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El Destino y la Profecía

"Mugh, al fin llegas mi amor, estaba esperando tu venida."

Mugh se dio media vuelta, y en efecto, era Solánide.

Un fragmento de eternidad que se deslizó suavemente entre las palabras de Solánide, y la mirada de Mugh. No faltó mediar más palabras para que él lo entendiera, su bendición corrompida, su maldición pútrida la había congelado en el tiempo con esa forma, la misma que tenía cuando se casaron pero los rasgos de la erosión fueron evidentes a lo largo del viaje y ahora podía verlos en todo su esplendor, ella era solo un fragmento de lo que alguna vez fue la Solánide de la que se enamoró.

Mugh miró el cabello que ardía como el fuego danzando entre su ropa elegante, recordó cuando cayó presa de la maldición y letargo, como la última imagen que vio fue la de ella y las luces ardientes mezclándose con su cabello hasta la oscuridad.

Sus ojos no miraban directamente el rostro de Mugh, parecía en cambio que ella siempre miraba hacia abajo desde lo alto, asumiendo su victoria, no, al contrario, celebrando su victoria desde antes de la caída de Mugh. Su elegante y fina ropa confeccionada era el culmen de todo lo que Mugh encontraba plácido, etereo y sublime en cuanto a belleza, y si bien su rostro no mostró ni una sola mueca, su pecho se apretó y hundió por dentro viéndola tan hermosa, tal que casi dudó que ella pudiera haber tramado tales atrocidades.

Solánide le sonrió, y nuevamente sacudió su mente con viejos recuerdos entonados entre su lírica voz.

"No te imaginas cuanta fe tuve en que volverías mi querido Mugh, no hay hombre más pasional y de voluntad más inquebrantable que tú, mi amado."

Mugh musitó entre su agobiante estrés su respuesta.

"El tiempo no ha pasado para tu imagen Solánide, pero que no pasara para tu imagen no significa que tu mente siga impoluta después de todo este tiempo. A diferencia de ti yo no me he erosionado, puedo sentir tu triste decadencia y me temo que esto debe acabar de una vez, no podemos seguir prolongando esta pelea más tiempo."

"Ha sido divertido, y cada paso que has dado solo ha reafirmado mi poder sobre ti. Cada vez, cada decisión que tomaste fue una decisión que yo escogí para ti, mi amor. Yo quería que esto ocurriera así porque en el fondo, ambos sabemos que no eres tan poderoso ni tan vil sin mí."

"Tan vil sin ti, es cierto, pero esto ha ido demasiado lejos. Puede que escogieras mi camino pero no sabes nada de él, no has desvelado todo lo que he aprendido, todo lo que he descubierto."

"Amor, desde el despertar de Blessed, hasta la traición de Viyaen, cada una de esas cosas fueron hechas para mostrarte que sin mí no eres ese gran Señor de la Sangre al que todos temen, todo fue orquestado para quebrar tu espíritu y que te dieras cuenta que no hay amor más sincero que el que te ofrezco, no hay poder más grande que mí destino con tu destino."

Mugh tras escuchar esto soltó un suspiro, estiró los brazos y la espalda un poco mirándola.

"Intentaste romper mi espíritu, pero mi voluntad solo ha sido reafirmada. Pese a que corrompiste mi estirpe, esparciste tu don maldito, aislaste a mi gente, hiciste que dudaran de mí y me traicionaran sigo vivo, estoy aquí, erguido de voluntad y seguiré adelante."

"Mugh, ahora estás más cerca de entenderlo aunque no quieras aceptarlo, la prole sabe que cuando estamos juntos, somos unión, somos un dios, somos legión, somos poder, somos mucho más de lo que nunca hemos sido cuando estamos separados. Y ahora que fuiste débil, podías notarlo de forma más fácil, ahora que fuiste traicionado, que te arrastraste buscando ayuda sabes que conmigo seremos invencibles Mugh, poseo el poder para detenerte, poseo los conjuros para matarte, puedo sellarte y yacerás en la muerte eternamente."

El ex Señor de la Sangre miró a Solánide, la ahora regente, la nueva Señor de la Sangre. Su pecho por dentro estaba apretado. Ella pensaba que todo estaba perfectamente orquestado, que el juego estaba ganado, pero Mugh aún tenía la Guadaña de Apsu, y sabiendo ello le contestó.

