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El Traidor

Ella le sonrió cuando Mugh tomó su mano, sus consejeros le advirtieron que ella era nada más y nada menos que una simple noble caída en desgracia. Mugh la observó de pies a cabeza, y alcanzó a notar algunas marcas que parecía ella quería ocultar.

Mugh salió de la sala y llamó a uno de sus guardias, le pidió que llevara a los padres de ella para tener una audiencia. Pronto ellos hicieron acto de presencia, aunque solo estaban ellos dos.

Mugh los miró desde su trono, sus ojos observaban hacia abajo y su mirada por encima de su hombro no descendió en ningún momento, había desprecio en su rostro.

"Mi señor ¿Se casará con nuestra hija?"

Preguntó el hombre, nervioso pero con cierto nivel de alegría.

"Sí, me casaré con Solánide."

Él y su mujer se alegraron, bajaron la cabeza frente a él.

"Gracias, estamos muy agradecidos, se transformará en una de las consortes del Señor de la Sangre. Nos honrará pertenecer a la Familia real como recompensa."

Mugh los observó con desdén.

"Sí, su recompensa. Guardias, azótenlos, quiero que les den la misma cantidad de latigazos como heridas y cicatrices tenga Solánide en su cuerpo, no aceptaré ni una menos."

Los padres se levantaron, aterrados por la declaración.

"Mi señor..."

Sus ojos hervían en rojo colérico, aquello que le pertenecía debía permanecer pulcro e impoluto.

Recordando esas viejas imágenes de su juventud, suspiró, pensó que era una lástima las cosas que habían ocurrido hasta ahora.

Mugh pronto llegó hasta el viejo edificio abandonado donde fue despertado. Tras entrar a la habitación, pudo sentir la presencia de su benefactor inicial en esta travesía.

"Muéstrate, he llegado de mi investigación ¿Has logrado encontrar a mi gente?"

Habló Mugh sabiendo la respuesta. La criatura, de aspecto un poco endeble y resguardado tras una capa negruzca le contestó.

"No mi señor, no he logrado ponerme en contacto con nadie, pareciera que su prole simplemente ha desaparecido de las calles de la ciudadela."

Mugh caminó hasta el ventanal, observando la perpetua noche, la luna roja, escuchando los gritos despiadados de gente siendo devorada, de monstruos malditos.

"Cuantos no han sucumbido ante el don del nuevo Señor de la Sangre, no tengo forma de salvarlos de esta cruel tortura que les ha impuesto el destino."

Recordó la imagen de la mujer que había visto en el pasado ¿Estaba seguro de que eso era realmente así? La nueva Señor de la Sangre que había usurpado su trono era una mujer que ya había visto, es más, de hecho, era una mujer que conocía bastante bien.

"El actual Señor de la Sangre se llama..."

Habló el benefactor, Mugh tomó un jarrón y lo lanzó contra la pared colérico, interrumpiendo las palabras sus palabras. Gritó de rabia, su pulso se aceleró, su respiración se agitó.

"Dime tu nombre, pequeña criatura."

El pequeño lo miró asombrado.

"Soy Blessed mi señor, soy su fiel ciervo."

Mugh lo observó.

"Cuéntame Blessed ¿A qué lugares fuiste en mi ausencia? ¿Dónde se escurrió tu injuriosa lengua cuando yo estaba ahondando en las profundidades de esta erosionada ciudadela?"

El tono de Blessed se mostró con cierto augurio de miedo frente al colérico Mugh.

"Me adentré por los callejones, buscando entre los vagabundos y los cadáveres, busqué también por los refugios. No encontré a nadie que todavía recuerde su nombre, mi señor."

Mugh observó la ciudadela nuevamente por la ventana. Vio las criaturas volando, vio los horrores inefables que le esperaban más allá de la muerte.

Mugh entonces aprisionó a Blessed con sus sombras, extendiéndolas por toda la habitación.

"Las manecillas del reloj siguen avanzando, moviéndose eternamente ¿Cuándo dejarás de mentirme, pequeña rata? Me he cansado de tus mentiras, y si eres sabio entenderás que es mejor que habras la boca rápido porque el descenso a la tortura que te haré te hará ver que no tengo bondad contra los traidores y mentirosos."

Mencionó Mugh, con una furia que poco a poco se volvía calmada y silenciosa.

"Mi señor, yo no le he mentido, no veo porque le mentiría."

Blessed se mostró temeroso y dubitativo.

"¿Crees que soy estúpido? ¿A caso crees que no tengo el poder suficiente como para arrancarte la verdad de tus horrendos y deformados labios?"

