A la mañana siguiente, Georgie se escabulló dentro del despacho de la duquesa. El día anterior, Gregory había llegado con las pocas pertenencias del vizconde que incluían un tubo alargado donde se hallaban los planos del Imperator. Se moría de curiosidad por verlos, pero también se recriminaba por ello, al encontrarse su dueño en una situación tan lamentable. En varias ocasiones se sorprendió pensando en él, le afligía lo que le había sucedido y deseaba verlo. Sin embargo, aquellos eran deseos que se guardaba para sí, no muy segura de entender por qué un desconocido le inspiraba tanta preocupación.
Una vez en el despacho, no demoró en encontrar lo que tanto le interesaba. Tomó en sus manos el portaplanos de metal y, por un instante, no se atrevió a actuar. Tenía ciertos escrúpulos, pero recordó que el propio vizconde le había prometido mostrárselos, por lo que, sin más miramientos, decidió sacar el primer rollo de pergamino. Lo colocó con delicadeza encima del escritorio de la duquesa y lo extendió, quedándose maravillada cuando sus ojos vislumbraron el delicado trazado de un barco de tres chimeneas, perfectamente concebido. Jamás había visto plano alguno, ni siquiera el de un arquitecto. James debía ser un gran dibujante, puesto que las líneas del navío eran sorprendentes en su diseño. Georgie siguió explorando con la mirada el dibujo central que mostraba al barco en su totalidad, recorriéndolo desde la proa hasta la popa. Fijó su atención en sus varias anclas, hélices, en la quilla, en el dibujo del poderoso motor, en la sala de calderas que mantendría en movimiento a aquel gigante de acero… ¡Era impresionante de solo imaginarlo! Luego, en otras partes, se hallaban ampliaciones de algunos espacios, incluyendo las que parecían ser terrazas de recreo.
Al levantar la hoja principal, se asomó a un pliego más pequeño que mostraba una vista de su interior, en la cual podían apreciarse los diferentes pisos y áreas. Georgie se hallaba asombrada de que un diseño tan complejo hubiese sido creado por la mente de un hombre. Sin duda era un trabajo muy minucioso y el vizconde se lo habría explicado mejor de lo que ella sola podía entender.
Se sobresaltó cuando sintió que la puerta se abría. Para su tranquilidad, se trataba de Anne, pero no pudo evitar ruborizarse por el hecho de ser descubierta con los planos en la mano. Su amiga no comprendió de inmediato qué le sucedía, hasta que se le acercó y pudo constatar la verdadera causa de sus mejillas encendidas.
—¡Georgie! —exclamó— ¿Eso es lo que creo que es?
Anne sintió curiosidad también y se colocó a su lado para poder observar mejor las hojas.
—Lo siento —dijo Georgiana—. Sé que no debería, pero el vizconde me prometió que me las mostraría y no pude evitar sentirme tentada por el deseo de descubrir por mí misma cuán elaborado es el diseño del Imperator.
—No sabía que el vizconde y tú hubiesen hablado de ello —le comentó Anne sorprendida—, recuerdo que cuando vino a casa, apenas conversaron.
Georgiana continuaba ruborizada, pero no pudo negarle a Anne las circunstancias reales en las que se conocieron, la conversación esa primera noche cuando lo tildó de insensible y, con dificultad, la última que habían sostenido en la biblioteca de Clifford Manor. Le narró lo que sucedió y el consejo que el vizconde le había dado.
—Por favor, Anne, esto solo puedo confiártelo a ti —le pidió un poco abrumada, por la naturaleza de la cuestión que le revelaba—. Lo cierto es que no me explico por qué me recomendó que no me casara con Brandon, cuando ni siquiera lo conoce. ¿Qué motivos tendría para decirme algo así?
Anne se quedó atónita y no supo qué contestarle. A pesar de que Edward y Gregory albergaban dudas acerca de la integridad del vizconde, el consejo que le había dado a Georgiana parecía dicho de corazón. ¿Tendría el señor Wentworth la confirmación de aquello que se había insinuado en el diario?
