Capítulo 18: La Brisa que quedó
Capítulo 18: La brisa que quedó
Escuchaba un sonido agudo. Había un pitido cerca de mi oído izquierdo. Era molesto, era como una alarma de un reloj zumbándome en el tímpano. Pero no podía moverme para apartarlo. Quería levantar la mano y esta no me respondía. Quería pensar en algo más que en el pitido, pero tampoco podía.
Tardé milenios en darme cuenta de que podía estar muerta de verdad. Me tomó otros tantos siglos más comprender que, si estaba muerta, Daniel también lo estaba. Por otro lado, también razoné que en el cielo no debería haber ruidos tan feos.
Tres siglos después, escuché palabras que, en vez de tranquilizarme, me alarmaron. Dijeron "contusión cerebral", "coma" y "traumatismos múltiples". Luego, hablaron de problemas en el oído, posibilidades de recuperación en los próximos meses, estadísticas y un montón de nombres raros. Después, dijeron las palabras "Resonancia magnética".
Y abrí los ojos en un golpe.
Estaba en un hospital, había pantallas y maquinas; había un montón de cosas que se ven en las películas y uno no sabe nombrar. Tenía suero, tenía una máscara de aire y una sonda pegada a la nariz.
Temblé, cuando me di cuenta de que estaba viva, sí, pero no en la época que esperaba.
Me senté de un golpe y se me desengancharon algunas cosas. La enfermera, que había estado revisando los monitores, pegó un grito, sorprendida por mi repentino despertar.
—¡...! —quise gritar y preguntar dónde estaba, pero nada salió de mi boca. No pude decir ni una sola palabra y eso me hizo entrar aún más en pánico.
—¡Tranquila, linda! Tranquila, todo está bien. Estás en el hospital —me dijo ella, agarrándome de los brazos con tono cariñoso apenas se recuperó de la impresión.
Pero yo no podía calmarme. Sabía que estaba en un hospital, claro que sí, pero mi histeria estaba ligada a qué año en específico estábamos y porqué me tenían en ese lugar. Me obligó a acostarme y llamó al médico, mientras yo no paraba de intentar abrir la boca para expresarme, hasta que me dí cuenta de que me dolía todo el cuerpo.
Me quejé y la enfermera empezó a decirme que era normal que me sintiera adolorida porque llevaba un tiempo en la cama. Cuando el médico encargado de piso entró, me vio despierta y sufriendo, se acercó a mi para empezar a explicarme las cosas. Le ordenó a la enfermera que llamara a mi madre y ahí, antes de que pudiera dejar al hombre hablarme, me puse a llorar.
Me puse a llorar, porque la había extrañado horrores, porque deseaba abrazarla para pedirle que me ayudara a olvidarme todo lo feo que viví. Pero también lloré por lo que había dejado atrás, porque eso significaba que no había hecho nada para salvar a Daniel y que quizás a eso se había referido María. Lloré porque él seguía muerto y porque también lo estaba yo, como Daria, en ese tiempo. Y también, si había estado embarazada, ese bebé estaba muerto.
Pasaron muchísimas cosas antes de que realmente pudiera ver a mamá. Lloré casi todo el tiempo y tuve que dejar que me hicieran miles de pruebas, que me controlaran, que me movieran de la cama a la camilla y de ahí a otros lugares del hospital. En algún punto, dejé de registrar lo que sucedía. Mi cerebro no dejaba de dar vueltas sobre todo lo que había dejado atrás, mientras me preguntaba cómo iba a volver a ser Brisa si Daria se había convertido en parte de mí.
Cuando finalmente mamá apareció, también lloraba.
Me abrazó y me explicó, de nuevo, lo mismo que me dijo el doctor pero que en un principio no pude entender bien: la corriente de la crecida de La cumbrecita me había arrastrado hasta unas piedras. Tuve un traumatismo de cráneo y tuvieron que operarme, además de los huesos que me había roto en el resto del cuerpo. Hacía cuatro meses y un poco más que estaba en coma y que nadie entendía por qué, si estaba estable y ya bien de mi contusión, no despertaba.
