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CAPÍTULO. 23- El libro de los muertos.

«Ella es dueña del destino.

Los dioses terrestres son dóciles

a sus caprichos. Sus palacios

están llenos de misteriosos prodigios».

Las noches egipcias, Alexandr Pushkin[1],

(1799-1837).

Todos opinaban al mismo tiempo qué debían hacer con Octavio. Parecía una convención de abejas, pues el zumbido era ensordecedor. Cada tanto Duncan Rockrise se llevaba las manos a las orejas —agotado— mientras el hijo le daba palmadas comprensivas en la espalda.

     Después de largas horas de debate las posiciones se redujeron a dos. Como de costumbre, ambas versiones de la reina se encontraban en bandos opuestos. La primera era la de Cleopatra antigua, quien sostenía que en vista del destino que el futuro emperador había dispuesto tanto para ellos como para sus hijos, debían condenarlo a muerte sin más dilación. Cleo, en cambio, creía que convertirlo en mártir significaba un error tan grave como dejarlo en Roma y no intervenir. Según ella lo más prudente era ridiculizarlo y que los seguidores del romano pensasen que también se había dejado conquistar por el lujo egipcio. Y que por este motivo había hecho las paces con el cuñado y se había radicado en Alejandría.

     Por fortuna ante este dilema el enfrentamiento de Danielle con la serpiente pasó a un segundo plano —situación que la chica agradecía—, pues no deseaba preocupar sin necesidad a su amante mientras este la acariciaba y la analizaba con inquietud. Pero solo era una tregua porque la mirada le indicaba que, aunque el resto se conformase con la vaga información, el mafioso luego profundizaría hasta los tuétanos.

—¿Y qué hacemos con esto? —El centurión que custodiaba al detenido para evitar que escapase le entregó un objeto al general—. Lo escondía entre la túnica.

     Era una moneda de oro macizo del tamaño de un plato de postre. Lucía varios dibujos grabados.

—Haced que la guarden con el tesoro de Cleopatra —ordenó Marco Antonio, indiferente.

—Un momento, déjame verla —La médium abandonó a Will y caminó hasta él, quien enseguida se la entregó.

     La cogió y le palpó los bordes. Acto seguido calculó su peso. Luego la giró entre las manos, reverente, y abrió con desmesura los ojos.

     Después se la puso a Octavio debajo de la nariz y le preguntó:

—¿Dónde la habéis conseguido?

     El romano se removió inquieto. Ninguna de las opciones que barajaban para él lo atraían, sino que todas lo aterraban. Pero consideró que por el bien de su seguridad era recomendable que le respondiera a la guapa joven con rapidez. Ella lo observaba como si fuese un insecto repugnante, mucha compasión no obtendría.

—Me lo dio una mujer en pago por recibirla durante varios días en nuestro campamento —le explicó y no pudo resistir agregar—: Pero si hubiese sabido que terminaría en vuestro poder, Cleopatra, me hubiera negado a aceptarla.

     La reina ignoró el comentario. Como a los demás le intrigaba la actitud de la muchacha y no tenía intención de seguirle el juego al enemigo.

—¿Y cómo era esa mujer? —inquirió Danielle a continuación—. ¿Podéis describírmela?

—Vestía en tonos oscuros y tenía el pelo castaño largo hasta las caderas. Los ojos negros eran brillantes y enormes. —El cautivo ponía un gesto concentrado mientras recordaba los detalles—. El acento era peculiar, pero no sabría deciros de dónde procedía... Durante su estancia nos ayudó con los legionarios que se pusieron enfermos. Sabía mucho de sanación y todos se recuperaron.

—¿Y no os dijo su nombre? —lo interrogó de nuevo la médium.

—Sí, me lo dijo. —Efectuó un gesto como si se estrujase el cerebro—. No lo recuerdo ahora, era tan peculiar como ella.

—¿Por qué te llama tanto la atención, mi vida? —El delincuente se le aproximó y le pasó el brazo por el hombro, como si la reclamara ante los presentes.