"Solánide, eres tú quien no quiere aceptarlo, mi estirpe, mi gente, mi rol como Señor de la Sangre, todo va más allá de nosotros y aunque los horrores vengan lo cierto es que no hay poder que posean que sea capaz de detenerme ¡Aún sigo vivo! Y lo que yace alguna vez nunca acaba en la muerte, y yo jamás moriré."

Solánide lo observó unos instantes a los ojos, solo un momento donde la mirada de ambos se cruzó de forma directa, como no había ocurrido en más de diez mil años. Los recuerdos fugaces de su padre, de su familia en la ruina, las marcas debajo de su ropa, el horror de una sangrienta cruzada marcada por la violencia de sus padres y las expectativas irreales, transformarse en la consorte del Señor de la Sangre.

Solánide recordaba muy bien las palabras de su padre, estaban grabadas en su psiquis, como los moretones que tenía en sus brazos, en su espalda y en sus piernas. Su rostro puro debía permanecer santo e intocable, era lo que su madre decía.

Ahora, todo cuanto existía le pertenecía, ahora todo bailaba en la palma de su mano, así lo sentía ella, y conquistar a Mugh era todo lo que necesitaba, así, el amor y el destino mismo encarnado nunca más volverían a escapar de sus hilos, ahora era el momento de demostrar que lo merecía todo porque todo le pertenecía, porque ella iba a conquistar el mismo destino.

Solánide sonrió a la vez que su pecho palpitaba observando los ojos negruzcos de Mugh, su sangre hervía y su piel se erizaba.

"Y conmigo Mugh, tú jamás morirás, me aseguraré de ello porque no te imaginas cuanto te amo."

Mugh cortó la mirada entre ambos cerrando sus ojos y exhalando un suspiro.

"Esto tiene que acabar de una vez."

Las sombras de Mugh se extendieron por el suelo hasta llegar a Solánide, quien las rechazó con un campo de energía. Uno de sus artefactos podía repeler los ataques de los enemigos, Solánide se rió tenuemente.

"¿Eso es todo lo que te queda Mugh? Tus dones oscuros del Señor de la Sangre se han desvanecido casi por completo, apenas eres la sombra de lo que alguna vez fuiste amor."

"Estás sola, nadie más vendrá a auxiliarte, así que mientras estemos en un enfrentamiento uno a uno puedo vencerte."

Solánide sonrió, su sonrisa era cálida.

"¿Porque hiciste que tus campesinos distrajeran a mis guardias? Siempre he sabido que eso esperabas, debilitar mis defensas para atacar pero lo cierto es que yo fui quien usó a Blessed para atraerte, y quien hizo el túnel para que pudieras acceder al Palacio Real, conociéndote, imaginé que vendrías solo, sin apoyo de tus distinguidas fuerzas armadas, pero no te preocupes, dejé guardias para este momento."

Las palmas de Solánide chocaron, llamando a sus sirvientes pero nadie acudió. Ella volteó su cabeza tenuemente asombrada del silencio que se perpetuó tras su llamada.

"Nadie vendrá Solánide, supuse que podrías contener a mis hombres sin importar que formación tuvieran. En última instancia, a sabiendas de que adivinarías mis cartas pese a estar ocultas, me arriesgué un poco más y usé recursos fuera de tu alcance."

Solánide volteó y lo miró con rostro casi de asombro.

"Sí, sigues siendo tan hábil como siempre, pero descuida, tengo más de donde tirar antes de que el telón caiga definitivamente."

Solánide descubrió un arma, una tecnología desconocida para Mugh. Él no pareció inmutarse, pero en el fondo si la misma Solánide la portaba, era porque algo iba a ocurrir, no podía tomárselo a la ligera.

Mugh metió su mano dentro de su abrigo y tomó la Guadaña Cadáver de Dios, el tiempo por un momento pareció detenerse, y una voz irrumpió en el salón, una voz que solo Mugh podía escuchar pues nadie más pudo notarlo.

"Alguien está jugando con la Muerte y el Destino, ¿no es así, Mugh? "

Musitó siseante esa voz. Mugh tragó saliva unos momentos. Lo recordó, las imágenes vinieron a su mente, su derronta ante Kazaer.

