24- PENÚLTIMO CAPÍTULO. La abeja reina.
« "Tu alma es todo el universo" (...) ¡Qué prodigiosa sabiduría la de estos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se hallaba resumido en esas mágicas palabras, puras como la miel de las abejas».
Siddharta, Hermann Hesse[*]
(1877-1962).
No hay la menor duda, nuestro enemigo crece como leche al fuego. Y si continúa a este ritmo, pronto la cabeza quedará perfecta para colocarla en el Monumento Nacional del Monte Rushmore al lado de la de Washington.
—¿Qué pasa, Danielle? —El malnacido larga una carcajada pronunciada—. ¿Los fantasmas no cambian de tamaño? —No sé si prefiero la furia descontrolada de hace unos segundos a que se ría a mi costa desde la altura de las copas de los pinos.
Así que, burlona, le replico:
—Los espíritus aprendéis infinitas habilidades. ¡Y has tenido más tiempo que otros al entrenarte, eso es lo único que está claro! —Lo cierto es que nunca he visto algo similar, el autoengaño ya no funciona como antes.
Pero no me detengo en este pensamiento intrusivo porque Gerberga, pese al miedo que debe de sentir al apreciar que su antiguo protector ahora es el enemigo que abatir, le pide explicaciones:
—Cuéntame, Satanás: ¿por qué querías matar a las niñas? ¡Necesito saberlo! ¿Es porque ellas se pondrán del lado del bien y el niño será más fácil de tentar? ¡Dímelo! ¿O solo pretendías hacerle daño a Danielle y bajarle la moral porque no has sido capaz de seducirla?
Por respuesta él se ríe más fuerte. Y no deja de crecer. ¿Cuánto mide ya? Quizá diez metros. ¿O tal vez cuatro? De improviso, una cabra negra aparece de la nada y se acerca a la hechicera por detrás. Gerberga la percibe enseguida y se da la vuelta.
El animal emite un bufido y le recrimina:
—Beee, ¿por qué te dedicas a analizar mis motivos? ¡Quién te crees que eres, esclava! ¿Acaso no sabes cuál es tu lugar, beee? —Y luego prosigue la conversación desde el cuerpo que rivaliza con el del legendario Coloso de Rodas—: Hace siglos me convocaste y jamás te negué mi auxilio. Permití que Rotario y mis demonios te devolvieran a la vida y firmaste el pacto con tu sangre. ¡¿Acaso se te olvida que me juraste fidelidad incondicional?! ¡Me lo debes todo, hechicera! ¡Todo! ¡Y te ayudé a concretar tu venganza! ¿Por qué te crees con derecho a conocer todos mis pasos? No eres mi reina. ¡¿Por qué piensas que estás por encima del resto de las brujas?!
—¿Me ayudaste en mi venganza o yo te ayudé en la tuya? —le replica ella con furia—. ¿De dónde partió la idea de que todos debían pagar por lo que nos habían hecho? ¡De mí no, de ti! —Pero, quizá porque deduce que con el enfrentamiento no obtendrá nada, pone una mirada de fingida pena.
Se muerde el labio inferior en un gesto sensual, se acerca a Satanás y lo halaga:
—Pienso que estoy por encima del resto porque siempre me has hecho sentir especial. Creía que lo que había entre los dos era una relación que iba más allá de lo físico, que era tu mujer. ¡Recuerda el placer que me has regalado a lo largo de los siglos! No hay otro como tú en la cama. —El engendro se agacha para que los ojos de ambos queden a la misma altura y se dedica a estudiar si es sincera; Gerberga aletea las pestañas y agrega—: ¡Estaba segura de que nuestra unión significaba algo importante para ti y no solo para mí! —Satanás se ríe sin parar, como si le hiciese una gracia infinita.
