Capítulo 33
Georgie despertó en la madrugada, abrazada todavía a James, con la cabeza en su hombro. Ella sonrió mientras le daba un beso en los labios. Él se despertó, también sonriendo, y le estrechó más junto a su cuerpo, introduciendo sus dedos en el cabello de Georgiana. Un beso estuvo a punto de unirles otra vez, cuando ella le explicó que debía regresar a su suite. No era nada conveniente que la encontraran allí o incluso, que la viesen retornar temprano en la mañana, por lo que debían actuar con cierta cordura.
James lo entendía, sabía que estaban corriendo un gran riesgo, pero aquellas horas en sus brazos habían sido deliciosas, lo mejor para calmar el desasosiego que había sentido después de la fiesta de los Astor. Ahora no podía tener duda alguna de los sentimientos de Georgiana por él: se había entregado, con una confianza y devoción que solo podía encontrarse en una mujer muy enamorada.
—Vamos a casarnos pronto —le susurró al oído—. En cuanto lleguemos hablaré con tu hermano.
Ella asintió, no tenía miedo del paso que había dado, sabía que James honraría su palabra. Cuando él encendió la tenue luz de su lámpara, comprendió que Georgie debía asearse antes de partir. Las evidencias de la pérdida de su virginidad, así como el sello que había dejado sobre su muslo, debían borrarse antes de partir.
Ella se colocó la bata encima para cubrir su desnudez con cierto pudor, pero permaneció observando con curiosidad los rastros de su noche de amor. Él se acercó, consciente de que una preocupación normal debía rondar por su cabeza, pero quería aliviarla. Le enmarcó el rostro con ambas manos, y le abrazó.
—Esta noche ha sido la mejor de mi existencia —le confesó—. Sin embargo, jamás pensé que podía ocurrir antes de cumplir con mi palabra de casarnos. Pienso que los recientes acontecimientos nos han precipitado a ello, pero me siento feliz por eso.
Ella le abrazó.
—No estoy arrepentida, James —le tranquilizó.
—Gracias —le contestó él—, tomé todas las precauciones para evitar consecuencias antes de nuestra boda. Confía en que todo estará bien.
Ella sabía que se refería al embarazo. Se percató de que James lo había intentado evitar; no era tan ingenua para no haber comprendido lo que sucedió.
—Debo marcharme —le dijo rodeándole la nuca con los brazos—. Te amo mucho…
—Yo también te amo —respondió él—, pero me temo que no podrás irte todavía. Aguarda aquí, por favor —añadió con un brillo en la mirada.
Georgie se preguntó qué haría, y se quedó sentada en la cama, mientras James se marchaba al baño. A la distancia escuchó el agua caer en la bañara. ¿Acaso le estaría preparando su baño? Ella sonrió ante la perspectiva que se avizoraba. James era un caballero y quería cuidar de ella.
A los pocos minutos la fue a buscar, el agua en la tina estaba caliente, para evitar que se refriase. El Waldorf poseía unas instalaciones excelentes: el sanitario de granito blanco y negro, era una belleza. Incluso el hotel tenía servicio de baños turcos para los caballeros, algo que era muy elegante y una gran novedad. Georgie se acercó a la amplia bañera, tocó el agua caliente, justo en la temperatura que le gustaba, y se introdujo dentro. Estaba exquisita, y le acarició el cuerpo, haciéndole entrar en calor. James había echado sales y esencias, así que el olor llegaba justo a su nariz.
Iba a voltearse para agradecerle cuando advirtió que James se despojaba de sus calzoncillos y entraba al agua con ella, verlo otra vez desnudo le sobresaltó, pero no podía dejar de sentirse muy exaltada… James, una vez en el agua, se acercó a ella. Con una esponja comenzó a bañarla él mismo: aquello le parecía lo más sensual que había hecho en su vida.
—A veces me parece que estoy en un sueño… —le susurró a su espalda.
Ella se colocó de frente, para mirarle a los ojos.
—Entonces yo también estoy soñando —le contestó, justo antes de besarle en los labios.
Aquel beso desencadenó una pasión cercana, que les había unido hacía muy poco. James sacó provecho de sus últimos minutos juntos, no muy deseoso de dejarla marchar, pero seguro de que su amor, no tendría vuelta atrás.
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Prudence fue a despertar a Georgiana quien no se había levantado todavía. Era extraño en ella, mucho más después de su disgusto con James y del insomnio que había padecido desde la fiesta de los Astor. Para su sorpresa, Georgie estaba rendida, con una expresión de satisfacción que le hizo suponer a Prudence que soñaba algo muy agradable. Sin contemplaciones, la despertó, y su hermana se desperezó.
—¿Has descansado bien?
La aludida respondió que sí.
—Pienso entonces que es hora de que te levantes y desayunes. El vizconde ya ha pasado a verte. Sería adecuado que no desaproveches el día de hoy para disculparte con él y hacerle saber tus sentimientos —le recordó.
Georgie sonrió. Aquello había quedado atrás, ¡si lo sabría ella! El recuerdo de su noche con James le encendió las mejillas, pero Prudence pensó que era a causa de esa conversación que tenía pendiente.
—Sé que todo saldrá bien —le dijo su hermana, sentándose al borde de la cama—. James sabrá comprenderte y esto será asunto del pasado.
Georgie estaba segura de ello, pero frente a sus hermanos no podía dar la imagen de que todo se había arreglado ya. ¿Cómo explicarlo si la propia Prudence la dejó en su recámara la víspera con ropa de dormir? Aquella reconciliación sería un secreto de los dos, pero sin duda había sido la mejor forma de demostrarse el amor que se tenían.
Georgie tenía mucho apetito esa mañana, y Gregory así se lo hizo notar.
—Parece que no has comido nada en todo un día…
—¡Es que estos huevos benedictinos son una delicia! —se excusó Georgie.
Aquella era una creación del Waldorf, fruto del ingenio de su maître Tschirkly a quien ya habían conocido. La duquesa adoraba su ensalada como aperitivo, y ese desayuno era exquisito, sobre la base de dos mitades de muffin inglés, tocino, huevos escalfados y salsa holandesa.
—Me alegra verte de tan buen ánimo —recalcó Gregory, doblando su servilleta sobre las piernas.
Mientras tomaba el desayuno, Georgie recordaba cada instante de su encuentro con James. ¡El baño había sido maravilloso! Luego él la ayudó a vestir y la despidió en la puerta de su suite y ella apuró el paso para no ser descubierta. Eran las tres de la mañana, y a esa hora en el Waldorf no había ni un alma deambulando por el corredor.
Un rato más tarde, James apareció a buscarla por segunda ocasión. Sus hermanos con excelente criterio y buen juicio, desaparecieron, dejándolos a solos. Si alguno de ellos hubiese tenido la previsión de observar a hurtadillas, se hubiesen sobrecogido al ver el largo beso que, sin que mediaran palabras, unió a los jóvenes esa mañana.
James la abrazó, volvía a besarla repetidamente, lleno de una felicidad que era contagiosa. Cuando se decidieron a hablar, se trasladaron a un diván, cogidos de las manos, ávidos todavía de mil sensaciones por compartir, pero conscientes de que debían hablar con cierto detenimiento.
—He despertado con una sonrisa en los labios —le dijo James, llevándose una mano de Georgiana a los labios—. Temo que tus hermanos puedan descubrirlo, he tenido que hacer un arduo esfuerzo por mantenerme, al menos indiferente, frente a ellos.
—Para mí también ha sido difícil —respondió—, aunque ya sabían que mi propósito era arreglar las cosas contigo. No obstante, ignoran que fue anoche que nos reconciliamos.
—¡Bendita reconciliación! —Sonrió él.
Georgie se ruborizó y colocó su cabeza en el hombro de él.
—Supongo que diremos que ha sido durante esta charla matutina, que hemos llegado al entendimiento.
Él asintió.
—Por cierto, Georgie, anoche me dijiste que mi madre había hablado contigo… —No había tenido tiempo de ahondar más en la cuestión—. No tenía idea sobre esto, ¿qué te dijo para despejar parte de tus dudas?
Ella se incorporó, sosteniéndole la mirada.
—La condesa es una mujer excelente —aseguró—, puedes estar satisfecho y orgulloso por la madre que tienes. Al escucharla hablar de sus hijos con tanto cariño, eché de menos a la mía. —Su voz se le resquebrajó.
James la abrazó.
—Lo siento, no era mi intención ponerte triste.
—No lo estoy —le tranquilizó—, solo que comprendí con ella ciertas cosas que solo una madre puede decir. Ella está tan convencida sobre lo que sucedió con Tommy, que advertí que esta historia es mucho más compleja y poco esclarecida de lo que Brandon quiere hacerme creer.
Él suspiró, aliviado.
—De cualquier manera —prosiguió Georgie—, la certeza o no de esa relación no la tengo, al menos no hasta ahora, pero tampoco la necesito para saber dónde se halla mi felicidad. Fue, en definitiva, saber que te amaba como a nadie, lo que en verdad me hizo ir en tu busca.