—¿Qué sucede? —le preguntó Georgie—. Has permanecido en silencio…
—Estoy asombrada con lo que me confesaste y no sé qué pensar… —admitió—. Es difícil, sin conocer a una persona, aventurarse a dar un criterio que puede ser perjudicial para una pareja como ustedes. Ahora bien, no considero que el vizconde te haya hablado sin razón, creo que es alguien a quien puede concedérsele cierto crédito. Me imagino que por ello te hayas sentido tan alarmada e incluso yo lo estoy ahora. No esperaríamos jamás de un caballero de su clase, inteligencia y buenas maneras, que se expresara así de Percy y censurara vuestro compromiso, por una pequeñez.
—¿Qué crees entonces? —continuó Georgiana expectante—. ¿Debería preguntarle cuando se halle mejor de salud?
—No lo sé… —Anne no se sentía con derecho a impulsarla en esa dirección—. Mostrar desconfianza hacia Percy, a quien amas, también puede ser negativo para ambos.
Georgie se hallaba en un dilema, pero no sabía qué decidir.
—¿Crees que, a pesar de que no se conozcan personalmente, el vizconde sepa o crea saber algo condenable sobre Percy?
—Es posible —le contestó Anne—, pero si él no te lo confío anoche, también es probable que no sea nada importante. Incluso, hay algo que no has pensado…
—¿Qué? —inquirió Georgie.
—¿Y si, en esas conversaciones que han sostenido, el vizconde se fijó en ti? —consideró—. Quizás su expresión de disgusto se debía a ello, al hecho de conocer que, cualquier acercamiento futuro, estaría limitado por el hecho cierto de tu compromiso con otro hombre.
Las mejillas de Georgie volvieron a enrojecerse, pero pronto desechó esa idea.
—No lo creo… —respondió—. Me aseguró que lo hacía por mi felicidad y que el consejo que me daba se lo hubiese ofrecido también a su hermana de haberse hallado en mi lugar. Me pareció, Anne, que el vizconde siente un profundo desagrado por Brandon, ajeno al hecho de que yo sea su prometida.
—¡Difícil manera de demostrar desagrado, si ha invertido tantas libras en esa pintura!
—Es verdad —reconoció Georgie—, pero también me ha dicho que era un encargo de su madre, no un interés suyo.
—De cualquier manera, Georgie, lo importante es lo que sientas tú. ¿Estás en verdad enamorada de Percy?
—¡Por supuesto! —contestó disgustada—. ¿Por qué esas dudas?
—No son dudas, querida, es preocupación. A veces nos enamoramos de las personas sin saber cómo son en realidad. En ocasiones existe un espacio que no llegamos nunca a vislumbrar. Cuando uno se va a casar, Georgie, es importante no solo el sentimiento que albergamos por la persona, sino conocerla como realmente es…
Georgiana se quedó pensativa.
—¿Has olvidado cuán enamorada estaba de mi primer prometido? —le recordó Anne—. Charles resultó ser una persona distinta a lo que yo creía que era. Fue deshonesto y capaz de hacer las cosas más ruines… ¡Y yo lo amaba antes de saber todo aquello! Si no hubiese sido porque me abandonó, yo estuviese casada con un hombre lleno de faltas graves… Para mi fortuna, me enamoré de Edward, y ha sido un sentimiento mucho más hondo y vigoroso que el primero.
—Olvidas que a Brandon lo conozco desde hace años…
—¡Y a Charles yo lo conocía desde la niñez! En ocasiones no se trata de tiempo, Georgie, sino de la capacidad para comprender a plenitud a la otra persona… Si crees que conoces a Percy de una manera tan cabal, poco o nada podrá sorprenderte de él y hacerte cambiar de opinión. Si a pesar de ello, crees que deberías conocerlo mejor, sería importante que reflexionases sobre la conveniencia de alargar más el compromiso.
—¿Edward te ha pedido que me convenzas de algo así? —le preguntó Georgie, a la defensiva—. Sé que cuando Brandon precisó la fecha de la boda, Edward no se mostró muy satisfecho y menos de que lo hubiese hecho en mi presencia sin antes haberlo consultado con él.
—Edward no me ha pedido nada, Georgie. Esta conversación, como bien sabes, se ha desarrollado de forma espontánea entre las dos. Si no me hubieses narrado lo que sucedió con el vizconde esa noche, yo no hubiese tenido estas reflexiones contigo. No pienses que lo hago como esposa de tu hermano, recuerda que antes de serlo ya éramos amigas.
—Lo siento, Anne —se disculpó—, es que me he quedado demasiado preocupada con lo dicho por el vizconde y con lo que me has aconsejado hace un instante.
