Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27

El Conde de Rockingham supo de la muerte de Charlotte al día siguiente en la mañana, después de desayunar. La noticia la tomó con aplomo y cierta frialdad, aunque James sabía que su insensibilidad era fingida. A un hombre como él le era muy complicado expresar sus verdaderas emociones, más a un hijo. Un caballero traicionado y ofendido, tiene razón de más para apelar a la mesura y no al congojo. James lo entendió así y no se regodeó más en lo sucedido, salvo para comentarle a su padre la decisión que en la víspera había tomado con Gregory.

Aunque el conde descubrió que tanto lord Hay como el joven Gregory le mantenían al margen de aquel asunto, del que recién conocía, no pudo mostrarse molesto por ello. No tenía ni ánimo ni energía para llevar por sí mismo una cruzada contra su agresor. Después de la muerte de Charlotte y de su acercamiento a Louise, pretendía dejar atrás las enérgicas y volátiles posturas que en el pasado le hicieron perder a su familia y, por poco, también la vida. Quedaba en manos de su hijo y de los hermanos Hay, tomar las decisiones que al respecto consideraran más atinadas.

A Louise no le pasó desapercibido que algo le sucedía a su marido, aunque este intentó disimularlo cuanto pudo. Poco después, su hijo consideró adecuado ponerla al corriente de lo que pasaba, en un espacio de intimidad. Louise, como mujer, se horrorizó al conocer las terribles circunstancias de la muerte de aquella desdichada, pero en su corazón no tenía cabida para más que un legítimo sentimiento de pena. Ese día fue un poco más indulgente con Thomas, si se quiere hasta cariñosa, y él recibió su afecto con verdadero deleite y agradecimiento. La armonía que James veía entre ellos, le resultaba cada vez más asombrosa.

Esa mañana, Georgie se hallaba en el patio interior del primer piso del hotel, mientras leía una revista. La familia no había planificado ninguna actividad importante, ya que en la noche era la cena de gala de la duquesa y preferían permanecer en el Waldorf acompañándola. No había mucho que hacer, pero el patio interior era un sitio agradable, rodeado de fuentes y flores. James acudió a verla, con una amplia sonrisa en su rostro. Tenía una sorpresa para ella y estaba tan entusiasmado como un niño pequeño.

—Pienso que deberías ver esto… —le dijo, colocando un periódico sobre las piernas—. Es la edición de hoy de The New York Times.

Georgie miró una fotografía del barco, pero de inmediato leyó con letras grandes, el titular que rezaba: "El Imperator y la música del mar". Ella lo contempló asombrada, no se esperaba algo tan sugerente, y se preguntó si aquel título se debía a su pieza. Leyó con detenimiento el artículo, para luego fijar su mirada sobre un párrafo que la aludía:

“El bautismo del Imperator se coronó de gracia con un concierto especialmente dedicado a él: El Emperador del Mar, interpretado en la segunda noche de su viaje inaugural por la orquesta del barco. Se trata de una pieza compuesta por la señorita Georgiana Hay quien, a bordo del navío como pasajera, disfrutó de su concierto y fue muy halagada por la riqueza musical de su partitura. El ingeniero principal del barco, el vizconde de Rockingham, así como el presidente de la Cunard, el señor Burns, han expresado su deseo de que la música de la señorita Hay se convierta en un himno no solo para el barco sino para la compañía. Se trata de un hecho en el mundo comercial sin precedentes, que hará recordar al Imperator no solo por la velocidad y elegancia, sino por la melodía que, en su nombre, se consagrara al mar”.

Una lágrima bajó por la mejilla de Georgie, estaba muy emocionada. Aunque en su breve telegrama Edward se hubiese referido al éxito de su concierto, leerlo por sí misma en un diario y ver su nombre como compositora, le hacía temblar…

—No puedo creerlo… —sollozó, enjugándose las lágrimas.

—No llores, Georgie mía —le pidió James preocupado sacando su pañuelo para por sí mismo limpiarle las mejillas—. Es lo que mereces por tu talento.

