendiéndome—. En cuanto los médicos digan que podés irte, lo mejor va a ser que Elizabeth y Daniel te lleven a Buenos Aires.
Me erguí en la cama.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí. Todos en La cumbrecita creen que estás a punto de morir.
—¿Incluido Gunter?
Klaus caminó apurado hacia la puerta. La abrió y se detuvo solo para responder.
—Incluido Gunter. Voy a hablar con los médicos.
Me dejó sola una vez más, sopesando las posibilidades y la ventaja de que Gunter me creyera muerta. Aunque todavía no entendía porqué mi testimonio y el poder del padre de Daria no sería suficiente, con lo obsesionado que Gunter podría estar con ella, eso era bueno para darnos tiempo. Sin embargo, eso no ponía a Daniel a salvo. Si él regresaba a La cumbrecita por cualquier cosa antes de que me enviaran con él a Buenos Aires, estaría a su alcance y eso era lo que más me aterraba.
Comencé a morderme las uñas de la ansiedad, tratando de tener un plan que para evitarlo. Estaba tan concentrada en ello que no me di cuenta de habían abierto la puerta de la habitación. Continué mirándome los pies, pensando en los detalles del relato de la muerte de Daniel hasta que escuché mi nombre. O el de la persona que era ahí.
—Daria.
Reconocí su voz y pegué un brinco. Levanté la mirada con el corazón latiéndome a mil por hora y vi su rostro en la entrada. Daniel no tardó más que un milisegundo en correr hasta mi, pero me pareció una eternidad y pude captar con exactitud todos los sentimientos que se reflejaban en sus ojos: había una mezcla de alegría, incredulidad y el más genuino sufrimiento.
Me alcanzó cuando yo ya estaba llorando y me rodeó la cintura con los brazos, sin poder evitar levantarme un poco de la cama. Me agarré de su cuello y cuando lo sentí, tan firme y vivo, con su respiración agitada en mi oído y su voz cálida soplándome el cabello, estallé de verdad.
Lo había extrañado tanto estando en 2017 que había creído que mi vida amorosa se había muerto con él en 1944. Intenté hacer un duelo sin éxito y acarreé ese dolor por meses. Pero haberlo visto, unas horas atrás, de nuevo como un fantasma, sin poder tocarlo, besarlo y amarlo otra vez, me destruyó por dentro.
Ahora, al fin tocándolo, teniéndolo de vuelta, aún con todos mis miedos, lo que sentía era alivio. Lloré a gritos, clamando su nombre y estrechándolo contra mi todo lo que pude, sin poder evitarlo, porque había pensado que jamás volvería a verlo.
Daniel no se separó ni un segundo de mí. Me acarició la espalda y los brazos y también dijo el nombre de Daria un millón de veces, llorando tanto como yo. Solo le alejó un segundo para recorrer mi rostro con los dedos, llevándose las lágrimas y asegurándose de que fuese real.
Nos miramos a los ojos sin pausas y supe que él de verdad me amaba tanto como yo a él y que, de alguna forma, a través de todo ese lío temporal, nosotros dos teníamos que estar destinados. No había otra respuesta para lo que había surgido entre ambos.
—Creí que nunca iba a volver a verte —susurré, aferrándome a las mangas de su camisa, dispuesta a no soltarlo jamás.
—Yo creí que no iba a volver a verte —me dijo, temblando e inclinándose para besarme la cara. Cuando encontró mis labios, di un respingo y me derretí en sus brazos. Fue como la primera vez que besó, que mis piernas se convirtieron en gelatina. Pero esta vez yo estaba tan cansada, física y emocionalmente, que me derrumbé sobre la cama y solo sus manos me sostuvieron.
Me llenó de vida y de calor. Ese beso fue lo que necesitaba para seguir luchando por él, por nosotros y por ese bebé y la sensación agónica que tuve hacia rato sobre no saber cómo solucionar las cosas, se me pasó de golpe. Era capaz de hacer cualquier cosa por nosotros y lo sería mientras estuviese a mi lado y me besara y me abrazada así.
