5- Las brujas de Zugarramurdi.
«Cuando se las ve pasar, los largos cabellos al viento, van tan bien adornadas y armadas con sus rizos, que el sol, brillando a través de ellos, como a través de una nube, produce una radiante aureola... De aquí la peligrosa fascinación de sus ojos, tan peligrosos en amor como en brujería».
Pierre de Lancre.
Juez en los casos de brujería en la zona vasco-francesa [1].
Esta noche Noah y yo parecemos un par de hechiceros al colarnos en plena madrugada dentro de la cueva de las brujas. Si alguien pasase por aquí se llevaría un buen susto al vernos vestidos de negro. Y, todavía más, al escucharnos susurrar como si siguiésemos los pasos de un ritual mágico.
Durante la mañana he conducido a Aston por la autovía española y he superado los kilómetros que nos separaban de Pamplona, la capital de la Comunidad Foral de Navarra, hasta llegar a Zugarramurdi, en la Comarca de Baztán. Esta zona —más que por su tradición brujeril— es conocida por los Sanfermines, los festejos en los que se sueltan toros y la gente corre delante de ellos para demostrar su valentía.
Fingíamos ser una pareja de las tantas que había por ahí, mientras recorríamos el Museo de las Brujas. Allí he pasado las manos por los nombres y por las edades de las personas incluidas en el Auto de Fe de Logroño, con la intención de que alguna de ellas se apareciera y que me iluminase acerca del misterio. ¡Pero nada!
No me han abordado ni siquiera al caminar entre los olmos, los laureles y los avellanos, antes de llegar a esta especie de caverna semiabierta denominada de modo coloquial La catedral del Diablo. Es raro, siempre estoy rodeada de fantasmas y ahora todos se esconden.
Me paro al lado de los rescoldos de una hoguera que se sitúa cerca del centro de esta enorme cueva y cierro los ojos. Siento los de mi compañero de misión clavados en el rostro, pero no permito que me quiten la concentración. Las gotas de agua al caer sobre las rocas y el olor de la humedad —concentrada aquí desde tiempos inmemoriales— provocan que mi alma intente elevarse para ir con Da Mo, mi maestro. Me resisto, pues necesito quedarme por si me busca alguno de los condenados o quien me ha enviado el mensaje.
—¿Sabes, Noah? —Echo un vistazo hacia arriba, a la parte que parece un escenario y que se conoce con el nombre de Trono del Diablo—. Contrario a lo que piensa la mayoría, a la Inquisición Española no le interesaba demasiado perseguir a las brujas. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué? —Aprovecha la ocasión para acercarse más a mí y para cogerme un mechón de cabellos—. Me encanta cómo se mueven tus labios cuando hablas. ¡Además, el negro te queda tan sexy!
—Gracias por el halago, pero no te distraigas. —La mirada me invita a hacer el amor aquí mismo sobre el suelo impregnado de gotas de agua—. ¿No te interesa que te dé más datos para saber a qué nos enfrentamos?
—¡Claro que sí! —Efectúa un guiño pícaro, da la sensación de que fuera de llevarme a la cama el resto no le importa en absoluto—. Pero divertirse un rato no le quita seriedad a nuestro trabajo.
No le hago caso y continúo con los detalles históricos, dado el poco interés que le despiertan seguro que se enfría enseguida.
—¿Sabes, Noah? A la Inquisición Española la crearon en mil cuatrocientos setenta y ocho con la finalidad de institucionalizar la persecución contra los moros, los judíos conversos y los herejes en general[2]. Fueron las autoridades civiles las que requirieron sus servicios por aquí porque les preocupaba el tema de la brujería.
Él me observa como si analizase el mejor modo de rasgarme la ropa. Y yo tengo la convicción de que le interesa más el movimiento de mis labios que las palabras que ellos modulan.
Un tanto molesta le pregunto:
—¿Me escuchas?
Noah se pega más a mí y me acaricia el brazo, primero, y luego la cintura.
