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Capítulo 19: Cuentos de tragedia


Capítulo 19: Cuentos de tragedia

Ocupé su lugar en la silla de la computadora. En la página se podía leer una sección de leyendas oficiales del pueblo de La Cumbrecita. Era la página del gobierno, del pueblo. Me entró un escalofrío cuando leí el título:

"Amor trágico"

Me giré hacia mi hermana y negué, al borde de las lágrimas. Ya me había entrado el miedo. No quería saber.

—¿Querés que lo lea yo?

—No, no —dije, a pesar de todo.

Me tapé la cara con las manos y traté de serenarme, porque ahora que sabía que no había sido un sueño, en peso de lo que había dejado atrás era mil veces más fuerte. Me tomó varios segundos enfocarme en la pantalla y concentrarme en eso. La historia era obvia, era lo que yo ya sabía.

"Amor trágico, la historia que no pudo ser.

Era el final del año 1943 y el flamante Klaus Dohrn anunciaba el compromiso de su única hija con el hijo de una acaudalada familia de Buenos Aires. El matrimonio, concertado, fue una noticia en especial desagradable para Daria Dohrn y para Daniel Hess, la otra parte del contrato, por lo menos por los primero tres meses. Se dice que la personalidad de la novia no coincidía para nada con la del novio y que ella lo despreciaba abiertamente.

Pero, como en las novelas románticas, en enero de 1944 Daniel salvó a su prometida de morir ahogada y la relación dio un giro inesperado y feliz para sus padres. Ambos se enamoraron y aceptaron el compromiso como una bendición. Para finales de abril de ese mismo año, cuando la pareja estaba ansiosa por casarse y mudarse, los Hess perdieron gran parte de su fortuna y Klaus Dohrn terminó el compromiso, para disgusto de su hija, que definió su postura al respecto. Las cosas se complicaron inesperadamente cuando a Klaus le llegaron los rumores de que Daria estaba embarazada y ese mismo día la muchacha fue encontrada casi muerta a los pies de una de las escaleras que facilitan el acceso por las calles del pueblo.

Daria estuvo viva por al menos tres semanas más, habiendo sido confirmado su embarazo. Debido al nivel de tecnología médica del momento, fue imposible mantenerla con vida hasta que el bebé naciera.

Después de la muerte de su hija, Klaus Dohrn entró en una profunda depresión y, aunque intentó hablar con Daniel por su falta de confianza, el joven se negó a recibirlo, dolido por la muerte de su prometida. Sin embargo, antes de que Daniel volviera a Buenos Aires, casi un mes después, fue atacado en las escaleras de su casa y fue encontrado sin vida horas después en un barranco junto al terreno. Se determinó que había sido golpeado en la cabeza con fuerza y arrojado desde la altura de las escaleras hacia el barranco.

Nunca se descubrió al asesino, pero durante algún tiempo se rumoreó que el mismo Klaus Dohrn había sido el culpable, enloquecido por la pérdida de su hija. También, se rumoreó la intervención de un tercero en discordia, barajando la idea de que Daria no se había tropezado en las escaleras, sino que había sido empujada.

La trágica historia de los enamorados estuvo surcada por las inflexiones de la sociedad de la época y, quizás, por malas manos. Lo que a la gente de La Cumbrecita le queda claro es la intensidad del cariño que se guardaban y cómo del odio al amor hay un solo paso. Quienes conocieron a Daria y Daniel contaron sus deseos de escapar juntos y criar a su hijo, sin importar dinero o posición económica.

Hoy por hoy, algunos juran escuchar a un hombre llorar en las escaleras de la casa de los Hess. Otros, aseguran haber visto en el camino a una muchacha de vestido rojo, que baja apresurada las escaleras por las cuales alguna vez habría caído. Los más románticos, dejan ofrendas en ambas escaleras, como ramos de flores y pequeños anillos de fantasía esperando así que los enamorados se encuentren, aunque sea, en el otro mundo".


Luna me apretó los hombros. Terminé de leer con esfuerzo, temblando y sin poder decir nada al respecto. Era lo que yo me había temido y ahora no sabía qué iba a hacer. Porque era verdad, porque había pasado, porque yo había sido Daria en esos cuatro meses y había muerto en el momento en el que había regresado a mi cuerpo real, al de Brisa.

Había estado embarazada y ese bebito se había muerto, igual que Daniel, al fin y al cabo. Lo que nunca me habría imaginado es que yo me iba a ir primero.

—Bri... —me dijo mi hermana—. ¿Necesitas acostarte?

Ella, que había escuchado toda mi historia, no necesitaba preguntar para darse cuenta de que no me había equivocado en nada.

—Necesito llorar —dije.

