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1 | «Una estrella apagada»

🎤 72 horas antes 🎤

—¡Esa chica no tiene perdón de Dios! —bufa Oliver negando con la cabeza—. Ni siquiera se me ocurre cómo su novio pudo apoyarla en esa estupidez.

—Tienes que salir a defenderte, Wanda no puede hablar mal de ti para salvar su reputación y hacerte quedar mal delante de todo el mundo —La decepción es clara en los ojos de mamá—. Si sigues rehusándote a hablar la gente comenzará a creer que todas esas falacias en realidad son ciertas.

Yo soy la más sorprendida en todo esto. Hace dos semanas le hicieron una nota a mi ex mejor amiga, Wanda, en la que la entrevistadora le preguntó por mí, por qué había dejado de seguirla en redes sociales y por qué últimamente ningún paparazzi nos había captado juntas de compras por ahí. Claramente no esperaba que dijera la verdad; era obvio que no iba a exponerse a sí misma diciendo que descubrí como llevaba más de un año comprando cosas con mis tarjetas, o robándome insignificancias del closet así como también adornos de mi casa, pero mucho menos esperaba que dijera que me había metido con Mirko —su novio—, que salí embarazada y que ahora acosaba al chico a llamadas rogándole que la dejara a ella para poder ser feliz a mi lado o sino abortaría al embrión y diría que ella me obligó a hacerlo.

Hoy, hace dos horas exactamente, le tomaron otra nota y esta fue la gota que hizo volcar el vaso. Dijo que me había metido a su casa, que le había robado algo de dinero y que me tenía miedo. Que temía por su vida sabiendo que yo estaba por ahí suelta.

¡Por favor! Primero que nada, no sería capaz de hacerle daño a una mosca. Segundo, tampoco le rogaría a un chico ni que mi vida dependiera de ello. Soy una mujer independiente, talentosa, con una trayectoria artística de puta madre y un futuro brillante esperándome y eso no se lo debo a nadie más que a mi madre y mis padrinos. Tercero, tengo un novio que me ama y me respeta, ¿por qué me metería en la relación de alguien más cuando tengo todo lo que busco a mi lado?

Creí que la gente que me sigue y la que dice quererme sabría que Wanda estaba mintiendo descaradamente; se supone que me conocen y deberían saber que no soy esa clase de persona que ella describió, pero al parecer luego de que su novio hablara confirmando sus palabras la asquerosa misoginia que todo el mundo lleva dentro le ganó a su inteligencia y terminaron comiéndose el cuento de la loca desalmada Melody Corbyn a la que hace dos semanas le están explotando las redes sociales con de mensajes de odio y deseos de muerte, así como también amenazas que es mejor no repetir.

—Creo que volveré a casa —murmuro arrugando la nariz—. Mañana intentaré hablar con ella para arreglar todo esto de la forma más pacífica posible porque si salgo a contar mi verdad la gente va a dividirse en bandos y comenzará a hablar sobre eso, sobre ellos, y no quiero darles más protagonismo del que merecen.

Tampoco quiero que Wanda reciba todo este odio que ahora mismo me está cayendo a mí, porque quizá se lo merezca, pero fue mi amiga y todavía la quiero demasiado como para que me importe poco lo que pueda llegar a sentir si la gente se pone en su contra.

—Primero habla con Robin, amor, si ha visto la nota ha de estar muy confundido. Todo lo que dijo el otro día y ahora esto... Es increíble —Mamá pone su mano encima de la mía—. Llama al llegar, ¿si?

Yo asiento con la cabeza poniéndome de pie para despedirme de ella y de Oliver que me abraza y deja un beso suave sobre mi cabello. Cuelgo mi bolso al hombro y les lanzo un último beso al aire antes de dirigirme a la puerta. No he siquiera salido del apartamento de mamá cuando ya alcanzo a divisar a los paparazis con sus estúpidas cámaras fuera del edificio por lo que no dudo ni medio segundo en ponerme la capucha y bajar mi cabeza, a mitad de camino tomo una bolsa de residuos y una escoba y así logro llegar hasta mi auto sin que se percaten de quien soy realmente sino hasta que he doblado la esquina.

A veces me sorprende lo estúpidos que pueden llegar a ser los paparazis y lo fácil que es engañarlos. 

Conduzco lentamente por la ciudad hasta llegar a casa de Robin y estacionarme frente a su edificio. Saco mi celular de mi bolso y con tres por ciento de batería marco su número para luego llevar el celular a mi oreja esperando a que responda.

—Hola —responde en menos de diez segundos—. Si te preguntas si la vi, claro que la vi y supongo que no hace falta decir que no le creo ni una mierda.

