20- El asesinato de Danielle.
«La hoguera que hemos encendido aquí está al rojo vivo y hace que se derrita cualquier fingimiento».
Diálogo de Danforth en El crisol ,
Arthur Miller[*].
Nathan contemplaba lo que ocurría en la playa —lo fijaba para siempre en la memoria— mientras luchaba por desatarse de la barandilla del yate a la que lo habían sujetado. Pero los terribles acontecimientos se desarrollaron en apenas un minuto y liberarse le insumió bastante más tiempo.
El cerebro rebobinaba las imágenes una y otra vez. Recordaba cómo el mafioso discutía con lady Helen —sostenía a las pequeñas entre los brazos— y a él lo inmovilizaba su guardia pretoriana. Cómo Cleopatra intentaba convencerlo de la locura que cometía, en tanto Christopher se desesperaba por no poder soltarse. Cómo, también, los miembros de la tripulación se mantenían paralizados, igual que si los hubiesen rodeado con un campo de fuerza. Y observaban al delincuente con los ojos aterrorizados, pues lo creían —con razón— capaz de cualquier conducta abyecta, lo cual era cierto. Y él no los podía culpar ni llamarlos cobardes porque la más mínima afrenta la pagarían con sus vidas.
Y el reloj se detuvo en el instante que nunca debió suceder, cuando su rival y los suyos bajaron al agua y caminaron los pocos pasos que los separaban de la arena.
¡Cómo le gustaría que en lugar de simples recuerdos fuesen un cd o una cinta de vídeo antigua! Porque así retrocedería la película al momento anterior a estos segundos fatídicos, cuando su mundo voló por los aires junto con las balas que fulminaron a Dan. Sabía que la amaba como nunca sería capaz de amar a otra persona, no necesitaba perderla para ser consciente de sus sentimientos.
Los acontecimientos resultaron muy confusos. Consiguió desatarse mientras el malhechor caminaba directo hacia el Mal. Presentía la presencia de Satanás, aunque no lo pudiese ver. Su mujer aparecía de la nada y sola. Dos fusiles surgían quién sabía de dónde y apuntaban a las bebés y al mafioso. Y Danielle —sin pensárselo dos veces— se tiraba adelante de ellos y protegía a los tres con el cuerpo. Moría a consecuencia del más bello acto de amor que era capaz de realizar una madre. Era la primera ocasión en la que le salía del alma reconocerlas como hijas. Y, por desgracia, también sería la última.
El corazón se le partía al ser testigo de la escena. Se estremecía con cada bala que se hundía en el hermoso cuerpo de Danielle y se lo destrozaba. Con cada corte en la piel, que tanto había disfrutado con sus caricias. La sangre se desparramaba por la arena y esta la absorbía como si pretendiera dibujar formas con ella para inmortalizar a la médium y que no se fuera para siempre.
Saltaba por la borda y corría hacia ella. Pero le daba la impresión de que, en lugar de acercarse, cada vez se alejaba más. Observaba a la gente que huía despavorida de la playa. Y cómo Willem le entregaba las niñas a Brad y este —junto con Daniel y un par de hombres— volvían al yate a las corridas, sitio que nunca debieron abandonar.
Luego era testigo de cómo el mafioso se agachaba al lado de su esposa y gritaba:
—¡No, no puede ser! ¡Regresa, Danielle, te amo! —La cogía entre los brazos y la acunaba, no le importaba que se le llenase de sangre la ropa—. ¡Despierta, mi vida, despierta!
Cuando Nathan llegaba y se arrodillaba al lado de ella la abrazaba también. Y comprendía que nunca despertaría porque las profundas heridas en el pecho resultaban incompatibles con la vida. solo el bello rostro se mantenía intacto. El olor metálico de la sangre era insoportable y lo regresó a la realidad. Y, así, se dio cuenta de que compartía a su mujer fallecida con el responsable de la tragedia.
—¡Vete, hijo de puta! —le gritó, furioso—. ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Tú la mataste! ¡Te lo advertimos una y otra vez! ¡Y encima murió para protegerte a ti y a las niñas!
El mafioso, en lugar de contradecirlo como era su costumbre, soltó a la joven y cayó boca abajo sobre la arena. Se tapó la cara y lloró como un niño.
—¡Todo es culpa mía, Nathan, tienes razón! —Apenas se le podía comprender—. ¡Todos vosotros me lo advertisteis! ¡Nunca he debido sacar a los bebés del barco! ¡Haría cualquier cosa para cambiar mi decisión! ¡Ay, si pudiese volver el tiempo atrás!
Nathan no se hallaba preparado para que le diera la razón y que aceptase su culpa. Hubiese sido mucho más sencillo si el delincuente lo hubiera increpado como otras veces. Así, se hubiese liberado de la furia al discutir o al pelearse con él a los puñetazos. Los golpes se le hundirían en la carne y se la amoratarían y sustituiría el dolor espiritual por un dolor físico. Pero al verlo de esta forma, tan abatido que prefería morir, comprendía que no valía la pena continuar con las acusaciones.