James la besó, feliz de escucharla tan decidida. Unos minutos después, Georgie se atrevió a indagar sobre un asunto que todavía le despertaba curiosidad.
—Sé que ayer encontraron a Tommy al fin, me alegra que así haya sido. Gregory me explicó las circunstancias en las que Brandon se vio precisado a decir su paradero, evidenciando que había mentido antes al respecto.
James asintió.
—A Percy no le convenía evidenciar que sabía tanto, pero la presión que ejercimos sobre él fue demasiada y tuvo que admitir dónde se encontraba Tommy.
—¿Lo viste bien? —preguntó Georgie.
—Lo vi mejor que nunca —declaró—. Estaba feliz, ilusionado con sus proyectos de pintura, y satisfecho con el éxito que había encontrado en América.
—Me alegra mucho saber eso —expresó Georgiana con sinceridad.
—Mi madre y yo limamos pasadas asperezas y malos entendidos. Le perdonamos por haber desaparecido sin avisar y entendimos sus razones para haber actuado así. Él también nos perdonó por los errores que cometimos e intentamos no hurgar más en la herida. No era necesario ahondar en sus afectos para saber qué le trajo a Nueva York. Decidimos escucharle sin juzgar y apoyarlo con nuestra comprensión. Le he dejado una buena suma dinero —prosiguió—, porque es probable que lo necesite para empezar una nueva vida, y nos sentimos mejor de saber que no pasará dificultades.
—Han hecho bien.
—Me gustaría que lo conocieras algún día —repuso James—. No pienso que este momento sea conveniente para hacer esas presentaciones y partimos mañana de regreso a Inglaterra, pero le he hablado de ti.
—¿Le has hablado de mí? —dijo Georgie con los ojos como platos.
—Le dije que estoy enamorado, se lo confesé cuando nos encontramos.
—¿Acaso sabe quién soy? —preguntó Georgie en voz más baja, con cierta pena.
Se refería a su identidad, si Thomas conocía que la prometida de su hermano era Georgiana Hay, la otrora novia de Brandon, ¡por la cual había sufrido tanto! James entendió su pregunta, y de inmediato satisfizo su curiosidad.
—Tommy se sorprendió mucho al vernos aparecer en el hotel, así que luego de los inminentes abrazos me vi en la posición de explicarle cómo había dado con su paradero y la intervención de Gregory Hay, quien fue quien terminó por convencer a Brandon de hablar.
—Comprendo… —Georgie estaba pensativa.
—Le confesé a mi hermano que estábamos prometidos para casarnos, pero que temía que Brandon pudiese hacer algo por recuperarte.
—¿Y qué dijo él? —inquirió Georgie con interés.
—Primero me felicitó, con satisfacción. Pienso que al igual que tú, él nunca experimentó ningún rencor hacia tu persona. Thomas es un joven muy bueno y cariñoso, y ayer volví a percatarme de ello. Respecto a Brandon, me dijo que creía poco probable que intentase algo y, sin corroborarme nada, me hizo ver que fue Percy quien le pidió que se estableciera en Nueva York. Al parecer, él tampoco pretende regresar. Es el único heredero de su tío y en América ha encontrado un camino artístico que le satisface; Tommy se quedará en Nueva York no solo por su arte, sino también por él.
Georgie quedó en silencio, confundida.
—Me quedo desconcertada con esto —admitió—, aunque no me extraña. Lo único es que Brandon me mintió en la fiesta de los Astor al decirme con vehemencia que quiere recuperarme y que lo esgrimido contra él eran puras patrañas.
James asintió.
—Al notar la certeza de Tommy sobre el afecto de Percy por él, no me atreví a hablar de esa fiesta y desacreditarlo. Mi hermano no está enterado de ese encuentro de ustedes, y yo no quise hablarle de una tentativa de Brandon que, finalmente, no le resultó. Lo que parece indubitable es que ambos se quedarán en Nueva York y probarán fortuna en el mundo artístico que les ha sonreído hasta ahora.
—Me alegro por Thomas —dijo Georgie—, y ahora advierto cuanto me equivoqué al haberle dado a Brandon un ápice de credibilidad.
—¿Comprendes ahora por qué me desesperé tanto en hacerte ver una realidad que no querías admitir?
—Lo siento mucho —le repitió Georgiana—. Confié demasiado en sus palabras y la condesa así me lo hizo entender. Como madre, me narró ciertos detalles sobre esa relación, y a partir de ahí comencé a verlo todo con mayor claridad. Solo no entiendo por qué Brandon se resiste a admitirlo…
James volvió a abrazarla.
—Es probable que se debata entre dos afectos claros y sinceros para él. En ocasiones predomina uno; en otros momentos, el otro. De los dos, tú eres quien le puede ofrecer un futuro más deseable, según los cánones en los que vivimos. Me refiero a un matrimonio, a descendencia… Pienso que Percy debe quererte, pero…
—Pero su amor no es suficiente —le interrumpió Georgie—, lo sé. Está dividido y, entre los dos, su sentir por mí es el menos fuerte. Yo sé cuál es su verdadera inclinación y por fortuna, ya conozco la verdad sin que me cause pesar alguno. Encontré el amor contigo, y eso es lo único relevante para mí.
James le besó en los labios, desatando en ambos un deseo muy grande que todavía no podían satisfacer a plenitud. Georgie le apartó un momento, para hacerle otra pregunta.
—Y si Tommy ayer te confió tanto y se atrevió a hablarte de Brandon, ¿por qué no me lo dijiste? —inquirió—. Tal vez esta explicación que me has brindado ahora hubiese servido para esclarecer mi confusión.
Él negó con la cabeza.
—Me hice el firme propósito de no decirte nada más, hasta que por ti misma recapacitaras. Me sentí tan mal al verte desorientada y fiel a las palabras de Percy, que no era capaz de ir contra ellas. Creía que era tu amor el que debía llevarte hasta mí cuando estuvieses lista.
—Así fue —reconoció ella—, mi amor me llevó hasta ti…
Ambos recordaron la noche pasada.
—¿Te molestó que fuese a verte?
Él se rio, al recordarla.
—¿Qué crees? —dijo a su vez, divertido.
Un beso fue toda la respuesta que encontraron y se dejaron llevar, todo lo más que las condiciones de la suite permitían.
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Las últimas horas en Nueva York sirvieron para despedirse de los conocidos y amigos. La duquesa recibió en el Waldorf a un sin número de ellos, que le trasmitían su pesar por su partida. Cesnola, el director del Metropolitan, acordó retornarle personalmente a Inglaterra sus piezas y la duquesa le aseguró que con gusto lo recibiría en su casa y le llevaría a su museo en Clifford Manor.
También los Bold, propietarios del Waldorf, aparecieron para despedirse. La señora Bold degustó del té junto a Prudence, Georgiana, lady Lucille y la señorita Norris en el salón María Antonieta, tal como habían convenido en la noche de la cena en el Empire.
Los Wentworth, incluyendo al conde esta vez, salieron esa tarde para hacerle una última visita a Thomas en el hotel. Para su sorpresa, no lo encontraron allí, y luego de esperarle por casi tres horas decidieron regresar al Waldorf. Lord Wentworth estaba decepcionado por aquella improductiva espera, ¿dónde pudo haber estado su hijo? Louise y James, en cambio, se preocuparon un poco, pero entendieron que tal vez Thomas habría tenido un compromiso impostergable.
—Lo vimos ayer y sabemos que está bien —le recordó James a Louise.
Su madre intentó tranquilizarse, al día siguiente partirían para Inglaterra y el Atlántico se convertiría en una gran separación para ellos. ¡Cuánto pesaba una distancia así en el corazón de una madre! Al menos sentía satisfacción al saber que James y Georgiana se habían arreglado. Él le agradeció por su intervención y sabios consejos, ella le sonrió aduciendo que solo le había dicho la verdad.
Sus padres ya habían subido a su suite, cuando un empleado del hotel se le acercó a James con un sobre:
—Ha llegado esto para usted, señor —le dijo.
Se trataba de un telegrama de lord Hay. Rompió el sobre con curiosidad y se quedó muy sorprendido al advertir lo que decía. “¡Dios mío!” No podía creerlo… Edward había preferido escribirle directamente a él, teniendo en cuenta lo delicado del asunto y obviando así la intermediación que suponía Gregory. Tuvo que leerlo dos veces para comprenderlo, y supo al fin que las piezas del rompecabezas encajaban. Guardó el secreto de sus padres y de los Hay, ya que era demasiado grave y prefería pensar en cómo encontrar las palabras adecuadas para explicarlo.
Esa noche Georgie le encontró más desanimado que en la mañana.
—¿Estás bien? —le preguntó tendiéndole una mano con cariño.
Él asintió, aunque en verdad no lo estaba.
—Estoy deseoso de estar de vuelta en el Imperator contigo —le respondió.
Esa noche, cada uno durmió en su habitación, con la enorme nostalgia que provocaba la evocación de su anterior encuentro, pero con las perspectivas que tendría el Imperator para los dos en aquel viaje de regreso. James, además, pensaba en el telegrama de lord Hay, sin saber cómo debía proceder. ¡La verdad era muy dura para él!
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