El suspiro que suelto es uno de alivio. Robin me conoce, no sé en qué mierda estaba pensando cuando medí la posibilidad de que creyera esas cosas.

—Iré al ascensor, sube que te espero ahí —dice antes de colgar la llamada.

Otro suspiro sale de mi boca mientras recojo mi bolso y miro en todas las direcciones posibles intentando encontrar algún posible paparazzi. En teoría sería bueno que me vieran entrando a casa de Robin, porque eso les haría saber a todos que entre nosotros nada cambió, pero no tengo los ánimos suficientes como para topármelos y fingir que absolutamente todo está perfecto. 

Una vez me aseguro de que nadie va a apuntarme con su cámara, no al menos a una distancia corta, pongo un pie fuera de mi auto y me encamino hacia el apartamento. Cuando las puertas del ascensor se abren en el onceavo piso, como dijo, Robin está ahí esperándome.

—Sabía que vendrías en cuanto terminaras la cena con tus padres —abro mi boca para corregirlo, pero él se da cuenta de ello y lo hace por si mismo—. Perdón, me refería a la cena con tu mamá y Oliver.

Oliver me ha acompañado desde que tengo diez años. Es un hombre genial que me ha contado cuentos y me ha curado raspones en las rodillas, pero no es mi padre, no lo siento así y no importa cuanto tiempo lleve con mamá no creo que jamás llegue a sentirlo.

—Todavía no puedo creer que haya dicho esas cosas y menos aún que la gente se lo haya creído... Hace días no paran de llegarme miles de mensajes diciendo que debería morirme, que he roto una relación hermosa y que tu no merecías que te lastimara así. Otros tantos quieren verme en la cárcel... Dios.

—No les hagas caso, babe —entrelaza nuestros dedos tirando de mi hacia su puerta—. Mañana cuando despertemos haremos un video contando la verdad  y dejaremos que la gente decida a quién creer.

Como siempre, me deja entrar primero y luego se mete él cerrando la puerta detrás de sí. Dejo mi bolso encima del sofá y cuando me volteo hacia él está con la espalda recostada en la puerta viéndome con esa mirada de amor profundo en sus ojos que me tiene encantada hace tanto.

—¿Hoy sí quieres hacer karaoke conmigo? —pregunto poniendo la boca de lado.

Llevamos tres años juntos y en todo este tiempo no hemos cantado una canción juntos ni una sola vez. Entiendo que el canto no es lo suyo, pero la actuación tampoco es lo mío y sin embargo lo he hecho las veces que ha sido necesario, sobre todo cuando jugamos a adivinar películas únicamente haciendo mímica.

—Quizá mañana —sonríe y señala con la cabeza hacia la cocina mientras comienza a caminar conmigo pisándole los talones.

—¿Ya has cenado? —pregunto viéndolo rebuscar entre los muebles aéreos de su cocina.

—Sí —asiente con la cabeza—. Creo que tengo unos chocolates suizos por aquí, mamá los dejó la semana pasada solo que no recuerdo dónde.

Eso me recuerda que debo llamar a mamá para avisarle que me quedaré aquí.

—¿Me prestas tu celular, Bin? El mío ha muerto después de llamarte.

—Creo que lo dejé encima del sofá —dice sin dejar de revolver el mueble—, ya sabes el patrón.

Le doy un beso en el hombro antes de abandonar la cocina e ir en busca de su celular. Estoy entrando al chat de mamá cuando llega un mensaje de su mejor amigo Dylan y tras este otro y otros tantos más.

—¡Dylan te ha escrito! —grito tirando mi cabeza hacia atrás.

—¡¿Qué quiere ahora?! —grita él en respuesta—. ¡Anda, léelo!

Abro el mensaje rodando los ojos y apenas leer los primeros tres mi corazón se detiene.


«Melody no lo vale». La frase se repite una y otra vez en mi mente haciendo que me pregunte realmente quienes son mis amigos y en quienes puedo confiar. Dylan me conoce, fue él quien hizo que Robin y yo cruzáramos caminos y quien nos volvió a unir una y otra vez hasta que acabamos juntos. No puedo creer que ahora también vaya a darme la espalda.

Supongo que hay amigos que son así, cuando estás en la cima de la montaña festejan a gritos contigo, pero cuando caes y de rodillas le extiendes la mano en busca de ayuda voltean el rostro como si no existieras.

Subo en el chat solo para decepcionarme más viendo como lleva hablando mierda de mí desde que salió la primera entrevista de Wanda. Las palabras de Robin a lo largo de la conversación es lo que más me duele, no pensaba apoyarme, no iba a ayudarme a demostrar mi inocencia, al contrario, usaría esta polémica para favorecerse aunque eso significara hundirme en el proceso.

