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Capítulo 4 El baile

Sonrío al recordar mi reflejo en el espejo de la habitación. Tenía puesto el hermoso vestido de encajes blancos, un tono que seguramente evocaría la pureza de Daphne en más de uno de los presentes en el baile.

— Sonreír, caminar erguida y nunca, refutar. Sonreír, caminar erguida y nunca, nunca refutar... — murmuro suavemente sobre el carruaje.

Cuando este se detiene, mi estómago se retuerce, consumido por los nervios. Al mirar al frente, los ojos oscuros de mi amo me observan con una intensidad que aumenta mi temor, mientras las comisuras de sus labios se retraen hacia un lado en un gesto de desaprobación.

— No olvides mantenerte en absoluto silencio. Con un poco de suerte, tal vez entonces nadie dudará que tus modales son tan ensayados — dice mi amo, su tono impregnado de desaprobación.

"No refutes, no refutes", me repito a mí misma, mientras mis manos se convierten en dos puños de roca, de los cuales él toma uno para ayudarme a bajar del carruaje. Y su simple gesto me hace vibrar de pies a cabeza.

— Si mantenerme en silencio es la solución que propone, señor... — digo mirándolo con firmeza — entonces está tan equivocado como al suponer que mis modales son ensayados. Quizás después de todo su madre tiene razón en este plan y usted no es tan inteligente como en realidad presume — concluyo, sin apartarle la mirada.

— Mamá — murmuró con desagrado —. Pero ella no está aquí para llevar a cabo su plan, ¿o sí? — pregunto — Y además Cristina, no creo que sea prudente insultar mi inteligencia cuando soy quien debe escoltarte durante el resto de la noche — murmura, enredando su brazo en el mío mientras avanzamos hacia el interior del gran edificio. La multitud de figuras desconocidas, cuyos rostros están ocultos tras espléndidas máscaras, me abruma e inconscientemente trago saliva mientras aprieto su brazo.

— Sería una lástima dejarte sola ante una jauría de educados duques y condesas que, sin duda, no perderán ocasión de recordarte tu gran inferioridad — susurra su amenaza junto a mi.

— Oh, no se apure, mi señor — respondo con una sonrisa serena — No creo que sea prudente que abandone a la querida Daphne al ridículo de la gran sociedad — terminó, apretando su brazo junto al mío para evitar que se aparte de mí.

— ¿Amenazas? — pregunta — Recuérdame venderte al peor postor en cuanto lleguemos a casa — me intimida, pero sé bien que no lo hará, o que la señora jamás se lo permitiría.

— Ya veo que poco valoras su propio descanso — le digo recordándole mi valor — Aunque ahora, comprendo la causa de su malhumor. Ya que debería estar tocando para usted y no aquí, disfrutando de estos lujos reservados para tu aburrida clase social — respondo, alzando una ceja con cierta audacia.

— Absolutamente eso es lo que me preocupa: tu clase — termino, con una sonrisa victoriosa.

— ¡Oh, querido Erik! ¿Cuánto tiempo sin vernos? — pregunta una voz fina. La de una mujer alta, de rizos pelirrojos y ojos verdes como las joyas que cuelgan de su esquelético cuello. Ella está acompañada por un apuesto hombre de ojos marrones, es similar a mi amo, pero a diferencia de él, las ojeras apenas se le notan y su traje bordo y rojo combina perfectamente con su acompañante. ¿Hermanos tal vez?

— Margaret — saluda Erik, tomando su mano y besándola. — Por favor, permíteme presentarte a mi querida hermana, Daphne.

— ¡Oh, Daphne, pero te ves increíble! — exclama, mirándome de arriba a abajo. Erik me empuja, y es entonces que recuerdo la reverencia que debo hacer.

— Gracias — alcanzo a decir, mientras me esfuerzo por controlar mis nervios.

— Debo comprender entonces que los rumores sobre tu estadía en Juno no son del todo ciertos — dice Margaret, curiosa.

— Ha llegado esta misma tarde — explica Erik, sin darle más detalles.

— En tal caso, espero que no estés demasiado cansada como para rechazar una invitación del señor Richar, mi primo, recién llegado también de Juno esta semana.

— Claro que no — respondió Erik, empujándome hacia él, casi haciéndome tropezar y entonces el hombre de ojos marrones, Richar, se adelantó rápidamente tomando mi mano evitándolo y luego con una sonrisa en sus labios la beso.

Yo solo le sonreí nerviosa.

— Pero querido hermano, si apenas acabamos de llegar y ni siquiera me has ofrecido un poco de ponche — murmuré, casi desesperada, pero él simplemente me sonrió, indiferente.

— Oh, estoy seguro de que el señor Richar no tendrá inconveniente en ofrecerte uno, hermana — respondió Erik con calma, sin apartar su mirada de Margaret.

— Ninguno en absoluto — añadió Richar, con una sonrisa cortés.

— Bien — dije, sintiéndome derrotada, y le lancé una mirada desafiante a Erik — Aunque debo advertirle que soy algo propensa al alcohol — murmuré, pero en un abrir y cerrar de ojos, mi mano fue arrebatada nuevamente por la de Erik.

— Disculpe, señor Richar, pero en el transcurso de la noche prometo que bailarán. Sin embargo, ahora que lo pienso con claridad, debo presentar a mi hermana a los demás invitados. Después de todo, es su primera noche en sociedad, y no queremos que su presencia quede opacada solo por la de usted — dijo Erik, llevándome rápidamente lejos de Richar y abriéndose paso a través de la gran multitud.

— Opacada... — murmuró Erik, cubriéndose con disimulo una sonrisa.

— No le encuentro la gracia — añadí.

Entonces Erik me acomodo contra una columna en la pared, sin soltar mi mano.

— Tienes prohibido acercarte al ponche o a cualquier otra bebida que contenga alcohol o que te ofrezcan. Te presentaré, bailaras con el primer idiota que se acerque solo una vez y luego nos marchamos — aclara, claramente molesto. Puedo verlo, incluso a través del antifaz oscuro que él lleva.

— Sí, amo — murmuro, resignada haciendo torpemente una reverencia y ganándome una nueva mirada de reproche.

— Esta va a ser una larga noche — se quejó, llevándose la mano al puente de su nariz una vez más.

*

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