—Reconozco que por ser de oro macizo, y, dada la antigüedad, ya de por sí despertaría mi interés. —Le sonrió con ternura y le acarició el rostro como respuesta al gesto cariñoso del hombre—. Pero lo que más me llama la atención es la figura que aparece en el anverso. Es San Jorge, que nació en Capadocia bajo el dominio de Roma. Su padre era oficial del ejército romano y él siguió sus pasos. Llegó a ser uno de los guardias personales de Diocleciano... Hasta que comenzó La gran persecución de los cristianos  y no quiso renunciar a su fe. Y un veintitrés de abril lo decapitaron.

     Hizo una pausa y al apreciar el asombro de Cleo y de su amante, añadió:

—Sí, hablamos de una moneda y de una imagen que se hallan fuera de su tiempo y que han llegado a nuestro poder desde el futuro a través de Octaviano. Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto, cuyo sello aparece aquí semi borrado —les explicó y lo señaló—, fue un emperador que reinó desde el año doscientos ochenta y cuatro hasta el trescientos cinco después de Cristo. A la moneda original, que era una edición especial confeccionada para alguien poderoso, le añadieron, encima, este dibujo. Un detalle irónico, quizá, para quien lo sepa apreciar. Y lo más importante: en el reverso está el dragón que según el mito él mató. —Con el índice se los mostró mientras sostenía el objeto a la altura de la cara.

—¿Y todo esto qué significa, entonces? —Cleo parecía feliz de que hubiesen dado con una pista relevante.

—La leyenda de San Jorge y del dragón es posterior, de la Edad Media. —Se hallaba feliz de compartir con los amigos sus conocimientos—. Esta criatura aterrorizaba a los habitantes, y, para que no manifestara su furia le ofrendaban dos corderos todos los días. Cuando ya no hubo animales, tuvieron que elegir a diario a una persona para ser sacrificada. La última fue la princesa, que se salvó porque el santo montado en su caballo mató al dragón con la espada... Sacrificio, Satanás, dragón, Apofis, ¿no os parece demasiada casualidad?

     Se detuvo y luego añadió:

—De más está decir para los que venís del futuro que San Jorge es el patrón de Inglaterra, mi país. Y que su cruz aparece en la bandera. Lo que me lleva a preguntar: ¿me envían un mensaje a través de Octaviano? El Oráculo de Siwa nos alertó de que un dragón nos devolvería al presente. ¿Y si es el dragón de esta moneda el que nos regrese a nuestra realidad?

     Le entregó la pieza a Cleo para que también la estudiase.

—¡Y tú la ibas a esconder sin más, Marco Antonio! —le recriminó con rabia—. No hay duda de que sueles fallar cuando tomas decisiones.

—¡¿Cómo yo podría saber todo esto?! —le replicó, aunque sí se le notaba el gesto de culpabilidad.

—Porque deberías pedir el consejo de los que saben antes de decidir algo. —Cleo lo señaló con el índice—. Y espero que esta lección te sirva para el porvenir.

     Y de mano en mano se pasaron la moneda, hasta que le llegó el turno al mafioso.

—No hemos salido disparados por ningún túnel del tiempo —apuntó él con ironía y le pasó la uña cerca del borde—. Aquí hay un pegote. —Le costaba quitarlo.

—Toma. —Marco Antonio le entregó una daga, con ella enseguida retiró esa especie de costra.

—Alguien escribió algo aquí —indicó en dirección a sus compañeros—. Pero no consigo leerlo... Toma, mi amor, tú quizá puedas. —De inmediato la joven volvió a coger la moneda.

—¡Sí, hay un mensaje en latín! —chilló, en el rostro se le apreciaban millones de emociones contradictorias.

     Caminó hasta la salida a los jardines, justo donde había más luz. Respiró hondo, y, poco a poco, tradujo las palabras.