Obviamente, esos eran los cuatro meses que había pasado en 1944. Yo no había muerto, pero mi alma sí se había despegado de mi cuerpo. Era lo único que podía entender, porque las razones caprichosas que me habían llevado a habitar el de Daria y luego regresar abruptamente no podía imaginarlas. Me pregunté si esto le pasaba a todas las personas que quedaban en coma o era algo conmigo. Y con ella.
Después de mamá, apareció papá con mis hermanas y tanto Laura como Luna estuvieron super cariñosas conmigo. Jamás vi a mi hermana más chica tan atenta y tan dulce. Lloré también cuando ellas me sonrieron y me mostraron fotos de Hani esperando en casa. Lloré cuando nadie pudo evitar llorar de agradecimiento, porque estaba de vuelta.
Y así era. Estaba de vuelta con ellos, estaba en mi lugar. Volvería a mi casa, volvería a mi vida real, con un papá, MI PAPÁ, que sí me quería y me valoraba. Yo pertenecía a ese año, no al anterior. Al menos, eso me dije para calmarme y mitigar las dudas, los miedos y el dolor intenso que tenía en el corazón, porque con la cantidad de cosas que ocurrían, era incapaz de procesar todo. Mi cabeza ya estaba demasiado lastimada como para arraigar preocupaciones por dos tiempos distintos a la vez. En aquel entonces, en esos momentos, me dejé ser y dejé que mi realidad, mi vida de verdad, me absorbiera.
—¿Querés pollo? Si querés, puedo ir al quiosco a comprarte papas fritas.
Dije que no por décimo quinta vez. Luna estaba hecha un pan de Dios, pero resultaba muy pesado a veces. Ese era mi último día en el hospital después de haber despertado del coma milagrosamente y estaba re podrida de todo. Quería irme a casa, quería dormir en mi cama, ver a mi perra. Sobre todo, quería que todos dejaran de mirarme como si me fuese a morir ahí mismo.
Había creído, también, que con el paso de los días me iba a sentir mejor, pero era al revés. Con el paso de los días, no sabía si había estado loca y lo del fantasma y todo lo de 1944 me lo había imaginado, producto del golpe en la cabeza, o si era cierto.
La angustia y las dudas que me tragaba no hacían más que alimentar mi alma rota y frustrada; no podía hablarlo siquiera con alguien y expresar mi malestar y mis preocupaciones, así que no me quedaba otra que hacerme la cabeza sola, encerrada en mis propios pensamientos e ignorando cada vez que alguien me hablaba, sin darme cuenta.
Pero no podía abandonar mis cavilaciones. Me atosigaban todo el tiempo y no me dejaban dormir. Se acumulaban con mis preocupaciones por mi salud física y hacia preocupar a los médicos, porque se daban cuenta de que no descansaba y que me perdía a menudo durante el día.
—Bri, Brisa, ¡Bri! —me llamó mi hermana, agitando sus manos delante de mi cara. Ahí supe que me había estado hablando y no la había escuchado, de nuevo.
No le contesté y seguí dando vueltas por todos los detalles de mi viaje en el tiempo y posibilidades de que solo hubiese sido un sueño. Sin embargo, si había sido un sueño, ¿cómo podía llegar a sentirse tan real?
Mis sentimientos por Daniel me tenían con un constante dolor de panza. No sabía dónde dejarlos, en esas circunstancias, y a la vez no sabía cómo manejar todo con la realidad del 2017, esa en la que mi familia había sufrido y en la que yo iba a necesitar meses rehabilitación.
—No te preocupes —me dijo Luna, dispensando mi momento de ausencia—. Cuando lleguemos a casa, te voy a comprar alfajores Jorgito, ¿dale? ¿O querés el Terrabussi Torta? —No supe qué decirle, así que no respondí, de nuevo. Luna dio palmadas frente a mi—. Bri, ¿me estás escuchando? ¿Otra vez estás en transe? ¿Tengo que llamar a la enfermera del pelo en el lunar?
Me pasé una mano por los ojos y negué, prestándole atención al fin. Me sentí mal por no sentir ganas físicas ni mentales de devolverle toda la atención que me daba.
—Tengo muchas cosas en la cabeza —le contesté, en un susurro—. No me pasa nada, no te preocupes.
