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21- ¿Dónde está Danielle?


   «Mientras siga prestando mi voz a la voluntad divina y a sus sagradas leyes, no permitiré que se quiebre por meros gimoteos. Si alguien teme represalias, escúchenme bien: colgaría a diez mil más que se atrevieran a infringir las leyes divinas y ni un océano de lloros conseguiría debilitar mi firme determinación de aplicar la ley hasta sus últimas consecuencias».

Diálogo del juez Danforth en El crisol [*]

(1915-2005).

Nathan y Willem mantenían la ilusión de que Danielle regresaba a la vida. Pero, al apreciar que las ningyos  giraban sobre sí mismas y que se dirigían hacia las profundidades del mar, la decepción fue tan grande como si un meteorito gigante les hubiese caído encima. Se les hundieron los hombros por el peso del fracaso y el dolor les oscureció los rasgos. El único consuelo que les quedaba era que había desaparecido el hedor de la sangre y de la muerte. Y que el cuerpo de la médium lucía perfecto. Hasta despedía un ligero perfume a aloe, la planta de la inmortalidad para los antiguos egipcios.

—¡Todas mis esperanzas se van al traste! —El mafioso colocó la oreja en el pecho de la chica y constató que el corazón permanecía en silencio.

—¡Y las mías, Will, y las mías! —El periodista se dejó arrastrar por la amargura—. ¡No lo entiendo! ¿Dónde está Dan? ¡Sé que si estuviese muerta la vería igual que a mi hermana! Siempre hemos tenido una conexión especial.

     Para ambos la angustia era mayor al contemplarla intacta. Lucía sonrosada —como si acabase de hacer el amor— y llena de vida. Y, además de a aloe, olía a capullos de rosas, a algas y a salitre. Era una hermosa sirena a punto de despertar y de nadar hacia la superficie del mar. O una bella durmiente que solo esperaba el beso de su príncipe... Y lord Nathan se dejó llevar por un impulso. Le sujetó la cabeza y la besó con pasión sobre los labios.

—¡¿Pero qué haces, necrófilo?! —El mafioso se sintió chocado—. ¡¿Te has vuelto loco?!

     El periodista no se amilanó y le echó un vistazo antes de analizar:

—¡Es que esto no tiene sentido, Will! ¿Para qué recomponerle el cuerpo si la dejarían así, muerta y sin vida? ¡Tiene que haber algo más!

—¡Y por eso vas y le plantas un beso francés! —lo recriminó, molesto—. ¿O acaso la usas en lugar de a tu muñeca hinchable? ¡De verdad, tío, resulta grotesco! ¡Es una falta de respeto!

—¿Tú, justo tú, hablas de respeto? No te olvides de que por no respetarla ha acabado así —le replicó, irónico, pero al apreciar que no era una pose, sino que Van de Walle se hallaba chocado en serio, agregó—: La situación me ha hecho pensar en los cuentos infantiles. En muchos hay una princesa que espera el beso del príncipe para revivir... Pero no ha funcionado.

—¡Tienes razón, Nathan, qué tonto! —Y le palmeó la espalda—. ¡¿Cómo no se me ha ocurrido?!

—La idea era buena, Willem, pero como has visto no funciona.

—¡Elemental, Nathan! —El malhechor infló el pecho y los abdominales trabajados en su gimnasio privado resaltaron—. ¡Tú no eres el príncipe, lo vuestro es demasiado ligth! Cada uno va por su lado y hace lo que se le da la gana, se acuesta con cualquiera. Siempre he dicho que Danielle es mi mujer, aunque ella no lo admita. ¡Sé que me ama más que a nadie! Si estuviésemos juntos jamás le sería infiel. ¡Y no me recuerdes que me acosté con dos modelos porque en ese momento lo habíamos dejado y era libre!

     El mafioso desplazó al rival de su sitio. Cogió el cuerpo inerte de la joven y se lo puso sobre la falda. Los brazos y las piernas de la chica se le movían para todos lados —sin ningún control muscular— durante el proceso. Parecía una muñeca de trapo. Luego le acarició con ternura la larga cabellera y le levantó con suavidad el mentón. Cada movimiento era pausado, como si siguiera los pasos de un ritual. Y, por último, le dio un beso tan apasionado que nada tenía que envidiar al de Nathan.