A continuación le habla a coro desde el cuerpo de la cabra y desde el suyo propio, la voz suena como de ultratumba:
—¡Por la cruz invertida, las mujeres sois todas iguales! ¡Todas os creéis especiales! ¡Todas pretendéis dirigir mi voluntad a cualquier precio! Y utilizáis el sexo cuando os conviene. ¿No has aprendido nada acerca de mí en este tiempo? Parece que no. ¿Acaso todavía no entiendes cuáles son mis prioridades?
Y la apunta con el brazo. Gerberga se eleva en el aire y cae encima de las demás brujas, que se encuentran apiñadas cerca del templo. Se levanta enseguida, lo enfoca con la mano y lo hiere, apenas, con un rayo de fuego.
—¿Solo pretendes hacerme cosquillas? —Satanás la observa de manera despectiva; concentra las llamas en las palmas y juega con ellas.
Ni siquiera se inmuta cuando las brujas y las hechiceras aciertan sobre él, pues las descargas eléctricas —que rivalizan con los relámpagos de la naturaleza— no le penetran en la coraza que tiene por piel. Con un simple movimiento del brazo descomunal las brujas se desmoronan igual que fichas de dominó.
Reacciono y me tiro sobre Satanás con el asalto Lilibeth. Ya del otro lado le atizo una patada, que lo hace trastabillar y caer. No se lo esperaba y por esto consigo sorprenderlo.
—¡Cuanto más grandes son, más fácil caen! —Y lo pateo una y otra vez, aunque me da la sensación de que no le hace mella—. ¡No las lastimes!
Con un solo movimiento se pone de pie y crece de nuevo, pero mucho más rápido. Cuando las manos se asemejan al suelo de un ascensor me coge entre ellas sin darme tiempo a escapar. ¡Parezco tan diminuta como una abeja!
—¿Qué pasa? —Me acerca la cara de gigante como si me fuese a comer—. ¿Al fin reconoces a tus hermanas, bruja, y ya no tienes dudas acerca de en qué bando estás? ¡Es un poco tarde porque las destruiré!
—¡Suéltala! —Lady Alice flota hasta él y tira de mí.
Las demás se aproximan desde todos los puntos cardinales y tratan de que me libere.
—¡Parecéis moscas alrededor de mi comida! —Ahora me sujeta con una sola mano y con la otra las aparta.
Gerberga aprovecha esta circunstancia. Vuela hasta mí y me libera de un fuerte tirón. Después me posa sobre la acrópolis, bastante lejos del engendro.
—¡Creo, Danielle, que todavía no has aprendido nada en absoluto acerca de mí, pero ya aprenderás! —Me apunta con el monstruoso dedo índice.
Y, ante mi perplejidad, se desdobla y una imagen humana sale de él.
—¿Qué pasa? —me preguntan al unísono sus tres versiones—. ¿Los fantasmas tampoco pueden hacer esto? Y te aclaro que no tienen el don de la ubicuidad, solo lo comparto con Dios. Porque ahora estoy contigo, Danielle, pero también con tu marido y con tu mafioso. ¡Subestimarme es tu peor equivocación!
—Nunca lo he visto, pero seguro que sí pueden. Tú solo eres un espectro fanfarrón y si consigues hacerlo se debe a la práctica. —Me mantengo inmutable mientras camina hacia mí—. Aunque, en mi opinión, el de cabra es el estado ideal para ti. Los cuernos te quedan genial.
Me siento un poco culpable porque las brujas combaten a la versión gigantesca de Satanás mientras yo solo me pongo en posición de defensa y hablo con él en su tamaño natural.
—¿Piensas que te haré daño, Danielle? —La voz me acaricia y derrocha seducción—. ¡Si yo soy tu más fiel admirador! ¿No entiendes, acaso, que me derrito al imaginar que te vuelvo a besar los labios? O a veces visualizo que acaricio con la lengua tu entrepierna y me estremezco. ¡Sabes a miel! ¡Por distraerme contigo se me escapó el alma de La Pucelle! ¿O es que ya se te ha olvidado?
