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Capítulo 2: Daria Dohrn


Capítulo 2: Daria Dorhn

Me paré en medio de la habitación de Daria. Era más grande que el cuarto que tenía en casa. Estaba llena de un mobiliario de madera macizo y elegante. La cama era de dos plazas, en un rincón había un tocador con perfumes y lo que parecía ser productos de maquillaje y cajitas con joyas.

Giré sobre mí misma, observando el vestido empapado que se me pegaba a las piernas y a los pechos. Qué horror, todos me habían visto así. Estiré la tela, pensando en lo que Daniel podría haber pensado de la loca de su prometida, y marché hasta el ropero enorme, junto a un espejo de cuerpo entero. Esperaba tener toallas ahí adentro.

Tiré de las puertas antes de darme cuenta de lo peculiar que era mi reflejo. Me olvidé de las toallas enseguida, me giré hacia el espejo y tragué saliva. Había pensado, por tonto que fuera, que Daria era una persona distinta. Pero ahí estaba yo. Yo, mojada, con el pelo por los hombros, con una expresión de espanto. No me cabía en la cabeza que pudiéramos ser tan parecidas, ni siquiera ante la idea de estar en su lugar. Simplemente, había creído que estaba dentro de su cuerpo. No había nada más alejado que esto.

Yo era Daria, o eso parecía.

Me llevé las manos a la cara. Durante el primer rato en esa época, había mantenido a raya la mayor cantidad de mis reacciones. Ahora estaba explotando. Me dejé caer contra el armario, ahogué un gemido y al final me eché a llorar.

Me quedé allí hasta deslizarme al suelo. Trataba de procesar la realidad mientras me pellizcaba y le rogaba a los cielos que despertara pronto. Eso no podía ser más que una pesadilla, un shock postraumático por casi haberme ahogado...

Me quedé dura, ya sin lágrimas, mientras caía en la cuenta de que la última vez en mi época había estado muriendo. Me pregunté qué había pasado conmigo en realidad si yo ahora era Daria y si estaría siquiera viva. Me pregunté si Daria estaba en mi lugar, o en cambio si ella había muerto y yo la había reemplazado al morir en mi época.

Me mordí las uñas, destrozando la perfección de manicura de Daria sin importar nada. Si yo estaba muerta, no tenía otra posibilidad que esa. Si Daria estaba en mi lugar, quizás si había posibilidades de regresar. Podríamos intercambiarnos otra vez.

Todo eso me hacía recordar un libro que había leído en Wattpad y me reí siniestramente cuando me di cuenta de que esta era mi versión más bizarra de esa novela. La única diferencia es que Daria era de origen alemán y no francés, como en la historia. Y allí no estaba con un príncipe español, si no con un chico que pronto sería un fantasma.

Me llevé la otra mano a la boca. Si yo tenía razón, no faltaba mucho para que Daniel muriera. No se veía mayor que en esos momentos. Podía ser en una semana, o incluso mañana.

«No». Me frené antes de pensar en advertirle. Si ya estaban preocupados por mi supuesta falta de memoria, al decirles que tenía visiones del futuro iban a mandarme al manicomio. No quería ni imaginarme como era uno en esos años.

Traté de tomar aire. Años cuarenta. Por la ropa, parecía que estaba en los cuarenta. La Cumbrecita estaba en sus comienzos o eso creía. No podía asegurarlo porque no había tocado los folletos.

No sabía qué hacer ni cómo actuar, no tenía ni idea de qué tan diferente era la sociedad por aquel entonces y tampoco tenía idea de cómo manejar una vida en con un padre así de estricto y para colmo un prometido que iba a morir.

—¿Señorita Daria? —dijo alguien del otro lado de la puerta. El ama de llaves había vuelto—. ¿Puedo pasar?

Me castañearon tanto los dientes que terminé mordiéndome un dedo.

—¡No! —exclamé—. No puedo, no quiero, digo... me estoy cambiando —agregué. Tenía que actuar normal, que actuar como Daria lo mejor posible. Fingiría que nada malo me pasaba más que un golpecito.

—Deje que la ayude, señorita. ¿Ya se ha secado?

Me apreté el dedo herido.

—Estoy bien, estoy... estoy en eso —respondí, estirando el cuello para que la voz me saliera mejor.

—El doctor está en camino. Por favor, vístase.

Me forcé a pararme. Encontré unas cuantas mantas dobladas en un cajón y me sequé con eso. Después de tanto rato bancándome el agua, el pelo ya había escurrido bastante. Me quité el vestido con esfuerzo y me miré la ropa interior como si estuviese viendo a mi abuelita.

Era un espanto. Me quité todo lo mojado y empecé a revolver en los cajones. Traté de ponerme todo de vuelta teniendo en cuenta cómo lo tenía antes. Me puse el corpiño de abuelita, los calzones y hasta ahí llegué. Había tenido un fajín encima y no era capaz de ponérmelo de vuelta.

—Ya fue —murmuré—. Nadie se va a fijar.