     Efectuó una pausa, y, emocionado, le murmuró en el oído:

—¡Eres mi único gran amor, Danielle! ¡Regresa del Más Allá, por favor! ¡Tus hijos también te esperan, debes cuidarlos! ¡Despierta! Te prometo que si retornas de la muerte jamás te volveré a acosar y seré otra persona. Permitiré que seas feliz con Nathan, tu esposo. ¡Pero necesito que vivas, aunque nunca me vuelvas a hablar! Y hasta dejaré mis negocios sucios y seré legal. ¡Te lo suplico, por favor, regresa! ¡No puedo vivir con este sentimiento de culpabilidad!

     Esperaron en silencio un par de minutos y nada sucedió.

—No necesitaba que lo probaras, Willem, para saber cuál sería el resultado. De cualquier forma, tu gesto ha sido muy bonito, sobre todo lo de dejarla en paz conmigo y ser legal. —El periodista esbozó una sonrisa a su pesar—. Tengo muy claro que eres una rana y no un príncipe. Además, la forma en la que la llamaste la haría salir corriendo en lugar de ir hacia ti, a Dan la aterroriza cuidar de los niños. ¡Somos un par de tontos! ¡¿Para qué precisaría de un príncipe?! ¡Ella es una mujer completa y autosuficiente, una heroína, se rescataría sola!

—¡Observa cómo me río! —Van de Walle se hallaba desesperado—. ¡Pero algo se nos tiene que ocurrir! ¡No nos daremos por vencidos cuando estamos a solo un paso de lograrlo!

—Lo primero que debemos hacer, Willem, es llevar a Dan al yate —indicó el otro hombre—. Al llegar ordenas que desaten a los demás y veremos qué se nos ocurre entre todos.

—¡Hecho! —Y levantó a la muchacha como si se resistiese a soltarla—. ¡La cargo yo, me da igual que seas el marido!

     Pero cuando intentó superar la arena e introducirse en el mar, una especie de campo de fuerza se lo impidió.

—¡Camina, tío! —Su rival, que venía detrás, a punto estuvo de tropezar con él—. ¡Volvamos de una buena vez a la embarcación!

—¡¿Te crees que yo no estoy tan apurado como tú por llegar allí?! —Le colocó a Danielle entre los brazos—. ¡Inténtalo tú! —Y el otro hombre le tomó la palabra.

     Mientras colocaba un pie dentro del agua lo increpó:

—¿Sabes, Will? No entiendo qué diantres te...

     Y cuando iba a dar otro paso sintió que una mano le tiraba de la pierna hacia el lado contrario. Perdió el equilibrio y tanto él como Danielle cayeron dentro del mar.

—¿Qué cojones pasa aquí? —Tuvo cuidado de que el rostro de su esposa se mantuviese fuera del líquido.

     El pelo empapado hacía que le chorrearan gotas saladas dentro de los ojos y el picor le impedía ver. Aun así y con la ayuda del mafioso, se arrastró con su mujer hacia la parte seca.

—¿Qué hacemos ahora? —Will parecía indeciso por primera vez.

—Tú ve al yate y organiza que los liberen —le ordenó el periodista con firmeza—. Les cuentas qué ha pasado aquí y después quédate allí con ellos.

—¡De eso nada! —negó Van de Walle enseguida—. ¡Yo os metí en este problema así que me quedaré aquí hasta el final contigo y con Danielle!

     Nathan se dio cuenta de que no le resultaría sencillo convencerlo de lo contrario, por lo que admitió:

—Muy bien, pero primero ve al yate y haz que suelten a los demás.

—¡Hecho! En un par de minutos regreso.

     Entró en el mar, impaciente, y caminó lo más rápido que pudo. No soportaba separarse de su exnovia, le parecía que si él no estaba con ella jamás se despertaría.

     Al llegar a la embarcación principal subió por la escalerilla metálica. Apenas posaba los pies sobre ella y daba la impresión de que volaba.

     Una vez arriba, se dirigió hacia lady Helen para desatarla y le ordenó a su ejército:

—¡Chicos, liberadlos a todos!

     La anciana, ante tanta premura, percibió que algo importante ocurría porque le preguntó:

—¿Cómo está mi nieta?

     Él —avergonzado— bajó la mirada.

—No lo sé —le contestó, sincero.

—¡Entonces está muy mal! —Las lágrimas se le deslizaron por las mejillas—. ¡Todos escuchamos los disparos!