     Leyó en voz alta:

Como hermana el corazón te protejo

cuando estás en peligro.

Así que derrota a la serpiente con su canto,

y, sin morir en el oeste igual que el muerto,

invoca cantos antiguos, murmurando,

para que tu cuerpo inmortal regrese al futuro.

—¡No hay duda de que el poema es para ti! —Cleo, encantada, palmeó sin control, la desbordaban los sentimientos—. ¡No me lo creo, volveré con Chris! Porque sin duda esto significa que podremos regresar de inmediato —y al percatarse de que Danielle se hallaba noqueada y en silencio, le preguntó—: ¿Puedes descifrarlo?

—¡Pues yo me había hecho a la idea de que os quedaríais aquí para siempre! —la interrumpió Cleopatra, más perceptiva que su otro yo al estado de ánimo de Danielle—. Porque no es obligatorio que regreséis, ¿sabéis? Marco Antonio y yo estaríamos felices si os quedarais aquí... Y si pensáis que retornar a vuestra época es lo mejor, os extrañaré. Ahora sois parte de mi familia, no lo olvidéis nunca —al apreciar la cara de escepticismo de su otro yo, agregó—: Os extrañaré a todos. A vos también, Cleo, a pesar de nuestras diferencias. Recordadlo siempre. Vosotros sois egipcios y alejandrinos, formáis parte de nosotros, de nuestra cultura y de nuestra memoria. —Caminó hasta la médium, la abrazó con fuerza y su aroma a rosas salvajes la consoló.

—Pues yo no sé si estoy preparado para irme ahora mismo. —Rockrise padre se mostraba emocionado por las palabras de la reina—. Me tienta aceptar vuestra invitación, Cleopatra. Siempre fuisteis mi obsesión. ¿Cómo puedo regresar tan pronto cuando recién os acabo de encontrar? ¡Sois fascinante, conoceros lleva mucho tiempo!

—¡Gracias, Duncan! —La reina se aproximó a él y le palmeó la mano en un gesto cercano, impropio de un monarca—. Yo también os aprecio. Y nada me gustaría más que haceros mi consejero personal.

—¡¿Pero te has vuelto loco, padre!? —Samuel se sintió chocado—. ¿Cómo puedes plantearte, siquiera, continuar tu vida aquí? Durante diez años has estado esclavizado. Y, después de lo que nos ha contado Danielle, sabes que Satanás huyó y que puede seguir cerca de aquí. ¿Y si vuelve a por ti para vengarse?

—Si así fuese corro peligro en el Antiguo Egipto y en el presente. —El anciano descartó el argumento con un movimiento de la mano sin darle importancia—. Soy muy mayor y ya lo he probado todo en esta vida. Excepto estar cerca de Cleopatra... ¿Sabes lo que supone para mí poder hablar con ella, saber cada detalle de su existencia? Creo que no comprendes el placer que me proporciona visitar la tumba de Alejandro Magno, saber que está ahí momificado, protegido.

—¡¿Cambiarías a la familia y volver a nuestra época solo por un puñado de obsesiones?! —Se notaba que el hijo creía que el anciano repudiaba a sus parientes—. ¡De verdad, papá, no te entiendo! Eres un empresario famoso, rico, miembro del Club Bilderberg, ¿pretendes olvidar tu estatus y nuestros progresos científicos para vivir en un período histórico tan primitivo?

—¡Porque aquí vivo como un faraón, no como un empresario! —se enfadó el otro hombre—. ¡Y, encima, al lado de una reina con una inteligencia y una sabiduría exquisita! ¿Por qué te resulta tan difícil comprender cuánto supone esto para mí? ¡Da la impresión de que no me conoces en absoluto! ¡Ponte en mi lugar durante un segundo!

—Porque solo Dios sabe cuánto me he esforzado durante este tiempo para lograr cierta posición aquí y cuánto anhelaba volver a estar con la familia. —Ambos se habían herido en lo más profundo—. ¿Qué será de mamá, de mis hermanos?