—Gracias —dijo ella sujetándole ambas manos—, sigue siendo a ti a quien debo este triunfo.

Él negó con la cabeza.

—Es a ti misma —le contestó—. Sueño con que la música que producen tus manos sea inagotable. Este es tan solo el comienzo, pero ha sido maravilloso, y yo prometo estar a tu lado, en cada paso del camino, así como espero que abordes cada barco que yo construya…

Ella le dio un beso en los labios, salados todavía por las lágrimas de felicidad y orgullo que había vertido. ¡James le sorprendía cada día con su reconocimiento, con su admiración! ¿Quién hubiese imaginado que la música les uniría así? ¿Quién hubiese pensado que el Emperador del Mar les llevaría al amor?

🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊

La duquesa estaba espléndida esa noche, ataviada con un vestido de seda negra que exaltaba su alta figura. Bajó al primer piso del brazo de Gregory Hay, que insistió en conducirla hasta el salón Empire. Les seguían los pasos los Condes de Rockingham, los van Lehmann, la señorita Norris y por último Georgie y James, tan enamorados que era imposible que, incluso alguien despistado, no pudiese percatarse de ello.

James miró a Georgie, muy elegante con un vestido púrpura, muy llamativo. Con sus cabellos castaños, su mirada límpida y su sonrisa, nadie negaría que era la joven más hermosa de la concurrencia.

El salón Empire era el de mayor lujo en el Waldorf, y eso saltaba a simple vista: elegancia del mobiliario, hermosas columnas de color verde oscuro; paneles en las paredes de caoba y dorado, frescos en el techo, y unos invitados que representaban a la sociedad más selecta de Nueva York.

Esa noche, la duquesa tuvo el gusto de conocer a George Bold, el propietario del hotel y a su esposa Louise. Cuando William Waldorf Astor construyó su hotel y marchó a Inglaterra, lo dejó en manos de Bold, quien ya había hecho fortuna en la industria hotelera con el célebre Bellevue–Stratford Hotel.

—Es un placer para mí recibirla, estimada duquesa —dijo Bold—. Deseo que esté muy bien instalada.

—Así es, muchas gracias —contestó la dama—. Mi suite es sin duda muy bella y espaciosa, no podría sentirme mejor.

Bold le presentó a su esposa, quien también era responsable de parte del lujo de los decorados. En un viaje que había hecho con su marido a Europa habían traído consigo muchas de las antigüedades que se exhibían en los salones y que contribuían a su lujo.

—Me encantaría charlar con usted más tiempo en otra oportunidad —comentó la señora Bold con amabilidad—, antes de que parta de regreso.

—Sin duda alguna —accedió la duquesa—, el salón María Antonieta me parece precioso, una tarde podríamos tomar el té y charlar.

Aquella habitación cercana al Empire, también era una de las más elegantes. Estaba concebida para exclusivas reuniones femeninas, así que era perfecto para que la señora Bold platicara con la duquesa.

—Me alegra que le guste, excelencia —continuó la señora Bold—. El busto de la reina y el reloj del salón, los traje conmigo de mi viaje a Europa en el 92. El reloj le perteneció en vida a María Antonieta.

—Me encantan las historias y las antigüedades, señora Bold, charlar con usted sobre ellas será un placer, respondió la dama.

La duquesa, a su paso, generaba mucha simpatía en quienes la conocían. Cesnola, el director del museo, realizó algunas de las presentaciones, mientras se encargaba personalmente de llevar a la duquesa de un lado a otro. Los invitados no habían tomado sus puestos, disfrutando de la charla como prefacio.

En el salón estaba prevista una cena: con dos gigantescas mesas adornadas de flores y con la mejor vajilla; la cocina del Empire era de las más prestigiosas de Nueva York, rivalizando incluso con varios restaurantes de moda.

Una de las primeras personas que le presentaron a la duquesa, fue al célebre Eastman Johnson, un pintor de mucho reconocimiento que había sido cofundador del museo. En su nombre le agradeció por la exposición temporal en el Metropolitan, y la duquesa, a su vez, elogió su trabajo. A su lado estaba otro caballero mayor, alto y espigado que la duquesa no conocía y que Cesnola presentó como el señor Winston.