—Sí, me he dado cuenta de cuánto te gusto cuando me llenaste el cuerpo de balas. —Camino alrededor de él—. ¡Si hace unos segundos hasta pretendías devorarme! ¡Tu intención era acabar conmigo!
Por respuesta el ser lanza una carcajada que suena como el sonido de millones de cadenas en movimiento. Y el hedor del azufre —similar al de los huevos podridos— se hace más intenso. Le echo una mirada fugaz a las brujas. Las pobrecillas todavía luchan contra el Satanás Coloso. Y, encima, se le ha unido la cabra negra, que trata de embestirlas con la afilada cornamenta.
—Aunque me lo propusiera, que no es el caso, resulta imposible matarte. —La entonación ahora es más seria—. He visto cómo regresabas de la muerte. Sin embargo...
Se me aproxima, pero yo pongo distancia e intento evadir la hipnótica mirada, pues no permitiré que me vuelva a controlar.
—¿Sin embargo? —Soy consciente de que la respuesta no me gustará.
—Sin embargo, conozco la forma más idónea para que comprendas la poderosa atracción que siento por ti, Danielle, y que enfrentarte a mí siempre te traerá consecuencias funestas. —Enfoca la vista en el cielo azul y mueve ambos brazos.
Enseguida se llena de nubarrones oscuros. Solo encima de nosotros porque en el horizonte sigue despejado. Un viento —caliente en algunos momentos y fresco en otros— sopla furioso. Mi ropa se sacude como las alas de un águila que levanta el vuelo. Y millones de partículas de arena y de tierra seca me impiden la visión. El olor a huevos podridos se intensifica como si el volcán dilatase el instante de entrar en erupción. Sigo con el autoengaño porque no me permito asociar el elemento químico azufre con el Diablo. Minutos más tarde el corazón se me posiciona en la garganta al contemplar que Nathan cuelga de la torre del castillo de los Caballeros de San Juan.
—¡Por favor, Will, ayúdame! —le suplica mi esposo.
Willem corre hacia él y extiende los brazos.
—¡Sujétame fuerte con las dos manos! ¡Rápido! —le pide, asustado.
Un escalofrío me recorre desde la cabeza a los pies. No me fío ni un pelo de mi exnovio, pues tiene a su alcance la oportunidad ideal para deshacerse del rival como si fuese un accidente. No soy escéptica hasta la exageración, sino que me ha probado incontables veces que no es digno de confianza y he aprendido la lección. Y no os olvidéis de que ha asesinado a mucha gente.
Intento correr hacia allí para evitar una catástrofe, pero Satanás me coge por el brazo y me ordena:
—¡Tú no intervendrás!
Y se materializa un campo de fuerza alrededor de mí. Me envuelve con la forma de una burbuja gigante. A él no lo afecta, pues me suelta y se queda del otro lado.
—¡Déjame en paz, cabrón! —Pateo la cúpula que me mantiene prisionera y observo, impotente, la escena.
Es la misma emoción que me invadió cuando fui incapaz de impedir la muerte de Axel Tokugawa. ¿Sería, una vez más, la responsable de otro asesinato, en este caso el de mi marido?
—¿Sabes, Danielle? —La hermosa cara del engendro se halla en actitud reflexiva—. Se me ocurre que podría meterme dentro de Rockwell, soltarme del muro del castillo y caer al vacío. ¡Pero debe de doler mucho estrellarse contra el suelo! No me apetece pasar por esta agonía... Aunque podría salir un par de segundos antes.
—¡Te juro que si lo intentas te seguiré con mi ejército espectral hasta acabar contigo! —Golpeo con los pies y con las manos la coraza que no me permite salir—. ¡Tócale un pelo y te mato!