     El mafioso no sabía qué decir. Así que se acercó a los bebés para buscar consuelo en ellos. Las mellizas seguían en los brazos de Brad —las protegía como si fuesen sus hijas— y Daniel en los de Andrew. Eran tan corpulentos que los niños se perdían entre tantos músculos.

—¡Hola, Helen! ¡Hola, Liz! ¡Hola, Daniel! —pronunció cariñoso—. ¡Papá está aquí!

     Al escuchar su voz los pequeños se menearon para todos lados, felices. Unos movimientos que le recordaron a los de Danielle cuando la tuvo minutos antes entre los brazos. No los cogió porque debía regresar a la playa y se contentó con acariciarles las caritas.

     Sintió que le ponían una mano sobre el hombro. Se giró. Era Cleopatra.

—No te culpes —intentó animarlo.

     Christopher la ceñía por la cintura para prestarle apoyo. A pesar de que intentaba forzar una sonrisa, se notaba que se hallaba agobiada por lo sucedido a la amiga. No era tonta, sabía a la perfección qué había sucedido.

     La reina insistió:

—Si hubiese estado en tu lugar y se hubieran llevado a mis hijos, yo hubiese hecho lo mismo que tú. ¿Entiendes? ¡No te culpamos!

     El mafioso la observó, más abrumado por los remordimientos ante tanta consideración. Pensaba que no la merecía.

—¿Cómo no culparme? —le respondió, angustiado—. ¡Si no fuese por mí ella estaría bien!

     Lady Helen se le acercó y le propinó una palmadita en el brazo.

—¡A lo hecho, pecho, ahora debemos pensar en los niños! —Todavía lloraba, pero quería dar ejemplo y ser constructiva—. ¡Danielle, Danielle, ven aquí, nena! —Willem pensó que la anciana desvariaba hasta que recordó que compartía el don con la nieta—. ¡Es extraño! —La señora movía la cabeza de norte a sur y de este a oeste—. No la veo por ningún sitio. ¡Y si estuviese muerta al escuchar mi voz se aparecería enseguida!

—¡Más extraño es lo que ha ocurrido en la playa! —El malhechor, muy concentrado, se rascó la frente—. Un ser invisible ha intentado acribillar a las niñas y a mí, pero Danielle se lo ha impedido. ¡Ha puesto el cuerpo delante de nosotros y nos ha protegido! ¡Al final resulta que es una madraza! ¡Nunca hace las cosas a medias tintas!

     Los demás permanecieron en silencio —lloraban— y Willem prosiguió:

—Más tarde unos peces le han recompuesto el cuerpo. Ahora parece dormida, pero no respira. Nathan y yo la hemos besado, por si las historias infantiles escondían alguna verdad. Pero no, son solo cuentos, ella continúa en ese estado.

—¡No me sorprende! —refunfuñó Cleo en medio de las lágrimas—. ¡Solo hablan de princesitas inútiles que esperan a que los príncipes azules lo resuelvan todo por ellas!

—Bueno, teníamos que intentarlo —se defendió él—. Nos llamó la atención que las sirenas la dejasen como antes para luego darse la vuelta como si nada y marcharse.

—¿Sirenas? —le preguntó de inmediato la anciana y dejó de llorar—. ¿Has dicho sirenas?

—Sí —le respondió el hombre—. Nathan dice que son unas sirenas japonesas. Que se llaman ningyos.

—¡Pues entonces no todo está perdido! —exclamó lady Helen con energía.

     Caminó de un lado a otro de la cubierta mientras se exprimía el cerebro y luego se aproximó a Will y le pidió:

—¡Cuéntamelo todo!

—No hay demasiado que contar. —Van de Walle se hallaba incómodo, estaba acostumbrado a ser él el que interrogaba—. Cantaban y hacían salir del agua burbujas de colores con luces dentro. Después Danielle quedó intacta, pero sin respirar.

—¿Y qué cantaban? —La abuela de Danielle intentaba extraerle las palabras como si utilizase un sacacorchos.

—Estaba en shock todavía, todo sucedió muy rápido y no recuerdo con exactitud las palabras —hizo memoria y agregó—: Pero Nathan comentó que uno de los cantos era la profecía de Danielle.

—¡Qué alegría! —gritó la anciana, pletórica—. Su profecía dice con claridad que regresará de la muerte: «la Magia Más Insondable hablar con los muertos le permitirá, primero, y luego unirlos a todos ellos y la vida le devolverá». Lleva años de charla con los muertos. Y ya los ha unido al crear su ejército espectral, solo le queda regresar de la muerte. ¡Algo que hará ahora, no tengo la menor duda! ¡Alegraos!