Lloré otra vez, agradecida con el universo por esa segunda oportunidad, disfrutando de las caricias que me dedicó donde sea que pudo tocarme. Él también lloró y sus lágrimas de felicidad de mezclaron con las mías.
—Señor, necesito que se aparte de la paciente —dijo una voz, de pronto, detrás de él y yo gruñí en respuesta, aferrando más fuerte a Daniel, negándome a terminar nuestro beso. No había sido suficiente. Ni siquiera habíamos podido profundizar el beso, ¡ni siquiera un poco de lengua y ya estaba ese médico castroso rompiendo los ovarios otra vez!—. ¡Señor! Sino voy a llamar a seguridad para que lo saquen de acá. ¡Está alterando a la paciente!
—¡Por favor! —gritó una mujer. Era Elizabeth—. Acaban de reencontrarse, ¡no sea tan insensible!
—La paciente es nuestra prioridad, señora. Estos exabruptos pueden ser muy perjudiciales para su salud. ¡Debo insistir!
—No —me quejé, entre los labios de Daniel, pero él me dejó ir lentamente, escuchando al médico en vez de mí.
Se alejó de la cama, sonriéndome para calmarme, pero yo solo me preparé mentalmente para hacer un berrinche. Acababa de verlo, no habíamos estado abrazados ni dos malditos minutos y no me interesaba escuchar nada más que su voz. ¿Tan difícil era respetar mis sentimientos y necesidades por un ratito?
Arrugué la frente y abrí la boca, para quejarme, pero enseguida entró Klaus al cuarto, hecho una furia, y se encargó de enfrentar al doctor insoportable, que traía una radiografía en las manos y al obstetra como refuerzo.
—¡Exijo una explicación para toda esta farsa! —gritó el padre de Daria y solo solo pude mirar a todos los presentes, estupefacta.
—¿Qué farsa? —repliqué, molesta, con toda la cara mojada. Me senté mejor en la cama y estiré mi mano hacia Daniel. Él se apresuró a tomarla y se acercó otra vez a mí. No entendía qué estaba pasando, pero tocarlo era mejor que nada—. ¿Qué pasa ahora?
Elizabeth nos miró con pena, pero cuando estuvo a punto de interceder, Daniel mismo me apretó la mano y se inclinó hacia mí.
—Todo va a estar bien, no te preocupes. Escuchemos al doctor y después... —me dijo y, a pesar de que estaba feliz de verlo, quise darle un bife por no apoyarme en esa. ¡Necesitaba soldarme a él por lo menos tres horas más antes de tranquilizarme! Que me hablaran de una farsa y estuviera tanta gente dentro de mi cuarto me alteraba, no Daniel, como decía el pelotudo ese.
Pero él me lo suplicó con la mirada y no me quedó otra que aferrarme a la sensación de sus dedos entrelazados con los míos como única base para mis emociones.
—Esto no es una farsa, señor —dijo el médico insufrible, con tono neutro y dando un paso hacia delante, centrándose en mí, en vez de en Klaus. No se atrevía a enfrentarlo después del último encontronazo—. Traigo acá la radiografía que le hicimos apenas llegó al sanatorio para demostrarle, a usted y a su familia, que tuvo un traumatismo de cráneo. Su padre cree que le mentimos y que alteramos la radiografía o la intercambiamos con la de otro paciente, porque las posibilidades de que usted despertara y estuviese hablando y razonando eran mínimas, como le aseguramos a su familia en un principio. Por eso, requerimos otra radiografía para comprobar los daños.
Me quedé viéndolos con la boca abierta y, principalmente, al obstetra, que parecía incómodo con la situación. No entendía nada de lo que estaba sugiriendo más que el hecho de que querían sí o sí hacerme la radiografía.
—¡Estoy embarazada! —exclamé—. ¡No voy a hacer otra radiografía! Creí que eso ya lo habíamos dejado claro.