—Tampoco debes sentirte tan agobiada, Georgie, quizás le estemos dando demasiada importancia al asunto. Ahora déjame mirar estos planos, ¡son maravillosos! Jamás imaginé lo cuidadosos que deben ser los diseñadores para lograr que su obra pueda llevarse a la práctica. Al mirarlos, olvido de pronto mi temor al mar y hasta me sentiría tentada a viajar a bordo del Imperator hasta Nueva York.
Georgie no dijo nada más, permaneció observando los diseños en silencio con Anne. Aunque intentó mostrarse afable como era habitualmente, la charla con Anne y la duda que había sembrado el vizconde acerca de Brandon, no le habían abandonado.
🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊
Pese a que Anne le había prometido a Georgie no contarle a su esposo, se sentía en el deber de confesarle lo que había descubierto acerca del vizconde. Los hermanos Hay, los dos, estaban muy intrigados. En la posada, Gregory no había hallado nada de importancia que esclareciera la razón de su interés por la pintura ni su relación con Percy. Cuando conocieron de labios de Anne que el vizconde se había tomado la libertad de prevenir a Georgie acerca del pintor, quedaron muy confundidos… Edward consideró que no podían perder más tiempo y que debían hablar con él de inmediato. Si sabía algo, debería decirlo. Fue así que los hermanos Hay salieron de casa sin explicar hacia dónde se dirigían, pero Anne sabía que su rumbo era Clifford Manor.
El señor Carlson le ratificó a Edward que el vizconde se hallaba consciente, adolorido, pero sin las terribles jaquecas que había experimentado el primer día. Esto le dio más ánimo a Edward en su empresa, sabiendo que, a pesar de que el vizconde no se hallaba en la mejor de las condiciones, sería capaz de entablar una conversación con ellos. El señor Carlson los condujo al primer piso, donde habían colocado al caballero en una de las habitaciones que, con buen tino, la duquesa había mandado a preservar para algún posible invitado.
El vizconde no los hizo esperar. Cuando los Hay entraron al recinto, la luz de la tarde entraba a raudales por la cortina descorrida. Se lo encontraron sentado en una butaca, cercano a la ventana, con un diario sobre las piernas. No tenía tan mal aspecto, salvo por el vendaje de su cabeza y el dolor que manifestaba sentir en el pecho. En cuanto vio a Edward, sonrió. Estaba tan aburrido, que ya precisaba de buena compañía.
—Es un placer verle, lord Hay. Me alegra que haya venido hasta aquí a visitarme, perdóneme que no me ponga de pie —expresó tendiéndole la mano—, pero lo hago con dificultad.
El joven hizo un ademán para que los caballeros se sentaran.
—También me alegra verle, señor vizconde —comentó Edward—, y me satisface comprobar que, a pesar de los golpes recibidos, tiene un buen ánimo. Le presento a mi hermano, el señor Gregory Hay, que ha venido a pasar unos días con nosotros.
El aludido le tendió la mano y también James se la estrechó. Tenía la percepción de que algo más, salvo la cortesía, los había llevado ante su presencia.
—No quisiera restarle un ápice de buena voluntad al hecho de su visita —les dijo con sinceridad—, pero creo que han venido a hablarme de algo importante y, si es así, les pediría que no perdiésemos el tiempo en nimiedades.
Edward se sobresaltó al ver la agudeza del vizconde, pero no negó su verdadero interés.
—Muy bien —admitió—, no pretendo entonces andarme con rodeos, señor Wentworth. Le diré, con franqueza, que en la noche de la fiesta me sorprendió sobremanera que adquiriese usted una sola pintura y por un precio, además, bastante elevado. Se trataba de la misma pintura que, unas semanas atrás, sirvió de pretexto para que el diario The Morning Post, hiciese una insinuación malintencionada sobre el señor Percy. Casualmente, supe que la persona que mandó a publicar semejante nota es el Conde de Rockingham, su padre.
James se sorprendió al escuchar que conociesen tanto. Esperaba que quizás le interrogase acerca de la subasta, pero había indagado más de lo que imaginaba.
—Lord Hay, no le negaré que tengo la certeza absoluta de que mi padre se halla detrás de ese asunto.
Edward asintió. El vizconde estaba siendo muy sincero.
—¿Por qué adquirió usted Pasaje de Baco? —le preguntó Gregory—. ¿Está de alguna manera, colaborando con su padre? ¿Esa pintura le reportaría al conde algún beneficio?