—Lo dudo, nadie puede matar a un inmortal. —Sonríe, le divierte mi resistencia—. La lucha entre el Bien y el Mal es eterna. No podemos vencer al contrario, pero sí entretenernos con nuestras escaramuzas. ¡Comprobarás por ti misma lo aburrida que es la eternidad si no la condimentas con sal y pimienta!
—¡Da igual lo que me digas! —Me desespero al ver que el mafioso se inclina más sobre la torre y casi roza a Nat—. ¡Tú solo deja a mi esposo en paz y olvídate de las mentiras cochinas!
—Sí, dejaré a tu marido en paz. —Se nota que algo trama, la generosidad no es lo suyo—. Nathan Rockwell es una buena persona, no podría poseerlo. En cambio tu delincuente está hecho de otra pasta. Tiene el alma tan negra que se traga toda la luz.
Horrorizada, contemplo cómo su figura pierde consistencia. Se desintegra hasta transformarse en una niebla espesa y del color del asfalto, de consistencia similar a la que se concentra encima de los ríos. Y luego se zambulle con rapidez dentro de Will, sin darme tiempo a asimilarlo.
—¡Qué bien se vive aquí, parece mi hogar! —Resulta chocante escuchar sus palabras con la voz de mi expareja—. ¡Ay, Danielle, este es mi sitio ideal! ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes?! ¡Me hubiera facilitado el trabajo de conquistarte!
—¿Qué haces, engendro? —Willem se resiste—. ¡Sal de mí! ¡Por favor, Danielle, haz que se vaya! —Deja de inclinarse sobre la torre, Nathan se aferra del borde con las últimas fuerzas.
Satanás esboza una sonrisa malévola y pronuncia:
—Eres muy mal pensada, Danielle, tu mafioso solo intentaba ayudar a tu media naranja. Sus intenciones eran del todo honorables, aunque parezca increíble si analizamos sus antecedentes... ¡Y tú no te resistas, Van de Walle! Te prometo que pronto no sentirás nada, el proceso será indoloro. Igual que le sucedió a tu topa en el MI6, la agente Aline Green. Un día estaba y al siguiente desapareció. ¡Cleopatra fue lista al robarle el cuerpo! Y yo haré lo mismo con el tuyo. No se puede negar que tu belleza rubia le resulta atractiva a las mujeres, será positivo el cambio.
—¡Danielle, por favor ayúdam...
Pero el engendro no le consiente finalizar la frase. Por más que pateo esta burbuja, que me rompo las uñas y que me dejo en carne viva las yemas de los dedos no logro romperla. Solo observo —agobiada y con un sentimiento de culpa que me desborda— el combate interno que tiene lugar en mi expareja.
Al principio solo es eso, una batalla de voluntades. La firme de Satanás contra la inexperta del mafioso. Pero con el paso de los segundos Willem pierde la energía. Percibo el cambio total cuando su rostro se convierte en una máscara irónica que no refleja dolor alguno... Y este simple gesto me indica que Satanás ha ganado la guerra.
Luego, se dobla sobre sí mismo. Escucho cómo le crujen los huesos y cómo se le estiran los músculos y los tendones. Y veo cómo adquiere más masa corporal.
—Seguro que así luzco guapísimo. —Hace aparecer un espejo gigante y se analiza mientras el objeto flota en el aire—. ¡Mucho mejor! De tanto cuidar a los bebés le ha dedicado menos horas a la piscina y al gimnasio. Reconozco que, con su alma negra, nunca imaginé que se tomaría tan en serio la paternidad. ¡A veces los humanos me sorprenden!
A continuación camina hasta donde estoy yo y solo nos separa el campo de fuerza. Me percato de que el color azul de ojos —idéntico al mío— le ha cambiado y ahora es un lago esmeralda.
—¡Te amo, Danielle! —La mirada le brilla, tierna—. ¡Te amaré hasta el día en el que muera! Nunca he dejado de amarte. ¡Mis sentimientos hacia ti jamás cambiarán!
