Capitulo 2 Aroma a tristeza
Tierra mojada, ese es el aroma que recuerdo cuando pienso en aquel día, el día en que mis memorias se esfumaron para siempre.
Afuera llovía a cántaros cuando el doctor ingresó en mi pequeña habitación. Recuerdo su sorpresa cuando no lo reconocí. Según él, había sido una buena sirvienta ayudando a mi señora en los cuidados de la recién nacida: Sr Juliana. Supe que ese eran su nombre más adelante.
Mi ama la señora Cecilia había dado a luz hace pocos días, pero nada de aquella información me era familiar, ni entonces ni ahora. Poco tiempo después sin ninguna explicación. La señora apresar de mis suplicas me vendió a una vieja posada lejos de la ciudad en donde Dolores me encontró tocando. Ella dijo entonces que su querido amo necesitaba oír ese tipo de música y que yo, con mi talento, le devolvería el descanso, uno que solo hoy obtuvo por primera vez.
— Aún sigue cayendo desde arriba si es eso lo que quieres saber — comentó Dolores, entrando en la cocina con una canasta de frutas.
— Gracias por la información, tenía mis dudas — respondí, tomando la canasta de sus manos y dejándola sobre la mesa de madera, antes de cargar el fuenton de plata que solo servía de adorno en el gran comedor — Las frutas modelo... qué trabajo más frustrante. Solo ser admiradas, pero jamás tomadas.
— Te escuchas como toda una solterona, señorita — reprendió Dolores.
— Oh, no. Mi trabajo sí da frutos — respondí, mostrándole una manzana roja, a lo que ella lanzó una carcajada.
— Si, escuché que el Señor se encuentra de buen humor esta mañana. Entonces ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Vamos, ve a descansar! — exclamó, empujándome fuera de la cocina con la bandeja de plata en mis manos.
— Promete que me llamarás si necesitas de mi ayuda, por favor...
— No lo haré — respondió ella desde la cocina, y yo rodé los ojos mientras avanzaba hacia el gran salón para dejar las frutas modelo sobre la mesa.
La casa entera lucía más oscura de lo habitual por las fuertes lluvias de otoño, y aunque aquel clima frío debería haberme hecho sentir acogida para conciliar el sueño, al igual que mi Señor, tampoco lo hacía.
Mis pasos, suaves y silenciosos, se dirigían hacia mi habitación cuando escuché voces familiares provenientes de la biblioteca. Y aunque sabía cuál era mi lugar, la intriga era mayor. Si algo se sabe de las mucamas es que nos gusta escuchar todo lo que resuena en la casa de esa forma siempre sabemos cómo movernos. Un amo molesto exige rapidez, uno triste, consuelo y uno como el mío, solo rogaba por descanso o eso creía.
— Entonces, ¿La cocinera y los tres ganados? — preguntó una voz masculina.
— Una anciana ceñil no va a ser de mucha utilidad en la granja — aseguró otra voz, que reconocí como la de Benjamin. El hijo menor de la familia — ¿No tienes algo más que ofrecerme, querido hermano?
— No, a alguien que ha derrochado la mayoría de los bienes familiares con mujerzuelas, y regresa a casa a pedir favores y dinero prestado...
— Te lo devolveré en menos de lo que esperas.
— Nada espero.
— Bien, entonces nada debo.
— No me haces gracia, Benjamin...
— ¿A ti? — pregunto — Si mis planes fueran esos, ya habría perdido la esperanza. Aunque tal vez... — miró hacia los lados, como si estuviera buscando algo, y luego dijo — Si me prestas un poco de lo que sea que anoche has tomado. En verdad, hoy te encuentras de un mejor humor, querido hermano.
— El cual creo que acabas de conmutar — terminó.
— ¿Eso es un no? — inquirió, dibujando un fingido puchero en su pálido rostro pecoso.
— Solo a Dolores y los tres ganados — respondió, y mi corazón se trastocó.
— Siempre fiel a tu palabra.
— Lo cual te sentaría bien aprender un poco — concluyó.
Entonces escuchando pasos en el pasillo me alejé de la puerta, con el pecho encogido de dolor. No podía ser verdad, y aunque la tristeza de aquel informe me dolía, solo me quedaba aceptarlo. Dolores se debía ir de la casa.
Durante la noche toque piezas sonoras y alegres, pero aún así la melodía me delató.
— Noto tonos más tristes esta noche — dedujo él. No respondí, solo comencé a subir hasta llegar a tonos más alegres. Entonces suspiró, dejando un papel sobre el escritorio, y miró a la nada, perdido en sus pensamientos — Debo suponer que ya te has enterado — me dijo — Dolores fue quien te trajo aquí, y es natural que le guardes afecto. Sin embargo... aunque no lo comprendas del todo, somos conscientes del peso de las vidas que llevamos a cuestas, de la reputación, de los costos de mantenerla y de aquello que sacrificamos por ella... son cosas que roban el sueño.
Termino y su voz por fin se apagó en mis melodías, solo escuchando mi propio ritmo, tomando el lugar como si fuera mío. Pero no lo es. Nada es mío. Ni mis melodías me pertenecen. Y suben, suben una vez más, rindiéndose y llegando a esos tonos alegres que mi Señor tanto desea oír. Y finalmente, aspirando el aroma de la tristeza, comprendo que solo ese en realidad me pertenece.
*
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