Capítulo 16: Guerras internas
Capítulo 16: Guerras internas
Cuando Bonnie volvió, yo estaba temblando. Comí pan en la cocina, sin parar, mientras le decía que creía que alguien se había metido en la casa. Ella me calmó, pero se notó que estaba alarmada también.
—Tenemos que hablar con su padre, señorita. Esto no puede seguir.
Confundida, dejé que un pedazo de miga se me cayera de la boca.
—¿Esto? ¿Seguir?
Creo que se notó bien en mi cara el desconcierto, además del pánico. ¿De qué mierda me estaba perdiendo?
Bonnie se puso tan nerviosa como yo cuando insistí con la pregunta.
—Es... es su estado, no puede continuar así.
Pero fue evidente para mí que no era eso lo que había querido decir. Me quedé junto a ella, comiendo como una cerda para saciar la ansiedad, hasta que Daniel vino a la casa. Bonnie le contó por mi lo sucedido y él arrugó la frente, con el mismo gesto de preocupación que la ama de llaves. Me llevó a la sala y me abrazó hasta que no pude comer más.
—Quien entró, ¿dijo algo?
—No sé si era un fantasma o no —le confesé; y además le susurré que María me había avisado de todo eso, dándome tiempo a encerrarme. Esperaba, como siempre, que él me creyera—. Ella insistió en que no hablara y fue la que me dijo qué hacer. Pero si no hubiese sido por ella yo no sé...
Se me cortó la voz.
—Sh —Daniel me besó la frente—. No te preocupes, todo va a estar bien. Lo mejor es que no te quedes sola nunca, ¿sí? ¿Te parece?
Asentí, pero aún así señalé la cocina.
—Bonnie me está escondiendo algo —acusé, con la boca llena de migas—. Me están mintiendo.
Daniel suspiró, evitando mi mirada, y eso hizo que me enderezara. Sí, Bonnie era pésima para disimular, pero yo ya sabía que Daniel más.
—¿Vos también? —chillé, escupiendo todo el pan que me quedaba.
Daniel apretó los labios, dándose cuenta de su error, y evitó que me pusiera de pie. Me sostuvo y me puso una mano en la boca antes de que escupiera más.
—Tranquila, estás muy asustada y no es momento para asustarse más.
Estuve a punto de morderle los dedos, molesta además porque intentara salirse por la tangente en vez de explicarme las cosas.
—¿POR QUÉ? —grité, contra su piel.
Klaus irrumpió en la casa en ese mismo momento, evitando que pudiera sacarle las respuestas a Dan. Bonnie salió corriendo de la cocina, tratando de atender a su señor como si su vida dependiera de ello. Pero el padre de Daria se enfocó en nosotros en cuanto entró en la sala y se echó sobre Daniel. Por un segundo, los dos tuvimos miedo de que la señora Paine le hubiese dicho algo.
—Estás en quiebra —le espetó, dejándonos mudos. Recordé lo que Daniel me había dicho más temprano sobre la inversión de su papá y también me sorprendió que hubiese sido tan grave como eso. No me dio tiempo a enojarme con él por haberse ahorrado los detalles por mis alarmas anti Klaus estaban encendidas y me preocupó más la vida de mi prometido—. Estás en quiebra, ¿y no pensabas decírmelo?
Nos quedamos callados por un segundo, tratando de procesar la situación. Entonces, Daniel reaccionó y se puso de pie, a pesar que de casi no había espacio entre el padre de Daria y el sillón donde estábamos sentados.
—Me enteré esta mañana, usted no estaba como para poder decírselo.
—A mi despacho, ahora —rugió el monstruo y ambos me dejaron sentada con el vestido lleno de migas de pan y baba, boqueando como pez.
Bonnie se llevó las manos a la cara y empezó a decir cosas que me alarmaron en cuanto las entendí. Me levanté y corrí hacia el despacho, tratando de ir por detrás de la puerta. Bonnie me siguió y juntas nos quedamos a la espera. Los gritos de Klaus se escuchaban hasta ahí.
Lo siguiente que oí fue que, en esas circunstancias, Daniel no era una buena opción para mí.
Empujé la puerta y la encontré cerrada.