     El progenitor suspiró, y, con pena, respondió:

—Sois mayores, no me necesitáis. Pero sí, tienes razón, debo volver con la familia. Es mi obligación.

     Mientras ambos discutían, Willem llevó aparte a Danielle. Se hallaban al lado de la fuente con peces exóticos y frente a la estatua de Afrodita. Era una zona tranquila.

—Recuerdas lo que te prometí, mi amor, ¿verdad? —Y la abrazó con fuerza—. No tenemos por qué regresar. Podemos vivir juntos aquí como marido y mujer. Octavio ya no constituye un peligro, tendríamos una buena vida... Sé que yo envejeceré y que tú no, pero me arriesgo. Para mí vale la pena si sigo unido a ti hasta la muerte.

—¡Te juro, corazón mío, que no sé qué hacer! —sollozó la chica y lo apretó con energía—. ¡Me siento culpable solo de pensarlo! ¡Pero no te imaginas lo feliz que he sido aquí contigo durante estos meses! ¡Te amo con toda el alma, cielo, igual que tú a mí! Eres lo primero en lo que pienso al despertarme y lo último que visualizo antes de dormir entre tus brazos. Hasta sé que sueño contigo, ¡justo yo!, que nunca recuerdo nada.

—¡Lo sé, lo sé! —La besó con desesperación por todo el rostro.

     Como si no tuviese suficiente con ello le mordió, suave, los labios. Y después se sumergió en la boca perfumada a miel de la muchacha. La recorrió con la lengua y la tentó para expresar así cuánto la quería. Las palabras no alcanzaban para expresar tantos sentimientos.

     En cuanto pudo respirar, la médium balbuceó:

—Pero volveremos, ¿verdad?

—Creo que sí, Danielle. —Expulsó el aire contenido como si fuese un globo pinchado—. No imagino que tú evadas tus responsabilidades. Tu sentido del deber es demasiado fuerte. Sé que sufrirías si rumiases que tu abuela puede morir y que los niños crecerán sin sus verdaderos padres... Ni qué decir de Da Mo y de Anthony. Nunca has estado separada de tu padre adoptivo por tanto tiempo.

—¡Pero no soporto que esta sea nuestra despedida! —Las lágrimas se le deslizaban por las mejillas sin control—. ¡Te amo, Willem, no puedo vivir sin ti!

—¡¿Y quién ha mencionado que esto sea una despedida?! —Se asombró por las palabras de la joven—. Danielle, yo también te amo. ¡Jamás te dejaré ir! No te tortures. Algo haremos para vivir nuestro amor. Lo que sí está claro es que no retomaremos nuestra relación anterior. Odiaba conocer a otras mujeres y acostarme cada tanto como una mera necesidad fisiológica. ¡Es imposible para mí volver a eso, tú eres mi oxígeno! —y al apreciar que su promesa no la consolaba y que todavía lloraba, agregó—: ¡Encontraremos la manera, mi amor, confía en nosotros! —La volvió a besar, desesperado, no soportaba verla triste—. ¿Cómo es posible que nos separemos después de esta experiencia? ¡Nos amamos, Danielle, somos uno!

—Tienes razón —La chica se secó las lágrimas —. Debemos volver con los demás y reflexionar. El instinto me indica que tenemos la solución delante de la nariz... Me siento egoísta, además, porque he estado a punto de tirar por la borda el matrimonio de Cleo y Chris y de haceros creer que no tengo idea de qué significa el mensaje que nos dejaron.

—¿Y lo sabes? —El mafioso tenía el corazón en un puño.

—Sé lo más importante, la identidad de la persona que me lo envió —Lo cogió de la mano, como si no pudiese apartarse del hombre, regresó al interior y caminó hasta donde se hallaba Octavio.

—Decidme, una cosa romano. —Danielle lo sobresaltó, pues creía que se habían olvidado de él—. La mujer del campamento, la que os dio la moneda, ¿se llamaba Gerberga?