Mamá fue quien vio los primeros mensajes que recibí ni bien pasaron la entrevista en la tele hace dos semanas. Se encargó de borrarlos para que yo no tuviera que verlos y de bloquear a esas personas. Me hizo saber que algunos podían ser horribles e hirientes y que no tenía que preocuparme por esos porque la gente que los enviaba no me conoce, pero viendo ahora esto me pregunto de verdad qué tan malos pueden llegar a ser.

Solo basta con que ponga las primeras dos letras de mi nombre para que salten centenas de publicaciones, memes y fotos en las que estamos Robin y yo, solo que encima de su cabeza hay dibujado dos cuernitos rojos como si fuera el mejor chiste del mundo. En otras imágenes estoy yo saliendo del edificio de Wanda y en mis manos hay una cantidad inexplicable de objetos que supongo simbolizan los que le he "robado". Leo algunas publicaciones y a medida que continuo algo dentro de mí se va rompiendo poco a poco. Sabía que iba a ser duro y sé que la gente puede llegar a ser extremadamente mala, lo tengo presente cada día, pero no me esperaba esto. No esperaba ver mi cuerpo editado colgando de una cuerda, ni yo con una pistola apuntando el medio de mi frente o mi apartamento en llamas y el peor; papá y yo, ambos muertos.

Ya no puedo contener las lágrimas. Dejo el celular encima del sofá otra vez, me cuelgo el bolso al hombro y salgo del apartamento procurando no hacer ruido con la puerta para que Robin no sepa que me he ido.

Necesito estar sola. Tengo que pensar qué haré con toda esta mierda antes de que me consuma y para eso debo ir al único lugar en que mi mente se vacía. Debo ir con él.

Mis lágrimas no dejan de caer mientras conduzco, incluso cuando me detengo e intento calmarme para poder respirar bien siguen ahí, pero basta con saltar el muro para sentirme en paz.

Me escabullo entre las tumbas del cementerio hasta llegar a la del fondo cubierta de mármol blanco con una placa de oro que pone su nombre en letras grandes y que se mantiene llena de flores desde hace diecinueve años, casi los mismos que tengo yo.

Aunque no lo haya conocido, ni él a mi, siento que compartimos una especie de conexión que no sabría explicarme ni a mi misma. Harriet es mía y he visto el único video que guarda en su memoria más de mil veces, he escuchado sus canciones en bucle buscando entender qué se cruzaba por su cabeza al escribir, he visto todas y cada una de sus entrevistas, también he reído con las estupideces que solía decir y he llorado deseando que su final no hubiera sido de ese modo.

—Hola, papá —En mi mente lo escucho respondiendo un «Hola, fenómeno» que me hace sonreír—. Yo... El mundo me odia por algo que no hice y no tengo pruebas más que mi palabra y la de Bin para defenderme —río—. Debiste haber dejado un manual para lidiar con esta parte tóxica de la fama si pretendías tener a otro Corbyn en la industria...

Me siento a su lado apoyando la espalda sobre las letras de su nombre y suelto un suspiro.

—Me están deseando la muerte, papá, y creo que de verdad debería morirme, pero no para darles el gusto sino para hacerlos sentir culpable.

Suena terrible, pero ahora con mi mente nublada por la rabia quiero que sientan culpa, que crean que de tanto desearlo lo han manifestado o algo por el estilo. La gente no debería solo ir tirando odio por ahí y salir impune. Ahora me odian, pero sé que si muero volveré a ser la buena persona que siempre he sido, porque hay que aceptar que cuando alguien famoso muere de repente se convierte en un angelito que voló al cielo y que merece la paz eterna aunque mientras estuvo vivo haya sido la persona más detestable del mundo.

Es loco pensar que en este mismo lugar sentada encima de un colchón de flores compuse mi primera canción real. Desde que tengo doce, suelo venir aquí, a veces hasta traigo a Tears y a Baby Laurel y toco alguna de sus canciones imaginando que él tiene la otra guitarra... Me gusta mostrarle fotos y cada vez que gano algún premio vengo aquí a enseñárselo como si de verdad pudiera verlo. En cada cumpleaños como un pedazo del pastel sobrante sentada junto a él contándole lo lindo que fue el día y las ganas que tenía de que él estuviera ahí.

Mayormente vengo cuando estoy feliz porque la nonna me dijo antes de fallecer que si alguna vez la visitaba no lo hiciera estando triste, ya que esas vibras se quedarían con ella y la preocupación no la dejaría seguir en la luz. Sé que es una estupidez, pero la he respetado como regla universal, al menos hasta hoy.

—Voy a morir, papá. Voy a hacerlo esta noche —Beso mis dedos y los apoyo contra su nombre en la lápida sonriendo como lo hace mamá cada vez que lo visita—. Espero que antes de toda esta mierda hayas estado orgulloso de mí. Te amo.