Busqué otro vestido y encontré uno parecido, con mangas y botones al frente. Otra vez, parecía un vestido de Allie Hamilton en El diario de una pasión. Sin embargo, al ponérmelo y mirarme al espejo, me dije que no me parecía nada a ella. Parecía yo, pero disfrazada. El pelo lacio me caía hasta los hombros, sin gracia, y era evidente que el maquillaje que había llevado hasta ahora no aguantaba más. No tenía ni idea de cómo alguien iba a tragarse que esa Brisa vestida de muñequita antigua era la verdadera Daria Dohrn.

Cuando estuve lista, abrí tímidamente la puerta. En el pasillo, estaba el ama de llaves, dando vueltas por todo el sitio.

—Eh, hola, ya estoy vestida —le avisé.

La mujer corrió hasta mí y casi me empujó dentro de la habitación. Recogió la ropa mojada y me señaló que me acostara en la cama a esperar al médico. No pasó mucho tiempo para que pudiera oír las voces masculinas en las escaleras y me acongojé. Tenía que fingir que me había golpeado, pero ahora me agarraba la duda y no sabía si era mejor decir de un lado o del otro.

El padre de Daria irrumpió en la habitación, seguido de Daniel y del doctor, que fue invitado a pasar primero. Nadie me dejó explicar nada y fue mejor así. Yo no sabía cómo era que Daria había ido a parar al agua y el único que podía explicarlo era Daniel.

Sin embargo, como antes, él fue escueto y le explicó al médico que yo no parecía estar recordando nada. El médico dejó su maletín a los pies de la cama, me saludó y empezó a hacer lo habitual. Me tocó la garganta, revisó mis pulmones a través de mi respiración, me preguntó si había tragado mucha agua, dónde me dolía, qué parte de la cabeza me había golpeado...

—Ah... —Me quedé con la boca abierta por unos segunditos—. No estoy segura —resolví al final. ¿Dónde se suponía que estaba el lóbulo temporal...? ¿O era el frontal? ¿O no tenían nada que ver?

El médico no se inmutó. Empezó a tocar mi cabeza de un lado a otro, presionando y preguntando si allí me molestaba. Por las dudas, dije a todo que sí menos a la nuca. Al terminar, el hombre también preguntó si estaba mareada, si tenía náuseas y qué era lo que recordaba.

—No me siento mareada ni nada eso —respondí, haciendo un gesto con las manos y tratando de verme seria, como todos en esa habitación—. Estoy un poco confundida porque en realidad no recuerdo nada.

—No parece haber sido un golpe muy fuerte —dijo el hombre, suspirando y mirando al señor Klaus—. La cabeza no tiene signos de contusiones preocupantes, tampoco creo que sea grave. Su falta de memoria puede ser temporal, recomiendo llevarla a Córdoba para que le realicen más estudios en los próximos días.

El padre de Daria no parecía contento con llevarme hasta allí. Y eso que no era más que unos cuantos kilómetros.

—¿Pero cree que pueda quedarse aquí sin problemas?

Bien, no tenía ganas de llevarme; qué buen tipo, ¡qué buen padre! Traté de que mi cara no revelara nada de lo que pensaba, especialmente porque mi primer gesto de respuesta fue captado por Daniel, que todavía permanecía en el umbral.

—Unos estudios no vendrían mal; pero si ella no tiene ningún otro síntoma, quizás no sea algo tan urgente. Puede también ser una reacción normal ante una experiencia un poco traumática. Si casi se ahoga, podría haber quedado muy asustada.

—Quizás sea eso —me animé a intervenir, ganándome una mirada tan reprobatoria que desee que me hubieran arrancado la lengua.

—Ojalá que no —respondió el señor Klaus, sin paciencia.

Bajé la mirada y me concentré en mis manos. Ese tipo no quería ni un poco a su hija; ya no sabía qué era peor: si estar bajo las órdenes de un tipo así o estar bajo las órdenes de uno que podía engañar. Miré a Daniel, estando cada vez más de acuerdo con Daria por lo que sentía hacia ese arreglo. Ella parecía no tener escape ni libertad.

—Creo que va a estar bien —dijo el doctor, levantándose. Me recomendó reposo por los siguientes días y nada de agitaciones. Por el momento, estaba de acuerdo con eso, porque si podía evitar salir de ese cuarto para encontrarme al primo de Hitler, iba a pasarla mejor.

El señor Klaus acompañó al doctor afuera, seguidos por el ama de llaves, y Daniel se quedó solo un segundo más en la puerta, inspeccionándome. Le hice algo que pareció una sonrisa y él se fue, un poco confundido.

Cuando me quedé sola, no supe qué más hacer.

Me levanté de la cama y recorrí la habitación, buscando pistas que me hicieran comprender mejor a Daria y su vida. Ella tenía mucha ropa, muchos zapatos con tacones y ni un solo pantalón. Arrugué la nariz cuando me di cuenta de que iba a tener que ponerme esos vestidos todos los días y que no había algo plano que usar en los pies.