—¡Deja de utilizarnos, maldito engendro! —le grito, desgarrada.
¿Os ponéis en mi lugar por un segundo? Soy tan débil que me estremezco, a pesar de que el auténtico mal anida dentro del mafioso. Su voz dulce derrumba las murallas que he construido para protegerme... Y me conquista. ¡Han sido tantas emociones juntas! El dolor extremo de morir acribillada por las balas, renunciar a la calma del Más Allá y volver al caos de mi vida, el secuestro sin tener la oportunidad de abrazar a los míos. Y la culpabilidad por no prever que a Satanás se le ocurriría poseerlo. Susurrarme que encalló el yate y que se puso él solito en las manos de este ser despreciable me resulta irrelevante. Porque, quizá, si no me hubiera conocido se mantendría a salvo.
Las pupilas le giran muy rápido y comprendo que es una tontería reprimir mis sentimientos. Al apreciar que me conmuevo, la burbuja desaparece. Mi mafioso se me acerca y me abraza, sin dejar de observarme a los ojos con amor. Un amor dulce, tranquilo, sin el fanatismo de nuestros últimos encuentros. Suspiro fascinada. ¡Hace tanto tiempo que no huelo su aroma desde tan cerca! Lleno los pulmones con el perfume de su ardiente piel, que se mezcla con el del mar. ¡Cuánto lo añoraba! Bajo los párpados y gimo cuando me roza los labios con los suyos.
—¡Te echo tanto de menos, mi vida! —Me recorre el cuello con la punta de la lengua; a continuación me separa un poco del cuerpo y me contempla hasta el fondo del alma—. Sé que ha sido un error pedirte que vivas conmigo y con los niños. Ahora entiendo que forzaba tu voluntad. Te amo tanto, Danielle, que estoy dispuesto a darte el espacio que siempre me has pedido. ¿Deseas seguir casada con Nathan? Lo acepto, es un buen hombre. Reconozco que, al ser mayor que tú, no comprendía que necesitabas vivir y que sentías que te cortaba las alas. Te coloqué en una jaula de oro y lo único que conseguí fue perderte... Y esto siempre ha sido tuyo.
El Corazón de Danielle se le aparece entre las manos. Me lo coloca —tierno— sin esa desesperación que lo caracterizaba. Tanto las acciones como las palabras me suenan a música en los oídos. Y, pese al déjá vu, al contemplar directo las pupilas soy incapaz de decirle que no. Porque, debido a la crisis que intento superar, se me ha removido todo por dentro y el pecho me palpita a velocidad prodigiosa. No preciso de máscaras, sé que lo amo.
¿Pero para qué pensar si mi mafioso vuelve a besarme el cuello? Me lame entre los orificios del collar que recién me ha colocado. ¿Para qué diantres rechazar mis sentimientos hacia él si las manos me recorren la cintura y los senos? ¡La piel me arde de tanto deseo! Y la contundente erección me indica que él también se muere por hacer el amor conmigo. ¿Para qué negar que nos queremos y que nos anhelamos?
—Tú no me quieres, Danielle, tú me amas. Lo sé sin ningún género de dudas —me corrige en el oído y el susurro me pone la piel de gallina—. Aunque no ignoro que tus sentimientos están divididos entre Nathan y yo. Nos amas a los dos, pero de diferente manera.
Al mencionar a mi esposo recuerdo que él todavía pende de la torre del castillo como si fuese una bandera. ¿Por qué ahora no suplica auxilio? El silencio es más estruendoso que cualquier grito suyo. ¡¿Cómo se me ha podido olvidar?!
Pero mi mafioso me enfoca con la vista y acto seguido me vuelve a abrazar contra el pecho. Me acaricia el pelo y me olvido del resto de las preocupaciones. Estoy pendiente solo de él. Del tacto dulce, del perfume sensual de la cabellera, del sonido del corazón que late acelerado para comunicarme que me ama con toda el alma... Y ya no recuerdo, siquiera, mis pensamientos anteriores, pues las ideas me cruzan el cerebro como si fuesen estrellas fugaces que desaparecen en el infinito.