—Capaz que necesitas un psicólogo. Es lo que le dijo el médico a mamá; un psicólogo que te ayude a sentirte mejor con todo lo que pasó.
Saqué las piernas por el borde de la cama y agarré mis pantalones. ¡Uf, eso sí que lo había extrañado! ¡Pantalones al fin!
En Buenos Aires ya era invierno y no solo había pasado cuatro meses en 1944 —o en un sueño— usando vestiditos, sino que también había estado en camisón todo el tiempo que estuve en el hospital. Había extrañado los jogging con toda mi alma.
—No me pasa nada —repetí, dejando que ella me ayudara. Me costaba hacer cosas básicas por la cantidad de tiempo que había estado postrada. Por suerte, las fracturas de mi pierna izquierda se habían sanado hacía tiempo, si no, sería un parto vestirme.
—No sería anormal, eh. Nadie te juzgaría —insistió Luna, pero yo elegí no responder. No sabía si era buena idea o no. Pero quizás era muy pronto para tomar esa determinación. Primero, quería volver a casa y recuperarme.
Me terminé de vestir y esperé que Luna me diera los zapatos y me anunciara a quiénes iba a pedirles que vinieran a verme y a quiénes no. Definió que mi ex novio, por muy preocupado que estuviera, no iba a poner un pie en casa.
Mejor, porque, aunque las cosas no habían terminado mal, yo no quería ver a nadie que no fuera Dan... Me pegué con la mano en la frente, cortando el hilo de mis pensamientos.
—Basta —me dije. Por ahí Daniel ni existía. Seguro era un producto de mi imaginación y seguramente no había visto su fantasma antes de la crecida. Sino que era algo que yo había colocado en mi mente después.
—Bueno. —Mi hermana se ofendió, de golpe—. No hablo más.
—No te hablo a vos —me quejé, ofuscada conmigo misma, lo que no hizo más que preocupar a Luna, que puso los ojos como platos.
—¿Llamo al médico?
—No, no hace falta —le dije, poniendo los pies en el suelo—. Me hablo a mí misma porque me desperté de un coma en donde vi muchas cosas locas.
Ahí, ella se interesó. Ya no pareció asustada y se acercó a escucharme, acomodándose en la cama junto a mí. Arqueé las cejas hacia ellas.
—¿Cosas como qué?
—Nada —le sonreí, negando con la cabeza—, boludeses. Sueños.
Aunque ella insistió, la distraje preguntándole por todos aquellos que sí habían sido mis verdaderos amigos en esos momentos crudos. Así como Luna tenía la lista de los que podían verme y los que no, también tenía la lista de los que al final ni habían preguntado cómo estaba en todo ese tiempo.
—Y de Macarena olvídate, ¿eh? Lo primero que me enteré después de que estuviese echa mierda en esa cama, fue que se comió a Martin. Muy que era tu amiga y muy que después me pidió venir a verte, pero a mi esa forra no me la hace, eh.
Tuve que admitir que si me sorprendió el cuento, pero tampoco me alteraba. Mi ex siempre había sido medio boludo y Macarena y yo no éramos tan cercanas como cuando estábamos en la secundaria.
—¿No te indigna? —me preguntó Luna, pero yo me encogí de hombros. Entendía que a mi hermana le molestaba porque sí se habían cagado en mi estado, ahí en coma en el hospital, pero a mi me daba igual.
Cuando todo estuvo dentro de mi bolsito, mamá y papá vinieron a buscarme por la habitación, dispuestos a ayudarme. Caminar grandes distancias por el hospital me cansaba muchísimo y las últimas dos semanas que pasé ahí las pasé haciendo rehabilitación física y todo tipo de estudios neurológicos. Me había partido una pierna, el brazo izquierdo y una clavícula, además del golpe en la cabeza. Con todo ya soldado y descartado cualquier tipo de daño cerebral permanente, lo cual era un milagro, ya podía ir a casa.
Apenas rengué por los pasillos. Saludé a los médicos y a los enfermeros y les agradecí por haberme cuidado y salvado la vida. Después de todo, era obra de ellos.