—¡ABRIME! —grité, pero Klaus me gritó desde adentro una respuesta típica suya. Algo como que no me incumbía.
No podía dejar que eso pasara. Golpeé la puerta hasta que me cansé. Bonnie me pidió que lo dejara, pero me resistí. Cuando mi padre me dijo que ese no era asunto mío otra vez, logré ver una mano fantasmal atravesando la madera justo antes de que la llave girara por sí sola.
O por obra de María.
Entré al despacho, enojada, para ver como Daniel, pálido, le suplicaba a mi padre que lo reconsiderara.
—No —gruñó Klaus, ignorándome—. El compromiso está cancelado. ¡Ustedes no van a casarse ni en un mes ni nunca!
Bonnie dio un jadeó en la puerta y huyo antes de que Daniel y yo pudiéramos tomar aire.
—No podés... —empecé a decir, pero Klaus me apuntó con un dedo.
—¡No me digas lo que puedo y no puedo hacer! El compromiso está roto.
—¡No podés! —grité, dando pasos hacia dentro—. Está todo planeado, arreglado. ¡TODO!
—Le suplico que espere —dijo Daniel, con un tono que intentaba ser conciliador, pero era casi suplicante—. No estamos en banca rota, fue un mal negocio de mi papá. Pero es algo que yo puedo arreglar. Sé cómo. Tengo muy buenos negocios y posibilidades...
—No me digas estupideces —contestó Klaus, agitando el bigote horrible y marcando como nunca su acento alemán—. Tu padre va a tener que vender el campo en Los Reartes, me enteré hoy en Córdoba. Con eso va a poder pagar la deuda. ¿Y entonces? ¿Qué queda para mi hija? Te elegí por tu buen poder económico, por las buenas relaciones, pero entonces...
—Tenemos muchísimas propiedades, tenemos una empresa que da buenas ganancias...
—¡Que también pueden ser embargadas!
Apreté tantos los dientes que creí que se me romperían, así que no pude aguantarlo más. Me adelanté, queriendo proteger a Daniel de sus gritos.
—¡BASTA! —grité, con todas las fuerzas de mis pulmones. Me planté delante del escritorio y enfrenté al padre de Daria.
—¡Sal de mi vista, Daria!
Negué.
—¿Así que esta es tu forma de garantizar tu bienestar? ¿Te cagas en la vida de los demás? ¿En los deseos, en los sentimientos que tienen otras personas? —repliqué, con la voz ronca por el esfuerzo—. No me da miedo ni tu mano, ni tus intentos por fajarme, ni tus gritos ni tu feo bigote nazi —chillé—. ¿Me obligaste a comprometerme con una persona que no quería, con excusas pelotudas sobre mi pasar económico, y ahora te das el lujo de volver a decidir sobre nosotros? ¿Vas a pasarte toda tu vida manipulando la mía? ¿No pensaste lo que esto significa para mí? ¿No pensaste que nos esforzamos en cumplir tu voluntad, en querernos y en que finalmente tenemos sentimientos el uno por el otro? ¿Te importa siquiera algo de mí? ¿O es todo vos, vos y vos?
—¡CALLÁTE!
Rodeó la mesa en un solo momento, dispuesto a silenciarme por la fuerza como la otra vez, pero Daniel se interpuso entre nosotros. Klaus no toleraba que lo desafiaran y yo no toleraba la manipulación. Estuve a punto de esquivar a Daniel para continuar la pelea, pero Klaus le gritó a él.
—¡Ya no tenés más nada que hacer en esta casa, afuera!
—¡No voy a dejar que le ponga un solo dedo encima! —le espetó él.
—¡Es mi hija y puedo hacer lo que quiera!
—¡Pegáme entonces! —grité—. ¡Pegáme y confirma que sos un hijo de puta!
Klaus se puso como loco. Dio un paso hacia delante y Daniel no alcanzó a ponerle una mano en el pecho para detenerlo. No le quedó otra que apartarme de un empujó del camino del padre de Daria. Choqué contra una de las butacas y me tragué el dolor que me produjo cuando se me clavó el apoya brazos en la cadera. Sería menos que un golpe de parte de la mano dura del hombre.