—Mi padre no es un hombre del cual me sienta orgulloso, señores, y si me conociesen mejor, no insinuarían algo como eso. Jamás le ayudaría a chantajear a nadie, así que me dispuse a adquirir la pieza del señor Percy para evitar un escándalo mayor del que se había propuesto él, al hacer esa insinuación en el diario.
—¿A quién chantajea su padre y por qué motivo? —volvió a preguntar Gregory.
—Desconozco si con el señor Percy lo ha hecho, pero conmigo lo ha intentado en algunas ocasiones, debido a su falta de liquidez. Yo me he negado, por supuesto, pero luego de la publicación del artículo, mi madre cedió y le entregó el dinero que precisaba para acallarlo por un buen tiempo.
—¡Santo Dios! —exclamó Gregory—. ¿Tiene usted algún vínculo estrecho o íntimo con el señor Percy para querer que su padre no abra la boca al respecto?
El vizconde, en una reacción que tomó por sorpresa a los Hay, se echó a reír a pesar de su dolor.
—¡Podría ofenderme con una acusación como esa! —prorrumpió—. ¡Pero teniendo en cuenta que no me conoce, no voy a molestarme por ello! Jamás he visto al señor Percy y mucho menos me he prestado como modelo para esa pintura…
Gregory no se disculpó, pero se limitó a sonreír.
—Lord Hay —prosiguió el vizconde—, imagino por qué está aquí con su hermano y lo comprendo. Supe por la señorita Georgiana, la noche de la subasta, que está prometida para casarse con el señor Percy. Para mí fue una sorpresa pues, aunque había escuchado hablar del compromiso del pintor, ignoraba el nombre de la dama. También supe por ella que el señor Percy es amigo suyo. A pesar de esa amistad, espero que no me considere un atrevido por recomendarle que evite esa boda a toda costa. Él no sería un esposo adecuado para su hermana.
—Para terminar con ese compromiso, debería tener una razón de peso —le refutó él—, y ahora mismo carezco de una razón así. Percy ha sido nuestro amigo durante muchos años y me ha dicho que sus sentimientos por Georgie son sinceros, ¿podría yo objetarle algo, salvo una insinuación en un diario que quizás busque perjudicarle? Reconozco que el asunto me ha hecho albergar una desconfianza hacia él de la cual me avergüenzo, puesto que no poseo prueba alguna para acusarle, a no ser que usted pueda proporcionármela.
James no contestó.
—Por cierto, vizconde —prosiguió Edward—, Georgie le confesó a mi esposa que usted le recomendó no casarse. Me pareció inadecuado que hiciese tal cosa, ya que causó en Georgie un desconcierto que no puede aliviar con una explicación plausible.
James asintió.
—Sé que quizás fue osado de mi parte hacerlo —reconoció—, pero Georgiana me parece una joven de bien y aunque apenas la conozco, me ha agradado profundamente. Me sorprendió en grado sumo cuando descubrí que esa joven, tan hermosa y llena de talento, tan ingenua y quizás rebosante de ilusiones, fuese la prometida de un caballero que jamás podría merecerla. No le desearía nunca a la señorita Georgiana un matrimonio en el que no fuera feliz y mucho me temo que con el señor Percy es probable que no llegue a serlo nunca.
—Habla usted con una certeza que me asusta —le dijo Edward con gravedad.
—Le hablo lleno de convicción, lord Hay. Este asunto es más complejo que una simple insinuación en un diario. Debería darse cuenta por lo sucedido esa noche en la subasta. ¿Quién se tomaría el trabajo de golpearme, si no fuese porque la pintura puede perjudicarle o beneficiarle de alguna forma?
Los caballeros permanecieron pensativos, durante unos instantes.
—¿Recuerda quién le asaltó? — le preguntó Gregory—. Sin duda alguien que tiene tanto interés en Pasaje de Baco como usted, puesto que me imagino que no llevase mucho dinero encima y que esa no haya sido la verdadera causa del asalto.
—No fue un asalto —confesó James—. Dije que lo fue para restarle importancia al robo de la pintura que, indudablemente, fue el objetivo principal. Les pediría mantener esto entre nosotros, no deseo aumentar más la atención sobre el cuadro de la que ya posee. El hecho es que, a pesar de que el jardín estaba bastante oscuro y de que mi atacante me dio un fuerte golpe en la cabeza, segundos antes pude reconocer de quién se trataba. Era el otro caballero que pujaba también por la pintura… Desconozco su identidad, pero se trataba de la misma persona.