—Quizás por mi apellido no me conozca —dijo el anciano besando su mano—, pero si le dijera que soy el tío de Brandon Percy, sé que no se mostraría usted impasible.

—¡En modo alguno podría! —replicó la dama—. ¡Le tengo un gran aprecio al señor Percy! Ha expuesto en mi Museo en Essex, y lamento que no haya podido estar hoy aquí.

—Es una pena, pero yo he venido en su nombre.

El señor Winston se acercó a James, que tenía a Georgie a su lado, dos pasos más atrás que la duquesa. Los jóvenes escucharon tanto la presentación de Eastman como las palabras de Winston, pero James no había sido lo suficientemente rápido para evitar que le abordara, más aún con la joven de su brazo.

A sus espaldas, lady Lucille permaneció hablando con Eastman sobre Percy; ya el notable pintor había conocido al más novel por mediación de su tío, y elogiado su trabajo. Por otra parte, Georgie sintió que sus mejillas enrojecían cuando tuvo a Winston delante. No estaba segura de que supiera su identidad, pues jamás se habían visto.

—Es un placer saludarle nuevamente, señor vizconde —comenzó el caballero, con una sonrisa que casi asemejaba a una mueca—. ¡Qué sorpresa verle con la señorita Hay! —dijo después de besar la mano a ella.

—Es un placer —respondió Georgie, un poco incómoda—. Me admira que me reconozca, jamás hemos sido presentados.

—Pero Brandon me mostró un retrato suyo —respondió—. Si bien a veces olvido algún nombre, no me sucede lo mismo con un rostro hermoso, mucho menos tratándose de un rostro idolatrado por mi sobrino.

Georgie no podía disimular su incomodidad ante un comentario tan impertinente, y sintió hasta vergüenza frente a James, al notar que este se tensaba a su lado.

—Un pintor admira muchos rostros —respondió el vizconde con calma—. No he visto el retrato de la señorita Hay, pero debe hacer justicia a su belleza.

A Winston no le pasó desapercibido la intención de las palabras de James.

—Trasmítale un saludo a Brandon a su regreso de San Francisco —expresó Georgie conciliadora.

—Eso haré —asintió el anciano—. Ojalá pudiese regresar antes de su partida para que pueda dárselo personalmente.

—Imagino que, si no me ha contactado, es porque no conoce nada más acerca del paradero de mi hermano Thomas —señaló James, de manera directa.

Georgie comprendió que la mención de aquel joven ensombrecía al señor Winston. ¿Tal vez estaba enterado de la naturaleza de aquella amistad que los unía?

—Lo siento, no tengo más noticias —contestó con sequedad—. Si me disculpan, debo saludar a un amigo, pero no quisiera dejar de manifestarle, señorita Hay, el gusto que experimenté al ver su nombre en el diario esta mañana. ¡La melodía del Imperator! —sentenció, mirándolos con suspicacia—. No hay duda alguna que su música se encuentra muy unida a… —titubeó—, a ese barco.

La joven temblaba cuando el señor Winston se marchó, distaba mucho de ser un viejecillo agradable y cercano. Sabía muy bien lo que decía y cómo manejar una insinuación. ¡Al parecer había advertido su amor por James!

—Lo siento mucho —dijo el joven volteándose hacia ella y levantándole el mentón—, no puedes sentirte avergonzada por nada, Georgie mía. Nuestro amor no tiene nada de objetable, en todo caso es probable que Percy lamente haberte perdido. ¡Eres demasiado valiosa para cualquier persona que te conozca!

Ella le agradeció con la mirada, pero no se atrevió a hablar. Fue Gregory quien, habiendo visto la escena desde la distancia, se acercó a ellos para descubrir qué había sucedido. James le explicó, intentando no afectar más a Georgie de lo que ya estaba.

