9- El secreto de la Gran Pirámide.
«...Qué locura la mía al dejarme atrapar por unos juramentos pronunciados solo con los labios y que se traicionan tan pronto como salen de ellos».
Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare[*].
Una comitiva formada por diez Land Rover cuatro por cuatro —de cristales espejados en negro y guiados por un chófer cada uno de ellos— avanzaba a lo largo de la carretera polvorienta en dirección a Guiza. A medida que superaban los kilómetros, las nubes de partículas de arena se hacían más y más densas, tanto que ocultaban las pirámides. El viento —insólito para la época del año— era el responsable de que apenas se visualizaran las magníficas construcciones de miles de años de antigüedad. Y el olor a papiros frescos mezclado con el de la arena seca tapaba el de los perfumes masculinos.
—Hemos conseguido que el gobierno egipcio deje la pirámide solo para nosotros. Por fortuna, el Primer Ministro Británico se ha tomado muy en serio la advertencia y ha hablado con ellos. Danielle y Cleopatra son nuestras mejores agentes dentro del Secret Intelligence Service y las traeremos de regreso. —Operaciones movía la cabeza de izquierda a derecha para que Daniel no se le columpiase del mostacho.
—Y nosotros, como es lógico, se lo agradecemos. —Nathan le propinó al hombre una palmadita agradecida en la espalda—. ¿Verdad, pequeña Liz, que entre todos traeremos de regreso a tu mami?
—¡Pa...pa! —exclamó ella, feliz de dar su opinión, mientras le apretaba la nariz con cariño.
—¡¿Papá?! —Asombrado, la ciñó muy fuerte—. ¡¿Has dicho papá?!
—¡Pa...pa! —chilló Daniel en tanto se chupaba los deditos.
—¡Papá!, ¡papá! —Helen imitó a sus hermanos, no quería ser menos.
—¡Excelente, bebés! —El espía se comportaba como un abuelo orgulloso—. ¡Sois muy, muy listos! ¡Igual que vuestra madre!
—¡Estoy encantado, chiquitines! —Nat los contempló con amor—. Pero me temo que cuando vuestro padre se entere tendrá otro ataque de celos.
—Espero que demos con él pronto —susurró el Jefe de Operaciones como si los bebés pudiesen entenderlo—. Tampoco nosotros hemos encontrado a Willem Van de Walle. Sabemos que llevó a las chicas hasta Perth en su avión privado desde Melbourne. Allí cogió su helicóptero hasta Jewel Cave. Según parece, pretendía llegar a las cuevas antes que ellas, lo que nos hace sospechar que la intención era espiarlas y ser testigo de sus actividades. Y ahí su ejército le pierde el rastro... O eso dicen, podrían estar implicados en la desaparición de los Rockrise y en la de Danielle. No somos tontos, sabemos que al poco tiempo de conocerla la secuestró.
—No creo que esté implicado en la desaparición de los estadounidenses. —Frunció el ceño y dio golpecitos con la mano sobre la pierna—. No sé cómo se fueron Danielle y Cleo al pasado, pero sea como sea me apuesto que él las siguió y ahora está varado allí también.
—Usted mantenga la calma hasta que el tema se solucione. Nosotros lo apoyaremos. —Lo tranquilizó Operaciones.
—¡No se imagina cuánto me reconfortan sus palabras! —El alivio de Nathan se evidenciaba en la mirada grisácea y en el rostro.
Agradecía de corazón la iniciativa, pues sin Will, sin Danielle y sin Cleopatra toda ayuda resultaba imprescindible.
—Dígame, ¿están Anthony y Da Mo aquí? —continuó el jefe de la médium.
—No, investigan por su lado. Siguen numerosas pistas fantasmales —le explicó el dueño de The Voice of London, ansioso—. Hasta ahora no saben nada, pero se reunirán a las seis con nosotros.
Los pequeños cerraron los ojillos y se durmieron como si estuviesen sincronizados. Y ambos hombres aprovecharon para observar a las personas quienes, montadas en camellos, en burros o sobre carretas tiradas por caballos, se lanzaban sin ninguna precaución por encima de los viandantes. Los vehículos de madera cargaban tanta gente encima que se hallaban a punto de desplomarse sobre el suelo. Y los infortunados a los que asediaban daban saltos y se apartaban a toda prisa para ponerse a buen recaudo. Resultaba milagroso que no atropellasen a unos cuantos a diario.
A medida que se aproximaban a la Gran Pirámide el gentío se reducía. De modo tal que, al arribar y al aparcar al lado de la construcción, solo permanecían allí los miembros del ejército egipcio que los protegían.
—Muy bien, bajemos. —Operaciones se colocó a Daniel sobre el hombro y abrió la puerta.