Vuelvo a escabullirme hasta mi auto y mientras conduzco hacia mi casa algo se cruza en mi cabeza y esa misma idea se queda ahí cada vez haciéndose más fuerte. Al llegar meto dentro de mi bolso toda la ropa y zapatos menos extravagantes que tengo en mi closet además de unas galletitas de hace tres días que había encima de la isla de la cocina, un poco de cereal y también algunas botellas de agua. En total sé que tengo poco más de cinco mil dólares en efectivo escondidos en cada recoveco de la casa, así que me pongo a buscarlos y en menos de diez minutos tengo todo el dinero reunido y guardado en mi bolso. Meto a Harriet y a Boobo; la ovejita de peluche que papá me regaló y que desde entonces me acompaña a todos lados.

Mientras me dirijo de un lado al otro de la casa pienso en lo doloroso que será todo esto para mamá, ella no merece nada de esta mierda, así que me tomo el tiempo de sentarme y escribirle una carta explicando absolutamente todo excepto el lugar donde pienso ir y escondo la carta dentro de la caja donde guardo nuestras fotos juntas porque sé que será lo primero que querrá ver. Por último, tomo la bolsa que mi madrina Erika me pidió ocultar de la tía Camille y apago la luz de la sala antes de cerrar la puerta diciéndole adiós a mi casa.

Papá una vez en una entrevista dijo que es importante tener más de un auto, principalmente para escapar de la prensa. Es decir, necesitas al menos uno que ellos reconozcan y otro del que no sepan de su existencia. Por suerte le hice caso y ahora tengo una camioneta de la que nadie sabe, ni siquiera mamá.

Cargo todas mis cosas en ella y conduzco hasta el inicio de la ruta encapuchada para no correr el riesgo de ser descubierta. Desde ahí camino hasta alejarme todo lo posible y detengo el primer taxi que me encuentro para que me lleve de regreso a casa. Media hora después estoy en mi otro auto, el que la prensa conoce y con el que voy a todas partes, detenida al inicio de la ruta pensando en cómo voy a morir.

No puedo enfrentarme a un auto o una camioneta porque sus pasajeros podrían salir lastimados innecesariamente, tiene que ser algo más grande que reduzca las posibilidades de que alguien salga herido, algo como un camión, uno con el típico conductor irresponsable que no presta atención a la ruta por ir en el celular.

Será un camión.

Como enviado desde el cielo diviso a la distancia un camión cargado de leña que viene a una velocidad ridículamente alta. Le echo una ojeada a la bolsa de drogas de mi madrina que he dejado en el asiento del copiloto, las voces en los noticieros diciendo que iba drogada aparecen en mi cabeza y aprieto el acelerador intentando silenciarlas mientras mis ojos están fijos en el camión y una vez que estoy prudentemente cerca abro la puerta y me lanzo sin pensarlo.

Caigo de culo raspándome  terriblemente las manos con el impacto y como si fuera poco, al intentar pararme siento el dolor punzante en mi tobillo, pero lo ignoro y de todas formas me pongo de pie porque debo llegar a mi otro auto y marcharme antes de que la policía, los bomberos o una ambulancia lleguen. Cojeando camino hasta él y me subo mientras el auto reconocido por todos se hace trizas bajo el camión.

Ahí, en medio de toda la chatarra molida se quedará una estrella apagada y yo, Melody Corbyn, renaceré en donde nadie va a buscarme... California, ahí voy.


AHHHHHHHHH, DIOS, QUE EMOCIÓOOOON

¡Al fin llegó el día!

Me vengo aguantando las ganas de empezar a publicarlo desde que hice la revelación de la portada, pero como es mejor hacer las cosas a su tiempo y hacerlas bien a que hacerlo apurada y que salga todo chancroso, me mordí las uñas y esperé.

1 de mayo de 2022 empezaba con «Una canción no fue suficiente», exactamente un año después comienza «La melodía que nos une» y quien sabe cuando va a terminar. 

A quienes estén acá ahora mismo leyendo esto, aguerda que está la llorona atrás tuyo, ah, mentira. Espero que de verdad les guste porque es mi historia favorita sin duda por lejos y tengo unas expectativas con ella que están por salirse de la atmósfera en cualquier momento.

Me puse como objetivo propio tratar de que el libro quede lo mejor posible en cuanto a errores ortográficos, pero obvio que alguno se me va a ir porque a veces tengo la cabeza en cualquier lado, así que si encuentran alguna falta o algo que esté medio raro porfa me avisan, no sean culeros.

Sin más, bienvenidos fe@s tkm, beso en la kola.

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