—¡Es culpa mía! —Lloraba Willem a lágrima viva—. ¡Yo he matado a Danielle y no sé cómo haré para vivir sin ella! ¡Maldita sea, tío, por qué no te habré escuchado! ¡Los celos me cegaron, soy un imbécil!
Y el llanto le salía a borbotones. El periodista constató que las partículas de arena impregnadas con la sangre de Danielle se coagulaba por algunos lados y un nudo en la garganta le impidió hablar.
Sin embargo, las imágenes del mafioso mientras los inmovilizaba y rebatía uno a uno los lógicos argumentos, determinó que la furia regresase:
—¡Por supuesto, imbécil, que todo esto es culpa tuya! ¡Te hemos dicho una y otra vez que ponías a los bebés en peligro con tu estupidez! ¿Y qué has hecho, capullo? ¡Ponérselos a huevo al Diablo, que no ha dudado ni un segundo en matarlos! ¡Gracias a Danielle hoy Helen, Liz y tú estáis vivos! ¿Ahora te das cuenta, cuando lo has arruinado todo? ¡Nosotros solo deseábamos cuidarlos y evitarles este mal trago! ¡Te hemos dado una y mil oportunidades para que tú también estuvieses con los niños e hicieses lo correcto! ¡Hasta estaba dispuesto a cuidarlos, aunque jurase que nunca tendría hijos propios! ¡Y tú, que eres el padre, en lo único que pensabas era en tus paranoias, en si te los queríamos robar! ¿Qué has logrado con todo eso? Te lo diré, maldito hijo de puta: que Danielle esté así, hecha papilla, y que los bebés se queden traumatizados por haber visto cómo asesinaban a su madre delante de ellos. —Y no continuó porque empezó a llorar de forma desgarradora.
—¡Lo siento, Nathan, te juro que lo siento! —El delincuente trataba de contener los sollozos, pero no lo consiguió—. ¡No quiero seguir adelante, le he fallado a mis hijos! He matado a la madre, ¡¿cómo podría mirarlos ahora?! ¿Y qué haré con ellos sin Danielle? ¡¿Sabes qué horrible será para los pequeños criarse conmigo, el asesino de la madre?!
Los dos hombres lloraban —derrotados— tirados sobre la arena, Nathan todavía abrazaba a su esposa. A Anthony —un poco más lejos— también lo desgarraba la angustia. Y lo agobiaba, además, el hecho de no poder advertirles que el peligro no había cesado después del asesinato de su nena. Carecía de la energía suficiente como para materializarse y comunicarles que Satanás seguía allí y contemplaba la escena, todavía anonadado por el desenlace que al parecer no era el buscado por él. Pero pronto se repondría y volvería a las andadas.
Ni siquiera tenía fuerzas para ver el alma de su hija mientras se desprendía de la cáscara vacía que ahora era su cuerpo. O para llamar a Da Mo y a los miembros del ejército espectral. Solo podía escuchar la conversación entre los dos hombres y sentirse impotente.
—¡Por los bebés no te preocupes, Willem, nosotros ya somos parte de la familia! —Nathan se conmovió por el dolor de su adversario y su naturaleza generosa le ganó al odio—. Dan dio la vida por los niños, y, si antes para nosotros ellos eran importantes, a partir de ahora lo serán aún más, pues es lo único que nos queda de ella. —Efectuó una pausa porque la emoción le cerraba la garganta.
—¡Lo siento! —Y era sincero—. ¡Siento habértela robado en su momento, y, todavía más, haberla matado! ¡De verdad, Nathan, si pudiese volver el tiempo atrás lo cambiaría todo y haría que esto jamás sucediera! ¡¿Cómo voy a vivir así, sin escuchar jamás su risa?! ¡Nada tiene sentido para mí ahora que no está!... Ni siquiera sé si quiero seguir adelante. No quiero vivir sin ella.
—¡Tienes a los bebés, Willem! —le recordó el otro hombre—. Debes seguir adelante por ellos, es tu obligación. ¡Es lo único que nos queda de Dan!
—¡Lady Helen jamás me lo perdonará! —Se pasó las manos por la cara para quitarse la humedad, una tarea imposible porque todavía lloraba—. ¡Me lo explicaba una y otra vez y yo solo pensaba en mí mismo! ¡No me lo perdonaré jamás! ¡La he matado!
—Tanto lady Helen como yo te ayudaremos a cuidar a los niños, es mucha responsabilidad para ti solo —lo consoló el periodista—. Y seguro que también Cleo y los demás se me unirán. Tú has actuado de modo imprudente e irresponsable, pero en el fondo la culpa de su muerte es de ese engendro miserable y no tuya. ¡El asesino es quien disparó las armas!