—No te pongas mal —intentó, pero cuando la miré, la que lloraba era ella.

—¿Qué hacés, boluda? —me quejé, largándome a chillar como una nenita chica.

—Ay, Bri, de verdad que lo siento mucho.

Yo no sabía qué decirle. Mi decepción fue tremenda, más que nada, porque sí sentía que era culpa mía el haberme tropezado y haber dejado a Daniel solo. No pude evitar que alguien lo lastimara. Fue mi culpa porque no estuve ahí para evitarlo, ¡que era lo mínimo que tenía que hacer por él después de haberse arriesgado para sacarme del agua!

Me abracé a Luna y me obligué a esconder el llanto para que mamá no nos escuchara. Ella se quedó conmigo, más fiel que nunca, y me escucho balbucear sobre él, sobre lo mal que debía haberse sentido su mamá, sobre cómo él había sido atacado, ¡sobre como él debía haber sufrido mi pérdida y la del bebé! Después de todo, no había nadie más que él, porque en ese lugar no había sido querida de verdad por nadie más que Daniel.

—¿Quién pudo haberlo matado? Bri, ¿tenés idea? —me dijo Luna, como media hora después, cuando me trajo otro alfajor que tenía escondido en su cuarto.

—No.

—¿Habrá sido el nazi?

Me limpié la cara y mordí el alfajor. Iba a engordar de verdad, pero cuando tenía ansiedad era lo único que podía hacer.

Pensé en Klaus y su forma de ser y la verdad es que nunca me pareció un asesino. Con todo lo frío e hijo de su mami que era, tampoco lo creía capaz de matar. Pero si seguía el hilo de las hipótesis de la gente, podía ser que él creyera que mi muerte, la de Daria, era culpa de Daniel y se sintiera enojado con él.

Pero el tema estaba, obviamente, en que Klaus no quería tanto a su hija como para desquitarse matando a otros. Él realmente no se preocupaba más que por las apariencias y dudaba que esa depresión que contaban en el sitio web fuese real.

Además, habían pasado casi dos meses desde que me caí por las escaleras y Daniel fue encontrado muerto. Era demasiado tiempo para una supuesta emoción violenta de un padre dolido. Seguro había tenido muchas chances de desquitarse antes. Y por eso, para mi Klaus no era el culpable de nada. Él solamente me había orillado a la desesperación y la desesperación me había hecho desear huir. Y por eso había agarrado el camino por las malditas escaleras.

Rechiné los dientes, enojada con el viejo nazi, como le decía Luna, porque eso sí había sido culpa suya.

Por lo demás, sabía que no podía señalarlo. Daniel había estado muerto desde el principio y alguien más había metido mano y podía no tener nada que ver conmigo. Pero, entonces, significaba que María se había equivocado, porque ella había jurado y perjurado que Daniel moriría por mi culpa. Además, ella sí había acertado con el tema de las escaleras. Los dos habíamos terminado mal en unas.

—Deja un minuto de pensar en Daniel —me dijo Luna, pero antes de que abriera la boca para quejarme, indignada, ella agregó—: Pensá en vos. ¿No dice que podrían haberte empujado?

Fruncí la frente y me limpié los mocos que me habían salido de tanto llorar. Realmente pensé en mí y en lo que había pasado, pero también creía que era un agregado de la historia para hacerlo todo más trágico.

—Eso no, no pudo haber sido así porque yo estaba sola. No sentí que nadie me empujara. Además, eso que dicen del fantasma de la chica de vestido rojo es cualquiera. Lo pusieron para ponerle más onda dramática al asunto. Yo no tenía un vestido rojo ese día. Daria tenía millones, pero yo no me maté con un vestido rojo como ella...

Me callé de golpe, preguntándome si en realidad, si era posible, hipotéticamente, si alguien había visto a un fantasma vestido de rojo no sería la verdadera Daria, que sí había muerto con uno en el río. Podía ser una imagen de repetición, al igual que el hombre del risco, Enrique.

—¿Qué? —me preguntó Luna y le expliqué lo que pensaba. Así como pensaba que, si Daniel seguía ahí, Daria podía estarlo. Podía ser que María nunca hubiese querido decírmelo.

—Es que podemos estar toda la vida haciendo conjeturas —dije, tapándome las piernas con la colcha—. Que el fantasma de rojo no es la verdadera Daria, que quien la odiaba tanto como para empujarme, además de lady Paine, claro...

—¿Y qué con ella?

—Estuvo dando vueltas por ahí, pero seguro la habría escuchado si hubiese estado atrás mío. Por los tacos.