Entonces, Klaus arremetió contra mi prometido. Tuve que enderezarme y tirar de sus brazos para evitar que lo matara.
—Tu problema es conmigo —gruñí, tirando de la camisa del papá de Daria—. Tu problema es siempre conmigo. ¡No me valorás, no valorás mi opinión, ni mis sentimientos ni nada! ¡No toques más a Daniel!
—Él se va ahora mismo —jadeó Klaus, por el esfuerzo de estar luchando contra los dos. Se sacudió de nuestro agarré y me apuntó con un dedo—. ¡Y vos te vas a cuarto! No vas a salir de ahí hasta que yo lo diga, ¡no podés verlo nunca más! No me importa la plata invertida en el casamiento, es menos de lo que voy a perder si te casas con él.
Solté una puteada y tiré una vez más del brazo de Daniel, para hacerlo retroceder.
—Justamente —me quejé, con asco—, de eso hablaba.
Saqué a mi prometido al salón y Klaus nos siguió, gritando solo. No le contesté. Me parecía al pepe, él no iba a entender y yo no iba a ceder.
—Daria, no salgas de esta casa —me advirtió, pero corrí fuera con Daniel y le pasé una mano por la cara antes de pedirle que se fuera a su casa. No quería que Klaus lo lastimara más. Había logrado darle un golpe en el hombro y romperle la camisa.
—Te juro que sé cómo arreglarlo —me dijo él, con una expresión mortificada y verdadero dolor en sus ojos—. Es lo que intenté explicarle. Sé cómo arreglarlo, puse otras inversiones sin el apoyo de mi papá y sé que van a funcionar. Pero necesito que me espere.
Klaus abrió la puerta de la casa en ese instante.
—No te preocupes —le susurré—. Vamos a casarnos igual.
—¡Largo! Mentiroso.
Daniel se fue y yo me quedé ahí, en silencio, hasta que lo perdimos de vista. Entonces, me volteé hacia el hombre y fui directa.
—Daniel va a arreglar las cosas. Si volvés a meterte en mi felicidad, te juro que no vas a verme nunca más en tu asquerosa vida. Estoy cansada de ser un objeto, de no tener valor alguno, de ser un muñequito que movés de un lado a otro...
—Ya tengo bastante de tu impertinencia —me cortó, agitando el bigote rabioso, inclinándose sobre mí, pero lo esquivé a tiempo—. ¡Todo lo que hago lo hago por tu bienestar!
—¡NO! ¡LO HACES POR EL TUYO! ¡POR ESO QUISE MATARME! —grité, metiéndome en la casa y dándole un portazo a la puerta de entrada. Subí las escaleras, a punto de ponerme a llorar por la bronca y la tensión.
Con ese hombre no se podía razonar y yo estaba decidida a sacarnos a Daniel y a mí de ese lugar. Si él no conseguía arreglarlo delante de Klaus para que dijera que sí, iba a pedirle que huyéramos. Yo no necesitaba esa plata, yo no necesitaba lujos. Incluso aunque Daniel se volviera súper pobre, no me importaba. Trabajaríamos para salir adelante, como lo hacían todas las personas.
Cerré con llave la puerta de mi pieza y me quedé con la espalda en la madera, repasando cómo las cosas se desmoronaron de la nada. Lo que más me molestaba era que siempre las cosas pasaban por culpa de Klaus. Él le había impuesto a Daria una persona, él había impuesto las fechas y había apurado el asunto; él ahora se cagaba en todo lo que Daniel y yo habíamos construido a partir de la obligación. No pensaba permitir que lo destruyera. No pensaba perder lo único a lo que podía aspirar: una vida feliz y en paz lejos de ese monstruo.
Durante los siguientes dos días me la pasé enviándole notitas a Daniel por medio de Bonnie. Klaus no se marchaba de la casa porque sabía que correríamos a vernos e insistía, una vez más, que yo no podía hablar con ningún hombre.