—¡No sé yo! —El mafioso no se hallaba tan convencido y dudaba de todo—. ¡Si hubiese visto lo que ha sucedido en la playa!

—¡Quita esa cara, hijo, por favor, sé positivo! —insistió lady Helen y volvió a propinarle una palmada en el brazo, en esta ocasión con fuerza—. El hecho de que yo no vea a mi querida nieta por ningún sitio lo confirma. ¡Es hora de que nos pongamos en acción! ¡No podemos perder el tiempo con lloriqueos!

—¡Aleluya! —Cleo, esperanzada, dirigió la vista hacia el delincuente, que contemplaba a la abuela de su exnovia con la misma cara de los cachorros cuando están a punto de darles un hueso—. ¿Y qué hacemos?

—¡No tengo ni idea! —admitió la anciana, sin perder la motivación—. ¡Pero algo se nos ocurrirá! —se puso las manos alrededor de la boca, a modo de altoparlante, y gritó—: ¡Anthony, ven aquí! —Pero los minutos transcurrían y el fantasma no aparecía.

—Tendremos que apañárnosla solos, algo grave le debe de haber ocurrido a Tony para que no acuda a mi llamado. ¡Qué Dios lo proteja!

     Christopher, muy concentrado, tuvo una idea. Se había mantenido callado hasta el momento y le daba fuerzas a su mujer con cada caricia.

—¿Y si llevamos a los bebés con Danielle? —sugirió, paseaba la mirada de uno a otro—. O, todavía mejor, la traemos a ella aquí con los niños. El otro día los bebés hicieron salir burbujas del agua, igual que las sirenas de las que habláis. ¡Quizá esté todo relacionado! Ellas empezaron el trabajo de resucitación y los bebés lo terminan.

—¡Ay, mi amor, qué haría yo sin ti! —Cleopatra le plantó un beso apasionado sobre los labios—. ¡Tienes toda la razón del mundo! ¡Qué inteligente eres!

—¡Veo un problema en esta sugerencia! —Willem negó con la cabeza—. Hay un campo de fuerza en la playa que no le permite a Danielle venir hasta aquí, por eso Nathan se quedó con ella. ¡Y a los bebés no podemos llevarlos hasta allí, ese ser diabólico ha intentado matar a las niñas!

     Una sombra de desaliento surcó los rostros, como si alguien hubiese distribuido regalos y a ellos no les hubiera tocado ninguno en el reparto.

—Se me ocurre algo, jefe —aportó Brad, mientras Helen le tiraba de la nariz y Liz de una oreja—. Nos acercamos con los tres dentro del agua, lo máximo posible.

—Pero quizá deberían tener contacto con la madre. —Will se contenía para no frustrarse luego, aunque se notaba que aprobaba la sugerencia.

—Muy sencillo —y Cleopatra apuntó—: Le cortamos a Dany tres mechones de cabello y se los ponemos a cada uno de los bebés en las manitas.

—¡Y favorecemos la conexión entre los cuatro y algo sucederá! —Lady Helen batió palmas—. ¡Y santo remedio, así traemos a Danielle de regreso!

—¡Me gusta la idea! —aprobó el belga—. Es mejor que quedarnos de brazos cruzados. No perdemos nada con intentarlo, pues ahora está muerta.

—¡Exacto! —Chris movió de arriba abajo la cabeza—. Sé que revivirá porque Da Mo nos pidió que pusiésemos a los bebés en el agua. Él conoce el futuro, sabía que Danielle moriría y nos daba la solución por anticipado. —Todos estuvieron de acuerdo y se pusieron manos a la obra con ilusión.

     Primero se repartieron a los pequeños. Willem cargó a Helen, Cleopatra a Liz y la anciana a Daniel. En segundo término, organizaron la defensa del grupo. La tripulación y un tercio de los hombres del Van de Walle custodiarían el yate. Y el resto, junto con Christopher, los acompañarían hasta la orilla.

     Así, fueron hacia la playa. Caminaron con lentitud, todos juntos como si fuesen una piña. Las ondas les bañaban las piernas y las cinturas. Y rozaban los pies de los niños, que daban grititos de alegría ante el contacto.