—No dejes de hacer todos los ejercicios, ¿eh, Bri? —me dijo el kinesiólogo que se había encargado de mí—. La semana que viene nos vemos en los consultorios para ver cómo avanzamos.
Le sonreí y le agradecí también a él por toda su buena onda. Volvería al hospital seguro, pero la internación la dejaría para siempre, de eso estaba segura.
Me tocó volver a casa con más ansiedad de la normal, con una sensación de desarraigo absoluto que solamente se pasó cuando entré y vi a Hani, que estaba como loca de la emoción. La abracé y dejé que me diera miles de besos antes de poder aspirar el aroma de mi hogar, de escuchar el crujido de la madera de la escalera, de disfrutar de los colores de mi pieza. Me puse a llorar cuando pude sentirme en casa a pesar de todos los sentimientos encontrados que tenía por dentro.
—Ya estás en casa —me dijo mamá, dándome un beso en el cachete. Me recordé que, durante todo el primer tiempo en 1944, hasta que me resigné, lo que más había querido era volver. Tenía que sentirme feliz de haber recuperado mi identidad y mi verdadera vida, porque eso era lo que yo había querido con toda mi alma. Pero mi alma estaba todo el tiempo confundida, por lo que cuando me quedé sola en mi pieza, volví a sentirme mal por todo lo que había dejado.
En realidad, me corregí enseguida, tenía que estar agradecida de haber sobrevivido y no seguir en coma con múltiples alucinaciones. Pero repetírmelo parecía un casete pregrabado con el cual no podía conectar. Era lo lógico, pero estaba vacío.
Lo primero que hice, al fin libre, fue prender la computadora. Dejé a un lado las redes sociales, porque ya las había visto desde el celular, y fui a Google. Mantuve los dedos en el aire por encima de las teclas, a punto de buscar lo que podría confirmar o negar todo. Pero no me moví, no hice nada. Empecé a temblar y a sentirme mal antes de resolver que no estaba preparada para eso, que todavía era muy pronto para enfrentarlo.
Cuando las primeras semanas se convirtieron en un tormento, por el mar de gente que vino a verme, por las repetitivas sesiones de kinesiología que, aunque con la buena onda del doctor, para mí no servían de nada, por el psicólogo al que finalmente me obligaron a ir, debido a las secuelas, por los dolores que me achacaban cada vez que subía y bajaba las escaleras, yo dejé de preguntarme si estaba bien ignorar todo eso.
Ocupé mi cabeza en mis problemas, en mi familia, en mi regreso, y fue sencillo caer en la monotonía de lo simple que era enfrentar mi verdadero destino, uno en donde nadie me odiaba, donde no me peleaba con la gente, donde no me imponían futuros injustos. Era solamente yo, Brisa, con todo lo que eso conllevaba, y era mucho más fácil que ser Daria, a pesar de todo.
Mis amigas vinieron a verme miles de veces. También me llevaron al cine y, cuando no, vinieron a casa a ver las películas que me había perdido por haber estado en el hospital, como Moana de Disney. Otro día, fuimos a comer; otro día, fuimos a un bar donde solamente tomé Seven Up y hasta hablé con un chico muy lindo.
Pero cuando volví a casa, me sentí rara. Los momentos en los que era realmente, de verdad, con todas las letras, solo Brisa, eran escasos y frágiles. Mientras más me ocupaba de mí misma, más me daba cuenta de que había algo incompleto en mí. Me faltaba algo importante.
—Es normal —me dijo Laura, el día que me llevó a la décima sesión con el kinesiólogo con su auto nuevo. Se había comprado un modelo viejito que andaba bien y que servía para lo básico—. Te perdiste muchos meses. Es lógico que si te despertás un día y te das cuenta de que estás en cualquier otro lado, vas a sentirte rara.
Tuve ganas de decirle que obviamente que si te despertás en 1944 vas a sentirte más que rara. Pero me callé, como siempre. Eso era algo que no hablaba ni con la psicóloga y por eso la mujer decía que yo no estaba avanzando, que estaba como perdida. También a ella tenía ganas de decirle que cómo mierda no iba a estar perdida si creía que estaba loca y me daba miedo decirlo.
Obvio que sí.
—¿Por qué pones esa cara? —me preguntó.