—¡Sí, Gerberga, ese era el nombre! —chilló de inmediato para demostrar su buena disposición.

     Cleo abrió la boca al máximo y después le preguntó a su amiga en voz alta:

—¿Y por qué no vino hasta aquí? No entiendo la razón de tanto misterio y de tantas vueltas.

—Ella es así, enigmática. Y seguro que sabía que Satanás estaba cerca. —Danielle puso cara pensativa—. Quizá vio qué sucedería en mi encuentro con la serpiente y pretendía ayudarme, pero sin ponerse en peligro. Es probable que sepa mucho más que nosotros, ellos fueron pareja... O ellos serán pareja, ¡qué lío!

—Supongo que tienes razón. —Se notaba que la explicación le parecía coherente, pero no la satisfacía del todo—. Así que ahora todos los viajeros nos damos las manos y volvemos a nuestra época.

—¡Y yo, Cleo, falto yo! —Tutankamón, se acercó a la reina y la aferró del brazo, temeroso de que se olvidaran de él: la cabellera de la mujer se elevó en el aire como si fuese una torre y provocó que Marco Antonio largara una carcajada—. ¡¿O acaso os habéis arrepentido de llevarme?!

—¿Cómo nos vamos a arrepentir? Te queremos, eres nuestro amigo. No nos olvidaremos de ti, no temas —y luego, con un suspiro exasperado, le pidió—: ¿Podrías soltarme un momento, jovencito? No puedo estar con el pelo de punta durante horas. Me parece que Danielle no sabe aún cómo regresar.

—¡Oh, lo siento! —se disculpó él y la soltó.

—Bueno, ahora pongámonos todos a pensar para volver a nuestra época —los incentivó la médium —. Porque todavía no sé qué ha querido decir... «Como hermana el corazón te protejo cuando estás en peligro», esto es bastante sencillo, ya que Gerberga siempre decía que yo era hermana de las brujas y que si hubiese vivido en la época de La gran caza hubiera muerto como la mayoría de ellas... ¿Pero por qué habla de corazón? Quizá esto tenga otro sentido y nos remita a algo más.

«Como hermana el corazón te protejo cuando estás en peligro» —repitió Cleopatra antigua y leyó la moneda que ahora se hallaba entre sus manos —. Me recuerda a las Fórmulas del salir del alma a la luz del día.

—Se refiere al Libro de los muertos[2] —explicó Danielle para que el resto comprendiese a qué hacía mención la reina.

     Pronunciaba el nombre con el que conocían los egipcios a este corpus que recogía distintos textos religiosos compuestos en Tebas —los más importantes— y que se solían escribir sobre rollos de papiros, en sudarios, en las vendas de las momias, en amuletos y en las paredes de las tumbas.

—Me recuerda mucho a una de las recitaciones —insistió Cleopatra—. Porque además es la que se suele grabar en los amuletos grandes con forma de escarabajo pelotero. Si un collar con uno de estos escarabajos os trajo, pues quizá las recitaciones que se colocan en ellos os hagan volver... Se supone que el canto y el amuleto apoyan o sustituyen al corazón. ¡Y como en el mensaje se utiliza esta palabra! Si el corazón del muerto se pierde o se deteriora mientras lo embalsaman este canto es el remedio. Porque el corazón se pesa ante el Tribunal de las dos verdades, mientras el difunto se somete al juicio de Osiris y al del resto de los dioses que intervienen. Un corazón ligero, puro, hace que la persona esté bendita y que acceda al Campo de cañas  para continuar allí una existencia tranquila.

—Resulta interesante —susurró Danielle y, luego, le preguntó a Cleopatra—: ¿Y cuál es la recitación a la que te refieres?

