17- La crecida del río.
«Egipto es un don del Nilo»,
Heródoto[1],
(484 a 425 AC).
—¡Vamos, impresiónalos! —le susurró Cleo a Danielle.
Al mafioso no le convencía demasiado el paso que la chica daba. Consideraba que ella era irresistible y si se presentaba al pueblo como una especie de diosa correría el riesgo de que se la secuestrasen una vez más. Y lo pensaba con conocimiento de causa. Él la había raptado al poco tiempo de conocerla y unos meses antes también Satanás había caído en la misma tentación.
—Antes debo hacer algo. —Se sentó con las piernas cruzadas en posición de loto, sin reparar en el desconcierto de la concurrencia.
Y se concentró en cada pequeño grano de arena, en cada partícula de piedra, en cada gota del río Nilo. En todos los seres vivos que se verían afectados por lo que efectuaría a continuación. Creaba en el cerebro imágenes mentales y se las transmitía a los animales para que ellos supieran lo que se avecinaba. Sentía que el cuerpo se le deshacía en millones de átomos que recorrían el desierto y la zona inundable. No era una persona, sino la Naturaleza en acción que se mimetizaba con el paisaje y con la vida.
—Idos a partes más altas, amigos. —Focalizó el pensamiento y la energía en las palabras—. Este lugar no es seguro para vosotros.
De improviso, miles de escorpiones salieron de las madrigueras. Caminaron por encima de las plataformas redondeadas en las que se calentaban durante las horas del día. Luego corrieron con las pequeñas patas, abrieron las pinzas y pusieron los aguijones en posición de ataque. Y rodearon a Danielle para protegerla. Un gemido colectivo cortó el aire, pues la gente permanecía clavada en su sitio sin atreverse a respirar por la impresión.
A continuación decenas y decenas de cobras abandonaron sus escondites en la aldea, en el desierto incipiente y en las márgenes del Nilo. Formaron círculos concéntricos alrededor de la joven y la custodiaban detrás de los artrópodos. Al mismo tiempo las aves, los mamíferos y el resto de los insectos escapaban a la carrera en todas las direcciones.
Al oír más suspiros, Danielle levantó los párpados y posó la vista en el improvisado ejército que se había formado alrededor de ella.
—Por favor, amigos, poneos a salvo —pensó con mayor intensidad mientras los contemplaba—. Haré que el Nilo se desborde. Y los minerales y los sedimentos provocarán que las plantas y las cosechas crezcan y que este año nadie esté obligado a pasar hambre.
Los asistentes la miraban maravillados, como si fuesen testigos del mayor prodigio. Incluso Cleopatra —pegada al general Marco Antonio— la observaba admirada y eso que ya había sido testigo de algunas de sus habilidades. Cesarión, situado junto a Cleo, abría tanto la boca por la impresión que perdía el gesto sobrio que lo caracterizaba y que lo hacía parecer un hombre en vez de un adolescente.
Pero los escorpiones y las cobras se negaban a abandonar a Danielle, como si esta pudiese correr algún peligro, así que en voz alta ella insistió:
—Amigos, hacedme caso, ¡idos! No deseo que os pase nada. ¡Obedecedme!
Y a regañadientes empezaron a dejar la zona. Paraban cada tanto a echarle una última mirada, como si para ellos también fuese irresistible.
—Os entiendo, muchachos —murmuró Willem, sin salir de la perplejidad; la había visto hacerlo en numerosas ocasiones, pero nunca se acostumbraba—, para mí también Danielle es un imán.
La médium no lo escuchó porque, justo en ese momento, se levantó del suelo y le pidió al sacerdote más próximo:
—Por favor, es su turno de decir el encantamiento para evitar o para curar la epidemia.
—Gracias, lo haré. —Con rostro solemne hizo una cortés reverencia—. ¡La peste este año no se cebará con nosotros!
Efectuó una pausa y escrutó a los cientos de personas que participaban en la ceremonia. Los cortesanos se mezclaban con los campesinos, con los embalsamadores, con las amas de casa y con el resto de las personas que se dedicaban a oficios varios, pues Danielle había insistido en que no habría barreras de clase durante la celebración.