—Porque describís exactamente como me siento —le dije, con ironía—. No entiendo un carajo.
—Bueno, por lo menos Luna te puede entretener; yo en casa me aburro como un hongo y si estuviera en tu situación estaría llorando todo el puto día.
Si, Luna estaba re pesada. Pero se iba suavizando conforme pasaban las semanas, parecía que se aseguraba de que su hermana de verdad no se iba a morir y se regresaba cada vez más a su situación "natural", es decir, la de pendeja insoportable que se queja de todo.
—Ble —contesté—. Me va a engordar.
Me compraba alfajores Terrabussi Torta todos los días, como una religión. Era su última forma de decir que yo le importaba
—No te quejes, tenés buen cuerpo. Yo me como eso y el culo se me pone como una morsa.
Nos bajamos en casa. Aunque ella no se quedaba, me ayudaba a bajar y además le pasaba el parte a mamá sobre los avances con las sesiones de rehabilitación. Por suerte, aunque yo no había visto mejoras, para el kinesiólogo yo estaba bárbara y me dijo que no necesitaba más, por el momento.
Hani nos recibió con alegría y mi hermana menor con tres alfajores.
—¡Compré uno para cada una! Podemos comer las tres juntas como cuando éramos chiquitas.
Laura movió los labios y supe que estaba siendo clara al respecto. "Culo como una morsa", articuló.
—Son todos para mí, mepa.
Comimos, mamá habló con Laura y, cuando ella se fue, subí a mi pieza sin decir nada. Luna me siguió, rápida como un halcón, y se me metió antes de que cerrara la puerta; Hani también se coló.
—Me dijo Bianca que un chico quiere que le des tu teléfono y que vos le dijiste que no.
Puse los ojos en blanco. El chico del que hablaba Bianca, una amiga de ambas, era su primo y era muy pesado, un insoportable. Lo conocía desde antes y ahora se pensaba que como había sobrevivido de la muerte y como tenía dolores corporales cada tanto necesitaba caridad.
—No se lo voy a dar, que no joda. Ya se lo expliqué a ella. Le dije que no necesitaba a nadie.
Luna se cruzó de brazos.
—Hace banda que no salís con nadie. Si tenés al boludo de Martín lejos, podés aprovechar para tener una salida, pasarla bien.
Martín me había llamado un par de veces. Nunca le contesté, no quería ser mala pero tampoco quería que se volviera confuso para ambos; más con Macarena en el medio, de la cual Luna me pasaba el chisme seguido. Ella me había mandado Whatsapps super falsos de los cuales ambas nos reímos, pero nunca vino a verme y jamás, obvio, me comentó que trataba de levantarse a mi ex.
—Todo bien, Lu, pero no te des manija con Bianca por esto.
—¿Por qué no? No te vas a quedar sola por el resto de tu vida porque te partiste el coco al medio —rezongó.
Me senté en la cama y la ignoré. Era justamente el pensamiento que tenía el primo de Bianca y por eso quería hacer los honores. Yo no tenía ganas; de verdad ni siquiera con el chico con el que había hablado en el bar. Yo seguía pensando en Daniel y mis ilusiones. Y en que él estaba muerto. Si había existido, claro. Más bien, quería hacer mi duelo en paz, aunque se lo estuviese haciendo a una ilusión.
—Bri, Bri, ¡Brisa! —Me giré a verla. Me estaba chasqueando los dedos delante de la cara. Le saqué la mano—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te negás? Te quedás así, con cara de nada, como si estuvieses a años luz de distancia.
Suspiré y me recosté. Ella subió a la perra a la cama y se acostó a mi lado. En seguida, Hani empezó a morderme los dedos de los pies.
Miré el techo y seguí pensando en Daniel hasta que Luna se puso tan pesada como la perra con sus dientitos en mi piel. Las dos parecían querer joderme hasta que hablara y ni la psicóloga había logrado tanto en un mes y medio con todas sus sesiones semanales.
—No te quedó ni una marca en la cabeza a pesar del tremendo golpazo que te diste. ¿Vos sabías que hay gente a la que le queda deformado el cráneo? ¡Vos tuviste alta suerte!