—Winston no me agradó cuando le conocí —comentó Gregory después—, es muy inadecuado de su parte pretender hacerte sentir mal con sus insinuaciones. Todos sabemos cómo terminó tu compromiso, y lo más importante es que fue tú decisión, hermana. Cualquiera que intente criticar tu libertad de elección o enjuiciarte por ello, no merece tu preocupación.

Las sabias palabras de Gregory tranquilizaron a la joven, que puso todo su esfuerzo en disfrutar del resto de la velada.

La duquesa continuó conociendo personas importantes; otro cofundador del museo, el pintor Frederic Edwin Church le ofreció sus respetos. Era un hombre de setenta años, cuyos notables paisajes le habían hecho llegar a la fama. Lady Lucille también conoció a otros intelectuales y personas de la sociedad: el industrial y banquero Howard Potter, otro fundador del Metropolitan, acompañado por su esposa Mary; saludó a Alva Belmont —hasta hacía muy poco Vanderbilt— quien ese mismo año se había casado en segundas nupcias con Oliver Belmont, tras un nada habitual divorcio. Ellos representaban parte de la élite social, muy satisfechos de conocer a la Duquesa de Portland, a quien su fama precedía.

Lady Lucille había vuelto al lado de su familia, cuando Cesnola se acercó a ellos escoltando a John Jacob Astor IV y a su madre, Caroline Astor, viuda de William Backhouse. John Jacob había ido al fin, pero la sorpresa mayor era haber aparecido del brazo de su madre. Los Astor eran muy respetados, una de las fortunas más grandes de la ciudad y no acudían a cualquier evento.

La duquesa no pudo evitar recordar las rencillas entre las familias y comprendió el gesto de buena voluntad que suponía para Caroline Astor pisar el Waldorf. Obviando su animadversión al hotel, Line Astor no quiso perder la oportunidad de conocer a la Duquesa de Portland, que parecía ser una celebridad en Nueva York. ¡No asistir a un acontecimiento tan importante era imperdonable para ella, con una agenda social tan nutrida a pesar de su edad! No obstante, su fiesta del fin de semana, sería mucho más grandiosa.

—Es un gusto para mí conocerla —dijo Caroline con amabilidad.

—El placer es todo mío. Agradezco que haya aceptado la invitación.

—Debo reconocer que el Empire es un sitio agradable —cedió la dama—, aunque mi propósito principal era conocerla. Mi hijo me ha dicho que quedó muy encantado con usted durante su viaje.

—Muchas gracias —volvió a decir lady Lucille—, también fue muy agradable para mí compartir durante el viaje con él —dijo mirando a Jack—. Es una lástima que no haya venido acompañado de su esposa.

—Ava le transmite sus disculpas, se sentía indispuesta —contestó el caballero. La duquesa se preguntó si esa indisposición estaría relacionada con su incomodidad por los galanteos de Gregory—, pero podrán saludarse el sábado en la fiesta. Me alegra mucho que haya aceptado la invitación.

—Es muy cortés al no haberse olvidado de nosotros —contestó ella—. Acepté con gusto.

La duquesa le presentó a la señora Astor al resto de sus amigos: los van Lehmann, el vizconde de Rockingham, Gregory y la señorita Hay… La expresión de Gregory era de disgusto, ya que había sido excluido de la invitación a la fiesta, así que, sin mayor condescendencia, se retiró.

—El vizconde es el ingeniero principal del Imperator —añadió la duquesa—, es su diseñador. A él le debemos una travesía memorable y el hecho de que yo me haya decidido, a mis años, a hacer tamaño viaje.

Jack Astor dedicó su atención al vizconde y al señor van Lehmann. Fue su madre quien permaneció observando a Georgiana en silencio.

—¿Ha dicho la señorita Hay? —le preguntó.

La aludida asintió.

—¿Es usted a quien se refería el diario como la compositora del concierto dedicado al Imperator?

Las mejillas de Georgiana enrojecieron al escucharla.