—Yo pensé lo mismo —contestó Edward—, quizás ese hombre trabaje para alguien. ¿Cree que haya sido contratado por su señor padre, el Conde de Rockingham?
—No lo sé —admitió James—, mi padre no tiene mucho dinero, pero es cierto que mi madre le había dado una buena suma que quizás haya invertido con ese propósito. De cualquier manera, no era una suma tan alta como para pretender pujar de forma indefinida por ella. Esto justificaría por qué se retiró de la subasta y prefirió obtener lo que deseaba por medios poco ortodoxos. ¡Quizás ni supiese que atacaba al hijo del caballero que había contratado sus servicios!
A los Hay, esa posibilidad les parecía mejor que la de creer a Percy responsable de la acción violenta de su testaferro. En cambio, prefirieron guardar silencio.
—Esa pintura le brindaría a mi padre una posición perfecta para seguir chantajeando y con nuevos medios para lograr su propósito —continuó James.
—¿Nuevos medios ha dicho? ¿Posee otros además de su lengua afilada y de la posibilidad de ser publicado? —interrogó Gregory.
—Tiene una carta en su poder, bastante comprometedora… —les aseguró.
La expresión de Edward denotaba el más vivo asombro.
—¡Una carta! —exclamó—. Puede ser un documento bastante importante.
James asintió.
—Señores —les dijo, luego de tomar una decisión—, voy a confesarles cuanto sé acerca del señor Percy y los verdaderos motivos que me llevaron hasta Clifford Manor y a esa subasta. Como les comenté, a él no lo conozco, pero sé algunas cuestiones acerca de su vida privada, las mismas de las que presume mi padre para extorsionar. Ahora bien, el vínculo del señor Percy con mi familia, es lo que más me ensombrece y la parte más difícil de esta charla, pero tendré a bien decirles la verdad, a cambio de su más absoluto silencio.
Los Hay prometieron no decir ni una palabra, así que el vizconde se decidió finalmente a levantar el velo y revelar lo que sabía. Para un caballero, hablar de aquel asunto no resultaba fácil. Para quienes escuchaban, semejante historia sobre un amigo al cual creían conocer, resultaba en extremo difícil también. Cuando James concluyó, ninguno se atrevió a decir nada. La solemnidad impuesta los había privado del habla por un buen tiempo, hasta que Edward, con su madurez y buen tino, habló al fin.
—Vizconde —comenzó—, le agradezco que haya sido tan sincero con nosotros. He quedado muy impresionado, como debe imaginar… Creo en su palabra, sin comentarlo si quiera, mi hermano y otros amigos cercanos temíamos algo así. Por primera vez escuchamos entonces una historia completa, sin cortapisas ni afeites, que me duele, más que nada porque pone en riesgo la felicidad de nuestra querida Georgie. Sin embargo, sobre este asunto nada más existiría el testimonio de su hermano, que lo ha negado siempre y se encuentra de viaje; en segundo lugar, la carta que el conde no le permitió leer a vuestra madre, por lo que no podemos estar seguros de su real contenido; por último, la pintura que también ha desaparecido… Le he dicho que le creo —aseguró Edward—, pero para proceder contra un amigo, debo tener más que su confesión.
—Estoy de acuerdo —concordó James—, yo jamás le pediría que me creyese a ultranza, sin ninguna prueba que ofrecerle…
—Por ello le suplico que, si se encontrara a Georgie y ella retomara la charla, no vuelva a hablarle de este tema. Prevenirla, sin pruebas, sería causarle un dolor muy profundo…
—Solo estaría postergando su dolor, lord Hay —le recordó él.
—Es lo que deseo, restarle un sufrimiento innecesario —le contestó—. En su momento Georgie jamás leyó el artículo del diario, por lo que ni siquiera conoce la polémica que se vertió sobre su prometido, ni la naturaleza de la insinuación. —James lo había imaginado—. Percy y yo convenimos unas semanas atrás en ahorrarle el disgusto y la explicación, porque no sabríamos cómo hablar con ella de un asunto tan delicado y bochornoso. Para nuestra suerte, Percy se halla de viaje por unas cuantas semanas. Quizás Georgiana, con otro tipo de distracciones, amistades e incluso consejos familiares, reconsidere la decisión de casarse pronto.