El periodista lo imitó. Cargaba a las dos pequeñas, una en cada brazo. Bostezaron y luego abrieron los ojillos. Una vez más, se conmovió por el parecido con Danielle. Lady Helen, en cambio, descendía auxiliada por Christopher Kendrick.
—¡Eres muy amable, Chris! —La anciana le dio un beso de agradecimiento—. Es un gusto estar rodeada de caballeros tan educados.
—De nada, el placer es mío —y luego en dirección al periodista, añadió—: Dame a una de las niñas, Nat. Hace demasiado calor, es mejor que lady Helen no se esfuerce. Todavía queda un largo recorrido dentro de la pirámide y los pasadizos son demasiado estrechos.
—Me parece una excelente idea —coincidió la abuela de Danielle.
—Sí, es lo mejor. —El periodista le entregó a Liz, que daba pataditas de alegría y chillaba mientras le tiraba de la oreja.
Noah Stone bajó del último Land Rover y caminó hacia ellos. El resto de los hombres se mantendría fuera para vigilar los alrededores, pero él entraría al interior de la construcción. Nathan imaginó que el agente también se preocupaba por el bienestar de su esposa. Sabía el interés que le demostraba. Danielle le había contado que en la misión anterior se habían acostado juntos. Resultaba lógico si tenían un matrimonio abierto y no lo veía como una amenaza.
El único del que debía cuidarse las espaldas era de Van de Walle, que siempre se sentía impulsado a secuestrar a Danielle y a guardarla para sí bajo mil llaves. Si era honesto debía reconocer que, después de haber provocado la muerte de su mujer por imprudencia, se comportaba de una manera más abierta y menos recelosa. Quizá solo fuese en apariencia, se le daba muy bien mentir y ocultar. Porque, ¿para qué la espiaba como un ladrón?
—¿Entramos? —Operaciones observó a sus compañeros de forma alternativa—. Es mejor que los esperemos dentro.
Mientras, Danielle seguía en el pasado y se situaba justo en el mismo lugar. Y contemplaba con furia cómo el enorme ejército se aproximaba hacia ellos. Las negras nubes de antes ahora formaban los tubos que anticipaban tornados. Iba en serio cuando se dijo que estaba dispuesta a lo que fuese para contactar con los suyos. Incluso a soltar el Infierno sobre la Tierra si se acercaban.
La cólera la invadió y más de cinco embudos se posaron sobre la arena. Se dirigían hacia los hombres armados, quienes soltaron las lanzas. Corrieron en desbandada y se convirtieron en siluetas que se desparramaban por todos los puntos cardinales, como la leche que se caía sobre un suelo porcelánico.
—¡Tranquilízate, Dany! —exclamó Cleopatra, preocupada—. ¡No puedes lanzarlos por el aire igual que simples hojas!
—¡No dejaré que nos entorpezcan los planes! —La médium veía con satisfacción cómo las tropas se dispersaban por la zona.
—¡Para ya, por favor, podrías cambiar el futuro! —La cogió del brazo y señaló un punto en concreto—. ¡Estoy allí!
—¡Sí, para Danielle, es Cleopatra! —le pidió Tutankamón, ansioso—. Puedo reconocerla.
La joven respiró hondo. El nuevo poder se alimentaba de las emociones negativas que enraizaban en su corazón y debía utilizarlo con cuidado o se volvería tan despiadada como Satanás. Así que permitió que el alma se le llenase con los recuerdos de Da Mo. Las enseñanzas le vinieron a la memoria como una ráfaga de brisa calma y templada. Los tornados se desintegraron en el acto, las nubes se esfumaron y el sol volvió a quemar la tierra.
—¡Tenéis razón, Cleo antigua viene con ellos! —Danielle pronunció estas palabras muy sorprendida—. Lo positivo es que ya nos hacemos una idea más exacta de en qué época estamos... Dime, amiga, ¿recuerdas que nos hayamos encontrado así? Si esto sucedió en tu pasado tendrías recuerdos.
—Pues... no. —La reina se hallaba confusa.
—Entonces no deberíamos decir algo que pueda alterar el futuro. —Ahora se sentía culpable porque se había dejado arrastrar por la ira y casi lo arruina todo—. Con el efecto mariposa no se puede jugar. ¡No sabemos a dónde conduciría el más ligero cambio!
—¡Me gustaría decirme tantas cosas y abrirme los ojos! —La reina temblaba, alterada—. Alertarme para proteger más a mis hijos.
—Pues yo veo tu cuerpo actual y la apariencia de tu alma, que es igual a esa otra —intervino Tutankamón y señaló a Cleopatra antigua, que cada vez se encontraba más cerca—. Pero recuerda que ella solo verá a la nueva Cleo.
—Es cierto —murmuró la reina y se sintió insegura.