—Así es —respondió la duquesa por ella—, ¡es una composición exquisita! Ojalá hubiese podido escucharla, estoy segura de que se asombraría con el talento de la joven.

—La felicito. Mi hijo me habló de su pieza y del concierto tan agradable, pero no sabía que se trataba de usted hasta que me la presentaron. ¡Tan joven y talentosa! —le elogió la dama—. ¿No podríamos escuchar esta noche su concierto? Me encantaría poder hacerlo.

—Muchas gracias por sus elogios y por su deseo de escuchar mi pieza —respondió la joven halagada—, pero me temo que, con tan poca previsión, la orquesta del salón no pueda interpretarla.

James, que la escuchaba, interrumpió su charla con Astor, para dirigirse tanto a Caroline como a Georgie.

—Es cierto, la orquesta del Waldorf no está preparada para interpretarlo, ¡ojalá hubiese tenido esa excelente idea antes! Sería un hermoso obsequio para la duquesa y sus invitados. Sin embargo, la señorita Georgiana puede ejecutar su pieza al piano. ¡Doy fe de que es una intérprete como pocas!

Georgie le reprochó con la mirada, al comprender la circunstancia en la que se encontraba. ¡Tocar para cientos de personas! ¡Ella que apenas lo hacía para un marco estrictamente familiar!

—¡Qué idea tan estupenda! —exclamó la señora Astor—. Por favor, querida, ¡no podrá negarse usted! Cuento con que después de las palabras de la duquesa esta noche y antes de la cena, pueda deleitarnos usted al piano.

Georgie no sabía cómo rehusarse y salir airosa de una negativa como aquella. La duquesa, que notaba su indecisión, la animó.

—Georgie, querida, ¡no lo pienses más! Es una excelente oportunidad y yo estaría muy satisfecha de escucharte también.

La joven finalmente accedió.

—¡Nunca he tocado para un público tan grande y selecto! —expresó—. Les agradezco a todos por el ánimo y espero no decepcionarles. Iré a buscar la partitura. Con permiso.

Georgie salió al corredor, en dirección a su suite. Aunque se supiese la obra de memoria no iba a permitir que los nervios durante la ejecución le hiciesen olvidarla. Una voz profunda la retuvo por un instante, antes de tomar el ascensor.

—Georgie…

Era James, quien le sonreía, buscando su perdón.

—¡No me riñas por lo que acabo de hacer! —le suplicó—. Tan solo quiero que se deleiten contigo, como lo hice yo en Essex cuando te conocí.

Ella se rio, a pesar de la tensión.

—¡Te reñiré después! —profirió—. ¡Cuando todo esto haya pasado!

James la dejó marchar, no sin antes darle un beso en los labios de buena suerte y volvió al salón, un tanto inquieto. Confiaba en el talento de Georgiana, pero le asustaba un poco que se expusiera a un público tan vasto, por primera vez. ¡Si algo salía mal, la responsabilidad sería solo suya!

Trató de hallar sosiego, tomando una bebida que un camarero le brindó. A su diestra descubrió que un caballero mayor se encontraba sentado, también con un licor en las manos. Era el destacado pintor Eastman Johnson, quien unos minutos antes acompañaba a la duquesa y al señor Winston. James incluso había escuchado que el señor Eastman había conocido a Brandon Percy y alabado su talento. Con este pensamiento martillándole en la cabeza, se acercó al desconocido y se presentó él mismo.

—Sé bien quién es usted —le dijo el anciano, en un tono amable—, escuché que es el vizconde de Rockingham, el diseñador del Imperator. ¡Se habla mucho de usted por estos días en la ciudad!

—No tanto como de usted en todas partes —James le extendió la mano que le brindaba—. Es un placer conocerle.

—El placer es todo mío, señor —respondió Eastman.

—Mi hermano también le admira mucho y es un referente para él —continuó James—, hace un par de semanas llegó a Nueva York. Es un joven pintor que recién comienza, amigo del señor Brandon Percy, de quien ha aprendido mucho.

James sabía que su comentario era osado, pero tenía un presentimiento. Eastman se quedó pensativo por unos segundos.