—Fue mi ceguera la que la llevó a tirarse delante de las niñas y de mí —insistió el mafioso, gemía como un animal herido—. Si hubiésemos continuado en la embarcación otro gallo cantaría.
—Pero no pensemos en esto y volvamos al yate —lo cortó Nathan y empezó a hacer planes—. Volvamos con los pequeños y concentrémonos en ellos. Pongamos toda nuestra energía, Willem, en hacer algo constructivo por el bien de los bebés. A partir de este presente negativo, la muerte de Dan, crearemos un futuro positivo. ¡Ella les regaló la vida, nosotros no podemos ser menos!
—¡Tienes razón, Nathan, tu corazón es enorme y compasivo! —Las lágrimas le corrían por las mejillas—. ¡Porque son tan enormes mis remordimientos y mi dolor que me dejaría morir aquí mismo, al lado de ella, si no estuvieses tú conmigo! ¡Nada tiene sentido si no está Danielle!
—¡Lo sé, Willem, lo sé, siento lo mismo! Si no fuese por los bebés y por los demás me dejaría morir aquí también. —Volvió a llorar y le palmeó la espalda—. Me imagino entrando en casa, solo y sin ella. Y se me rompe algo por dentro. O llegar al periódico e ir a su oficina y no encontrarla allí. ¡No puedo pensar en esto ahora, de verdad no puedo! Prefiero recordar su obra y luchar por los niños. ¡Ellos son el futuro y ocuparán su lugar llegado el momento!
—¡Si pudiera hacer que volviese, maldición! —El mafioso golpeó la arena—. ¿De qué me vale ser asquerosamente rico si no puedo revivirla? ¡Te juro que daría toda mi fortuna a cambio de tenerla aquí otra vez, aunque siguiese casada contigo! Y no os pondría más piedras en el camino, mi conducta sería ejemplar.
—¡Ojalá fuera posible! —Nathan contempló con angustia el cuerpo deshecho de la joven—. ¡Pero recuerda que no la perderemos del todo. Se quedará cerca de nosotros y nos cuidará, igual que Anthony y que mi hermana.
—¡No es lo mismo! —El delincuente lloró más fuerte—. ¡Y seré incapaz de verla! Tú quizá puedas, pero yo no. ¡Tenía toda la vida por delante! ¡¿Por qué tuve que ser tan imbécil?!
Pero no continuó porque el cielo se puso negro de improviso, como si se tratara de un eclipse. Y al dirigir la vista hacia arriba vieron que unos nubarrones oscuros se concentraban justo encima de ellos. Una fuerte brisa sopló y les despeinó las cabelleras.
Una pequeña tromba se acercó a ellos a toda velocidad. El remolino los eludió y alzó a Danielle en el aire. Los dos hombres la aferraron —uno de cada pierna— y se negaban a dejarla ir porque creían que el Diablo la reclamaba.
Al mismo tiempo y desde el agua, surgieron millones de burbujas de los colores del arcoíris, que inundaron la zona y la iluminaron. Desde el interior de ellas salían pequeños puntos de luz, como si dentro residiera una colonia de luciérnagas.
—¿Qué diantres pasa? —Willem, perplejo, cogía a Danielle, ahora por los pies, y temía que el aire se apropiase de ella.
—¡No tengo ni idea! ¡Pero sujétala, Willem, no permitas que se la lleven! —Nathan se hallaba tan pasmado como él.
Unos seres con hermosas caras de chicas, sin cuello y con cuerpos iguales a los de los peces se aproximaron a la orilla.
Cuando se hallaban muy cerca de ellos cantaron:
Sabemos que tú, Melody, estás ahí,
con ella, y lo sentimos por ti.
Te añoramos aquí,
en la superficie del mar.
Vive, vive y vive
que el mundo continuará girando
y tú con él irás rodando.
—¡¿Qué son esas cosas?! —El belga lucía confundido—. ¡Llevo años y años surcando los mares y los océanos, pero nunca he visto algo así!
—Son ningyos, creo. —El periodista puso un gesto de concentración—. Dan me habló de ellas. Las vio en Japón cuando estaba en el navío con el samurái Taira no Masakado y también cantaron algo parecido. ¡Es extraño, no entiendo qué hacen aquí justo ahora!
—No sé qué hacen, pero lo cierto es que esta música me proporciona paz —se desconcertó el delincuente—. La repiten una y otra vez como si fuese un mantra y ya no me embarga la tristeza de hace algunos momentos. ¿Será mágico el canto?
—¡Seguro que sí! —exclamó Nathan—. ¡Debe de serlo porque me sucede lo mismo! Aunque como son una especie de sirenas quizá nos anestesien con sus cantos para luego hacernos entrar en el mar y comernos... —Pero las ningyos frenaron la marcha y permanecieron en silencio un par de segundos.