—Estás muy guapa, Danielle. —Sonríe seductor—. No puedes culparme, tú me distraes. Además, ¿no te parece un desperdicio que finjamos ser una pareja y que no hagamos nada? Ya nos hemos acostado muchas veces en otras misiones. Tienes un marido de mente abierta, no será una infidelidad. ¿Qué más se puede pedir?... Y si nos sacamos primero la tensión sexual podré concentrarme mejor.
—No sé para qué te comenté el acuerdo que hicimos con Nathan. —Le propino una palmadita en el brazo para quitármelo del cuerpo—. Desde que nos casamos no se ha dado la ocasión y hoy tenemos preocupaciones más importantes que el sexo...
—¡Nada es más importante que hacer el amor ahora contigo, Danielle! —Stone pronuncia con pasión.
—¡Anda, Noah, primero la misión! —Hago un gesto con la mano como si apartase un mosquito—. Como te decía antes de que me distrajeses: le pidieron a la Inquisición que actuara aquí y ella envió al inquisidor Juan Valle de Alvarado, que estuvo meses por la zona para recibir denuncias. Los vecinos denunciaron por delitos de brujería a trescientas personas, más si sumamos a los niños.
—¡¿A los niños?! —Se asombra mi compañero y efectúa un gesto de incredulidad.
—Sí, contra los niños también. —Muevo de arriba abajo la cabeza—. Pero solo llevaron a Logroño a cuarenta de los acusados más graves. Los procesaban por causar tempestades y por hacer maleficios contra los campos y contra los animales. O acusados de enfermar o de matar a personas. También por vampirismo, por necrofagia o por comer niños, por celebrar aquelarres con el Diablo como maestro de ceremonias. Decían que todas las noches del viernes al sábado se juntaban en esta cueva o en algunos otros sitios cercanos. Esto era lo normal, luego había fiestas especiales.
Permanezco en silencio durante algunos segundos. Paseo la vista por los alrededores y permito que me inunde la energía y la magia que rezuma cada partícula de este lugar. Lleno los pulmones con el aire del que emana olor a musgo y a vejez. Me da la impresión de que este sitio tiene vida propia, como si respirase y me exhalara en la cara su aliento. O como si la Regata al Infierno —el diminuto arroyuelo que discurre por la zona— intentase comunicarnos historias de un pasado remoto por medio del gorgoteo.
Para no dejarme llevar por la imaginación continúo:
—Intervinieron otros dos inquisidores: Alonso Becerra Holguín y Alonso de Salazar y Frías. Este último presentó un escrito de discrepancia con el Auto de Fe, que no tuvo la misma difusión que este por culpa de alguna mano negra. Sobre la base del auto quemaron a seis personas y las efigies de cinco que habían muerto a causa de la tortura y del encarcelamiento durante el proceso.
—¡Es aterrador! —Creo que sigue concentrado en meterme mano de nuevo porque los ojos no se desvían de mis pechos.
—Sí, pero se supone que fueron benévolos si lo comparamos con lo que ocurrió en zonas de Francia o de la Alemania y Suiza actuales, donde no dejaban de alimentar las piras con cuerpos humanos. —Me acomodo la coleta—. Durante el siete y el ocho de noviembre de mil seiscientos diez se congregaron miles de personas para presenciar el espectáculo. Un día entero les llevó leer la sentencia, que incluía todos los cargos de los que se acusaban a dieciocho personas. Luego la Inquisición traspasó a los condenados a la hoguera a la autoridad civil para que procediera a quemarlos. Después de esto el inquisidor Alonso de Salazar y Frías no se quedó contento, y, tras mucho insistir, fue comisionado por la Suprema[3] para que investigara. Recorrió numerosos pueblos de Navarra y gracias a su esfuerzo consiguió que la Inquisición dictase un edicto de gracia en marzo del año siguiente, en el que perdonaba al resto de los condenados. Con todos los testimonios que recabó llegó a la conclusión de que la mayoría de las acusaciones eran falsas o producto de la fantasía. Además, muchos se desdijeron de sus anteriores confesiones al indicar que se habían autoinculpado o denunciado a otros por miedo o bajo tortura. Incluso llegó a comprobar las afirmaciones de los que se empeñaban en que volaban y que hacían todo aquello de lo que se los acusaba. Concluyó que fue la ignorancia o la malicia lo que estaba en la base de las acusaciones. Según él, durante el procedimiento se había actuado con demasiada ligereza. La Inquisición tuvo en cuenta los alegatos de Alonso de Salazar y Frías en una instrucción de mil seiscientos catorce. Es muy curioso, ¿verdad? ¡Me resulta fascinante!
Pero, a pesar de mi entusiasmo, me percato de que mi compañero sigue en su mundo erótico y en la fantasía de revivir nuestros maratones sobre el lecho. Y que nada lo saca de allí.
De improviso me pregunta:
—¿Has ido a ver a Van de Walle, como te pedimos Operaciones y yo? —y luego continúa, comprensivo—: Por lo pálida que te has quedado deduzco que ya sabes que son trillizos. ¡No sabíamos cómo decírtelo sin que te diese un infarto!
La imagen de los tres bebés resulta aplastante y borra el resto de los pensamientos. Poneos en mi lugar. Iba con la intención de conocer al niño y me encuentro a otras dos. Encima, flotaban por la habitación tan cerca del techo que parecían globos de helio. ¡Tonta de mí, debí suponer que mi exnovio actuaría a lo grande!
¡Resultaba imposible prepararse para un descubrimiento de tal magnitud! El mafioso podría haberme proporcionado una pista en los numerosos whatsapps o en las cartas, pero por lo visto no cambia y sigue siendo un experto en ocultamiento y en mentiras cochinas. No me enfado con Noah, si esto le hubiese ocurrido a él yo tampoco sabría cómo participárselo. De hecho, sí lo había mencionado al pedirme que antes me bebiese un vodka triple y yo ni me había enterado.
—Respira hondo, nena, y siéntate sobre la alfombra. —Papá me guiñó un ojo—. Estás cadavérica, creo que te desmayarás.
Le hice caso enseguida y me concentré en la respiración. Inhalé el aire —lo retuve unos segundos en los pulmones— y lo exhalé con lentitud para evitar que el pánico me hiciese atravesar la ventana más próxima y huir. Mientras, Anthony paseaba por el aire a los chiquillos. Ellos hacían gorgoritos, muy contentos, y no se asustaban ni tenían vértigo a las alturas. Por el contrario, movían los diminutos brazos y las piernas como si nadasen en una piscina.
—¿Me puedes explicar, papi, qué haces aquí? —y lo regañé—: ¡Llevo días llamándote una y otra vez!
—Lo siento, cariño. —Efectuó un gesto divertido—. Prometí que no volvería a mentirte, ¿pero cómo informarte de esta situación? Durante dos semanas les he hecho de niñero por las noches porque Willem y Brad ya no dan más. Pasan todo el día cambiando pañales y calentando biberones. Dan pena, no se sostienen sobre las piernas.
—¿Y solo por esto los ayudas? —lo interrogué, curiosa.
—No, me entretengo mucho al ejercer de abuelo —y luego me gritó—: ¡Cógelo!
Y me pasó al pequeño vestido en tono azul igual que si me arrojase un balón. No me enfadé —no corría ningún peligro—, pues mi padre domina a la perfección la materia. Al contrario, me hizo gracia. Cuando pillé al bebé entre los brazos me observó un par de segundos, indeciso, y luego esbozó una sonrisa complacida como si me reconociera. ¡Pobrecillo, si supiera la madre que le ha caído en suertes no tendría motivos de risa! El día del reparto del instinto maternal yo me había ido de vacaciones.
—¡Hola! ¿Estás bien? —No tenía idea de qué palabras pronunciar, yo nada sé de monstruos pequeños—. Me llamo Danielle, mucho gusto.
Anthony se llevó la mano a la frente y movió la cabeza con gesto resignado. Me recordó a los que solía hacer cuando intentaba convertirme en una buena amazona. A pedido suyo los indios Sitting Bull, Crazy Horse y Red Cloud me transmitieron sus dones para comunicarme con los animales y nunca más le vi esa mueca... Hasta ahora.
Por suerte fue comprensivo, se contuvo y solo me instruyó:
—No es necesario ser tan formal, nena, no imites a tus desagradables padres biológicos. Él es Daniel y ellas son Helen y Liz, tus bebés. —Y con un gesto de la mano me las hizo aterrizar encima de las piernas.
Me quedé sin palabras. De lejos me parecía que sus rasgos eran una mezcla de los del mafioso y de los míos. Pero así tan cerca —al detenerme en los minúsculos rostros— comprobaba que eran idénticos a las fotografías mías de cuando era bebé que había por todos lados en la casa de mi abuela.
¿Sabéis? Os lo confieso. No me sentía madre ni nada parecido —no los había cargado en el vientre—, pero sí los veía como algo cercano y no como a tres extraños. Creo que en mi interior escuchaba el llamado de la sangre, aunque de un modo muy atenuado.
Quizá mi progenitor consideró que por esa noche ya tenía bastante que asimilar. Elevó a los tres críos en el aire y los hizo flotar por la estancia. Tampoco me sentía ridícula al encontrarme sentada sobre la alfombra de la mansión de mi expareja y vestida de ninja. Ni por conocer a hurtadillas a los tres bebés que provenían de mis óvulos... No me sentía ridícula hasta que la puerta se abrió y el delincuente me pilló. Se apoyó en el marco, con los ojos abiertos como platos. Enfocaba la vista en los tres niños que recorrían la habitación —solos en apariencia— y en mí.
—¡¿Qué cojones está pasando aquí?! —me preguntó, asustado.
Al fruncir el entrecejo las ojeras se le marcaron debajo de los ojos como si fuesen bolsas vacías, resultaba evidente que se hallaba agotado.
Pero prefiero concentrarme en la misión en lugar de pensar en lo que sucedió en la casa del mafioso. Recordar datos y sucesos históricos me permite poner la mente en blanco por un rato. Porque después de conocer a los bebés ya no me es posible olvidarlos ni fingir que no existen. ¡Al avestruz le cortaron el cuello mientras lo escondía en la arena! Pensaré en cómo comentarle a Nathan con tacto el tema de mi visita y la «conversación» que mantuve con Will. ¡¿Os imagináis la cara que se le pondrá a mi marido cuando sepa que son trillizos?! ¡Alucinará! ¡¿Cómo hago para explicárselo?!
Vosotros me conocéis muy bien y seguro que estaréis de acuerdo conmigo en que el tema de la brujería resulta más apasionante para mí que cambiar pañales sucios al por mayor. Porque siempre sospeché que de vivir en épocas pasadas me habrían colgado por bruja o me habrían quemado por hereje. Y después de recibir el mensaje del asesino de Raymond Hopkins contaba con la certeza.
Antes de que existiese la Inquisición Española, que nació en el siglo XV, varios representantes de la Provincia de Guipúzcoa le pidieron por medio de un documento a Enrique IV de Castilla —hermano paterno de Isabel la Católica—, que les concediese a los alcaldes poderes para procesar y para sentenciar en casos de brujería, sin que hubiera derecho de apelación. Según ellos, las brujas causaban demasiados daños y no merecían ninguna consideración.
Hasta ese momento no podían perseguirlas sin presentarse ante tribunales superiores, los que según ellos eran demasiado laxos porque quemaban a pocas personas. El gobernante accedió a la petición y más adelante se utilizaron las acusaciones de brujería para perseguir a los partidarios de los antiguos reyes de Navarra.
Os pongo un ejemplo para que comprendáis cómo se acumulaban los despropósitos. En mil quinientos veintisiete —bastante antes del Auto de Fe de Logroño— dos pequeñas de nueve y de once años denunciaron ante el Consejo de Pamplona que eran brujas, pero que si las perdonaban les contarían todo lo que habían hecho ellas y otras personas. Los funcionarios accedieron y llevaron a las dos en un recorrido por los pueblos de la zona.
Cuando arribaban a un sitio las separaban en distintos alojamientos. Llamaban a las autoridades y les pedían que trajesen a los sospechosos de brujería. Los prendían, les cambiaban las ropas y los ponían en fila. Luego pasaba una de las niñas, que les miraba los ojos izquierdos, y decía si eran brujos o no.
Después era el turno de la segunda pequeña. Siempre coincidían, o, perdonadme la ironía, las hacían coincidir. Así atraparon a ciento cincuenta vecinos. ¡Imaginaos el poder embriagador que les conferían a las crías al decidir sobre la vida o la muerte de los mayores!
Peor era la situación del lado francés. ¿Habéis leído a Jules Michelet? Es muy interesante lo que dice, aunque es menester simultanearlo con otras fuentes más rigurosas. Según él los vascos eran aventureros por naturaleza y se embarcaban para cazar ballenas u otras especies. Pasaban parte del año en las colonias y dejaban a las esposas y a las novias solas. Por este motivo ellas gozaban de una libertad que no se disfrutaba en otras zonas. Se decía que había reuniones de hombres y de mujeres —tipo orgías— en los que se juntaban de forma periódica. Sobre todas ellas cayó —como un viento vengativo e inclemente— el magistrado Pierre de Lancre, que había sido nombrado por el rey francés Enrique IV. Y quien se hallaba fascinado, al mismo tiempo, por ellas.
Y aquí estaba yo —una bruja moderna— del otro lado de la frontera y siglos después en la ardua tarea de conectar el presente con el pasado.
—¿Qué es eso que hay ahí? —me pregunta Noah y me devuelve a la cueva.
Enfoco la atención en el bulto que él me indica con el dedo índice y que se halla cerca del riachuelo. Nos dirigimos hacia allí con presteza. Al llegar nos agachamos. El hedor a carne chamuscada es inconfundible... Y hay un hombre muerto tirado sobre el suelo de la caverna.
—Lo han ahorcado. —Mi compañero señala el trozo de cuerda que aún permanece en el cuello —. Y te han dejado otra nota...
—No ha sido lo único. —Pongo cara de gran concentración —. ¡También lo han quemado!
Esta vez no hay sobres, sino un trozo de papel con una sopa de letras. La cojo sin pensar en las huellas, los fantasmas no suelen dejarlas.
Noah y yo juntamos las cabezas e intentamos descifrarla. Pero cuando nos ocupamos de ello un movimiento nos llama la atención. Miramos en dirección al cadáver: ha desaparecido.
—¡Danielle, es mejor que nos vayamos de aquí! —El espía se estremece.
Y yo no puedo culparlo, pues nos hallamos en La catedral del Diablo y muy cerca de su infame trono.
[1] Citada en la página 192 del libro de Jules Michelet antes referido. Pierre de Lancre fue enviado por el rey francés Enrique IV en 1609 e hizo quemar a cientos de personas. Ya veis que es por la misma época del Auto de Fe de Logroño, que es de 1610.
[2] Leed las páginas 30 a 38 del libro La Inquisición. El reino del miedo, Ediciones B, Barcelona, 2008.
[3] Consejo de la Suprema y General Inquisición, el máximo órgano de gobierno de la Inquisición Española.
https://youtu.be/8ahpYZvo-OY
Noah baja del asiento del acompañante: ¡Danielle nunca le presta a Aston!
Danielle piensa en Nathan.
El Museo de las Brujas.
Las cuevas de Zugarramurdi.
Regata al Infierno, el pequeño arroyuelo.
Zugarramurdi, Comando actualidad.
https://youtu.be/QWVQVqjAzAM
Visitamos las cuevas de Zugarramurdi y el Museo de las Brujas, EiTB.
https://youtu.be/83nXfqjWMyo
https://youtu.be/Ey_hgKCCYU4
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