—¡Ignoraba que estuviese de viaje! —exclamó James. Esa noticia le daba una alegría que no podía explicarse ni siquiera a sí mismo.
—Así es, y no creo que haya sido casual, sino que el propio Percy ha propiciado alejarse de Georgiana, en un momento convulso para él. Aunque insiste en casarse con ella, yo confío en que estas semanas contribuyan a cambiar ese deseo en ambos o, al menos, en mi hermana.
—Hasta entonces —interrumpió Gregory—, debemos hallar las pruebas necesarias para que puedas enfrentar a Percy y exigirle que termine su compromiso con Georgie. No podemos cruzarnos de brazos hasta tener la certeza de que hacemos lo correcto. Si me lo permite, vizconde, me gustaría ir a ver al Conde de Rockingham para ofrecerle un buen dinero a cambio de la carta y quizás también por la pintura, si se comprobase que fue él quien estuvo detrás de su altercado.
—Yo le propuse a mi padre dinero por la carta, pero no accedió. A pesar de ello, no tengo inconveniente en que lo intente usted. Con gusto le daré la dirección de mi padre y, si me lo permite, la mía también. Me gustaría que dijese a mi ayuda de cámara donde me hallo y que me remitiesen aquí la correspondencia, me temo que estaré al menos unos días abusando de la hospitalidad de Clifford Manor.
—Por supuesto —le aseguró Gregory—, pasaré por Londres y haré lo que me pide, con mucho gusto.
—Yo hablaré con la duquesa —se ofreció lord Hay—, Clifford Manor no tiene las mejores condiciones para que permanezca tanto tiempo y estoy convencido de que su excelencia no pondrá reparos en acogerlo en su casa, cuando se encuentre apto para trasladarse.
—Le agradezco —dijo James sorprendido ante la amabilidad—, pero no quisiera que ello supusiese un problema…
—En lo absoluto, imagino que en esta habitación esté bastante aburrido. Los señores Carlson son encantadores, pero tienen un gran trabajo con el museo, los ensayos del coro y los quehaceres de la casa. En el hogar de la duquesa estará más a gusto y tendrá una compañía agradable.
James asintió.
—Sus pertenencias ya se encuentran en el hogar de lady Lucille —apuntó Gregory—, yo mismo me encargué de ir hasta la posada a recogerlas. Los planos, que tanta preocupación deben haberle causado, están a muy buen recaudo en el despacho de la duquesa. ¡Pronto podrá verlos!
James sonrió, aliviado y agradecido.
—¡Muchas gracias! —expresó—. Me han ayudado mucho…
—Soy yo quien tiene que agradecerle —repuso Edward—, por su confianza y lo que me ha dicho, por muy duro que haya sido para usted.
—En realidad —contestó James—, lo he hecho por tres motivos importantes: el primero de ellos, Georgiana. Alguien como ella, tan maravillosa, no merece arruinar su vida. En segundo lugar, por ustedes mismos, porque he visto su preocupación desde el instante en el que atravesaron el umbral de la puerta y merecían la verdad. Por último —agregó—, lo hice por mí. No deseaba que me tuviesen en un mal concepto y quería demostrar que soy una persona honorable.
—Así ha sido —le aseguró Edward dándole la mano a guisa de despedida—. Hasta pronto, vizconde.
Gregory también se despidió de él y lo dejaron a solas. Los hermanos Hay tenían mucho de qué hablar, así que el regreso a la casa estuvo mediado por una conversación bastante larga. Gregory estaba de acuerdo en que lo dicho por James era verosímil, a pesar de que debían reunir las evidencias que lo demostrasen. Edward, más que nunca, estaba dispuesto a entorpecer el compromiso de Georgie con Percy, aunque todavía no le dijese la verdad a su hermana. ¿Cómo confesársela?
Edward no pudo negarle a Anne lo dilucidado con el vizconde aquella mañana. Su esposa estaba impresionada, y prometió guardar el secreto. Edward le pidió que le apoyara frente a la duquesa cuando le solicitase trasladar al vizconde para la casa. Se merecía tener más comodidad y mejor compañía de la que podía tener en Clifford Manor. Anne le prometió que así lo haría. En realidad, lady Lucille no necesitaba mucho convencimiento, el vizconde le había agradado desde el principio y ella misma había pensado en extenderle esa invitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro