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Capítulo 3

Edward y lord Holland, salieron de Hay House en la mañana, rumbo a la oficina de Oliver Borthwick. Anne se percató de que el humor de su esposo había cambiado desde la visita de su mejor amigo y que la salida intempestiva de ambos estaba relacionada con cierto asunto que le perturbaba. Edward no le dijo nada antes de irse, pero le pidió que no dejara salir a Georgie de la casa, ni tan siquiera con Beatrix Holland. La dama era muy amiga del señor Percy y no deseaba que interfiriera en ningún sentido; Georgie debía estar ajena el mayor tiempo posible.

Anne no entendía las razones de la petición de su esposo, pero no le interrogó al respecto. Ya tendrían tiempo de hablar con detenimiento. Edward confiaba en ella y no solía ocultarle nada; si alguien podría ayudarle en este difícil momento, era Anne.

Para sorpresa de los caballeros, Borthwick no se hallaba en su oficina, sino que estaba en su casa. No se encontraba bien de salud, quizás eso justificara el haber descuidado la revisión de los artículos que iban a ser publicados. Al llegar a su hogar, los recibió el mayordomo con una expresión de preocupación en su rostro. Tal vez ya estuviera al tanto de que algo había sucedido, pero no atinaba a hablar. Finalmente, dijo que el señor se encontraba en el despacho con un caballero. Las voces exaltadas, les permitieron constatar la presencia de Percy, y esa era la razón de su nerviosismo.

Lord Holland miró a Edward, y a riesgo de parecer inoportuno, atravesó el salón que ya conocía y tocó con fuerza dos veces en la puerta de roble que daba paso al despacho. Edward lo siguió, desembarazándose del mayordomo quien quería impedirles el paso. Al advertir que la discusión no cesaba, se arrogaron la libertad de entrar súbitamente. Les preocupaba la exaltación de Percy y que el asunto pudiera llegar a más, así que juzgaron adecuado inmiscuirse en la discusión ya que conocían muy bien a los involucrados.

Percy se quedó atónito cuando los vio irrumpir, más aún cuando sus ojos se encontraron con los de lord Hay. Los cuatro hombres se hallaban de pie, pero con un ademán, Oliver mandó a sentar a los recién llegados. La pausa en la discusión sirvió para aligerar el ambiente tan caldeado. Percy, no dijo nada más y también se sentó.

Fue lord Holland, más ajeno al asunto, quien se atrevió a hablar primero. Era el caballero de mayor edad y le concedían mucho valor a sus palabras.

—Nos disculpamos por haber invadido tu despacho de esta manera. Reconozco que ha sido descortés, pero me temo que la discusión no iba a llegar a nada bueno y, de alguna forma, todos nos hemos reunidos aquí por el mismo motivo.

—¡Estoy ofendidísimo! —exclamó Percy airado—. Las insinuaciones del diario son tan graves, que bien podría retar al periodista a duelo o acusarlo de difamación. ¿Cómo se atreve?

La voz de Percy se alzaba atronadora, incitando a la discordia.

—Intentemos ser razonables —convino Edward—. No te aconsejo, Percy, que tomes una medida tan precipitada. Un duelo, además de ilegal no tiene ningún sentido. —El propio Edward se había batido a duelo por Anne en una ocasión—. Y un juicio por difamación puede traer mayor perjuicio para ti que ese polémico artículo. Al igual que tú, estoy indignado por esa nota, no solo por la amistad que te profeso sino por el nombre de Georgiana que, como tu prometida, puede verse inmiscuida en este penoso incidente.

Oliver habló, se notaba pálido, ya que había estado bastante enfermo.

—Lo siento, llevo días en casa recuperándome de una pulmonía. No lo he hecho público, pero mi enfermedad me ha impedido ejercer mi función de editor, como estoy acostumbrado. Me disculpo, Brandon, por esta nota. No imagino que llevó al periodista a publicar esto, pero les garantizo que me encargaré de averiguarlo.

—¡Exijo una reparación! —insistió Percy.

—Me arriesgo a hacer una advertencia, Brandon, que espero no me la tomes a mal —comenzó Henry Holland—. El diario escribió un artículo sobre tu exposición en el museo de la duquesa y, al cierre del mismo, ha vertido una opinión que no puede considerarse una tácita acusación. Los presentes sabemos lo que puede entenderse en esas líneas, pero no deja de ser algo que queda al margen de la interpretación.

Percy permaneció en silencio, no podía negar que lord Holland tenía cierta razón en lo que decía.

—Exigir una reparación en toda regla —prosiguió lord Holland—, puede darle más fuerza a la acusación velada o la insinuación hecha, algo que no considero recomendable. Un caballero que no tiene nada que temer o nada de qué reprochársele, no puede pedir reparación de lo que en realidad no le ha ofendido.