El Príncipe Abisal usó una lanza de oscuridad para perforar el pecho de Mugh, pero él la detuvo con su mano izquierda mientras se cubría con un escudo de sombra usando su mano derecha de las fauces del dragón. La herida en su mano, ahora una cicatriz por detener la lanza.

A Mugh casi no le quedaba sangre, y lo siguiente que le tocó ver fue a su madre partir. Y como Helia se la arrebataba, como la Muerte Predestinada le demostró que aún no estaba preparado.

"La Muerte Predestinada, pero..."

Al voltear a verla, reconoció a la mujer, era Helia, quien hablaba con su padre en sus recuerdos de infancia, quien le quitó a su madre, quien le demostró lo que era fracasar cuando lo hizo enfrentarse a Kazaer, ahora estaba ahí, observándolo con esa sonrisa. La muerte de su madre vino de vuelta como la culpa aplastante a los hombros de Mugh, quien sintió la tensión, pero ella se había ido ya, hacía muchísimo, ahora solo quedaba mirar hacia adelante, a su enemiga.

"No fallaré esta vez, no volveré a fallar, no volveré a perder."

Susurró Mugh mientras las palabras de la Muerte Predestinada se deslizaban por sus orejas.

"Solo he venido para ver el espectáculo Mugh, pero recuerda que cambiar el destino no siempre ocurre para bien. Cuando no sacrificas algo pronto tendrás que perder algo a cambio pues tarde o temprano todos somos reclamados por el destino, el deseo, la muerte, los recuerdos y la realidad."

Mugh pudo ver como poco a poco el movimiento de Solánide volvía a retomar. Ykaen observó esa arma desde su escondite y la reconoció.

¿Cómo no podría reconocerla? Era la misma que usó el asesino para intentar sellar a Mugh hace diez mil años. Pudo ver la imagen con claridad en sus recuerdos.

Aquello lo marcó tan profundo, Solánide habló con él, recordó aquella vez hacía tanto tiempo, ella tomó su hombro mientras él estaba sentado.

"Ykaen, necesito que aprendas a usar este artefacto, se trajo del Desierto Sagrado."

Ella puso el objeto sobre la mesa. Siendo un pedido especial de la consorte del Señor de la Sangre él claramente no se negaría, con gusto ayudaría a Mugh y una de sus mujeres.

"Por supuesto mi señora, lo que usted quiera."

Le comentó Ykaen, y pronto, más pronto que tarde, tras darle la respuesta ella reveló su verdadera cara. Cuando Ykaen le entregó el artefacto y la forma en que se usaba, ella le dio las gracias por ayudar a fortalecer su relación con Mugh, Ykaen se lo tomó bastante a la ligera.

Cuando acudió con Mugh, tras el ataque se dio cuenta que ese artefacto había sido usado contra su señor. Ahora lo miraba de nuevo en las manos de Solánide, pero Mugh no podía reconocer el instrumento que lo llevó a la perdición.

Dentro de su pecho sintió como todo se apretó, sus manos temblaban, todo comenzó por su culpa, había traicionado a su señor y durante tanto tiempo era incapaz de perdonárselo. Sabía que él le había dado las herramientas a Solánide para vencer a Mugh, y no había nada que él pudiera hacer para recompensar todo lo que Mugh había confiado en él.

Su sentido del deber lo hizo observar el artefacto que disparaba esos proyectiles extraños ¿Arriesgar el plan de su señor y salvarlo? ¿O perderlo y dejar que toda la Ciudadela se hundiera en la más profunda desesperación, y volver a traicionarlo?

Ykaen sabía que si a él le pasaba algo, Mugh no podría desvelar todos los secretos del Catalizador que resguardaba Solánide, pero también sabía que debía actuar ahora, porque no habría otra oportunidad.

Él tragó saliva, y entonces aprentado los dientes se decidió a eliminar el margen de error. Salió manteniéndose oculto, y se acercó por detrás a Solánide sin que fuera visto por ella, sin embargo, Mugh lo observó incapaz de decir nada y apenas desviando tenuemente los ojos.

El Señor de la Sangre entendió que algo estaba pasando con esa arma, si Ykaen se arriesgaba a exponer el plan para ayudarlo.

Solánide apuntó entonces, y Mugh rápidamente corrió para ponerse a cubierto de los proyectiles extraños. No se dejó alcanzar en ningún momento, aún sosteniendo la guadaña, ¿era demasiado pronto para usarla? La Muerte Predestinada lo estaba observando y sonriendo, a sabiendas que solo él podía verla.