No le discutí, pero sí escuché hablar a Bonnie consigo misma, indicando que para eso debería habernos puesto un chaperón hacia meses. Yo no sabía mucho del tema, pero así me enteré que en esa época todos los novios jamás se veían a solas, para evitar que se comprometiera la virtud de la señorita. Justamente, lo que habíamos hecho Dan y yo. Y entonces entendí que a Klaus le importaba tan poco su hija que jamás reparó en protegerla de la vergüenza.
Eso me enfureció más, porque era irónico y cínico que ahora pretendiese cortarnos la relación, cuando nunca antes de preocupó realmente por Daria. Sin embargo, me callé, porque decirle algo al respecto me dejaría en evidencia.
Aunque Daniel intentó hablar con él y exponerle las finanzas de sus otros proyectos, que servirían para recuperar la perdida de la inversión de su papá e incluso ganar muchísimo más, el pelotudo y forro del padre de Daria se negó.
Yo esperaba, en cambio, que Elizabeth apareciera mágicamente para resolver nuestros problemas. Dudaba que Klaus se atreviera a ser tan maleducado con ella y estaba segura de que podría hasta ablandarlo. Pero cuando Elizabeth llegó, una semana después de la pelea en el despacho, Klaus todavía estaba firme.
—Cuando recuperen las perdidas, quizás podamos hablar.
Elizabeth estaba muy enojada y reprendió a Klaus por su actitud, por haber golpeado a su hijo, incluso llegando a decir que tal falta de respeto y de compromiso de su parte podría llevar a ellos a no querer confirmar el compromiso luego. Daniel le suplicó a su madre que no hablara más.
Yo sabía, a pesar de todo, que ella no hablaba en serio. Había visto nuestras caras, se había dado cuenta de lo que sentíamos. Lo que ella quería decirle era que, si él no reconsideraba a tiempo, podría perder un buen casamiento con un muchacho capacitado para llenar a su hija de plata cuanto quisiera.
Klaus agitó el bigote, molesto, pero no osó atacar a Elizabeth, que con su altura y su dignidad puso al hombre en su lugar. Claro, si yo no fuera tan joven y no fuese su inútil hija, quizás, podría hacer lo mismo.
Sin embargo, en ese momento, no le quedó otra que atrasar la boda. Elizabeth nos avisó que iría al hotel a pedir un receso y a pagar los recargos por eso. También íbamos a perder las fechas del registro civil y de la iglesia, pero era la única opción que nos quedaba.
Cuando ella se fue de la casa con Daniel, un aire de hostilidad menos denso se instaló en el hogar de los Dohrn. No hablé con Klaus y él tampoco conmigo, excepto cuando tuvo que recordarme que se iría al campo, al fin, y que no me quería cerca de Daniel, porque si lo hacia, sería capaz de matarlo.
Le dediqué una sonrisa cínica, advirtiéndole que yo también era capaz de matar, porque ya había intentado hacerlo una vez por su culpa y me encerré en mi habitación.
En cuanto se marchó, al día siguiente, corrí a la casa de Dan. Le dije lo que quería, lo que planeaba y que podíamos irnos en ese mismo momento.
Él me puso una mano en la boca, mirando hacia los cuartos contiguos.
—Que ni Marta ni mi mamá te escuchen decir eso.
Dejé que sacara la mano y hablé en susurros.
—Tuvimos que atrasar el casamiento, ¿qué importa ahora? —cuestioné—. Si es que no está definitivamente cancelado. Tu mamá logró tiempo, ¿entonces cuánto tenemos?
Daniel apretó los labios y me agarró la mano, tratando de darme confianza con ese gesto.
—No sé. No puedo prever eso. El casamiento va a seguir aplazado, de todas formas, porque hasta que no lo arregle no vamos a poder conseguir nueva fecha. Por eso, Daria, esperemos. No queda otra.
Chisté, impaciente.
—Si estás seguro de que podés arreglar todo, ¿qué cambia?
—Cambia que pierdas relación total con tu papá, o que él nos atrape y nos separe para siempre.
Miré a la cocina. Marta nos estaba espiando, pero parecía que no iba a acusarnos con nadie. Elizabeth no se veía por ahí, así que supuse que estaría en su habitación arriba.
Volví mis ojos hacia Daniel y al notar su seriedad, comprendí que no iba a tomar ese riesgo. Suspiré y lo terminé aceptando, porque no podía obligarlo a nada. También yo tenía que confiar en él y tener paciencia.