Edward miraba con atención la expresión de Percy. Estaba confundido, asustado. Era la mirada de un culpable, más que la de un hombre airado. ¿Le temía a lo dicho en The Post?

—¡No pretenderás, Henry, que me quede con los brazos cruzados! —replicó.

—En modo alguno —repuso lord Holland—, no propongo eso. Tan solo he comentado que el diario no ha hecho una acusación como las que se le hicieron al señor Wilde en su momento. Lo que se ha dicho es que el nombre de tu obra es distinto, y se ha especulado sobre la verdadera motivación, asociada al juicio de Wilde del año pasado y al poema de lord Douglas.

—¿Entonces qué recomiendas? —preguntó Edward, con interés.

—¿Cuál es la verdadera concepción de la obra? —Se dirigió lord Holland a Percy.

El aludido se veía nervioso, pero no demoró en contestar:

—Es la representación del Dios Baco, con una corona de flores, sobre una colina. En una de sus manos, un ramo de uvas. ¿Tiene algo de especial?

—En lo absoluto —contestó—. Los motivos mitológicos en tus obras son frecuentes. Solo albergo una duda, ¿en quién te inspiraste para el rostro de Baco? ¿Es cierto que se trata de un amigo tuyo? He visto la pintura y admito que no me recordó a nadie en particular.

—¡Por supuesto que no! —Brandon estaba ofendido—. El rostro de Baco no está inspirado en nadie que conozcamos y confieso que tiene una expresión facial bastante femenina, acentuada por la corona de flores que dije que llevaba.

Edward suspiró, un poco más calmado.

—Estupendo. —Sonrió lord Holland—. En ese caso —dijo mirando a Oliver Borthwick—, el diario debe publicar una entrevista a Percy, muy general, donde él hable de las pinturas que serán subastadas dentro de poco en Essex. En dicha entrevista, Brandon, expresarás el verdadero nombre de esta pintura y lo que quisiste representar en ella. Es bastante conocido que la duquesa de Portland es amante de la cultura griega, y una erudita sobre la filosofía antigua. No es desacertado afirmar que una dama como ella te encargara una pintura sobre Baco.

Percy asintió; comprendía la solución que le había dado Henry y le parecía acertada.

—Muy bien —aceptó Oliver conforme—, me parece adecuado lo que planteas. Yo mismo supervisaré esa entrevista y haré que se publique lo antes posible.

—Insisto en que la entrevista no debe parecer como una reparación o una justificación de la anterior. A Percy no se le ha acusado de nada, así que no debe defenderse de una acusación que no existe. —Lord Holland había obrado con habilidad.

—De cualquier manera, me encargaré de hablar con el periodista. El joven Martins lleva poco tiempo trabajando para nosotros, pero ha sido recomendado. Su padre es un juez bastante importante. Hablaré con él para saber qué originó este artículo y volveré a reunirme con ustedes si tengo algo esclarecido. —Borthwick quería ayudar de corazón.

—Gracias, Oliver —le dijo Edward—. Siento mucho que hayamos llegado a tu casa sin avisar, no sabíamos que habías estado enfermo, pero me alegra advertir que te has recuperado.

—Me encuentro mejor —afirmó—. Yo lamento mucho que mi diario haya dado espacio a este incidente. Me disculpo con todos, en especial contigo, Percy, pero pienso que lord Holland ha brindado una valiosa idea para contrarrestar lo publicado.

Percy asintió.

—Gracias, eso espero. Deseo también que te recuperes pronto y me imagino que la entrevista no demore mucho en realizarse.

—Así será —contestó Oliver.

El dueño de la casa acompañó a sus amigos hasta la puerta. Lord Hay, escoltado por Brandon, salió al jardín a aguardar por Henry, quien aún no terminaba una breve conversación con Oliver sobre otro asunto de interés para ambos. Percy, a pesar de estar a su lado, se hallaba distraído y no le había dirigido la palabra. Ninguno de los dos sabía qué decirse, pero Edward no podía desaprovechar el momento.

—Brandon —comenzó—, lamento mucho lo acontecido, reconozco que tienes razones para sentirte disgustado. No he tenido el valor de ensañarle el diario a Georgiana y no pretendo hacerlo, así que ella se encontrará ajena a este asunto la próxima vez que vayas a visitarla.

—Me alegra escuchar eso —respondió aliviado—. Georgie es tan pura que no entendería lo que se quiso insinuar. No deseo que sufra con nada, mucho menos con algo de lo cual no soy responsable.

—Si te creyese responsable, no permitiría que continuase el compromiso de ustedes —le advirtió Edward—. Sin embargo, eres mi amigo y amo a Georgie; no haría nada que le perjudicase, como apartarte de su lado sin una verdadera razón para hacerlo.

Percy lo miró a los ojos, a pesar de sus palabras, sentía que había algo más que no se atrevía a decirle.

—Estoy seguro de que te alejarías de Georgie si dudaras en algún momento de hacerla feliz. Sería preferible destrozar su corazón ahora que luego, cuando estuvieran casados.

—¿Qué quieres decir? —La voz de Percy se volvía a mostrar iracunda.

—Que, si por la razón que fuese, no desearas más casarte con Georgiana, lo entendería —prosiguió.

—Noto desconfianza en tus palabras —le contestó, tratando de mantener la calma—, pero te comprendo. Te aseguro que estoy enamorado de Georgiana, y que me casaré con ella por esa razón. Nada ni nadie me apartará de ese objetivo.

—Yo te apartaría si descubriese que no la mereces —expresó con tono amenazador—, pero como confío en ti, sigo considerándote digno de mi amistad y del amor que mi hermana te profesa.

Brandon no pudo replicar, pues lord Holland estaba próximo y tampoco hubiese sabido qué objetarle a Edward, era su amigo y pretendía preservar su afecto a toda costa.

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Cuando lord Hay llegó a su casa de Kensington, halló a su esposa en compañía de su hermano Gregory. Al verlo, supuso de inmediato que lo había llevado hasta allí la lectura del artículo del diario. Se acercó a él y le dio un abrazo. A pesar de sus rencillas, llevaban meses de cordialidad. Edward había preferido no inmiscuirse en su vida ni en su relación con la señorita Preston, quien le había prestado un gran favor en el pasado. Hacía pocos días que la pareja había regresado de Biarritz, pero Edward no le preguntó por eso.

Anne había invitado a Gregory a comer, pero todavía no era la hora. Entre los cuñados existía una entrañable amistad, que había ido en aumento en los últimos meses. Georgie no sabía que su hermano menor había llegado a Hay House, por lo que se hallaba en el salón de música con la tía Julie, la hermana de su madre, quien se había ocupado de ella desde pequeña.

Edward aprovechó la ausencia de Georgiana para llevar a Anne y a Gregory a su despacho, allí podrían hablar con entera libertad. Una vez que cerró la puerta tras de sí, Edward los invitó a sentarse. Anne se veía más hermosa. Le tendió las manos y él las recibió, llevándoselas a los labios.

—¡Gregory me ha explicado lo sucedido y me mostró la nota del diario! —le dijo a su esposo—. Imagino cuán preocupado estarás con este asunto. Hemos guardado silencio respecto a Georgie.

—Sí, no puedo negar que estoy preocupado —contestó—. Incluso tratándose de una gran falsedad, me perturba que el nombre de Georgie pueda verse involucrado.

—¿Has ido a ver a Oliver? —le preguntó Gregory.

Edward asintió y narró con lujo de detalles la entrevista que habían sostenido con Borthwick y el propio Percy.

—Es entendible que Percy lo niegue, por supuesto —comentó Gregory, luego de levantarse para servirse una copa—. A pesar de ello, y sin ánimo de injuriar a nadie, no me sorprende que una insinuación de esa clase haya recaído precisamente en él. Ambos sabemos que frecuentaba el Albermale Club, y lo que allí ocurrió. Es el mismo club al que acudió el Marqués de Queensberry para dejar la dichosa nota que acusaba a Wilde de sodomita. Además -prosiguió mientras se llevaba la copa a los labios-, eran muy amigos...

Anne escuchaba en silencio. Había conocido a Percy mucho después de los juicios de Wilde. Sabía por Georgie que fueron amigos, pero no podía aportar nada a la conversación.

—Para colmo de males —continuó Gregory—, Percy se marchó de Londres justo después de que comenzara el primer juicio, en un viaje nada planificado al continente, como si huyese. Quizás no lo recuerdes bien, puesto que nos hallábamos en Ámsterdam, pero yo regresé antes que ustedes y lo conozco. Cuando Percy retornó al fin, a comienzos de julio del año pasado, ya los juicios habían concluido.

Eso sí lo recordaba Anne. Había pasado unos días preciosos con Edward y su familia en Hay Park antes de casarse. El señor Percy apareció sin avisar en la residencia campestre, luego de poner fin al viaje que había emprendido.

—Es interesante eso que comentas —dijo Edward al fin—, pero no podemos condenar a Percy por una insinuación malintencionada.

—Pero tampoco te habrá resultado sorprendente esa insinuación... —le insistió su hermano—. Sería impensado, tratándose de alguno de nosotros, pero en el caso de Percy...

Gregory se interrumpió, no quiso decir que le parecía verosímil.

—Es nuestro amigo. —Para Edward ese seguía siendo un argumento de peso—. ¿Cómo dudar de su palabra sin ninguna prueba? ¿Cómo hacer sufrir a Georgie, sin poseer una justificación poderosa para separarle del hombre que ama? No lo había dicho hasta ahora, pero a pesar de profesarle a Brandon un profundo afecto, no me complace en lo más mínimo que corteje a mi hermana.

—A mí tampoco —apoyó Gregory—, agradezco que hayamos hablado por primera vez de esto sin ambages.

Anne estaba sorprendidísima.

—¡Jamás creí que pensaran eso! —exclamó—. No es un tema del que tenga un conocimiento suficiente, pero, aun así, me quedo anonadada de que le den algo de crédito a lo expuesto en The Morning Post.

—Algo de crédito, sí —contestó Gregory—. ¿El suficiente como para alejar a Georgiana de Percy? Pienso que no, y en ese aspecto estoy de acuerdo con Edward, por más que deseara defender el criterio contrario, en aras de la felicidad de Georgie.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —le preguntó Anne a su esposo—. ¿Por qué me ocultaste lo que creías?

—Lo siento —se disculpó—, ni yo mismo me atrevía a elaborar en mi mente un criterio sobre Percy. Todavía me es muy difícil hablar de este asunto. Supongo que a todos nosotros nos alarmaban en cierto grado las otras amistades que tenía, pero no nos arriesgábamos a suponer que él compartiera con ellas algo más que la simple sensibilidad artística. Jamás le censuraría por los círculos que frecuenta ni mucho menos por su vida privada, es algo que para mí no es relevante. Siempre le he considerado mi amigo y eso no iba a cambiar de ninguna manera, así que nunca le di demasiado importancia a sus relaciones personales. Sin embargo, Percy ha arribado a una edad en la que no se le había visto interesado por nadie, fue por ello que me tomó bastante desprevenido cuando me confesó sus intenciones respecto a Georgiana, con pretensiones reales de casarse con ella. ¿Qué podía decirle a un amigo como él? ¿Qué me oponía terminantemente a que desposara a mi hermana?

—Ahora tienes un motivo —le respondió Gregory.

—Tan solo es una insinuación —le recordó Edward mirándolo a los ojos—, no puede valer menos que la palabra de Percy, nuestro amigo, y lo que nos ha asegurado sobre el retrato.

—No olviden —les advirtió Anne—, que las apariencias en ocasiones pueden inducir a error. ¿No fueron capaces ambos de dudar de mí en el pasado? —Hacía alusión a lo sucedido cuando eran prometidos, cuando las circunstancias condujeron a que la juzgaran de forma muy injusta—. No considero que deban darle demasiada importancia a este asunto. La desconfianza puede deteriorar la amistad que los une y dañar mucho a Georgie. Recomiendo que aguarden, tal vez el tiempo se encargue de esclarecer lo sucedido en uno u otro sentido.

Edward se quedó pensativo, recordando en efecto cómo el año anterior las apariencias le habían hecho dudar de la mujer que amaba. Un plan, urdido por los celos de su primer prometido, a punto estuvo de hacerle perder a Anne. ¿No podía ser que alguien quisiese perjudicar a Percy? Edward se levantó de su asiento y la besó con ternura en la cabeza.

—Tienes razón, querida mía. Yo mismo me lo recuerdo varias veces, que la confianza en las personas que queremos es fundamental.

Gregory permaneció en silencio, respetaba el buen juicio de su hermano, pero temía por Georgie y por un matrimonio que, de concertarse, podría hacerla infeliz para toda la vida.

—Quizás Oliver Borthwick nos aporte algún elemento interesante que sirva para echar luz sobre este hecho. Según has dicho, ha prometido indagar sobre ello y sé que no es caballero que rehúya un compromiso así.

Edward confiaba en eso, tal vez Oliver le dijera algo importante que pudiese ayudarlos a salir de la duda.

—De cualquier manera, Georgie no puede estar al tanto. No sabría cómo explicarle el verdadero sentido que perseguían esas palabras. Alguien como ella, en su ingenuidad, quizás no lo comprenda. He advertido a Brandon que no le hable de ello. Pronto iremos a Essex, y confío en que el distanciamiento le sea favorable.

Un toque en la puerta interrumpió la conversación, y acto seguido se asomó la castaña cabeza de Georgiana quien, ajena a cuanto se discutía, llegaba con una sonrisa:

—¡Me informaron recién que llegaste, Gregory! ¡No sabía nada!

Su hermano menor le dio un abrazo y un sonoro beso en la mejilla. Luego, la joven se dirigió a Edward.

—Tampoco sabía que ya habías regresado a casa... ¿Ha sucedido algo para que estén encerrados en el despacho? —añadió con preocupación.

—Nada en lo absoluto —contestó Edward dándole un beso también—. Hablábamos de trivialidades y de nuestro viaje a Essex. Anne desea mucho reencontrarse con su familia.

Georgie se tranquilizó y volvió a esbozar una sonrisa. Ella también tenía mucho interés en volver a Essex. La subasta de la duquesa, auguraba ser de lo más interesante.

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