—Como me lo informó el doctor Ocampo, no está confirmado su embarazo —insistió el doctor insufrible—. No hay motivos suficientes para evitar este estudio y es necesario para esclarecer esta desafortunada situación
—¡Está claro que no tengo el cráneo partido! —grité, entonces, señalando la radiografía que tenía en las manos. Desde donde estaba podía notar que en los huesos de la cabeza se notaba una fisura importante, grave. Se veía tan bien que ni necesitaba exponerla a la luz—. ¡No podría estar así si tuviese eso! Claramente tuvieron que equivocarse. ¡Eso tiene que ser de otra persona!
Klaus se adelantó.
—Por supuesto que sí y por eso voy a demandarlos —dijo, con un gruñido bajo muy gutural—. Nos hicieron creer a todos que mi hija se moría, ¡y acá está! Peleando como si siempre.
El doctor, por su propia seguridad, retrocedió.
—Queremos esclarecer esto tanto como usted, señor Dohrn, pero primero tiene que convencer a su hija de permitirnos realizar la radiografía. En caso de que estuviese equivocada, se despedirán a las personas implicadas en este error.
—¿Incluido usted? —gaznó Klaus—. Porque fue usted quien me perjuró, apenas mi hija llegó a este sanatorio, que estaba muy grave. ¡Usted mismo dijo que fue el primero en recibir los estudios y que ella podría no despertar nunca!
Me tapé la cara con la mano libre. No tenía ganas de soportar eso. Ya estaba bastante molesta por la interrupción como para encima soportar esa pelea. Si ese doctor no quería alterarme, se estaba equivocando feo con todos eso.
No tenía ganas de aguantarlo y esta vez lloré de la pura impotencia. Lo único que deseaba era marcharme de ese lugar lo más pronto posible. En las horas que había estado ahí, no me había sentido nada cómoda y con toda esa situación me había saturado.
—Me quiero ir —jadeé, intentando salir de la cama. Daniel se avivó enseguida de mis intenciones y me atajó antes de que pusiera los pies en el suelo.
—No, Daria, no —me frenó, pero yo utilicé su agarré para ponerme de pie.
Todo el mundo en la habitación se puso como loco. Elizabeth corrió a ayudarnos y también trató de convencerme de que volviera a la cama. Klaus, en cambio, le gritó sacado al doctor que si yo tuviese la cabeza partida al medio como sugirieron en primer lugar, no podría ni siquiera ponerme de pie. Los dos médicos, abrumados, intentaron contener al hombre alemán hecho una furia y también evitar que caminara.
—¡No quiero estar más acá! —grité—. ¡Me quiero ir ahora!
—¡Voy a sacar a mi hija de este sanatorio ahora mismo!
—Klaus, ¡no! ¿Si esto es una mejoría superficial qué vamos a hacer? —se quejó Elizabeth—. Es el mejor sanatorio de Córdoba.
Mientras todos discutían entre sí, Daniel me levantó del suelo, por el trasero y me sentó en la cama. Plantó ambas manos en el colchón, alrededor de mis caderas y formó una jaula implacable que no pude empujar bajo ninguna circunstancia.
Aprovechó para mirarme a los ojos, con seriedad, y junto su rostro al mío, hasta apoyar frente con frente.
—Tratá de seguir el ritmo de mi respiración —me dijo, tan bajito que solo yo pude escucharlo—. Inspirá... y exhalá.
Hice un pequeñísimo berrinche, pero la intensidad de su hermosa mirada me ganó y terminé imitándolo, hasta poder ignorar la mayoría de la discusión que, inevitablemente, se traslado al pasillo gracias a la intervención de enfermeras, de la seguridad del sanatorio y de Elizabeth.
Nos quedamos solos, al fin, y pudimos acompasar nuestras respiraciones. Me relajé lentamente y aflojó la leve presión que estaba haciendo contra mi cuerpo para evitar que me saliera de la cama. Trasladó las manos a mi cadera y las subió por mi espalda, tan lento y tan íntimo que pareció que no tuviese puesto ningún camisón.
Suspiré, extasiada por sus caricias, y dejé caer la cabeza sobre su hombro. En ese momento, él me estrechó con fuerza, yo abrí ligeramente las piernas y se metió en el hueco entre ellas. Nos quedamos así, simplemente abrazados y disfrutando de tenernos el uno al otro, una vez más, vivos.