—Está bien, vamos a hacer las cosas "bien" —murmuré—. A su manera, como siempre.
Daniel me besó la mano, sonriendo muy leve y sin alegría.
—Cuando nos casemos, no vamos a tener que hacer nada más a su manera. Ya no va a chantajearnos con nada.
Eso era lo que me molestaba también, tener que casarme para dejar de pertenecerle. Sobre todo porque presentía que Klaus estaría sobre nosotros aunque nos fuésemos a la china.
Asentí y lo abracé, pidiéndole que pasáramos tiempo juntos igual, pidiéndole en susurros que volviéramos a nuestra cabañita para buscar paz. Ese día, a pesar de la ansiedad y las ganas que teníamos, él me dijo que tenía que trabajar. Tenía que arreglar las cosas.
Volví a casa, insegura y un poco enojada con mi suerte, incluso a sabiendas de que era lo mejor que podía obtener de momento. Me crucé con personas que murmuraron a mis espaldas, pero las ignoré. Lo único que realmente me importaba no tenía nada que ver con ellas.
Pasó una semana más y me enteré que Elizabeth había retirado el vestido de la casa de la modista, pero lo había guardado en la casa de los Hess, en secreto, para no tentar a mi padre. Supe que no iba a usarlo jamás si las cosas no se arreglaban y la verdad es que pasé poco tiempo con Daniel después de eso, porque él se estaba esforzando a tope por salvarnos.
Me quejé solo internamente, consciente de que era injusto hacerlo, debito a que lo hacía por nosotros.
Klaus volvió y me dio miles de órdenes que apenas dediqué atención. Varias otras veces, le hice saber que jamás iba a perdonarlo y que no pensaba volver a verlo nunca.
Entonces, para mi desgracia, mientras aceptaba hacerle un mandado a Bonnie con la excusa de pasar por la casa de Daniel, tuve que encontrarme a Doña Paine, chocha de la vida por mis desgracias.
—¿Qué tal el casamiento, eh? ¿Qué va a decir tu papá cuando se entere que estás embarazada y que el padre del bebé es un pobretón?
Me contuve de partirle la cara con la mano, así que le di un bolsazo en la cabeza. Me vio medio mundo, pero me importó poco y nada.
—Ay, perdón, ¡es que tenías una abeja! ¿Sabías que si te pican muchas de ellas al mismo tiempo te podés morir? Recién vi como tres cerca de tu cabeza. ¡De nada!
Me alejé de ella, chirriando los dientes. Cuando llegué a mi casa, estaba rabiosa y me fue muy fácil ignorar a Klaus, que me advertía otra vez sobre ver a Daniel mientras él no estaba.
—Sí, sí, lo que digas —contesté, logrando que se enojara.
—¡Te voy a cortar la lengua...!
—Sí, si, como las piernas, la voz, la libertad, la capacidad de vivir, etc. No te gastes —seguí, escaleras arriba. Cuando abrí la puerta de la habitación, María me estaba esperando.
—Deberías tener más cuidado —me dijo, como único saludo.
Suspiré al verla, sin alarmarme por su intromisión, y me dejé caer en la cama apenas llegué hasta ella.
—¿Sobre qué exactamente?
—Estás en situaciones muy peligrosas. Cuidado con las escaleras, Daria.
—Soy Brisa —insistí.
—¿Por cuánto tiempo más?
No le contesté y ella se marchó. No venía a decirme nada nuevo. A esas alturas, el asunto con las escaleras ya estaba digerido. No había vuelto a la casa de Daniel usando las escaleras por las cuales lo había conocido, si no que había subido por la calle empinada y con esfuerzo, como siempre. Me había mantenido alejada de todas y tampoco había estado cerca del río.
—Ya no sé qué hacer —murmuré, para mí misma. Me sentía cansada, física y mentalmente, y no veía la hora de terminar todo eso. Pero no podía apurar a Daniel con su trabajo. Lo mínimo que podía hacer era seguir esperándolo, apoyándolo y confiando.
Eso era todo lo que tenía: mi confianza en él.
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