Después cambiaron la canción y el tono:
Nieta de la que ha visitado el otro reino y del habitante Danielle será,
la Magia Más Insondable hablar con los muertos le permitirá, primero,
y luego unirlos a todos ellos
y la vida le devolverá.
La espada de los dioses protegerá
y a otros del fuego
y al escarabajo y a la reina traerán de regreso,
mientras las agujas del reloj van hacia adelante y hacia atrás.
Vive, vive y vive
que el mundo continuará girando
y tú con él irás rodando.
—¡Es la profecía de Danielle! —gritó Nathan y dio un brinco.
Sin querer soltó el pie de la chica y solo Willem la sujetaba. El remolino la succionó con más fuerza y también se le escapó a él de las manos. El cuerpo subió a unos cinco metros del suelo y se quedó allí suspendido.
—¿La profecía de Danielle? —lo interrogó el mafioso con curiosidad—. ¿Se la han dicho al fin?
—Las brujas se la han revelado y las ningyos la cantan ahora. ¡Parece que es muy importante para todas ellas!
—O tal vez tienes razón y pretenden comernos —las estudió sin parpadear y añadió—: Seguro que me culpan de haberla matado. ¿Cómo puedo explicarles que yo me culpo más?
—Quizá —murmuró el periodista—. ¡Mira, clavan la vista en Danielle y creo que son ellas las que bajan el cuerpo! —Y tenía razón.
Y las sirenas japonesas entonaron otra canción:
Baja, baja, baja y regresa a tu futuro.
Madre has sido y madre serás.
Vive, vive y vive
que el mundo continuará girando
y tú con él irás rodando.
El canto cesó de la misma manera brusca en la que había comenzado. Danielle se posó sobre la arena y Nathan y Will corrieron hacia ella.
—¿No te parece que le ha cambiado el color? —El malhechor necesitaba corroborar con el otro hombre lo que le parecía imposible, pero que sus sentidos constataban.
—¡Es cierto, Willem! —Nathan lucía muy ilusionado—. ¡Se le ha ido de la cara la blancura azulada que tenía antes!
Y, de improviso, la sangre de Danielle se separó de las partículas de arena. Ingrávida, se elevó y formó pequeños grupos de gotas. Se separaban unos de otros por el ancho de una mano. Las esferas se acercaron —provenían de todas las direcciones— y los absorbieron.
En el momento en el que el líquido llegó al centro de cada burbuja, la luz interior cambió de tonalidad y emitió rayos en rojo.
—¡¿Qué diantres está pasando?! —Willem se hallaba anonadado.
—¡No me lo preguntes, estoy tan desconcertado como tú!
Y cuando las burbujas explotaron las gotas de sangre regresaron al cuerpo de Danielle a través de las heridas. Los hombres se miraban uno a otro y no se atrevían a pronunciar lo que los dos pensaban.
—¡¿Será posible?! —solo pronunció Nathan y el mafioso, incrédulo, levantó los hombros.
Una bala salió del cuerpo de la muchacha y produjo el sonido de un globo al pincharse. Luego se posó sobre la playa. Un segundo más tarde se escucharon pequeñas explosiones, una detrás de otra. Y diez proyectiles abandonaron el cuerpo de la médium y se colocaron al lado del primero.
—No me animo a decir nada —le confesó un esperanzado Van de Walle—. ¡Temo que al pronunciarlo en voz alta esta magia desaparezca!
—¡Me sucede igual, Willem! —concordó él mientras alucinaba en colores—. ¡Sonaría descabellado, no lo digas!
Pero, descabellado o no, lo cierto era que los huesos volvían a su sitio. Y que la carne se alojaba en el lugar que le correspondía. Y que las heridas se cerraban.
Nathan, siguiendo un impulso, acercó el oído al pecho, y acarició a su esposa en la cabeza.
—¡No late! —pronunció con tristeza.
—¡Latirá, verás que latirá! —exclamó el mafioso y cogió a Danielle de la mano—. ¡Estoy tan seguro de ello como de que me llamo Willem Van de Walle!
[*] Acto tercero, página 203 de la obra citada.
https://youtu.be/pkbGFZybyBU
Lord Nathan no puede controlar la emoción.
Al mafioso los momentos felices del pasado ¡ahora le parecen tan lejanos!
Las risas, el mar y los instantes divertidos.
Y ahora la esperanza lo mantiene en pie: ¿las sirenas japonesas conseguirán revivir a Danielle?
https://youtu.be/WdYaGt_sm3Q
NOTA.
Este hermoso dibujo de una nyngio me lo hizo MacaronPolifacetica para La espada del samurái. ¡Tenía que ponerlo otra vez, me encantó!
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