Mugh le rompió los brazos a Blessed, y luego lo azotó contra el suelo. Él mostrándose apenas sin habla ni aire le contestó.

"No sé que mentiras le han dicho, mi señor, pero yo no soy su enemigo."

Otro sonido se escuchó en un crujir, las piernas de Blessed se habían roto, tras ello se pudo escuchar el grito de dolor que vino.

"No porque tengas mis antiguos poderes tienes el derecho a creer que puedes superarme, no hay nada ni nadie que pueda detenerme, ni superarme. Miénteme de nuevo, niégate a decirme la verdad una vez más y prometo que lo que te he hecho hasta ahora no será nada comparado a todo lo que vas a pasar."

Blessed se mostró inquieto, y pidió perdón a regañadientes y entre lágrimas.

"Está bien mi señor, quería despertarlo pero solo usurpando sus poderes podía debilitar su sello."

Mugh esta vez le arrancó las uñas, luego la piel de las manos, y luego los dedos para hacer una indigesta bola de carne que le metió por la boca y se la hizo tragar.

"¡Pones a prueba mi paciencia, Blessed! ¡Miénteme una vez más, y desearás nunca haberme despertado!"

Le reprochó Mugh, esta vez sus ojos destellaban como la sangre hirviendo, y las venas de su rostro se notaban. Mugh drenó la sangre de Blessed poco a poco con su control de sangre, derramándola por el piso.

"Está bien mi señor, yo le robé los poderes porque esperaba vencer al Señor de la Sangre."

Mugh, esta vez presionó sus costillas hasta fracturárselas, y tras ello sus sombras perforaron su piel arrancándoselas. Los gritos de dolor que profesaba Blessed eran apenas escuchados por Mugh.

"Mi señor, conozco un camino oculto al Palacio Real... Por favor, deténgase, no me mate..."

Le contestó, soltado sangre de todas partes. Mugh lo dejó ir finalmente mientras lo veía recuperarse de sus heridas.

"Al fin tienes mi atención, escoria."

Las heridas de Blessed iban recuperándose progresivamente gracias a los poderes regenerativos de Mugh, quien antes podía curarse naturalmente sin necesidad de consumir carne o sangre.

"Sígame, mi señor, lo conduciré  hacia allí."

Mugh lo siguió mientras descendían por el edificio hasta el subterráneo. El lugar llevaba bastante tiempo abandonado y las escaleras permanecían destruidas, aparentemente por alguien.

Allí encontraron un pasadizo que Blessed había estado guardando para sí, con el cual según él podía obtener acceso al Palacio Real. El camino sería largo, pues la zona de los nobles quedaba lejos.

Ambos caminaron por el lugar, un poco estrecho pero suficiente para caminar con cierta libertad. Mugh meditaba a medida de que avanzaban ¿Por qué Blessed iba a tener un pasadizo secrerto hacia el palacio? ¿Habría él estado construyéndolo a lo largo de los años? ¿Qué fin tenía para esto? ¿Quería asaltar el palacio y robar sus tesoros?

No lo creía, pero algo no estaba bien con él, sabía que tenía que tenerlo a la vista para estar seguro de lo que estaba tramando porque no era nada bueno. Mugh observándolo estaba seguro de que la tortura había sido un mero juego para él, más si tenía los poderes y tras observar como se curaba, era descuidado en su mentira y un mal farsante, pero indudablemente era un peón útil en el tablero.

"¿Por qué no consumió mi sangre para recuperar su poder, mi señor?"

Le preguntó Blessed, había una sonrisa oculta detrás de la oscuridad del lugar que Mugh podía ver  claramente aunque era sutil. Su tono también ayudó a desvelar sus intenciones ocultas, pero Mugh habló al aire, mintiéndole, su hablar era sólido e indiscutible, la mentira era imperceptible.

"Porque tu sangre también está maldita, también fuiste contaminado con el Don Maldito del Señor de la Sangre, pero tú eres el núcleo de la maldición. Intentar tomar tu sangre me transformará a mí también en un monstruo como a mi prole."

Blessed mostró una muy sutil y casi imperceptible sorpresa.

"No sé como lograron sellarte después de lo hábil que eres deduciendo situaciones, me pareces implacable."

Mugh por primera vez hizo una tenue mueca de tristeza unos momentos, aunque Blessed fue incapaz de verla por la oscuridad.

"Porque quien me traicionó fue mi mano derecha, quien conspiró en mi contra fue mi esposa, ella fue quien me selló y se quedó con el puesto del Señor de la Sangre. Es una mujer diestra cuyas habilidades de manipulación hacia los demás superan las mías."