     Cuando llegaron cerca de Nathan, que los miraba interrogante, Van de Walle le comunicó:

—Se nos ha ocurrido una idea para robar a Danielle de las garras de la Muerte. ¿Tienes algo que sirva para cortarle tres mechones de pelo? De lo contrario traigo una tijera yo aquí.

—¡Sí, tengo mi navaja suiza! —La buscó en el bolsillo y se puso en acción.

     Le dolía mutilar la larga cabellera rubia, pues parecía tener vida propia y refulgía con los rayos del sol. Las nubes hacía rato que habían desaparecido, lo que le daba más esperanzas de que el plan funcionase. Se dijo que el pelo crecería y que lo primordial en esos instantes era el regreso de su esposa al mundo de los vivos. Después de una pequeña vacilación efectuó lo que su rival le solicitaba.

     Dejó a Danielle sobre la arena y se acercó al grupo sin perderla de vista.

—Toma. —Le entregó los mechones al otro hombre y luego corrió en dirección a su mujer.

—Espero no cometer una nueva temeridad con los bebés —murmuró Willem, convencido, pero preocupado y con remordimientos.

—¡Si Anthony nos aseguró que en el agua estamos a salvo, es porque lo estamos sin ningún género de dudas! —Lady Helen, enérgica, le dio un beso ligero a Daniel en la cabecita perfumada y lo apretó con más fuerza.

—¡Es cierto, Anthony nunca nos ha fallado! —Y el mafioso le colocó el pelo de la madre entre las manos a cada uno de los pequeños.

     De inmediato, el agua burbujeó. Parecía hallarse en el punto de ebullición, aunque la temperatura no había aumentado.

—Coloquémoslos dentro de las burbujas y muy juntos —indicó Will y las dos mujeres lo hicieron al momento.

     Los tres bebés se miraban y largaban risitas, parecía que el espectáculo lo habían montado para diversión de ellos. Introducían en el mar la cabellera de la madre —una y otra vez— como si se tratase de sonajeros, pues el cabello originaba pequeñas explosiones al entrar en contacto con el líquido.

     De improviso, los tres dirigieron la vista hacia ella y efectuaron gorgoritos.

—¿La están llamando? —preguntó Nathan a viva voz, verbalizaba lo que los demás pensaban.

     Pero nada cambiaba, Danielle no se movía. Los pequeños se dieron las manitas e hicieron una cadena. Y las burbujas comenzaron a salir disparadas para todos lados. El aroma del aloe superaba ahora al de las rosas, al de las algas y al de la sal.

—¡Mirad! —Cleopatra, asombrada, señalaba hacia el exterior de la bahía.

     No era para menos. Cientos de tortugas nadaban en su dirección y cortaban la superficie con los caparazones en forma de escudo. Al arribar a la altura de los bebés, tres de ellas cogieron con mucho cuidado los mechones de Danielle. Y los transportaron hacia la muchacha. Caminaban lo más rápido posible al posar las cortas patas sobre la arena. Luego se los colocaron sobre el pecho, de manera sincronizada. Parecía que llevaran a cabo un ritual ancestral.

     Permanecieron alrededor de la médium, sin dejar de observarla con los inteligentes ojillos. El aroma del aloe ahora era tan fuerte que tapaba los demás olores. De repente, un chorro de agua partió desde donde se hallaban los bebés y regó el rostro y el cuerpo de la fallecida.

     Ella se incorporó de un salto —como si la hubiesen despertado de una breve siesta— y, nerviosa, les preguntó:

—¿Cómo están mis hijos? ¡Ruego a Dios que estén bien! ¿Qué les ha pasado?

—¡Dan, has vuelto! —Nathan se levantó de la arena y la abrazó mientras los demás los contemplaban emocionados.

     Pero nadie pudo agregar nada porque Satanás se hizo visible, soltó una carcajada y se burló:

—¡Qué bien, ya no estás muerta! ¡Ahora te vienes conmigo! ¡Gracias por dejarla lista para mí!

     Acto seguido se la arrebató de los brazos al esposo y desapareció con ella.

[*] Acto cuarto, página 243 de la obra citada.

https://youtu.be/_-R65hvbVuY


Lord Nathan besa a Danielle, como el príncipe azul del cuento La Bella Durmiente del Bosque, pero no se despierta.



Cuando intentan regresar al yate hay un campo de fuerza similar a este y no pueden avanzar con ella.



Y lady Helen deja de llorar y toma el mando de la situación.


https://youtu.be/-8SyD24tLa0

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