Después el hombre, con voz profunda, recitó:
—¡Oh, Llama-en-Su-rostro! El que preside sobre el horizonte, habla al jefe de la casa Hemesut, que hace que Osiris, el primero de la tierra, florezca. ¡Oh, Nekhbet!, que alza la tierra hacia el cielo para su padre, ven, ata las dos plumas en torno a mí, para que yo pueda vivir y florecer porque poseo La Blanca. El primero es El Grande que vive en Heliópolis; la segunda es Isis; la tercera es Neftis; mientras que yo estoy sometido a ellos. ¡Oh, Aquel-que-se-apodera-del-Grande!, hijo de Sekhmet, el más poderoso de los poderosos, hijo del demonio-enfermedad Dened, hijo de Hathor, señora de la corona e inundadora de los arroyos; cuando viajas en el Océano Celestial, cuando navegas en la barca de la mañana, me salvas de todas las enfermedades[2].
Rezó con lentitud —tal como le pidió la joven—, para darle tiempo a la fauna a que se pusiese a buen recaudo.
—Es el momento. —Danielle echó un vistazo en dirección a Marco Antonio, quien se hallaba tan impaciente como un niño pequeño mientras esperaba a Santa Claus la noche de Navidad.
Enseguida el general le efectuó un gesto con la mano derecha a los centuriones. El estallido de los tambores y de las trompetas rompió el silencio reverencial en el que la muchedumbre se hallaba inmersa. Y todos caminaron tierra adentro —en procesión— para alejarse de la orilla del Nilo. Iban de forma ordenada y luego se subían a unas tarimas colocadas a varios metros sobre la superficie.
Cuando la multitud estuvo protegida, la médium se acercó a la ribera y contempló los matorrales y las plantas de papiro de los alrededores. Y aspiró hondo el aroma fresco y revitalizante. Ahora no tenía ningún reparo en intervenir, aunque a Cleo le había costado lo suyo convencerla. El argumento de que no tenía sentido que padeciesen una hambruna si contaban con los medios adecuados para evitarla funcionó. Consideraba que se hallaban varados allí por un período indeterminado —quizá era un viaje sin retorno— y que debían sacarle partido a la situación. Esa jornada creía que encontrar al dragón era una tarea imposible, más difícil que hallar una aguja en un pajar.
Daría rienda suelta a la rabia que acumulaba, a la frustración que le carcomía el alma. Se hallaba convencida de que desde la primera cascada —lo que sería la actual Asuán— y hasta el Mediterráneo este año reinaría la abundancia. Todos los nilómetros habían augurado que apenas se podría cultivar una mísera porción con la crecida natural y que la mayor parte de los terrenos se mantendrían resecos. Y los nilómetros nunca se equivocaban. Eran estructuras de piedra en forma de pozos o de escaleras descendentes con marcas en las paredes, que señalizaban la superficie aproximada que quedaría inundada y en base a la cual se pagaban los impuestos.
Porque los egipcios vivían al ritmo que marcaba el Nilo. Si la crecida era escasa pasaban hambre y si era demasiado alta las aguas llegaban hasta los poblados, disolvían las chozas de adobe y se ahogaban los habitantes y los animales domésticos. Estos peligros suponían una carga para Danielle, pues debía provocar una subida ideal... Y para lograrlo practicó su nuevo poder durante varios días.
Primero pensó en Satanás. Ya no se engañaba con el argumento de que se trataba de un fantasma con ínfulas de grandeza. La voz de Siwa le había explicado que en un comienzo era solo una persona malvada, pero que luego había buscado que el Verdadero Mal lo conquistase. Recordó cada detalle de cómo —en compañía de sus hermanas las brujas— lo había vencido. Y de modo inmediato la furia la inundó. El grado todavía no era suficiente —a juzgar por el horizonte despejado y por el par de nubes negras que se generaron en el cielo—, pero iba por buen camino. Necesitaba una mayor concentración.
Así que rememoró uno a uno aquellos segundos en los que, mientras Nathan pendía del precipicio del castillo de los Caballeros de San Juan en la isla de Rodas, su enemigo había aprovechado para poseer a su mafioso. Lo utilizaba con la finalidad de derrotarla, pues conocía al dedillo lo que sentía por el hombre. La indignación la traspasó por dentro, como si fuera una flecha certera que se le clavaba en el corazón. Evocaba hasta el mínimo detalle de los ojos azules de Will y cómo se tornaron del tono de las esmeraldas cuando la posesión del engendro fue total. Le dolía más después de los últimos días que compartió con él en el desierto porque por aquella época se decía que la relación entre ellos había terminado y fingía que no lo amaba. Era tan buena mentirosa que hasta se había creído su embuste.
El ser creció dentro de su delincuente y le estiró los músculos y los huesos para adaptarse. Luego le clavó la vista y la hipnotizó. Y usó todos los sentimientos que ella escondía hacia su ex al besarla, al acariciarla, al pronunciar las frases que había ansiado escuchar de él. De inmediato unos cumulonimbos gigantescos aparecieron de la nada y bloquearon el sol como si se produjera un eclipse. Y en la lejanía solo se advertía negrura. Intentó controlarse, no pretendía generar huracanes. Ni tornados semejantes a los de la otra vez. Esta era su venganza. Le había robado el poder a Satanás al poseerlo contra su voluntad y ahora lo emplearía para salir del problema en el que este engendro la colocó al sustraerla de su época y tirarla en el Antiguo Egipto.
Las gotas se desplomaron desde el cielo como si Dios llorase a lágrima viva. El perfume de la tierra húmeda era incomparable y la hizo pensar en el Paraíso. Al principio —al entrar en contacto con la arena ardiente y cuarteada— un vapor similar al que se generaba durante una concentración de fantasmas los envolvió e impidió que viesen a la persona que se situaba al lado. Resultó positivo porque a la médium le trajo a la memoria la cita con sus seres queridos en la Gran Pirámide y cómo, al despejarse la niebla al final del encuentro, se percató de que ellos habían desaparecido y que sus esperanzas de retornar se esfumaban.
Y llovió con más fuerza. El agua caía a raudales, tanta que Willem consideró que de seguir así necesitarían a Noé y a su barca. Su novia —vestida con una simple túnica blanca de lino— se asemejaba a Moisés cuando golpeó la tierra con el báculo y el mar Rojo se abrió en dos mientras las olas se arremolinaban en torno a él. Porque el pequeño círculo donde se hallaba Danielle era el único que permanecía seco y contrastaba con el diluvio universal que había generado.
Lo impresionaba la precisión de la chica y cómo lograba que la cólera no la desbordase. Mantenía la indignación justa y demostraba que dominaba el nuevo poder en tiempo récord. No solo la amaba, sino que también la admiraba... Y se sentía tentado a vivir con la joven en el pasado para que la realidad no los volviera a separar. Si no fuese por los trillizos sería capaz de sabotear cada intento de retorno. Y mataría al dragón, a un unicornio o a lo que fuera preciso para disfrutar de su compañía, de sus caricias, de sus labios, del amor que ambos se profesaban. ¿Qué les depararía el futuro para la relación que mantenían si regresaban y ella seguía casada con Nathan? Lo desconocía y por eso vivía al día.
A la noche —en el palacio real de Alejandría— Cleopatra organizó un banquete para celebrar la que consideraba la mayor hazaña de su reinado. A la médium le daba cierto reparo festejarlo, pues la embargaba la impresión de que fanfarroneaba por alterar el pasado. Pero, con el paso de las horas y de las copas del excelente vino de Jonia, se le olvidaba. Cuando las conversaciones los separaban cada tanto iba, abrazaba a su mafioso y lo besaba sin interrupción —como si no pudiese apartar las manos de él— y al hombre lo embargaba la felicidad.
Danielle se rio a carcajadas cuando Marco Antonio y algunos de sus legionarios se pasearon disfrazados de pescados.
—¡No puedo con él, me resulta agotador! —le murmuró Cleopatra antigua y suspiró mientras el general movía las aletas y atrapaba de uno en uno a sus colegas—. Antonio es un niño grande y todos debemos seguirle los juegos. Debo dirigir al pueblo de Egipto, tengo que entretenerlo, hacer el amor sin parar, organizar fiestas, jugar a los dados, beber y comer como un marinero, cazar y contemplarlo mientras se ejercita. Y lo hago con gusto. A veces me viste de sirvienta y golpeamos las puertas de mis súbditos y les hacemos bromas. ¡Y las peleas! Siempre se bate a los puños con alguien. ¡¿Pero que me insista con que también me disfrace de pescado?! ¡Ni en sueños! Por eso creo que me sentí tan atraída por tu Willem. Porque es serio y maduro. Lo siento, Danielle, me comporté horrible con vos.
—¡No te preocupes, chica! —Cleo apareció por detrás de su otro yo con una copa entre las manos y le palmeó la espalda—. Pasa en las mejores familias. Yo también le robé a Chris y luego me casé con él. Parece que siempre nos sentimos atraídas por alguno de los hombres de Dany, tiene muy buen gusto.
—¡Es verdad! —la médium, bastante achispada, se rio a carcajadas y le aclaró a la reina—: En aquellos momentos tu otro yo era un fantasma bastante molesto y no dejaba de intentar entrar en mi cuerpo para acostarse con Christopher, que en ese entonces era mi compañero de misión y un ligue sin importancia. ¡No había forma de que me dejara en paz! Como no pudo poseerme se fue a vivir a Londres y dejó Egipto. Y no paró hasta encontrar a una amante de él y robarle el cuerpo. ¡Eres una desfachatada, Cleo!
—¡¿Sí?! —se asombró Cleopatra antigua y se carcajeó de la anécdota—. ¡Ni al ser un espectro dejaré de perseguir hombres!
—Y ahora estoy aquí, de nuevo cerca de Marco Antonio —suspiró Cleo, pensativa—. No sé qué consejo darte, Cleopatra. He escuchado lo que le decías a Dany... Recuerdo cuando fuimos de pesca, y, como ningún pez picaba, hizo que sus romanos enganchasen piezas en el anzuelo para presumir y quedar bien ante mí.
—¡Es verdad! —gritó su álter ego y se partió de la risa—. Al otro día hice que los míos le pusieran en el anzuelo un arenque salado del Ponto, para que se percatase de que su treta no me había pasado inadvertida. «Comandante, dejadnos la caña a nosotros, que reinamos sobre Faros y Canopo, y vos dedicaos a capturar ciudades, reinos y continentes»[3], le dije.
Danielle se rio sin parar y cuando se repuso le comentó:
—Yo tampoco puedo aconsejarte con relación a Marco Antonio. No sé qué decirte, ya es mayor para cambiar... Y, además, siento que el alcohol me confunde el cerebro y me hace olvidar las formas...
—Pensé que nuestros mellizos y que nuestro hijo pequeño lo obligarían a madurar, pero no —ella suspiró y bebió otro trago de vino.
—Ver de nuevo a mis hijos ha hecho que me den ganas de embarazarme pronto —les comunicó Cleo, ilusionada—. Resulta una proeza compartir momentos con ellos y no confesarle quién soy. Los confundiría con mi nuevo rostro y sería difícil de explicar que estemos aquí por partida doble.
—Pues cuando regreséis embarazaos pronto, no perdáis el tiempo —le aconsejó su versión antigua—. Os regalaré muchos ex votos fálicos para que se los ofrendéis a Hathor. También debéis preparar bebedizos, tal como nos enseñó nuestra madre, para que los beba vuestro marido. Ya sabéis. Moléis bien hojas de acacia y le agregáis miel. Y después se las aplicáis en el miembro a Christopher con una venda, para que nunca falle.
—¡Te aseguro que Chris nunca falla! —Cleo se carcajeó—. Lo que me recuerda, Dany, que tú y Will hacéis el amor a toda hora y como si se preparase el Armagedón. ¿No temes quedar preñada?
La joven apuró la copa, y, un poco mareada, le contestó:
—¡Imposible! Cada tres meses me doy la inyección anticonceptiva y no hace tanto que nos hallamos aquí.
—¿Ah, sí? —su compañera puso tono burlón y acto seguido le preguntó—: ¿Y cuándo te diste la última? Porque, según mis cálculos, han pasado más de tres meses. Lo recuerdo a la perfección porque acudí contigo a la consulta y de ahí nos fuimos a Legoland.
—No tengo mi agenda aquí, listilla, se quedó en la oficina. —Danielle, despreocupada, movió la mano—. Pero estoy convencida de que falta bastante, me la di poco antes de venir aquí.
—No, Dany, te equivocas. —Cleo la volvió a corregir—. Podrías estar embarazada ahora mismo.
—¡Imposible! —negó la aludida y se rio más—. ¡Deseas tanto tener hijos que nos contagias a todas!
—Para salir de dudas tenéis que hacerte una prueba de embarazo —le sugirió Cleopatra antigua—. Humedeced cada día semillas de trigo y de cebada con vuestra orina. Y si crecen no dudéis de que estáis preñada.
—Te prometo que lo haré. —La chica le palmeó el hombro.
—¿Se os ha retrasado el período? —la interrogó, curiosa.
—Pues... creo que me vino. —Dudó Danielle—. Pero estas semanas han sido tan complicadas que no recuerdo cuándo.
—Si la cebada y el trigo no crecen y no os encontráis embarazada, deberíais cuidaros para los próximos encuentros —añadió la reina y terminó el vino de su copa—. Es infalible la mezcla de acacia, de algarrobo y de dátiles. Los trituráis con miel y ponéis todo dentro de vuestro cuerpo.
—Lo haré, pero no es necesario. —La médium se hallaba convencida de que tenía razón—. Hace menos de tres meses que me di la inyección, Cleo se equivoca.
—No me equivoco —luego se burló, cariñosa—: Tú para las fechas, mi querida Dany, eres un desastre. Más de tres meses llevamos aquí.
—Pues yo te confieso ahora mismo algo a ti, mi querida Cleo. —La imitó a la perfección, aunque se hallaba bastante borracha—. Nada me impedirá que en unos segundos me acueste con mi guapo mafioso. ¿A que luce perfecto vestido de general romano?
—¡Sí, mucho, qué envidia! —exclamó Cleopatra antigua, mientras su álter ego se ponía dos dedos en la garganta y hacía como que vomitaba.
—¡Envídiame! —Danielle se acomodó la ropa con movimientos lentos y torpes—. ¡Allá voy!
Y dicho y hecho. La joven dejó a sus amigas, que no paraban de reír al verla dirigirse hacia el sitio en el que Marco Antonio y Willem conversaban. El general todavía llevaba puesta la cola de merluza, que rebotaba contra el suelo cada vez que se reía.
—¿Me permites que te robe a mi mafioso por un rato? —Una de las aletas del romano le hizo cosquillas en la nariz—. Tengo una urgencia.
—¡Por supuesto! —El general se rio a las carcajadas porque las intenciones femeninas eran evidentes—. ¡Divertíos!
Y, sin agregar nada, la joven cogió al delincuente de la mano y lo guio hasta una de las salas pequeñas. Era la más apartada y se encontraba a oscuras.
—Deseaba hacer esto, corazón —le murmuró en el oído mientras jugaba con el lóbulo de su oreja y después lo besaba con pasión.
—¡Y yo, mi amor! —Él la abrazó y le desató los nudos del vestido—. No me he acercado porque os he visto muy entretenidas y no he querido interrumpiros.
—¡Puedes interrumpirnos cuando quieras! —le susurró Danielle contra el cuello y se frotó contra él—. Te deseo ahora mismo, vida mía, no puedo esperar. ¡Cuánto te amo!
—¡Yo te amo más que a la vida, Danielle!
Y entró en su dulce calor sin ningún preliminar. Necesitaba que la energía de las arremetidas también le comunicara el profundo sentimiento que albergaba su corazón por ella.
Danielle primero les pidió a los animales que se preparasen para lo que ocurriría.
Y luego hizo que el cielo se pusiese negro.
No hay duda de que a Danielle le sienta genial el Antiguo Egipto.
Te dejo esta foto para que te hagas una idea de cómo los agricultores preparaban las tierras a fin de recibir las inundaciones del Nilo. Es una de las últimas —de la década del sesenta del siglo pasado—, pues la presa de Asuán terminó con esta costumbre antiquísima.
La foto la extraje de la página 241 del libro La vida cotidiana en el Antiguo Egipto, de José Miguel Parra, ya mencionado.
https://youtu.be/K0ibBPhiaG0
Revista Historia National Geographic, Nº175, 9/2018, La gran fiesta del dios Amón en Tebas. El festival de Opet, Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona. Tal como dice en la portada, era la celebración por la crecida del Nilo.
https://youtu.be/561Ijy1om6A
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