—Te amo, Danielle, para bien o para mal. —Me aleja unos centímetros y acopla la mirada a la mía—. Eres mi destino. Nuestros hijos y tú sois lo más importante para mí. Quiero que comprendas que me adaptaré a las condiciones que me pongas. Lo único que te pido es que disfrutemos de algunos momentos, que no me descartes como si fuese un pañuelo usado.
La solicitud suena razonable, pues sin pensármelo dos veces he dado mi vida por mi delincuente y por las niñas. He sentido que son mis hijas, aunque reconozco que jamás seré una madre convencional. ¡Para qué generar expectativas si no daré la talla!
—¡Comprende, mi amor, que ya has dado la talla! —Apasionado, juega con mis labios y la lengua me recorre, voluptuosa, lo preciso tanto como al aire que respiro—. ¡Has sacrificado tu vida por nosotros! ¡¿Cómo no concederte la libertad y permitirte ser tú misma?! ¡Sería un ingrato! ¿Cómo cambiarte si te amo tal como eres? ¡Única, especial, un brillante de mil quilates, la mejor de las mujeres!
Me desborda el amor ante esta confesión. Y resulta un alivio comprobar —una vez más— que no existe la locura que reflejaban sus ojos con anterioridad. En pocas horas ha logrado el cambio que le rogaba desde hacía meses. ¿Tanto le ha dolido verme morir?
Nos besamos como si el Apocalipsis estuviera a la vuelta de la esquina. Y, por momentos, me olvido de que nos encontramos en la acrópolis. Me da la sensación de que me hallo en su casa de Brujas, al lado de la piscina y después de haber nadado cientos de largos. O luego de habernos sumergido con los tiburones blancos. ¡Qué instantes insuperables! Y él incrementa la pasión para que sea consciente de cuánto hemos extrañado compartir nuestra afición por las aventuras.
—Te amo, ¡no te imaginas cuánto! ¡Te amo, te amo, te amo! —repite la palabra hasta el cansancio para que me convenza—. Y por eso no dejaré caer a Nathan, tengo que ayudarlo. No seré tan egoísta como para dejarlo morir. Dentro de un segundo vuelvo, mi amor, y nos encerramos en una habitación para hacer el amor por el resto de la semana.
Gira y comienza a acercarse hasta el borde. Al darse la vuelta y liberarme de su mirada un calambrazo me recorre la espalda. Me percato de que las brujas todavía combaten contra Satanás Rushmore y contra la cabra. Y de que Nathan se encuentra en un peligro extremo. Comprendo que, una vez más, el engendro me ha hipnotizado... Y que en esta oportunidad lo ha conseguido porque ha utilizado mis sentimientos hacia Will para conmoverme y para debilitarme durante este proceso.
Casi en cámara lenta veo cómo se inclina hacia mi marido y le grita:
—¡Suéltate y coge mi mano, Nathan! ¡Yo te sujetaré!
Trato de que el pánico no me nuble el cerebro y analizo la situación a velocidad de vértigo. Y, por fortuna, ninguna de las tres versiones de Satanás se halla pendiente de mí. Deduzco que se sobrevalora porque sus tres yoes me dan la espalda. ¡Algo se me tiene que ocurrir pronto!
Podría empujarlo y tirarlo por la pendiente, pero se aloja dentro de mi mafioso y este sería una víctima colateral. Rescatar a Nat solo conseguiría que los tres diablos dejasen su distracción actual y que se centraran en mí. Debo elegir entre ambos de nuevo. ¡Qué dilema!
Cuando me encuentro a punto de reconocer que actúe como actúe el mal igual se desencadenará porque seré incapaz de evitar todos los riesgos, me percato de un dato crucial. Luchar en varios frentes le pasa factura al demonio, pues parte de la bruma ya no se acopla a la perfección en el cuerpo de Willem.