     Y la reina pronunció enseguida:

«Oh corazón que tengo por mi madre; oh corazón que tengo en la tierra, no te alces contra mí como testigo en presencia del Señor de las Cosas; no hables contra mí relativo a lo que he hecho, no saques a colación nada contra mí en presencia del Gran Dios, Señor del Oeste... Sin morir en el oeste, sino convirtiéndome en un espíritu allí»[3].

—¡Creo que has dado en el clavo, Cleopatra! —exclamó Cleo, eufórica—. Porque en la moneda dice «y sin morir en el oeste, igual que el muerto, invoca cantos antiguos, murmurando». Para mí está claro como el agua que debemos aferrar la moneda y recitar todos juntos este canto.

—Ya, pero todavía queda otra parte —le recordó Samuel, con tristeza, ya que deseaba escaparse del pasado cuanto antes—. «Así que derrota a la serpiente con su canto». Me extraña que en una extensión tan breve repita dos veces la palabra canto, una en singular y la otra en plural. ¡¿Cómo se puede derrotar a una serpiente gigantesca cantando?!

—¡Ya sé, lo tengo! —exclamó Danielle, mientras el delincuente la contemplaba como si fuese el más hermoso cuadro del que no pudiese despegar la vista—. Seguro que se refiere al Libro de derrotar a Apofis. Y la repetición se debe a que no alcanza con un solo canto, nos llama la atención para que digamos las dos recitaciones. Imagino que si las pronunciamos y cogemos la moneda al mismo tiempo regresaremos a nuestro mundo... Porque todos deseamos regresar, ¿verdad? —preguntó la chica, insegura, en tanto le apretaba la mano a su amante; se le notaba que le costaba tomar esta decisión y que solo la convencía la necesidad del resto.

—¡Claro que sí, no veo la hora! —exhaló Cleo, como si en ello le fuese la vida.

—¡Por supuesto! —exclamó Samuel enseguida y le echó un repaso a su padre—. ¿Qué tonto desearía vivir en el pasado si tiene un futuro prometedor?

—¡Y yo me apunto también! —chilló Tutankamón, frenético—. ¡No os vayáis a olvidar de mí!

—¡Que no nos olvidaremos, so pesado! —le gritó Cleo—. ¡Ya eres uno de nosotros!

—O sea, todos estamos de acuerdo en volver. —La médium clavó la vista en Willem y le apretó la mano como si se le partiese el alma.

—Sí, todos volveremos. —El mafioso la besó para quitarle el temor—. Y continuaremos allí.

—Pues entonces escribiré varios papiros con los salmos para que todos podamos repetirlos —se comprometió la joven y suspiró resignada.

     Y así lo hizo. Entre ella y Cleopatra efectuaron varias copias, una para cada viajero. Tutankamón no la necesitaba, se los había aprendido de memoria. Antes de probar si el método funcionaba, por las dudas se despidieron de Marco Antonio y de la reina.

—¡Os echaré de menos! —Danielle los abrazó.

—¡Y yo a vos! —le respondió ella, los ojos le brillaban—. En estos meses he llegado a quereros y os considero mi mejor amiga. Sé que nos encontraremos más adelante y que ya no nos separaremos. Este es mi único consuelo. —Y señaló a su versión del futuro, quien también se acercó a saludarla.

—Reconozco que nos hemos opuesto en todo. —Y Cleo le echó una mirada fugaz al delincuente, que su álter ego comprendió enseguida—. Pero te extrañaré mucho, no lo dudes. ¡Venga, dame un achuchón! —Y borraron de un plumazo los rencores y las discusiones.

—De verdad, aquí tenéis vuestro sitio, por si deseáis luego regresar —se despidió el general Marco Antonio de Willem, se notaba que tenía un nudo en la garganta, la voz le sonaba demasiado ronca—. Cogéis el escarabajo y nos visitáis de nuevo. Sois mi colega y siempre lo seréis. —Y le dio un apretado abrazo.

—Bueno, es la hora. —Les advirtió Danielle, porque todos estaban tan emocionados que iban a largarse a llorar en cualquier momento.