No contesté, pero fruncí el ceño, tratando de seguir el hilo de sus argumentos.
—Si lo que te preocupa es que tener que explicarles a los chicos que estuviste en coma, ¡omitílo y ya está! A ver, para estar con un flaco un ratito no necesitas tampoco contarle toodaaa tu vida. Yo sé que el mercado de hombres está jodido, no te digo que no, pero...
Cerré los ojos y apreté los labios. Luna siguió parloteando sobre mis supuestas inseguridades, sobre lo que tenía que hacer y que no y que de ultima su mejor amigo Lautaro tenía amigos de mi edad que presentarme.
—Además, sos una chica re linda. No más que yo, obviamente, pero sos linda, tenés EL cuerpazo. Ningún accidente puede cambiar eso.
—Luna —dije, finalmente, exhalando con fuerza—. No tengo issues con mi físico ni con mi accidente.
Se giró bruscamente hacia mí.
—¿No? ¿Y entonces? ¡Siempre fuiste bien lanzada! —me dijo, dandome un codazo suave, pero yo abrí los ojos y le eché una mirada de advertencia—. ¿Qué? Si es verdad. Eras muy "pibe veo, pibe quiero, pibe tengo".
Puse los ojos en blanco.
—Me estás atribuyendo talentos que ni yo me conocía —zanjé. Yo nunca había sido vergonzosa, pero Luna lo estaba pintando como si comerme y garcharme flacos fuese mi deporte número uno. Cuando me separé de Martín sí la pasé bien, pero tampoco tenía tanto levante.
—Sí, sí, claro, ahora sos humilde —me retrucó, pinchándome la panza con un dedo—. ¿El coma te sacó la necesidad o...?
—¿Sabes qué pasa? —pregunté, sacándole el dedo con el que me pinchaba la panza—. Que estuve en coma, luna, ¡en coma! ¡Cuatro putos meses! Y lo peor es que estuve en otro lugar y no solamente dormida, ¿entendés?
Luna casi se cae de la cama.
—¿Que, qué?
La expresión de su cara pasó de la confusión al pánico.
—No me dés bola —le dije, cruzándome de brazos, pero ya era bastante tarde. Mi explosión de sinceridad mi hermana no la iba a olvidar ni en pedo.
—¿Qué no te dé bola? ¿Vos me estás jodiendo? ¿De qué carajo me estás hablando? ¡Yo te vi en esa cama todo el tiempo!
Suspiré y me negué a mirarla.
—Mientras estuve en coma, mi mente estuvo en otro lugar —expliqué.
Las dos nos quedamos calladas y lo único que se escuchó fue la respiración de Hani al caminar entre medio de nuestras piernas.
—¿Cómo? —preguntó Luna, finalmente, más de dos minutos después.
—Eso mismo —susurré—. Viví en otro lugar. Fui otra persona por cuatro meses y no me puedo sacar de la cabeza todo eso. Vivo preocupada pensando si me lo imaginé, si fue una experiencia extrasensorial o si en realidad pasó de verdad. Si de verdad fui a 1944 y fui otra persona. Lo más probable es que haya sido un sueño, pero para mi fue muy real.
Mi hermana me miró como si estuviese hablando en chino. Se quedó callada de nuevo hasta que pudo exigir todo lo que quería saber. Y por primera vez yo hablé; hablé sin parar sobre todo lo que había vivido siendo Daria, sobre Daniel, sobre su fantasma, sobre María y sobre la muerte de Daria.
Luna me interrumpió miles de veces mientras narraba punto por punto. Me preguntó miles de cosas, como la descripción más acertada de Daniel, o la ropa de Daria. O, por ejemplo, qué tenía puesto en la cabeza Doña Paine el día que me amenazó con decirle a Klaus que estaba embarazada.
—Si fueras ahora a La Cumbrecita, ¿crees que podrías encontrar la casa da Daria sin problemas? —dijo, trazando dibujos con el dedo en el aire, pero con una expresión seria en la cara.
—Sí, la casa de Daniel estaba igual.
—Por ahí lo de Daniel fantasma también te lo imaginaste. Digo, después del coma, y ahora crees que pasó antes.