¿O será, quizá, que el momento romántico que hemos compartido ha despertado al espíritu de mi expareja y ha empujado fuera de sí a la mitad del engendro? No me lo pienso dos veces y corro hacia él. Y le propino un fuerte empujón. Para mi asombro la niebla se desprende del cuerpo de mi delincuente quien, sobre el suelo, se remueve.
—¿Qué ha pa...sa...do? —Se aprieta las sienes.
Antes de darle tiempo a Satanás de que vuelva a tomar posesión de él, me le tiro encima y lo poseo yo. La niebla me envuelve, primero, y luego entra en mí.
—¡¿Qué?! —Se sorprende el maligno ser e intenta sonreír con mis labios y hablar, pero no se lo permito, ahora soy yo la que manda.
En cambio, grito:
—¡Da Mo es mi maestro! ¡Siempre lucho de su lado, del lado del Bien! ¡Dios me guía y nada hará que me ponga de tu parte! ¡Y, lo más importante, no permitiré que les hagas daño a las personas que quiero! ¡Aunque tenga que cargar contigo dentro por toda la eternidad, no te escaparás de aquí!
Mi mafioso da un salto y se pone de pie.
—¡¿Qué pasa, Danielle?! —Atónito, se mesa la cabellera—. ¿¡Qué cojones está pasando!?
—¡Deja de hablar y ayuda a Nathan! —le ordeno mientras lucho contra el Mal que intenta hacerse con el control de mi cuerpo y de mi mente.
Luego giro sobre mí misma y me abrazo.
—¡Yo no soy Will! ¡No lo conseguirás nunca, Satanás! —Mis carcajadas retumban en la acrópolis—. ¡Amo a Da Mo, mi maestro, y, si pudiera, daría la vida por él! ¡Jamás lograrás que pervierta las enseñanzas de mi mentor!
Mi delincuente corre hacia el borde y se lanza a lo largo de la torre.
—¡Cógeme la mano! —le grita a mi esposo con premura—. ¡Te juro que no te soltaré! ¡Antes me tiro yo por el borde! —al apreciar que, pese hallarse al límite de las fuerzas, mi esposo duda, Will insiste—. ¡Hazlo ya, Nathan, por el amor de Dios, te matarás! ¡Te juro por la vida de mis hijos que no te dejaré caer!
Nat le hace caso y mi mafioso, de un tirón, lo coloca sobre el suelo de la acrópolis. Cae desplomado, pero constato que respira hondo y que hablan entre ellos.
Luego sus miradas se posan en mí. Y noto el instante justo en el que mi marido y mi delincuente comprenden por qué Satanás ha abandonado el cuerpo de este último: cuando lucen horrorizados.
El engendro intenta gobernarme los labios, pero yo no lo dejo. Lo contengo, al menos de momento. ¿Por qué suponéis que muestro tanto despliegue de fuerza? Porque soy una abeja reina, y, a la vez, una obrera. Moriré de nuevo, si es preciso, para proteger a mi colmena.
[*] DEBOLSILLO, 2010, Barcelona, página 16.
https://youtu.be/dJzLN_mnETg
Tanto creció el Enemigo de Dios que podían haberlo colocado en el monte Rushmore.
Satanás comprendió que por muy guapo que fuese no iba a hacerse con el alma de Danielle, así que utilizó al mafioso.
Se aprovechó de sus sentimientos hacia Willem.
Y cuando su exnovio despertó, se hallaba tan confundido que al principio no entendía por qué el Diablo lo había liberado.
¿Danielle estará a salvo solo por poco tiempo? Porque a veces los demonios ganan...
Dios contra Satán (Canal Historia).
https://youtu.be/k9nhdvn2-ck
https://youtu.be/YSGBQbkmEPg
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