Sí, no había otro momento, no había otro lugar, pero su mano tembló de si era el momento correcto para revelar sus cartas. Ykaen no sabía en que momento actuar así que solo actuó, lanzándose por la espalda a Solánide, intentando agarrarla del cuello.

Solánide agarró a Ykaen del brazo sorprendida.

"Suéltame basura."

Le comentó lanzándolo contra la pared con una fuerza descomunal. Mugh supo que ese era el momento adecuado y se acercó a toda velocidad con sus alas y la guadaña desplegada para apuñalarla por la espalda, aprovechando su distracción.

Ella lo vio por el rabillo del ojo y alcanzó a darse vuelta, la barrera de Solánide la cubrió del impacto de la guadaña pero, no fue suficiente para contenerla y terminó desgarrándola.

Sus defensas se abrieron y pronto las sombras de Mugh en un instante atravesaron a Solánide en el pecho y la cabeza, para luego decapitarla. No había otra oportunidad, tras ello Mugh retrocedió acercándose a Ykaen y ver si estaba bien.

"Ykaen, debió golpearte con mucha fuerza, no te muevas."

Mugh notó que la pared estaba manchada con sangre que se deslizaba hasta el suelo, con ello también pudo ver la piel de Ykaen en su hombro pues su ropa se había desgarrado con el impacto, estaba sufriendo una especie de necrosis.

"Mi señor ¿Lo logró? ¿Logró detener a Solánide? ¿Pude serle útil? ¿Pude redimirme de mi error?"

Ykaen empezaba poco a poco a notarse más pálido, Mugh lo tocó y notaba como parecía estar más frío, su cuerpo se notaba algo más cansado.

"Ykaen, te ayudaré."

"El sello, mi señor..."

La voz de Solánide rompió el sonido de la voz de Mugh e Ykaen.

"Eso fue bastante peligroso, pudiste haberme matado amor."

Mugh se deslizó hacia el lado, e Ykaen recibió los proyectiles del arma de Solánide. Él lo observó entonces, no había nada que él pudiera hacer mientras Solánide poco a poco caminó hacia la habitación de sus tesoros, apuntándole con el arma que traía.

"No sé que es esa guadaña, pero si la traes debe ser capaz de hacer cosas impresionantes."

Mugh la observó, y sus manos temblaron, tuvo un mal presentimiento mientras ella deslizaba sus manos por la pared.

"Veo que se te ha concebido la inmortalidad, puedes curarte de cualquier herida."

Mugh no sabía que hacer ahora, había perdido a Ykaen, su plan se desmoronaba y parte de su psiquis al perder a su compañero más fiel también se quebraba, pero no le mostraría su rostro de inseguridad a Solánide en estos momentos.

"Por supuesto, soy inmortal, no hay nada que puedas hacer para detenerme, todo saldrá como quiero que salga sin importar nada y tú amor, no puedes dañarme."

Mugh escuchó entonces una pequeña risa de la Muerte Predestinada, con sus ojos clavados de Solánide, una risa casi burlesca, pero... ¿por qué?

La Muerte Predestinada ¿Conocía el resultado? Mugh entonces se arrepintió de no haberse asegurado, pues de seguro la única forma de matar a alguien que no estaba destinado a morir era cambiar su destino, y de forma curiosa tenía un arma que podía hacer eso, él sabía que su ventaja era que Solánide no sabía que podía hacer la Guadaña Cadáver de Dios.

Solánide disfrutó el momento, y bajó el interruptor que tenía allí. Pronto el suelo comenzó a crujir, lo sintió, algo estaba viniendo desde abajo, algo estaba por aparecer.

La sangre de Mugh se heló por unos momentos, y una espina se clavó profundo en su pecho.

"Todos estos años preparándome para este único momento, Mugh, donde conquistaré todo lo que existe."

Solánide se mostró confiada cuando se escuchó como el suelo crujió con fuerza y tembló, el Palacio Real comenzó poco a poco a resquebrajarse, y por las ventanas pudo ver como la tierra se partió, y de allí salió una enorme garra, la sensación que tuvo al verla la conocía, sí, claro que sí, era la misma que sintió en la fosa, la sensación de hambre del Primer Señor de la Sangre, el sello se había roto.

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