     Duncan, reacio, se separó de la reina y se puso en el centro de la sala junto a los demás. Y se aferró de la moneda como si fuese un escorpión.

—Ahora que ya nos hemos reunido, empecemos con los cantos a la cuenta de tres. Uno... dos... tres... —Los organizó Danielle.

     Los viajeros del tiempo y Tutankamón recitaron como si fuesen uno:

¡Que seas escupida absolutamente, oh Apofis, alejadla, enemiga de Ra; cae, aléjate arrastrándote, lleváosla de aquí! Te he hecho regresar, te he cortado, y Ra ha triunfado sobre ti, oh Apofis. Que seas escupida, oh Apofis. Retrocede, rebelde; ¡que seas aniquilada! Realmente te he quemado, realmente te he destruido, te he condenado a todas las enfermedades, ojalá que puedas ser aniquilada, que puedas ser escupida por completo, que puedas ser por completo inexistente[4] —Samuel, impaciente, se preocupó porque no sintió nada ni se apreciaba ningún cambio.

     Pero no tuvo oportunidad para dejarse llevar por la desazón porque empezaron con el siguiente cántico:

Oh corazón que tengo por mi madre; oh corazón que tengo en la tierra, no te alces contra mí como testigo en presencia del Señor de las Cosas; no hables contra mí relativo a lo que he hecho, no saques a colación nada contra mí en presencia del Gran Dios, Señor del Oeste... Sin morir en el oeste, sino convirtiéndome en un espíritu allí.

     Sintieron un cosquilleo, similar al aleteo de una abeja o de una mariposa. Y la sala junto con los rostros expectantes del general y de la reina se hicieron más difusos.

—¡Sed felices! —Cleopatra antigua estaba hecha un mar de lágrimas—. ¡Os extrañaré a todos! ¡A vos también, Duncan, sois un hombre increíble!

     Rockrise padre se soltó de la moneda y gritó:

—¡Lo siento, hijo, pero yo me quedo aquí! Este es mi lugar. ¡Soy viejo y no puedo abandonar a mi amada Cleopatra! ¿Cómo ser capaz de dejarla llorar desconsolada? ¡Si me quedo le proporcionaré alegría y esta será la finalidad de lo que me queda de vida!

     Ni tiempo tuvieron de contestarle porque debieron aferrarse más al objeto que —en teoría— los transportaba al futuro. Los demás no notaron —solo el delincuente— que Danielle estuvo a punto de imitar al empresario. Por un instante, inclusive, soltó la mano derecha de la moneda. Willem contuvo el aliento y se dispuso a seguirla, pero sin forzar su decisión. La muchacha pensó en San Jorge, en el dragón, en Gerberga, en Apofis, en Satanás, en su abuela, en los trillizos y volvió a sostenerla como antes. Se asió a ella con más fuerza aún, daba la impresión de que temía que sus manos actuaran por libre.

     Poco después se esfumaron de la sala del palacio real. Y Marco Antonio, Cleopatra y Duncan pudieron ceñirse en un triple abrazo y llorar a lágrima viva.


[1] Citado en la página 136 del libro de Edith Flamarion antes reseñado.

[2] Pese al nombre que se le da ahora no es propiamente un libro, sino que allí se recogen distintos textos.

[3] He copiado de modo textual la recitación 30 de El libro de los muertos, citada en la página 162 del libro Mitos y leyendas del Antiguo Egipto, de Joyce Tyldesley, antes reseñado.

[4] La he transcrito de la página 95 del libro Mitos y leyendas del Antiguo Egipto antes citado.


 El libro de los muertos en una pared.


El mafioso le promete a Danielle que en el futuro seguirán juntos.


Y Cleopatra antigua no quiere que se vayan.



https://youtu.be/Ph54wQG8ynk



Revista Historia National Geographic, Nº 171, 5/2018, La Justicia del faraón. Leyes y castigos en Egipto. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.


https://youtu.be/iv5gKnvpJEg

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