Después de todo, los dos creímos que jamás volveríamos a estar juntos.
—¿Estás mejor? —me preguntó, un rato después.
—Si estoy con vos, sí —murmuré, clavando la nariz en su cuello. Aspiré su aroma y me anudé a su cintura con la intención de permanecer ahí, reclamándolo como mío, hasta que me muriera de verdad.
—Ay mi amor —me dijo él, exhalando bruscamente—. Me hubiese gustado estar acá cuando te despertaste.
—No importa —le dije, cerrando los ojos—. Estás ahora.
—Pero me necesitabas acá. Le dije a mi mamá que no necesitaba dormir e igual insistió y... Perdonáme.
No tenía nada que perdonarle. Era un ser humano como cualquiera y haberse retirado para dormir un poco no era un pecado. Y ya no me importaba. Mientras lo tuviera cerca de ahora en más para mi era suficiente. Mientras pudiese verlo, vigilarlo y protegerlo, estaría bien.
—Mientras nunca más te alejes de mi un segundo... te perdono —contesté—. No vuelvas a La cumbrecita, por favor.
—Me voy a quedar siempre con vos, no te preocupes —me prometió, dándome un suave apretón—. Ni un segundo me despego. Vos no... no sabes cómo me sentí cuando te vi tirada en el suelo llena de sangre —Su tono se volvió quebradizo—. Dije que me iba a quedar al lado tuyo hasta que te despertaras y no cumplí. Lo mínimo que puedo hacer es ser tu esclavo por el resto de mi vida.
A pesar de que su voz estaba cargada de dolor y a pesar de que me imaginé la desesperación que pudo haber sentido al verme en el suelo, casi muerta, me reí al final por su último dicho.
Sin dudas, él la había pasado peor que yo en todo eso. Porque, aunque yo había visto al fantasma, jamás había visto su cuerpo en ese barranco. Ver al amor de tu vida en esas condiciones debía ser desolador y no quería pasar por ello.
—Por eso, no volvamos nunca, por favor —le supliqué, levantando la cabeza—. Mi papá me quiere mandar con vos y con Elizabeth a Buenos Aires. Vayamos directamente, no vayamos a La cumbrecita, por favor, Daniel, ¡te lo ruego!
Daniel abrió y cerró la boca varias veces, confundido por mi petición tan desperada. Él no entendía nada, porque ni siquiera sabía que Gunter había violado a Daria y que lo mío no había sido un accidente.
Comprendí que tenía que decírselo de una manera u otra y después de todo lo que había sugerido Klaus sobre mi imagen, sobre mi integridad, me dio miedo lo que Daniel pudiese pensar de mí.
Titubeé, buscando las palabras, y él se alejó unos centímetros de mi al darse cuenta de que había algo importante que estaba pasando bajo sus narices. Lo miré una única vez a los ojos antes de decirme que él jamás me juzgaría tan mal, que él nunca me dejaría sufrir eso sola.
—Recordé algo que pasó, antes de que saltara al río —empecé, y Daniel frunció el ceño, preocupado.
—¿Qué cosa?
Tragué saliva y también me alejé un poco, sentándome mejor en la cama. Me llevé una mano al pecho y volví a sentir ese nudo apremiante en la garganta que me dificultaba respirar. Tener que describir lo que Daria había vivido era una agonía interminable.
—No era virgen cuando estuve con vos —dije y la primera frase fue como un cachetazo para Daniel. Pero antes de que pudiese sentirse traicionado, seguí—: Gunter me violó.
Esta vez, fue como si le hubiesen dado cinco cachetazos. El shock se apoderó de él y me miró con espanto y sin palabras algunas. Yo tampoco pude decir nada, porque sentí vergüenza, como una idiota. Ni siquiera me habían violado a mí, ni siquiera tenía la culpa Daria, pero sentí vergüenza de ser una víctima.
—¿Gunter? —logró decir Daniel, temblando como una hoja—. ¿Él te... te hizo...?
No pudo terminar la frase que yo me tapé la cara. Quise ocultar mi rostro de él porque no podía ver su expresión destruida.