"¿No tiene nada que decir contra su esposa, mi señor?"

Mugh estuvo un instante en silencio, escuchando los pasos.

"No en realidad, quizá tuvo un fin altruista al inicio pero desconozco el transfondo, dudo que hubiera una razón trivial para que tomara estas decisiones. De forma lamentable para mí me di cuenta muy tarde de lo que trabamaba, aun así, es incuestionable que está lejos de ser la mujer con la que me casé, al igual como te pasará a ti y a todos los demás en esta ciudadela, el tiempo los ha erosionado, no podemos envejecer pero podemos transformarnos en polvo, la memoria se diluye y todo lo que fuimos alguna vez se transforma en nada más que un cascarón vacío e inerte que apenas es recordado, han pasado diez mil años, ella ya no es la misma."

Blessed soltó palabras que perforaron el pecho de Mugh.

"Entonces ¿Todos esos muertos fueron culpa de una jugarreta de usted, mi señor, por mera confianza?"

Mugh tuvo una mueca en su cara, difícil de disimular que se ocultó en medio de la oscuridad.

"Mi error fue haberme confiado, a lo largo de este viaje he visto de primera mano todas las atrocidades que ha hecho Solánide, los edificios envejecidos, corrompidos, olvidados, mancillados, las calles envenenadas, atormentadas, corruptas. La gente perdida, hambrienta, enloquecida, esta jugarreta debe terminar."

Blessed murmuró casi de forma imperceptible, pero Mugh pudo escucharlo aunque él creyó que no.

"Esperemos que sí, Mugh, pero los reyes al final siempre se transforman en peones."

Mugh meditó sobre su antiguo rol que debía ser recuperado ¿Estaba realmente listo para tomarlo entre sus manos? No lo sabía, todavía era incapaz de creer que seguía cometiendo errores, errores por no entender todo el transfondo de la situación. Su esposa, Solánide era una traidora, pero precipitarse a solo tacharla de malvada lo haría cometer el mismo error que cometió en la fosa con la Proto Bestia Conceptual y no podía seguir equivocándose, pues estaba poniendo en riesgo no solo a sus cercanos, sino a toda la ciudadela y era plentamente su responsabilidad.

Pronto llegaron hasta el final del camino. Blessed entonces salió hacia el pasillo del palacio, donde parecía estar vacío. Mugh lo siguió detrás, miraron el lugar y avanzaron caminando.

"Mi señor, en la última habitación el Señor de la Sangre resguardó el tesoro que robó de los Génesis, el arma que podría darle la victoria en esta batalla."

Mugh miró hacia adelante, y el pasillo se extendía de forma vertiginosa. Una sensación de distorsión y vértigo parecían recorrer el lugar, un artefacto antiguo de tecnología divina que escapaba de la comprensión se ocultaba allí, y era incuestionable que era algo incalculablemente poderoso.

El artefacto lo rememoró a su antiguo viaje, a la Cofradía del Custodio. Todos los enemigos que destruyó, toda la sangre de la que se alimentó, todo orquestado para demostrarle su valor a Helia, demostrarle que era capaz a sus padres, capaz de hacer cualquier cosa.

Mugh y su campaña se abrieron paso a través del valle, destruyendo a sus enemigos hasta que no quedó ni uno solo. Los cuerpos se apilaron despojados de todos sus fluidos, el poder de Mugh ahora era inconmensurable en su transformación de Dios de la Sangre.

Su campaña marchó, él creía que ya nada podía detenerlo cuando ocurrió. Se mostró una criatura frente a él, una bestia que erizó la piel de Mugh, era un Dragón. No así un dragón cualquiera, esos horrores inefables que había leído en sus libros de los dragones conceptuales eran muy diferentes al monstruo que se posó frente a él, y disipó su niebla con sus enormes alas.

La bestia emanaba un aura oscura y sus escamas expelían brasa y ceniza. La bestia exhaló un aliento de oscuridad que arrasó con el valle completo, destruyendo a muchos de sus soldados de su campaña, pero no todo estaba acabado. Mugh volando sabía que no podía alimentarse de la sangre del dragón, esta criatura estaba aferrada a una fuerza oscura que lo devoraría si lo hacía.

Si la Cofradía poseía una criatura así, debían tener a un domador de dragones. Mugh observó a la distancia y lo vio, vio a alguien vestido de Monje y se abalanzó contra él, un monje de los Génesis.

Cuando saltó a por él, a punto de clavar sus garras lo vio sonreir. Emanaba la misma aura oscura, el mismo poder del abismo, un poder desconocido para Mugh al cual aprendió a temerle.

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