—Sí, lo pensé. Que capaz todo fue una idealización de mi mente ya estando en coma y en sueño.
Luna asintió y dejó caer la mano.
—Peeero, yo creo que es muy difícil que una persona se acuerde tanto detalle de sus sueños, así como así. Es decir, ¿buscaste qué le pasa a la gente en coma?
—No —dije, con una mueca—. La psicóloga me preguntó si me acordaba algo pero le mentí.
Mi hermana dibujó una sonrisa de suficiencia.
—Bueno, porque yo sí. Busqué en internet experiencias de muchas personas que estuvieron en comas inducidos, porque es lo que más ahí. Y todos coinciden en que no son conscientes de lo que pasa a su alrededor y es como estar muy, muy dormido. Así que eso también implica que sus escasos sueños son bien ilógicos. Porque es la ausencia de consciencia.
Me giré hacia ella.
—¿Todo eso lo investigaste para...?
—¡Para prepararme para cuidarte, obvio! —exclamó—. La cosa es que, para mí, según mis investigaciones, que vos te hayas podido crear toda esa trama digna de Wattpad a ese nivel de detalle es imposible.
Entonces, se levantó de la cama y fue a la computadora. Rápida, encendió la pc y entró a Google. Me levanté y casi pateé a Hani al suelo de la ansiedad repentina que me invadió. Ni siquiera había terminado de procesar su teoría en base a su fuente de Wikipedia.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscar a Daria y a Daniel.
Quise sacarla de la computadora, porque consideraba que todavía no estaba lista para eso, pero Luna se puso firme y me empujó de vuelta a la cama.
—Dejáte de joder, ¿cuánto tiempo más vas a pasar así? Decís todo el tiempo que soy una pendeja caprichosa e insoportable pero bien que cuando te toca a vos no lo admitís —me dijo, enojada, de la nada. La miré con la boca abierta—. Tenés que saber si es verdad; porque si no lo fue, seguís adelante con tu vida y ya está.
Negué, presa del pánico.
—Vos no entendés un carajo, nena —le dije, con suavidad, tratando de no inmutarme por su tono—. ¿Cómo te sentirías si pasaras por lo mismo que yo? No es tan fácil enfrentar esto y quedarte pancha. ¿Qué pasa si fue verdad, eh? Si Daria se murió embarazada, de mi hijo, porque fuera su cuerpo o no, eso lo concebí yo... Si Daniel se murió después por culpa mía como dijo María... ¿Qué pasa si pasó porque él no pudo aguantarlo? O peor, si Klaus lo mató por culpa mía. ¿Imagináte...? —se me quebró la voz.
Luna se giró, en la silla de escritorio.
—Para —dijo, levantando las manos. El tono enojado se había ido, seguramente conmovida por mi angustia—. Te estás yendo de tema. No podría ser tu culpa, ¿entendés?
—Usé las escaleras cuando María me dijo que no...
—Sos una persona, no un robot, boluda —me recordó—. Fue un error, fue un accidente. Te tropezaste. Y, además, estabas con mucho estrés, pensando que el nazi te iba a sacar al bebé, es normal olvidarse y lo que pasó fue un accidente. Y no podía ser tu culpa lo que pasó después, ¿sí? Pará un poco, no te tires más la culpa. Porque si esto es verdad o no, eso sí que no te lo vas a sacar igual.
Me dejó muda. La mayoría del tiempo Luna no era tan firme conmigo. Siempre me peleaba, nunca me ponía en mi lugar. Esas eran dos cosas distintas y entendí que su argumento lógico no podía pelarlo con berrinches. Cerré los ojos y me pasé las manos por la cara, mientras ella tecleaba y buscaba en internet.
Me negué a mirar la pantalla y me distraje con mi mascota por los próximos diez minutos. Suponía que ella había puesto los nombres y apellidos que le había dado. Las respuestas podían ser miles.
—Bri —me llamó, dándose la vuelta lentamente, al final—. ¿Querés leerlo sola o querés que me quede con vos?
Se me hizo un nudo en la garganta. Empecé a temblar y me di cuenta por su expresión que no era nada bueno quedarme sola.
—No te vayas —le pedí. No tenía fuerzas para hacerlo sola.
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