—Créeme que te entiendo, querida amiga, pero si alteramos el pasado el futuro se descontrolaría —repitió la médium con suavidad—. Sé que he estado a punto de fastidiarla, pero por favor no hagas tú lo mismo.
—Tienes razón, además vengo acompañada de un general romano. —Curiosa, se puso la palma sobre la frente a modo de visera para aclarar la visión.
—¿Es el general Marco Antonio? —le preguntó Danielle.
—No, no es él —negó también con la cabeza.
Pero volvamos a Willem. Después de que el mafioso le confesara a Cleopatra antigua su situación real, un funcionario los interrumpió y efectuó una reverencia.
—Podéis hablar. —Lo autorizó ella, seguía recostada sobre el triclinio.
—Un guardia ha venido a la carrera desde el Valle de los Reyes para informarme de que han violado una de las tumbas. En concreto, la de Tutankamón —hablaba en griego, el idioma oficial dentro de la corte ptolemaica—. Pero las circunstancias son muy extrañas.
—¿Muy extrañas? —Se sentó derecha, con los pies apoyados en el suelo, y se apartó un poco del delincuente—. ¿Por qué?
—Porque de lejos han visto a dos mujeres por la zona. Y vestían ropa rara. —Volvió a efectuar una reverencia hasta el suelo a modo de disculpa—. Y otras dos mujeres han robado un bote cerca de allí, aunque en esta ocasión iban con ropajes muy antiguos. Creemos que se trata de las mismas personas porque justo lo que falta en la tumba son vestimentas, joyas y otros objetos pequeños. Los guardias las buscan, pero no hay noticias de que las hayan capturado.
—¡Sois vosotras, tú y Danielle! ¡Al fin os hemos encontrado! —El delincuente cada vez adaptaba mejor los conocimientos teóricos de las lenguas a la práctica—. ¡Por favor, pídeles que no les hagan daño!
Ella lo observó, alelada, y luego ordenó:
—Procurad dar con las mujeres y protegedlas. Si las encontráis las traéis aquí por la principal ruta del Nilo hasta Alejandría. Al mismo tiempo iré con el ejército para custodiarlas. Es importante que las tratéis como me trataríais a mí, ¿entendéis? ¡Muy importante! ¡Id ya!
Y el funcionario salió a las corridas para ejecutar lo que Cleopatra había decretado.
—Bueno, Willem, partimos ahora mismo. —Se notaba que la relación entre ambos adquiría una nueva dimensión después de las novedades—. Vos continuaréis vestido de general romano, pero os pondréis otras ropas. Es difícil de explicar vuestra situación y vuestra identidad aquí, así que seguiremos con el engaño.
Dicho y hecho, partieron enseguida. Los acompañaban varias autoridades de confianza y parte del ejército. Al principio daban palos de ciego por la geografía egipcia. Pero, días después, cuando navegaban en la lujosa embarcación de Cleopatra y avistaron las pirámides de Menfis, el delincuente sintió un llamado interior. No podía quitar la vista. Se erguían majestuosas, como si controlasen el territorio y le pidiesen que fuera hacia ellas.
—¿Qué os sucede? —le preguntó la reina—. Os noto raro.
—Resulta curioso. —El mafioso la miró con incertidumbre—. Algo me atrae hacia allí. Sé que deberíamos continuar por el río hasta Tebas, pero siento la necesidad de bajar aquí e ir hasta las pirámides. ¡Mi corazón me pide que vaya! Resulta desconcertante y no tiene ninguna lógica.
—Pues bajemos. Y no os preocupéis, el corazón nunca se equivoca —decidió ella sin titubear—. Nos reuniremos también con el ejército regular de Menfis y así seremos más para buscarlas.
Horas después cabalgaban uno al lado del otro. Montaban potros de raza parecida a los árabes, se notaba que eran sus ancestros.
—¡Qué extraño! —murmuró Cleopatra, estudiaba el cielo.
—¿Qué es extraño? —le preguntó él, alerta.
—Las nubes arriba de nuestras cabezas. Son inusuales. —Se le notaba en el rostro una aprensión que crecía a medida que se arremolinaban.
Poco después ambos se empaparon con la lluvia helada que los calaba hasta los huesos.
—En el desierto no suele llover nunca en esta época. ¡Y menos tanta agua!
—¡He visto antes algo similar! —El delincuente, aterrado, observó los embudos que se formaban en el cielo—. Pero no puede ser...
—¿A qué os referís? —lo animó a proseguir.
—Al enemigo más temible al que me haya enfrentado alguna vez: Satanás. —Se estremeció por el pánico, tenía la experiencia muy fresca—. Ese ser es capaz de cometer las más infames aberraciones. Su especialidad consiste en hallar tus debilidades y torturarte con ellas. Y en meterse dentro de tu cuerpo y poseerte.