Lo único que me cerraba es que lo mío había sido un accidente y me habría quebrado el coco. Era evidente que en esa época no podía mantenerse a alguien en coma por vida, por lo que ni siquiera mi hijo había podido sobrevivirme el tiempo suficiente como para nacer, cosa que en la actualidad podría llegar a pasar. Además, ese bebé era más bien un feto, muy pequeño. Con una madre catatónica e imposible de recuperar no hubiese llegado ni a la esquina.

Me dolía por eso, me dolía porque durante algunos minutos había llegado a imaginar que, si Daniel y yo no escapábamos, íbamos a tener una vida normal y feliz y el bebé iba a nacer. Ahora, estábamos los tres muertos.

—No —me recordó Luna, antes de obligarme a lavarme la cara y a dejar de comer alfajores para bajar a cenar—. Vos estás viva.

Solamente hablé de eso con Luna durante el siguiente tiempo. Ella me escuchaba y me daba comida y yo hablaba y comía. Por suerte, los ejercicios que empezamos a hacer juntas en casa, para continuar con mi rehabilitación, me ayudaron a mantenerme en forma y activa. Y también me ayudaba a combatir la psicosis que sentía a menudo.

Dejé de ir a la psicóloga por voluntad propia y fingí que todo estaba bien y que por dentro no lloraba la muerte de alguien que llevaba bajo tierra como unos... ¿setenta años? Si hubiese sido realmente un sueño, podría haberlo tratado con la profesional, porque podríamos haber indagado en mi inconsciente. Pero acá yo estaba haciendo el duelo de una persona real y los viajes en el tiempo, para el resto del universo, no existían.

—Es mejor así —me decía Luna, cuando me obligaba a contestarle el teléfono a mis amigas para salir—. Tenes que aceptarlo y pensar que él está bien. Que en La Cumbrecita él te sonrió. Seguro te reconoció y por eso se te apareció.

Eso me ponía peor, en realidad. Lo único en lo que podía pensar era en que tenía que hablar con Daniel y al menos saber quién lo había matado.

—No puedo —le contesté, después de rechazar una salida a un boliche. No me sentía con muchas ganas de salir a un lugar donde la gente me apretujara. Además, no podía tomar alcohol y cuando hacía mucha humedad me dolía la pierna. El frío tampoco ayudaba. A veces, era mejor quedarse en casa y ver Harry Potter hasta llorar con Dobby.

Tampoco le dije nada a Laura. Ella pasaba poco tiempo conmigo, por su trabajo. Y además estaba en otra. Así que cuando venía, Luna hablaba de cualquier boludes para que nadie me preguntara porque tenía cara de... nada. Porque no llegaba a ser cara de culo ni tampoco era una cara alegre. Era cara de no sé qué carajo hacer.

—Inscribíte en la facu —me dijo mamá, una tarde—. Hace una materia; te va a hacer bien ir. Fijate qué horarios podés hacer para ir junto con Luna y no volverte sola.

Sí, de distracción me servía, pero cuando quise inscribirme, lo primero que vi en las propagandas de Google fue un cartelito que me invitaba a La Cumbrecita.

—Me tienen que estar jodiendo —dije. Me costaba mucho no entrar miles de veces a la página donde contaba nuestra trágica historia, así que no debería hacer falta aclarar que me pasaba horas buscando fotos de Daniel. Nunca había encontrado ninguna, así como tampoco información sobre su familia o el lugar donde podría estar enterrado.

Ignoré el aviso y me dispuse a recuperar mi vida normal, me dispuse a ser Brisa una vez más, al menos durante tres segundos, hasta que por impulso le di click al cartel. Era una oferta por temporada baja, invitando a los turistas a pasar unos días en una villa casi europea, con una foto de La Cumbrecita nevada.

—¿En La cumbrecita nieva? —me dije, sorprendida, pensando que había sido bueno no llegar al invierno en ese pueblo porque con esos vestidos me iba a convertir en un cubito.

Revisé el aviso hasta que la idea repentina de ir para allá se apoderó de mi mente. Evalué los precios y mientras más buscaba, más me daba cuenta de que estaba decida a hacerlo. Irónico que hacía décadas lo único que quería era borrarme de ese lugar.

Entonces, entré a la página de micros que se recomendaba, compré un pasaje con la extensión de la tarjeta de mamá y además reservé una habitación para dentro de dos semanas.

Apreté los dientes, pensando en qué iban a decir mis progenitores si se enteraban antes, pero ya no había vuelta atrás. Luna iba a tener que ayudarme, porque no podía explicarle las razones para ir. Solamente tenía que ir y resolver mis dudas.

Cerré la página de la oferta de viajes y volví a mirar la pantalla de la facultad. Me tomé unos segundos y empecé a hacer click en las materias. Cuando terminé, me fui a la cama y me dije que empezaría la facu con la cabeza en calma. 

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