—Ni un par de ojotas, ¿no? —mascullé, cerrando el placard y enfocándome en los cajones, las cómodas y la mesa que tenía los elementos de belleza. No pensaba tocar ninguno porque podía llegar a hacer algo mucho más moderno con ellos. En otro cajón, encontré más collares, anillos y pulseras. Algunos, eran dignos de fiestas elegantes—. ¿Quién iría a una fiesta así en medio del campo? —manifesté, cerrando la caja y yendo hasta la ventana.

La Cumbrecita era mucho menos atractiva que en el futuro. Me hubiera gustado tener el folleto para poder saber un poco más sobre su origen y crecimiento. Algunas casas ya estaban en pie, pero otras brillaban por su ausencia. También había menos árboles y los que estaban eran más pequeños. Desde mi habitación, todavía podría apreciar las colinas, las sierras peladas y el cielo lleno de nubes. Estaba lloviendo en otras cumbres, por eso la crecida en el Río Medio.

Me iba a aburrir como un hongo, me iba a re morir de calor y para colmo no iba a poder salir ni a mojar los pies en el agua que igual iba a estar helada. De ahí a poder buscar una solución para mi problema...

Golpearon la puerta y salté a la cama, apurada por fingir estar convaleciente. Apoyé la cabeza en la almohada y acepté que entraran. Daniel abrió y me ojeó, como si supiera que no había estado allí cinco segundos antes.

—Su padre considera buena idea que pase tiempo con usted para asegurarme de que no va a caerse por una ventana —avisó, dejando bien en claro que no era su idea.

—¿No era que no podías entrar a mi pieza?

—No si no me dejan, él o usted, digamos —dijo él, sin moverse.

—¿Y si no te dejo, qué? —pregunté, porque sí.

Daniel frunció el ceño, como si lo estuviera desafiando.

—Me quedo acá, por lo menos hasta que su papá venga a ver por qué no estoy siendo encantador en exceso.

Negué con la cabeza.

—No quiero que te hagas el lindo ni el encantador, ni nada. ¿Insiste en que tenés que conquistarme ahora que estoy hecha una loca?

Daniel siguió en la puerta. Movió la cabeza de arriba abajo.

—Puede ser. Ahora que ya fui amable y dedicado, me voy —añadió.

Me hizo un gesto y me dejó sola, como si nunca hubiese estado allí. Me quedé viendo la puerta con sorna. Bien que él tampoco tenía mucho aprecio por Daria. Aunque si ella lo insultaba, era fácil entender por qué.

Mi padre no volvió a visitarme en todo el día. Solo el ama de llaves, Bonnie, apareció para decirme que debería bañarme. Estaba bastante sorprendida de que no lo hubiese hecho ya, pero tuve que recordarle que no me acordaba dónde estaba el baño.

La pobre mujer se murió de vergüenza y me ayudó con las toallas. Junto a mi cuarto, había un baño que aparentemente era solo mío. No podría haberlo adivinado, así que seguí a Bonnie, descalza, preguntándome si su nombre era alemán, inglés o tendría algún otro origen. Me hacía acordar a la nenita de Toy Story 3.

Me abrió las canillas y llenó la bañera mientras yo miraba el cuarto con ojo crítico. Esperaba que mi padre no durmiera cerca de mi habitación, porque si quería correr en pijama o con poca ropa a la madrugada de urgencia, no deseaba cruzarme a ningún hombre.

Me bañé, extrañando las comodidades de mi época y la calidad de los elementos de aseo. Sin embargo, no me quejé mientras Bonnie estuvo esperando afuera, dispuesta a acompañarme a la cama otra vez.

Me llevó la cena y me animó a dormirme temprano. Cuando por fin el padre de Daria apareció para decirme que apagara las luces, me sentí mucho más asustada que antes. Si había llegado a tener miedo antes, ahora en la oscuridad de una habitación desconocida con una cama que me resultaba extraña y ropa que no era la mía, me sentía desolada.

Al fin y al cabo, sí estaba sola. Miré las vigas de madera, pensando cómo adaptarme a un lugar como ese. Ya sabía lo que no sabía de todo ese asunto, por lo que encontrar una manera de adaptarme era lo siguiente. Bonnie no iba a ser de gran ayuda; era una mujer un poco atolondrada y el acento a veces me dificultaba entenderle. El padre de Daria... ni hablar; iba a ponerse a gritar en alemán en cualquier momento. Estaba esperando que declarara realmente su lealtad a Hitler porque, como me había dicho el ama de llaves, estábamos en 1944. Si no lo había hecho ya, claro.

Mi única opción era Daniel. Era la menos agresiva, la más fácil de encarar y la que me podía dar mejores resultados. Después de todo, él me había salvado la vida, o la de Daria, y había sido bastante amable y comprensivo, aunque no le simpatizara.

Cerré los ojos, decidida a buscarlo y a pedirle su ayuda al día siguiente. Después de todo, a mi padre le importaba poco si me caía por el barranco, si me ahogaba otra vez o si realmente tenía una contusión grave en el cerebro. Si no hacía reposo, iba a darle lo mismo.




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