—Perdonáme... Yo no sabía en ese momento... —dije, pero también eso era una mentira, porque Daria no era virgen debido a un abuso y yo, quien fui quien realmente estuvo con él, tampoco lo era. Me callé la boca y me sentí mal por haberle mentido así.
Enseguida, las manos de Daniel estuvieron encima de mi, tocándome por todas partes a la vez, sin saber por dónde empezar a consolarme. Finalmente, retiró los dedos de mi cara.
—¿Cuándo? ¿Cuándo te hizo eso?
Negué, rápidamente.
—No estoy segura —contesté, avergonzada aún y sin poder mirarlo—. No me acuerdo todo. Solo sé... que fue horrible, que nadie pudo ayudarme. Y que... mi única opción fue saltar al río. Quería morirme, Daniel...
Él también negó, pero me agarró los dedos y me los llenó de besos. Luego, me atrapó las mejillas y me obligó a levantar el mentón.
—¡No tengo nada que perdonarte! —exclamó—. ¡Nunca, jamás...! No sé cómo fue, pero no necesitas darme explicaciones porque... ¡Dios! ¡Ese hijo de puta! ¡Voy a matarlo!
Me soltó de golpe y caminó echo una furia hacia la puerta. Se llevó por delante la otra butaca que estaba en la habitación y la empujó al suelo, enfurecido, para hacerse paso.
Nunca lo había visto así. Daniel nunca se enojaba de verdad. Ni siquiera cuando me habló enojado, siendo fantasma, lo había visto tan fuera de sí.
Lo entendía, por supuesto, porque yo misma había querido encontrar a Gunter por hacerle pagar lo que le hizo a Daria, pero sabía que no éramos oponentes dignos para ese tipo, porque estaba loco y porque, según los recuerdos de la chica, él tenía muchísima más fuerza de la que aparentaba. Ir a buscarlo era peligrosísimo. Nos mataría antes.
—¡No, Daniel! ¡NO!
Intenté salir de la cama y pisé mal, con la pierna que tenía complicada. Perdí el equilibrio, grité y caí al suelo de rodillas. Daniel se detuvo en seco antes de llegar al pasillo y corrió hacia mí, asustado ahora por mí y prefería mil veces eso que su furia, que podía arrebatármelo para siempre.
—Daria, por dios, no podés caminar todavía. Dios mío —murmuró, arrepentido por haber salido corriendo así, culpándose por haberme hecho seguirlo para detenerlo. Me agarró aúpa y me subió al colchón.
—No podés ir a buscarlo, ¡me prometiste que te ibas a quedar conmigo! —le recordé, agarrándome a su brazo con tanta fuerza que le clavé las uñas. Pero él no se quejó.
—¡Tengo que matarlo, Daria! ¡Si tu papá no lo mata lo tengo que matar yo!
—¡No! No lo entendés... ¡él fue quien nos acusó con mi papá! Usó lo que sabía de mí, mi mancha de nacimiento, para asegurar que me había visto desnuda con vos. Y no, lo sabía porque él... —Negué con la cabeza y chisté—. ¡Me lo crucé antes de caerme! Empezó a hablarme raro, como si lo conociera, y me pareció raro y me escapé. Después volé por el aire, ¿entendés? ¡Estoy segura de que él me empujó! Estaba tan enojado porque estuve con vos de buena gana, que no pudo asimilarlo. ¡Él es peligroso Daniel! ¡Es un loco! ¡Y te odia!
Él me agarró de los hombros y me empujó de vuelta a la camilla. Ahí me di cuenta de que me había estado parando otra vez.
—¿Él te empujó? ¡Con más razón! ¡No me importa que me odie! ¡LO VOY A CASTRAR!
La puerta de la habitación se abrió de golpe. Klaus entró, todavía enfurecido, y por un momento pareció que habría una competencia entre quien estaba más enojado, si Daniel o él.
—No tenemos tiempo para eso ahora. Nos vamos —nos dijo, mientras Elizabeth lo seguía al interior del cuarto, con mala cara, evidenciando lo poco que a ella le convencía esa idea—. No vas a pasar en esta clínica ni un minuto más.
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