Capitulo 1 Un aroma
Creo que no hay nada en este mundo que me agrade más que la memoria del olfato, esa que nos transporta a lugares con tan solo una profunda respiración.
Es algo casi mágico, tan sorprendente y único. Ya sea la tierra mojada, los libros viejos, el café o la menta, cada uno de esos aromas me lleva a un sitio específico de mis recuerdos. Y la resina... la resina a mi siempre me transportara al comienzo, al comienzo de todo.
— ¿Has terminado? — preguntó mi amo, su tono grave y profundo.
— Sí, Señor — respondí, colocándome firme y de pie, escondiendo con discreción la resina en mi bolsillo derecho.
— Bien, entonces, ¿qué estás esperando?
Con un gesto impaciente, levante el arco junto con el violín que descansaba en mi hombro y comencé a tocar. La melodía que interprete fue suave y tranquila, la menos rebuscada y básica de todas.
— ¡Alto! — ordenó, y obedecí al instante. — ¿Eso es lo mejor que tienes?
— Creí que...
— ¿Qué? ¿Creíste que una melodía tan sencilla sería apropiada para alguien que se niega a descansar en la noche? — dijo con sus ojos fríos como la noche sobre mi — ¿Pretendes aburrirme, acaso?
— No. Solo pensé que... Lo lamento, discúlpeme — le pedí, realizando una reverencia, mientras notaba que su expresión no se suavizaba en lo más mínimo.
— Adelante. Me intriga saber qué pensabas — me desafió, y aunque su tono fue más tranquilo, no me atreví a contestar. El silencio llenó el aire, y sentí la tensión que emanaba de él como un peso sobre mis hombros.
— Solo dígame qué desea que toque y lo haré — supliqué una vez más, haciendo una reverencia.
— Deja de hacer eso — se quejó.
Abrí los ojos, atenta, sin comprender qué había hecho mal esta vez. Él no se explico y mis manos comenzaron a sudar sobre el mango de madera del violín. No era bueno.
— ¿Ha... hacer qué? — me atreví a preguntar, con la voz temblorosa.
Él llevó la mano a su frente y, con la punta de sus dedos, apretó el puente de su fina nariz.
— Eso — explicó, pero yo seguía sin entender.
— Lo lamento, no volverá a ocurrir — dije, haciendo una nueva reverencia, y al instante escuché cómo dejaba su libro bruscamente sobre la mesa.
— Una reverencia más y juro que me arrojaré por el balcón — amenazó, y me quedé rígida en mi lugar.
— ¡Oh! — apenas alcancé a decir. — Discúlpeme...
— Sí, una más de esas disculpas y finalmente obtendré el sueño de la forma menos grata posible... — advirtió, mirando al ventanal de la habitación.
— Lo sie... — me detuve justo a tiempo, viendo sus ojos marrones casi negros clavados en los míos, llenos de una mirada represiva y, acentuada por las negras ojeras debajo de ellos — Señor... por favor, no diga esas cosas — le supliqué en un susurro. Entonces, por un breve instante, creí ver una ligera sonrisa en su rostro, o al menos eso imaginé desde mi pequeño rincón en la habitación — Solo dígame qué desea que toque y lo haré — repetí, esta vez sin hacer la reverencia, pero evitando mirarlo directamente a los ojos.
— No tiene caso — murmuró, tomando su libro y tumbándose en su silla frente al escritorio.
— ¿Le parece...? — inicié, introduciendo una melodía alta y alegre.
— Bien... — respondió él, entrecerrando los ojos por un momento, antes de volver con su libro y papeles que tanto lo atareaban por la noche.
Esa noche, los segundos se alargaron hasta convertirse en largos minutos. Noté cómo sus ojos comenzaban a sentirse pesados, pero él se resistía al sueño. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué le quitaba el descanso? Me preguntaba mientras, con un cambio de ritmo, pasaba a algo más vivo, más animado...
— Así está mejor — dijo, y tardé unos segundos en comprender que aquello me lo decía a mí.
Era la primera vez que un amo alentaba mi trabajo. Se suponía que solo era una pieza más en su habitación, que no estaba allí, que no me veían, solo escuchaban mi música. Eso soy, eso somos, las sirvientas, las mucamas, los músicos.
— ¿Quién te enseñó a tocar? — preguntó, de repente, en un tono tranquiló — Puedes detenerte — me explico.
Me detuve.
— ¿Quién te enseñó a tocar? — repitió la pregunta.
Lo miré sorprendida, mientras su mano dejaba la pluma en el tintero y descansaba sobre la mesa.
— N... no lo recuerdo, Señor.
— ¿No lo recuerdas? ¿Cómo es posible?
Mi mirada pasó al suelo una vez más.
— No tengo memorias de mi pasado antes de mis antiguos dueños. Solo recuerdo la música, y la sigo... y la toco.
Un largo silencio nos rodeó, tranquilo y apacible. Finalmente, levante la mirada hacia el.
— ¿Desea usted que me retire?
— No. Es solo que... Había escuchado sobre la amnesia, pero no creí que fuera más que un mito, algún invento de una desesperada doncella que intenta desviar su destino o evitar el compromiso...
Bajé el violín de mis hombros, tomando un breve descanso.
— Por favor siéntate — ofreció, y yo acepté, tomando la silla en la esquina de la habitación — ¿Fue causado por un golpe?
— Sí.
Él me miró, como si esperara más detalles de la historia.
— Oh... em... El médico de la familia para la que trabajaba me dijo que me caí mientras ayudaba a la Señora.
— ¿Eso es todo?
— Sí — afirmé, encogiéndome de hombros.
— ¿Puedes tocar sentada?
— Oh, sí, puedo.
— No, quiero decir... — suspiró, frustrado — Toca, pero de la forma que te resulte más cómoda... No quiero que te agotes.
Lo miré confundida.
— ¿Empiezo, Señor?
Él solo asintió con la cabeza. Los minutos y horas pasaron mientras la luz del nuevo día comenzaba a filtrarse por la ventana. Yo disfrutaba de la suave melodía que tocaba, cuando su negro cabello se hizo a un lado de su rostro y por fin noté que él se había quedado completamente dormido sobre su escritorio.
Fue entonces cuando decidí detenerme. Mis manos estaban acaloradas y algo adoloridas, mis dedos también. Lancé un suspiro y cerré los ojos por un largo momento, sintiendo el ardor del cansancio. Estaba exhausta. Al abrirlos nuevamente, me encontré con esos ojos celestes y profundos que me observaban fijamente. Él estaba despierto, observándome. Me alteré.
— Por favor discúlpeme... — dije, poniéndome de pie y adoptando posición.
— No, no, no. Alto — pidió, y obedecí. Él estaba desconcertado.
— No volverá a ocurrir, se lo prometo...
— ¡Dios mío! — murmuró, regresando su vista hacia mí — ¿Me he quedado dormido?
— Sí...
— No lo hacía hace semanas — dijo sorprendió.
— No quise despertarlo, pero...
— Olvídalo — dijo meneando su mano — Ve a descansar, por favor.
Hice una reverencia, guardé el violín en su estuche y, decidida, me preparé para marcharme.
— Tu nombre... ¿Cuál dijiste que era tu nombre? — preguntó antes de que abriera la puerta.
— Cristine.
— Cristine, gracias — me dijo de golpe, y yo solo asentí con la cabeza, cerré la puerta y me marché de su habitación.
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