—Conocí a Percy a través de su tío Winston. He visto algunas de sus obras y tiene talento. También me presentó a un amigo suyo, a una joven promesa del arte, recién llegado de Inglaterra, ¿se trataría de su hermano?

James se sentó al lado de Eastman, comprendiendo que la charla le estaba brindando las respuestas que esperaba.

—Mi hermano es Thomas Wentworth, señor. ¿Se refería a él? —Disimuló su ansiedad.

—¡Vaya! —exclamó—. ¡Sí que el mundo es pequeño, señor vizconde! En efecto, conocí a su hermano hace unos días, recién llegado de Liverpool con algunos de sus cuadros. ¡Me parecieron muy buenos!

—No estaba al corriente de esa presentación —comentó James con calma—, pero me satisface que mi hermano haya podido conocerle y contar con su favorable criterio, un valioso estímulo para él.

—Yo mismo le recomendé que acudiese a la exposición de San Francisco. ¡Ya Brandon estaba inscrito, pero me vi precisado a dar mi aval para que el joven Wentworth pudiera exponer también! A su regreso le hablará de su éxito. Su hermano ha tenido la deferencia de enviarme un recorte de un periódico local con una reseña que le es muy favorable.

El corazón de James se encontraba dividido, entre el orgullo de saber a su hermano encaminado en el arte y descubrir que se hallaba en San Francisco con Brandon Percy, algo que ya sospechaba.

—Le agradezco infinitamente por el apoyo que ha sido para Thomas. Es la primera vez que expone, imagino cuán importante debe ser este momento para él.

—La primera exposición jamás se olvida, señor vizconde, ni siquiera con la vejez. Puedo asegurárselo.

James conversó un poco más con él, mas luego se despidió. No le contaría a nadie, ni si quiera a sus padres, la información que poseía. A Georgie no le produciría bien alguno conocerla, todo lo contrario, y sus padres se angustiarían con tamaña noticia, por lo que no ganaría nada exponiendo los hechos. Lo mejor era esconder el asunto hasta partir, si no aparecían antes. James tomó su puesto en la mesa al atestiguar que el resto de los invitados hacían lo mismo. A su lado estaba Gregory a quien tuvo a bien informar de la presentación de Georgie, de la cual no estaba enterado. Se puso feliz, pero también nervioso. ¡Qué momento tan importante para su hermana! Luego continuó conversando con una joven dama a quien recién había conocido; al parecer ya no echaba de menos a su querida Nathalie.

Cesnola subió al escenario. Atrás suyo estaba la orquesta del Waldorf que dejó de tocar. El director del Museo brindó un corto pero halagador discurso de agradecimiento en favor de la Duquesa de Portland. Aquel acontecimiento quedaría registrado en las memorias y libros de la institución.

Un fuerte aplauso recibió a lady Lucille quien, instada por Cesnola, subió también al escenario. A pesar de su edad era una mujer ágil. La dama recibió emocionada, un reconocimiento de la junta del museo y un ramo de rosas blancas, agradecida por las muestras de afecto y la acogida que le habían brindado. Luego, dispuesta a hacer también un breve discurso, se acercó más al micrófono con las rosas en las manos.

—A mi edad, cuando el tiempo está cerca de agotarse, uno comienza a pensar no tanto en sí mismo sino en el legado que dejará a las nuevas generaciones. —Su voz era firme—. Pocas cosas son tan importantes para la humanidad como la herencia cultural. —Algunos aplausos se escucharon—. Ustedes, desde el Metropolitan así lo han advertido, haciendo crecer en estos años una colección que se nutrió, sobre todo, de colecciones privadas. ¿Es más útil el arte que se disfruta en casa, o aquel que ponemos a disposición de todos? Hace mucho tiempo que comprendí que es lo segundo, no solo lo más generoso sino también lo más correcto. —Otra ovación cortó el discurso de la duquesa—. Fue así que, inspirada por ese deseo, me propuse fundar en Essex mi propio museo, consciente de que, en los albores del nuevo siglo, la cultura que nos precede es el símbolo más importante de la continuidad humana. Amigos, confieso que mi visita a Nueva York ha sido mucho más grata de lo que ya esperaba. Es por ello que, estando aquí y siendo tan bien recibida por ustedes, he comprendido que lo que hacía por el Metropolitan no era suficiente. —Cesnola la miró extrañado—. He decidido donar a la colección del museo mis estatuillas de gladiadores romanos de bronce de la época Imperial. Pienso que así mi visita podrá contribuir mejor a perpetuar el arte en América. ¡Muchas gracias!