Cuando los tubos se posaron sobre la arena y se dirigieron hacia ellos no tuvo ninguna duda de que el engendro se encontraba allí. El estruendo sonaba como si millones de ogros aullasen.
Frenético, bajó del potro a toda prisa, señaló una zona protegida por las rocas y le gritó a la reina:
—¡Cleopatra, salta del caballo, nos refugiaremos allí!
Al apreciar que la mujer vacilaba, la cogió por la cintura y la atrajo hacia el cuerpo para protegerla. Y después la arrastró a un sitio seguro. Pese al miedo, la reina sintió que el deseo la recorría por entero. Los miembros de su ejército, en cambio, corrían como pollos sin cabeza, temerosos de la ira de los dioses.
—¡Cuidaos como podáis! —chilló para que la escuchara el mayor número posible de soldados—. ¡Corred y no miréis atrás!
Y ellos huyeron en todas las direcciones. Pero a medida que el viento arreciaba y poco faltaba para que los remolinos los engulleran —parecían esfinges gigantes que cobraban vida— los tornados desaparecieron y el sol volvió a salir.
Tardaron media hora en reordenarse. Por fortuna, nadie sufrió daño alguno. Antes de avanzar de nuevo esperaron a que las partículas de arena descendieran y que se depositasen sobre el suelo porque no se veía nada en absoluto.
Cuando el ambiente se despejó el delincuente gritó ansioso:
—¡Ahí estáis! ¡Tú y Danielle estáis allí! —Y señaló hacia la Gran Pirámide.
—Te equivocas, yo no estoy ahí —negó, confusa, solo veía a una chica rubia y a otra morena de tez muy clara.
—Ya te expliqué que ocupas el cuerpo de otra persona, el de la agente Aline Green. —Willem habló con lentitud—. ¡Vamos rápido con ellas! Estoy seguro de que las tres os llevaréis genial.
Y saltaron sobre los potros. Los equinos, fieles, se mantuvieron cerca de ellos durante el caos. Ahora galoparon por la tierra desértica y sorprendieron al resto de hombres, que todavía no se recuperaban del susto anterior.
Enseguida llegaron hasta las dos muchachas. El mafioso saltó del equino en marcha y corrió hacia Danielle. Al llegar allí la cogió en brazos y dio vueltas con ella en el aire.
—¡Mi amor! —Después la depositó sobre la arena y la apretó con fuerza, en tanto la chica le apoyaba la cara en el pecho—. ¡No te imaginas el miedo que he pasado al perderte!
Cleopatra antigua se acercó a la moderna y le preguntó a bocajarro:
—¿Vos sois yo? ¡No me lo creo! Os veis demasiado flacucha y escuálida.
Cleo largó una carcajada y luego pronunció:
—Sí soy tú, pero bastante más joven y en otro cuerpo. Y, aunque parezca una contradicción, también soy infinitamente más vieja y más sabia. Percibo que no me crees, así que te comento un hecho que solo tú sabes: cuando tenías quince años te acostaste con el prometido de tu hermana y luego le escondiste a ella una cobra en la cama. Tuviste suerte, nunca te descubrieron... ¡Ahora que lo pienso Danielle me matará, se supone que no debes saber quién soy yo! —y, cuando comprobó que su otro yo se comía con los ojos al delincuente, la regañó—: ¡Puaj, por favor, deja de babear por Willem! ¡Me resulta asqueroso! Para que te hagas una idea te confieso que, si naufragásemos en una isla desierta y fuera el último hombre sobre la tierra, jamás se me ocurriría acostarme con él. ¡No me decepciones, compórtate! Estoy muy enamorada de Chris, mi marido. Pasarán miles de años, pero al final darás con él y la espera valdrá la pena.
[*] Acto primero, escena tercera, página 16 de la obra anteriormente citada.
Las pirámides en el presente.
Chris también está para saber las últimas novedades de Cleo.
Varios tubos como este bajan desde el cielo cuando Danielle se pone furiosa.
Y el mafioso continúa en su papel de general romano...
https://youtu.be/nSDgHBxUbVQ
1- Revista Muy Interesante, Nº 422, julio/2016, Así dio comienzo la locura por el turismo, G+J, 2016, Madrid.
2-Revista Vive la Historia, Nº 38, 6/2018, ¿Quién construyó las pirámides?, Televisión y Audiovídeo Editorial Multimedia, S.L, 2018, España.
3- Cleopatra, en busca de la última reina de Egipto, de Zahi Hawass y Franck Goddio. National Geographic, RBA, Revistas S.L, 2011, España.
4- Revista de Historia Clío, Nº 188, 8/2017, Las huellas históricas de las plagas de Egipto, Casual Magazine,2017, Barcelona.
5- Revista Historia National Geographic, Nº167, 1/2018, Mastabas, las tumbas más bellas de Egipto, Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.
https://youtu.be/0CG5dZfuy94
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