Los cientos de invitados se levantaron de sus puestos para aplaudir a la duquesa; Cesnola le dio la mano para bajar, no sin antes agradecerle una vez más por su gran generosidad. ¡Lady Lucille había estado espléndida esa noche, y todos los presentes no podían tener otra opinión que no fuese esa!

Cuando los ánimos se calmaron, los agasajos concluyeron y todos volvieron de regreso a sus sillas, el propio Cesnola retornó al escenario para hacer un anuncio.

—A petición de la señora Astor, que nos honra con su presencia esta noche, tenemos a bien presentarles un concierto especial. Como todos conocen, el magnífico Imperator ha llegado a nuestro puerto como destino de su viaje inaugural. Con él también se ha hecho famosa una obra en su honor, sobre la cual hemos tenido noticias en nuestra prensa. Esa pieza, Emperador del Mar, será tocada esta noche para deleite de todos nosotros, interpretada al piano por su compositora: ¡la señorita Georgiana Hay!

Georgie que hasta ese momento se había mantenido en la penumbra, avanzó decidida. A su mente vino fugazmente la imagen del puente de Brooklyn, y la historia de Emily Warren Roebling, a quien James admiraba por su valentía y determinación. El piano, era su reto y debía salir airosa de él sin dejarse dominar por el miedo.

Un aplauso la recibió en el escenario, pero ella trató de no fijarse demasiado en el público, para no amedrentarse. Saludó y de inmediato se sentó al piano. Tocaría por primera vez en un hermoso Steinway & Sons de cola, precisamente fabricado en Nueva York, una de las marcas más prestigiosas. Colocó las partituras en el atril y comenzó.

Tal como sucediera en el Imperator, la primera parte del concierto fue creando con lentitud una atmósfera seductora en el auditorio, conducidos por la dulzura que se desprendía de la melodía de la joven; en el segundo tiempo, tan vigoroso y animado, la pieza terminó por conquistar los corazones más reacios de los presentes. Y es que la obra de Georgie reunía armónicamente la belleza clásica con los derroteros más modernos de la composición. La joven pianista no podía advertirlo, pero a medida que avanzaba en su ejecución aumentaba, a su vez, el interés de su auditorio.

James volvía a experimentar una emoción enorme al escucharla. Verla en el escenario, realizada al piano, le hacía sentir un profundo gozo. ¡Georgie era tan importante para él! Su amor había crecido mucho en los últimos días y mientras más la admiraba, más dichoso se sentía de haberla conquistado al fin.
Aquel final tan sencillo, de un solo acorde, dejaba al auditorio mucho más conmovido. Al igual que con el discurso de la duquesa, los comensales se levantaron de sus puestos para ovacionar a Georgie. Ella se retiró temblando del piano, pero intentó que las piernas no le flaquearan. Volvió a saludar, emocionada, bajo la lluvia de aplausos que no se detenían.

Lady Lucille le esperaba alegre y le dio un abrazo; luego, tomando una de las rosas de su ramo, se la obsequió a la artista, como muestra de su cariño y admiración. Georgie llegó junto a James, que aguardaba por ella muy regocijado, y le dio un beso en la mejilla, que no pasó desapercibido para nadie —ni tan siquiera para Winston, que se hallaba cerca de ellos—. La radiante sonrisa de James, que todavía le aplaudía, le hizo advertir a Georgie cuán noble era su corazón y cuán agradecida debía sentirse de tener su amor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro